Fuente: El Pensamiento Navarro, 27 de Julio de 1972, página 3.
Por alusiones
Mantengo lo dicho: La Dinastía Carlista fue siempre antiliberal y leal a la Tradición
Por Francisco López-Sanz
El pasado día 15 de junio publiqué un artículo en estas columnas titulado: “¡Siempre Príncipes liberales! – La Dinastía Carlista produjo siempre Príncipes leales a la Tradición”. Era un artículo correcto aunque disconforme con una afirmación de un ilustre escritor, don Blas Piñar, hecha en una conferencia por tan estimado y antiguo amigo, en Guadalajara, en la que, según “Fuerza Nueva”, dijo:
“Porque yo no admito la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales, y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición. Y no lo admito porque, al menos que a mí se me escape, no hay distinción esencial entre familia y dinastía, y la experiencia nos dice que ha habido hijos falangistas [de padres marxistas] e hijos marxistas de los mejores patriotas; y porque ha habido y hay príncipes carlistas que, luego de proclamar, siendo pretendiente, que su monarquía era la del 18 de julio, se han pasado con armas y bagajes al socialismo”.
A estas afirmaciones contesté en EL PENSAMIENTO NAVARRO:
“Bonito argumento de estos tiempos para arrancar aplausos por la estridencia, como los arrancó este párrafo. Pero el 18 de julio y sus más inmediatos, que fueron los decisivos, –en pleno furor revolucionario y de ejecución y desafueros de los desalmados socialistas, con la anarquía violenta en las calles–, ningún falangista fue hijo de padres marxistas en aquellos momentos inciertos y graves de orgía revolucionaria, en que había de oponerse a ella con valor de ideales católicos y españoles, dando la cara y todo lo demás. En cambio, salieron los requetés, hijos y nietos de carlistas, que estaban preparados y dispuestos desde hacía meses y esperando la hora, con los que, con alegría inmensa, contó el general Mola en horas decisivas y apremiantes”.
Después, y por no repetir todo el artículo, agregué:
“Sin embargo, aunque la opinión y el talento del señor Piñar no admita “que la dinastía liberal produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”, lo admita o lo niegue, así ha sido. Éste es un hecho histórico, tan probado y real que no tiene vuelta de hoja. En España, ¿cuándo han sido otra cosa que liberales todos los descendientes varones, y hasta las hembras, procedentes de la dinastía liberal? Desde Fernando VII y su cuarta mujer la “liberala” Doña María Cristina, ¿quién de su descendencia no fue liberal?”.
“Y refiriéndonos a la dinastía carlista, y ésta es la que empieza, para mí y para todos los carlistas, en Don Carlos María Isidro de Borbón en 1833, y acaba en Don Alfonso Carlos de Borbón y Austria de Este el 28 de septiembre de 1936, opine como quiera el señor Piñar, todos sus príncipes, con una sola excepción, –que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal, como no hubo jamás parecida en la dinastía liberal–, todos sus príncipes, repito, han sido antiliberales y leales a la Tradición y Abanderados legítimos del Carlismo. Esto no hay quien lo desmienta ni quien lo niegue en honor de la verdad.
“Y ahí están, con su conducta y firmeza ideológica y con su lealtad a los principios, Carlos V, Conde Molina; Carlos VI, Conde de Montemolín, muerto prematuramente por la acción del tifus; Carlos VII, Duque de Madrid; Jaime I, II Duque de Madrid; y Alfonso Carlos, Duque de San Jaime. Estos íntegros varones de la dinastía carlista, que produjo “siempre príncipes leales a la Tradición”; como, en oposición innegable, la dinastía liberal también siempre produjo “príncipes liberales”. ¡De tal palo tal astilla!”.
