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Tema: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

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    El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: Informaciones, 7 de Julio de 1954, página 5.


    NOTAS para la HISTORIA de la SEGUNDA REPÚBLICA

    Negociaciones e intentos de pactos ENTRE LAS DOS ramas dinásticas

    (COMENTARIOS A UN LIBRO INTERESANTE)

    Por JOSÉ MARÍA LAMAMIÉ DE CLAIRAC

    1


    En el libro recientemente aparecido de Santiago Galindo Herrero, titulado «Historia de los partidos monárquicos bajo la segunda República», aparecen negociaciones y pactos entre don Alfonso de Borbón y Habsburgo, de una parte, y de otra, don Jaime o don Alfonso Carlos de Borbón; claro que interviniendo en la preparación de estos documentos partidarios de una y otra rama dinástica. Es conveniente fijar la verdadera realidad de estas negociaciones y pactos, pues de quedar en el aire la afirmación de su existencia real y de su vigor y eficacia, el conocimiento de los hechos no se ajustaría a la verdad y puede dar lugar a enjuiciamientos que carezcan de una base sólida.

    Santiago Galindo Herrero ha escrito su obra sin duda con la más recta intención y con un gran deseo de imparcialidad, que se echa de ver a todo lo largo de aquélla. Al aportar documentos, quienes se los han proporcionado no le han enterado debidamente de las circunstancias que concurrieron en cada uno, y de aquí que aparezcan como documentos que tuvieron plena eficacia y trascendencia.

    El haber actuado casi durante todo el tiempo que comprende el libro como directivo de la Comunión Tradicionalista, en puestos siempre al lado de las autoridades supremas, me ha dado un conocimiento que me permite puntualizar los hechos a que la historia de Galindo se refiere en cuanto afectan a dicha Comunión.

    De esas negociaciones y pactos, tal cual aparecen en el libro, interesa destacar:

    Primero. El pacto entre don Jaime y don Alfonso XIII que aparece en la página 171, como fechada en 12 de septiembre de 1931 en Terradet [sic] (Suiza).

    Segundo. La carta que aparece en la página 175, como escrita por don Alfonso Carlos a don Alfonso XIII en 7 de octubre de 1931 en Puchheim.

    Tercero. El pacto que figura en la página 66, entre don Alfonso XIII y don Alfonso Carlos, de 6 de enero de 1932, sin expresión del lugar de fecha.

    Cuarto. El manifiesto de don Alfonso Carlos, de igual fecha, que aparece en la página 67; y

    Quinto. El manifiesto de don Alfonso XIII que se inserta en la página 69, como fechado en Murren (Suiza) en 23 de enero de 1932.


    PRIMERO: PACTO ENTRE DON JAIME Y DON ALFONSO XIII DE 12 DE SEPTIEMBRE DE 1931

    De la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar. Aparte de que Galindo aporta su texto por facsímil, dan testimonio de su certeza los dos augustos firmantes en diversos documentos que también aparecen publicados, así como el señor Fal Conde, y yo atestiguo lo mismo por haberlo oído al propio don Alfonso Carlos y a directivos de la Comunión.

    Eficacia y vigor del anterior pacto.– En la gestación de éste se observa una cosa rara. No se cita ningún nombre de persona que interviniera asesorando o acompañando a ninguno de los dos firmantes; y cuando tanto se ha discutido sobre este pacto, jamás he oído que nadie se atribuyera paternidad ni intervención en su elaboración y redacción, contra lo que suele suceder en casos análogos. Pero hay algo más interesante; muere don Jaime a los pocos días de firmado aquél, y sin embargo, ni el jefe delegado, marqués de Villores, nos previene nada a los miembros de la Junta Suprema que se forma, ni don Alfonso Carlos acepta el pacto, como vamos a ver.


    SEGUNDO: CARTA DE DON ALFONSO CARLOS A DON ALFONSO XIII DESDE PUCHHEIM, EN 7 DE OCTUBRE DE 1931

    Los términos de esta carta, cuyo texto no es de puño y letra de don Alfonso Carlos como pudiera erróneamente creerse, en que expresa y categóricamente dice don Alfonso Carlos que suscribe en todas sus partes los extremos del pacto por creerlos beneficiosos para España, sirven de apoyo a Galindo para afirmar la conformidad de don Alfonso Carlos con dicho documento. Pero el mismo Galindo ha consignado en su libro suficientes elementos para afirmar que don Alfonso Carlos lo repudió y no lo aceptó nunca. En carta que aparece en la página 91 dirigida por don Alfonso Carlos a don Lorenzo Sáenz dice expresamente: «El famoso pacto firmado el 12 de septiembre de 1932 (tiene que ser 1931) entre don Alfonso y Jaime, me lo envió don Alfonso al morir Jaime. Me quedé desconsolado al ver la firma de Jaime, pues está puesto en términos no tradicionalistas. Estaba dispuesto Jaime a reconocer por rey a don Alfonso, y volverse él infante si las Cortes ¡Constituyentes! lo deseaban. Don Alfonso deseaba tener mi firma, como va indicado en aquel pacto; yo me opuse absolutamente, pues soy tradicionalista decidido y antiliberal. Jaime lo firmó, sin duda, con la mejor intención, siendo de su parte un acto de generosidad; pero no se dio cuenta, en su noble arranque, que no tenía el derecho de ceder en una cuestión que no era suya. En cuanto a mí quedé del todo libre y no lo firmé; de modo que ningún pacto me ata a don Alfonso». Esto mismo lo afirma Fal Conde con referencia a don Alfonso Carlos, y lo mismo le oí yo repetidas veces a don Alfonso Carlos y a doña María de las Nieves. Esta última, y así lo refería el conde de Rodezno, decía que el día que su regio esposo conoció este pacto no pudo conciliar el sueño por la noche y la pasó en medio de una gran agitación nerviosa, consecuencia del mal efecto que le había hecho aquella lectura.

    Hay otra circunstancia que prueba que ni la Comunión Tradicionalista ni siquiera el propio Alfonso XIII estimaron que tuviera eficacia y vigor este pacto; y es la de que en enero siguiente, según Galindo, se negoció ya otro pacto, del que vamos a ocuparnos, entre los dos Alfonso, y si hubiera tenido vigor y eficacia el anterior entre don Jaime y don Alfonsos, ni éste ni don Alfonso Carlos hubieran autorizado que se negociara otro entre ellos, y mucho menos lo hubieran firmado, como afirma Galindo. Y el mismo año, más adelante, en París, con intervención, entre otros, del propio Calvo Sotelo, se negoció otro pacto también entre los dos Alfonsos, que tampoco llegó a feliz término, y del que puedo dar toda clase de datos porque intervine en la negociación. Así como los informadores de Galindo Herrero no le han dado cuenta de estas negociaciones de París, tampoco le han informado de la Asamblea que celebró en Toulouse la Comunión Tradicionalista y que también tiene importancia en orden al asunto que nos ocupa.

    Un día se me comunicó de parte de don Alfonso Carlos que fuera a visitarle. Llegado a la frontera me llevaron en coche al pueblecito vasco-francés de Ascain, donde fui presentado por vez primera a don Alfonso Carlos y doña María de las Nieves. Allí encontré a don Esteban Bilbao, y se nos llamaba a los dos para que diéramos nuestra opinión sobre el discurso que al día siguiente había de leer don Alfonso Carlos en la Asamblea. Acudimos a Toulouse representantes de toda España, y desde luego, las figuras más significativas del carlismo; la reunión tuvo lugar en el Chateau de Mondonville, cercano a dicha ciudad, y propiedad de un legitimista francés que como zuavo pontificio había sido compañero de don Alfonso Carlos en la defensa de la Puerta Pía en tiempo de Pío IX. Pues bien, en esta Asamblea convocada para tratar de la situación de España y de la actitud de la Comunión, se trataron como es natural la cuestión sucesoria y las relaciones con don Alfonso XIII y su rama; y no es que se criticara y rechazara el pacto entre don Jaime y don Alfonso XIII, es que ni don Alfonso Carlos en su discurso, ni nadie en las discusiones, invocó su existencia y eficacia, sino que la Asamblea lo ignoró en absoluto. Hubo, como era de suponer, partidarios y adversarios de una negociación con don Alfonso, pero el pacto no salió a relucir, si es que se conocía por algunos, puesto que ni se invocó por nadie, ni nadie argumentó con las obligaciones en el mismo contraídas.

    De cuanto va dicho podemos inducir que el pacto se negoció, redactó y firmó directamente entre los dos primos, don Jaime y don Alfonso. Y el contenido del pacto remitía la decisión sobre quién había de ser el rey a un acuerdo de las Cortes (de aquí el deseo de que lo firmara don Alfonso Carlos, el cual se negó a ello, como hemos visto). El pacto estaba dentro de la línea de la tesis de Alfonso XIII, quien como rey liberal estimaba que su título de soberanía provenía de las Cortes, y además, de acuerdo con su Manifiesto de despedida a los españoles en abril de 1931, mientras que don Jaime, menos cauto y avisado, aceptó firmar este pacto, que no podía ser más contrario a los principios de la legitimidad, según el concepto tradicional, pues el título de su soberanía no procedía del sufragio universal, sino de la ley de Sucesión y de su nacimiento en relación con ésta.

    Se comprende que tal pacto repugnase a don Alfonso Carlos, como a todos cuantos carlistas le conocieron.

    El mismo Galindo, en la página 60, dice como juicio personal suyo que el pacto, por su contenido, meditado seriamente, debió pensarlo insostenible don Alfonso Carlos, dado su contenido liberal.
    Rodrigo dio el Víctor.

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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: Informaciones, 8 de Julio de 1954, página 5.


    NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA SEGUNDA REPUBLICA

    Negociaciones e intentos de pactos ENTRE LAS DOS ramas dinásticas

    (COMENTARIOS A UN LIBRO INTERESANTE)

    Por JOSÉ MARÍA LAMAMIÉ DE CLAIRAC

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    Según Galindo, se nombró por los dos Alfonsos una Comisión negociadora, en que actuaron por los carlistas Esteban Bilbao, Rafael Olazábal, Luis Zuazola, José María Gómez de Pujadas y Manuel Senante, y por los alfonsinos, el conde de Vallellano, Quiñones de León, el general Ponte, el marqués de Albayda, Julio Dánvila y el marqués de Cartagena, llegándose a un acuerdo en la redacción de un pacto y dos manifiestos. El pacto, que se da como firmado por los dos Alfonsos el 2 [sic] de enero de 1932, no llega a dar solución al problema de qué rama había de reinar. Se limita a preceptuar la constitución de un Comité de ocho personas (cuatro por cada parte), que organizarán las fuerzas monárquicas, que conjuntamente habían de cooperar al fin de salvar a España del comunismo a que la conducían gobernantes ateos, anteponiendo esta finalidad a todas las miras personales y conveniencias de partido. Señala en la cláusula segunda que las reales personas dejan en libertad a sus partidarios para tomar acuerdos políticos en orden a una unión monárquica necesaria para la restauración de este régimen, bajo el credo tradicionalista adaptado a los tiempos presentes. En la cláusula tercera, don Alfonso Carlos se obligaba a convocar unas Cortes que elaboraran la ley fundamental definitiva, inspirada en la tradición española.

    Complemento del pacto eran, según Galindo, los dos manifiestos que copia en las páginas 67 y 69. En el de don Alfonso Carlos, éste, después de referirse a distintas cuestiones de tipo programático, que interesaban a todos los españoles, termina haciendo un llamamiento a todos los españoles, y en primer término a su sobrino Alfonso, en quien por su muerte, y por rigurosa aplicación estricta de la ley, habrán de consolidarse sus derechos «aceptando aquellos principios fundamentales que en nuestro régimen tradicional se han exigido a todos los reyes con anteposición de derechos personales», con lo que apuntaba a la sucesión por el propio Alfonso XIII, supeditándola a aquella aceptación de principios sobre la cual hemos de volver. Don Alfonso XIII, en su manifiesto, dice que «los principios fundamentales, del llamamiento de mi amado tío y jefe de mi familia, don Alfonso Carlos de Borbón y Austria Este, los aplaudo, suscribo y acepto», y que «puesto que son los mismos [que los de la bandera española], unámonos todos en verdadera comunión espiritual contra la ola del comunismo y anarquismo que la invade [a España]», insistiendo en los deseos de unión en otros párrafos.


    VIRTUALIDAD Y EFICACIA DE ESTE PACTO

    Se ocurren las siguientes preguntas: ¿El pacto fue convenido y redactado por la Comisión de una y otra parte de que habla Galindo? ¿Tuvo este pacto virtualidad y eficacia y se le dio por vigente en algún momento? Por lo que a mí hace, yo puedo declarar que jamás se le tuvo por vigente dentro de la Comunión, ni se publicó o divulgó. Personalmente no lo conocí nunca, ni creo que otros muchos de los directivos lo llegaran a conocer, si es que existió. Por parte de don Alfonso Carlos, en la citada carta a don Lorenzo Sáenz, escrita un año después, dice don Alfonso Carlos de un modo terminante: «NINGÚN PACTO ME ATA A DON ALFONSO. En el manifiesto de 6 de enero de 1932 aclaré tan sólo que, según la ley fundamental (Sálica), la rama de don Alfonso me sucedería si aceptaba como suyos nuestros principios fundamentales (tradicionalistas). Así sería la continuación de nuestra dinastía tradicionalista. Pero para esto debería don Alfonso haber reconocido la legitimidad de nuestra rama antes de mi muerte (la que no puede tardar), o, SI NO, abdicar en su hijo, el que tendrá que reconocerme».

    No le concedió, pues, don Alfonso Carlos tampoco virtualidad y eficacia al pacto, y aun por esta carta se puede deducir que el pacto no existió, puesto que dice, sin distinguir, que ningún pacto le ata a don Alfonso; pero ni aun don Alfonso XIII debió reconocerlo como vigente, por cuanto en otoño del mismo año se llevaban a cabo las negociaciones de París antes aludidas, y de las que volveremos a hablar, y era innecesario negociar un nuevo pacto de haber estado vigente éste que se dice de 6 de enero.

    Repetimos que ni el pacto ni los manifiestos tuvieron nunca difusión para ser conocidos por los partidarios de una y otra rama, ni se tuvieron en cuenta [en] nuestras deliberaciones. La antes citada asamblea de Mondonville (Toulouse) tampoco se ocupó para nada de este pacto: ignoró la existencia tanto de éste como del suscrito entre don Jaime y don Alfonso.

    Como viven varios de los que dice Galindo que formaron parte de la Comisión negociadora, pueden puntualizarse estos extremos interrogándoles, aunque desde luego puede afirmarse que a ese pacto, si existió, no se le concedió nunca eficacia ni se le consideró vigente.

    Nosotros hemos interrogado a don Manuel Senante, el cual nos ha manifestado de modo terminante:

    1.º Que no hubo realmente Comisión negociadora nombrada como tal, sino que él y don Juan Olazábal y Ramerí, antiguo jefe nacional del partido integrista, fueron llamados a Burdeos para ser presentados a don Alfonso Carlos, que no les conocía. Al llegar allí se encontraron con otros carlistas, entre ellos el conde de Rodezno, Rafael Olazábal, Pujadas y un Zuazola que no cree fuera don Luis, sino don José, recordando también que en las reuniones habidas estuvieron los marqueses de Albayda y de Cartagena, pero no recuerda ni del conde de Vallellano, ni de Julio Dánvila, ni de Quiñones de León; y en cuanto al general Ponte, le visitó en Burdeos, pero no estuvo en las conversaciones que tuvieron lugar en el hotel Bordeaux, a donde acudían don Alfonso Carlos y doña María de las Nieves desde Arcachón.

    2.º Que allí no se preparó ni se firmó pacto alguno, y que lo único que se les dio a conocer fue un proyecto de manifiesto de don Alfonso Carlos, en el que intervino el conde de Rodezno y no don Esteban Bilbao, del que no recuerda que estuviera en Burdeos, en estas conversaciones.

    3º. Que nada conocieron allí de un proyecto de manifiesto de don Alfonso XIII.

    4.º Que en el manifiesto de don Alfonso Carlos se hacía un llamamiento a todos los españoles, incluso a su sobrino don Alfonso, sin mencionar nada de consolidación de derechos en él, a su muerte; pero que este manifiesto no tuvo luego difusión alguna, pues por una indiscreción habida se juzgó imprudente divulgarlo, dadas las críticas circunstancias de España.


    LAS NEGOCIACIONES DE PARÍS

    Como ya hemos dicho, a Galindo nadie le ha informado, sin duda, de la existencia de tales conversaciones, por cuya razón voy a suplir esa omisión con el relato de cuanto sé por haber intervenido en ellas.

    Fue en el otoño de 1932. Calvo Sotelo se encontraba ya en París, y sin duda, dado su carácter impetuoso y sus deseos de que se hicieran cosas eficaces, debió influir para que se celebraran.

    Lo cierto es que un día el conde de Rodezno, presidente de nuestra Junta, me avisó que había que ir a París; que él marchaba delante y me avisaría para que yo concurriese. Una noche llegaba yo a la estación del Quai d´Orsay y allí me esperaba el conde, quien, mientras íbamos al hotel, me fue enterando de lo que se había hecho. El día anterior, don Alfonso XIII les había invitado a almorzar con él en el hotel Maurice a Rafael Olazábal y a Rodezno, y luego se había celebrado una reunión en la casa que los vizcondes de Gironde tenían en la rúe de la Faisanderie, a la cual habían concurrido, además de don Alfonso en persona, que presidió, Calvo Sotelo, el conde de Vallellano, el marqués de Camps y dudo si Sáinz Rodríguez y el general Barrera, y por los carlistas, el conde de Rodezno, José Luis Oriol y Rafael Olazábal. Casi se había llegado a un entendimiento, y al día siguiente habría una nueva reunión a la que yo habría de asistir también. Se trataba de llegar a un acuerdo para que a don Alfonso Carlos le sucediese el infante don Juan, con la seguridad para los carlistas de que se aceptarían los principios tradicionalistas para establecer o instaurar una Monarquía de este carácter. La dificultad, vi al día siguiente que estribaba en que se convenían en un proyecto de pacto las renuncias de sus derechos por don Alfonso de Borbón y Habsburgo y sus dos hijos mayores, don Alfonso y don Jaime de Borbón y Battenberg, y una vez adscrito a los principios tradicionalistas el infante don Juan, haría la abdicación a su favor don Alfonso Carlos. Los negociadores alfonsinos veían la dificultad de que las renuncias de don Alfonso y sus hijos se hacían, desde luego, y que, en cambio, la abdicación de don Alfonso Carlos se aplazaba; y por los negociadores carlistas se encontraba la grave dificultad de que don Alfonso Carlos abdicara en don Juan sin absolutas garantías de la adscripción de éste a los principios tradicionalistas.

    Yo, que era mirado como el hombre más intransigente, cogí una cuartilla y añadí una cláusula, que obtuvo el asentimiento de todos, llegándose a un acuerdo sobre el proyecto de pacto. La cláusula, poco más o menos, decía así: «Si pasado un tiempo prudencial en que el infante don Juan, al lado de su tío, se hubiera ambientado e instruido en los principios tradicionalistas, sin embargo don Alfonso Carlos no realizara su abdicación, se considerarán nulas y sin ningún efecto las renuncias hechas por don Alfonso de Borbón y Habsburgo, y sus dos hijos mayores». En el proyecto de pacto, para asegurar todo lo posible la real adscripción del infante a la doctrina tradicionalista, se convenía en que fuera éste a vivir el tiempo necesario con su tío don Alfonso Carlos. A esta convivencia debe referirse lo que dice Galindo en una nota, aun cuando no concreta cuándo se habló de esta cuestión.

    Aceptado el proyecto de pacto por todos, y no estando don Alfonso presente aquel día, quedaron sus partidarios en darle cuenta cuanto antes del proyecto y rogarle su pronta aprobación. El que asistió esa tarde, aunque no los días anteriores, quiero recordar que fue el ex ministro señor Aunós.


    FRACASO DE LA NEGOCIACIÓN

    Reunidos con don Alfonso, días después, sus representantes, les dijo aquél, ante sus reiteradas instancias para la aprobación, que tenía que consultar el proyecto con otros partidarios suyos, y luego se supo que lo había hecho con Romanones, el marqués de Lema y creo que también con don Juan [de] la Cierva. El conde, con todos los prejuicios antiguos contra el carlismo, contestó que eso era abrazar el absolutismo, cosa que no debía hacerse; y el marqués de Lema parece que dijo que la historia se repite y que la restauración monárquica vendría, aunque no en cabeza de don Alfonso, sino en uno de sus hijos, al igual que sucedió después del destronamiento de su abuela Isabel II. De la respuesta de [La] Cierva no recuerdo.

    Así fracasó totalmente esta negociación de París, que no ha tenido publicidad hasta este momento.

    * * *


    Como se ve, lo que hubo durante la segunda República española fueron varios intentos de llegar a pactos que resolvieran la cuestión dinástica, pero ninguno logró tener eficacia ni virtualidad.

