Solo un apuntillo en el texto dice que murió en 1035, en realidad nació en el siglo XIV D.C.
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros".
http://fidesibera.blogspot.com/
Última edición por Reke_Ride; 12/12/2008 a las 23:40
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
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Bocablo de los tercios que hoy en día es aún usado.
Las largas campañas de los Tercios por diferentes países a través del Camino Español y la rápida evolución de armamento y técnicas de combate que se vivieron en esa época, trajo consigo la incorporación a nuestro vocabulario de numerosas palabras nuevas. Muchas eran de origen italiano como centinela, escopeta, alerta, infantería… Otras tantas de origen francés como sargento, vanguardia, retaguardia… Y otras muchas fueron de cuño propio y nacieron en medio de batallas, en acuartelamientos o celebraciones conformando así un argot particular de los Tercios y dejándonos, como herencia, muchas de esas palabras.
Bandera de Tercio de mediados XVII
Primero explicar el porqué a la infantería española se le llamaba y sigue llamando, Tercio. Aunque el origen de esta denominación es algo dudoso, su procedencia más probable es la mención que aparece en una ordenanza para “gente de guerra” de 1497 donde se cambia la formación de la infantería para dividirla en tercios:
Tercios marchando en formación.
“Repartiéronse los peones(la infantería) en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las traían, que llamaron picas; y el otro tenía nombre de escudados(gente de espadas); y el otro, de ballesteros y espingarderos”Con el tiempo los ballesteros y espingarderos serían sustituidos por los arcabuceros.
Otras palabras no tienen un origen tan dudoso y nos son mucho más cercanas como camarada. Su origen viene de cuando los tercios tenían que prolongar su estancia en algún lugar. Entonces se reunían en grupos de ocho o diez para hacer camarada o camareta.Así lo explica un documento de la época.
“Hacen la camarada, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos la fe (juramento) de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos. Ponen en esta camarada las pagas reunidas proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía.”Sin duda que estas camaradas fueron un factor importante de cohesión interna y uno de los secretos de la fuerza de los Tercios.
También el armamento recibía apelativos especiales como la cinta que llevaban en bandolera donde transportaban saquitos con doce porciones de pólvora y a la que llamaban Los Doce Apóstoles, supongo que por la protección que les ofrecía.
Arcabucero con los doce apóstoles.
También a su daga la llamaban Quitapenas o Misericordia pues era lo que normalmente utilizaban para dar el golpe de gracia. Y es que para un soldado del tercio, la daga era el complemento indispensable para la espada. La llevaban en la espalda a la altura de los riñones para poder sacarla con rapidez y además la habilidad de los españoles en su manejo era legendaria. Así lo explicaba un Francés que imagino tuvo la desgracia de probarlo.
Aunque había de varios tipos, la daga de vela era de las preferidas por los Tercios.
Se baten espada en mano, no retroceden jamas; paran el golpe con el puñal que llevan siempre y cuando hacen con él el gesto de tirar al cuerpo debéis desconfiar de la cuchillada; y cuando os amenazan con la cuchillada , debéis creer que quieren alcanzaros el cuerpo[...] Son temibles con la espada en la mano a causa de sus puñales. He visto varias veces a tres o cuatro españoles hacer huir a varios extranjeros y echarlos por delante de ellos como a un rebaño de corderos.También en los campos de batalla nació alguna expresión que ha perdurado hasta nuestros días como la de Dejar en la estacada. Recibía el nombre de estacada los obstáculos hechos con estacas afiladas que se colocaban para impedir el avance sobre las líneas enemigas. Es fácil imaginar lo que suponía dejar a alguien abandonado en una estacada.
Pero en los Tercios no todo era marcialidad y peleas, algunas veces también había sexo. Así lo decía la ordenanza.
Es preferible que no haya hombres casados, pero de permitirse, para evitar mayores inconvenientes, que haya por cada cien soldados ocho mujeres, y que estas sean comunes a todos.Por este motivo nació en los Tercios el término de Mujer privada, aquella que estaba casada y acompañaba a su marido soldado, para diferenciarlas de las mujeres públicas. De todos modos, había que tener cuidado con quien te lo hacías pues las enfermedades venéreas estaban a la orden del día y no era raro que salieran molestos tumores en los genitales que los soldados llamaban incordios.
También y aunque estaba penado con la muerte y normalmente la hoguera (ya que ese delito lo juzgaba la inquisición) existía la homosexualidad. A aquellos que practicaban la sodomía se les denominaba bujarrón, término despectivo que se sigue usando hoy en día.
Otro término peyorativo que aún se usa es el de chusma aunque en tiempo de los Tercios la chusma eran los prisioneros condenados a apalear sardinas (a remar) en galeras.
Galeotes en una galera.
Relacionado:
¡Vete a la porra!
Hacer fortuna como soldado.
Las Encamisadas, acciones comando.
Visto en el libro:
Los Tercios. La Infantería Legendaria de F.Martinez Laínez y J.M. Sanchez de Toga
Más en:
Colección de libros del Capitán Alatriste de Arturo Perez reverte.
Etiquetas: España, lenguaje, Palabras, Tercios
Publicado en Historias Medievales
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Hablando de la daga,me hizo gracia un documento que vi, en la que decía que en las luchas individuales que se hacían durante los asedios entre oficiales o nobles,los adversarios de los españoles ponían como norma que éstos no llevasen la daga en el combate,pues les daba una gran ventaja a los españoles.
¡Por España Siempre!
En cambio si se utilizaban las pistolas. Cobardes herejes.
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La poesía de la que hablé:
Pedro Calderón de la Barca, «Poesía a los Tercios»
«Este Ejército que ves
vago al hielo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un Soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el valor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres Soldados;
que en buena o mala fortuna
la Milicia no es más que una
religión de hombres honrados».
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Batalla de Nordlingen, 1634
En el contexto de la guerra de los 30 años el ejército Imperial y de la liga Católica, bajo el mando nominal de Fernando, rey de Hungría, comenzó en 1634 una campaña para expulsar a los protestantes de la zona sur de Alemania. El ejército imperial, tras conquistar algunas ciudades alemanas, marchó hacia el importante centro protestante de Nordlingen adonde se reunió con el ejército español del cardenal-infante Fernando, dispuestos a tomar la ciudad.
Los líderes protestantes, sabiendo que la caída de Nordlingen sería un golpe demasiado duro para su causa, mandaron el grueso de sus fuerzas, el ejército Sueco-Alemán, para evitar la caida de Nordlingen. El 5 de septiembre de 1634, las vanguardias de ambos ajércitos entraron en contacto. Los imperiales contaban con 33.000 hombres (20.000 infantes y 13.000 jinetes) españoles, italianos, y alemanes. Frente a ellos, los generales protestantes alinearon 25.000 hombres (16.000 infantes y 9.000 jinetes) suecos y alemanes.
La muerte de Gustavo Adolfo de Suecia, el gran estratega protestante, acaecida dos años antes en la batalla de Lützen había dejado a los suecos sin si mejor general, aunque no se resintió por ello la calidad de su ejército.
El primer ataque protestante tuvo lugar durante la noche, pero fue facilmente rechazado. Durante el dia, los combates se desarrollaron en la posición clave de la colina de Albuch, que dominaba el campo de batalla. Esa colina, defendida por dos regimientos Alemanes (Salms y Wurmser), un Tercio Napolitano (Torralto), y un Tercio español (Idiáquez) respaldados por 9 escuadrones de caballería, teniendo enfrente a los suecos del general Horn, unos 9.000 hombres, divididos en 5 brigadas de infantería y 24 escuadrones de caballería.
Al comienzo de la batalla, la caballería protestante de Horn cargó fieramente contra la colina del Albuch, siendo rechazada por el tercio napolitano de Torralto. Por su parte, la infantería de Horn tuvo más éxito en su ataque, desalojando de sus posiciones a los dos regimientos alemanes. Este éxito parcial fue abortado por un contraataque de la caballería italiana sobre el flanco de los suecos, que se vieron obligados a retirarse, permitiendo a los dos regimientos alemanes volver a ocupar sus posiciones. Pero una segunda carga sueca desarboló nuevamente a los alemanes, quienes huyeron a la desbandada, mientras los italianos mantenían la línea. En ese momento el Tercio español de Idiáquez marchó hacia los Suecos, conteniéndolos y cerrando la brecha dejada por la huida de los alemanes. Al mismo tiempo, los italianos recibían tropas de refresco desde retaguardia. Así, cuando los protestantes lanzaron un nuevo ataque con refuerzos del ala izquierda, este no tardó en ser rechazado.
Pero los protestantes, sabedores de que el dominio de la colina era la clave de la batalla, lanzaron nuevos ataques contra los Tercios españoles e italianos, quienes rechazaron no menos de 15 cargas de la infantería sueca, mientras que en la falda de la colina las caballerías de los dos bandos se pelean ferozmente con pistolas y espadas.
Los caballos corazas del ejército sueco habían facilitado anteriormente sonadas victorias a Gustavo Adolfo sobre los ejércitos católicos.
Cuando el general protestante Horn vió que era imposible tomar la colina, ordenó a su exhausta infanteria emprender la retirada, momento que aprovechó la caballería imperial del flanco derecho para cargar contra los protestantes mientras la infantería española e italiana, secundando a la caballería, se lanzó colina abajo persiguiendo los suecos.
