25.- La muerte del Príncipe de Viana.


Desde que el muy poderoso y temido infante D. Juan de Trastamara, celebró su segundo matrimonio, el infeliz príncipe D. Carlos, primogénito del citado D. Juan y de la Reina Doña Blanca de Evreux, fue perseguido tenaz e inicuamente por su madrastra, Doña Juana Enríquez. Esta persecución subió de punto al nacer el futuro Rey católico D. Fernando.

Noche y día martirizaba a la flamante infanta de Aragón el pensamiento de que el fruto de sus entrañas sería un principillo obscuro y relativamente pobre, mientras que el hijo de la otra, ya Soberano de Navarra y duque francés de Nemours, llegaría a ser, probablemente, conde de Barcelona, señor de muchas ciudades, villas y burgos en Castilla, y Rey de Valencia, Mallorca, Aragón, Sicilia, Nápoles y Cerdeña.

Como era poderosísimo el influjo que ejercía Doña Juana sobre su viejo esposo, éste, que detentaba ya la Corona propiedad de D. Carlos, dio en humillarle con tanta persistencia, que el citado príncipe, no muy conforme con el título de "lugarteniente del señor Rey, su padre", hubo de protestar y acudir a las armas. A semejante extremo fué arrastrado, según se dice, por los beamonteses, que, a fuer de leales servidores y deudos de la casa de Evreux, veían indignados cuanto estaba ocurriendo en Navarra.

Vencido el joven príncipe por las tropas del autor de sus días y prisionero de ellas, fue encerrado primeramente en el castillo de Tafalla y después en el de Monroy; más los aragoneses gobernados por el infante Don Juan en nombre del Rey magnánimo -muy agradablemente entretenido a la sazón en Nápoles, donde tenía una brillante corte de artistas y poetas famosos-, los aragoneses, repito, se declararon tan abiertamente a favor de D. Carlos, que hubo necesidad de acudir a una comisión de notables para que zanjaran las diferencias existentes entre el padre y el hijo.

Al fin, y en virtud del laudo dictado por aquélla, quedó el preso en libertad; mas subsistiendo la aversión de Doña Juana a su entenado, causa de los disgustos entre Don Juan y su primogénito, los partidarios de uno y otro tornaron a ensangrentar el país, hasta que, desbaratados junto a Estella los beamonteses, resolvió D. Carlos trasladarse a Italia para pedir protección al Rey, su tío y al Pontífice.

Tras una corta estada en la capital del mundo católico, sin lograr el amparo de Calixto III, que se desentendió del asunto por vituperable egoísmo, llegó D. Carlos a la ciudad partenopea, donde fue recibido cariñosamente por el magnánimo Monarca aragonés, quien noticioso de que D. Juan, por inducimiento de su esposa, intentaba despojar de la Corona materna al de Viana, escribió al desnaturalizado padre diciéndole que deseaba ser árbitro en sus querellas con aquél.

A fin de conservar los gobiernos de Aragón y Valencia, que en nombre de D. Alfonso desempeñaba, mandó D. Juan suspender el proceso incoado contra su hijo para desheredarle, procuró que cesara la enemistad entre agramonteses y beamonteses y dejó, por lo pronto, de perseguir y maltratar a los últimamente mencionados.

Sabedor de esto el príncipe , preparábase a tornar al país materno cuando, víctima de cruel enfermedad, murió en junio de 1458 el excelente Alfonso V.

En su testamento dejaba a un hijo suyo habido fuera de matrimonio la Corona de Nápoles, y al infante D. Juan, los demás Estados que poseía en España e Italia.

Ni D. Carlos ni su genitor quisieron desacatar las postreras disposiciones del Rey Alfonso, y el primero solicitado para que se ciñera la Corona napolitana negóse rotundamente. Hizo más; no juzgando oportuna por entonces la vuelta al suelo hispano y pareciéndole poco discreto permanecer en la ciudad partenopea, retiróse a un cenobio mesinés, donde se dedicaba al estudio y a escribir algunas de las obras en prosa y verso que han llegado hasta nuestros días, cuando Don Juan, ganoso de vigilarle más de cerca, le ordenó volver a España sin demora.

Obedeció el príncipe, aunque varios amigos y servidores fieles procuraron que no saliera de Sicilia, y con un acompañamiento modestísimo arribó a las costas de Cataluña, desde las cuales se trasladó a Mallorca por haberlo dispuesto así D. Juan últimamente.

Tuvo en Palma tantos disgustos, que al poco tiempo embarcóse con dirección a Barcelona; pero noticioso de que sus partidarios, que eran infinitos en la antigua ciudad de los Condes, le preparaban un recibimiento entusiasta, no quiso entrar en ella temeroso de enojar al Monarca aragonés, y se alojó en un convento de las cercanías, desde el cual escribió al Rey excusándose de haber salido de Mallorca y manifestándole que deseaba hablar con él y con la Reina para convencerles de su filial afecto.

Repugnaba a la Enríquez ver a su entenado, mas para complacer a D. Juan, que había resuelto entrevistarse con su hijo, decidió acompañar al Rey a Barcelona, y al llegar a Igualada salió el príncipe a recibirlos, y puesto de hinojos les besó las manos, correspondiendo ellos muy afectuosamente a tales manifestaciones de respeto y cariño.

Seguidamente entraron en la urbe laletana, que les agasajó sobremanera y durante algún tiempo, no mucho en verdad, vivieron los tres como correspondía a padres e hijo.

Rompióse la concordia por haber averiguado el último que D. Juan pensaba desheredarle. Este proyecto indigno movió a Don Carlos a ponerse de acuerdo con sus parciales aragoneses, navarros y catalanes y a reanudar antiguos tratos con el Rey de Castilla, con cuya hermana, Isabel, deseaba casarse.

El almirante D. Fadrique, padre de la Reina, participó a su yerno que nuestro Enrique IV se mostraba favorable a dicho matrimonio, y como D. Juan, que se hallaba en Lérida presidiendo unas Cortes, supiese, casi al mismo tiempo, que los beamonteses se apercibían a la guerra y que igual cosa hacían en Cataluña y Mallorca los partidarios del príncipe, ordenó a éste que se presentase al punto en aquella ciudad.

Repitiéndose el caso de Sicilia, aconsejaron a D. Carlos sus íntimos desobedeciera el mandato paterno, y aún hubo quien le dijo "que era de temer le diesen un bocado de mala digestión"; mas el príncipe se empeñó en ir a Lérida, donde, seguidamente de oír todo linaje de improperios, fue encerrado en un castillo o fortaleza real.

La noticia de lo ocurrido desagradó al Monarca castellano, exasperó a los nobles beamonteses e indignó hasta tal extremo a las cortes barcelonesas, que no tardaron en enviar a D. Juan II embajadores pidiéndole la libertad del preso y pintándole, sin ninguna clase de eufemismos, los males enormes que podría originar la conducta observada con aquél.

Contestó el Soberano altivamente: mas como numerosos sublevados, provistos de cañones, se dirigiesen a Lérida, él, la Enríquez y toda su corte viéronse en la precisión de huir a Fraga y más tarde a Zaragoza. Supo aquí D. Juan que en Valencia, Sicilia y Mallorca varios pueblos levantaban bandera para defender a D. Carlos, y determinó sacarle de la prisión donde le tenía y encargar a Doña Juana le condujera a Barcelona, como si únicamente a ruegos de aquella odiosa mujer le hubiese puesto en libertad.

Los catalanes, que sabían perfectamente a qué atenerse respecto al asunto, no consintieron que la Reina pasase de Villafranca, población en la cual fue entregado el príncipe a sus familiares y amigos.