Esto dije, repito, en honor de la verdad y de ambas dinastías. Por eso, don Alfonso, hijo de doña Isabel, mientras los carlistas, los únicos, luchaban contra la revolución multicolor, pudo decir, para abanderar la revolución mansa, preparada por Martínez Campos y, doctrinalmente, por Cánovas del Castillo, que no dejaría de ser “como hombre del siglo, verdaderamente liberal”. Así lo afirmó en su primer manifiesto de Sandhurst del 1.º de diciembre de 1874. Cuán diferente la formación católica de los príncipes carlistas y su lealtad a esos sentimientos; como Carlos VII, que afirmó:
“Nadie puede ingresar en mis filas sin haber primero ingresado en las de la Iglesia Católica; yo no quiero que me siga nadie si antes no sigue a Jesucristo y a la Iglesia; yo impongo a los que han de ser mis súbditos en el orden civil la condición precisa e indispensable, la condición absolutamente necesaria, de toda necesidad, de que primero han de ser súbditos fidelísimos de Jesucristo y de su única Esposa la Santa Iglesia Católica, nuestra Madre: de lo contrario no los reconozco, y los declaro por el mismo hecho fuera de mi bandera”.
* * *
Creo que está todo bastante claro, como la cuestión de dinastías y su diferencia sustancial en el pensamiento entre la carlista y la liberal. Como la hay entre la familia directa, de padres a hijos, y la colateral. Pero en el número del 23 de julio del semanario “¿Qué pasa?”, he visto un artículo, “Las razones de don Blas Piñar”, por J. A. Ferrer Bonet, en el que empieza así, creo que como ayudador de don Blas Piñar, que no lo necesita:
“Una vez más, la amarga realidad da toda la razón a don Blas Piñar, que afirmó en una conferencia política pronunciada hace poco en Guadalajara, no admitir “la tesis fatídica y fatalista de que una dinastía produzca siempre príncipes liberales y que la dinastía carlista produzca siempre príncipes leales a la Tradición”.
“Discrepa de este juicio don Francisco López-Sanz, y le replica a través de las páginas de EL PENSAMIENTO NAVARRO, del pasado 15 de junio, afirmando que la Dinastía Carlista produjo siempre príncipes leales a la Tradición, “con una sola excepción, que dio lugar a una aleccionadora y rotunda afirmación doctrinal”. Se refiere, naturalmente, al caso de Juan III, del cual la muy célebre y fundamentada carta de su madre, la princesa de Beira, que el 25 de septiembre de 1864 dirigía a todos los españoles, proclamaba textualmente: (Y se refiere a la actitud antiliberal de la citada doña María Teresa de Braganza, en oposición a las tonterías y defecciones de don Juan, que se eliminó a sí mismo, afirmando la segunda esposa de Carlos V): “Nuestro Rey legítimo es su hijo primogénito, Carlos VII””.
Después el artículo agrega:
“Pero, desgraciadamente, no es ésta la única excepción. Como tampoco acababa la dinastía [en] don Alfonso Carlos, aunque ahora afirme lo contrario don Francisco López-Sanz, para silenciar una defección muchísimo más grave que la de Juan III, como es la mantenida de unos años a esta parte por don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos Hugo”.
Son dos casos totalmente diferentes. Si don Jaime de Borbón murió soltero, y su tío don Alfonso Carlos y su esposa doña María de las Nieves no tuvieron hijos, no sé cómo se puede afirmar que la dinastía carlista, en su rama directa y legítima, no acaba en don Alfonso Carlos, último descendiente directo del fundador de la misma, Carlos V, hermano de Fernando VII. Por consiguiente, ni he silenciado ni tenía por qué silenciar “una defección muchísimo más grave que la de don Juan III, como lo es la de don Javier de Borbón-Parma y su hijo Carlos Hugo”.
Yo me referí, exclusivamente, a la afirmación de don Blas Piñar sobre los príncipes carlistas y los príncipes liberales, que siempre hicieron honor a sus opuestas ideas. Y no se olvide tampoco que ni don Javier ni su hijo son descendientes directos de los Príncipes de la Dinastía Carlista. ¿Estamos?
Además, –y con esto me refiero a todo el resto del artículo de J. A. Ferrer Bonet–, apenas tuve en mis manos en el pasado mayo los documentos anticarlistas y estridentemente socialistas y revolucionarios que fueron leídos con asombro en Montejurra, mostré mi dolor y mi amargura, juntamente con mi discrepancia y oposición a sus afirmaciones, en varios artículos que se han publicado en estas columnas, tan queridas para mí y para todos los que mantienen en alto la doctrina, porque, como se ha dicho por plumas autorizadas, “el Carlismo es el Carlismo”.
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