De este modo, la retirada más o menos ordenada de Horn se convirtió en una huida desordenada para acabar en una catástrofe cuando las dos alas protestantes que huian a la desbandada se vioeron atrapadas contra el río Rezembach. Los sueco-alemanes perderian otros 6.000 hombres que fueron hechos prisioneros.
Nordlingen, fue una de las mas sonadas victorias de los tercios imperiales, pues el grueso del potencial militar enemigo había sido destruido, permitiendo a las tropas del Imperio acabar con la conquista del sur de Alemania. El príncipe elector de Sajonia, quien previamente se habia alineado junto con la liga protestante, fue obligado a volver al redil de la causa Imperial. Eran buenas las perspectivas que se le presentaban a los intereses españoles tras esta victoria, aunque finalmente se vieran truncadas por la entrada en la guerra de Francia en 1635. Pese a todo, como diria Perez Reverte, puestos a dejar los enemigos de España nos segaran la tierra bajo los pies, mejor hacerles pagar caro cada ataque. En Nordlingen, el valor de la infantería española volvió a quedar patente, pues la intervención de nuestros soldados salvó la situación en un momento clave. También fue muy destacada -y brillante- la intervención de los soldados de la península italiana (napolitanos en su mayoria) que combatieron con un tremendo valor y tenacidad, derrotando a una de las mejores infanterías del mundo, los suecos de Gustavo Adolfo.
En definitiva, Nordlingen sirvió para aumentar la leyenda del valor combativo de los tercios imperiales, leyenda que, aun en la derrota, sería confirmada por los hechos posteriores.
A pesar de lo cruento de los ataques suecos, españoles e italianos aguantaron una vez más, como ya era costumbre, los envites enemigos hasta cambiar las tornas de la batalla.
Extraído del foro de Historia Militar. Enviado por Von Kleist.
http://es.geocities.com/capitancontreras/nordlingen.htm
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Estimado Mazadelizana,
el error radica en que D.Álvaro de Bazán jamás estuvo en la isla de la Gomera (Canarias).
Lo que sí hizo nuestro personaje, fue participar en una de las intentonas de recuperación del actual territorio español en la costa norte africana llamado: Peñón Vélez de La Gomera.
Te adjunto foto del peñón y crónica de la participación del Marqués de Santa Cruz en el intento de toma:
En cuanto a la historia del Peñón, nos centraremos en la Conquista del mismo en el año 1564, ya que es en lo que se centran los textos fundamentalmente. La conquista del Peñón de Vélez de la Gomera se produjo en 1564, cuando al regreso del socorro de Orán, la armada de Francisco de Mendoza se unió en Cartagena a las galeras de Saboya, Florencia, Génova y Malta. Recibió Mendoza orden de Felipe II de atacar por sorpresa al Peñón de Vélez, perdido en 1522. Marchó la flota a Málaga y por indisposición de Mendoza se hizo cargo del mando don Sancho de Leyva. Era autor del plan de ataque el alcalde de Melilla, Pedro Venegas, que contaba con las ofertas de dos renegados. Se adelantó don Álvaro de Bazán con sus ocho galeras, pero, descubierto por los moros del Peñón, fracasó la sorpresa. En la madrugada, Leyva desembarcó sus tropas; después de algunos encuentros, desanimado por lo poco que adelantaba, debido a la falta de artillería para batir el Peñón, levantó el campo y reembarcó su ejército. El 2 de agosto llegó a Málaga y pasó a invernar con la escuadra a Italia.
No por este fracaso cejó Felipe II en su intento, pues el peligro que para el tráfico comercial suponía el Peñón en manos de los moros hacía necesaria su conquista. Reunida una gran flota de galeras, se dio el mando a don García de Toledo, marqués de Villafranca, para intentar con ella nuevamente la empresa. En agosto de 1564 se juntaron en Málaga 93 galeras y unos 60 navíos con 13.000 hombres españoles, italianos, alemanes y flamencos. De esas galeras, ocho eran del rey de Portugal, al mando de Francisco Barreto; siete de Marco Antonio Colonna; 12 de Juan Andrea Doria, 10 de Florencia, cuyo general era Jacobo Dapiano; tres de Saboya, dirigidas por el conde Sofrasco; las de Malta, etc. El 29 de agosto se hizo la flota al mar. El desembarco no tuvo dificultad por encontrarse desguarnecido el mejor punto para efectuarlo: la fortaleza de Alcalá. Situado el Peñón en lo alto de abrupta y escarpada roca, pareció a don García inexpugnable y que la empresa ofrecía serias dificultades. Pasadas algunas escaramuzas con los moros de las montañas, el campo cristiano se puso en movimiento, el 3 de septiembre, y después de atravesar el poblado de Vélez de la Gomera, abandonado por sus moradores, se situó frente a la fortaleza del Peñón. Defendía el castillo una guarnición turca, al frente de la cual estaba el renegado Ferret, en ausencia de su alcalde Cara-Mustafá. Puestas en fuego las gruesas piezas de artillería de los españoles, por tierra, y las de las galeras, desde el mar, cundió el desaliento entre los turcos al ver los estragos que causaban en los bastiones y muros, y se dieron a la fuga. El 6 de septiembre las tropas cristianas entraban en la fortaleza. Reparadas las murallas y dejando fuerte guarnición bien abastecida, regresó don García de Toledo a Málaga.
Trataremos de describir a algunos de los personajes más relevantes que aparecen en los textos, aunque hay algunos de los que no hemos encontrado ningún tipo de información.
Álvaro de Bazán: (1526-158[Granada-Lisboa]. Don Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, señor de las villas de El Viso y Valdepeñas, capitán general del mar océano, comendador mayor de León y Villamayor en la Orden de Santiago, alcalde perpetuo de Gibraltar, nació el 12 de diciembre de 1526, y desde muy joven intervino en empresas navales. En 1544 su padre, capitán general de las galeras de España, venció a los franceses en las costas de Galicia: “en esta batalla se halló su hijo mayor, llamado, como él, don Álvaro de Bazán, mozo que no pasaba de los dieciséis años; de esta escuela militar de su padre salió tan gran capitán como a todos es notorio que lo fue el marqués de Santa Cruz”. Desde 1554 fue capitán de la armada contra corsarios, y en 1562 se le expide el título de capitán general de ocho galeras para la guarda del estrecho de Gibraltar. Formó parte de la escuadra que, en 1563, envió Felipe II en ayuda de Orán y Mazalquivir sitiados por Asan, hijo de Barbarroja. En el mismo año asistió al intento de tomar el Peñón de Vélez de la Gomera. En febrero de 1564 hizo presas a ocho naves inglesas que habían atacado a una francesa en el puerto de Gibraltar. En septiembre fue encargado del armamento de una flotilla auxiliar para la conquista del Peñón de la Gomera. Tomó parte en la empresa y después de la conquista le fue encomendado el artillar convenientemente la plaza. En 1569 se le concedió el título de marqués de Santa Cruz, en 1576 se le concedió el título de capitán general de las galeras de España. Murió en Lisboa, el 9 de febrero de 1588.
Joan de Bazán: Lo único que podemos decir de este personaje es que era hermano de Álvaro de Bazán y que participó en la Conquista del Peñón, donde fue herido de muerte.
Juan de Villarroel: Combatió a las órdenes de don García de Toledo contra los turcos. En 1564 fue nombrado veedor general de galeras y formó parte de la expedición que conquistó el Peñón de La Gomera. Se distinguió más tarde en la toma del Castillo de Alcalá, en un desembarco en Berbería realizado por una coalición de Estados cristianos mediterráneos. Llegó a alcanzar en la Armada el grado de general de la Mar.
Bernardino de Mendoza: (1501-1557) era hijo de Iñigo López de Mendoza, segundo Conde de Tendilla. Nacido en La Alhambra, fue marino y capitán de galeras en el Mediterráneo luchando contra los piratas berberiscos. Acompañó a Carlos V en la conquista de Túnez y fue el primer gobernador del fuerte de La Goleta (1535), rechazando un ataque turco.
Nombrado Capitán General de Galeras perdió parte del movimiento de los brazos al recibir dos flechazos en ellos y un arcabuzazo en la cabeza en 1540 combatiendo y derrotando a corsarios argelinos que volvían de atacar Gibraltar. Marchó a Amberes a dar cuenta al Emperador que le dio la encomienda de Mérida. Estuvo con Carlos V en el desastre de Argel en 1541.
Acompañó a Felipe II a Inglaterra en 1544, fue Virrey interino de Nápoles en 1555 (por ausencia en Roma del Cardenal Pacheco), miembro del Consejo de Estado en 1556, volvió luego a Flandes y moriría a consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de San Quintín (27-8-1557) a pocos meses de haber sido nombrado Contador de Hacienda.
Juan de Mendoza: A propósito de este personaje hemos de decir que no hemos encontrado en ningún libro mención expresa a él, sí hemos encontrado muchos personajes de la familia Mendoza, pero ninguno que coincida con la fecha de la conquista del Peñón. Es de extrañar que un personaje que, según los textos es general de las galeras de España, no aparezca como tal en la bibliografía, aunque al tratarse de una relación de sucesos puede ser que el dato esté confundido.