    Por lo que a mí hace, puedo decir que trabajé cuanto pude por la acción concorde de alfonsinos y carlistas frente a la República, a la que combatí en todo momento, repugnando las tácticas contemporizadoras y adhesionistas de la C.E.D.A. y de «El Debate», siendo ciertas y exactas en lo sustancial las citas que de mi actuación hace Galindo en su libro.


    LA OPOSICIÓN EN LAS CORTES DE LA REPÚBLICA

    Santiago Galindo llama a Calvo Sotelo jefe indiscutible de la oposición, incidiendo en la impropiedad cometida por muchos escritores. Bueno es que conste que las minorías tradicionalista y de Renovación Española fueron independientes una de otra. En las Cortes Constituyentes no hubo ni una ni otra minoría, sino que solamente actuaron por las derechas la minoría agraria, en la que nos refugiamos los integristas Estévanez, Gómez Rojí y yo, y la vasco-navarra, de la que formaban parte los carlistas conde de Rodezno, Beunza, Oreja y Julio Urquijo, no existiendo, como no existía, Renovación Española. En las Cortes siguientes fue jefe de la minoría de Renovación Española don Antonio Goicoechea, y de la tradicionalista, primeramente, el conde de Rodezno, y después de las elecciones de 1936 fui designado yo por la Jefatura de la Comunión. En estas Cortes ambas minorías se apoyaron y ayudaron todo lo posible, bajo la dirección en tal sentido de los jefes que tuvieron. Esto no supone restar ningún mérito a Calvo Sotelo, cuyas dotes excepcionales y cuya valiente actuación soy el primero en reconocer.

    Galindo, influido sin duda por Vegas Latapié, a quien tantos elogios dedica en su obra, exagera la importancia de «Acción Española», que no parece sino que fue la quintaesencia y el pensamiento político del tradicionalismo. Por su parte, la T.Y.R.E. nunca fue más que una oficina electoral conjunta, que es la finalidad para la cual fue autorizada y constituida.

    En cuanto al Bloque Nacional, no es posible en unas pocas líneas exponer su génesis y actuación y apreciar la mayor o menor importancia que tuvo en el plano de la política española. En muchas de sus apreciaciones sobre esta organización política no puedo yo estar conforme con Galindo, aunque lamente no poder ahora puntualizarlas.

    Termino ya. Nadie vea en lo que llevo escrito animosidad contra nadie ni deseo de rebajar los méritos de persona alguna. He querido solamente completar la interesante historia de Galindo con los datos referentes a los intentos de pactos entre las dos ramas dinásticas; y ni tampoco censuro a los que intervinieron en las negociaciones, puesto que hago pública mi intervención, hasta ahora desconocida, en las habidas en París en 1932.

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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ABC, 20 de Julio de 1954, páginas 3 y 4.



    DATOS PARA LA HISTORIA



    Los comentarios publicados en “Informaciones” recientemente con motivo del libro de Galindo Herrero, escritos por don José María Lamamié de Clairac, titulados “Negociaciones e intentos de pactos entre las dos ramas dinásticas”, y la invitación que hace el autor a cuantos intervinimos en el asunto para que digamos lo que sabemos, aportando datos que sirvan para su perfecto enjuiciamiento, me deciden a satisfacer tal deseo quebrantando el silencio que guardé hasta ahora por miedo a poder aparecer deseoso de figurar como gran actor en una obra en la que, junto a quienes dieron por ella su vida, nada supone cuanto hicimos, hacemos y hagamos los que por milagro de Dios aún existimos.

    Siguiendo el orden cronológico de Lamamié de Clairac y limitándome por hoy a lo por él tratado, el Pacto de don Alfonso XIII y don Jaime, firmado el 12 de septiembre de 1931, puedo asegurar que es auténtico tal y como figura reproducido en el libro de Galindo, cuyas firmas son las de ambos señores y el texto está escrito de puño y letra del duque de Miranda. Su origen está en unas reuniones que después de los sucesos que hicieron clausurar el Círculo Monárquico de Madrid tuvieron lugar en “La Ferme”, villa que en San Juan de Luz poseía la vizcondesa de La Gironde, y a las que asistimos varios alfonsinos y carlistas, que creíamos esencial el que se aunasen voluntades, haciendo posible el que una coincidencia entre los monárquicos de ambas ramas, con la fuerza de la unión, facilitase el triunfo de la Monarquía contra la República, que veíamos como peligrosísima para España.

    En aquellas reuniones se trataron puntos teóricos y planes de ejecución, en los que, después de distingos más o menos reales, se llegaba a concretar la fórmula conjunta, excepto en cuanto se refería a la persona que en su día hubiese de ocupar el Trono al ser instaurada la Monarquía tradicional que todos ansiábamos. Y esta discrepancia que entorpecía todo lo demás llegó a ser tan decisiva, que hacía pensar que mientras no quedase resuelta se malograrían nuestros trabajos en pro de la unión. Para tratar de solucionar el caso, en la siguiente reunión que tuvimos planteé aquel punto de vista y propuse dejar la cuestión personal en manos de los dos interesados para que tratasen de encauzarla y cuando la tuviesen decidida nos lo comunicasen a sus partidarios, que, dejando de lado tan difícil materia, podríamos avanzar rápidamente en lo demás, llegando a resultados tan satisfactorios como útiles para lo que nos proponíamos. Aceptada la idea, me puse en contacto con el señor Gómez de Pujadas y convinimos en que él marcharía junto a don Jaime y yo iría a ver a don Alfonso XIII para exponerles el caso y, si les parecía bien la propuesta, que nombrasen dos personas que, previamente enteradas del criterio de cada uno de ellos, redactasen cuanto antes el proyecto de un posible Pacto, que, si merecía su aprobación, firmarían.

    Marchamos a nuestros respectivos destinos y a los tres días volvimos a reunirnos en la villa Lehene, que en Hendaya tenía yo alquilada, comunicándonos mutuamente que los dos jefes de las ramas alfonsina y carlista habían encontrado buena la sugerencia y delegaban en nosotros sus respectivas representaciones para confeccionar el borrador del documento. Esta tarea resultó desde el principio muy difícil en su fondo y en su forma: lo primero, porque después de fallar los múltiples intentos de soluciones pacíficas del pleito dinástico, por vías dogmática y legal, era inútil buscar razones que convenciesen a ambas partes interesadas; y lo segundo, porque tampoco por la fuerza, que había provocado las guerras civiles, se había logrado otra cosa, sino emponzoñar más el asunto y facilitar el que algunos antimonárquicos tratasen de razonar su tesis ante los perjuicios que podían traer las discusiones sobre dinastías y personas a quienes correspondía ocupar el Trono. Pese a tales inconvenientes, ante la absoluta necesidad de la unión, y en vista del entusiasmo y desinterés de don Alfonso XIII y de don Jaime, se puso manos a la obra. Al cabo de varias reuniones tratando de salvar los intereses encontrados, y previa alguna visita a los dos señores –que en las dificultades siempre reaccionaban rivalizando en desinterés y patriotismo, dándonos órdenes de ceder en todo, en aras de los beneficios que la unión traería–, se llegó a la redacción de los seis puntos que contiene el documento, y cuya motivación fue como sigue: el primero afirma la necesidad de unión de todos los elementos de orden y, anteponiendo los intereses de la Patria y la Institución a los personales de los firmantes, trata de evitar cualquier movimiento de fuerza para una inmediata restauración; las Cortes Constituyentes a que se refiere, como fiel reflejo de los deseos de los ciudadanos españoles, no son otras, sino las Corporativas de pura esencia tradicionalista, ya que don Jaime era el jefe de aquella rama y don Alfonso estaba tan desengañado del sistema anterior como quien sufría en su alma y en su carne sus más amargas consecuencias; el segundo punto trata de que ninguno de los firmantes pueda, entrando en España, preparar su camino con perjuicio del otro, con lo cual dan el alto ejemplo de emplear iguales armas y salen al paso de lo que pondría en peligro la unión preconizada; el tercero aísla a los posibles futuros Reyes de cualquier compromiso de partido, no exponiéndoles a equivocaciones probables al no ser siquiera previsible el “cómo ni el cuándo” de la restauración monárquica, dejando a los políticos la responsabilidad de sus actos e incitándoles a la unión como el único medio de llegar a la meta que se proponen; el cuarto da la única forma de arreglo posible a un pleito que el transcurso de los años y las guerras fratricidas demostraron ser insoluble dentro de las normas corrientes; éste fue el punto más debatido, estudiado y consultado con los señores; a ellos y a los negociadores disgustaba la solución dada, por su apariencia antiinstitucional y antitradicionalista,, pero ¿es que existía otra mejor? y es que, por reparos legalistas, ¿se podía mantener eternamente un cáncer que haría imposible para siempre el retorno de las dinastías españolas?; se pensó en la posibilidad de suprimir este apartado y los dos siguientes, que son la consecuencia de él, esperando que la falta de descendencia directa de una de las ramas acabase el conflicto, pero ello, además de echar abajo la finalidad del Pacto, era inoperante para el caso de que la Restauración se hiciese en vida de don Jaime o de su tío don Alfonso Carlos, y se argumentó que aun muertos éstos, sin la existencia del Convenio y de las consecuencias de la unión buscada, con encaje de todos los monárquicos bajo un solo mando y principios idénticamente sentidos, nunca faltaría algún postizo pretendiente, apoyado por cualquier grupo, que a pretexto de puritanismo diese lugar a nuevos pleitos en la ocupación del Trono; por ello prevaleció el criterio de aceptar estos tres puntos en la forma que se hizo, demostrando que todo se supeditaba al bien patrio y esperando que el Altísimo, con su omnipotencia, ayudaría a resolver el asunto como mejor fuese para una nación a la que siempre demostró protecciones tan señaladas; por último, los puntos quinto y sexto son la consagración del más alto ejemplo de abnegación dado por unos príncipes verdaderamente cristianos y patriotas, en quienes todos sus personalismos no representaban nada para ellos cuando se trataba del bien de su Nación y de su Pueblo.

    El texto del Pacto fue llevado a don Alfonso XIII por el conde de Plasencia –mártir por España años después– y a don Jaime por don José María Gómez de Pujadas; y añadido por el primero, el párrafo final que dice: “Reunidos en Territet (Suiza) con la conciencia de haber antepuesto a todo el bien de nuestra Madre Patria y con el más vehemente deseo de su prosperidad y engrandecimiento y al grito de “Viva España”, firmamos por duplicado el presente Pacto a doce de septiembre de mil novecientos treinta y uno”. Aprobado por ambos, fueron sacadas tan sólo dos copias, de puño y letra del duque de Miranda, para que cada interesado guardase la suya en secreto y se limitase a decir a sus partidarios que la cuestión personal sobre quién habría de ocupar el Trono la tenían ellos resuelta, y a su debido tiempo verían que jamás sería obstáculo para que, durante el ejercicio de la Monarquía, continuase la estrecha unión entre quienes la hubiesen traído.

    Finalizado lo anterior, Gómez de Pujadas y yo hicimos saber a los reunidos en “La Ferme”, en nombre de los dos señores, que la cuestión personal dinástica estaba pactada y se podía laborar en todo lo demás, con la seguridad de que no constituiría nunca el menor obstáculo, teniendo lugar después otras dos sesiones en medio de la mayor concordia, siendo las últimas que se celebraron al ser interrumpidas por el fallecimiento de don Jaime, acaecido a los pocos días.

    Como consecuencia del Pacto, existió una aproximación personal entre los jefes de las dos ramas. Don Alfonso XIII envió a su hijo don Jaime, duque de Segovia, a visitar a su tío del mismo nombre en París; acto seguido éste fue a ver a don Alfonso a Fontainebleau, y también dicho don Alfonso XIII visitó a su primo en la capital de Francia. Inmediatamente después, cuando todo hacía presagiar los mejores augurios de unión duradera y auténtica, acaeció la muerte inesperada de don Jaime. Sin preparar aún los ánimos para la aceptación del Pacto; faltando el Comité que, compuesto de directivos de los dos sectores, ostentase el mando único con autoridad para imponerse; don Alfonso XIII, con aquella perspicacia política que le caracterizaba, advirtió desde los primeros momentos que su colocación como heredero de los derechos de don Jaime era prematura para tener el asenso de los carlistas, y cuando alguno de éstos fue a verle y otros, como don José de Liñán, conde de Doña Marina, le telegrafiaban con tratamiento de Rey, él se limitó a enterar del Pacto a don Alfonso Carlos por medio de Gómez de Pujadas, testigo de mayor excepción, ofreciéndole con ello que se convirtiese en el sustituto de su sobrino don Jaime en los privilegios y derechos que el documento le concedía y que nunca podría estorbar la convergencia de ellos en don Alfonso XIII o sus hijos, por la avanzada edad del interesado y carecer de descendencia. Su tío reaccionó como era de esperar dadas sus excelentes condiciones, lleno de amor a su patria y a la Comunión Tradicionalista, aceptando la postura y haciéndose solidario del Pacto, que le llenó de contento; pero el tiempo pasó, las circunstancias cambiaron, el ejemplar que tenía don Jaime se destruyó a pretexto de antitradicionalismo en su contenido; a don José María Gómez de Pujadas fueron sustituyéndole otras personas que con ciertos razonamientos cambiaron el criterio del augusto anciano y todo lo hecho por la unión se vino abajo, dando al traste con algo que de haber sido más largo y efectivo tal vez hubiese hecho terminar la República el 10 de agosto en forma menos sangrienta; porque si al levantamiento del general Sanjurjo en Andalucía se hubiese unido el de Navarra, que falló por ciertos distingos, es fácil que el Movimiento liberador hubiese partido de aquella fecha, evitando muchas muertes y amarguras que más tarde trajo.

    Como consecuencia de lo ocurrido después del Pacto de 1931, todo el resto de cartas, manifiestos, Comités y demás cosas que aparecen en el libro de Galindo Herrero y sus comentarios por Lamamié de Clairac fueron los últimos esfuerzos de unos deseos de encauzar lo que ya no tenía arreglo. Cuantas personas se citan y otras varias seguimos cooperando en la obra, pero de forma deshilvanada, sin orden y faltos de ilusión, que pronto acabó por perderse totalmente ante los escasos resultados de lo obtenido, cesando, al fin, las actuaciones conjuntas, para polarizarse cada grupo de monárquicos alrededor de don Alfonso XIII y de don Alfonso Carlos, dedicándose a labores aisladas poco potentes para vencer lo que el comunismo iba laborando. La última actividad de carácter conjunto corrió a cargo del conde de Vallellano, que intervino con gran acierto en la redacción del Manifiesto de don Alfonso XIII, que pudo todavía encauzar lo torcido y que al resultar ineficaz llevó, a quien más tarde sería conmigo vicepresidente de Renovación Española, a aceptar entonces el cargo de representante del Rey en aquellos tiempos en que tantos peligros traía el aparecer unido a la Augusta Persona desterrada.

    Con lo escrito sólo he querido cumplir un deber de ciudadanía, acudiendo al llamamiento que hace Lamamié de Clairac para que quienes intervinieron en las negociaciones entre las dos ramas dinásticas digan lo que sepan. He procurado limitarme a narrar las cosas, sus antecedentes, y consecuencias, con suficiente detalle, para que cuantos quieran conocer el pasado queden bien enterados de estos hechos. Tal vez la meditación de todo ello resulte de gran utilidad en estos momentos en que, ante los acontecimientos del mundo, la unión de los hombres de buena voluntad es tan necesaria en nuestra Patria, que sin ella no se podrá convertir en la UNA, GRANDE Y LIBRE que hoy es lema del Movimiento Nacional y que mucho antes –según he leído en el libro de Gutiérrez-Ravé, titulado “Habla el Rey”, próximo a publicarse–, preconizó Su Majestad Don Alfonso XIII (q. D. h.) en el discurso que, el 23 de enero de 1919, pronunció al contestar al Senado la salutación por el día de su santo, diciendo, entre otras cosas, estas frases proféticas: «… Pues esa fe es la tierra firme en que hemos de hacernos fuertes para afrontar cuantas pruebas vengan. Esa fe en la Patria ha de ser el cimiento de roca de nuestra futura grandeza. Mientras aquélla subsista, no importa la adversidad; la venceremos, y al cabo, los hijos de España, levantando el corazón sobre todos los pequeños motivos de discordia, unirán aún más sus esfuerzos para la obra que nos está encomendada: legar a las generaciones venideras, “una” Patria “libre”, justa, “grande” y feliz».

    Después de esta coincidencia de palabras y conceptos, nadie podrá argumentar que no es posible unir en la forma, lo que en el fondo es una misma cosa. Por lealtad, por disciplina, por espíritu de propia conservación, todos tenemos el deber de acatar lo que S. M. el Rey don Alfonso XIII dijo en 1919, y ahora realiza el Caudillo Franco.


    Julio DÁNVILA RIVERA

  4. #4
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: Informaciones, 8 de Septiembre de 1954, página 10.


    MÁS NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA SEGUNDA REPÚBLICA


    (Apostillas a un artículo de don Julio Dánvila)

    Por José María LAMAMIÉ DE CLAIRAC


    Con el título de «Datos para la Historia», don Julio Dánvila, desde las columnas de «ABC», ha echado su cuarto a espadas sobre el tema planteado por mí de «Negociaciones e intentos de pactos entre las dos ramas dinásticas». Según dice, lo hace por mi invitación a cuantos intervinieron en el asunto para que digan lo que sepan. Esta invitación es parcialmente cierta, pues yo me limité, cuando salieron a relucir en el libro de Galindo ciertos nombres, entre ellos el de Dánvila, y cuando don Manuel Senante me contestó negando varias afirmaciones de Galindo, [a decir] que puesto que vivían varios de los citados por Galindo, podían puntualizarse diversos extremos interrogándoles; pero todo ello se refería únicamente al pacto que se da como firmado por los dos Alfonsos en 2 [sic] de enero de 1932. Precisamente Dánvila no se ocupa para nada de este pacto ni de las conversaciones de Burdeos que le precedieron, y, en cambio, dedica la mayor parte de su artículo a defender lo que yo no había negado, ni siquiera puesto en duda, o sea, la autenticidad del pacto entre Don Jaime y Don Alfonso XIII. Mis palabras fueron éstas, según puede verse en mi primer artículo: «Pacto entre Don Jaime y Don Alfonso XIII de 12 de septiembre de 1931. De la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar. Aparte de que Galindo aporta su texto por facsímil, dan testimonio de su certeza los dos augustos firmantes en diversos documentos que también aparecen publicados, así como el señor Fal Conde, y yo atestiguo lo mismo por haberlo oído al propio Don Alfonso Carlos y a directivos de la Comunión».

    Sin embargo, la cuestión que yo planteaba era la de si este pacto entre Don Jaime y Don Alfonso XIII tuvo eficacia y vigor. Dánvila nos descubre la forma en que se gestó este pacto, y nos dice que tuvo su origen en una reunión de carlistas y alfonsinos celebrada en La Ferme, en la que se designaron los señores Dánvila y Gómez de Pujadas como representantes, respectivamente, de Don Alfonso XIII y Don Jaime.

    Al parecer, según el relato de Dánvila, los reunidos en La Ferme quedaron como en sesión permanente durante bastante tiempo, mientras que Dánvila y Pujadas se reunían entre sí y visitaron y consultaron a los señores y a los reunidos en La Ferme, sirviendo de intermediarios entre todos. Cuando se llegó a un acuerdo, los dos únicos ejemplares que se hicieron y se firmaron por los augustos señores, los extendió de su puño y letra el duque de Miranda. Dánvila refiere que hubo dificultades al llegar a la fórmula de solución del pleito dinástico, por su apariencia antiinstitucional y antitradicionalista.

    Afirmaba yo en mi artículo que este pacto nunca fue aceptado por Don Alfonso Carlos, que lo rechazó siempre, y añadía que el mismo Galindo ha consignado en su libro suficientes elementos para afirmar que Don Alfonso Carlos lo repudió y no lo aceptó nunca. Alegué el texto literal de lo que a este respecto dice Don Alfonso Carlos en carta a don Lorenzo Sáenz, que obra en la página 91, y alegué numerosos argumentos deducidos de la conducta y manifestaciones de Don Alfonso Carlos, de Don Alfonso XIII y de los directivos de la Comunión. Aún ha de citarse, como documento decisivo, la carta de doble trascendencia dirigida por Don Alfonso Carlos al príncipe Don Javier de Borbón, en la cual explica lo del pacto de Don Jaime y hasta qué punto consintió él las negociaciones posteriores.

    En ella le decía textualmente –el 10 de marzo de 1936–: «Al advenimiento en España de la República, mi antecesor Don Jaime (q. e. p. d.) y Don Alfonso de Borbón y Habsburgo firmaron un pacto de unión y sucesión dinástica, que yo me negué a suscribir y aceptar cuando a la muerte de aquél me fue presentado, porque contenía condiciones liberales y descuidaba la [adopción] de garantías en la sucesión de la Corona». Y a continuación le explicaba cómo en las conversaciones posteriores exigió siempre, «sin sombra de tolerancia, que quedasen a salvo los principios antiliberales», y que «no se llegó nunca a pacto alguno porque Don Alfonso no consintió jamás en la aceptación solemne de los principios».