Divulgóse este acontecimiento rápidamente por España entera, y en todas partes produjo verdadero alborozo. Don Carlos, que entró en Barcelona triunfalmente, pretendió entonces que sus adeptos dejasen las armas, mas ellos se negaron a complacerle ínterin D. Juan no le confiase los gobiernos de Cataluña y del Rosellón y le reconociese en público como su primer heredero.

Obligado por las circunstancias, suscribió el Rey tales condiciones, que no tuvo tiempo de vulnerar, como seguramente era su intención secreta, pues una enfermedad que sumió a media Europa en doloroso estupor acabó con el príncipe en escasos días.

Antes de que falleciese, algunos de sus afines, que sospechaban un terrible misterio en la mortal dolencia que padecía, le aconsejaron que se casase con Doña Brianda Vaca, y legitimando a su bastardo Don Felipe destruyese las maquinaciones de la madrastrona. Otro cualquiera habría puesto en práctica semejantes consejos, más el moribundo supo resistirlos y expiró manifestándose pesaroso de haber peleado contra su padre y pidiendo perdón a cuantos hubiese perjudicado con motivo de tal pelea.
Los continuos disgustos y cavilaciones, dice un historiador, habían quebrantado la salud de aquel infeliz, que ya durante su prisión última necesitó asistencia médica.

Imaginando que le hubiesen dado hierbas malignas, se dispuso que le hicieran la autopsia. Halláronle los pulmones podridos, y como falleciese a la sazón un sirviente que probaba cuanto D. Carlos comía le encontrasen dichas entrañas igual que las de su amo, generalizóse la creencia en el envenenamiento del príncipe.

Zurita, enemigo de falsear verdades, y Mariana, poco dispuesto a disimular las infamias de los poderosos, entienden que Su Alteza murió a causa de los trabajos y congojas de su atormentada vida. El pueblo, que le amaba, dio en llamarle santo y aún intentó que Roma le canonizase, porque se decía que sus restos sepultados en Poblet obraban milagrosas curaciones.

Don Carlos de Viana escribió varias obras en verso y en lenguaje prosado. Entre ellas son dignas de mención el Libro de los milagros de San Miguel de Excelsis y la Crónica de Navarra.



José Fernández Amador de los Ríos
Blanco y Negro (Madrid, 1933)




26.- Colón llega a la Rábida. La protección de su cuñado, el Duque de Medinaceli.


Una vez que Colón tuvo conocimiento de que sus proyectos de descubrimiento en Portugal no habían sido aprobados y reafirmándose en ellos, hubo de plantearse otra alternativa.

Para entonces, su esposa Filipa había fallecido y sus restos reposaban en la iglesia del Carmen.

Al igual que su padre, el Príncipe de Viana, el futuro Almirante quedó viudo muy joven, a los 24 años, mientras que su progenitor perdió a su esposa Doña Inés de Cleves a los 27.

A la sazón, su hijo Diego tenía unos 4 años. Si su padre pretendía seguir con su proyecto no podía ni llevarlo consigo ni dejarlo solo. Decidió buscar albergue donde el niño fuera educado mientras él continuaba la búsqueda de apoyos para su proyecto. Tomó la decisión de marchar al Puerto de Palos acompañado por el pequeño Diego.

En Palos daba comienzo para Colón una nueva etapa de su vida. Se encontraba ya en el sendero que habría de llevarle a la inmortalidad, aunque todavía tendría que dar muchos pasos y sortear grandes dificultades por las áridas tierras de Castilla.

En 1485, Cristóbal Colón, acompañado de su hijo Diego, que para entonces contaba 5 años, salió de Lisboa con destino a Palos, siendo lo más probable que este viaje lo realizara por mar, ya que por tierra implicaba más dificultades. Hubo de llegar a Palos en algún barco posiblemente comercial.

Los motivos determinantes de este viaje fueron dos: el primero, conectarse con familiares a fin de poner bajo custodia de los mismos a su hijo Diego. El segundo, la posibilidad de conseguir apoyos para sus planes recabándolos del reino de Castilla.

Allí cerca tenía dos cuñados afincados en el condado de Niebla: Pedro Correa, marido de Iseu Perestrello, y Miguel de Mulyart, esposo de Violante o Briolanja Muñiz.

El condado de Niebla era entonces la región de la boca del Guadiana y de Huelva. Los marineros de este condado realizaban expediciones conjuntas con Portugal a Canarias, Madeira y Cabo Verde, concertando todo tipo de actividades comerciales.

Colón hubo de partir de Lisboa con mucha cautela, temiendo una posible retención de su persona por parte del Rey de Portugal.

Habiendo llegado a Palos, divisó a una distancia de 6 kilómetros un pintoresco Monasterio en lo alto de una colina poblada de pinos. Impresionado debió quedar el viajero ante la semejanza de aquel paisaje con el que forma Porto Colom y el Monasterio de San Salvador de Felanitx. Colón, si así fuese, habríase encontrado como en claustro materno. Con olor a su tierra natal.

Colón se dirigió desde Palos hasta el Monasterio de la mano de su hijo, recabando de sus monjes franciscanos alimentos y abrigo. De ellos recibió acogida franca y generosa.

Se ha demostrado y por lo tanto es de justicia proclamar la labor con que los monjes de esta Orden contribuyeron al descubrimiento de América.

Fueron, sin duda, aportaciones importantes las investigaciones, escritos y elementos vinculados a la disciplina náutica tales como los realizados por el franciscano mallorquín Ramón Llull en el siglo XIII. Recordemos que Llull escribió que en la otra parte de nuestro continente había unas tierras desconocidas hasta entonces.

Posteriormente, las aportaciones continuaron, como las de los franciscanos de La Rábida Fray Juan Pérez y Fray Antonio de Marchena. La labor de estos dos frailes fue fundamental para poder llevar a cabo el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Cristóbal Colón se encontró en el Convento con Fray Juan Pérez, que escuchó con espíritu abierto el soliloquio iluminado que el Descubridor discurría, llamando impresionado al médico del Monasterio para que también escuchase. Este médico, García Fernández o Hernández, no pasaba de ser un simple aficionado a la cosmografía. El Monasterio contaba entonces entre sus hermanos con un verdadero astrólogo o, como entonces se decía, con significativa palabra, "estrellero". Llamábase Fray Antonio de Marchena.

Colón halló en La Rábida un caudal de amigos, un hogar y una escuela para su hijo. La fe en su proyecto se reforzó al saber las creencias y tradiciones cultivadas entre los marineros del vecino Puerto de Palos. Muchos de ellos solían frecuentar el Monasterio, donde intercambiaban experiencias, esperanzas y visiones. Encontró un tal Pedro de Velasco que "contó a Colón la expedición portuguesa al mando de Diego de Teive, en la que el dicho Velasco figuraba como piloto, prueba significativa de la estrecha colaboración en que vivía aquel litoral a pesar de la frontera política. Velasco sería ya entonces piloto varado y viejo, pues su historia se remontaba a los tiempos del Infante Don Enrique, es decir, a más de cuarenta años. Contaba que, ya pasada la isla de Fayal, después de haber navegado más de ciento cincuenta leguas, impelidos por un viento noroeste, a la vuelta descubrieron la isla de las Flores, guiándose por muchas aves que vían volar hacia ella, porque cognocieron que eran aves de tierra y no de la mar y ansí juzgaron que debían de ir a dormir a alguna tierra ".