Las relaciones de sucesos son documentos que narran un acontecimiento ocurrido o, en algunas ocasiones, inventado (pero verosímil), con el fin de informar, entretener y conmover al público -bien sea lector u oyente-. Tratan de muy diversos temas: acontecimientos histórico-políticos (guerras, autos de fe…), sucesos monárquicos, fiestas religiosas o cortesanas, viajes, sucesos extraordinarios como catástrofes naturales, milagros, desgracias personales…
Las Relaciones de sucesos surgen en el siglo XV vinculadas al género epistolar: la carta-relación, que informa generalmente a un particular de algún acontecimiento del que fue testigo el emisor. Su uso se va extendiendo en el siglo XVI, en el que aparece ya la Relación de sucesos de forma autónoma (aunque convivirá siempre con la carta) dirigida a un público más amplio, para alcanzar su apogeo en el siglo XVII, sobre todo en los reinados de Felipe IV y Carlos II. Su desaparición vendrá condicionada por el nacimiento y éxito de las Gacetas, ya en el siglo XVIII, que amplían el mundo informativo al contar las noticias periódicamente, y no de manera ocasional como lo hacían las Relaciones.
Aquí nos encontramos con la narración de la Conquista del Peñón de Vélez, concretamente de dos de sus episodios en los que el autor da detalles que entran en lo heroico, característica de este tipo de literatura.
Muy importante en estos documentos son el autor y el impresor, que figuraba en estas relaciones. Los impresores en estos momentos tienen gran importancia, por ello haremos una breve biografía del autor y del impresos de estos documentos.
· Baltasar Collazos, escritor español del siglo XVI, nació en Paredes de Nava (Palencia), acerca de cuya vida carecemos de noticias, sabiéndose únicamente que publicó las obras: Comentarios de la fundación, conquista y toma del Peñón, y lo acaecido desde el año 1557 hasta 1564 (Valencia 1566); Diez y siete coloquios y Discursos de varios asuntos, entre los que figuran los titulados: Que se sustenta con trabajo la honra sin hacienda, Trabajos de la guerra y lo mal que se medra, Que el oficio de legista y mercader es noble, Que el mundo siempre ha sido de una manera, La vida de galeras, Grandezas de Sevilla y Declaración de algunos oficios y nombres militares (Lisboa, 1578).
· Juan Mey, taller de: Los Mey constituyen una familia de impresores cuya labor se desarrolla en Valencia, casi exclusivamente, desde mediados del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XVII. El primer impresor de este apellido es el flamenco Juan Mey, activo desde 1543 hasta 1555, en Valencia, salvo una breve estancia en Alcalá de Henares. A la muerte de Juan Mey se hace cargo de la imprenta, en 1556, su viuda Jerónima de Gales, que sigue percibiendo la subvención que los Jurados habían concedido a su esposo, y que imprime, con el colofón “Viuda de Juan Mey”, entre 1556 y 1558. En 1559 Jerónima Gales se casa con Pedro de Huete y a partir de ese momento se utiliza el nombre de “Juan Mey” y “En casa de Juan Mey” en colofones que se mantienen hasta 1568 inclusive.
GraciasDon Cosme, dentro de poco lo cambio.
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Los guerreros Iberos
Por: José I. Lago
Los autores antiguos describen a los guerreros iberos vestidos con túnicas cortas blancas con ribetes de púrpura y sus falcatas íberas en la mano. Probablemente las túnicas no fueran "blancas", sino del color natural de la lana, al igual que ocurre con las togas romanas, y probablemente la púrpura de los ribetes no fuera tal, sino una franja de color escarlata
En realidad, es evidente que todos los guerreros españoles no vestían de igual manera, ni mucho menos, pero esta indumentaria sí que era la más corriente y por la que los romanos identificaron a los españoles del ejército de Aníbal. Una estética que es la más repetida en el arte ibero.
El famoso relieve de Osuna, Sevilla, muestra la imagen más conocida del guerrero ibero con su espada falcata.
Guerrero con falcata íbera y escudo.
Figura realizada por José Ignacio Lago que representa al típico infante íbero de la época de las guerras púnicas, tal y como es descrito por los historiadores romanos y aparece en el relieve de Osuna.
Magnífica ilustración de Jeff Burn que muestra a un infante íbero del ejército de Aníbal.
Los guerreros españoles usaban una gran variedad de corazas para protegerse en combate. La más sencilla era el pectoral que en aquella época también utilizaban los legionarios romanos y que constaba de una placa de metal que protegía el pecho.
En la imagen de Angus McBride se reconstruye una ceremonia en la que un guerrero ibero, solicita la bendición para su espada falcata ante un altar. El guerrero lleva el típico pectoral, éste de tipo redondo y muy decorado, con una cabeza de lince, un felino originario de España de una gran belleza. El guerrero ibero también porta un casco de cuero, grebas de bronce y un ancho cinturón también de bronce del que pende la vaina de la espada falcata íbera.
El famoso "Vaso de los Guerreros" hallado en San Miguel de Liria muestra guerreros iberos armados con cotas de escamas, lanzas y escudos de tipo céltico. También era muy usada la cota de malla celta, sobre todo por las tribus celtíberas.
Magnífica reconstrucción del aspecto real de los guerreros iberos del vaso anterior por Angus McBride. En este dibujo puede apreciarse las espadas falcatas íberas que utilizaban estos guerreros.
El arma más conocida de los iberos es la famosa espada falcata.
Espada falcata hallada en Almenedilla, Córdoba. Una de las espadas íberas mejor conservadas ejemplos de esta bella espada española.
La espada falcata es un arma de origen español, en realidad es un tipo estilizado del gladius hispaniensis o gladius romano, que tras la llegada de Roma a España pasó a formar parte del equipo militar romano. La hoja de la espada falcata mide aproximadamente unos 45 cm. de longitud, es decir, la longitud del brazo. En realidad no había dos espadas falcatas iguales, ya que estas valiosas espadas romanas se fabricaban de encargo, por lo que cada una tenía unas medidas según el brazo de su dueño.
En todo el Mediterráneo se admiraba la calidad de estas espadas íberas, fabricadas con un mineral de hierro de altísima pureza. Su flexibilidad era tal que los maestros armeros la colocaban sobre sus cabezas doblándolas hasta que la punta y la empuñadura tocaban sus hombros. Si la espada romana volvía a su posición recta al soltarla de golpe era una obra de arte, si no se fundía para volver a fabricarla. Los griegos que llegaron a España llevaron la espada falcata consigo y tuvo gran aceptación, convirtiéndose en la segunda arma más utilizada tras la espada de hoplita
Gladius hispaniensis y pugio pertenecientes a la colección personal de José I. Lago.
Los romanos adaptaron su propia empuñadura al gladius, pero el pugio continuó con la típica empuñadura española.
Los guerreros íberos utilizaban dos tipos de escudos: el céltico, ovalado, y la caetra, que era redondo y más pequeño.
Magnífica ilustración de Peter Connolly que muestra a un jinete y un infante iberos. El infante porta una lanza de acometida y el temible soliferrum, una lanza arrojadiza del tamaño de un hombre y completamente de hierro. Aquí, ambos guerreros íberos llevan cascos de cuero. El del infante, en forma de capucha, tiene una cresta de crin de caballo teñida de color rojo.
Mención aparte merecen los famosos honderos de las islas baleares que formaron uno de los cuerpos de élite más conocidos de la Antigüedad llegando a formar parte de las tropas auxiliares de Julio César.
Los temibles honderos en una magnífica ilustración de Angus McBride.
En las tumbas, las armas iberas se encuentran cuidadosamente dobladas, inutilizadas, ya que, como hemos visto en la falcata, eran armas personales, fabricadas para cada guerrero en concreto y no debían ser utilizadas por ningún otro. Por eso se enterraban inutilizadas con su dueño. El vínculo que unía al guerrero español con sus armas era más importante que su propia vida, por ello preferían morir antes que rendirse y entregar sus armas.
Como guerreros, los españoles eran la crema de las tropas auxiliares. Púnicos y romanos los utilizaron ampliamente, sobre todo a la infantería pesada y a los honderos baleares, cuya mortífera destreza en el manejo de la honda era apreciadísima en la Antigüedad. De hecho, en Cannas, Aníbal tuvo que alternar compañías españolas y galas porque no se fiaba de éstos últimos y sabía que los españoles cumplían siempre con las órdenes hasta el final.
Cada nación tenía sus propias armas y su modo de utilizarlas. En España, al utilizarse la espada corta, la formación era en línea, netamente ofensiva, ya que la espadal gladius es una poderosa arma que de poco sirve a la defensiva. De ahí la tremenda mortandad causada por los españoles en Cannas y posteriormente a las legiones romanas.
En conjunto, la táctica ibera fue literalmente copiada por los romanos tras la I Guerra Púnica. El infante español portaba el temible soliferrum, especialmente diseñado para perforar cualquier tipo de escudo, aún cuando éste fuera metálico. Tras lanzarlo contra el enemigo desenvainaba su temible espada corta y, protegido por su escudo celta atacaba usando la espada para "pinchar", con el brazo moviéndose perpendicular al cuerpo. Esta forma de combatir, con el cuerpo bien protegido, era letal contra un enemigo que usaba su espada para "golpear", ya que debía descubrir parte de su cuerpo al alzarla, momento que aprovechaba el ibero para atravesarlo con su espada gladius.
Los romanos quedaron tan impresionados por esta forma de luchar en Cannas que cuando llegaron a España adoptaron la espada gladius, ahora llamado hispaniesis, como arma estándar. Puesto que el escudo romano, el típico escudo samnita, era mejor que el celta y proporcionaba mayor protección, las legiones romanas se convirtieron en auténticas máquinas de picar carne, aunque frente a las tropas españolas, con generaciones enteras de entrenamiento a sus espaldas, sufrieron grandes desastres uno tras otro. ¿Por qué? porque la legión manipular no era la unidad más apropiada para este tipo de táctica, táctica que encontraría su pleno rendimiento en las nuevas legiones de Mario en las que las cohortes actuaban como un bloque, arrasando las líneas enemigas. Exactamente igual a como actuarían las compañías españolas que utilizó Aníbal en Cannas. Puesto que los galos combatían en "falange", es decir, en líneas compactas, es fácil deducir que el Barca supeditó la táctica gala a la española y que esas compañías eran las normalmente utilizadas por los españoles.