    Dánvila, sobre toda esta cuestión pasa ligeramente y con desenfado, afirmando que Don Alfonso Carlos aceptó la postura y se hizo solidario del pacto, que le llenó de contento. Esto lo afirma contra las manifestaciones terminantes de Don Alfonso Carlos, que rechaza siempre el haber aceptado ese pacto y el haber quedado ligado ni por ése ni por otro con Don Alfonso XIII. Sigue diciendo Dánvila que «el tiempo pasó, las circunstancias cambiaron, el ejemplar que tenía Don Jaime se destruyó, a pretexto de antitradicionalismo en su contenido; a don José María Gómez de Pujadas fueron sustituyéndole otras personas, que con ciertos razonamientos cambiaron el criterio del augusto anciano, y todo lo hecho por la unión se vino abajo, dando al traste con algo que, de haber sido más largo y efectivo, tal vez hubiese hecho terminar la República el 10 de agosto en forma menos sangrienta, porque si al levantamiento del general Sanjurjo en Andalucía se hubiese unido el de Navarra, que falló por ciertos distingos, es fácil que el Movimiento liberador hubiese partido de aquella fecha, evitando muchas muertes y amarguras que más tarde trajo».

    Hay aquí mucho de fantasía; las pruebas del contento con que recibiera el pacto Don Alfonso Carlos, no aparecen por ninguna parte, no se sabe cuáles son esas circunstancias que cambiaron; la destrucción del ejemplar que tenía Don Jaime tampoco se prueba, ni pasa de ser una conjetura sin fundamento; Gómez de Pujadas no fue sustituido en ningún puesto, que si fue de confianza, no tuvo, en cambio, carácter de autoridad en la Comunión, ni antes ni después del pacto. Resulta cómodo atribuir el cambio que se atribuye a Don Alfonso Carlos a los razonamientos de otras personas cerca del ilustre anciano; y más caprichoso es aún suponer que, al venirse abajo todo lo hecho por la unión merced al cambio de criterio de Don Alfonso Carlos, se impidió que la República cayese el 10 de agosto, al no cooperar Navarra por ciertos supuestos titubeos.

    Otra afirmación de Dánvila es que cuantos esfuerzos se hicieron después por llegar a la unión eran deseos de encauzar lo que ya no tenía arreglo. No parece sino que la única fórmula de entendimiento fue la que expresa el pacto de 12 de septiembre de 1931 entre Don Jaime y Don Alfonso XIII. Únicamente, y sin decir que se refiere a las reuniones de Burdeos, afirma Dánvila que la última actividad de carácter conjunto corrió a cargo del conde de Vallellano, que intervino con gran acierto en la redacción del manifiesto de Don Alfonso XIII, que pudo todavía encauzar lo torcido. Pero Dánvila ni siquiera nos dice si ese manifiesto es al que se refiere Galindo como fruto de las conversaciones de Burdeos de principios de 1932. En cuanto a las negociaciones de París de que yo he dado publicidad por vez primera, puede enterarle a Dánvila y a Galindo el conde de Vallellano, que dio hartas muestras de agilidad física y dialéctica al escapar del cerco policíaco que le había hecho la Embajada de la República española en París.

    El señor Dánvila, al final de su artículo, saca consecuencias políticas actuales, en las cuales no puedo yo seguirle, pues me he limitado en los anteriores artículos y en el presente a comentar y puntualizar unos hechos históricos pasados.

  5. #5
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 5 de Abril de 1972, página 3.


    El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso (I)


    Por Carlos ALPENS


    El 5 de diciembre pasado los entusiastas carlistas de Liria celebraron con solemnes actos la clausura del año centenario del nacimiento de nuestro Rey Jaime III, que sólo ellos supieron promover su digna conmemoración.

    Quisiéramos en unos artículos ofrecer las primicias y el resumen de un trabajo histórico vindicatorio de la memoria del ilustre Caudillo de la Tradición, centrado en el tema, apasionante para los carlistas, de la existencia o inexistencia de un pacto entre DON JAIME, rey legítimo de España y desterrado de por vida, y don Alfonso, que se hallaba también en el destierro por decisión suya ante la situación creada por las elecciones municipales del 12 de abril de 1931.

    Entre dicha fecha y la muerte inesperada de DON JAIME, ocurrida el 2 de octubre del mismo año, se desarrolló una intensa actividad política secreta encaminada a lograr no sólo la reconciliación personal –nada difícil dado el corazón grande del rey carlista y el carácter voluble e intrascendente del recién destronado– sino la solución del problema dinástico español.

    Tenemos trabajada una interesante cronología de aquellos meses, que, de ser publicada, pondrá en evidencia la trabazón y lógica de una serie de hechos y circunstancias íntimamente relacionados con el tema que nos ocupa y siempre preocupó a muchos leales jaimistas.

    Por el momento, preferimos hallar luz sobre el misterio del famoso pacto a base de algunos autores que de él han tratado con más o menos extensión y acierto.

    Constatamos, ante todo, la singularidad de un silencio. En negocio de tanta monta para los monárquicos españoles –tanto carlistas como alfonsinos– y a pesar de los muchos rumores que sobre él corrieron especialmente durante los años 1932 y 33, el mencionado pacto y su real contenido jamás fue dado a conocer hasta veintitrés años después de la muerte de DON JAIME.

    Fue don Santiago Galindo Herrero quien, en 1954, lo publicó en su libro “Historia de los partidos monárquicos durante la II república española”. En él no sólo da publicidad al texto íntegro del pretendido pacto sino que nos ofrece el facsímil del mismo documento. Más aún: en él aparecen las firmas de don Alfonso y de DON JAIME. Permítasenos decir, ya desde un principio, que dudamos formalmente de la existencia del Pacto y de la autenticidad de la firma de DON JAIME. Digamos enseguida, que dicho facsímil no apareció en la segunda edición aparecida en 1956, que por otra parte adoptó un formato mucho más reducido, que puede justificar la ausencia del facsímil.


    LA OPINIÓN DE GALINDO HERRERO.– En la primera edición no cita la procedencia del documento. En la segunda, recoge unas puntualizaciones del señor Lamamié de Clairac y aporta unos datos, ciertamente embarullados, de don Julio Dánvila, que con apariencia de aclarar el misterio no hacen sino dejar la madeja sin cuerda.

    Galindo reconoce paladinamente que “la confusión es muy grande en este punto concreto” pero no consigue, ni creemos que intente de veras, poner luz en el desarrollo de los acontecimientos.

    Da por seguro que el 12 de septiembre de 1931 fue firmado el Pacto en Territet (Suiza), pero nada en absoluto nos cuenta sobre la entrevista y el acto de la firma. En ambas ediciones, Galindo cae en el error de identificar el Pacto con un documento del 15 de agosto de 1931, atribuido a DON JAIME por su sucesor el Rey Don Alfonso Carlos.

    Asimismo en la primera edición Galindo incluye el facsímil de una carta –no autógrafa– de don Alfonso Carlos a don Alfonso, de fecha 7 de octubre de 1931, de la que dice que “no se conoce un reconocimiento más solemne del documento” (Pacto). Y es verdad. En la segunda, acepta que don Alfonso Carlos más tarde rechazó el tal documento (Pacto). Aquí debemos adelantar que dicha carta fue escrita por Gómez de Pujadas, que a sí mismo se designa como “emisario” de don Alfonso, y consiguió quedarse al lado del nuevo Rey carlista como secretario particular. Sólo la firma de la carta es autógrafa de don Alfonso Carlos, que firma simplemente “Alfonso”, pues no había adoptado aún el nombre de ALFONSO CARLOS.


    LA OPINIÓN DE OYARZUN.– Dos historiadores carlistas han tratado el intrigante asunto pero muy someramente: don Román Oyarzun, en las dos ediciones de su “Historia del Carlismo”, y don Melchor Ferrer, en su último volumen publicado de la “Historia del Tradicionalismo Español”.

    Es mucho más reciente el libro “Conspiración y Guerra civil”, de don Jaime del Burgo, y éste sí que se ocupa por extenso del tema. En su obra meritísima, Jaime del Burgo ata cabos con fina perspicacia, indica sospechas y anomalías y quizás no se pronuncia claramente por prudencia o por falta de pruebas definitivas. Pensamos que él, como nosotros, no cree en la realidad del Pacto que se dice firmaron los dos desterrados.

    Vamos a Oyarzun. Este carlista, hombre de carrera diplomática, que tuvo la confianza de DON JAIME y de don Alfonso Carlos, en determinados momentos, no concede mucha importancia a la cuestión. Después de relatar las dos conocidas visitas de don Alfonso a DON JAIME y viceversa, de fines de septiembre de 1931, añade: “Se habló mucho por entonces de una aproximación entre las dos ramas. Incluso se rumoreó que se había firmado un pacto por el cual don Alfonso XIII aceptaba a DON JAIME como Jefe de la Casa de Borbón y heredero del Trono, a base de nombrar éste como sucesor suyo al infante don Juan. Pero existiera o no este pacto, del que tanto se habló, jamás se hizo público, ni fue reconocido como válido por el sucesor de DON JAIME. En nuestra opinión no hubo más que tentativas y exploraciones en el sentido indicado, sin que se llegara a concretar nada por escrito, y menos oficialmente”.

    Pasma el pensar que al reimprimir su obra al cabo de treinta años –y quince después del libro de Galindo Herrero– el señor Oyarzun haya dejado intacto el párrafo transcrito. O la edad o un despiste mayúsculo son la única explicación posible. Desde luego, Oyarzun no se preocupó a fondo del asunto y duda claramente de la existencia del Pacto.

    En el próximo artículo daremos a conocer el pensamiento de Melchor Ferrer, Lamamié de Clairac y Jaime del Burgo.

  6. #6
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 6 de Abril de 1972, página 3.


    El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso (II)


    Por Carlos ALPENS


    LA OPINIÓN DE MELCHOR FERRER.– El tomo XXIX de la “Historia del Tradicionalismo Español” apareció en 1960, seis años después que Galindo Herrero diera a la publicación el texto y el facsímil del Pacto. En la parte documental de dicho tomo, Ferrer incluye el texto del “Pacto de Familia”, lo que supone que cree en su existencia. En cambio, en su obra “Documentos de Don Alfonso-Carlos” no incluye las dos cartas de éste a don Alfonso, de fechas 7 y 20 de octubre de 1931, ni el Manifiesto del nuevo rey carlista de fecha 6 de enero de 1932, ni la carta del mismo Don Alfonso Carlos a don Esteban Bilbao, sobre ciertas improcedentes añadiduras a dicho manifiesto, redactado por el conocido tribuno carlista no ha mucho traspasado a mejor vida. Arbitrariedades que no se comprenden cuando de “historia” se trata…

    Melchor Ferrer, a pesar de sus varias intervenciones personales en reuniones importantes de aquel verano de 1931, tiene “lagunas” informativas y sólo sospecha de “algo” ocurrido previamente. Acierta, empero, al juzgar la conducta sinuosa e irregular de Gómez de Pujadas, francamente pro alfonsino, y la de don Rafael de Olazábal.

    Como sea que el cronista de ABC, Daranas, afirma que “el documento que en el piso de la Avenida Hoche, de París, firmaron DON JAIME y don Alfonso era realmente un Pacto de Familia”, con razón replica Ferrer que “en este caso no se comprende esté fechado en una población suiza y más extraño en la fecha consignada”. Muy cierto: no se puede dudar que la primera entrevista entre los interesados fue la que se celebró en París el 23 de septiembre. Jamás se habían hablado antes personalmente, cara a cara.

    “En conclusión –termina Ferrer– el pacto era un pacto familiar y personal, que no obligaba a los partidarios de ambos Caudillos y tenía una limitación en el tiempo, que era la constitución de unas Cortes Constituyentes, y, por fin, quedó anulado por la muerte de uno de los firmantes. Leer más es simplemente sacar las cosas de quicio”.

    No nos convence el razonamiento del señor Ferrer. Ignoraba él muchas maniobras, no se dedicó a descifrar el enigma y prefirió aceptar la existencia del Pacto quitándole trascendencia. Sin embargo, parece no darse cuenta de que la memoria y el honor de DON JAIME quedan gravemente dañados, si en realidad firmó aquel documento, que alguien facilitó a Galindo Herrero con sólo Dios sabe qué intención. Que muy buena no sería…


    LO QUE ESCRIBIÓ LAMAMIÉ DE CLAIRAC.– Publicado el libro de Galindo, el que fue batallador diputado tradicionalista durante la república quiso dejar constancia de unas notas a puntualizaciones sobre los contactos entre las dos ramas dinásticas, y lo hizo el 7 de julio de 1954 desde el diario madrileño “Informaciones”.

    Diremos ante todo que no era el señor Lamamié el más indicado para ello, por lo menos en cuanto atañe a las relaciones entre DON JAIME y don Alfonso, por la sencilla razón de que hasta la muerte del primero él militaba en el partido integrista.

    Recogemos su afirmación de que “de la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar”. Merece consignarse, no obstante, que apunta unos reparos. Así, dice que no se conoce el nombre de ninguna persona que interviniera asesorando o acompañando a ninguno de los dos firmantes. Y aún añade otro detalle, asimismo sintomático y del mayor alcance, y es éste: que al constituirse en febrero [sic] de 1932 la Junta Suprema de la Comunión Tradicionalista nada les dijo sobre la existencia del Pacto el señor marqués de Villores, Jefe Delegado del Rey Don Alfonso Carlos. También nota que la carta aprobatoria del pacto, firmada por este último, no estaba escrita de su puño y letra.

    En resumen: que no quiere o no se atreve a dudar del Pacto, pero señala sombras y sospechas que no se aclaran.


    LOS PRENOTANDOS DE JAIME DEL BURGO.– Si Antonio de Lizarza, en sus “Memorias de la conspiración”, para nada menciona el misterioso pacto, con no ser ocultos su entusiasmo y fervor por la persona del Rey DON JAIME, el autor de “Conspiración y Guerra civil” dedica atención suma y no pocas páginas a la cuestión dinástica y al delicado asunto del Pacto. Está muy documentado el autor y es interesantísimo el largo relato que nos brinda de aquel preñado verano y otoño de 1931. Con acierto indiscutible acumula sobre la problemática del Pacto serios interrogantes, circunstancias contradictorias, evidentes anomalías. Recojamos aquí siquiera algunas de sus severas connotaciones: “¿Cuándo lo firmó DON JAIME?”; “lo que sí se puede asegurar es que DON JAIME no se detuvo en Suiza cuando, acompañado de don Restituto Fernández, hizo el viaje de Viena a París”; “Que la firma de don Alfonso preceda a la de DON JAIME, no es concebible”; “La entrevista (de DON JAIME) con el redactor de la Agencia Havas, hacía suponer que el Pacto se firmó en aquellos días. Sin embargo, hay una expresión que lo contradice: «Ni mi primo ni yo hemos abdicado nuestros respectivos derechos»”; “Todos coinciden en afirmar que DON JAIME nunca faltó a sus convicciones”; y el telegrama de DON JAIME a los jaimistas de San Sebastián con el mentís a “Le Matin”, etc., etc.

    De todo ello cabe deducir que el juicio de Jaime del Burgo sobre la autenticidad del documento es francamente adverso. No llega a pronunciar la sentencia definitiva pero se le adivina…

    Llegados aquí, dejamos para un posterior artículo demostrar con sólidas argumentaciones que el famoso documento no fue sino una intriga pro alfonsina que abortó providencialmente pero que se quiso rematar indignamente a raíz de la muerte, imprevisible, de nuestro llorado Rey JAIME III.

  7. #7
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 7 de Abril de 1972, página 3.


    El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso (III)


    Por Carlos ALPENS


    No creemos, ni mucho menos, en la autenticidad del Pacto mal llamado de Fontainebleau. Y no creemos por muchas y muy válidas razones. Las vamos a indicar esquemáticamente:

    1. Nunca por nadie en ningún sitio, ni antes ni después de la muerte de DON JAIME, ha sido publicada la menor noticia sobre el encuentro y entrevista de nuestro Rey con el destronado don Alfonso en Territet (Suiza) el 12 de septiembre de 1931 y consiguiente firma del Pacto. Es de mucho peso este silencio, de todo punto inexplicable.

    2. Melgar, secretario particular de DON JAIME y su biógrafo, ha reconocido siempre como primera entrevista personal del Rey legítimo con el monarca recién desterrado, la que tuvo lugar a primeras horas de la tarde del 23 de septiembre de 1931, en el propio domicilio de DON JAIME, en París, en la Av. Hoche, 43, por expresa exigencia suya. “Era la primera vez que se hablaban”, afirma Melgar. ¿Acaso hubo, antes de dicha fecha, una entrevista “muda” entre los dos?

    3. DON JAIME salió de Viena a primeros de septiembre hacia Aix-les-Bains, como otros años. De allí partió urgentemente hacia París. El fiel criado, don Restituto Fernández, afirma que de Viena a París, DON JAIME no se detuvo para nada en Suiza.

    4. Melgar nos dice que en una carta del Rey a don Alfonso, a mediados de agosto, reivindicaba la jefatura del único partido monárquico que podía existir en España y le brindaba una posible solución para el porvenir: “cédeme a tu hijo Juan, y yo le educaré en tradicionalista…”. Melgar dice explícitamente que dicha carta y propuesta generosa “NO FUE CONTESTADA DIRECTAMENTE” por el interesado. ¿Cómo creer que DON JAIME a las tres semanas podía firmar un Pacto tan contradictorio con sus convicciones y su oferta?

    5. Es inverosímil, por no decir absurdo, que DON JAIME, a los cinco meses del destronamiento de don Alfonso y sin previa reconciliación personal, accediera a la firma de un pacto disparatado y desfavorable.

    6. Ningún acontecimiento ni circunstancia urgía la firma precipitada de un pacto de singular trascendencia para ambos firmantes y para España. Sin embargo, el documento no fue consultado con ninguna autoridad de la Comunión, ni siquiera con el augusto Tío del Rey, el futuro don ALFONSO CARLOS, directamente afectado en el “Pacto” en sus derechos ya adquiridos. DON JAIME jamás habría obrado tan a la ligera. Y es sabido que cuando a fines de la Dictadura, doña Cristina llamó a los Jefes Regionales jaimistas para estudiar un proyecto de arreglo sucesorio, DON JAIME marchó desde París a Viena para consultar a su Tío.

    7. Y vamos al mismo documento. Su articulado –que Melgar califica de “descabellado”– es liberal, inadmisible y hasta ofensivo para DON JAIME. En él no se adivina la mano de ningún tradicionalista, ni siquiera la de Gómez de Pujadas. Es una maquinación del todo alfonsina.

    8. Pretende impedir toda actividad destinada a un levantamiento monárquico. Acaban de ser elegidas las Cortes Constituyentes de la república y sueña con otras Constituyentes, que habrán de elegir rey entre don Alfonso y DON JAIME. Y como primera hipótesis pone la de don Alfonso. Pura quimera. Compromete a que los dos firmantes y familiares de los mismos en modo alguno han de entrar en España. Evidentemente se quiere atar a DON JAIME. Porque ¿quién iba a poner pie en España? ¿Acaso el que acababa de marchar velozmente de Madrid, abandonando a mujer e hijos en el palacio de Oriente? ¿Quizás el primogénito enfermo de Don Alfonso o su segundo hijo, sordomudo…? El único que podía entrar en España era nuestro REY DON JAIME. Legalmente, con el pasaporte que le mandó Lerroux, ministro de Estado, al proclamarse el primer gobierno de la república. Y por su cuenta y riesgo, fuera de la legalidad, apoyado en el entusiasmo de sus millares de leales de todo el país vasconavarro.

    9. Ese documento liberal y pro alfonsino, no pudo ser firmado por sus altos protagonistas con lugar y fecha no verdaderos. Y si el acuerdo de actuación política concorde a que llegaron DON JAIME y don Alfonso en sus entrevistas del 23 y del 25 de septiembre pudiera identificarse con el documento del “Pacto” –que no puede– está claro que debía redactarse nuevamente con el lugar y la fecha correspondientes.

    10. El acuerdo fue “tomado” –no dice “firmado”– en París el 23 de septiembre, según dijo a la prensa Melgar. DON JAIME, en sus declaraciones a la agencia Havas, dijo “sólo se trata de un acuerdo político”. No se habla de “Pacto”. Y el propio don Alfonso, cuando en octubre de 1935, a raíz de la boda de su hijo Juan, es interrogado por Cortés Cabanillas sobre la propuesta de abdicación en su hijo y acerca de la proyectada fusión de las dos ramas dinásticas, a este último extremo respondió don Alfonso diciendo: “Los tradicionalistas… saben mejor que nadie (?) lo que hablamos (el subrayado es nuestro; no dice “lo que firmamos”) Don Jaime y yo en París y en Fontainebleau en 1931” (pág. 292, de la 2.ª ed. del libro de Galindo). Por tanto, ni Melgar, ni DON JAIME, ambos en los mismos días de las famosas entrevistas, ni don Alfonso, cuatro años después, hablan para nada de “pacto” firmado.

