En la zona Sur, musulmana, los españoles romano-godos permanecieron llamándose mozárabes y conservando su religión, a pesar de algunas persecuciones de que fueron objeto por parte de los dominadores, en las que dieron sus vidas, entre otros, los mártires San Perfecto, Santas Flora y María y Santa Argéntea, hija de Omar ben Hafsún.
Estos mozárabes, además de su religión, su lengua, es decir, el romance naciente de la España goda, el cual, postergado y sitiado totalmente por la lengua árabe de los dominadores, vivió y perduró sin embargo, aunque anquilosado de análoga manera a como hoy vive y perdura aun el español del siglo XV, rodeado por el árabe, el turco, el servio y el rumano, en los diversos puntos de Europa, Asia y Africa donde continúan hablando los judíos expulsados en 1492.
Las características de aquel romance mozárabe, proveniente de la época visigoda, eran muy parecidas a las del catalán y gallego-portugués, pues Galicia y Cataluña uníanse entonces (siglos VIII-X) lingüisticamente a través de la España musulmana, donde el mozárabe se mantenía en un estado de evolución retrasado, respecto del castellano, análogo al que existía en aquellos dos extremos septentrionales de la Península.
Por todo ello, el mozárabe coincidía con el primitivo romance de los hispano-godos y con los dos dialectos mencionados gallego-portugués y catalán, según podemos ver en sus características, que son las siguientes:
Conservación del diptongo ai- o ei-: decían baiga, como los gallegos dicen veiga, frente al castellano vega. (Al pie de Sierra Nevada existen hoy pueblecitos que por su nombre parecen gallegos y que no son, con su diptongo ei-, sino antiguos poblados mozárabes: tales son Pampaneira, Capileira, Poqueira, Lanteira, Ferreira, Ferreirola).
Conservación de au- y –ou: decían tauro, como los gallegos touro, frente al castellano toro. (En Granada también aparece un antiguo poblado mozárabe, Faucenas, derivado de faucem, hoz).
Conservación de –mb: decían palumba, lo mismo que los gallegos, por paloma.
Conservación de pl- inicial: decían plorar, como los catalanes, por llorar.
Palatalización de l- inicial: decían lluna, como los catalanes.
Evolución de –ct en –it: el latín lacte era, para los mozárabes, laite, como el gallego leite y el catalán llet, frente al castellano leche.
Evolución de ly- en -il, y de –c..l- en ll-: el latín cuniculu era conello para los mozárabes, como el gallegoportugués coelho o el catalán cunill frente al castellano conejo.
Conservación de g- o j- iniciales: el latín januariu era jenair, como el gallegoportugués janeiro y el catalán janer, frente al castellano enero. (cfr. Mdez. Pidal: Orígenes...)
Este romance era conocido y hablado, no solo por los cristianos mozárabes, sino también por los musulmanes cultos y aun rústicos: Abderramán II lo entendía perfectamente. Hasta existía una poesía popular árabe, en la que se intercalaban voces y aun frases romances: un ciego de Cabra llamado Mocádem (+912) parece ser el creador de esa poesía. (Véase Julián Ribera, Discurso ante la RAH, Madrid, 1915. Sobre el bilingüismo en la España musulmana véase además, del mismo autor, prólogo y traducción de Aljoxani, Historia de los jueces de Córdoba, Madrid 1914).
Como lengua escrita, los mozárabes siguieron empleando algunos el latín; y así, en latín escribieron San Eulogio, para alentar desde la cárcel de Córdoba a las vírgenes mozárabes a que sufrieran el martirio; Alvaro de Córdoba en latín, para censurar agriamente a la juventud mozárabe su excesivo amor a la cultura islámica; el abad Sansón, para referir la llegada a Córdoba de los monjes de Saint Germain des Prés con objeto de llevarse a su abadía de Paris y venerar en ella los cuerpos de los mártires mozárabes.
Claro es que la lengua preponderante, tanto hablada como escrita, fue la árabe, entonces el instrumento más universal de difusión de la cultura, como antes lo había sido el latín. Los mismos mozárabes hablaban el árabe, además del romance. En árabe se defendía, por ejemplo, San Perfecto contra sus acusadores.