La impaciencia y la enorme curiosidad de Colón no le permitían el menor descanso. Seguro que conversaba e indagaba permanentemente acerca de cuestiones que deseaba conocer y que le pudiesen ser útiles en sus planes futuros. En esto hay también gran semejanza con su coterráneo Ramón Llull, que, como él, fue infatigable viajero empecinado investigador y un curioso integral.

Si bien Colón tuvo en La Rábida un gran apoyo moral, necesitaba también y prioritariamente el económico mediante el cual concretar y acometer su proyecto. Como noble, aunque pobre de recursos económicos, tenía la posibilidad de acceder a la aristocracia. Un buen día partió de La Rábida en busca de esos posibles mecenazgos y rumbeó para los dominios del Duque de Medina Sidonia, Don Enrique de Guzmán, segundo en el ducado de la casa citada anteriormente. Para entonces, Don Enrique era el hombre más acaudalado de España, poseedor del dominio feudal más espléndido de la Península, reinando de hecho sobre región extensa que bordeaba al Puerto de Sanlúcar.

Colón propuso allí sus planes, pero, por causas que se ignoran, no fueron aprobados. Sufría de esta forma su segunda frustración, pero nuestro empecinado y voluntarioso navegante no se iba a dejar ganar por la desesperanza y el escepticismo.

Recuperado su espíritu de la negativa ducal, Colón enfiló nuevamente sus proyectos hacia otro notable Señor de la época y éste sería el Duque Don Luis de la Cerda, quinto Conde y primer Duque de Medinaceli.

Don Luis era heredero legítimo de la rama primogénita de Castilla; su antecesor directo era el hijo mayor de Don Alfonso el Sabio, muerto joven, cuyos herederos habían sido desposeídos de la Corona por su tío, hijo menor de Don Alfonso, que reinó con el nombre de Sancho IV.

Residía el Duque en el Puerto de Santa María, que toda Andalucía conoce con el nombre de El Puerto.

Acogido cálidamente, Colón se alojó por dos años en la mansión del Duque. Éste había llegado ya a acuerdos concretos con el futuro Almirante, concediéndole " hasta tres o cuatro mil ducados con que hiciese tres navíos o carabelas ", condicionadas a que debían ser construidas en los arsenales del Duque situados en El Puerto.

Fue también el Duque de Medinaceli el que facilitó a Colón una carta de presentación para los Reyes Católicos.

Al regreso de su primer viaje, antes que Don Fernando y Doña Isabel, fue el de Medinaceli el primero en España que supo que Colón había vuelto de su primer viaje y había descubierto todo lo que prometió.

El Almirante llegó a Lisboa, según el Diario de a bordo, el lunes 4 de Marzo de 1493. El 19 del mismo mes, desde Cogolludo, el Duque de Medinaceli escribió una carta a su tío el Gran Cardenal Don Pedro González de Mendoza dando cuenta de aquella arribada:



"Reverendísimo Señor. No sé si sabe Vuestra Señoria cómo yo tove en mi casa mucho tiempo a Cristóval Colomo, que se venía de Portogal y se quería ir al rey de Françia para que emprendiese de ir a buscar las Indias con su favor y ayuda; e yo lo quisiera provar y enbiar desde el Puerto, que tenia buen aparejo con tres o cuatro caravelas, que no me demandava más; pero como vi que hera esta empresa para la Reina, Nuestra Señora, escrevilo a Su Alteza desde Rota y respondióme que gelo enbiase. Y yo gelo embié entonçes y supliqué a Su Alreza, pues yo no lo quise tentar y lo adereçava para su serviçio, que me mandase hazer merced y parte en ello, y que el cargo y descargo d'este negoçio fuese en el Puerto. Su Alteza lo reçibió y lo dio en cargo a Alonso de Quintanilla; el cual me escrivió de su parte que no tenía este negoçio por muy çierto, pero que, si se acertase, que Su Alteza me haria merced y daría parte en ello; y después de averle bien esaminado, acordó de enbiarle a buscar las Indias. Puede aver ocho meses que partió y agora él es venido de buelta a Lisbona y ha hallado todo lo que buscava y muy complidamente, lo cual luego yo supe; y por fazer saber tan buena nueva a Su Alteza, gelo escrivo con Xuares y le enbio a suplicar me haga merced que yo pueda embiar en cada año allá algunas caravelas mías. Suplico a Vuestra Señoria me quiera ayudar en ello e gelo suplique de mi parte, pues a mi cabsa y por yo detenerle en mi casa dos años y averle endereçado a su serviçio se ha hallado tan grande cosa como ésta; y porque de todo informará mas largo Xuares a Vuestra Señoria, suplícole le crea.
Guarde Nuestro Señor Vuestra reverendísima persona como Vuestra Señoria desea.
De la mi villa de Cogolludo, a XIX de março.
Las manos de Vuestra Señoria besamos.
-Luis".

Mientras Colón se alojaba en la residencia Ducal, hubo de contactar con un marinero que le narró que, en el curso de un viaje realizado a Irlanda, "vido aquella tierra que los otros haber por allí conocían, e imaginaban que era Tartaria, que daba vuelta por el occidente" .

Anteriormente, ya he mencionado lo positivo que resultó para Colón lo manifestado por algunos marineros portugueses en Puerto Santo, datos que tuvieron entonces gran importancia, habida cuenta que le reconfortaron espiritualmente para seguir adelante con sus planes y que además arroparon en cierta medida su idea central. Pero seguía falto de apoyos económicos para ejecutar su proyecto.
El destino le tenía previsto conseguir ese apoyo en el ducado de Medinaceli. ¿Cuáles podían ser los motivos que hicieron que este aristócrata, integrante de la nobleza española, recibiera a un navegante de origen plebeyo? Hay razones profundas que justifican tal actitud hospitalaria y de apoyo concreto por parte de Don Luis: es que el Duque de Medinaceli se había casado con Doña Ana de Aragón y Navarra, hija natural de Don Carlos, Príncipe de Viana y de Doña María de Armendáriz, por lo que el futuro Gran Almirante era cuñado del Duque.


La cuestión familiar aparece aquí como una de las causas principales, pero no la única, de la acogida y apoyo que brindó el Duque a nuestro hombre, lo que viene a ratificar la nobleza de la cuna de Cristóbal Colón.

Antonio Paz y Mélia publicó una obra en la cual fueron recogidos una serie de los más principales documentos del Archivo y Biblioteca de la Casa de Medinaceli. En uno de los documentos transcritos podemos leer:

"Capitulaciones matrimoniales y concordia para el casamiento del Conde de Medinaceli D. Luis de la Cerda y Doña Ana de Aragón y Navarra, nieta del Rey D. Juan de Aragón, de Navarra y de Sicilia. (1470).
(extracto) el Conde traía en ayuda del matrimonio las villas de Medinaceli, Cogolludo y Puerto de Santa María.
Doña Ana traía 20.000 florines de oro que le daba el rey a propia herencia suya y de los suyos.
Además 10.000 florines de oro que le daban los Príncipes D. Fernando y Doña Isabel de Castilla.
(Firma autógrafa de D. Juan II de Aragón y sello de placa, maltratado).
(Firma de Juan de Saint Jordi).
Obligación otorgada por el Príncipe D. Fernando, Rey de Sicilia, primogénito de Aragón, de dar al Conde de Medinaceli, D. Luis de la Cerda, 10.714 florines de oro a cumplimiento de los 30.000 del dote con Dª. Ana de Aragón, su sobrina.
Dueñas, 13 de Julio de 1470.
(Firmas autógrafas del Príncipe y del secretario Gaspar de Ariño).
(Testigos Frey Alfonso de Burgos, Confesor; el Doctor D. Tello de Buendía, Arcediano de Toledo y Luis de Antezana.
(Sello grande de placa.)
Carta del Príncipe D. Fernando de Aragón en la que ofreció al Conde de Medinaceli que si el Rey D. Juan, padre del Príncipe, fallecía sin haberle pagado los 20.000 florines ofrecidos del dote de D.ª Ana, S.A. los pagaría.
Dueñas 14 de Julio de 1470.
(Firma autógrafa. Falta el sello de placa.)
Cédula de la Princesa de Aragón D.ª Isabel, reina de Sicilia, por la que se obligó a dar al Conde de Medinaceli, su primo, 5 mil florines de oro como dote para su casamiento con D.ª Ana de Aragón y de Navarra, sobrina de S.A.
Dueñas, 16 Julio de 1470.
(Firma autógrafa, falta el sello de placa.)"