    11. Entonces, si no hubo “pacto” ni en Territet el 12 de septiembre, ni en París el 23 ni en Fontainebleau el 25, ¿cuándo y dónde se produjo el parto de este pacto, que más bien parece un aborto…?

    12. Hablemos de las firmas. Sorprende la “evidente anomalía” –como señala J. del Burgo– de que la firma de don Alfonso preceda a la de DON JAIME, que es el Rey legítimo, que es el Jefe de la Casa de Borbón, que es el ofendido, que es mayor en edad que su primo… Firma de don Alfonso que no deja espacio ni encima ni a su derecha para que DON JAIME estampe la suya; firma de DON JAIME que, situada debajo, no ocupa el sitio debido para no cruzarse con la de don Alfonso, antes la “J” de Jaime y la rúbrica atraviesan la “f” prolongada de Alfonso; un punto colocado exactísimamente sobre la “i” de Jaime, cuando en firmas autógrafas que poseemos y hemos visto recae sobre algún palo de la “m” inmediata; una rúbrica de DON JAIME embrollada e insegura… Preguntamos: ¿quién estampó esa firma en el documento cuya fotocopia fue entregada a Galindo Herrero para que apareciera a manera de prueba convincente (?) en su libro?...

    Terminaremos en un próximo artículo.


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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 8 de Abril de 1972, página 3.


    El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso (y IV)


    Por Carlos ALPENS


    Vamos a concluir nuestro alegato en favor de la inautenticidad del pacto, y nos sirve a maravilla el testimonio del propio Melgar.

    Don Francisco Melgar, conde de Melgar, hijo del que fue durante veinte años Secretario particular de Don Carlos VII, ejerció el mismo cargo cerca de DON JAIME durante unos diez años, más o menos. Al lado del Rey hubo de vivir intensamente aquellos meses de 1931. A primeros de 1932 publicó la biografía titulada “DON JAIME, EL PRÍNCIPE CABALLERO”. Y en 1964, editado por el Consejo Privado del Conde de Barcelona, apareció otro libro suyo en apoyo de la fusión dinástica de las dos ramas, con el título “El noble final de la escisión dinástica”. Y, como es sabido, fue uno de los firmantes del “Acta de Estoril”.

    Es muy natural que, en defensa de su tesis, aporte cuantos datos pueden favorecerla y aun justificarla ante los carlistas, y no omita ninguno. Se trata de poner toda la carne en el asador. Todo será poco, ¿verdad?

    Veamos, pues, qué nos dice Melgar.

    Constatamos, ante todo, que ni en su biografía ni en “El noble final…” menciona para nada la entrevista y reunión de Territet, donde según el documento fotocopiado debió de firmarse el “Pacto” el 12 de septiembre de 1931. Este silencio de Melgar es tan elocuente, que equivale a negar el hecho.

    Después de lamentarse de la actitud de aquéllos que se interpusieron evitando que don Alfonso contestara a la carta de DON JAIME, añade que “en el verano de 1931, DON JAIME estuvo a punto de resolver el intrincado pleito dinástico…”. “Estuvo a punto”, dice; luego, es verdad que no llegó a resolverlo. Y el “Pacto” supone una solución de dicho pleito, por lo menos en cuanto a la intención.

    En la pág. 110 de “El noble final…” leemos: “por desgracia, aquel sencillo y bien meditado ofrecimiento” de DON JAIME en su carta de mediados de agosto, “…no iba a ser escuchado. A su carta de Frohsdorf no se contestó directamente, sino que, como consecuencia de la misma, SE FRAGUARON UNOS ARTÍCULOS DESCABELLADOS QUE DEBÍAN SER LA SUSTANCIA DE UN PACTO QUE JAMÁS PODÍA TENER EFECTIVIDAD, AL CONTRADECIR ÉSTE LOS SENTIMIENTOS ÍNTIMOS DE DON JAIME… QUEDÓ ENTONCES DETENIDA TODA LA ACTUACIÓN…”.

    Ya salió el famoso “PACTO”. Después de leer con suma atención las frases de Melgar, ¿quién podría afirmar que el “Pacto” fue aceptado y firmado por DON JAIME? ¡Creemos que NADIE! Y, sin embargo, Galindo Herrero había publicado el facsímil del documento con la firma de nuestro Rey. Volvemos a preguntar: ¿quién estampó esa firma en tal documento?

    De haber firmado DON JAIME el “Pacto”, le bastaba con afirmarlo Melgar llanamente. No lo dice, luego, no lo firmó. Y si no lo firmó, ¿por qué no lo dice y subraya lealmente? Pues porque entonces debiera dar una explicación de esa firma de DON JAIME aparecida en el documento. Y quizás se pondría de manifiesto que “al noble final de la escisión dinástica” quisieran llegar los alfonsinos por procedimientos y maquinaciones no tan nobles… o igualmente “nobles”.

    El 27 de septiembre de 1931, a los dos días de la visita de DON JAIME a Fontainebleau, nuestro Rey escribió a su Tío Don Alfonso Carlos para contarle sus visitas y reconciliación personal con don Alfonso. Sería de la mayor importancia poder conocer el contenido de esta carta. Pedimos al Augusto Señor Don Javier de Borbón Parma que, si entre los papeles de Don ALFONSO CARLOS se conserva dicha carta, se digne darla a conocer en fotocopia. Sería un nuevo y quizá definitivo argumento para la reivindicación de DON JAIME.

    Queda por dilucidar dos últimas cuestiones: a) posible intencionalidad de la maniobra urdida a base del supuesto “Pacto” firmado; b) cómo pudo darse el caso de que Don Alfonso Carlos aprobara, en un principio, el documento, para más adelante rechazarlo absolutamente y negarse a suscribir otro que le fue propuesto, en el cual, aunque muy distinto del primero, tan sólo se le reconoce como a futuro Regente del Reino.

    A la primera cuestión, contestamos de esta manera. El documento no fue firmado por DON JAIME. En cuanto a la firma de don Alfonso, ignoramos si es auténtica o apócrifa; en caso de ser auténtica, pudo estamparla en la esperanza de llegar a celebrar la entrevista y conseguir que su primo pusiera también la suya. Fracasada la entrevista y firma del “Pacto”, las gestiones se encaminaron a obtener las entrevistas y consiguiente reconciliación personal con el acuerdo verbal de un frente único monárquico contra la república. Sobreviene enseguida la muerte de DON JAIME y entonces, para impresionar y predisponer a Don Alfonso Carlos a la firma de un documento más o menos semejante, se hace estampar una firma apócrifa de DON JAIME y se da el viaje precipitado de Gómez de Pujadas a Viena para entregar a manos del nuevo Rey carlista la carta de pésame de don Alfonso y una copia –“a máquina”, según dijo don Emilio Deán Berro– del “Pacto”, antes que marche a Viareggio para el entierro de DON JAIME, donde aceptó la pesada carga de su sucesión.

    La segunda cuestión es complicada y amena, al mismo tiempo. Diremos tan sólo que Don Alfonso Carlos aceptó con entusiasmo –y felicitó a su sobrino, DON JAIME, y al otro Alfonso– la reconciliación y el acuerdo de frente único, que el primero le comunicara por carta del 27 de septiembre. La primera carta de Don Alfonso Carlos a don Alfonso ya dijimos que fue escrita de puño y letra de Gómez de Pujadas, y, –según cree Jaime del Burgo– pudo sorprender la buena fe del anciano rey carlista. Más adelante, se dio cuenta de lo absurdo y liberal del documento que se le decía firmado por DON JAIME, lo rechazó plenamente y sirvió de sobreaviso para no caer en la trampa de las sucesivas maquinaciones alfonsinas, que no cesaron a través de aquellos años.

    Y damos por concluido nuestro trabajo reivindicatorio de DON JAIME, que bien merecido lo tiene. Si algunos saben más –y los hay, ¿verdad, don Francisco Melgar?– y quieren hablar, hablen. Estamos a la escucha.

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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 28 de Abril de 1972, página 3.



    UN POCO DE HISTORIA (I)


    Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso

    Por Francisco LOPEZ-SANZ


    En la primera decena de este mes de abril “Carlos Alpéns” ha publicado en estas columnas cuatro artículos sobre “El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso”. Han pasado más de cuarenta años desde aquel asunto que siempre olió “a puchero enfermo” y a una historia secreta que más pareció fábula o cuento. Desde luego siempre es agradable volver sobre temas pasados e históricos del Carlismo y más para quienes nos han gustado los pasajes de la Historia y, sobre todo, hemos nacido, vivido, crecido y envejecido invariablemente unidos al sentimiento carlista y a su doctrina que, claro está, no es la doctrina que cada temporada, como si fuera un traje, algunos han podido exhibir, para cansarse luego de ella, si es que alguna vez la sintieron de verdad, porque no fueron constantes en la permanencia.

    Ni que decir tiene que el autor de los artículos aludidos es carlista y duda, como yo, de que el llamado “pacto” hubiera existido. Ni [por] el pensamiento de Don Jaime de Borbón, firme y caballeroso, como su augusta persona, ni [por] las circunstancias aquéllas, como para borrarlas de la historia, a los cuatro meses de que Don Alfonso salió, en plan fugitivo, de Madrid, sin el menor deseo de resistir sino con el de alcanzar la frontera, y sin que ninguno de sus partidarios, que pareció no tenerlos, le acompañara en la resistencia… de haber existido. Porque, según sus propias palabras, de “nadie se podía fiar” y con nadie hubiera contado en tal caso en que, por principios de lealtad, se da todo, hasta la vida. Pero este renunciamiento sublime estuvo eclipsado en aquella histórica ocasión.

    Don Jaime de Borbón, en aquel caso, y siendo Rey en Madrid, se hubiera decidido por la resistencia y no por la estrategia de correr, porque así pensaba y en aquella actitud, formación, españolismo y doctrina se había fortalecido su carácter de hombre y de Soberano. Como resistieron sus mayores, los Reyes carlistas, luchando por su derecho con las armas, mientras fue posible; y cuando se dio fin a las luchas bélicas que fueron lecciones inimitables de resistencia y heroísmo, se mantuvo para siempre el resistir ideológico, sosteniendo en alto la misma bandera sin abandonar jamás el propósito de lucha en la defensa íntegra y leal de la Tradición carlista.

    Porque nuestros Reyes, lo mismo en la lucha de guerra armada que en la resistencia tenaz de los años de paz, siempre tuvieron con ellos un gran pueblo a su lado, y siempre también la Monarquía Tradicional contó para su sostenimiento y defensa con múltiples de voluntarios idealistas, dispuestos a todo, hasta la muerte. Sí, tanto cuando en septiembre de 1839 salió de España Carlos V, como al salir Carlos VII en febrero de 1876, los dos Soberanos de la lealtad, les siguieron al destierro muchos de miles de fieles voluntarios de su Causa. En cambio, los pobres soberanos de la Monarquía liberal, a la hora de la verdad, no contaron con nadie ni para mitigar sus tristezas. Y tuvieron que abandonar España callando, huyendo y en la más espantosa soledad. Lo mismo en septiembre de 1868, con Doña Isabel, que el 14 de abril de 1936 con su nieto Alfonso…

    En los interesantes artículos de Carlos Alpéns, en los que cita a varios escritores y a sus libros, duda siempre –con una duda que es negación–, de la existencia del famoso “pacto” que se fija como lugar de la firma en Territet (Suiza), el 12 de septiembre de 1931, donde, desde luego, ni estuvo Don Jaime; como dudan todos los escritores a que hace referencia, y ni siquiera puede afirmarlo don Santiago Galindo Herrero, que es el que lo dio a conocer en su libro “Historia de los Partidos Monárquicos bajo la segunda República”, publicado en Madrid en 1954, que tuvo la bondad de dedicármelo con unas amables frases. Como que ya habían pasado quince años desde el final de la Cruzada y veintitrés de la muerte de Don Jaime de Borbón. Y asimismo hacía ya varios años del fallecimiento de Don Alfonso de Borbón, los dos supuestos firmantes del traído y llevado “pacto”, que, a mi juicio, no existió.

    No podemos olvidar que, para 1931, estábamos desde hacía más de quince años luchando en la brecha carlista y ningún suceso de entonces se nos escapaba, y más si tenía importancia. Y más [estando] metidos y azotados por el caos revolucionario en que, como reacción natural, el Carlismo había despertado, y su espíritu, su temple y su doctrina invariable se extenderían arrolladores por España meses después. Aunque la persecución izquierdista encarcelara y deportara a muchos correligionarios; con lo cual, aquel régimen del desafuero no haría más que reavivar los sentimientos carlistas, enardecer y encender con más fuerza el fuego del Ideal, porque la lealtad carlista no era como el raquítico monarquismo liberal, pasivo y depauperado, autor de la desleal y cobarde entrega de España a una República anticatólica, poblada de desleales rencorosos y resentidos, con sus cuadrillas antisociales y delincuentes.

    Carlos Alpéns evoca y ofrece testimonios de Galindo Herrero en su libro citado, en sus dos ediciones, y es el único, que yo sepa, que insertó el facsímil del extraño “pacto”, aunque eran tiempos de maniobras e intrigas, sobre todo por parte alfonsina, acaso no del propio Don Alfonso, que no estaba para reacciones ni actitudes de energía, como se lo recordó Don Jaime la primera vez de las dos que se vieron en la tercera decena de septiembre de 1931, y en las que para nada hablaron del ¿inexistente? pacto.

    La verdad es que el Carlismo no supo nada de aquel episodio del que sólo se habló bastantes años después, cuando ya se habían borrado sus efectos de haber existido aquel documento y aunque su existencia fuese verdad, y, como he advertido, ya no existían ninguno de los dos protagonistas que pudieran afirmar o desmentir lo que, no obstante, los hechos, en realidad, desmienten en absoluto. No se podía acabar en un secreto acuerdo y sin testigos y de espaldas al Carlismo, la historia larga, brillante y esmaltada de heroicidades, de sacrificios, de lealtades innumerables de la Comunión Tradicionalista, más conociendo el tesón y firmeza de Don Jaime de Borbón, que se había saludado muchas veces con la muerte, como lo dijo en un memorable Manifiesto. Y mucho menos se podía acabar y pisotear tan sublime pasado y la vida de una resistencia tan española y tradicional en favor de quienes habían sido siempre calificados de usurpadores y, por añadidura, enemigos no sólo de la Causa de la Tradición –y abanderados del liberalismo y de la revolución–, sino de la doctrina carlista, que ha sido nervio espiritual, razón invariable y fundamento de la existencia del Carlismo.

    ¿De dónde sacó Galindo Herrero, a los 23 años, ese texto, absurdo para nosotros los carlistas, porque es inadmisible como documento político, y más inadmisible que Don Jaime pudiera firmar la liquidación y muerte del Carlismo cuando más necesaria era y había de ser su existencia, porque llegaría un día inolvidable en que aparecerían pujantes y acometedores los Tercios de Requetés, resucitando las valerosas gestas españolísimas de las Guerras Carlistas, y que, en aquellos momentos de desbordamiento de la furiosa criminalidad infrahumana de los energúmenos de la República, si no se hubiera contado con la fuerza civil, convertida en militar por ideario tradicional, voluntad, valor y energía, en un momento tan decisivo, no hubiera habido nada?

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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 30 de Abril de 1972, página 3.


    Un poco de nuestra Historia


    Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso (II)

    Por Francisco LÓPEZ-SANZ


    “Carlos Alpéns” –Carlos, nombre de los tres primeros reyes carlistas, y Alpéns, recuerdo también de una batalla carlista catalana y sonada victoria, el 9 de julio de 1873, de Don Alfonso Carlos, hermano del Rey Carlos VII, y el valeroso Saballs, que con su arrojo proverbial derrotó al general republicano Cabrinetty, quedó éste muerto y copada su columna–; pues bien, “Carlos Alpéns”, en el estudio interesante que ha hecho sobre el supuesto o mentido “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso, con exhibición de citas y testimonios, en ninguno aparece la prueba documental y terminante de tal “pacto”, y todo acusa de una añagaza o falsedad, a la que han estado siempre muy proclives los muñidores anticarlistas. En el tercero de sus artículos, y en el desfile de argumentos que arrojan un fuerte saldo dudoso o, mejor dicho, negativo, hace esta categórica afirmación:

    “Entonces, si no hubo pacto ni en Territet, el 12 de septiembre, ni en París el 23, ni en Fontainebleau el 25, ¿cuándo y dónde se produjo el pacto, que más bien parece un aborto?”.

    Ésta es la verdad, hablando con claridad, sin retórica ni subterfugios nebulosos que más llevan a la duda o a la falsedad. Y, ¿por qué razón se tardó tanto en hacer público un inventado pacto del que nadie tuvimos noticia y en el que uno de los dos personajes, el más principal para nosotros y, desinteresadamente para todos los demás, menos para los falsarios o maniobreros –don Jaime de Borbón–, había de morir pocos días después, inesperadamente para España y con sorpresa y dolor inmenso para todos los que fuimos sus leales sin vacilación y con afecto e invariable adhesión a su egregia personalidad?

    Un acuerdo tan interesante y sorprendente, si hubiera existido, para bien o para mal, ¿cómo lo habían de desconocer nuestras autoridades políticas, como el caballeroso Marqués de Villores, ilustre prócer valenciano, que era desde hacía años el representante de Don Jaime en España; y cómo lo habíamos de ignorar los que ya éramos mayorcitos, ocupábamos cargos carlistas, habíamos intervenido en actos políticos, escribíamos desde hacía quince años en este periódico y estábamos en plena actividad con nuestras ilusiones de juventud incansable, como muchos queridos amigos que, al cabo de cuarenta años, tantos han desaparecido?

    Carlos Alpéns, aunque éstas sean cosas ya viejas, oscuras y de difícil aclaración, más que para ser negadas, ha sido oportuno y ha hecho muy bien en volver sobre ellas para que no haya dudas ante las mismas y para que, como tema histórico, si al cabo del tiempo quedó flotando como cierto lo que, a mi juicio, tampoco lo fue y merece la reprobación. Muy bien, digo, manteniendo una posición de claridad y de verdad que a futuros amantes de la Historia les oriente con certeza sobre el pacto que no existió, aunque haya quedado como argumento probatorio, que nada prueba, un facsímil en el que ni intervino ni firmó uno de los que figura como firmante, nuestro augusto Caudillo, Don Jaime de Borbón. Y en ese caso con mentido argumento como histórico, lo que no fue más que una injusticia e irrespetuosa e indelicada añagaza. Como la de Mina en la batalla de Larremiar, aunque tan mal lo pasó ante los carlistas. O como la de Maroto en el intento de justificar su nefanda traición en el Puy, para seducir al Rey Carlos V, al que ya había vendido inicuamente.

    La única afirmación categórica, pero sin el acompañamiento probatorio del manoseado pacto entre Don Jaime y Don Alfonso, fue la de Don José María Lamamié de Clairac, batallador parlamentario tradicionalista, aunque no lo fuera con ese carácter en las elecciones a diputados en las Constituyentes de la República, el 28 de junio de 1931, que salió triunfante en candidatura por Salamanca en unión de Gil Robles, Casanueva y otros. Lamamié era entonces integrista y hasta el año siguiente no se hizo la unión de carlistas e integristas, que eran minoritarios, en un acto celebrado en Pamplona. El señor Lamamié, repito, es el único que afirma que “de la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar”. Pero, con todos los respetos para la memoria del ilustre y batallador parlamentario salmantino, es el suyo un testimonio que no “nos vale”. Aunque fuese hecho con mejor buena voluntad que certeza.

    Fue expuesto en el diario madrileño de la tarde, “Informaciones”, en 1954, también a los 23 años de la muerte de Don Jaime. Era una época en que se le dio a dicho periódico cierto tinte tradicionalista, en que creo ya era Director el brillante escritor Juan José Peña e Ibáñez, autor de la magnífica obra “Las Guerras Carlistas”, que, en sus páginas nada dice de pactos ni fusiones absurdas, y sólo al final, en la página 382, se puede leer:

    “Apenas venida la República, murió en París el Rey Don Jaime. Sin sucesión el difunto monarca, fue proclamado su tío Don Alfonso Carlos, el viejo Infante que de joven combatiera al frente de los voluntarios carlistas del Centro y Cataluña. La Comunión Tradicionalista desplegó luego una actitud pasmosa”.

    Como administrador general fue otro carlista donostiarra, José Goñi (q. e. p. d.), muerto prematuramente, que había dirigido en Vitoria “El Pensamiento Alavés”, y en Santiago de Compostela “El Correo Gallego”. Y entonces se publicaron en “Informaciones”, de acuerdo con el nuevo ideario, interesantes trabajos de sabor tradicionalista, y es cuando vio la luz la afirmación de Lamamié de Clairac –que tuvo un hijo jesuita y capellán en la Cruzada que murió valientemente en ella– diciendo que “de la existencia y realidad de este pacto no cabe dudar”. ¿Por qué? ¿Dónde estaba el testimonio que lo probara o el argumento que [lo] acreditara, a los 23 años de un imposible acuerdo, cuando el señor Lamamié de Clairac no supo nada de aquel inventado pacto, porque entonces ni siquiera pertenecía a la Comunión Tradicionalista?