Los mozárabes cultos, especialmente, lo leían y lo escribían. Sabemos por el citado testimonio de Alvaro que los hombres estudiosos andaban enamorados de la ciencia y de la literatura islámica, sobre todo de la Poesía, cuya técnica y abstruso lenguaje metafórico conocían, según él, mejor aún que los musulmanes.
Sabemos, en cambio, que tales hombres eran también tachados, por el mismo censor, de no saber redactar una carta en latín. El texto en cuestión de Alvaro de Córdoba “Indiculus luminosus” (año 854) fue publicado en el siglo XVIII por el P. Flórez (España Sagrada).
En fin, llegó un momento en que la hegemonía del árabe fue tal, que la misma Iglesia mozárabe tuvo que servirse de esta lengua: un arzobispo de Sevilla, llamado Juan, expuso en árabe las Sagradas Escrituras, y el presbítero sevillano Vicente, ya en el siglo XI, compuso unas poesías en árabe, elogiando a un obispo llamado Abdelmelic, puestas al frente de toda una colección de cánones eclesiásticos, vertidos al árabe.
Tal sumisión y admiración de los cristianos hacia la lengua árabe se explica por la gran superioridad del Islam español en aquellos primeros siglos de invasión:
En un primer periodo (de 711 a 929, fecha de la proclamación del califato), Córdoba es la sede de la Teología, de la Filosofía y de las artes, como la Música. Es entonces cuando Abderramán II acoge al cantor famoso Zyriab, que viene del Bagdad de Harún al-Raschid. (Véase Julián Ribera, La Música de las Cantigas, Madrid, 1922, RAE). Es entonces también, cuando –quizá por Mocádem- se crea una poesía nueva en sus metros y temas, de tan alto valor artístico que en ella se inspiraron los poetas provenzales. (Véase R. Mdez. Pidal, Poesía árabe y poesía europea, Bulletin hispanique, 1938).
En una segunda época (hasta la muerte de Almanzor, año 1002), Córdoba sigue siendo el centro adonde acuden los grandes filólogos orientales, a quienes acoge el poderoso Abderramán III y su hijo el sabio bibliófilo Alhaquén II (M. Antuña, La corte literaria de Alhaquén II, Religión y Cultura, Escorial, 1929). Surgen entonces brillantes poetas (Aben Abd Rabbih, Aben Darrach) y grandes juristas, historiadores, así como también investigadores de las ciencias naturales, desde el momento en que el Emperador de Bizancio regala a Abderramán III el códice griego de Dioscórides, base de los estudios que culminaron en el siglo XIII con el malagueño Abenalbéitar.
En un tercero y breve periodo, el de la disolución del Califato, descuella, en fin, el gran Aben Hazam de Córdoba, teólogo, filósofo, polemista, historiador de religiones, poeta y autor de “El collar de la paloma”, tratado psicológico y anecdótico sobre el amor, que ha podido ser comparado a la “Vita Nova” de Dante (M. Asín Palacios, “Abenhazam de Córdoba y su Historia crítica de las ideas religiosas, Madrid 1927-32, cinco vols., RAH).
En resumen, la España del califato, la de la mezquita de Córdoba (siglos IX-XI), fue una España bilingüe, en la que muchos musulmanes como muchos cristianos hablaron el árabe y el romance con la supeditación consiguiente del romance al árabe, lengua suprema, oficial y cultural de aquella España.
Esa supremacía del árabe tuvo además que ser reconocida aun en la misma zona de la España cristiana, donde Alfonso VI iba, muy pronto, a acuñar sus monedas en árabe. Esa supremacía, en fin, era reconocida, además, en toda la Europa culta, pues fue Córdoba entonces, el centro intelectual del mundo científico, la ciudad desde la cual España difundió por Europa ideas que marcaron rumbos nuevos en la ciencia y en el arte.
J. Oliver Asín, Historia de la lengua española.
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