Otro escrito describe lo siguiente:

"Don Luis de la Cerda, Vº. Conde de Medinaceli, Señor del Puerto de Santa María y de la villa de Cogolludo y su tierra, sucedió a Don Gastón, su padre, en su gran Casa y Estados. Fué uno de los heroicos y superiores caballeros de su tiempo, como lo manifestó en servicio del rey Don Enrique el IVº. y de los Católicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel en las guerras de Portugal y en las del reino de Granada hasta la entrega de la ciudad, como parece por el Privilegio de la dicha entrega, su data en el Real de la Vega, en 30 de Diciembre del año 1491, donde confirma con título de Duque de Medinaceli, primo del Rey y de la Reina, y su vasallo.
Diósele el dicho título de Duque desta gran Casa por merced de los dichos Católicos Reyes, y ansimismo se le dió título de Conde del Puerto de Santa María por los dichos Reyes.
Casó tres veces el Duque Don Luis: la primera, con Doña Catalina Laso de Mendoza, hija de Don Pedro Laso de Mendoza y de Dª. Juana Carrillo, su mujer, cuyo matrimonio fué nulo por ser primos hermanos y no haber obtenido dispensación de Su Santidad.
Casó segunda vez con Doña Ana de Navarra y Aragón, hija del Príncipe Don Carlos, primogénito de Navarra, y de Doña María de Almendáriz, de quien tuvo por su hija única a Doña Leonor de la Cerda y Navarra, primera mujer de Don Rodrigo de Mendoza, Iº. Marqués de Cenete, que murió sin sucesión.
Casó tercera vez, estando cercano a la muerte, con Doña Catalina Vique de Orejón, natural del Puerto de Santa María, de quien tuvo por hijo a Don Juan de la Cerda, que sucedió en la Casa; a Don Pedro de la Cerda, Caballero del hábito de Santiago".


"El año de 1475, estando el Rey Don Fernando el Católico en Almazán, el dicho Conde Don Luis le envió a requerir con una cosa rara, y no de las comunes, como los otros grandes, para que le hiciese merced de alguna ciudad o villa, sino que le diese favor para proseguir su derecho en la sucesión del reino de Navarra que decía pertenecer legítimamente a la Condesa Doña Ana de Navarra, su mujer, hija del Príncipe Don Carlos".

Como se podrá observar, estas pruebas documentales sirven para esclarecer deductivamente que Cristóbal Colón y Doña Ana de Navarra eran hijos naturales de Don Carlos, Príncipe de Viana, aunque de distintas madres, hermanos paternos y a la vez sobrinos de los Reyes Católicos, por ser el Príncipe de Viana, hermano de Don Fernando.

No deja de tener interesante relación con el tema lo que cuenta Madariaga en su obra Vida del muy magnífico señor Don Cristóbal Colón :

"¿Y no había dado órdenes el Duque para que 'con extrema solicitud se pusieren los navíos en aquel río del Puerto de Santa María en astillero, sin que se alzase mano dellos hasta acabarlos'? Así como Don Quijote, cuando entró en el Castillo del Duque y se vio tratado como caballero andante, se sintió confirmado en su fe 'y aquel fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mismo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos', así Colón, cuando el Duque 'mandóle llamar y haciéndole el tratamiento que según la nobleza y benignidad suya y la autorizada persona y graciosa presencia de Cristóbal Colón merecía, informóse dél muy particularmente...' sobre su plan, debió sentirse por primera vez de todo en todo descubridor de nuevas islas, verdaderas y no fantásticas, allende un mar de verdad".

La principal conclusión de esta cita es que sólo un hombre de ascendencia noble podía recibir, de un semejante suyo, el trato recibido. Colón era descendiente directo, hijo de uno de los Príncipes más ilustres de su época.

Las costumbres de entonces hacían de la nobleza un estamento elitista, casi imposible de abordar si no se contaba con antecedentes válidos, como era el parentesco nobiliario entre otros.

Con estas conclusiones, que no son todas, queda bien patente que el Descubridor de América, no podía ser el genovés Cristóforo Colombo, hijo del guardián de la puerta de la Olivella Doménico Colombo, que posteriormente también ejerció de tejedor y tabernero.


Gabriel Verd
Secretario General de la Asociación Cultural Cristóbal Colón




27.- El enigma de Cristóbal Colón.


Hablar de la falta de pruebas de que Cristóbal Colón haya nacido en Génova o en otra parte de Liguria (desde luego, no se ha podido encontrar ningún Acta de Bautismo a su nombre, único documento que, a partir del Concilio de Trento, tenía algún valor en una época en que la documentación civil no existía y que fijaba la fecha de un nacimiento con unos ocho días de más o de menos) ya que esas afirmaciones no se apoyan más que en minutas de actas notariales, como la del 30 de octubre de 1470 o la del 7 de agosto de 1473, es decir, posteriores en varios decenios a la época supuesta de su nacimiento, hay dos hechos que, a primera vista, llaman la atención por su rareza. Primero, el nepotismo del Almirante de la Mar Océana es cosa harto conocida y que bastante le fue echado en cara durante su vida. En cuanto a su orgullo, éste era tal que le impelía a considerarse de familia noble y nada menos que descendiente de Julius Colonus, Cónsul romano, vencedor de Mitrídates, Rey del Ponto. Dicho orgullo le hacía tratar de igual a igual con los Reyes Católicos, cuando se llevaron a cabo las discusiones de las "Capitulaciones", y saltaba a la vista de todos.

¿Cómo, pues, orgulloso como era y con un instinto familiar tan desarrollado que le hacía llamar a su lado a sus dos "hermanos" Bartolomé y Diego, cómo pudo consentir, llegado a ser Gran Almirante de la Mar Océana, Virrey de las Indias y Gobernador perpetuo de las tierras descubiertas, después de haber acuartelado "su" escudo con las armas de Castilla y de León, cómo pudo consentir en continuar siendo el cuñado del obscuro quesero Bavarello? ¿Por qué dejó a "su hermana" Bianchinetta seguir luchando con la mediocridad? ¿Por qué no hizo nada por "su sobrino", el joven Pantalino? ¿Por qué no hizo con ellos lo que hizo con "sus" hermanos, por qué no los limpió de su villanía o por lo menos no llenó su bolsa para permitirles llevar un tren de vida digno de parientes colaterales de un Almirante de Castilla? Quería ocultar sus orígenes plebeyos, me contestarán los genovistas. Admitámoslo, pero Bavarello, Bianchinetta, Pantalino debían saber perfectamente quién era ese nuevo Almirante que acababa de hacer un viaje tan extraordinario y fuera de lo común, del cual todos hablaban, aunque no fuera más que ¡por la colección zoológica de papagayos y de indios que le rodeaba con el fin de asegurar su publicidad! ¿Por qué no se precipitaban, ellos también, a España, como Bartolomé, para formar parte de la segunda expedición hacia el País del Oro, expedición en la que participaron más de mil quinientas personas? Ellos no tenían por qué ocultar el parentesco que los unía a ese hombre llegado repentinamente a la celebridad. Al contrario, es de suponer que si Colón hubiera sido un pariente próximo, las habladurías de aquéllos no se hubieran parado en el barrio populoso de Génova donde moraban y, a su vez, hubieran llegado a ser una especie de celebridades locales; como consecuencia, y si no hubiera sido más que para que callaran, por su propio decoro, aunque el Almirante no hubiese deseado tenerlos cerca de sí, en Castilla o en La Española, les hubiera entregado, si no directamente, por lo menos por el intermedio de un Banco (y ¡los Bancos genoveses no faltaban en Europa!), con toda la discreción deseable, algunos socorros que hubiesen permitido a los Bavarelli ostentar una posición económica más de acuerdo con la nueva situación social del señorón.