    Y pensando en volver a insistir en el tema en días próximos, me atrevo a hacer míos los conceptos tan razonables como lógicos de Carlos Alpéns en el III de sus artículos:

    “Es inverosímil, por no decir absurdo, que Don Jaime, a los cinco meses del destronamiento de Don Alfonso y sin previa reconciliación personal, accediera a la firma de un pacto disparatado y desfavorable.

    “Ningún acontecimiento ni circunstancia urgía la firma precipitada de un pacto de singular trascendencia para ambos firmantes y para España. Sin embargo, el documento no fue consultado con ninguna autoridad de la Comunión, ni siquiera con el augusto tío del Rey, directamente afectado en el “Pacto” en sus derechos ya adquiridos. Don Jaime jamás habría obrado tan a la ligera”.

    Efectivamente. Esto es de sentido común y en ello parece que sólo obró el turbio espíritu de los que quisieron o creyeron ganar una batalla sin librarla y con las malas artes con que ganaron las que dieron la victoria a Isabel II y a su hijo Alfonso XII, que, por su fortaleza, habían de ser las que, en su día, obsequiaron con la afrenta del destierro a la hija de Fernando VII y a su nieto, Don Alfonso, el que, por lo visto, firmó solo el pacto…

  11. #11
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 5 de Mayo de 1972, página 3.



    UN POCO DE NUESTRA HISTORIA


    Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso (III)

    Por Francisco LOPEZ-SANZ


    Hay muchas cosas oscuras en la Historia y muchas falsedades, veladas o claras, sin duda debidas a quienes no han querido hacer historia de verdad o han preferido tergiversarla o falsearla presentando pasajes como históricos, que nunca lo fueron. Como sucede con las novelas históricas, que han tenido tan buenos maestros y que las aborrecía el insigne Menéndez y Pelayo, con su formidable autoridad crítica, porque decía que tenían mucho de verdad pero también mucho de mentira… Y esto, o parecido, es lo que sucedió con el tan traído y llevado “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso, con todo lo que se ha descubierto y sin temor a incurrir en una ligereza, o de pecar de lo contrario de afirmar un hecho (?), de los que tenemos que negar su existencia como inventado y no existente.

    El libro más interesante sobre la vida del Rey Don Jaime, es para mí el de don Francisco Melgar, segundo conde de Melgar, titulado “Don Jaime, el Príncipe Caballero”, que hace el número 24 de la colección de “Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX”, de Espasa-Calpe, que termina con esta línea: “Frohsdorf, agosto 1931-París, enero 1932”, que es el año en que fue publicado. Sin embargo, es extraño que habiendo sido el Conde de Melgar Secretario de Don Jaime hasta su muerte, viviendo temporadas con él, gozando de su intimidad, conociendo su vida y mereciendo siempre sus cálidos elogios con tanta justicia prodigados, nada nos dijera del manoseado “pacto” cuando él fue el hombre que más convivió con Don Jaime, lo cual me induce a creer con más fuerza, que todo fue una fábula tejida después de su llorada muerte y urdida por gente sin la honradez necesaria, o en los últimos días de su vida que tan inesperada y rápidamente quedó tronchada cuando más necesaria era su existencia y presencia para España y para el Carlismo.

    ¿Por qué calló Melgar y no registró un suceso que hasta entonces no se había dado en el Carlismo, ni en la resistencia encomiable y doctrinal de los Soberanos carlistas, fuera de la excéntrica botaratada cometida por el solitario y atarantado Don Juan de Borbón, al caer en el desprestigio de reconocer como heredera de Carlos V y Carlos VI a su prima, la reina usurpadora, Doña Isabel, con la protesta de todo el Carlismo, que le volvió la espalda; de su madre, la íntegra Doña María Teresa, Princesa de Beira, que condenó aquella innoble sumisión del padre del que luego sería Carlos VII, y fue la primera, en un primoroso documento muy del momento y fiel a la doctrina, en dar el grito esperanzador de ¡Viva Carlos VII!; y que el viejo periódico carlista que existía entonces, “La Esperanza”, dijo que lo único “que conviene, así a Don Juan como a todos los príncipes que toman su rumbo, es ir a una casa de locos. Si la hubiera especial para los bobos, aún nos parecería mejor”?

    Sencillamente, yo creo que si Melgar no afirmó ni negó el citado acuerdo, es porque no existió ni pudo creer en él. Y menos en aquellas circunstancias en que tantas cosas graves habían acaecido en España. Don Alfonso no tenía a nadie detrás, ni menos delante, para jugarse el bigote, y sólo existía la fuerza carlista, leal a Don Jaime de Borbón y enemiga terminante de componendas anticarlistas y de maniobras alfonsinas; aunque no faltaran en las sombras los desacreditados actores y torpes peones de maniobras, uno de los cuales se movió activamente jugando, como se suele decir, a todos los palos, pero singularmente al pobre palo alfonsino, ya que Don Alfonso, pesaroso por lo que había perdido, la verdad es que no contaba con nadie y, según sus propias palabras, le hizo a Don Jaime, nueve días antes de su inesperada muerte, una penosa confesión, que ésta sí que fue tan triste como auténtica, y no la invención alfonsina o alfonsinista del increíble “pacto”: “No puedo fiarme de nadie. No puedes saber lo que es un rey caído”.

    Ciertamente que algunas veces la memoria falla y en el libro antes citado, el Conde de Melgar señala la primera entrevista de Don Alfonso con Don Jaime, en la mansión del Príncipe Caballero en París, el 22 de septiembre de 1931. Y la verdad es que se celebró al día siguiente. Como lo reconoce el propio Melgar en su más moderna obra “Pequeña Historia de las Guerras Carlistas”, publicada en Editorial Gómez en 1958, cuando ya Melgar había abandonado las filas carlistas, para ser una especie de alabardero mayor de Don Juan de Borbón, del que se había de poner delante su propio hijo, y no había de asistir ni a la reciente boda de su sobrino e hijo de su hermano.

    El 8 de marzo de 1940, Don Juan de Borbón dirige una carta al Príncipe Don Javier de Borbón-Parma sobre los que discuten o niegan sus derechos “desde el doble punto de vista de la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio”, que, diremos, han sido intocables y doctrinalmente fundamentales en el Carlismo, y agrega:

    “Un sentimiento de propio respeto me veda entrar en el examen de las razones alegadas…, desprovistas de base histórica y desconocidas por Don Jaime y Don Alfonso Carlos (q. e. g. e.) cuando celebraron con mi padre acuerdos que te son conocidos; me considero dispensado de atribuirles el más mínimo valor. ¿Puedes tú, en conciencia, asignarles alguno? ¿Crees justo y lícito que quienes han asumido tu representación se lo asignen?”.


    ¿Qué acuerdos fueron aquéllos para borrar de un plumazo toda la Historia de la resistencia heroica, sufrida y brillante del Carlismo en sus varias generaciones de leales y con ello la legitimidad de origen, que es la que faltó desde el principio ilegal al reinado turbulento de Doña Isabel, madre de una numerosa y variada descendencia, pero madre nada más? Porque, como escribió un querido amigo, don Luis Cortés Echanove, en su magnífica obra “Nacimiento y crianza de personas reales en la Corte de España”, “fue exacto Melchor Almagro San Martín, cuando escribió con desparpajo: «Por arte de birlibirloque, la Reina dio a luz nada menos que ocho hijos»”. (Y que, con el ilustre señor Cortés Echanove, diremos que fueron nueve).

    Bueno, pues dejando a un lado este inciso, faltó desde Isabel II la legitimidad de origen, y jamás se adquirió la legitimidad de ejercicio porque la Monarquía liberal estuvo sometida al espíritu antitradicional y afrancesado del liberalismo. O sea, que de la Monarquía liberal, que sólo fue revolucionaria, estuvieron ausentes las dos legitimidades, sustancia inseparable en la Monarquía tradicional y española; las dos legitimidades de las que Vázquez de Mella dio unas lecciones tan serenas como soberanas.

    Por eso pregunto: ¿qué valor tuvieron y qué acuerdos fueron o adoptaron los de Don Jaime y Don Alfonso Carlos con Don Alfonso, padre de Don Juan, que sin el concurso de sus partidarios, lo que sería ilegal o ilegítimo, pudieran anular o destruir la razón de un siglo de consecuencia y de abnegación, que les llevaría a la felonía de aceptar lo que siempre habían reprobado, como a los representantes de la Monarquía liberal, que carecían de las dos legitimidades necesarias, y que habían sido la belleza de una resistencia sin par y el nervio y razón sublime de la grandeza y vida de la Monarquía Católica y Tradicional?

  12. #12
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 16 de Mayo de 1972, página 6.



    UN POCO DE NUESTRA HISTORIA


    Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso (IV)

    Por Francisco LÓPEZ-SANZ


    “Melchor Ferrer –decía “Carlos Alpéns” en su artículo II sobre “El misterio del famoso “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso”–, a pesar de sus varias intervenciones personales en reuniones importantes de aquel verano de 1931, tiene “lagunas” informativas y sólo sospecha de “algo” ocurrido previamente. Acierta, empero, al juzgar la conducta sinuosa e irregular de Gómez de Pujadas, francamente pro alfonsina, y la de don Rafael de Olazábal”. En el espigueo de lo escrito por varios autores, que hace “Carlos Alpéns”, aparece un nuevo personaje: don José María Gómez de Pujadas; y coincido en absoluto con el acierto del batallador Melchor Ferrer y con la afirmación de “conducta sinuosa e irregular de Gómez de Pujadas, francamente pro alfonsina”. Por eso mismo, y por otras cosas, es verdaderamente raro y absurdo que dicho señor Pujadas, que no fue un modelo de consecuencia política, ni mucho menos, pudiera ser alfonsino y, al mismo tiempo, también hombre de confianza de Don Jaime de Borbón, sin tener tiempo para ello, por la prematura muerte del Rey, y después hasta de su tío, Don Alfonso Carlos. Lo que se dice jugar a muchos y opuestos palos.

    No conocía yo entonces al señor Gómez de Pujadas. Le conocí algunos años después como particular y no como carlista. Pero, ¿quién era este personaje que tanto se adentró con unos y con otros? Nos habla de él en 1964 –ya había llovido desde la muerte de Don Jaime–, don Francisco Melgar, en “El noble final de la escisión dinástica”, ya cuando, colocado en la banda “juanista”, había arrojado sus antiguos lazos carlistas. Y en su vida política de los primeros tiempos, coincide Jaime del Burgo en su interesante y voluminosa obra “Conspiración y guerra civil”.

    Por esos datos, Gómez Pujadas fue jefe regional carlista de la Rioja en los últimos años de la segunda decena de este siglo. Pero al surgir en 1919 la escisión lamentable de Vázquez de Mella, alentada y empujada por elementos alfonsinos, que acaso pensaban atraérselo, como lo hizo veinticinco años atrás Cánovas del Castillo y recibió de Mella un fuerte palmetazo; y en la tentativa no faltaron los “apolíticos”, como el diario “El Debate”, que le ofreció sus páginas para que el ilustre tribuno atacara a Don Jaime y aumentara el estrago de la división carlista. Como sucedió en 1888 con la separación de Nocedal y sus dolorosas consecuencias. Maniobras alfonsinas en fin de cuentas, como las de Pidal y Mon para destruir al Carlismo. Con lo que no lo destruirían; pero un día aciago la Monarquía liberal, con todo merecimiento, se hundiría y su rey tendría que huir sin que nadie le defendiera ni le siguiera al destierro…

    Al acaecer la escisión de Mella, Gómez Pujadas, proclive a los cambios, abandonó a su Rey y siguió a Mella. Después se hizo alfonsino. Por lo menos eso era doce años más tarde, en el verano de 1931, y cuando ya hacía unos meses que Don Alfonso había perdido el Trono; y sirviendo a Don Alfonso, o a alguno de los suyos, aparece en el citado verano, cuando se advierten ciertas maniobras de las que arranca el mentido “pacto”, que no existió. Pero, ¿quién fue el personaje alfonsino que utilizó a Gómez Pujadas para el oficio de traer y llevar, con su espíritu cambiable, que lo mismo visitaba a Don Jaime que llevaba no sé qué documento a Don Alfonso, que no estaba, según creo, para conspiraciones?

    Y con respecto a las veleidades de Gómez Pujadas, al que “Carlos Alpéns” ya le dice “lo suyo” a propósito de su conducta, Jaime del Burgo, en su obra citada, página 396, atribuido al Conde de Rodezno y refiriéndose al mencionado Gómez Pujadas, dice: «En una carta privada llama al señor Gómez Pujadas “ese idiota de mal género que hay en San Juan de Luz pegado a una barba”, que le denunció en Pamplona como “conspirador alfonsino”».

    Pero, con todo esto y las andanzas de Gómez Pujadas, del que en verdad nada supimos en aquellos días intranquilos y revolucionarios de la primavera y verano de 1931, con la República de compadres que, por que volviera, se verían felices tantos hipócritas y tantos irresponsables, dignos de un execrable régimen como aquél, pero para ellos solos; aunque fuesen clérigos modernistas, como los “del perdón” de la Conjunta, y aislados de todos los demás… Y vamos a seguir refiriendo aquellas andanzas, según testimonio del Conde de Melgar. Pero del cuento del inexistente “pacto”, nada en absoluto. Porque nada en serio se ha encontrado por parte alguna. Barullo y nada más. Y no lo hubieran callado si la cosa hubiese tenido el menor fundamento. Pese a la inhábil fotocopia que exhibió en su libro el señor Galindo Herrero. Que por probar demasiado, no probaba nada. Y cuan[t]o [a] la honradez política de los profesionales del barullo, es de antiguo muy conocida.

    * * *


    Don Jaime de Borbón, estaba muy preocupado desde que los malos políticos, con su soberano a la cabeza, entregaron España a la República y sus edecanes. Hombre de mundo, tenía una gran experiencia y sabía sobre todo que si los buenos elementos políticos y militares hubieran actuado en Rusia capitaneados por el Zar, que también fue hombre débil, el comunismo no se hubiera apoderado de aquel gran Imperio para desgracia del país y eterno tormento de Europa. Por eso, el 2 de julio de 1931, escribe al Conde de Melgar desde Viena, a donde ha marchado de París, y le dice: “Y de España, ¿qué? Mal, muy mal, y todo peor en el porvenir”. Era la preocupación del Duque de Madrid con un espíritu muy español.

    En los primeros días de julio, Melgar recibió en París la visita de Gómez de Pujadas, a quien no conocía. Le expuso los deseos de ver a Don Jaime de Borbón, a quien tampoco conocía, y al decirle que estaba en Frohsdorf, se sintió contrariado. Le preguntó si le recibiría si fuese a verle. Y le contó cómo estaba España en aquellos momentos, la reacción favorable a la Monarquía y que era la hora más propicia para Don Jaime que nunca. Melgar escribió una larga carta a Don Jaime exponiéndole lo referente a la visita. El 8 contestó Don Jaime: “Si lo crees útil, que venga cuando quiera”. Hacia el día 20, previa alguna reunión de monárquicos, en San Juan de Luz, se puso en camino el señor Gómez Pujadas.

    El 1.º de agosto Melgar salió para Viena, llegando al día siguiente a Frohsdorf. Con Don Jaime estaba Pujadas y el médico asturiano doctor Comas, a quien el Duque de Madrid tenía mucho afecto. Comas le manifestó que la misión que traía Pujadas era conseguir la unión de las fuerzas monárquicas. La verdad es que en el curso de tantas andanzas se observan bastantes cosas absurdas y no pocas contradicciones. Se habla de unos contactos monárquicos en San Juan de Luz, sobre la unión de quienes siempre estuvieron desunidos. Y se dice por Melgar que de aquellos contactos “fueron encargadas dos personas: por el lado alfonsino, don Julio Dánvila, que debía entrevistarse con Don Alfonso en Suiza, y por los carlistas se acordó que iría el señor Gómez Pujadas a hablar con Don Jaime”. Y me ocurre preguntar:

    Pero, ¿en aquel momento, no había otra personalidad carlista, más significada y leal; más popular y de mayor relieve? Porque con sus baches políticos, y como afirma Melchor Ferrer y lo confirma “Carlos Alpéns”, si Gómez Pujadas había sido jaimista, después mellista y luego era “francamente pro alfonsino”, ¿cómo podía representar a los carlistas para una cuestión tan importante y buscar a Melgar para que le sirviera de introductor ante Don Jaime de Borbón, y encontrarle después como un leal servidor de siempre junto al Rey y encargado de llevar un documento de Don Jaime a Don Alfonso, que no era el manoseado “pacto”?

    Parece esto mucho camelo y no poco matute. No es extraño que el cuento del “pacto” no sea otra cosa que eso: un cuento. Porque nadie ha podido afirmar otra cosa. Como creo que lo veremos en otro artículo, ateniéndonos a lo que se ha dicho por unos y otros, pero sin que ninguno haya afirmado y probado que tal “pacto” ha existido.

  13. #13
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 18 de Mayo de 1972, página 8.


    Un poco de nuestra Historia


    Sobre el absurdo e increíble “pacto” entre Don Jaime y Don Alfonso (y V)

    Por Francisco LÓPEZ-SANZ


    En el primero de sus artículos de “Carlos Alpéns”, sobre “El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso”, en el que habla de una carta de Don Alfonso Carlos a Don Alfonso y dice que no se conoce un reconocimiento más solemne del documento (Pacto), y es verdad, agrega: “Aquí debemos adelantar que dicha carta fue escrita por Gómez de Pujadas, que a sí mismo se designa como “emisario” de Don Alfonso, y consiguió quedarse al lado de nuestro Rey carlista como secretario particular”. Una cosa verdaderamente rara, no corriente y tan extraña como improcedente en la historia de la lealtad carlista, que el señor Gómez de Pujadas se presentara a Don Jaime como emisario de Don Alfonso, gozara en aquellos días de las atenciones de Don Jaime, para ser después secretario del anciano y nuevo Rey, Don Alfonso Carlos. Algo tan absurdo como la invención del “pacto”, que no fue firmado por Don Jaime, ni, donde aparece la firma, es la suya. Lo cual es una prueba más sobre la inseguridad del “cambiable”, “emisario” personaje al que me refiero, lo que no se ha dado nunca con los carlistas de verdad, del que hablé sobre “sus cosas” extrañas en el artículo anterior.

    Ya dije que no conocía al señor Gómez de Pujadas en los tiempos primeros de la República en que, según, intervino con unos y otros, trayendo y llevando… La Estación Municipal de Autobuses de Pamplona, que creo que fue la primera que hubo en España, se inauguró en octubre de 1934. Y fue poco después cuando conocí al señor Gómez Pujadas. Pero no en ninguna reunión nuestra, ni siquiera como carlista. Era un caballero con una gran barba, como Carlos VII, pero más bajo de estatura, porque, según el primer Conde de Melgar, que fue su secretario durante veinte años, el Duque de Madrid fue uno de los hombres más altos que conoció. Como se aprecia por todas las fotografías de aquel tiempo, sobre todo cuando se le contempla entre otros personajes.

    Administraba yo entonces unas sociedades de Autobuses, y en la citada Estación vi bastantes veces al señor Gómez de Pujadas, que muchas tardes marchaba en uno de los autos de línea que ha[c]ía el servicio hasta Artajona, pasando por Puente la Reina. Y en esta localidad tenía o administraba algún negocio, no sé si de alcoholes o algo parecido. Por eso su estampa y gran prestancia capilar se me quedó tan grabada de verlo tan repetidamente. Pero creo que no hablé jamás con él, a pesar de que ya llevaba el tercer año de Director de este periódico. Y no supe entonces de sus andanzas de otros días. Lo que recuerdo debió ser en los meses anteriores a la Cruzada. Pero después de este inciso, vuelvo a coger el hilo que había abandonado para dar esta narrativa explicación.

