Gracias a un amigo he tenido noticia de la película, ya algo antigua, del cineasta polaco Andrzej Wadja acerca de los crímenes comunistas de Katyn, que contiene imágenes escalofriantes sobre aquella masacre. El asunto no ha podido por menos de moverme a reflexión. En primer lugar es necesario precisar lo pertinente de hablar de "crímenes comunistas" y no meramente "soviéticos", ya que sucesos semejantes han ido siempre aparejados con todos los regímenes comunistas o filocomunistas, independientemente de su ubicación geográfica, desde la II República española hasta el Gulag.
La masacre del bosque de Katyn fue ordenada por las autoridades de la Unión Soviética el 5 de marzo de 1940 y se estima que perecieron unas 22.000 personas, si bien la cifra más citada es de 21.768. De éste total, unos 8.000 fueron oficiales polacos detenidos tras la invasión de 1939 –recordemos que Polonia fue invadida simultáneamente por la URSS y por Alemania, pese a lo cual las democracias occidentales solo declararon la guerra a Alemania- mientras que el resto fueron ciudadanos polacos arrestados a causa de los sempiternos cargos comunistas que han ensombrecido el planeta: "espía", "saboteador", "agente del imperialismo", etc.
Cuando el Ejército alemán descubrió las fosas en 1943 inmediatamente convocó una comisión internacional de forenses para esclarecer los hechos. Algunos miembros de esta comisión eran naturales de países aliados, enemigos de las potencias del Eje. La comisión fue capaz de determinar qué es lo que allí había ocurrido. Pese a ello los soviéticos culparon a los alemanes del crimen e insistieron en semejante acusación en el célebre proceso de Nüremberg, que terminó sin la más mínima denuncia de los verdaderos culpables. Lógicamente, tantos los aliados occidentales como los propios soviéticos conocían sobradamente los autores del crimen pero hubo que esperar hasta 1990, tras la caída del Muro de Berlín, para que el gobierno ruso admitiera la culpabilidad de la URSS en la autoría de los crímenes.
Pero que unos y otros conspiraran para ocultar responsabilidades, y que indirectamente todos ayudasen una vez más a salvar la cara al comunismo, no es lo más sorprendente. Lo peor es que el asunto de Katyn es un ejemplo más de cómo, hasta nuestros días, existen asesinados de primera y de segunda categoría. Así, leo en un antiguo ejemplar de El Diario Vasco (4.10.2007) a un tal Enrique Müller que la película de Wadja se enmarca en una especie de cruzada de "los mellizos Kaczynski, que están enfrascados para seguir detentando el poder en el país. Los mellizos nunca han ocultado su anticomunismo y desean llevar a cabo una peligrosa caza de brujas en país para castigar a todos los polacos que colaboraron con el régimen".
Imagínese ahora el lector medianamente crítico ese mismo párrafo escrito en otros términos y que se apuntara que los mellizos Kaczynski "nunca han ocultado su antifascismo y desean llevar a cabo una peligrosa caza de brujas en país para castigar a todos los polacos que colaboraron con el régimen". Así redactado, el texto puede resultar sospechoso de… fascismo, el mal absoluto frente al que no cabe siquiera el análisis. Para Müller –para los miles de Enrique Müllers que pueblan el planeta-, parece más importante la "peligrosa caza de brujas" que denunciar un crimen brutal y horrendo, cuya responsabilidad fue falsamente imputada durante más de cincuenta años.
El "anticomunismo" es coartada para hacer la vista gorda en su crimen histórico. Así, a Müller, en el artículo de Diario Vasco, le chirría que el portavoz del Ministerio de Defensa polaco Jaroslaw Rybak, anunciara que los 130.000 soldados del Ejército polaco fueran obligados a ver la película como parte de sus actividades culturales de fin de semana. El portavoz dijo que los militares tendrían que "asistir a la proyección de la película dentro de las actividades culturales del fin de semana" y añadió que la película ayudaría a los soldados "a entender el honor que entraña servir en el Ejército y defender a la patria". No estoy seguro de que las reticencias del periodista fueran las mismas si la obligación de recibir información unilateral histórica trascurriera en un sentido ideológicamente diferente. Es más: estoy muy seguro de que hubiera existido una sorprendente adhesión si se hubiera obligado a los soldados a visionar, por ejemplo, La lista de Schindler.
La cosa cobra una dimensión más grave si se piensa que la película de Andrzej Wadja ha pasado completamente sin pena ni gloria. El número de salas en las que ha sido estrenada a lo largo de toda Europa es realmente muy exiguo. ¿Quiere esto decir que la denuncia histórica no vende, cuando toca a idearios políticos convenientemente santificados por la propaganda? Pues efectivamente así es. Por eso José Saramago puede vanagloriarse de profesar una ideología criminal y en España, por ejemplo, pueden celebrarse actos con la hoz y el martillo. Con todo el cinismo del mundo, los autoproclamados defensores de la "Memoria Histórica" ocultan que el déficit de memoria recae precisamente entre sus correligionarios ideológicos de la izquierda, gracias a lo cual han sido escamoteados al público los asesinatos y los regímenes más brutales que registra la historia. Todo ello al mismo tiempo que las ideas que inspiraron a sus verdugos son incorporadas sin una sola crítica al discurso académico y gozan de un aura de preeminencia moral sobre la que se ha edificado una férrea y dictatorial hegemonía ideológica. Marx y Lenin tienen su lugar en sesudos tratados de filosofía y jamás se cuestiona la responsabilidad del materialismo filosófico en regímenes verdaderamente asesinos. Mientras tanto, los que en uno u otro momento han combatido los engendros derivados de la Ilustración suscitan por sistema la indignación hipócrita.
Sin duda el "Telón de Acero" se desplomó en 1989 en Berlín, pero desgraciadamente se mantiene muy en pie en nuestros foros académicos y culturales. Solo la aceptación indiscutible de que no existe ningún asesinato justo y de que jamás puede legitimarse la muerte de un inocente nos devolverá la paz que tanto necesitamos. De nuevo hay, por tanto, que regresar a viejos principios que nunca debieron olvidarse.
E.Arroyo
Marcadores