En vez de esto, si los genovistas no hubieran descubierto a Bianchinetta y a su preclara familia, siempre la hubiéramos ignorado, pues nunca jamás, en ninguna parte, absolutamente en ninguna parte, hace mención Colón de su familia colateral genovesa. ¡Actitud algo rara, confesémoslo, por parte de un hermano!

Segundo, en lo que trata de su padre, la cosa es todavía más inexplicable. Ese anciano muere a la edad respetable de ochenta y un años, en la miseria y cargado de deudas... En ningún momento, a partir de su exaltación al Almirantazgo y su acceso a la fortuna (su pretendida pobreza, durante los últimos años de su vida, no es sino una fábula contradicha por los millones de maravedís que dejó a sus herederos), vemos a Colón preocuparse de la suerte de su padre ni tratar de ayudarle. Vignaud pretende que los acreedores de Doménico se dirigieron al Almirante para tratar de hacerse pagar las deudas de su padre cuando la muerte de éste, mas reconoce ignorar el resultado de sus trámites. No se halla ninguna huella de estos últimos en los papeles que dejó Colón y menos aún pruebas de que hubiese pagado... ¡Dejó pues, voluntariamente, empañar la memoria de "su" padre después de haberle dejado vivir y morir en la miseria, preocupándose tan poco de la reputación del apellido que él mismo llevaba! La única explicación a tal actitud no puede hallarse sino en la ignorancia en que estaba Cristóbal Colón de que viviese, en Génova, Doménico Colombo.

Además, de 1493 a 1499, durante seis años en el decurso de los cuales va y viene de Europa al Nuevo Mundo (en total tres viajes) y permanece durante períodos bastante largos en España, jamás siente Colón el deseo, no sólo de volver a Génova, mas ni siquiera de volver a ver a su padre o por lo menos de tener noticias de él y, por su parte, Doménico, a pesar del legítimo orgullo que hubiera debido sentir de haber engendrado a un hijo tal (sin hablar de la ayuda material sobre la que, moralmente, tenía derecho a contar) tampoco hizo nada para relacionarse con él.

En resumen, y a pesar de correr el riesgo de que se nos acuse de repetición, mas es nuestro deber insistir sobre este punto, la anomalía de las relaciones familiares entre Cristóbal Colón y los Colombo de Génova a los que se le quiere unir de manera tan estrecha es tan patente que no puede significar más que una cosa: el Almirante don Cristóbal Colón no era, no podía ser, el hijo de Doménico Colombo, ni, por consiguiente, el hermano de Bianchinetta. Más aún si recordamos, una vez más, que no sabía el italiano, prueba que no era de Liguria (a pesar de lo que haya mentado atrevidamente Pedro Martyr d'Anghleria en 1493).

¿Quién era pues el Almirante don Cristóbal Colón? ¿De dónde provenían los dos "hermanos" entrados detrás de él en la Historia?

Un hecho llama la atención de cualquiera que estudie los documentos dejados por Colón y los reunidos por Fernando y Las Casas: las numerosísimas y constantes contradicciones del Almirante cuando habla de su juventud; estas contradicciones son tan evidentes que sus apologistas, tanto los contemporáneos como los posteriores, no han podido pasarlas en silencio: pretende haber empezado a navegar a los catorce años y las actas notariales del 30 de octubre de 1470, 7 de agosto de 1473, otra también de 1472, que le dicen respectivamente de más de diez y nueve, veintidós y veintiún años de edad, no mencionan su estado de "marino", anomalía extraña para esta época y en tales documentos, en los cuales, por el contrario, se le califica de "lanero". La conclusión objetiva que se impone es que si estos textos corresponden en rigor a una sola persona, puesto que la edad que se le atribuye en cada uno de ellos corresponde a las diferencias de fechas, esa persona debía ser un individuo conocido y reconocido como ejerciendo la profesión de "lanero" y no de "marinero". Por lo tanto, si, efectivamente, el Almirante empezó a navegar a la edad de catorce años, no puede tratarse de él en los susodichos documentos.

En otro lugar afirma haber navegado por todas partes a donde puedan ir barcos (" todo lo que hoy se navega, lo he andado ", carta de 1501) pero comete errores geográficos, admite fábulas (a propósito de sirenas) que demuestran que sus viajes se efectuaron sobre todo... ya en libros, ya sentado a la mesa de algún bodegón con unos marineros que volvían de alguna lejana expedición y gustaban de contar sus aventuras a un auditorio complaciente, admirativo y crédulo, en la taberna acostumbrada de su puerto de embarque.

En la "lettera rarissima" de 1503, dice haber entrado al servicio de los Reyes Católicos a la edad de veintiocho años, lo que le haría nacer en 1457, pero en el Diario de a bordo del primer viaje, con fecha 21 de diciembre de 1492, pretende " haber recorrido los mares durante veintitrés años sin interrupción, y haber visto todo el Levante y el Poniente ". Entonces ¿habría empezado a navegar a los doce años? O, sino, no habría nacido en 1457, sino en 1455, cosa que, de todas maneras, infirma las notas notariales de las cuales hablábamos hace un momento, puesto que en 1470 no podía tener diez y nueve o veintiuno años, sino trece o quince... Luego, " sin la menor interrupción "... ¿Cuándo y cómo tuvo tiempo de casarse, de tener un hijo, de instalarse en Porto-Santo, de discutir con el Rey D. Joa II de Portugal?...

También en 1501 nos afirma que está navegando desde hace más de cuarenta años (" ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso ") o sea, desde 1460. ¡¡¡Tenía pues tres o cinco años cuando empezó a navegar!!! O, si había empezado a la edad de catorce años, ello significa que había nacido en 1446 y, en este caso, ¡tenía veinticuatro años cuando el acta notarial de 1470!

Y podríamos, en esta forma, citar un sinnúmero de contradicciones de Cristóbal Colón, todas sacadas de sus escritos.

Es que Colón quería ocultar sus orígenes y desalentar a los indiscretos, no cesan de repetir los colombófilos genovistas, desconsolados al hallar a su héroe cogido en flagrante delito de mentira. Mas, ¿por qué?, ¿con qué fin, si no tenía que esconder alguna tara referente a esos orígenes?

La impresión que se saca de toda la Colomboteca publicada y sin publicar aún, hasta la fecha, pero que nadie se ha atrevido a formular abiertamente, es que Cristóbal Colón, a partir de 1485, y más aún después de 1492, cuando hubo alcanzado la fama, cuenta acerca de su pasado una fábula aprendida, pero mal aprendida, la historia de otro y que se compone, con la historia de este otro, una personalidad de juventud que no es la suya...