    Y repito con Carlos Alpéns, que del famoso “pacto”, no hay ni idea. Hubiera sido igual, porque el Carlismo no lo hubiese aceptado, ni reconocido por sucesor a ninguno de los descendientes de Fernando VII o de su hija doña Isabel, que sin derecho y contra derecho, impidieron ilegalmente el reinado de los Soberanos carlistas que encarnaban el Derecho y la Legitimidad. Y menos después de morir Don Jaime de Borbón en aquellos embarullados y tristes momentos en que acaeció la desgracia de su muerte, el 2 de octubre de 1931. Embarullados y que todavía los quisieron embarullar más, a pesar de ser tan serios y penosos, sobre todo para los carlistas que, monárquicos auténticos y fieles a los principios y la verdad, detestaron de los engaños y de los marrulleros que tantas artimañas emplearon con su inclinación natural a los volatines políticos y a la deslealtad, frente a la constancia y lealtad, como no ha habido otra tan admirable, de los carlistas íntegros, que siempre fueron lo mismo y los mismos en la fidelidad a sus ideales y a cuanto representaron. Por eso, el Conde de Romanones, liberal recalcitrante y gran cacique de las Alcarrias, escribió en uno de sus libros, y fue magnífica su confesión:

    “El tipo del carlista constituye un caso curioso, singular y digno del mayor respeto por las profundas raíces de su convencimiento y la firmeza de su fe, de su fe ciega, que no quebrantan las mayores y más definitivas derrotas, que hoy como ayer y como entonces, permanecen incólumes esperando a su verdadero Rey como los judíos a través de los siglos aguardan a su Mesías. Vida y hacienda, afectos los más queridos, el carlista está siempre dispuesto a sacrificarlo todo por su causa. Es un fenómeno digno de notarse que, en los campos de la política, donde los cambios de opinión y de actitud son cosa corriente, el carlista no cambia, es siempre el mismo, no va de un campo al contrario, acostarse monárquico y ver la luz del nuevo día republicano, no reza con ellos”.

    * * *


    Pero volviendo al famoso y mal llamado pacto de Territet (Suiza), del que nada se dijo hasta pasados varios años, cuando hacía tantos otros que Don Jaime de Borbón había fallecido, la verdad es que, avanzado el turbulento verano de 1931, cuando el Duque de Madrid regresó de Frohsdorf a París, hizo el viaje en unión de su leal compañero de estancia de siempre, el famoso “Resti” (Restituto Fernández), que durante veinte años vivió siempre junto a Don Jaime, y manifestó que en aquel viaje no se detuvieron desde Viena, ni en Suiza ni en ninguna parte, hasta París. Y aquel noble carlista de la Nava del Rey, íntegro caballero castellano, habría que creerle siempre, no como a los intrigantes trapisondas políticos, porque fue ejemplo de amor y lealtad a su Rey hasta después de su muerte. Le sirvió con el mayor desinterés y la más desprendida generosidad, por lo que era, y jamás quiso percibir honorario alguno. Él era un carlista fiel y no sólo por eso servía a su Rey.

    Por consiguiente, la verdad es que el tan traído y llevado “pacto”, ni fue firmado por Don Jaime en Territet ni en ninguna parte. Si los inventores de la fábula hubieran sido tan fieles y caballeros como el admirado “Resti”, no hubiesen puesto en tela de juicio la conducta también leal a la doctrina y a la resistencia carlista del Duque de Madrid, y hubieran procedido con otra caballerosidad. Lo que merecía la vida y la conducta caballerosa de Don Jaime de Borbón. Esto está tan claro como la luz del día.

    Por añadidura, Don Jaime y Don Alfonso, sólo se vieron dos veces. La primera el 23 de septiembre en la residencia del primero en la Avenue Hoche de París; la segunda, dos días más tarde, el 25, en el hotel Savoy de Fontainebleau. Hablaron de muchas cosas con gran afecto. Don Jaime le dijo a Don Alfonso por qué abandonó Madrid y no resistió, como debía haberlo hecho, porque él, en su puesto, hubiera resistido. En concreto, Don Alfonso le contestó que no se podía fiar de nadie. Pero en ninguna de ambas entrevistas se firmó documento alguno. Y mal se podía haber firmado en Suiza el mes anterior, sin haber estado allí ni haberse visto ambos egregios personajes hasta las fechas citadas. Ésta es la mala historia de una cuestión vieja pero revivida con tanto acierto como oportunidad por Carlos Alpéns, a quien saludo con todo afecto.

    Por cierto, y como afirmación final. El Conde de Melgar, que nunca creyó en tal “pacto”, en su buen libro “Pequeña Historia de las Guerras Carlistas”, página 357, dice que Don Jaime “estaba totalmente alejado de su ánimo el renunciar al menor de sus derechos y mucho menos apartarse de uno solo de los principios inscritos en su bandera. ¿Cómo fue posible hacerle firmar otra cosa, SI ES QUE LLEGÓ A FIRMARLO? Eso es lo que ignoro, y nunca tendrá para mí explicación”.

    Y lo dice en un libro publicado en 1958, cuando ya había reconocido a Don Juan y pertenecía a su Consejo. Y nada supo de la firma de tal pacto cuando era secretario de Don Jaime, ni de que llegase a firmarlo, y no cree, en realidad, que fuese firmado. Luego, honradamente pensando, habrá que creer y afirmar que semejante “embolado” no se firmó y que, despreciando a los fabricantes de gatuperios, la conducta de Don Jaime de Borbón fue tan caballerosa en la vida como en la muerte.

  14. #14
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 15 de Junio de 1972, página 3.


    ¡SIEMPRE PRÍNCIPES LIBERALES!

    La Dinastía Carlista produjo siempre Príncipes leales a la Tradición


    Por Francisco López-Sanz


    Don Blas Piñar, hombre de grandes actividades, católico, orador y conferenciante, que tanto escribe o deja oír su voz con valentía y contraria a los cucos y progresistas que en nada progresan, –que, como la mayoría, nunca están conformes con nada y cambian de modo de pensar cada temporada, como los Romero Robledo de otros tiempos–, ha pronunciado una conferencia política en Guadalajara en la que, refiriéndose a la doctrina tradicionalista sobre la legitimidad de origen y de ejercicio, le ha dado su conformidad. Para el señor Piñar, –a quien no dejo de estimar, aunque no es carlista, si bien una vez estuvo en Estella en los actos de Montejurra, y vio lo que entonces se veía de firmeza e idealismo, siempre viejo y siempre nuevo, y hasta habló ante aquella conjunta de grandes ideales–, la legitimidad de origen está en el 18 de julio.

    Me permito discrepar, pero no insisto sobre la afirmación, porque, para los carlistas, como sus orígenes, la legitimidad tiene mayor antigüedad. De la legitimidad de origen, frente a la ilegitimidad e ilegalidad liberal, nació precisamente el Carlismo; al que un día, después de un estudio meditado y profundo, abrazó bastantes años después el insigne Aparisi y Guijarro, que no dijo que dicha legitimidad había nacido en aquel momento, sino que proclamó su existencia desde la muerte de Fernando VII, cuando concluía septiembre de 1833. Aún fue más explícito el ilustre hombre de leyes valenciano. “Don Carlos –dijo– en la primera juventud participó en el cautiverio de Valençay; Fernando se doblegó y abdicó ante la grandeza de Napoleón; demostró Carlos que la virtud era más fuerte que la gloria. Cuando salieron del cautiverio los dos Príncipes, el que salió rey, a mis ojos al menos, fue Don Carlos”.

    Pero, según veo en “Fuerza Nueva”, de la que Blas Piñar fue fundador y es valiente expositor de ideas y sentimientos, en el segundo de sus argumentos, de los tres que ofrece para su exposición doctrinal, dice:


    “Porque yo no admito la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales, y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición. Y no lo admito porque, al menos que a mí se me escape, no hay distinción esencial entre familia y dinastía, y la experiencia nos dice que ha habido hijos falangistas de padres marxistas e hijos marxistas de los mejores patriotas; y porque ha habido y hay príncipes carlistas que, luego de proclamar, siendo pretendiente, que su monarquía era la del 18 de julio, se han pasado con armas y bagajes al socialismo”.


    Bonito argumento de estos tiempos para arrancar aplausos por la estridencia, como los arrancó ese párrafo. Pero el 18 de julio y sus más inmediatos, que fueron los decisivos, –en pleno furor revolucionario y de ejecución y desafuero de los desalmados socialistas, con la anarquía violenta en las calles–, ningún falangista fue hijo de padres marxistas en aquellos momentos inciertos y graves de orgía revolucionaria, en que había que oponerse a ella con valor de ideales católicos y españoles, dando la cara y todo lo demás. En cambio, salieron los requetés, hijos y nietos de carlistas, que estaban preparados y dispuestos desde hacía meses y esperando la hora, con los que, con alegría inmensa, contó el general Mola en horas tan decisivas y apremiantes. Y gracias a ellos en gran número, a los falangistas de entonces, y a quienes pudieran estar en la misma línea, –porque fuimos testigos de aquel levantamiento que no tuvo igual, sin que ninguno de los voluntarios fuese hijo de socialista–, el gran militar al que “castigó” la vesania de Casares Quiroga trayéndolo a Pamplona, hizo lo que hizo en su primera resistencia providencial, dominó lo que pudo con rapidez y asentó la bandera del Alzamiento y de la liberación.

    Porque en aquellas primeras horas en que no se podía estar en la tapia de los indecisos, sino lanzarse a la decisión sin vacilaciones para no perderlo todo, además de Mola, con ningún marxista, ni hijo de marxista, contó Queipo de Llano en su riesgo heroico de Sevilla; ni López-Pinto y Varela en Cádiz, que ardía en revolución; ni Castellanos en Córdoba; ni Cabanellas en Zaragoza; ni Aranda en Oviedo; ni Saliquet en Valladolid; ni Muga en Soria, etc., etc., mientras que el general Franco, que, sublevado en Canarias, había aterrizado en Ceuta, haciéndose cargo de todo el poder militar de África, que hasta entonces tenía preparado Yagüe, para que con su inteligencia y dotes de mando militar lograr el difícil paso del Estrecho, para trasladar toda la fuerza a la península, y aparecer con ella en la península camino de la reconquista y de la victoria definitiva.

    Sin embargo, aunque la opinión y el talento del señor Piñar no admita “que la dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”, lo admita o lo niegue, así ha sido. Éste es un hecho histórico, tan probado y real que no tiene vuelta de hoja. En España, ¿cuándo han sido otra cosa que liberales todos los descendientes varones, y hasta las hembras, procedentes de la dinastía liberal? Desde Fernando VII y su cuarta mujer, la “liberala” Doña María Cristina, ¿quién de su descendencia no fue liberal? Hasta en tiempos relativamente modernos, con régimen republicano, los alabarderos de Don Juan solían decir que tenía a su lado los libros de escritores carlistas, supongo que para que el Carlismo, cuando el anciano Don Alfonso Carlos había de expirar, la rama legítima que empezara un siglo antes en Carlos V, por falta de sucesión directa, se inclinara hacia el hijo de Don Alfonso, como algunos quisieron ver que ahí estaba la solución política. Pero, después, ya se ha visto lo que sucedió: que la cabra liberal siempre tira al monte político…

    Y refiriéndonos a la dinastía carlista, y ésta es la que empieza, para mí y para todos los carlistas, en don Carlos María Isidro de Borbón en 1833, y acaba en Don Alfonso Carlos de Borbón y Austria de Este el 28 de septiembre de 1936, opine como quiera el señor Piñar, todos sus príncipes, con una sola excepción, –que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal, como no hubo jamás otra parecida en la dinastía liberal–, todos su príncipes, repito, han sido antiliberales y leales a la Tradición y Abanderados legítimos del Carlismo. Esto no hay quien lo desmienta ni quien lo niegue en honor de la verdad.

    Y ahí están, con su conducta y firmeza ideológica y con su lealtad a los principios, Carlos V, Conde de Molina; Carlos VI, Conde Montemolín, muerto prematuramente por la acción del tifus; Carlos VII, Duque de Madrid; Jaime I, II Duque de Madrid; y Alfonso Carlos, Duque de San Jaime. Estos íntegros varones de la dinastía carlista, que produjo “siempre príncipes leales a la Tradición”; como, en oposición innegable, la dinastía liberal también siempre produjo “príncipes liberales”. ¡De tal palo, tal astilla!.

  15. #15
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 23 de Julio de 1972, página 8.


    Las razones de don Blas Piñar

    Por J. A. Ferrer Bonet


    Una vez más, la amarga realidad da toda la razón a don Blas Piñar, que afirmó en una conferencia política, pronunciada hace poco en Guadalajara, no admitir «la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición».

    Discrepa de este juicio don Francisco López Sanz, y le replica a través de las páginas de «El Pensamiento Navarro», del pasado 15 de junio, afirmando que la Dinastía Carlista produjo siempre príncipes leales a la Tradición, «con una sola excepción que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal». Se refiere, naturalmente, al caso de Juan III, del cual la muy célebre y fundamentada carta de su madre, la princesa de Beira, que el 25 de septiembre de 1864 dirigía a todos los españoles, proclamaba textualmente: «Supuesto que mi hijo Juan no ha vuelto, como yo se lo pedía, a los principios monárquico-religiosos, y persistiendo en sus ideas, incompatibles con nuestra religión, con la monarquía y con el orden de la sociedad, ni el honor, ni la conciencia, ni el patriotismo permiten a ninguno reconocerle por rey» … «nuestro rey legítimo es su hijo primogénito, Carlos VII».

    Pero, desgraciadamente, no es ésta la única excepción. Como tampoco acababa la dinastía [en] don Alfonso-Carlos, aunque ahora afirme lo contrario don Francisco López-Sanz, para silenciar una defección muchísimo más grave que la de Juan III, como lo es la mantenida de unos años a esta parte por don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos-Hugo.

    Son manifiestamente contrarias al Credo Tradicionalista las siguientes declaraciones de don Carlos-Hugo hechas a la revista «Familia Nueva», de diciembre de 1970:


    «Un Estado confesional es hoy día, de alguna manera, anticatólico».

    «En el carlismo hay un abanico de opiniones totalmente abierto, desde los diversos integrismos a los progresismos más avanzados. Pero no existen en el carlismo segregaciones. Ni social, ni generacional, ni, por supuesto, ideológica».


    Dialéctica marxista más clara no puede desmentirse.

    Una traición y perjurio más grave hacia el pensamiento y la conducta obligada en los que de verdad quieren ser carlistas lo constituye el sumarse los seguidores de don Javier y don Carlos-Hugo a la campaña internacional antiespañola con motivo del proceso de Burgos. En dicha ocasión, y según una nota no desmentida ni [des]autorizada, difundida por el llamado «Servicio de Prensa del Carlismo», por los jefes regionales, provinciales y locales, así como por los jefes de Hermandades de Ex Combatientes de Antiguos Tercios de Requetés, el 29 de diciembre de 1970, fueron cursados al Jefe del Estado español con motivo de haber sido hecha pública la sentencia que puso fin al Consejo de Guerra celebrado en Burgos contra los reos de la ETA, el siguiente telegrama:


    «JEFE DEL ESTADO ESPAÑOL. MADRID.– POR EL FUTURO DE ESPAÑA: INDULTO, AMNISTÍA, LIBERTAD POLÍTICA.– 29 diciembre 1970».


    Jamás antes del mandato javierista y carloshuguista fue posible en el carlismo semejante actitud de probada convergencia con los enemigos de España. Ni habían sido concebibles los elogios de «Mundo Obrero», órgano del Comité Central del Partido Comunista de España, como los viene prodigando hacia dicho sedicente «carlismo» de unos años a esta parte.

    «Montejurra», de abril de 1971, publica una «encuesta a la juventud carlista», muy del estilo de la escuela de don Carlos-Hugo, en la que afirma que un 78 por 100 –casi cuatro de cada cinco encuestados– piensa que se puede ser carlista y ateo a la vez, y nada menos que un 92 por 100 de los encuestados afirman no es ninguna herejía hablar de un carlismo socialista…, y el más alto porcentaje piensa que el carlismo, principalmente, es un partido político.

    Y para que no quede ninguna duda de que a don Blas Piñar le sobra la razón, transcribiré algunas frases de lo que el pasado 7 de mayo fue dicho en el acto político de Montejurra:

    De la declaración del «Partido Carlista».


    «Sin la revolución que elimine todos los obstáculos económicos, sociales y políticos, no será posible la revolución social permanente que conduzca al hombre al ejercicio de la libertad».

    «Nuestra revolución social es demasiado profunda para que llegue sin dolor… Es democrática y necesita de un pueblo…, no teme a la violencia…».


    Palabras de la infanta doña Cecilia.


    «¡Carlistas!, somos un partido en marcha con la revolución, porque nuestra acción es un resucitar continuo… Seremos, a través de nuestra revolución, felizmente lograda, responsable[s] de un «mundo nuevo», que tantos hombres, cristianos y marxistas, buscan angustiosamente. Quisier[a] llevar a todos… el afán de la lucha revolucionaria…».


    Mensaje de don Javier al pueblo carlista.


    «… estamos en la revolución social. Revolución que establezca estructuras que no sean opresivas… La Iglesia y el Ejército, por su gran influencia en la sociedad, tendrán que presentarse ante el pueblo español como independientes en cualquier proceso político que discurra por vías de garantías democráticas que desde la oposición estamos forzando… El carlismo ha logrado hacer desembocar sus tensiones internas, que harían disgregarse a otros grupos, en una fructífera dialéctica… Un instrumento: el Pacto-Dinastía. Una forma: LA MONARQUÍA SOCIALISTA…».


    Extracto de la circular ciclostilada «Partido Carlista», Cataluña, número 5.


    Página 1. Título: «Organicemos la lucha clandestina». Su contenido es estrictamente marxista.

    Página 2. Título: «Montserrat-72: un éxito». Transcribiré sólo una frase para que el lector pueda tener una idea exacta de lo que constituyó el acto de Montserrat, celebrado el pasado 28 de mayo:


    «El público ya hablaba de los letreros que, subiendo por la carretera, habían podido leer. Se comentaba lo de CATALUNYA AUTÓNOMA, LLIBERTAT RELIGIONAL, DICTADURA NO, CARLISME SI, CARLES-HUG LLIBERTAT, y otros más subversivos. Por todas partes las siglas G. A. C. (Grupos de Acción Carlista)».


    «Mundo Obrero», órgano del Comité Central del Partido Comunista de España, en su número correspondiente al pasado 25 de mayo –después del acto de Montejurra, pero antes del de Montserrat–, en su tercera página, titulada «La política exige realismo», publica en su texto el subtítulo siguiente: «Una convergencia posible y necesaria», con la siguiente afirmación:


    «Quienes demuestran capacidad de convocatoria son los que propugnan soluciones democráticas y aceptan una convergencia realista para promover la libertad. Lo ha evidenciado la última concentración carlista de Montejurra con sus actitudes renovadoras».


    Y ya sabemos qué actitudes son las que a los comunistas les merecen el calificativo de «actitudes renovadoras».

    Esta situación hasta aquí descrita ha llegado a ser posible gracias a la convergencia de los Borbón-Parma con la política vaticana, principal alentadora de la «opción socialista» para los católicos. Sirviendo a la política del reformismo vaticanosegundo, los Borbón-Parma se han apartado del Ideario Tradicionalista y de la fidelidad que les profesaban la mayoría de los carlistas. Como muy bien ha dicho Aurelio de Gregorio desde las páginas de ¿QUÉ PASA?, al afirmar que:


    «En otoño de 1966, don Javier de Borbón Parma recomendó por todos los medios a su alcance que se votara a favor de la imposición de las normas del Concilio sobre libertad de cultos al Fuero de los Españoles. Esta única decisión suya tuvo tres efectos: Que perdiera la legitimidad de ejercicio a los ojos de los que aún creían que la iba, aunque penosamente, salvando. Que consagrara oficialmente un giro de ciento ochenta grados hacia la revolución que entonces se iniciaba en sus filas. Que fuera definitivamente excluido de la instauración monárquica que nació y se configuró a partir de aquella votación. Desde entonces, la Comunión Tradicionalista se desmorona; las infiltraciones marxistas se instalan en los mandos y se objetivan en los escritos de la organización. Los carlistas más distinguidos por su saber y su dedicación se marchan en distintas direcciones, y son reemplazados rápidamente, y sin pena, por advenedizos de ideología marxista y progresista, que desplazan a los ortodoxos que aún no se habían ido».


    Lo hasta aquí expuesto prueba fehacientemente que a Blas Piñar le asiste toda la razón. Don Javier y su hijo Carlos-Hugo son príncipes que después de proclamarse pretendientes, que su monarquía era la del 18 de julio, se han pasado con armas y bagajes al socialismo, y don Javier ha hecho expresa afirmación de MONARQUÍA SOCIALISTA.

  16. #16
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 27 de Julio de 1972, página 3.


    Por alusiones

    Mantengo lo dicho: La Dinastía Carlista fue siempre antiliberal y leal a la Tradición

    Por Francisco López-Sanz


    El pasado día 15 de junio publiqué un artículo en estas columnas titulado: “¡Siempre Príncipes liberales! – La Dinastía Carlista produjo siempre Príncipes leales a la Tradición”. Era un artículo correcto aunque disconforme con una afirmación de un ilustre escritor, don Blas Piñar, hecha en una conferencia por tan estimado y antiguo amigo, en Guadalajara, en la que, según “Fuerza Nueva”, dijo:


    “Porque yo no admito la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales, y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición. Y no lo admito porque, al menos que a mí se me escape, no hay distinción esencial entre familia y dinastía, y la experiencia nos dice que ha habido hijos falangistas [de padres marxistas] e hijos marxistas de los mejores patriotas; y porque ha habido y hay príncipes carlistas que, luego de proclamar, siendo pretendiente, que su monarquía era la del 18 de julio, se han pasado con armas y bagajes al socialismo”.


