... LA OPINIÓN DE LARGO CABALLERO
Hubo algún caso de ponderación y dignidad, y como más importante, el de don Luis Araquistáin, cuando el 4 de abril de 1939 renunció a su condición de diputado en la minoría socialista. Y abundando en nuestra opinión, debemos recoger la de don Francisco Largo Caballero, que en carta a Bullejos (20 de noviembre de 1939) exponía:
“Disfrutamos, además, el S.E.R.E., que tiene como dueño y señor a Negrín, y la J.A.R.E., por obra y gracia de Indalecio Prieto; si le parece poco, aún nos quedó la célebre Diputación Permanente, que según dicen los juristas como Prieto, es la verdadera y única representación de España en el extranjero.
Todos esos tinglados y tingladitos se han erigido en los “genuinos” representantes de todos o parte de los refugiados españoles, y nadie depone o renuncia sus supuestos títulos representativos que, a mi juicio, caducaron o prescribieron al refugiarnos todos en el extranjero” (“¿Qué se puede hacer? …”).
Hasta agosto de 1945, en que el señor Martínez Barrio prometió la Constitución de 1931, erigiéndose en presidente, la vida del republicanismo oficial constituyó un conjunto de torvas maniobras; y no solamente entre Prieto y Negrín, ambos en su condición de parlamentarios y el último jefe del Gobierno, sino entre personajes de toda clase. Incluso en una reunión de Cortes hubo cierto picadillo a cargo de Fernández Clérigo y Martínez Barrio, porque aquél intentaba presidir el minúsculo Parlamento, fundamentándose en que don Diego había renunciado al puesto en París. El señor Prieto apoyó a Fernández Clérigo (reunión de 11 de noviembre de 1944) con las palabras siguientes:
“Eludir el deber por la dificultad de cumplirlo, equivale a dimitir moralmente”.
Era tolerante el socialista asturiano manejando el concepto “eludir”, cuando sólo debió emplear el de dimitir, que era el exacto. Pero, sin duda, determinados enraizamientos en tierra mejicana le llevaron a ese gesto de comprensión.
Por su parte, el doctor Negrín había considerado a Martínez Barrio decaído de todos sus derechos (discurso del 1 de agosto de 1945 en el palacio de Bellas Artes de Méjico), más que por no haber sustituido a Azaña, por la renuncia concreta a la Presidencia de las Cortes. Sobre todo y todos prevaleció el “hermano Vergniaud” (nombre masónico usado por Martínez Barrio)), que al posesionarse de la Presidencia de la República aceptó la dimisión de Negrín y nombró a don José Giral Pereira, que dio comienzo a una etapa sencillamente grotesca. Le acompañaban en el Gabinete los señores Albornoz Liminiana, Torres Campañá, Irujo Ollo, Tarradellas, Barcia (don Augusto), Ossorio y Gallardo, Prieto y Jiménez de Asúa.
EL “GOBIERNO” GIRAL
Giral y su equipo, que experimentó algunas modificaciones, entre ellas la renuncia de Prieto, comenzaron el montaje de una sensacional campaña contra el régimen nacional. La agencia soviética “Tass” se encargó de difundir un comentario denunciando que en Pamplona, con ayuda alemana, eran efectuadas pruebas de explosivos dirigidos y de aviones sin piloto. Ocurría esto en 1944, precisamente cuando el Partido Comunista fomentaba incursiones en nuestro país de grupos terroristas.
Figuraba en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas Oscar Lange, representante polaco, patrocinador del “caso español”. Y para mejor “ambientar” las cosas, cierta emisora (abril, 1946) lanzó la noticia de que en Bilbao había instalaciones especiales para experiencias atómicas y que varias industrias iban a ser montadas para producir aparatos de radar y otros ingenios bélicos. Tan depurada era la información que se estaba manejando en la O.N.U., que el propio Lange aseguró la estancia en Ocaña (Toledo) del sabio germano Bergman von Segerslay, trabajando en la preparación de bombas atómicas.
Entrar en el detalle de todas las maniobras urdidas por quienes se consideraban, como dijera Largo Caballero, genuinos representantes de los exiliados y de la legitimidad republicana, requeriría un espacio que no poseemos; de ahí que tengamos que cerrar el comentario de esta etapa, añadiendo el dato del ridículo corrido por Giral, cuando fue llamado por el Subcomité de la O.N.U. A sus fantasías informativas añadió amenazas de comenzar una guerra civil “con ayuda de fuerzas armadas de países amistosos” (junio, 1946). Los derroches de verborrea del antiguo farmacéutico ante periodistas extranjeros demostraron, con la falsedad, mala intención y hasta cretinismo.