Esta impresión notada al leer las biografías más serias y más modernas del Almirante, así como las de sus contemporáneos, se la comunicaba un día a una de mis alumnas cuya vivísima inteligencia y perspicacia siempre me habían seducido y decíale cómo, cualquiera que fuese la hipótesis admitida, uno siempre daba con unas objeciones de tal peso que, en conciencia, veíase obligado a abandonarla para repetirse un constante, irritante y desesperante "¡¿Qué sé yo?!".

Séame lícito dar aquí públicas gracias a esta alumna, la señora doña Genoveva Dire de Boudoire, no sólo por la valiosísima ayuda que aportó en la labor preparatoria de este trabajo, sino también porque me alentó en los momentos de impaciencia (por no decir peor) provocados por el enigma colombino, cuya clave me dió su genial intuición.

"-¿Qué sé yo? -repetíale, pues, un día de perplejidad mayor que la de otros...

-Pero... ¿Y si hubiera habido sustitución de personalidad? -me preguntó, de repente, mi interlocutora.

-¿Cómo es eso?

-Sí, si el Almirante, por una razón o por otra, ¿hubiese tomado el nombre de "Colón" cuando la desaparición del verdadero "Colón"?... En este caso, las biografías del Colón genovés serían exactas pero no se aplicarían al Almirante puesto que serían dos personas diferentes, lo que explicaría esas dudas y esas contradicciones cuando de su juventud se trata y también el que no haya tenido nunca ninguna relación con su supuesta familia genovesa...".

Esta hipótesis, aunque muy atrevida a priori, fue para mí un rayo de luz en esta enmarañada historia.


Marcelo Gaya y Delrue
Zaragoza, 1953





28.- Luis Ulloa, la catalanidad de Cristóbal Colón (Primera parte).


Luis Ulloa fue un historiador peruano nacido en Lima el 27 de septiembre de 1869. Por su carrera de Ingeniero, descolló en las Matemáticas y esta formación matemática le sirvió luego para sus investigaciones históricas, a las cuales dedicó la mayor parte de su vida. Fue director de la Biblioteca Nacional de Lima, y correspondiente de la Academia de la Historia de Madrid, además de miembro del Instituto Histórico del Perú.

Ulloa concibió la idea de rehacer la historia del descubrimiento de América en vista de las profundas contradicciones, deficiencias y desaciertos evidentes de algunos historiadores. A partir de esa época (principios del siglo XX), comenzó a reunir elementos con tal objeto.

Al cabo de veinticinco años de investigaciones, ofreció al público el resultado de sus estudios en un copioso volumen redactado en francés, Colomb, Catalan. La vraie genèse de la découverte de l'Amerique (París, 1927 -Colón, catalán. La verdadera génesis del descubrimiento de América-). La tesis ahí desarrollada por Ulloa sobre Colón y sus descubrimientos se expone con detención en EUIE, t. 65, págs. 925-926.

- La Patria de Colom con relación al descubrimiento de América .- En La Prensa , de Buenos Aires, núms. correspondientes al 1, 4, 11, 18, 25 de Enero, y 8 y 15 de Febrero de 1931.

- Noves proves de la catalanitat de Colom. Les grands falsetats de la tesi genovesa . París, sin año de impresión.

Ulloa mismo en un artículo publicado en Barcelona, y en La Veu de Catalunya , del 25 de Febrero de 1932, a propósito de su propaganda sobre la nacionalidad de Colom, dice textualmente: "Yo no pretendo todavía determinar con exactitud la familia a la que perteneció Colón, sino dejar consolidado plenamente su cuna catalana y destruir la tesis genovesa".

"Yo hago análisis y demostración científica, lejos de toda teoría preconcebida" ( Cristófor Colom fou català , p. 60 -Cristóbal Colón fue catalán-). Aquí reconoce que, para imponerse una teoría como la suya, es gran obstáculo "la fuerza de la tradición" y "tiránico el poder de las opiniones vulgarizadas" (pág. 61).

Para Madariaga, Luis Ulloa no es el indio despreciable de Astrana Marín, que le reprocha prejuicio catalanista; pero también reconoce y proclama que "cuando no entra en juego este prejuicio, Ulloa es útil y sus opiniones sobre las raíces catalanas de Colón merecen estudio" (Madariaga, Salvador de, en Vida... de Colón, nota 5.ª al cap. VI, en la pág. 599 de la 4.ª ed., 1947).

Sus teorías sobre Colón se encuentran en Historia de Cristóbal Colón , de Enrique de Gandía, págs. 60 y 85-91 y sobre todo, pág. 149.

El mejor estudio sintético de su teoría sobre el origen catalán de Cristóbal Colom (así escribe siempre él) lo publicó en el vol. VI, de la Historia Universal , publicada por el Instituto Gallach, de Barcelona, en 1932. En él dio cuenta erudita y detallada de las razones en que se apoya para usar la forma "Colom".

Muy noble y caritativamente, hace observar Soldevila (en Historia de España , III-27), que Ulloa ha sido "acusado de declarar falso todo documento que se opone a su tesis; pero el hecho es que no es él el único que impugna la autenticidad de tales documentos; antes o después de él la han impugnado otros historiadores que no comparten ni poco ni mucho su tesis".

En lo que más extremoso se muestra Ulloa y lo que con mayor frecuencia le hace trasponer la línea de lo justo y de lo prudente, es en rechazar sistemáticamente y de golpe los documentos genoveses, como otras tantas falsificaciones. Su actitud, en este punto, es indeclinable. Rarísima vez se le ocurre tratar de armonizar datos genoveses con los que ofrece la documentación española. Cristóforo Colombo de Génova es, en su dictamen, el polo opuesto del Cristóbal Colón descubridor de América, su antítesis irreconciliable. De vista pierde, en general, según ya advirtió Madariaga (cap. II) que ésta suya es "solución fácil pero inadmisible, no sólo porque una gran nación y una gran ciudad no falsifican, sino porque si estos documentos se hubiesen falsificado, concordarían con los hechos de la vida de Colón que ya se conocían al tiempo de la supuesta falsificación; por otra parte, la construcción genovesa, por muchas dificultades no explicadas que presente -y en efecto las presenta y graves-, coincide con demasiados datos de la vida de Colón para que esta coincidencia pueda explicarse como mero azar".

Cumple hacer constar que al lanzar el Sr. Ulloa el primer libro, en 1927, sobre la catalanidad de Colón, estuvieron muy lejos los eruditos catalanes de precipitarse a abrazarla con ciegos entusiasmos. "Con pocas excepciones -recuerda Soldevila (F.) en Historia de España , III-20-, todos observaron una actitud de interés, pero, al mismo tiempo, de prudencia o de reserva. El Sr. Ulloa, muy discretamente, hay que decirlo, se había lamentado de ello. F. Valls Taberner, en el prólogo que puso a las Noves proves de la catalanitat de Colom (-Nuevas pruebas de la catalanidad de Colón- pág. 13), no ocultó su opinión de que algunos 'razonamientos del Sr. Ulloa, en prueba de su opinión, no le parecía que pudiesen darle el refuerzo que él les atribuía'. Y el Sr. Ulloa tuvo, por su parte, la caballerosidad de publicar aquel prólogo. En lo que a mí concierne, divulgué y glosé en algunos artículos (en La Publicitat) las obras del historiador peruano, hice resaltar lo que me pareció en ellas más interesante, llegué a la conclusión de que era preciso tener en cuenta su tesis; pero me abstuve siempre de pronunciarme favorablemente. Véase cómo he tratado la cuestión en mi Historia de Catalunya , II, pág. 178-179.

