Fuente: El Pensamiento Navarro, 30 de Abril de 1972, página 3.
Un poco de nuestra Historia
Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso (II)
Por Francisco LÓPEZ-SANZ
“Carlos Alpéns” –Carlos, nombre de los tres primeros reyes carlistas, y Alpéns, recuerdo también de una batalla carlista catalana y sonada victoria, el 9 de julio de 1873, de Don Alfonso Carlos, hermano del Rey Carlos VII, y el valeroso Saballs, que con su arrojo proverbial derrotó al general republicano Cabrinetty, quedó éste muerto y copada su columna–; pues bien, “Carlos Alpéns”, en el estudio interesante que ha hecho sobre el supuesto o mentido “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso, con exhibición de citas y testimonios, en ninguno aparece la prueba documental y terminante de tal “pacto”, y todo acusa de una añagaza o falsedad, a la que han estado siempre muy proclives los muñidores anticarlistas. En el tercero de sus artículos, y en el desfile de argumentos que arrojan un fuerte saldo dudoso o, mejor dicho, negativo, hace esta categórica afirmación:
“Entonces, si no hubo pacto ni en Territet, el 12 de septiembre, ni en París el 23, ni en Fontainebleau el 25, ¿cuándo y dónde se produjo el pacto, que más bien parece un aborto?”.
Ésta es la verdad, hablando con claridad, sin retórica ni subterfugios nebulosos que más llevan a la duda o a la falsedad. Y, ¿por qué razón se tardó tanto en hacer público un inventado pacto del que nadie tuvimos noticia y en el que uno de los dos personajes, el más principal para nosotros y, desinteresadamente para todos los demás, menos para los falsarios o maniobreros –don Jaime de Borbón–, había de morir pocos días después, inesperadamente para España y con sorpresa y dolor inmenso para todos los que fuimos sus leales sin vacilación y con afecto e invariable adhesión a su egregia personalidad?
Un acuerdo tan interesante y sorprendente, si hubiera existido, para bien o para mal, ¿cómo lo habían de desconocer nuestras autoridades políticas, como el caballeroso Marqués de Villores, ilustre prócer valenciano, que era desde hacía años el representante de Don Jaime en España; y cómo lo habíamos de ignorar los que ya éramos mayorcitos, ocupábamos cargos carlistas, habíamos intervenido en actos políticos, escribíamos desde hacía quince años en este periódico y estábamos en plena actividad con nuestras ilusiones de juventud incansable, como muchos queridos amigos que, al cabo de cuarenta años, tantos han desaparecido?
Carlos Alpéns, aunque éstas sean cosas ya viejas, oscuras y de difícil aclaración, más que para ser negadas, ha sido oportuno y ha hecho muy bien en volver sobre ellas para que no haya dudas ante las mismas y para que, como tema histórico, si al cabo del tiempo quedó flotando como cierto lo que, a mi juicio, tampoco lo fue y merece la reprobación. Muy bien, digo, manteniendo una posición de claridad y de verdad que a futuros amantes de la Historia les oriente con certeza sobre el pacto que no existió, aunque haya quedado como argumento probatorio, que nada prueba, un facsímil en el que ni intervino ni firmó uno de los que figura como firmante, nuestro augusto Caudillo, Don Jaime de Borbón. Y en ese caso con mentido argumento como histórico, lo que no fue más que una injusticia e irrespetuosa e indelicada añagaza. Como la de Mina en la batalla de Larremiar, aunque tan mal lo pasó ante los carlistas. O como la de Maroto en el intento de justificar su nefanda traición en el Puy, para seducir al Rey Carlos V, al que ya había vendido inicuamente.
La única afirmación categórica, pero sin el acompañamiento probatorio del manoseado pacto entre Don Jaime y Don Alfonso, fue la de Don José María Lamamié de Clairac, batallador parlamentario tradicionalista, aunque no lo fuera con ese carácter en las elecciones a diputados en las Constituyentes de la República, el 28 de junio de 1931, que salió triunfante en candidatura por Salamanca en unión de Gil Robles, Casanueva y otros. Lamamié era entonces integrista y hasta el año siguiente no se hizo la unión de carlistas e integristas, que eran minoritarios, en un acto celebrado en Pamplona. El señor Lamamié, repito, es el único que afirma que “de la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar”. Pero, con todos los respetos para la memoria del ilustre y batallador parlamentario salmantino, es el suyo un testimonio que no “nos vale”. Aunque fuese hecho con mejor buena voluntad que certeza.
Fue expuesto en el diario madrileño de la tarde, “Informaciones”, en 1954, también a los 23 años de la muerte de Don Jaime. Era una época en que se le dio a dicho periódico cierto tinte tradicionalista, en que creo ya era Director el brillante escritor Juan José Peña e Ibáñez, autor de la magnífica obra “Las Guerras Carlistas”, que, en sus páginas nada dice de pactos ni fusiones absurdas, y sólo al final, en la página 382, se puede leer:
“Apenas venida la República, murió en París el Rey Don Jaime. Sin sucesión el difunto monarca, fue proclamado su tío Don Alfonso Carlos, el viejo Infante que de joven combatiera al frente de los voluntarios carlistas del Centro y Cataluña. La Comunión Tradicionalista desplegó luego una actitud pasmosa”.
Como administrador general fue otro carlista donostiarra, José Goñi (q. e. p. d.), muerto prematuramente, que había dirigido en Vitoria “El Pensamiento Alavés”, y en Santiago de Compostela “El Correo Gallego”. Y entonces se publicaron en “Informaciones”, de acuerdo con el nuevo ideario, interesantes trabajos de sabor tradicionalista, y es cuando vio la luz la afirmación de Lamamié de Clairac –que tuvo un hijo jesuita y capellán en la Cruzada que murió valientemente en ella– diciendo que “de la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar”. ¿Por qué? ¿Dónde estaba el testimonio que lo probara o el argumento que [lo] acreditara, a los 23 años de un imposible acuerdo, cuando el señor Lamamié de Clairac no supo nada de aquel inventado pacto, porque entonces ni siquiera pertenecía a la Comunión Tradicionalista?
Y pensando en volver a insistir en el tema en días próximos, me atrevo a hacer míos los conceptos tan razonables como lógicos de Carlos Alpéns en el III de sus artículos:
“Es inverosímil, por no decir absurdo, que Don Jaime, a los cinco meses del destronamiento de Don Alfonso y sin previa reconciliación personal, accediera a la firma de un pacto disparatado y desfavorable.
“Ningún acontecimiento ni circunstancia urgía la firma precipitada de un pacto de singular trascendencia para ambos firmantes y para España. Sin embargo, el documento no fue consultado con ninguna autoridad de la Comunión, ni siquiera con el augusto tío del Rey, directamente afectado en el “Pacto” en sus derechos ya adquiridos. Don Jaime jamás habría obrado tan a la ligera”.
Efectivamente. Esto es de sentido común y en ello parece que sólo obró el turbio espíritu de los que quisieron o creyeron ganar una batalla sin librarla y con las malas artes con que ganaron las que dieron la victoria a Isabel II y a su hijo Alfonso XII, que, por su fortaleza, habían de ser las que, en su día, obsequiaron con la afrenta del destierro a la hija de Fernando VII y a su nieto, Don Alfonso, el que, por lo visto, firmó solo el pacto…
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