Fuente: http://www.aceros-de-hispania.com/espada-ibera.htm
Ahora os dejo figuras halladas de los guerreros íberos:
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4859 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION FIGURA DE GUERRERO IBERO PROCEDENTE DEL SANTUARIO DE LA LUZ (MURCIA)![]()
16092 MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION GUERRERO A CABALLO DE NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ - SAN ANTONIO EL POBRE MURCIA - EXVOTO EN BRONCE
77696 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION FIGURAS VOTIVAS DE BRONCE DEL COLLADO DE LOS JARDINES-JAEN-ESCULTURA IBERICA![]()
77720 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION RELIEVE CON LA REPRESENTACION DE UN GUERRERO TOCANDO EL CORNY O TROMPETA GUERRERA-ESCULTURA IBERICA![]()
109212 AD VALENCIA MUSEO DE PREHISTORIA GUERRERO DE MOGENTE (VALENCIA) O CABALLO DE LA BASTIDA - EXVOTO EN BRONCE - SIGLO V-IV AC - ARTE IBERICO![]()
43365 AD MADRID MUSEO ARQUEOLOGICO NACIONAL-COLECCION ESTELA IBERICA CON CABEZA DE GUERRERO
Estas últimas fotos sacadas de aquí:http://www.oronoz.com/muestrafotostitulos.php?pedido=GUERRERO%20IBERICO&tabla=Claves
Última edición por Sureño; 16/01/2009 a las 02:26
Magníficos aportes estos últimos.
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros".
http://fidesibera.blogspot.com/
No puede editar ese mensaje.![]()
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
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Hay un límite de tiempo. Pasadas algunas horas ya no se puede cambiar.
La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571)
La gran victoria naval en el Mediterráneo.
(Por José Ramón Cumplido Muñóz)
«Vuestra Majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada, y porque V.M. la entienda toda como ha pasado, demás de la relación que con esta va, embio también a D.Lope de Figueroa para que como persona que sirvió y se halló en esta galera, de manera que es justo V.M. le mande hacer merced, signifique las particularidades que V.M. holgare entender; a él me remito por no cansar con una misma lectura tantas veces a V.M.»
Encabezamiento de la primera carta de D.Juan de Austria
a Felipe II después de la batalla de Lepanto.
El Mediterráneo en el siglo XVI
Desde que los otomanos unificaran el Islam desde la península de Turquía, sus conquistas en Europa se sucedieron una tras otra ocupando Macedonia, Bulgaria, Serbia y Bosnia. En 1453 cayó Constantinopla, el último recuerdo del Imperio Romano de Oriente, seguida de Valaquia, Besarabia, Bosnia y Hungría hasta que en 1529 los jenízaros fueron detenidos ante Viena. En el Mediterráneo la situación era análoga, las galeras turcas imponían su ley y las incursiones berberiscas desde Túnez, Argelia y Marruecos no respetaban ninguna costa.
En los tiempos del Sultán Solimán la política de la Sublime Puerta en el Mediterráneo Occidental tuvo como objetivo Italia, por lo que tarde o temprano habría de chocar con los intereses españoles. En 1565 Solimán atacó Malta, un enclave que aseguraba el paso por los estrechos del Mediterráneo Central y una plataforma excelente para empresas sobre Italia. La expedición organizada por el virrey español de Sicilia consiguió levantar el asedio turco convirtiéndose en la primera victoria de los ejércitos cristianos en muchos años, demostrando que la flota turca no era invencible si se le oponía una fuerza organizada.
En 1566 llegó al trono de la Sublime Puerta el Sultán Selim, quien alentaba la idea de una guerra santa con argumentos religiosos panislamistas muy semejantes a los argumentos contrarreformistas de Felipe II.
Selim ayudó a Dragut, bey de Argel en sus expediciones contra Túnez y La Goleta y al mismo tiempo preparó una ofensiva contra los puntos estratégicos del comercio europeo en Oriente. El principal de estos enclaves era Chipre, clave de los intereses económicos de Venecia.
Durante la Edad Media Venecia se convirtió en una ciudad-estado dirigida por una corporación de comerciantes y banqueros que alcanzaron la prosperidad vendiendo en Europa los productos que traían desde India y China. Los venecianos disponían de una larga cadena de bases comerciales y puertos en Dalmacia, el Mar Egeo y el Mediterráneo Oriental. Para proteger estas posesiones los venecianos más que a la guerra recurrieron a su diplomacia, que no dudaba en repartir regalos y sobornos con generosidad.
A comienzos del siglo XVI el monopolio de Venecia fue roto por los portugueses con sus rutas circunnavegando África mientras que desde 1522 con la caída de Rodas, los turcos se fueron haciendo con las posesiones venecianas. Los venecianos comprendieron que acabarían por perder todas sus bases, por lo que trataron de encontrar un acuerdo con el Sultán y, cosas de la Diplomacia, buscaron la ayuda de España y el Papa. Treinta años atrás se había formado una alianza entre España, el Papa, Génova y Venecia, que resultó derrotada por los turcos, siguiendo cada nación su propio camino hasta que con la elección como Papa de Pío V, firme partidario de frenar un hipotético imperio religioso musulmán en el Mediterráneo, se convocó una nueva Liga Santa.
Tan pronto como las negociaciones comenzaron, surgieron los intereses particulares. Venecia pretendía formar rápidamente una expedición para recuperar Chipre, mientras que Felipe II deseaba una alianza a largo plazo que dominara el Mediterráneo para realizar expediciones contra los corsarios de Argel, Túnez y Trípoli. Pío V prometió a ambos financiar económicamente la gran flota que se proyectaba y en Febrero de 1571 se firmaron los Pactos entre la República de Venecia, España, la Orden de Malta y el Papa. La alianza tendría validez por un período inicial de tres años, durante el cual se reuniría una gran flota cuyo mando se otorgó a Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey Felipe II.
Don Juan de Austria, Generalísimo de las fuerzas de la Liga Santa.
"La vida en la galera, déla Dios a quien la quiera"
Descendiente de las birremes y trirremes griegas y romanas, la galera cayó en el olvido durante la Edad Media, recuperando los venecianos su construcción en el siglo XIII para emplearla en lugar de las pesadas y lentas naves "redondas". Se construían con uno o dos palos de velas latinas y unos 25 remos por banda, y aunque cuando había ocasión la navegación se hacía a vela, los remos proporcionaban una movilidad esencial en combate y durante encalmadas o entrada a puerto. Se trataba del buque adecuado al Mediterráneo, aunque con mal tiempo un golpe de mar podía anegarla o quebrarla, por lo que las galeras sólo navegaban entre la primavera y el otoño, regresando en invierno a puerto.
Como norma se asignaban cinco hombres para bogar en cada remo. La gente de remo o chusma, estaba formada por condenados por sentencia judicial o esclavos turcos y berberiscos, aunque también hubo remeros voluntarios o buenas boyas que solían ser galeotes que una vez cumplida su condena e incapaces de encontrar otro trabajo, volvían a la boga a cambio de una paga. A los galeotes se les afeitaba la cabeza para que fueran identificables en caso de fuga, aunque a los musulmanes se les permitía llevar un mechón de pelo ya que según su creencia, al morir, Dios les asiría del pelo para llevarlos al Paraíso. La ración diaria de alimentos suministrados a los galeotes consistía en dos platos de potaje de habas o garbanzos, medio quintal de bizcocho (pan horneado dos veces) y unos dos litros de agua. A los buenos boyas se les añadía algo de tocino y vino. Cuando se exigía un esfuerzo suplementario en la boga dura por el estado del mar o en vísperas de batalla, se daban raciones extra de legumbres, aceite, vino y agua.
En una galera corriente la chusma estaba formada por unos 250 galeotes, a los que se le sumaba la gente de cabo divida a su vez en gente de mar y gente de guerra. La gente de mar eran marinos encargados de gobernar la nave y artilleros encargados de manejar las piezas de a bordo, incluidos entre la gente de mar y no de guerra. Estos últimos eran soldados y arcabuceros mandados por capitanes y por nobles e hidalgos, cuya misión era el combate. Sumando galeotes, marinos e infantes, una galera alistada podía sobrepasar ampliamente los 500 hombres, "acomodados" en buques de 300 a 500 toneladas.
Una galera solía tener unos 50 metros de eslora por 6 de manga con una obra muerta era de apenas metro y medio. Disponían de una sola cubierta sobre la que la pasarela de crujía, construida sobre cajones de 1 metro de altura, comunicaba el castillo de proa y el de popa. En el interior de este cajón se estibaban palos, velas y cabulleria. El cómitre y sus alguaciles recorrían continuamente la crujía, encargados de marcar el ritmo de boga con tambores y trompetas y fustigando con los rebenques a los galeotes.