En cuanto a la ciencia de Ulloa, tan discutida, diré lo que dije otras veces: que era uno de los historiadores que mejor conocía la bibliografía colombina, conocimiento servido por una memoria prodigiosa, dos condiciones que hacían de él un polemista temible. Tenía, sin embargo, un defecto, que era causa de la debilidad repentina de sus elucubraciones y razonamientos: la lógica con que enlazaba sus argumentos después de sostenerse implacable y de producir una brillante concatenación eficaz, fallaba de pronto y parecía ceder el lugar a la fantasía. Pero el hecho de que, a partir de este punto, sus conclusiones perdiesen valor, no quiere decir que no lo tuviesen las que había obtenido antes de llegar a dicho punto.

Esto explica el fenómeno de que incluso algunos de sus más encarnizados impugnadores, en un momento dado, puedan aducir su parecer y sus argumentos en apoyo de alguno de sus puntos de vista (véase, por ejemplo, Ballesteros en su Cristóbal Colón y el descubrimiento de América , en Historia de América , t. IV-242 y 243, en lo relativo al episodio de Colón al servicio de Renato de Anjou; y Salvador Madariaga, en Christopher Columbus , pág. 436 , núm. 5, donde escribe que "es un valioso investigador y sus puntos de vista sobre el origen catalán de Colón son, sin duda, importantes". Y esto explica que Salvador de Madariaga, combinando la tesis catalana con la genovesa haya creado un descubridor originario de Cataluña, nacido en el Genovesado. La tesis, que se combina además con el pretendido judaísmo racial de Colón, no deja de ser sugestiva".

La lógica inductiva moderna cuenta, entre otros, este principio fundamental: la verosimilitud de una hipótesis se determina por su fecundidad práctica, por el número de hallazgos o de hechos confirmados a que la referida hipótesis conduce al investigador que de ella se ha servido.

Fundándose en este principio, el autor de la tesis de Colom catalán , puede afirmar, sin sombra de vanidad, que ella ha dado ya resultados y que constituye una hipótesis manifiestamente superior, esto es, mucho más verosímil y aceptable que la tesis del Colombo genovés. Los pretensos Coloms gallegos, portugués o de Extremadura no merecen ser tomados en consideración.

Efectivamente: habiendo sido pública esta tesis, a comienzos de abril de 1927, por una conferencia dada en la Sociedad de los Americanistas, de París, he aquí que, en septiembre del mismo año, esto es, al fin de sólo cinco meses, la hipótesis de Colom catalán ha provocado ya el descubrimiento y la confirmación irrefutable y documentada de diversos hechos trascendentales que revolucionan profundamente toda la historia del descubrimiento de América.

No puedo negar que, entre estos hechos, los hay que modifican, hasta cierto punto, algunas de las conclusiones o de las deducciones secundarias a que yo había llegado. Pero, como dice el ilustre Ramón y Cajal, "las ideas propias han de hallar en nosotros, no un abogado, sino un censor".

Así, pues, yo critico mi hipótesis a la luz de los nuevos documentos y, después de haber modificado las referidas deducciones secundarias, conforme al criterio de la realidad, tengo la satisfacción de comprobar y de proclamar que la orientación general de mi tesis sale de esta contraprueba cien veces más sólida y resplandeciente. Estos hechos nuevos tienen tanta importancia y son, por otra parte, tan numerosos, que su examen pediría un libro especial.

Podemos agrupar en tres partes los hechos históricos puestos en claro por el fecundo brillo de la tesis del Colom catalán . El primer grupo se refiere a la filiación de los nombres patronímicos sucesivos dados al descubridor de América y, por consiguiente, se liga de forma directa a la patria de éste y muy probablemente a su genealogía. El segundo grupo, de gran trascendencia histórico-geográfica, se refiere a la génesis de la idea del descubrimiento. En fin, el tercer grupo se refiere a la gestión de la gesta colombina y a los pasos dados por el descubridor para encontrar los medios de realizar su proyecto.

La patria catalana de Colón está fundamentada por Ulloa en las siguientes deducciones:

1) En el hecho que el apellido dado al Descubridor, mientras vivió en España, fué el de Colom, con m final (de estampa gramaticalmente catalana).
2) Los catalanismos que se han observado en la Carta de Colom a Santángel.
3) La heráldica colombina.
4) La tradición existente entre los historiadores catalanes de los siglos XVII y XVIII, relativa a la influencia de los catalanes en el descubrimiento, y hasta el origen catalán de Colom que patrocina Serra y Postius, si bien lo da por nacido en Génova italiana (Serra y Postius, Pedro, nació en Barcelona a 8 de Mayo de 1671, y murió a 26 de Marzo de 1748. Noticias de su vida y escritos en Memorias de Escrit. cat ., de Félix Torres Amat).

La impugnación de la patria genovesa (o, como dice Ulloa, de la identificación del descubridor Cristóbal Colón,con el Cristóforo Colombo, cardador de lana de Génova) está basada por él, principalmente, en el dicho predescubrimiento, en el hecho de que Colón no sepa escribir el italiano-genovés, con todo y haber vivido en Génova, según los genovistas, unos 24 años, y haber convivido después, casi constantemente, con italianos; en afirmaciones de Colón que no concuerdan con los datos biográficos del lanero genovés, en deducciones hechas en el pleito del Mayorazgo y en las informaciones hechas entonces en Génova y en Madrid.

Explicaremos con detención la tesis de Ulloa sobre Colón y sus descubrimientos. El historiador peruano sostiene que Colón no fue el legendario Cristóforo Colombo genovés, hijo de un Doménico Colombo. Mucho menos gallego, ni corso, ni griego, etc. Para él la primera traza histórica que se halla de Colón es la de un corsario que aparece en la crónica de la época como pariente o relacionado del corsario intitulado almirante francés Guillaume Casenove-Coullon. Ese otro corsario era denominado Coullon el Joven, para distinguirlo de Guillermo. Tal Coullon el Joven ha sido confundido por otros con el griego Jorge Bissipat, pero es completamente distinto. Este corsario, Jean Coullon, Coullon-le-Jeune, según los cronistas franceses, no es para Ulloa sino un catalán, Juan Colom, cuyo nombre tradujeron al francés dichos cronistas. Para Ulloa, este Juan Colom era un rebelde catalán contra el Rey Juan II y entró al servicio del Rey Renato de Anjou, contrincante de Juan II durante la revolución catalana. Vencida ésta, Juan Colom siguió de corsario en el Mediterráneo, siempre a las órdenes de Renato y después de Luis XI, en compañía de otros corsarios catalanes o catalanizados, como los hermanos Gracián y Manaut (o Menorlo) Guerra o Aguirre.

En 1473 o 1474, Juan Colom se agregó a la flota corsaria de Casenove-Coullon y de ahí el distintivo de Coullon-le-Jeune. Esta flota, en agosto de 1476, atacó un convoy de naves precisamente genovesas, junto al Cabo San Vicente (Portugal). En el combate naufragó incendiado el barco de Juan Colom, quien se salvó a nado. Colom, poseído de un alto espíritu místico, renunció entonces a la vida de corsario y se lanzó a más grandiosas aventuras. Partió hasta Dinamarca, donde se unió a una expedición enviada a Groenlandia a principios de 1477. Ulloa cree que Colom se separó allí de los daneses, que regresaron a su patria, o bien que, si regresó con ellos, emprendió de nuevo el viaje solo a Groenlandia. De allí, afirma Ulloa, Juan Colom siguió al Labrador, Terranova y más al Sur. Es posible que tocase en las Bermudas. De todos modos, debió conocer a trechos las costas del hoy Canadá y de los Estados Unidos hasta Florida. Los arrecifes e islotes de esta zona le movieron a tomar dirección por el Norte de las Lucayas, donde una tempestad, tan frecuente en esta zona, debió de llevarlo sobre la costa septentrional de Santo Domingo hacia el puerto de Monte-Christi. Allí se vio obligado a desembarcar para aprovisionarse y reparar su nave.