PRIETO HUNDE EL BARCO
Pese a todo, posiblemente el señor Giral hubiera continuado algún tiempo más al frente del fantasmagórico "Gobierno" republicano, a no haber mediado Indalecio Prieto, que en un discurso pronunciado el 17 de diciembre de 1946, en Méjico, afirmó que las instituciones republicanas eran un estorbo, desarrollando el criterio de la minoría socialista, cuando en el mes anterior les culpó de falta de vitalidad.
“Las instituciones que han perdido su vitalidad -expuso Prieto- deben desaparecer, y desaparecer inmediatamente, porque no solamente son inútiles y costosas, sino que, además, son un obstáculo, un estorbo, y los estorbos y los obstáculos deben ser eliminados…”
“En resumen -finalizó-, ha llegado la hora de cortar las amarras. Y cortándolas, no hemos cumplido todavía todas nuestras obligaciones. El Gobierno es un barco inútil… Por consecuencia, nuestro deber no es solamente cortar las amarras, sino hundir el barco… Hundir, para bien de todos, instituciones inútiles y perniciosas”.
El Gobierno Giral naufragó. Enrique de Francisco y Trifón Gómez, "ministros" socialistas, cumplieron lo establecido por su partido sobre carencia de vitalidad en las instituciones y dimitieron; José expósito Leiva y Horacio Martínez Prieto, de la C.N.T. hicieron lo propio, secundados por Miguel Santaló, de la Esquerra catalana. Sólo quedaron fieles Manuel Irujo y Santiago Carrillo, nacionalista vasco y comunista, respectivamente.
EL “GOBIERNO” LLOPIS
La sucesión resultó bastante rara, al encargarse de la jefatura del Gobierno Rodolfo Llopis, secretario general del partido socialista en el exilio, a pesar de la posición marcada por su propia facción política. Sus más directos colaboradores pasaron a ser los miembros de izquierda republicana y diputados Julio Just Gimeno y Fernando Valera Aparicio, que llevaban los asuntos de “Interior” y “Hacienda”. Martínez Barrio encomendó fundamentalmente a Llopis “conseguir que los partidos políticos y organizaciones obreras, tanto del interior como del exterior de España, concertasen unidos dentro del Gobierno, el plan concreto que devuelva a la Patria su libertad y soberanía”.
El mayor obstáculo con que tropezó Llopis no fue de su partido, sino del cripto-comunista Julio Álvarez del Vayo, que de acuerdo con Negrín fundó un movimiento titulado “España Combatiente”, en el que aparecían adheridos Fernández Clérigo, vicepresidente de las Cortes; Rodrigo Vega, Ramón González Peña y Federica Montseny, más Antonio Velao Oñate y Elpidio Rodríguez, disidentes de Izquierda Republicana.
Llopis se propuso actuar al amparo de la O.N.U. y sus esfuerzos resultaron estériles. Además, Prieto continuaba maniobrando y como una reunión de Cortes parecía imposible de lograr, optó por situarse en Francia, para mejor destruir a su correligionario. Eran los finales de junio de 1947 y, precisamente, cuando los satisfactorios resultados del referéndum celebrado en España constituían tema preferente en una nueva campaña contra Franco y el Régimen español. La Pasionaria mitineaba en Toulouse, pidiendo desgarradamente la formación de un “frente nacional de unidad republicana”. Y aquí fue el tropiezo de Llopis, pues en la reunión del 7 de agosto (1947) le faltó el ministro comunista Vicente Uribe, que aquella misma mañana había cursado la dimisión, para mejor hacer valer la consigna unionista de su partido, aun cuando en su carta de renuncia aludía al acuerdo de una asamblea socialista (finales de julio) acerca de la inutilidad de las instituciones oficiales del exilio. Don Álvaro de Albornoz pasó a dirigir el cuarto Gabinete del exilio, adjudicándose la cartera de Estado y distribuyendo los restantes entre Hernández Sarabia, Fernando Valera, Eugenio Arauz, Julio Just, Juan José Cremades y Manuel Torres Campaña...
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