A ambos lados de la crujía estaban los talares, cubiertas postizas de 3 a 4 metros de ancho que sobresalían dos metros por cada costado y sobre los que iban situados los bancos de los remeros. Los talares tenían una fuerte inclinación hacia fuera para favorecer la salida del agua embarcada por golpes de mar y por la lluvia y también los residuos de los galeotes. Allí se instalaban algunas piezas ligeras de artillería como culebrinas y falconetes para defender la línea de remos. Los extremos de los talares quedaban a un metro de la flotación y sobre ellos se apoyaban los remos, que medían unos 12 metros de largo sobresaliendo unos 8 metros del buque. Los remos se construían con dos o tres piezas de madera de haya y pesaban 130-150 kilos. Con semejante longitud y peso cada remo exigía al menos cinco hombres para ser manejado aunque por falta de gente esto se cumplía en contadas ocasiones.
A proa, sobre el tajamar y a un metro sobre la flotación, se instalaba el arma exclusiva de la galera, el espolón, una robusta pieza de madera y de hierro que sobresalía 3 o 4 metros desde la roda, con la que se embestía al contrario sirviendo además como puente de abordaje. Tras el espolón se encontraba la tamboreta, una pequeña cubierta triangular para maniobra de anclas y de garfios de abordaje y desde donde se cargaban los cañones montados en la corulla, un lugar más elevado que la tamboreta. Sobre los cañones estaba la arrumbada donde se apostaba la infantería que debía saltar al buque enemigo. Estos espacios constituían el castillo de proa, que estaba defendido por una amurada. Los cañones estaban instalados sobre cureñas fijas, alineadas con el eje del buque, por lo que la puntería se hacía maniobrando el buque. Normalmente había cinco o seis cañones a proa, los más gruesos en el centro, disparando proyectiles de 36 libras. A ambos lados de estas piezas se instalaban otros dos pares de cañones de 8 a 16 libras. La artillería se solía cargar con metralla o proyectiles de piedra caliza que, al impactar contra el buque enemigo, se quebraban actuando como metralla, ya que no se buscaba dañar al buque sino provocar el mayor número de bajas para luego pasar al abordaje. Para combatir, la galera ponía proa al enemigo y a unos 20 ó 30 metros se disparaba la artillería. A esa distancia no había tiempo para recargar las piezas y con el máximo de fuerza que daban los remos, se embestía e inmovilizaba al contrario con el espolón y los soldados pasaban al abordaje para entablar la lucha que decidiría el resultado.
A popa se encontraba la carroza, lugar reservado al jefe de a bordo. Entre la carroza y los talares había un espacio abierto que sobresalía por ambas bandas denominado espalda que constituía el vestíbulo de la carroza y en ella se situaban las escalas de acceso al buque. Detrás de la carroza, situados en una plataforma, los timoneles manejaban la caña del timón. Encima se instalaba la única luz de navegación, que consistía en uno o tres fanales dependiendo de la categoría de la nave. El casco estaba divido en unos quince comportamientos, el de más a popa destinado al capitán y el siguiente, la cámara que compartían los oficiales del buque. Galeotes y tripulación, soldados y artilleros, vivían al raso. Las galeras capitanas, que por razones de prestigio eran armadas personalmente por un comandante de escuadra, tenían algo más de eslora, instalándole unos cinco pares de remos adicionales y en las mayores, un tercer un palo y por supuesto, con una carroza mucho mayor y profusamente adornada.
Para aumentar la capacidad artillera de las galeras, un arquitecto naval veneciano llamado Bresano, ideó las galeazas, grandes galeras de hasta 1500 toneladas cuyo aparejo combinaba velas cuadras y latinas. Sobre la bancada de remeros se dispuso una cubierta donde se instalaban unas quince piezas de artillería por banda. Los costados se cerraban delante de los cañones con una amurada de dos metros mientras que los castillos de proa y popa montaban diez o doce piezas que cubrían todo el horizonte. El total alcanzaba unas cincuenta piezas de artillería con lo que, en teoría, se había creado un buque temible con el que se podía maniobrar con independencia del viento y con una gran potencia de fuego. En la práctica, las galezas resultaban pesadas y poco maniobreras, navegando mal a vela y a remo. De hecho, las galezas que participaron en Lepanto llegaron a la zona remolcadas por galeras.
Galeaza veneciana de hacia 1560
La armada de la Liga
En el puerto de Mesina se fueron concentrando galeras y naves procedentes de Barcelona, Valencia, Cartagena, Mallorca, Sicilia, Nápoles, Malta, Génova, Venecia, Corfú y Creta. España había enviado 90 galeras, 50 fragatas y bergantines y 24 naves de servicio, mientras que 12 galeras y 6 fragatas eran la aportación del Papa. Las naves de Venecia eran 106 galeras y galeotas, 6 galeazas y 20 fragatas.
El 23 de Agosto de 1571 llegó Don Juan de Austria, acompañado por Don Luis de Requesens quien actuaba como consejero en temas navales, para hacerse cargo de la armada y pasó revista a las naves junto con Veniero, el comandante veneciano. Las galeras españolas se encontraban por lo general en buen estado y bien equipadas de artillería. Sin embargo, muchas de las naves venecianas tenían el casco en mal estado por tratarse de buques viejos que habían salido de la reserva, mientras que las de nueva construcción lo habían sido con muchas tolerancias a causa de las prisas, a lo que se añadía que sus dotaciones eran escasas y mal disciplinadas. De los venecianos escribía Requesens: "La chusma es voluntaria y descuidada y a cualquier parte que llega sale a pasear por tierra; y si por mal tiempo es necesario levar anclas, es fuerza esperar a los remeros, estando en peligro de perderse en cualquier borrasca y ha de ser trabajo intolerable navegar en su compañía porque es cosa extraña lo que tardan en hacer cualquier cosa. Todavía si tuvieren gente de pelea, se tomaría lo demás en paciencia; esperan que les llegue de Calabria, pero yo temo que tardará demasiado y que no llegará la décima parte que ha de menester". Don Juan de Austria dispuso que cada galera llevara ciento cincuenta soldados y cada galeaza quinientos y como las dotaciones venecianas eran escasas se acordó que españoles e italianos pasaran a estas galeras.
Los efectivos embarcados por la Liga se repartían entre 13.000 marineros, 43.000 galeotes y 31.000 soldados. De éstos 6.197 hombres eran españoles, encuadrados en 14 compañías del Tercio de Granada al mando del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, embarcadas en galeras de España y Nápoles; 10 compañías del tercio de Nápoles a cargo del Maestre de Campo Don Pedro de Padilla, a bordo de las galeras de Nápoles y Mesina; del Tercio del caballero valenciano Don Miguel de Moncada cuatro compañías en cinco galeras españolas y dos compañías, mandadas por Don Diego Osorio y el capitán Melgarejo, embarcados con el genovés Gian Andrea Doria al servicio de España; y nueve compañías del Tercio de Sicilia al mando del Maestre de Campo Don Diego Enriquez, en las galeras de Sicilia.
Hay que sumar 1.514 españoles que fueron a reforzar las galeras venecianas y 4.987 alemanes de las Coronelías del Conde Alberico de Lodrón y del Conde Vinciquerra de Arcos embarcados en galeras de Don César de Avalos, Andrea Doria, Juan Ambrosio Negrón y en las naos de servicio. Los italianos al servicio de España se encontraban en tres coronelías. De la mandada por Paulo Sforza, embarcaron 2.719 hombres de cinco compañías en las galeras de Andrea Doria, Génova y Saboya y 2.512 soldados de otras cinco compañías pasaron a las galeras de Venecia. De la coronelía de Vicencio Tutavila, seis compañías fueron a las galeras de Venecia y cuatro a las de Nápoles, mientras que las compañías de la coronelía de Segismundo Gonzaga fueron a las galeras venecianas y a las de Jorge Grimaldi. En total iban al servicio de España unos 20.000 hombres, 8.000 al servicio de la República de Venecia y 2.000 reclutados por el Papa mandados por Honorato Gaetano y unos mil capitanes y caballeros que llegaron de toda Europa.
A Mesina llegó Monseñor Odescalco obispo de Pena, portador de las indulgencias que el Papa concedía a todos los embarcados junto con un relicario que contenía astillas de la Vera Cruz a distribuir entre las capitanas de la armada. Se prohibió embarcar mujeres y se publicó un jubileo para el cual se ayunó durante tres días, haciendo confesión general y recibiendo la Eucaristía. La armada de la Liga recibió como insignia un estandarte azul decorado con Cristo crucificado y la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, el Papa y Venecia.
Estandarte que sirvió como insignia de la armada de La Liga Santa
El día 15 de Septiembre, Don César Dávalos fue destacado hasta la isla de Corfú como vanguardia con un cuerpo de galeras marinadas por Gutiérrez de Argüello. La salida definitiva se realizó al día siguiente y la armada fue despedida con el repique de las campanas de Mesina y salvas de los castillos. Las naves alcanzaron mar abierto para extenderse por diez millas y allí la marcha se coordinó con la de las lentas naos de servicio y la de las grandes galeazas que no podían usar sus remos, pues para mover tales moles la chusma se agotaba con rapidez, por lo que cuando no disponían de viento favorable fueron remolcadas por otras galeras.