    A estas afirmaciones contesté en EL PENSAMIENTO NAVARRO:


    “Bonito argumento de estos tiempos para arrancar aplausos por la estridencia, como los arrancó este párrafo. Pero el 18 de julio y sus más inmediatos, que fueron los decisivos, –en pleno furor revolucionario y de ejecución y desafueros de los desalmados socialistas, con la anarquía violenta en las calles–, ningún falangista fue hijo de padres marxistas en aquellos momentos inciertos y graves de orgía revolucionaria, en que había de oponerse a ella con valor de ideales católicos y españoles, dando la cara y todo lo demás. En cambio, salieron los requetés, hijos y nietos de carlistas, que estaban preparados y dispuestos desde hacía meses y esperando la hora, con los que, con alegría inmensa, contó el general Mola en horas decisivas y apremiantes”.


    Después, y por no repetir todo el artículo, agregué:


    “Sin embargo, aunque la opinión y el talento del señor Piñar no admita “que la dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”, lo admita o lo niegue, así ha sido. Éste es un hecho histórico, tan probado y real que no tiene vuelta de hoja. En España, ¿cuándo han sido otra cosa que liberales todos los descendientes varones, y hasta las hembras, procedentes de la dinastía liberal? Desde Fernando VII y su cuarta mujer la “liberala” Doña María Cristina, ¿quién de su descendencia no fue liberal?”.

    “Y refiriéndonos a la dinastía carlista, y ésta es la que empieza, para mí y para todos los carlistas, en Don Carlos María Isidro de Borbón en 1833, y acaba en Don Alfonso Carlos de Borbón y Austria de Este el 28 de septiembre de 1936, opine como quiera el señor Piñar, todos sus príncipes, con una sola excepción, –que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal, como no hubo jamás parecida en la dinastía liberal–, todos sus príncipes, repito, han sido antiliberales y leales a la Tradición y Abanderados legítimos del Carlismo. Esto no hay quien lo desmienta ni quien lo niegue en honor de la verdad.

    “Y ahí están, con su conducta y firmeza ideológica y con su lealtad a los principios, Carlos V, Conde Molina; Carlos VI, Conde de Montemolín, muerto prematuramente por la acción del tifus; Carlos VII, Duque de Madrid; Jaime I, II Duque de Madrid; y Alfonso Carlos, Duque de San Jaime. Estos íntegros varones de la dinastía carlista, que produjo “siempre príncipes leales a la Tradición”; como, en oposición innegable, la dinastía liberal también siempre produjo “príncipes liberales”. ¡De tal palo tal astilla!”.


    Esto dije, repito, en honor de la verdad y de ambas dinastías. Por eso, don Alfonso, hijo de doña Isabel, mientras los carlistas, los únicos, luchaban contra la revolución multicolor, pudo decir, para abanderar la revolución mansa, preparada por Martínez Campos y, doctrinalmente, por Cánovas del Castillo, que no dejaría de ser “como hombre del siglo, verdaderamente liberal”. Así lo afirmó en su primer manifiesto de Sandhurst del 1.º de diciembre de 1874. Cuán diferente la formación católica de los príncipes carlistas y su lealtad a esos sentimientos; como Carlos VII, que afirmó:


    “Nadie puede ingresar en mis filas sin haber primero ingresado en las de la Iglesia Católica; yo no quiero que me siga nadie si antes no sigue a Jesucristo y a la Iglesia; yo impongo a los que han de ser mis súbditos en el orden civil la condición precisa e indispensable, la condición absolutamente necesaria, de toda necesidad, de que primero han de ser súbditos fidelísimos de Jesucristo y de su única Esposa la Santa Iglesia Católica, nuestra Madre: de lo contrario no los reconozco, y los declaro por el mismo hecho fuera de mi bandera”.


    * * *


    Creo que está todo bastante claro, como la cuestión de dinastías y su diferencia sustancial en el pensamiento entre la carlista y la liberal. Como la hay entre la familia directa, de padres a hijos, y la colateral. Pero en el número del 23 de julio del semanario “¿Qué pasa?”, he visto un artículo, “Las razones de don Blas Piñar”, por J. A. Ferrer Bonet, en el que empieza así, creo que como ayudador de don Blas Piñar, que no lo necesita:


    “Una vez más, la amarga realidad da toda la razón a don Blas Piñar, que afirmó en una conferencia política pronunciada hace poco en Guadalajara, no admitir “la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”.

    “Discrepa de este juicio don Francisco López-Sanz, y le replica a través de las páginas de EL PENSAMIENTO NAVARRO, del pasado 15 de junio, afirmando que la Dinastía Carlista produjo siempre príncipes leales a la Tradición, “con una sola excepción, que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal”. Se refiere, naturalmente, al caso de Juan III, del cual la muy célebre y fundamentada carta de su madre, la princesa de Beira, que el 25 de septiembre de 1864 dirigía a todos los españoles, proclamaba textualmente: (Y se refiere a la actitud antiliberal de la citada doña María Teresa de Braganza, en oposición a las tonterías y defecciones de don Juan, que se eliminó a sí mismo, afirmando la segunda esposa de Carlos V): “Nuestro Rey legítimo es su hijo primogénito, Carlos VII””.


    Después el artículo agrega:


    “Pero, desgraciadamente, no es ésta la única excepción. Como tampoco acababa la dinastía [en] don Alfonso Carlos, aunque ahora afirme lo contrario don Francisco López-Sanz, para silenciar una defección muchísimo más grave que la de Juan III, como es la mantenida de unos años a esta parte por don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos Hugo”.


    Son dos casos totalmente diferentes. Si don Jaime de Borbón murió soltero, y su tío don Alfonso Carlos y su esposa doña María de las Nieves no tuvieron hijos, no sé cómo se puede afirmar que la dinastía carlista, en su rama directa y legítima, no acaba en don Alfonso Carlos, último descendiente directo del fundador de la misma, Carlos V, hermano de Fernando VII. Por consiguiente, ni he silenciado ni tenía por qué silenciar “una defección muchísimo más grave que la de don Juan III, como lo es la de don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos Hugo”.

    Yo me referí, exclusivamente, a la afirmación de don Blas Piñar sobre los príncipes carlistas y los príncipes liberales, que siempre hicieron honor a sus opuestas ideas. Y no se olvide tampoco que ni don Javier ni su hijo son descendientes directos de los Príncipes de la Dinastía Carlista. ¿Estamos?

    Además, –y con esto me refiero a todo el resto del artículo de J. A. Ferrer Bonet–, apenas tuve en mis manos en el pasado mayo los documentos anticarlistas y estridentemente socialistas y revolucionarios que fueron leídos con asombro en Montejurra, mostré mi dolor y mi amargura, juntamente con mi discrepancia y oposición a sus afirmaciones, en varios artículos que se han publicado en estas columnas, tan queridas para mí y para todos los que mantienen en alto la doctrina, porque, como se ha dicho por plumas autorizadas, “el Carlismo es el Carlismo”.

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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué Pasa?, 19 de Agosto de 1972, página 6.



    No quito ni pongo a Blas Piñar, pero sirvo a la verdad

    J. A. Ferrer Bonet


    El pasado 27 de julio don Francisco López-Sanz replicó en «El Pensamiento Navarro» a las razones que yo reconocía le asistían a don Blas Piñar cuando en una conferencia política pronunciada en Guadalajara afirmó no admitir «la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición». Su respuesta a mi modesto escrito publicado en ¿QUÉ PASA? del 23 de julio se titula: «Mantengo lo dicho: La Dinastía Carlista fue siempre antiliberal y leal a la Tradición». En ella, justo es reconocerlo, afirma una gran verdad, y ésta es que don Blas Piñar no necesita de ayuda alguna para mantener la razón que a mi juicio le asiste. Pero debo también puntualizar por mi parte que mi coincidencia con don Blas Piñar no significa hacer de «ayudador». Mi propósito tuvo el solo objeto de ofrecer un testimonio estrictamente clarificador.

    Porque el hecho de que don Javier y don Carlos-Hugo no sean descendientes directos de la dinastía carlista no significa que no sean príncipes descendientes de Felipe V y, por lo tanto, designables para suceder al último monarca carlista, en tanto en cuanto –naturalmente– no estén desposeídos del Derecho de Ejercicio, que es donde radica la razón fundamental de la legitimidad, muy superior, desde luego, al estricto acta de nacimiento. Y ésta es precisamente la razón por la cual la Princesa de Beira se dirigió a los españoles el 25 de septiembre de 1864 proclamando que al perder su hijo Juan el fundamentalísimo derecho de ejercicio, señálase que la legitimidad recaía automáticamente en su nieto Carlos VII. Y así fue aceptado por el pueblo carlista, sucediéndole el hijo a su padre.

    El hecho de que por sus propios actos se hayan excluido de todo derecho a la sucesión los Borbón-Parma es –fundamentalmente– cuestión distinta a la de si son príncipes que hubiesen podido tener derecho a la sucesión carlista en el caso de que no se hubiesen ellos descalificado por su propia voluntad, hecho éste –repito– fundamentalmente más importante, partiendo de la Ley de Felipe V y en aplicación estricta del pensamiento tradicionalista español, que condiciona al derecho de origen el estar en posesión del derecho de ejercicio.

    ¿Es concebible que don Alfonso Carlos designase Regente al Príncipe Javier si éste no hubiese estado vinculado al tronco de la dinastía de Felipe V, profesando además, cuando fue nombrado, el Ideario Tradicionalista?

    ¿Le hubiese proclamado Rey en 1952, en Barcelona, un sector antiliberal y antijuanista militante en el carlismo si hubiese carecido del consiguiente derecho sucesorio y aceptación de los principios tradicionalistas, abandonados después tanto por él como por su hijo?

    Pero aún hay más: ¿Le hubiese reconocido a don Javier carácter representativo alguno la Junta Carlista de Guerra instalada en San Juan de Luz, de la que era presidente como príncipe carlista designado por el Rey don Alfonso Carlos? Porque la designación por el monarca no era para los carlistas título suficiente cuando apuntaba alguna duda, como lo prueba la decidida actitud mantenida por el amplio grupo de «El Cruzado Español», cuya actitud antiliberal era acusadísima y cuyo tradicionalismo ideológico era indiscutible.

    ¿Hubiese sido, como príncipe, interlocutor válido, juntamente con Zamanillo y Fal Conde, ante el General Mola y otros prestigiosos militares, en la preparación y consiguientes pactos previos al Alzamiento del 18 de julio de 1936?

    ¿Hubiera sido posible que los carlistas reconociesen validez al documento que en fecha 15 de julio de 1936 daba la orden de sumarse la Comunión Tradicionalista al Movimiento Militar, firmada por el Príncipe Javier de Borbón-Parma y por don Manuel Fal Conde, si don Javier no hubiera estado vinculado como príncipe a la causa tradicionalista, no teniendo sucesor el Rey don Alfonso Carlos?

    Cuando el 23 de enero de 1936 don Alfonso Carlos firmó el documento –cuya redacción fue confiada a don Luis Hernando de Larramendi– instituyendo Regente a su sobrino el Príncipe don Javier de Borbón-Parma, en el artículo primero se afirma tajantemente que «esta Regencia no privaría de su derecho eventual a la Corona». Que después don Javier haya errado en el cumplimiento de sus funciones como Regente, que haya atendido la política vaticana con olvido de su cometido entre los españoles, y con sus actos y declaraciones se haya situado en actitud que le descalifica, son motivos que justifican el que el Generalísimo Franco, Jefe del Estado español y Jefe Nacional del Movimiento –en el que están integrados los tradicionalistas tanto por el Ideario como por su aportación a la Cruzada–, le haya excluido a él y a su hijo Carlos-Hugo de la instauración de la Monarquía del 18 de julio. Mucho esperó Franco, pero al fin tuvo que rendirse a la evidencia de que después de proclamarse ellos pretendientes, que su monarquía era la del 18 de julio, se habían pasado con armas y bagajes al socialismo, con expresa afirmación de MONARQUÍA SOCIALISTA.

    Don Javier, como príncipe carlista –aunque no sean él ni su hijo descendientes directos de los Príncipes de la Dinastía Carlista–, ha sido desleal a la Tradición.

    Pero si tanto me apura don Francisco López-Sanz, a Juan III –padre de Carlos VII– y a don Javier y su hijo debe añadirse a la lista otro príncipe de la dinastía carlista: JAIME III.

    Al dar paso a la II República don Alfonso, pasó a residir en Fontainebleau. Don Jaime vivía en París. Hubo contactos directos entre ambos. Éstos culminaron en que el 12 de septiembre de 1931 firmaran don Alfonso y Jaime III –el hijo del gran Carlos VII– un pacto en Territet (Suiza) que contiene seis cláusulas. En la primera condenan cualquier acto de fuerza que en aquellas circunstancias se hiciera para restaurar la Monarquía y se comprometen a trabajar unidos para conseguir un Gobierno «que tenga por finalidad la formación de unas Cortes Constituyentes que sean el fiel reflejo de los deseos de los ciudadanos españoles». En la segunda se fijaba la duración del compromiso «hasta que sea votada la nueva Constitución Española», sin que ninguno de ellos pudiera pasar la frontera hasta ese momento. Por la tercera se obligaban a interponer su influencia para conseguir acuerdos entre sus partidarios para lograr esta unidad monárquica ¡que juzgan beneficiosa para la Patria! En la cuarta se dice que, una vez aprobada la Constitución, las Cortes elegirán al que haya de ser Soberano (!!!). En la quinta se dice que si fuese elegido don Alfonso, don Jaime (el hijo del gran Rey Carlos VII) renunciaría a sus derechos y procuraría conseguir la de su tío don Alfonso (el futuro Alfonso Carlos), por lo que se le reconocerían los derechos de Infante de España. Por la sexta se obligaba don Jaime, si fuese elegido Rey, a conceder los beneficios que le correspondieran a don Alfonso, y se estipulaba además que su sucesor sería designado por las Cortes Constituyentes.

    ¿Puede calificarse esta actitud de don Jaime de antiliberal y leal a la Tradición?

    Al morir don Jaime le sucedió don Alfonso-Carlos, el cual afirmó su oposición inflexible al pacto firmado entre don Jaime y don Alfonso, manifestando además que don Jaime «no tenía el derecho de ceder en una cuestión que no era suya». Se negó don Alfonso-Carlos a suscribirlo cuando se lo pidió un emisario de don Alfonso. Con este repudio del pacto citado se proponía tranquilizar a los soliviantados y antiliberales seguidores de «El Cruzado Español», informándoles, además, de que «Mis queridos buenos sobrinos los Príncipes de Parma declararon que ellos no aceptan mi sucesión», hecho que reconsideraron después al aceptar don Javier la Regencia, sin privarle ésta de su eventual derecho a la Corona, una vez conseguida la unidad y la confianza entre los carlistas, meses antes del Alzamiento.

    Por cuanto antecede, murieron desleales a la Tradición, dejando de ser antiliberales, no sólo Juan III sino Jaime III. Y por lo que respecta a don Javier y su hijo Carlos-Hugo –el primero de los cuales llegó a merecer la más plena confianza de don Alfonso Carlos, nombrándole Regente e indicándole eventual derecho a la sucesión– su pérdida de la legitimidad es manifiesta.

    Si he removido viejas heridas es porque, por encima de todo, la verdad histórica y la realidad presente son a veces de necesaria difusión. Y en esto, una vez más, coincido con la trayectoria que sigue don Blas Piñar. Coincidencia –ello es cierto– que de mí no necesita, pero que mucho me honra.

  18. #18
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 24 de Agosto de 1972, página 7.



    LA DINASTÍA CARLISTA Y SUS PRÍNCIPES LEALES A LA TRADICIÓN

    El «pacto» de Don Jaime y Don Alfonso, es UNA FALSEDAD

    Por Francisco López-Sanz


    J. A. Ferrer Bonet, a quien agradezco su atención, vuelve en el último número de “¿Qué pasa?”, del 19 del actual, a insistir en lo que dijo sobre un comentario del pasado 27 de julio, en estas columnas, manifestando mi oposición a una afirmación hecha por don Blas Piñar en Guadalajara, que dijo no admitía “la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”. Y afirmé que era tan verdad una cosa como la otra: “la de los príncipes liberales y la de los príncipes carlistas, leales a la Tradición”. Por lo visto era cuestión de principios. Y acaso de la sangre…

    Manifesté entonces que en la dinastía carlista se aborreció al liberalismo, que fue el nexo de la dinastía opuesta, y se mantuvo la lealtad a la doctrina porque sólo se dio un lamentable caso de desvío de Don Juan, hijo segundo del primer Rey carlista, flaco de voluntad y un tanto atrabiliario, con un corazón frívolo que le llevó a cometer bajezas y tonterías, disgustando seriamente a sus padres. El Conde de Rodezno, en su gran obra histórica, “La Princesa de Beira y los hijos de Don Carlos”, a propósito de la alocada conducta del infante Don Juan, dice (pág. 180):

    “Venía siendo para entonces causa de frecuentes disgustos en la familia Real proscripta la conducta del Infante Don Juan, hijo segundo de Don Carlos. El carácter frívolo de este Infante, propenso a dejarse llevar de ajenas influencias y de un prurito de contradicción que le hacía alardear de ideas avanzadas, conturbó en no pocas ocasiones al bondadoso corazón de su augusto padre. Ya en Bourges, durante el destierro-cautiverio que siguió al convenio de Vergara, Don Juan había mantenido actitudes y sostenido declaraciones que Don Carlos y María Teresa tuvieron que reprender paternal y enérgicamente”.

    Pero este caso de un príncipe que andaba mal de la cabeza y no estaba en su sano juicio –ya lo hizo constar con claridad y resolución el diario carlista “La Esperanza”, negándole la obediencia–, sirvió para que el Carlismo, más adelante y cuando llegara la hora de la sucesión, abandonara a Don Juan, que, como prueba de su mal andar, también se había separado de su mujer, la piadosa Doña Carolina de Borbón de Módena.

    La íntegra Doña María Teresa de Braganza y Borbón, Princesa de Beira, –segunda esposa de Don Carlos, y hermana de la primera, Doña María Francisca–, que fue como la segunda madre de los hijos de Don Carlos, –por lo que les amó, y por su adhesión a la doctrina de la Comunión y defensa de la integridad de la misma–, ante los extravíos incorregibles de Don Juan, publicó “Mi carta a los españoles”, documento doctrinal y fundamental, dando el primer grito de ¡Viva Carlos VII! La Reina María Teresa fue entonces, como Regente de la Monarquía carlista, la que señaló a su hijo, Don Carlos, Rey, ante las tonterías y mala cabeza de su padre. Y el Carlismo, [siguió] fiel a la doctrina de la Comunión, a la Causa y a los principios tradicionalistas. Desde entonces, y antes del Consejo de Londres, formado por personalidades de la Comunión, Carlos VII fue el Rey más antiliberal y más tradicional, más firme, en la defensa de las ideas seculares e íntegras de la Tradición, y de la inmutabilidad ideológica de la Bandera Carlista.

    * * *


    J. A. Ferrer Bonet, como réplica, dice:

    “Porque el hecho de que Don Javier y Don Carlos-Hugo no sean descendientes directos de la dinastía carlista no significa que no sean príncipes descendientes de Felipe V y, por lo tanto, designables para suceder al último monarca carlista, en tanto en cuanto –naturalmente– no estén desposeídos del Derecho de Ejercicio, que es donde radica la razón fundamental de la legitimidad, muy superior, desde luego, al estricto acta de nacimiento”.

    Pero hay aquí algo que hace variar el concepto, el fundamento y la realidad. Don Blas Piñar, a quien repito mi estimación, habló DE LAS DINASTÍAS. Y me afirmo en el hecho inconfundible de que la dinastía carlista siempre fue leal a la Tradición. Y repito que es la que empieza en 1833, en Carlos V, –Rey, con arreglo a la Ley, a la muerte de su hermano Fernando VII sin sucesión, y no de acuerdo a los gatuperios liberales–, y acaba en septiembre de 1936 al morir, también sin sucesión, Don Alfonso Carlos. Aunque después le sucediera un príncipe de la rama de Felipe V. Pero es como si empezara otra dinastía. Porque, claro está, todos los Borbones descienden de Felipe V.

    Sin embargo, son otras ramas, y, salvo la dinastía carlista, en lo que afecta a España, todas han sido liberales, en varones y en hembras. La que, después de la muerte de Don Alfonso Carlos I, empieza como Regente Don Javier de Borbón, con discrepancia por parte de los que siguieron a uno de los hijos de Doña Blanca (Don Carlos, que murió hace años), primogénita de Carlos VII, siguiendo una de las opiniones de Vázquez de Mella cuando dice que, si Don Jaime y Don Alfonso Carlos muriesen sin sucesión, la ley, que no es realmente sálica, “llama, en último término, a las hembras, cuando han concluido, por la muerte o la usurpación, las líneas varoniles, y en este supuesto podrían suceder los hijos de Doña Blanca”.

