Revista FUERZA NUEVA, nº 549, 16-Jul-1977
“VITA”, PEQUEÑA HISTORIA DE UN GRAN EXPOLIO
(2) LAS ANDANZAS Y BUENAVENTURAS DE CÉSAR BALSA Y OTRAS REALIDADES
Corre el año 1947. A Manuel Suárez, el indiano astur, se le niega la entrada en España. César Balsa deja su cargo en el hotel Oriente barcelonés; apoyado por un alto personaje, se “introduce” como inspector del bar y restaurante del madrileño hotel Palace. En España son años de hambre y racionamiento. El boicot internacional a nuestra Patria no ceja, aún. La canción está dominada por Machín, Jorge Sepúlveda y Concha Piquer; en la escena triunfan Miguel Ligero, Luis Peña y Amparito Rivelles. Ya suena Lola Flores, inseparable de Manolo Caracol.
El bar del Palace es el centro de reuniones mundanas, de los pocos embajadores acreditados en Madrid. César Balsa controla la numerosa manada de “lobas” de lujo que pululan por el hall, y que por doscientas pesetas venden sus encantos a los diplomáticos.
Por allí merodea, también, un capitán pagador del palacio de El Pardo, que se hace acompañar por un inquieto individuo, compañero inseparable de Amparo Rivelles.
Manuel Suárez envía un obsequio al pueblo español: un buque cargado de azúcar y cede al SEU un palacete en su pueblo natal para albergue de verano. En él habrían de recibir cursillos de formación política de mano de Alejandro Rodríguez de Valcárcel algunas de las figuras preeminentes del actual (1977) Gobierno español.
El asturiano, emigrado y enriquecido en Méjico, consigue así su rehabilitación y viene Madrid, hospedándose en el Palace. La moda mejicana es llevar, contratar, a brigadas enteras de camareros para los restaurantes y hoteles de primera. Suárez, como sus colegas de allá, en lugar de italianos o franceses, pretende las del Palace. Balsa le aconseja y convence que él solo es suficiente para dirigir sus negocios en la nación azteca y que él puede preparar al personal mejicano.
Tenemos, pues, al joven hijo del barbero dirigiendo el restaurante Tampico. Allí pasa dos años hasta que el tantas veces citado Suárez enseña nuevamente sus “habilidades”. Balsa reclama sus haberes y el promotor le pone en la calle.
Han pasado tres años. Aquel capitán pagador, del que se habla al principio, se fuga a Méjico, junto con su secretaria y el acompañante de Amparo Rivelles, con la paga de los generales: quince millones de pesetas. En la Embajada azteca, en París, pide asilo político. Al llegar a Méjico trata de buscar una conexión para esconder o depositar el producto de su robo. No tarda en llegar a un acuerdo con el “parado” César Balsa. Facilita cinco millones de pesetas, y Balsa abre el restaurante Folklore, inicio de una gigantesca empresa.
Un gran consorcio para Balsa
Al presidente Ávila le sucede el hijo de emigrantes canarios Miguel Alemán, y a éste, de 1952 a 1958, Adolfo Ruiz Cortines, hombre honrado, de una gran sencillez y que vive humildemente. Es su mujer quien aprovecha la privilegiada situación, María Izaguirre, que así se llama la presidenta, y construye varios hoteles de lujo. En el restaurante que dirige Balsa se gesta lo que sería la Nacional Hotelera, ente que llegará a controlar todos los hoteles de lujo de Méjico. Llegan incluso a adquirir el hotel más “chic” de Nueva York: el Saint Regis. La sociedad la forman cinco millones de dólares del tesoro del “Vita”, dos hoteles de la presidenta, el hijo del doctor Negrín, su esposa, la actriz Rosita Díaz Gimeno, el subsecretario de Hacienda de la República, Sacristán y su secretario, Arias. Presidente del gran consorcio es César Balsa, y vicepresidente, el camarero de cabaret, Lorenzo.
El capítulo de publicidad es gigantesco. A César Balsa lo convierten en un Napoleón de las finanzas y en todos los hoteles figura una biografía del magnate.
Nuevo presidente, Adolfo López Mateos, nominado por el clan del PRI. Hombre de trato agradable, terrible mujeriego y paladín del antiguo balilla de Falange. Los hoteles de César Balsa se convierten en el gran burdel presidencial.
Se acerca 1964. Es nombrado “tapado” o nuevo presidente un individuo de facciones desagradables y oscuros antecedentes: Gustavo Díaz Ordaz, próximo embajador mejicano en España (1977). Díaz Ordaz nombra ministro del Interior a un hijo de vascos: Luis Echevarría. Su política, como recordarán nuestros lectores, es totalmente antiespañola. Ambos, en todos sus discursos, manifiestan su hostilidad y beligerancia contra el régimen de Francisco Franco. Los españoles que llegan a Méjico tienen que depositar 10.000 pesos, que jamás volverán a ver. Las relaciones del presidente mejicano con Lyndon B. Johnson son excelentes y proyectan una operación realmente extraña.
El “show” de los fosfatos
Johnson y Díaz Ordaz quieren formar una gran empresa particular para explotar los más ricos yacimientos de azufre del mundo, situados en el istmo de Tehuantepec. Pero les falta otro mineral para tratarlo y este lo posee, en cantidad, España: ¡fosfatos!
A través de intermediarios consiguió contactar con un ministro español en un hotel de Miami, durante un viaje oficial por los Estados Unidos. El ministro se mostró entusiasmado por el proyecto, al tiempo que alegaba: “Mientras esté Carrero Blanco en el poder, no hay nada que hacer. Es un espartano, y nos fusilaría si se enterase de todo esto”. Se olvidó el intento de cohecho y la magna operación.
Díaz Ordaz estaba ya muy ocupado en la agitación que se extendió por su país, y que desembocó en los sucesos de Tlatelolco (1968), en los cuales la Guardia Presidencial ahogó en sangre una pacífica manifestación. Cientos de víctimas quedaron en la plaza. Toda la capital se enlutó. Allí también resultó herida la periodista Oriana Fallaci.
Ordaz quedó viudo. Méjico en la bancarrota. Se vino a España, uniéndose en matrimonio con la folclórica mejicana Mary Montiel. Su fortuna supera a la que trajo Batista. Hoy (1977), junto con César Balsa, posee, al parecer, la mayoría de acciones del hotel Villamagna y la constructora Balsa, propietaria de la Alameda de Osuna, y varios hoteles en ciudades españolas y mejicanas.
Una tremenda interrogante
Después del lamentable asesinato de Carrero Blanco (1973), se han volatilizado el Sahara y los fosfatos (1975), por los que tanto pugnaban Johnson y Díaz Ordaz. Hoy aparecen bancos estadounidenses, suizos y luxemburgueses suscribiendo acciones de Foss Bu-Craa. ¿Consiguió al fin Díaz Ordaz, expresidente y embajador de Méjico en España, su objetivo?
(continúa)
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