Para la navegación se dispuso que la armada se organizara en un grupo de exploración y cuatro escuadras. La escuadra de descubierta formada por tres galeras españolas y cuatro venecianas al mando del catalán Don Juan de Cardona, navegaría ocho millas por delante de la flota para reconocer cualquier nave que se sospechara enemiga. La primera escuadra o cuerno derecho mandada por Gian Andrea Doria, formada por 25 galeras de Venecia, 26 españolas y dos del Papa, izando una insignia verde en la capitana y banderas triangulares del mismo color en las demás galeras. La segunda escuadra o cuerpo de batalla formaría con 64 galeras al mando de Don Juan de Austria, quien izaría una insignia azul en La Real siendo ese color el distintivo de las otras naves. La tercera escuadra o cuerno izquierdo quedaría al mando de Agostino Barbarigo con 53 galeras con distintivos amarillos. La escuadra de retaguardia, con 30 galeras al mando de Don Álvaro de Bazán, navegaría con distintivos blancos una milla detrás de la flota para recoger las naves retrasadas. Las seis galeazas venecianas al mando de Francesco Duodo, irían por parejas entre las escuadras, repartiéndose las galeras el trabajo de remolcarlas.
El 27 de septiembre la armada llegó a Corfú, donde los venecianos esperaban recoger 6.000 mil hombres, pero en vano, ya que había sido atacada por los turcos doce días antes. La escala siguiente fue Gomeniza en Albania, para hacer aguada y para que galeazas y naos retrasadas se reagruparan. Allí, Don Juan envió a Andrea Doria a pasar revista a la flota y cuando le llegó el turno a la capitana de Venecia, Veniero, enemistado con él, se lo prohibió advirtiéndole que de pisar la nave, mandaría ahorcarlo. Don Juan, al ponerse en duda su autoridad estuvo a punto de mandar ejecutar a Veniero, lo que sin duda hubiera roto la alianza, por lo que finalmente envió a Marco Antonio Colonna, el comandante pontificio.
La flota hizo otra escala en la isla de Cefalonia donde encontraron un bergantín veneciano por el que se supo que Famagusta, en Chipre, se había rendido dos meses atrás. Los turcos habían hecho esclavos a los soldados, ejecutando a los oficiales, mientras que a Marco Antonio Bragadino, comandante de la plaza, le cortaron la nariz y las orejas para luego ser desollado vivo y su piel rellena de paja, colgada en la nave insignia turca. Cuando la flota cristiana se encontraba en esta isla, el corsario Karah Kodja se adentró una noche con una fusta pintada de negro para contar el número de naves enemigas, pero a Alí Pachá le dijo que sólo había 150 galeras, seguramente para no alarmar a los suyos.
Llegaron noticias de Gil de Andrada, quien había sido enviado con cuatro galeras para localizar al enemigo, de que la flota turca estaba concentrada en los golfos de Corinto y Patrás, que los italianos conocían conjuntamente con el nombre de Lepanto. En la galera de Barcelona La Real se celebró consejo de guerra en el que Andrea Doria y Requesens fueron partidarios de no presentar batalla. Don Juan de Austria los desoyó diciendo: "Señores, ya no es hora de debates sino de combates".
Grabado italiano mostrando el Golfo y el puerto de Lepanto
Para la batalla se dispuso que cuando La Real hiciese señal, las galeras de vanguardia debían retroceder para incorporarse a las escuadras, que a su vez habrían de adoptar el orden convenido, enviándose fragatas para comprobar que cada cual ocupaba su posición. La formación elegida para el combate sería la misma que para la navegación. En el ala derecha, Gian Andrea Doria; en el ala izquierda, Agostino Barbarigo y en el centro, Don Juan de Austria a bordo de La Real y flanqueado por las capitanas de Venecia y del Papa, y las galeras de los príncipes de Parma y de Urbino. Las galeazas debían pasar adelante para formar la línea de vanguardia mientras que Don Álvaro de Bazán debía maniobrar con su escuadra hacia el sitio en que la armada fuera más débil, confiando a su experiencia el modo de mejor hacerlo. Los galeotes cristianos fueron liberados para que se hicieran dignos de su libertad empuñando las armas. La artillería se dispararía para causar el mayor daño, pero reservando dos piezas para el momento en que las armadas se embistieran. Se acordó desplegar la escuadra a la entrada del golfo de Patrás e izando banderas de combate, esperar durante dos horas para retar al enemigo. Si no aparecía, se haría como desafío una descarga de artillería.
La armada reunida por los turcos para la conquista de Chipre estaba formada por cien galeras al mando de Alí Pachá aconsejado por el marino Mohamed Bey y el corsario Uluch Alí, antiguo fraile italiano. Una vez que supo de la concentración de naves cristianas en Mesina el sultán Selim ordenó enfrentarse al enemigo y para ello, Alí Pachá llevó su flota al golfo de Lepanto, lugar elegido para que se concentraran todas las naves disponibles. Se confiscaron provisiones y leña y se decretaron levas para reforzar a los remeros. Llegaron jenízaros de las guarniciones de Grecia y la flota turca recibió como insignia un estandarte de seda verde elaborado en La Meca, adornado con la Media Luna y versículos del Corán.
Las naves reunidas por los turcos sumaron 245 galeras, muchas de ellas de 28 y 30 bancos, y 70 galeotas y un gran número de fustas y otras pequeñas naves. En ellas habían embarcado 13.000 marineros, 45.000 galeotes y 34.000 soldados, aunque de éstos, menos de 3.000 eran jenízaros armados con arcabuces. Hay que tener en cuenta que éstas eran las únicas armas de fuego disponibles en la armada turca, estando el resto de combatientes armados con arcos y flechas envenenadas, efectivas sólo a corta distancia. Además, en las galeras cristianas se levantaron unas defensas hechas con redes y lienzos para servir de parapetos, que no tenían equivalente en las naves turcas. También los turcos disponían de menos artillería, 750 cañones frente a 1.215 en las naves de La Liga que con frecuencia eran de calibre superior.
La flotilla de exploración de Karah Kodja anunció que la armada cristiana se encontraba a la entrada del golfo de Patrás impidiendo a la armada turca el acceso a mar abierto. Pertev Pachá y Uluch Alí recomendaron evitar el combate quedando al abrigo de los castillos de Lepanto. Alí Pachá se negó ya que el Sultán en persona había rechazado esa posibilidad ordenando entrar en combate a toda costa.
El despliegue de la armada turca era similar al de la Liga con tres escuadras y una reserva. Del mando se encargaron Chuluk Bey, virrey de Alejandría y conocido por los cristianos como Mehemet Sirocco, con 55 galeras y una galeota en el ala derecha, lo que haría que se enfrentara a Barbarigo. El mismo Alí Pachá a bordo de La Sultana ejercería el mando del centro con 96 galeras y galeotas. El ala izquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, estaría al mando de Uluch Alí donde formarían 61 galeras y 32 galeotas en su mayor parte de corsarios berberiscos. Si bien la flota de combate turca era superior a la cristiana, la escuadra de reserva de Murat Dragut formada por 31 unidades, sólo contaba con 8 galeras.
Al amanecer del 7 de octubre Alí Pachá dio orden de levar anclas para combatir y se dirigió a los cautivos cristianos: "Si hoy es vuestro día, Dios os lo dé, pero estad ciertos que si gano la jornada, os daré libertad. Por lo tanto, haced lo que debéis a las obras que de mí habéis recibido". La flota turca salía al encuentro de los cristianos con el viento a favor, lo que permitía dar descanso a sus remeros. Cuando la flota cristiana cruzaba el cabo Scropha los serviolas divisaron al enemigo a quince millas de distancia.
"La más alta ocasión que vieron los siglos"
Se oyó un cañonazo en el lado turco entendido por Don Juan de Austria como el desafío de La Sultana y ordenó contestar con otro desde La Real como señal que aceptaba el reto. Don Juan pasó a una fragata para comprobar el orden del ala derecha mientras Requesens hacía lo mismo en el lado opuesto. Don Juan se dirigió a los venecianos diciendo: "Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto, menead con brío y cólera las espadas". Dirigió a Veniero palabras afectuosas y éste le prometió esforzarse más que nadie en los sucesos que se avecinaban. A los españoles Don Juan les dijo: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".
Durante la mañana las escuadras completaron su despliegue y hacia las once el mar quedó en completa calma y el viento pasó a soplar de poniente, proa a los turcos, quienes tuvieron que arriar velas e impulsar sus naves a remo, operación en la que se desordenaron y consumieron tiempo. El número de naves y de combatientes, la determinación de capitanes y soldados indicaban que el combate sería tremendo, pero nadie se paró a meditar su suerte, ocupado cada uno en fijar sus ojos y sus cañones en el enemigo. Don Juan dio orden para que las galeazas pasaran una milla por delante de la armada y esperaran allí la llegada de los turcos. Recibieron éstos tal descarga que ciaron todos al mismo tiempo. Los remeros cristianos describieron a Alí Pachá a qué especie pertenecían tales naves y cuando éste comprendió que cada una equivalía a una fortaleza mandó aumentar la boga para pasar de largo cuanto antes, pero no lo hicieron sin que las galeazas hundieran dos galeras, dañando otras y desbaratando la formación turca sin que ésta pudiera volver a recomponerse.
En este tiempo Uluch Alí adelantó su escuadra tratando de envolver al enemigo por un flanco para luego atacar por retaguardia. Andrea Doria adivinó sus intenciones y separó su escuadra para cortarle el paso pero lo hizo tanto que los turcos pensaron que huía y Don Juan le envió un mensaje advirtiéndole que dejaba el cuerpo principal sin cobertura. Mohamed Siroco con su escuadra trataba de hacer otro tanto, pues vio que entre el flanco contrario y la costa quedaba espacio suficiente para pasar con su escuadra a la espalda de Barbarigo. Éste, sin conocimiento del fondo y temiendo encallar en algún bajío, no cerró el hueco y Sirocco pudo introducirse por él.