    Desde luego, Don Javier resistió honradamente a ser proclamado sucesor de Don Alfonso Carlos, afirmando reiteradamente que no tenía ningún derecho, –afirmación que la hizo ante ciertas personas de responsabilidad, aunque él pertenecía, y acaso por eso, a la Casa de Parma, que fue la más antirrevolucionaria de Europa–, y siguiendo a sus ascendientes que lucharon por su cuñado, Carlos VII, en la última guerra carlista, aunque, al cabo de los años, y al renunciar en su hijo, ha acabado tristemente proclamando una monarquía socialista, haciendo de la Comunión Tradicionalista lo que nunca fue ni será: un vulgar partido, para ser más revolucionario y marxista. O sea, todo lo más opuesto al Carlismo, a lo que la Comunión Tradicionalista fue desde el principio; lo que ha sido y será, si ha de ser fiel a la Tradición, como siempre lo fue la Dinastía carlista, y al lema incambiable y tradicional de Dios, Patria y Rey.

    Es cierto, repito, que todos los Borbones descienden de Felipe V, siendo las Monarquías de Nápoles, Parma y Módena las más fieles a la Monarquía tradicional, destacando en España la carlista sobre todas. Y la más liberal, masónica, usurpadora y revolucionaria, la española, que empieza en Fernando VII con sus reacciones arbitrarias y con la usurpación antitradicional que, a los pocos días del fallecimiento regio, obligó a los españoles amantes de la Ley y del Derecho a lanzarse a la primera guerra carlista. Con un pueblo que lo dio todo, cada vez más leal, sacrificado e idealista, frente a todo el izquierdismo anticlerical, al que apoyó económicamente y con las brigadas internacionales de entonces –como las [que] un siglo después conocimos en la Cruzada– que mandaron a España, los liberales anglicanos y masones de Inglaterra, Francia y Portugal.

    * * *


    Pero tomando otro sesgo la cosa, y con menos razón que en la cuestión de Dinastías, J. A. Ferrer Bonet escribe:

    “Don Javier, como príncipe carlista –aunque no sean él ni su hijo descendientes directos de los Príncipes de la Dinastía Carlista– ha sido desleal a la Tradición.

    “Pero si tanto me apura don Francisco López-Sanz, a Juan III –padre de Carlos VII–, y a Don Javier y a su hijo debe añadirse a la lista otro príncipe de la dinastía carlista: JAIME III.

    “Al dar paso a la II República Don Alfonso, pasó a residir en Fontainebleau. Don Jaime vivía en París. Hubo contactos directos entre ambos. Éstos culminaron en que el 12 de septiembre de 1931 firmaron Don Alfonso y Jaime III –el hijo del gran Carlos VII– un pacto en Territet (Suiza) que contenía seis cláusulas”.

    No quiero seguir copiando más porque eso es una “histórica” falsedad que ha sido comentada y desmentida hace unos meses en estas columnas de EL PENSAMIENTO NAVARRO en varios artículos (cuatro) de “Carlos Alpéns” y varios míos (cinco). Y parece mentira que mi contradictor, a quien estimo como persona seria, haya recurrido a lo que es una soberana MENTIRA, tejida hace años por manos irresponsables muy habituadas a las maniobras de mala ley. No se puede calumniar a Don Jaime de Borbón, con su conducta acrisolada, como años después le calumniaron quienes le atribuyeron semejante superchería. Ni Don Jaime estuvo en Territet, ni firmó documento alguno. Por algo fue el Príncipe Caballero. Pero la cosa se ha alargado y volveré a ello otro día. Todo fueron maniobras, como tantas veces, de los manipuladores eternos del liberalismo y de quien jugó a todos los palos.

  19. #19
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Fuente: ¿Qué pasa?, 2 de Septiembre de 1972, página 4.


    Historia… ¿o historias?

    Sobre el llamado “Pacto de Territet” y otras “verdades”

    Por Javier de Iruña


    En el número 451 (19 de agosto de 1972) de este semanario ¿QUÉ PASA? aparece un comentario titulado «No quito ni pongo a Blas Piñar, pero sirvo a la verdad», firmado por «J. A. Ferrer Bonet», y en cuyo último párrafo figura esta frase: «Por encima de todo, la verdad histórica y la realidad presente son a veces de necesaria difusión».

    Dicho señor quiere hacer ver que es gran amigo de la verdad, pero, a poco que se examine el trabajo del que me ocupo, tiene uno que llegar a la conclusión de que su verdad es muy especial. Tan especial que, en ocasiones, se halla en abierta contradicción con los hechos, con la realidad. Intentaré probarlo.

    Importante. No juzgaré actos o conductas de nadie, limitándome a exponer hechos y citas en demostración de lo que acabo de afirmar.


    EXPULSIÓN DE DON JAVIER DE BORBÓN PARMA.– Sostiene «J. A. Ferrer Bonet» que quien decretó tal expulsión «mucho esperó, pero al fin tuvo que rendirse a la evidencia».

    En relación a don Manuel Fal Conde, Delegado en España de don Javier, y refiriéndose al proyecto de creación de una Academia Militar de Requetés, en diciembre de 1936, dice don Ricardo de la Cierva y de Hoces, en la página 123 del tomo segundo de su libro «Historia ilustrada de la guerra civil española»:

    «El jefe nacional delegado del carlismo en España, señor Fal Conde, en Salamanca, antes de su forzado exilio portugués… Ante la amenaza consciente o inconsciente, pero en todo caso responsable, para la unidad del esfuerzo de guerra, el General Franco, que se sabía respaldado por una opinión silenciosa y casi unánime, no vaciló en apartar de la política activa al jefe ejecutivo del carlismo, como haría pronto con el jefe ejecutivo de la Falange. Lo importante era ganar la guerra».

    Páginas 404 y 405 de la obra «La guerra civil española», de Hugh Thomas:

    «El 5 de diciembre (de 1937), el príncipe Javier, regente carlista…, realizó un viaje a España… En Sevilla se le tributó un recibimiento frenéticamente entusiasta, y no tuvo tiempo más que de llegar a Granada antes de recibir una orden perentoria para que abandonase España».

    Declaraciones de Franco, publicadas en el periódico «Arriba», de Madrid, el domingo 27 de febrero de 1955, y que copiamos del libro «El noble final de la escisión dinástica», del conde de Melgar:

    «Respecto a esos tradicionalistas a que la prensa extranjera alude, y que nos presentan como seguidores de un príncipe extranjero, no pasan de ser la especulación de un diminuto grupo de integristas, apartados desde la primera hora del Movimiento, sin eco en la nación».


    EL LLAMADO «PACTO DE TERRITET».– El autor del trabajo que analizo considera ese supuesto Pacto como algo que, indiscutiblemente, existió. Y llega nada más y nada menos que a descalificar a don Jaime o Jaime III. Su «sentencia» después de varias consideraciones es ésta: «Por cuanto antecede murieron desleales a la Tradición, dejando de ser antiliberales, no sólo Juan III, sino Jaime III».

    Una de dos: «J. A. Ferrer Bonet» no lee «El Pensamiento Navarro», de Pamplona, ni se entera o le enteran de lo que se escribe en el mismo, o no concede la menor importancia a cuanto aparece en dicho periódico, incluso aunque se estudie con detenimiento y profundidad ese supuesto Pacto, que unos llaman de Territet y otros de Fontainebleau, tema muy interesante por las cosas rarísimas y algunas inexplicables que se han asegurado con referencia a dicho documento.

    Pues bien, me complazco en informar al colaborador de ¿QUÉ PASA? que, en el citado diario de la capital de Navarra, «Carlos Alpéns», durante el mes de abril último, publicó cuatro documentados artículos con el título «El misterio del famoso Pacto entre don Jaime y don Alfonso». Y ante la imposibilidad de copiar los cuatro trabajos, me limitaré a ofrecer lo que considero más importante, o sea, un resumen del tercer artículo que apareció el día 7 de abril. Después de hacer constar: «No creemos (en el Pacto) por muchas y muy válidas razones. Las vamos a indicar esquemáticamente», dice:

    «1. Nunca por nadie en ningún sitio, ni antes ni después de la muerte de don Jaime, ha sido publicada la menor noticia sobre el encuentro y entrevista de nuestro Rey con el destronado don Alfonso en Territet (Suiza) el 12 de septiembre de 1931 y consiguiente firma del Pacto.

    Es de mucho peso este silencio, de todo punto inexplicable.

    2. Melgar, secretario particular de don Jaime y su biógrafo, ha reconocido siempre como primera entrevista personal del Rey legítimo con el Monarca recién desterrado la que tuvo lugar a primeras horas de la tarde del 23 de septiembre de 1931, en el propio domicilio de don Jaime, en París, en la Av. Hoche, 43, por expresa exigencia suya. «Era la primera vez que se hablaban», afirma Melgar. ¿Acaso hubo, antes de dicha fecha, una entrevista «muda» entre los dos?

    3. Don Jaime salió de Viena a primeros de septiembre… El fiel criado, don Restituto Fernández, afirma que de Viena a París don Jaime no se detuvo para nada en Suiza.

    4. Melgar nos dice que en una carta del Rey a don Alfonso a mediados de agosto (de 1931) reivindicaba la jefatura del único partido monárquico que podía existir en España y le brindaba una posible solución para el porvenir: «Cédeme a tu hijo Juan, y yo le educaré en tradicionalista…». Melgar dice explícitamente que dicha carta y propuesta generosa «no fue contestada directamente» por el interesado. ¿Cómo creer que don Jaime a las tres semanas podía firmar un Pacto tan contradictorio con sus convicciones y su oferta?

    5. Es inverosímil, por no decir absurdo, que don Jaime, a los cinco meses del destronamiento de don Alfonso y sin previa reconciliación personal, accediera a la firma de un Pacto disparatado y desfavorable.

    6. ……………………….

    7. Y vayamos al mismo documento. Su articulado –que Melgar califica de «descabellado»– es liberal, inadmisible y hasta ofensivo para don Jaime… Es una maquinación del todo alfonsina.

    8. ……………………….

    9. Ese documento liberal y pro alfonsino no pudo ser firmado por sus altos protagonistas con lugar y fecha no verdaderos…

    10. El acuerdo fue «tomado» –no dice «firmado»– en París el 23 de septiembre, según dijo a la prensa Melgar. Don Jaime, en sus declaraciones a la agencia «Havas», dijo: «Sólo se trata de un acuerdo político». No se habla de «Pacto»…

    11. Entonces, si no hubo «Pacto» ni en Territet el 12 de septiembre, ni en París el 23, ni en Fontainebleau el 25, ¿cuándo y dónde se produjo el parto de ese Pacto, que más bien parece un aborto…?

    12. Hablemos de las firmas. Sorprende la «evidente anomalía» –como señala J. del Burgo– de que la firma de don Alfonso preceda a la de don Jaime, que es el Rey legítimo, que es el jefe de la Casa de Borbón, que es el ofendido, que es mayor en edad que su primo… firma de don Jaime… un punto colocado exactísimamente sobre la «i» de Jaime, cuando en firmas autógrafas que poseemos y hemos visto recae sobre algún palo de la «m» inmediata; una rúbrica embrollada e insegura… Preguntamos: ¿quién estampó esa firma en el documento cuya fotocopia fue entregada a Galindo Herrero para que apareciera a manera de prueba convincente (?) en su libro?...».

    Cumpliendo lo que he prometido, no hago el menor comentario. Que cada cual juzgue como estime conveniente.

    Y termino con otra información: pronto, creo que dentro de pocos meses, aparecerá un nuevo libro. Su autor: «Tomás Echeverría». Tema: precisamente el mismo que acabo de comentar: el llamado «Pacto de Territet» y las gestiones y conversaciones que se llevaron a cabo entre Alfonso XIII y los carlistas para ultimar y solucionar el pleito dinástico. ¿Existió o no existió el «Pacto de Territet»? En esta obra de próxima aparición se estudia el caso con especial detenimiento, aportando incluso documentos inéditos, muy interesantes y significativos.

  20. #20
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    Re: El mito del llamado “Pacto de Territet” inventado por los alfonsinos

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: El Pensamiento Navarro, 3 de Septiembre de 1972, página 3.


    LA INNEGABLE FALSEDAD

    ¿Qué tenía que pactar el Rey carlista con la soledad del destronado liberal?

    Por Francisco López-Sanz


    Una afirmación de don Blas Piñar, que no la consideré aceptable, sobre dinastías liberales o carlistas, en la que sostenía que no admitía “que la dinastía carlista produjera siempre príncipes leales a la Tradición”, me llevó a oponer mi opinión de que, efectivamente, así había sido en la dinastía carlista que empezaba en 1833, con Carlos V, y terminaba en su nieto, Alfonso Carlos I, en 1936.

    J. A. Ferrer Bonet –ignoro si estas iniciales y apellidos corresponden a su nombre de pila–, se propuso, “porque sí”, apoyar al señor Piñar en “¿Qué Pasa?”. Contesté manifestando mis razones en estas columnas, y, nuevamente, mi contradictor se sacó de la manga que, además de don Juan, padre de Carlos VII, al que por su mala cabeza destituyó el Carlismo, también Don Jaime de Borbón había sido desleal a la Tradición; afirmación improcedente e incierta, a la que opuse mi negativa terminante el pasado 24 de agosto, diciendo que ello era una falsedad.

    Y prometía volver sobre el asunto porque, precisamente, en los meses de abril y mayo habíamos hablado “Carlos Alpéns” y yo, largo y tendido, de un supuesto pacto entre Don Jaime de Borbón y Don Alfonso, que fue una indelicada calumnia contra Don Jaime y su conducta caballerosa, pues nadie supo nada de semejante “pacto”, que nació de la maniobra de algunos alfonsinos, cuando ya hacía tiempo que había muerto el II Duque de Madrid.

    Reproduzco algo de lo que decía J. A. Ferrer Bonet:

    “Don Javier, como príncipe carlista –aunque no sean él ni su hijo descendientes directos de los Príncipes de la Dinastía Carlista– ha sido desleal a la Tradición.

    “Pero si tanto me apura don Francisco López-Sanz, a Juan III, padre de Carlos VII, y a Don Javier y a su hijo, debe añadirse a la lista otro príncipe de la dinastía carlista: JAIME III.

    “Al dar paso a la II República Don Alfonso, pasó a residir en Fontainebleau. Don Jaime vivía en París. Hubo contactos directos entre ambos. Éstos culminaron en que el 12 de septiembre de 1931 firmaran Don Alfonso y Jaime III –el hijo del gran Carlos VII– un pacto en Territet (Suiza) que contenía seis cláusulas”.

    Bueno. Pues repito lo que dije hace pocos días en estas columnas: que todo esto es una soberana mentira, aunque parezca fuerte, pero en castellano así es lo opuesto a la verdad. Es un embuste tejido hace años por manos irresponsables, habituales a maniobras de mala ley, que tantas veces han tendido a desacreditar al Carlismo. Nadie ha podido mostrar una prueba, por simple que fuera, de la existencia del inexistente pacto, lo cual confirmará siempre que fue una falsedad muy liberal de los que durante más de un siglo escribieron una historia arbitraria y caprichosa a [golpe] de falsedades. Y me sorprende que, entre personas serias que hemos puesto siempre la verdad por delante, como escudo imbatible, el citado señor Ferrer Bonet haya echado mano, para intentar rebatirnos, a un argumento tan inexistente y poco digno como el traído y llevado pacto, que fue una superchería que en su día –o atribuido día– nadie conoció. Y no estimo caballeroso ni correcto que, a estas alturas, con terquedad impropia de la ocasión, se invoque como cierto un pobre argumento que no fue otra cosa que una calumniosa e “histórica” falsedad.

    * * *


    Repetiremos que sólo dos veces se vieron Don Jaime y Don Alfonso, y pocos días antes de la muerte inesperada del II Duque de Madrid; y ninguna en Territet, sino en París y Fontainebleau, y en ellas no se habló de pacto alguno, ni menos se firmó. Fueron dos visitas en las residencias de ambos, y la primera, solicitada y deseada por Don Alfonso, trajo como consecuencia la segunda. Fueron entrevistas de cordialidad familiar, ya que, hasta entonces, ambos personajes no se conocían. Pero prefiero reproducir testimonios de los artículos de “Carlos Alpéns” publicados en estas columnas, los días 5, 6, 7 y 8 de abril, con el título “El misterio del famoso pacto entre Don Jaime y Don Alfonso”:

    “No creemos, ni mucho menos, en la autenticidad del pacto mal llamado de Fontainebleau. Y no creemos por muchas y válidas razones. Las vamos a indicar esquemáticamente.

    “Nunca, por nadie, en ningún sitio, ni antes ni después de la muerte de DON JAIME, ha sido publicada la menor noticia sobre el encuentro y entrevista de nuestro Rey con el destronado Don Alfonso en Territet (Suiza) el 12 de septiembre de 1931, y consiguiente firma del pacto. Es mucho este silencio de todo punto inexplicable.

    “Melgar, secretario particular de DON JAIME y su biógrafo, ha reconocido siempre como primera entrevista personal del Rey legítimo con el monarca recién desterrado, la que tuvo lugar a primera hora de la tarde del 23 de septiembre de 1931, en el propio domicilio de DON JAIME, en París, en la Av. Hoche, 43, por expresa exigencia suya. “Era la primera vez que se hablaban”, afirma Melgar. ¿Acaso hubo antes de dicha fecha, una entrevista “muda” entre los dos?

    “DON JAIME salió de Viena a primeros de septiembre hacia Aix-les-Bains, como otros años. De allí partió urgentemente hacia París. El fiel criado, don Restituto Fernández, afirma que de Viena a París DON JAIME no se detuvo para nada en Suiza.

    “Melgar nos dice que, en una carta del Rey a Don Alfonso, a mediados de agosto, reivindicaba la jefatura del único partido monárquico que podía existir en España…, carta que no fue contestada directamente por el interesado.

    “Es inverosímil, por no decir absurdo, que DON JAIME, a los cinco meses del destronamiento de Don Alfonso, y sin previa reconciliación personal, accediera a la firma de un pacto disparatado y desfavorable.

    “Ningún acontecimiento ni circunstancia urgía la firma precipitada de un pacto de singular trascendencia para ambos firmantes. Sin embargo, el documento no fue consultado con ninguna autoridad de la Comunión, ni siquiera con el augusto Tío del Rey, el futuro DON ALFONSO CARLOS, directamente afectado en el “pacto” en sus derechos ya adquiridos. DON JAIME jamás habría obrado tan a la ligera.

    “Y vamos al mismo documento. Su articulado –que Melgar califica de “descabellado”– es liberal, inadmisible y hasta ofensivo para DON JAIME. En él no se adivina la mano de ningún tradicionalista, ni siquiera la de Gómez Pujadas –con su “conducta sinuosa e irregular”, según Melchor Ferrer; que fue carlista, alfonsino, etc.–. Es una maquinación del todo alfonsina”.

    * * *


    No hace falta nada más. Porque si hay muchos testimonios negativos, no existe una prueba tan sola que afirme que Don Jaime de Borbón firmara pacto alguno, ni que fuera desleal a la Tradición, como, a mi juicio, con ligereza y sin la menor exactitud documental, ha afirmado caprichosamente J. A. Ferrer Bonet. Varios escritores, como el Conde Melgar, que fue Secretario de Don Jaime y, años después, “converso” juanista en Estoril; Melchor Ferrer, verdadero archivo de Carlismo; Román Oyarzún; “Carlos Alpéns”; y Jaime del Burgo, –éste, en su gran obra “Conspiración y Guerra Civil”, el que con más extensión se ha ocupado del mentido “pacto”–, ninguno lo afirma y todos lo niegan. Porque afirmarlo sería faltar a la verdad y calumniar después de muerto a Don Jaime de Borbón, que fue el Rey Caballero.

    Además, hay algo tan elemental que vale por todas las pruebas. Don Jaime tenía a su lado, y proclamándole con firmeza y lealtad como Rey, a toda la Comunión Tradicionalista de España, y en momentos de viva reacción carlista, producida por los atropellos e iniquidades de la República. El 23 de septiembre de 1931, la primera vez que se veían, en París, don Jaime de Borbón y Don Alfonso, en el domicilio de nuestro Rey, ¿qué tenían que pactar Don Alfonso, al que en el destierro sólo le acompañaba la triste soledad, y Don Jaime, que acaudillaba la gran organización carlista?

    Según cuenta Melgar, cuando en el principio de la conversación Don Jaime le dijo a Don Alfonso que no debía haber abandonado Madrid en abril, y afirmó: “Yo en tu lugar jamás lo hubiese hecho”, el ilustre desterrado respondió con amargura:

    “– Sí, pero tú, entonces como ahora, podías contar con la entera abnegación de tus leales. En cuanto a mí, no puedo fiarme de nadie”.

    Por eso pregunto: ¿Qué tenía que pactar en el destierro el Duque de Madrid, –que siempre contó con sus leales, como sus ascendientes, fieles a la Tradición–, con el solitario y abandonado Don Alfonso, que habiendo figurado como rey desde su nacimiento, y después de cinco meses fuera de su patria, confesaba con amargura que no contaba con nadie?

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