Re: Cuba y Puerto Rico
autoridades que allí iban , que podian apreciar la situación, los hechos, y atender á sus necesidades con más conocimiento de causa? ¿Es este el peligro, es esta la responsabilidad, es este el cargo que hace S. S. sobre el señor Ajala y sobre mí? Los que hemos intervenido en esto, aceptamos la responsabilidad , Sres. Diputados, de haber sido cautos, temerosos, de haber querido adquirir la ilustración suficiente para no hacer con ligereza una cosa que comprometiera nuestra bandera allí donde estaba en guerra abierta. Pues eso mismo que entonces hice, soy tan consecuente que es precisamente lo que he echado de menos en la conducta del actual Ministerio. Me parece que S. S. ya verá claro, que ya no hay misterio, que ya no tendrá dudas. No quiero jo usurpar el terreno al Sr. López de Ajala defendiéndole de las graves acusaciones que S. S. acaba de hacerle; cuando S. S. quiera ver lo que ha hecho aquel Ministro, bueno ó malo, él se basta á defenderse; y yo, por el cargo que á su lado desempeñaba, también estoy dispuesto á entrar en esa cuestión del personal (i ay qué cuestión, Sr. Escoriazal) y á examinarla empleado por empleado, así como á rebatir aquí todos los cargos que contra aquel Ministro se hayan hecho porque ja no tenia más empleos qué dar, pues á mí no me duelen prendas.
El Sr. Escoriaza se lamenta (¿y qué quiere S. 8. que yo haga?) de los tremendos cargos que ha hecho esta tarde á mi voto particular. S. S. se apoderó de él y se encontró con un párrafo en que yo decia que el clima, las producciones, la tradición y otras causas ligaban solidariamente la suerte de Puerto-Rico y Cuba. Y decia S. S.: «¡Clima! ¿Sabe el Sr. Romero Robledo si es lo mismo el clima de Puerto-Rico que el de Cuba? Pues no lo es.»
Es verdad; tampoco es lo mismo el de Málaga que el de Burgos: ya queda ese cargo contestado.
«¡Producción! El Sr. Romero Robledo dice esto porque en Cuba se produce azúcar y café, y en Puerto-Rico café y azúcar; pero no son las mismas las producciones.» Pues entiéndase S. S. consigo mismo.
«Tradición. ¡ Ah I ¡ tradición! A Cuba fueron los emigrados de Santo Domingo, y á Puerto-Rico los de Venezuela.» ¿Y qué? ¿No eran españoles unos y otros? ¿No es una misma la tradición? Pues esa misma diferencia existe entre cada una de las provincias de España.
El Sr. PRESIDENTE: Señor Romero Robledo,-tengo que advertir á S. S. lo mismo que alSr. Escoriaza...
El Sr. ROMERO ROBLEDO: Estoy dispuesto á obedecer la autoridad de S. S.; pero el Sr. Escoriaza se ha mostrado quejoso de que yo no me hubiese ocupado de sus argumentos. Ya le he ofrecido una muestra de cómo los puedo rebatir. Creo que he contestado los principales, y me siento satisfecho.
El Sr. PTJIG: Pido la palabra para una alusión personal.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene Y. S.
El Sr. PUIG: La he pedido para una alusión personal, y como esta se refiere precisamente á mi conformidad con el voto particular del Sr. Romero Robledo, me veo en la necesidad de exponer las razones y fundamentos en que apoyo mi opinión. Por tanto, espero merecer del Sr. Presidente me conceda alguna latitud para la alusión personal.
Empiezo, Sres. Diputados, implorando vuestra indulgencia, puesto que tango el firme propósito de no molestar vuestra atención sino en el imprescindible caso de que aBÍ lo exija el cumplimiento de mi deber como Diputado, y esto en el menos tiempo posible. Por esto confio en vuestra benevolencia ahora y siempre que me encuentre en igual caso.
Hecha esta súplica y manifestación, paso al asusta objeto de este debate.
Señores Diputados, si hace algunos meses hubiese tenido que hablaros sobre este proyecto de ley. la Constitución política de Puerto-Rico, os habría dicho que había un gran peligro en su discusión, tanto para la integridad nacional, como para el pronto y completo triunfo de la causa española en las Antillas. Hoy las circunstancias han variado; la insurrección de Cuba está vencida; j si M gloriosamente terminada, como dice el dictamen de la mayoría de la comisión, al menos pronta á terminarse gloriosamente. El sentimiento nacional se ha arraigado j robustecido entre aquellos habitantes al tenor de sus esfuerzos y sacrificios; y si bien es verdad que la discusioa prudente ó inoportuna de un proyecto de lej que puede afectar directa ó indirectamente á las Antillas puede causar cierta inquietud á los leales, y dar nuevos brios á los enemigos de la Pátria, con todo, puede decirse que ha desaparecidoya el gran peligro de que tenga que retirarse avergonzada España de sus Antillas. Esto que para mí es mu razón poderosísima para que se tome en consideración i voto particular del Sr. Romero Robledo por la prontitud coa que pueden hacerse hoy las elecciones en la isla de Cuba, sin obstáculo de ninguna clase, parece que es precisamente lo que precipita esta discusión, como si se quisiera de intento excluir toda intervención de Iob Diputados &t Cuba en una cuestión tan grave y trascendental para Sj presente y para su porvenir.
Parece que el Gobierno, y particularmente el Sr. Ministro de Ultramar, no sé si diga impulsado por una fatalidad irresistible, ó por una fuerza oculta que no acierto á comprender, quiere traer al debate una cuestión sobrado grave y difícil, para hacerse más grave y difícil e! día que tengamos que volver á ella en presencia de los Diputados de Cuba.
Pero aparte de estas consideraciones, yo diré que ha pasado el gran peligro de que tengamos que abandona: el último baluarte que nos queda de nuestro inmenso poderío en las Antillas. ¿Pero podrá creerse libre de toda peligro el debatir una cuestión gravísima después de la sorda agitación que deja siempre en pos de sí una insurrección sofocada frente de otra de igual naturaleza, <ie unas mismas aspiraciones, y que, aunque derrotada y vencida, permanece siempre viva y siempre audaz, come una amenaza terrible para ambas Antillas?
El Sr. PRESIDENTE: Señor Puig, yo tengo un gra sentimiento en interrumpir á S. S.; pero me es imposible dejar que consuma un turno acerca del voto partícula-' del Sr. Romero Robledo, porque entonces todos los Diputados dé Puerto-Rico se creerían con el mismo derecbi j harían interminable la discusión. Tiene además pedid» la palabra acerca de ese voto, y en pro de él, otro señor Diputado de Puerto-Rico. Por consiguiente, me es imposible consentir á S. S. otra cosa que ceñirse á la aluato personal.
El Sr. PUIG: En la alusión personal precísame^ entra el presentar las razones por las cuales estoy conforme con el voto particular del Sr. Romero Robledo, y probar la exactitud y los fundamentos en que se apoya dic-' señor.
El Sr. PRESIDENTE: Usía sabe perfectamenta b que entiende el Reglamento por alusión personal; y i *" guir el ejemplo de Si S., todos los Sres. Diputodoa podrían hablar en todos los debates, sin más que ser nombrados.
El Sr. PUIG: Me parecía que había una razón par*']" yo hablara, y es el ser Diputado por Puerto-Rieo> J» gravedad de la cuestión, no habiendo podido alcanzar nn turno por estar ya todos pedidos; pensaba, pues, extenderme algo, y por esta razón empecé rogando á Y. S. que tuviera alguna indulgencia conmigo.
La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.
Antonio Aparisi
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