Cuestiones de honor exigían que los almirantes se enfrentaran directamente nave contra nave y en muchas ocasiones el resultado de este combate dictó la suerte de toda la batalla. Don Juan se adelantó con La Real y reconociendo la capitana de Alí por sus tres fanales y su estandarte, mandó bogar con más fuerza. El choque fue terrible y La Sultana llegó con su espolón hasta el cuarto banco de la cristiana, pero aún más terrible fue la matanza que hizo la artillería de La Real pues a la segunda descarga no quedaba nadie sobre la crujía de La Sultana. En La Real se embarcaron trescientos veteranos a los que se hizo sitio desmontando los bancos de los remeros y tras descargar sus arcabuces sobre los turcos se lanzaron al asalto de La Sultana. En dos ocasiones consiguieron pasar del palo mayor de la galera turca y en ambas hubieron de retroceder ante los contraataques de las tropas que recibían por la popa. La galera de Alí Pachá estaba apoyada las de Karah Kodja y Mohamed Saiderbey y otras siete galeras y dos galeotas. La Real por su parte debía haber sido apoyada por las capitanas de Venecia, del Papa, la del Príncipe de Parma y la del Príncipe de Urbino, pero éstas dos quedaron trabadas con galeras turcas, por lo que Don Juan solo contaba con las tropas de refresco de dos galeras.
Combate entre La Real y La Sultana
Las galeras de Sirocco tripuladas por pilotos conocedores de aquellas aguas alcanzaron la posición que habían buscado aún rozando sus quillas por la costa y consiguieron envolver a Barbarigo, quien vio su capitana atacada por seis galeras. El mismo Barbarigo recibió una flecha que le atravesó el ojo izquierdo y trasladado a su cámara habría de morir allí a los tres días. Acudió en su ayuda su sobrino Marino Contarini quién también moriría en el combate, estando su nave a punto de rendirse con casi todos sus ocupantes muertos o heridos. Mientras, Uluch Alí había conseguido alejar tanto la escuadra de Andrea Doria que las naves de Alí atravesaron la línea cristiana entre aquella escuadra y la de Don Juan. Siete galeras cayeron sobre la capitana de Malta, en la que sólo hubo tres supervivientes y otras diez galeras venecianas, dos del Papa y una de Saboya fueron capturadas por los turcos.
El combate se había generalizado sin ningún orden, lanzándose unas galeras en persecución de otras; hubo naves turcas defendidas por españoles y corsarios berberiscos navegando con pabellón maltés y donde se veía una nave, al poco sólo quedaba un remolino que la tragaba. Hubo en el mar tantos muertos y despojos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres. Las naves se quebraban con tanta facilidad como los cuerpos de los hombres, de los que sólo quedaba intacta su ira. Parecía como si se quisiera superar en destrucción a los elementos de la Naturaleza.
La batalla entorno a La Real y La Sultana continuaba. Los refuerzos que recibía La Sultana habían conseguido rechazar hasta entonces a los asaltantes, quedando las cosas en un precario equilibrio. Gian Contarini embistió y hundió una galera turca que se dirigía contra Colonna mientras que las galeras de Juan Loredano y Catarino Malpieri fueron destruidas cuando se dirigían en ayuda de La Real. Llegó por fin Don Álvaro de Bazán y su capitana La Loba destruyó a cañonazos una galera turca y embistió a otra en la que él mismo dirigió el abordaje recibiendo dos balazos que no traspasaron su armadura. Venía también Don Juan de Cardona, quién se lanzó contra la galera de Pertev Pachá cuando éste estaba enzarzado con la de Paolo Ursino. La galera turca fue hundida y Pertev se dio por muerto, aunque lo más probable es que se escabullera de la acción. De la capitana de Génova solo pudo saltar un soldado español, Alonso Dávalos, al abordaje de una galera turca ganándola él sólo antes de recibir ayuda. En la enfermería de la San Juan de Sicilia se hallaba el sargento Martín Muñoz y saltando de la cama dijo que no quería morir de calentura, subió al abordaje de una galera donde mató a cuatro turcos. Pasado el palo mayor y herido de nueve flechas, una bala le arrancó una pierna y sentándose a morir dijo: "Señores, que cada uno haga otro tanto".
Con los soldados que traía Don Álvaro los españoles por fin consiguieron pasar del palo mayor de La Sultana y conquistando el castillo de popa, el capitán Andrés Becerra se hizo con el estandarte turco. Alí Pachá recibió un disparo en la frente y un galeote de los liberados para combatir le cortó la cabeza y se la presentó a Don Juan ensartada en una pica. La noticia de la conquista de La Sultana y la muerte de Alí Pachá pasó de una nave a otra y los turcos comenzaron a dar por perdida la batalla. Karah Kodja se rindió a Juan Bautista Cortés y Mustafá Esdrí se rindió a la Toscana del Papa. La galera de aquél era la capitana pontificia capturada diez años atrás y como pagador que era Esdrí, a bordo llevaba los cofres de la tesorería de la flota turca. Otra galera turca la asaltaron Don Alejandro Torrella y Don Fernando de Sayavedra guiando a caballeros valencianos del Tercio de Moncada y en ella encontraron a los hijos de Alí Pachá, Mohamed Bey de diecisiete años y Sain Bey de trece. Llevados ante Don Juan, se echaron llorando a sus pies y aquél les consoló por la muerte de su padre, mandó que fueran alojados y que les llevaran ropa y comida preparada según sus creencias.
Después de la muerte de Barbarigo y de su sobrino Contarini pareció que los venecianos iban a rendirse, pero tomando el mando Federico Nani consiguió capturar la galera del corsario Caurali y reanimar a los suyos. Se le unieron el conde de Porcia y el proveedor Canale y entre todos consiguieron hundir la nave de Mohamed Sirocco quien cayó al agua. Le recogió Gian Contarini, pero malherido y sin posibilidad de salvación, le cortaron la cabeza para abreviar su muerte. Llegaron las naves del proveedor Quirini y la escuadra de Sirocco acabó por desbandarse, embarrancando sus naves para huir por la costa.
Aunque los turcos habían sido vencidos en el centro y en la izquierda, en la derecha Uluch Alí había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y allí los cristianos comenzaban a perder terreno en toda la línea. En la Piamontesa de Saboya en la que iba Don Francisco de Saboya todos su ocupantes fueron degollados. En la Florencia del Papa sólo hubo 16 supervivientes, todos ellos heridos. En la San Juan, también del Papa, murieron todos los soldados y los galeotes. En la Marquesa se hallaba enfermo un soldado de veinticuatro años que cuando supo que se iba a entrar en combate pidió a su capitán Francisco San Pedro que le colocara en el lugar más peligroso, pero éste le aconsejó que permaneciera en la enfermería. "Señores –contestó él- ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura". Se le puso al mando de doce soldados en el esquife y combatiendo recibió dos heridas en el pecho y otra en la mano izquierda "que perdió su movimiento para gloria de la diestra".
Así, el combate no se desarrollaba muy bien para Doria hasta que por fin apareció Don Alvaro de Bazán con la escuadra de socorro. Uluch Alí llevaba a remolque la capitana de Malta y viendo la llegada de las nuevas galeras, cortó los cabos con que sujetaba a su presa y comenzó la huida. Don Juan también dirigía sus naves en ayuda del ala derecha, cuando un grupo de 16 galeras turcas que no aceptaron ni la rendición ni la fuga, pusieron proa hacia las galeras que llegaban, pero Don Juan de Cardona les cortó el paso con tan sólo ocho galeras y acabó por desordenar el grupo atacante.
Uluch Alí se dirigió hasta Lepanto reuniendo todas las naves que pudo. Las naves cristianas trataron de darles caza, pero a estas alturas de la batalla la gente de remo estaba tan agotada que se renunció a la persecución. Una vez en Lepanto, Uluch Alí incendió las naves supervivientes para evitar que fueran capturadas, aunque pudo conservar como trofeo el estandarte de la capitana de Malta. Eran las cuatro de la tarde y viendo que se estaba formando una tormenta Don Juan ordenó refugiarse en el puerto de Petala.
A la mañana siguiente se hizo recuento. De la armada cristiana faltaban quince galeras, aunque hubo que desguazar otras treinta, entre ellas La Real, de tan grandes destrozos que habían soportado. Se apresaron 170 naves al enemigo, aunque días más tarde solo quedaban a flote 130. Se calculó que se hundieron 80 galeras y habían escapado hacia Lepanto 40 galeras y galeotas. Los venecianos habían tenido 5.000 muertos, los españoles 2.000 y 800 los del Papa, mientras que se hicieron 5.000 prisioneros entre los turcos y se calculó que habían tenido unos 25.000 muertos. También se rescataron unos 12.000 cautivos que llevaban en sus naves. Durante cuatro días se hicieron las reparaciones más urgentes y Don Juan aprovechó para redactar una relación de la batalla para el Rey Felipe que llevó Don Lope de Figueroa junto con el estandarte ganado a los turcos. También envió cartas al Papa y al Senado de Venecia, y Colonna y Veniero hicieron otro tanto.
Don Juan quiso aprovechar la victoria para acometer alguna empresa mientras conservara la ventaja adquirida. Se celebró un consejo de guerra en el que hubo quien quiso suspender toda operación porque faltaba gente de guerra y de remo y el invierno estaba ya cercano; otros querían forzar el canal de Constantinopla y atacar la ciudad misma. Los venecianos pretendían actuar en Morea y promover sublevaciones en Albania, mientras que Don Juan prefería conquistar los castillos del golfo de Lepanto.