Para Ulloa, Colom recogió entonces la noticia de la región aurífera de Cibao existente en dicha isla. Enseguida, entusiasmado con su hallazgo, que Ulloa llama el predescubrimiento, regresó a Europa, siguiendo en parte la corriente del Gulf Stream, y aportó en Canarias. Siguiendo la tesis de Ulloa, el antiguo corsario catalán resolvió entonces proponer el descubrimiento y la conquista en forma a algún potentado. Este no podía, por mil razones, encontrarlo en Portugal, sino en España o Francia. Para volver a estos países Colom adoptó el nombre de Xristo-Ferens, que, según Ulloa, sería una simbolización de Juan Bautista, verdadero nombre de Colom.

Cita Ulloa muchos cambios de este orden en la Edad Media. Para su apellido adoptó primero la forma Colomo. En Portugal se detuvo Colom un tiempo, buscando probablemente apoyos particulares para su empresa, y casó con una Muñiz Parestrello. El historiador peruano no cree que Colom solicitara ayuda del Rey portugués; no hallando lo necesario en Portugal, pasó a España con intención de seguir a Francia. Pero en España se dirigió precisamente al Duque de Medinaceli, magnate casado con la hija del Príncipe de Viana, antiguo jefe de la revolución catalana antes que Renato de Anjou. El duque reunía, además, la circunstancia de descender del Infante de la Cerda, a quien un siglo antes el Papa había otorgado la conquista de las Canarias, para cuyo efecto buscó la Cerda la protección de los reyes catalanes. Colom consideraba necesario tener las Canarias por base de su descubrimiento. Diversas circunstancias, entre otras, sin duda, la apropiación de las Canarias por los Reyes Católicos, movieron a Medinaceli a enviar hacia éstos a Colom, recomendándole al gran Cardenal Pedro González de Mendoza, tío carnal de Medinaceli. En la corte encontró el antiguo corsario el apoyo de los catalano-valencianos Coloma y Santángel y el de los aragoneses.

Fernando el Católico desconfió siempre del gran marino, sin duda porque sospechaba o suponía su verdadero origen. Por su parte, Colom, seguro de lo que ya había descubierto, se manifestó intransigente, irreductible, exigiendo el virreinato, el almirantazgo, una parte de las rentas y otras prerrogativas que hacían de él un verdadero soberano de las nuevas tierras. Todo fracasó y Colom, retirado de la Corte, se dirigió a Sevilla para seguir a Francia con su hijo Diego, cuando encontró en la Rábida a Fray Juan Pérez, antiguo confesor de Isabel. Este padre le inspiró confianza. Colom le reveló sólo a medias su secreto y regresó con el padre a la corte (Granada). El padre Pérez dijo a los Reyes lo que sólo él podía decir y todo se arregló con la intervención, además, de Coloma y Santángel.

Para Ulloa, Colom estaba inspirado de las ideas lulistas dominantes en Cataluña. Se había ilustrado, además, con la lectura de autores célebres en su época, como Marco Polo, Pierre d'Ailly, etc. Su temperamento de corsario y aventurero, refrenado por el naufragio en Portugal, lo llevó a Dinamarca y Groenlandia, sus ideas lulianas y lecturas geográficas lo empujaron más allá, a la par que su espíritu místico. El hallazgo de la región aurífera de Cibao en Santo Domingo, lo convenció de que había encontrado Cipango y le infundió su ciega fe y su intransigencia.

Según Ulloa, el padre y el hermano de Colom se llamaban Jaime, transformado en Diego. El nombre de Jamaica viene de Jaime. Puerto-Rico recibió del descubridor su propio nombre: Juan Bautista.
Colom exigió que las Capitulaciones fuesen no sólo con la Corona de Castilla, sino también con la de Aragón y Cataluña, y así lo sostuvo después su hijo Diego en el proceso contra el Fisco. Para Ulloa, la verdadera familia de Colom era una familia catalana que debió de reunir los apellidos Colom y Terroja, o bien Colom y Monrós, emparentados, probablemente, con los Sa-Costa, los Casanova y tal vez con los Coloma. Se ha comprobado ya la existencia en esa época en Cataluña de varios Jaime y Juan Colom, padre e hijo, y hasta con el segundo apellido de Monrós. "Podría, pues, procederse a identificarlos con el descubridor y su hermano Diego, con mayor derecho que lo han hecho diversos historiadores con los genoveses Cristoforo y Giacomo Colombo", escribe Ulloa. Éste, sin embargo, no quiere pronunciar la palabra definitiva de identificación mientras no se tenga un documento personal del corsario Juan Colom durante sus servicios a Renato de Anjou y a Luis XI. En cuanto a la tesis genovesa, Ulloa se declara rotundamente (contra ella), basándose:

a) En la falsedad comprobada ya del pretendido testamento de 1498, único fundamento que parecía serio en esa tesis;
b) en la desaparición del testamento auténtico de 1502;
c) en la falsedad de la supuesta carta a Nicolás Oderigo y al Banco de San Jorge;
d) en las alegaciones hechas por los mismos pretendientes italianos durante el pleito sobre el Mayorazgo de Colón en el siglo XVI, en cuyo pleito ni uno ni otro de los pretendientes era de Génova y uno trató de adjudicarse el nombre y el escudo de los Colom catalanes;
e) en la información hecha en Génova y presentada en ese pleito por el pretendiente italiano Baltasar Colombo, según la cual el descubridor del Nuevo Mundo no fue genovés;
f) en la actitud de los embajadores de Génova en Barcelona en mayo de 1493, cuando llegó allí Colón de vuelta de su viaje;
g) en el oficio de felicitación que en esa época dirigió la Señoría de Génova a los Reyes Católicos, donde no existe alusión alguna a ser Colón genovés;
h) en las infinitas contradicciones y notorias falsedades de Pedro de Angleria, el Obispo Giustianini, Oviedo y todos los primeros Cronistas, que atribuyen a Colón un origen genovés;
i) que todos los historiadores posteriores no han hecho sino repetir servilmente la versión de Angleria a título de que era cronista oficial, cuando éste era precisamente motivo para negarle fe;
j) en que existen otras numerosas falsificaciones, comprobadas en la supuesta documentación genovesa del origen de Colón. Callamos multitud de razones, que sería muy largo citar.

Ulloa sostiene después que el origen de la genovización de Colom (así como el de la castellanización de su apellido, que de Colom se tornó Colón), está en Fernando el Católico, quien aprovechó la circunstancia especial del misterio de que se envolvía el descubridor para negar a éste, primero, sus derechos y despojar a sus hijos, después, del fruto de los trabajos de su padre.

Para Ulloa, Fernando sobornó a Américo Vespucio y a Alonso de Ojeda, que habían sido amigos y servidores de Colom, especialmente Vespucio…


(continuará)
Enrique Bayerri y Bertomeu (Historiador)
Colón tal cual fue . Barcelona, 1960