Se acordó hacer esto último y el día 11 de octubre salieron Andrea Doria y Ascanio de la Corna para conquistar Santa Maura, pero al llegar allí consideraron que la toma del castillo obligaría a un esfuerzo que superaría el beneficio de conservarlo. Finalmente se decidió que cada cual volviera a sus puertos para pasar el invierno. El día 22 llegó la armada a Corfú donde se repartieron las presas y el 28 se dividieron las escuadras. Don Juan llegó el 31 a Mesina para invernar en Sicilia y Don Álvaro de Bazán fue a Nápoles. Colonna se dirigió a Roma y Veniero aún permaneció en Corfú antes de volver a Venecia.
Ni conclusiones ni enseñanzas
El Sultán Selim al conocer la derrota se limitó a decir: "Me han rapado las barbas, ya crecerán con más fuerza" y durante el invierno se reunieron más de doscientas galeras que se pusieron al mando de Uluch Alí quien durante la batalla había conseguido el único trofeo para el Sultán.
El día 1 de Mayo de 1572 murió Pío V y aunque se temió que su sucesor Gregorio XIII no continuara con los pactos, se volvió a alistar una gran armada, pero pronto reaparecieron las disensiones. Venecia pretendía una nueva expedición que asegurara sus posesiones y recuperara las perdidas. España pretendía que se realizara contra África, por lo que Felipe II reservó a Don Juan para esta expedición hasta el último momento. Mientras, la armada de La Liga con 126 galeras y 6 galeazas al mando de Colonna y Juan de Cardona trataba de combatir con Uluch Alí. El 7 de Agosto lo encontraron ante el cabo de Malio donde sólo hubo escaramuzas y el día 10 ocurrió lo mismo ante el cabo Matapán. Finalmente llegó Don Juan con 55 galeras y dos galeazas y el 8 de Septiembre consiguió bloquear a la armada turca dividida entre el puerto de Modon y el de Navarino. Uluch Alí permaneció al abrigo de los castillos y no se llegó a combatir. Cercano ya el invierno, Don Juan dio la orden de regresar a las bases.
Los venecianos sabiendo que al año siguiente la armada que se reuniera ya se dirigiría contra África tal y como deseaba Felipe II, llegaron a un acuerdo con el Sultán por el que éste conservaría todas las conquistas realizadas y Venecia pagaría 300.000 ducados durante tres años. La Liga quedaba de hecho disuelta y Don Juan de Austria mandó sustituir en su galera el estandarte que la representaba por el español. Don Juan conquistó Túnez en 1573, pero un año más tarde la plaza cayó ante una escuadra turca mayor que la reunida en Lepanto. El Sultán ensalzó aquella victoria por todo el Islam como su triunfo definitivo y a partir de aquel momento los luteranos recabaron más atención por parte de Felipe II, por lo que el norte de África fue olvidado definitivamente.
La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la Historia Universal ya que a partir de entonces los asuntos del mundo se resolverían en el Atlántico. Cuando esto se produjo, España se encontraba en ambos mares a la vez. Semejante victoria pesó demasiado en la tradición naval de España pues las galeras alcanzaron una celebridad que no habría de servir en las batallas que se avecinaban contra ingleses y holandeses.
Más que a una acertada disposición táctica o una inteligente maniobra, las naves de La Liga vencieron gracias al poder de fuego, primero de la artillería embarcada y después de las armas individuales de la infantería. De hecho, durante la batalla los turcos hicieron un pobre empleo de sus cañones embarcados en menor cantidad que en las naves de La Liga a pesar de ser éstas inferiores en número. Por otra parte, la superioridad numérica de los turcos produjo un hacinamiento tal en sus naves que cualquier disparo, fuera de cañón o de arcabuz producía varias bajas simultáneas. A partir de entonces todas las naves españolas fueron concebidas como castillos flotantes en los que la infantería había de cumplir el papel principal. Los Tercios de Nápoles y Sicilia, conocidos como los Tercios Viejos, embarcados para esta ocasión pasaron a serlo de forma habitual, dando origen a lo que con el tiempo se convertiría en la Infantería de Marina de la Armada española.
El abordaje de la nave enemiga pasó a ser la táctica favorita de los capitanes españoles en detrimento del combate de artillería. Holandeses e ingleses, sabedores de su inferioridad en el combate cuerpo a cuerpo contra los españoles, prefirieron disparar contra el casco y las baterías de los buques evitando el abordaje y para ello diseñaron buques maniobreros con arboladura y velamen que les permitieran alcanzar la posición óptima para abrir fuego. Por el contrario, los grandes navíos españoles disparaban contra la arboladura con el fin de inmovilizar al enemigo y pasar luego a su abordaje que era donde la gente de guerra podía alcanzar mayor gloria y honor, defendiendo un prestigio que podían arrebatarle los artilleros con su capacidad de infligir daño a gran distancia.
Aún después del fracaso de La Empresa de Inglaterra en la que quedaron de manifiesto las anteriores observaciones, incluso los capitanes españoles de buques de alto bordo siguieron maniobrando en combate con el fin de lograr el abordaje, añadiendo a esto que el prestigio de las galeras parecía no romperse nunca entre los españoles. El 10 de Julio de 1684 el navío francés Le Bon fue sorprendido por 35 galeras españolas e italianas. Después de cinco horas de combate, las galeras tuvieron que retirarse con graves pérdidas. En 1748 Fernando VI tuvo que ordenar por decreto la supresión del cuerpo de galeras pero aún así, en 1787 comenzaron a construirse en Mahón tres galeras para luchar contra la piratería africana. Como se ve, las galeras parecían gozar de eterna presencia en la Armada española, hasta que por último, en 1803, dos años antes de Trafalgar, la batalla en la que el navío de vela alcanzaba su cima de prestigio, se dispuso que los jueces suprimieran la condena a galeras, lo que equivalía a la desaparición efectiva de la galera.
FUENTE: http://www.revistanaval.com/armada/batallas/lepanto.htm
Batalla de Sacavém (Portugal, Julio de 1147)
La mítica batalla de Sacavém fue una lucha entablada entre el primer rey portugués, D. Alfonso Henriques, y los moros, en el inicio del cerco de Lisboa, en julio de 1147, en los márgenes del Trancão, junto a el antiguo puente romano que cruzaba el río.
Antecedentes
Después de la conquista de Santarém, Alfonso Henriques se preparó para tomar Lisboa y así consolidar definitivamente no sólo la línea del río Tajo sino también la Independencia de Portugal – el dominio de su fértil valle garantizábale la plena autosuficiencia y malograba los planes de los leoneses de volver a anexarse Portugal.
Entretanto, se difundía por Extremadura la noticia de que los cristianos ya cercaban Lisboa, siendo imperativo ayudar a defender a toda costa los últimos reductos musulmanes al Norte del Tejo.Siendo así, se habían reunido en las proximidades de Sacavém, al norte del río, para luchar y destruir las fuerzas de Alfonso Henriques, cerca de cinco mil musulmanes oriundos no sólo de Extremadura (Alenquer, Lisboa y Sacavém), incluso hasta del Oesta (Óbidos y Torres Vedras) y de Ribatejo (Tomar y Torres Novas), bajo el mando del wali de Sacavém, Bezai Zaide.
Una batalla, un milagro
Rey Alfonso Henriques, primer rey de Portugal
Alfonso Henriques disponía apenas de una fuerza de mil quinientos guerreros, y fue en esas condiciones como se inició la batalla, teniendo como escenario Sacavém de Baixo, en el margen del río de Sacavém, entre los actuales montes de Sintra e del Convento, junto al viejo puente romano, fuertemente defendido por los moros, los cuales habían ya iniciado su ataque, dispuestos a desbaratar a los portugueses.
No obstante ante la significativa diferencia numérica entre ambos contendientes, acabarían por vencer los cristanos; aunque la mayor parte de estos últimos hubo perecido, conseguirían aún matar a tres mil musulmanes a filo de espada, quedando los restantes moros ahogados en el río o siendo hechos prisioneros.
Esta milagrosa victoria fue atribuida a divina intervención de la Virgen María, que había hecho aparecer durante el combate «muchos hombres extraños que peleaban con los cristianos». Como Alfonso Henriques contó con el apoyo de los Cruzados para tomar la capital, podemos partir del principio, más o menos seguro, de que los hombres extraños a los que la fuente se refiere serían cristianos oriundos de Europa del Norte.
Cuéntase que Bezai Zaide, ante lo sucedido, se convirtió a la fe cristana, siendo el primer sacristán de la ermita dedicada a Nossa Senhora dos Mártires (así llamada en honra de los cristianos caídos en la batalla), que D. Alfonso Henriques allí mandó erigir pasados pocos días de la lucha.
Al mismo tiempo, el rey también mandó reconstruir la vieja Iglesia de Nossa Senhora dos Prazeres (que se quedó en ruína bajo la ocupación musulmana, ya que tenían permitido el culto cristiano, mediante el pago de un tributo - la yizya - a las autoridades islámicas), habiéndola hecho sede parroquial de Sacavém es alterada en su invocación, dedicándola ahora a Nossa Senhora da Vitória (en homenaje a su estruendosa victoria sobre los moros, debido a la intercesión de la Virgen).
Batalla de D. Alfonso Henriques junto
al Puente Romano de Sacavém (1147)
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