Respuesta: Historias militares y gloriosas Hispanas
TRAFALGAR

A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se batieron con auténtica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron muriendo o siendo gravemente heridos en la cubierta superior, donde se encontraban a tiro de metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los buques enemigos.
España tras el tratado de Utrecht se encuentra con una armada prácticamente inexistente.
Para mantenerse en una posición competitiva con las demás naciones europeas se crea en 1714 la Real Armada. Con José Patiño empieza a formarse una sólida base para el resurgir de la marina, pero es con el Marqués de Ensenada donde se puede decir que la marina española toma el definitivo impulso; desde el desarrollo del sistema de comunicaciones hasta el apogeo de la construcción naval en los nuevos arsenales, pasando por la formación científica.
Gracias a Ensenada que dejó el cargo en 1755, se alcanzó el número de 117 entre navíos y fragatas. Pero había mucha diferencia entre la armada Inglesa y la Española., Inglesa y Española. La marinería española estaba compuesta mayoritariamente por campesinos y presos que saldaban sus deudas con la justicia sirviendo en los barcos del Rey. El oficio de marinero en un navío de guerra era aborrecido, lo que llevaba a la situación de tener barcos fondeados por falta de personal, y los que estaban en servicio, a ser manejados por marineros mas prestos a desertar que ha cumplir órdenes.
El Siglo de las Luces, el XVIII, supuso la consagración del navío de línea como una de las creaciones más espléndidas jamás realizadas por el hombre. Ya a finales de la centuria anterior se había adoptado y definido la línea de combate, con duelos artilleros a corta distancia, frente a la línea frontal o clásica que suponía la conclusión del combate al abordaje. La disposición de la artillería en baterías y la formación en línea consistente en agrupar los navíos formando una muralla con los costados implica la construcción de buques más grandes y robustos.
Las “murallas de madera” impactaron por el volumen de sus aparejos, sus elegantes castillos de popa y el poder de su potencia de fuego y ejemplares como el Victory (inglés, de 106 cañones), y el Santísima Trinidad (español, de 118 y el mayor del mundo hasta 1805) figurarán para siempre en los anales más gloriosos de la arquitectura naval.
Sin embargo ¿Cómo transcurría la vida a bordo? ¿Cómo se mantenía la disciplina en travesías que duraban meses o durante los cruentos combates? ¿Y la convivencia y la alimentación? La realidad, más allá de glorias y medallas, no era tan poética.
Un navío constituía el fiel reflejo de la muy estratificada sociedad de la época. El alcázar ocupaba casi la mitad de la cubierta superior y era coto exclusivo de los oficiales, de forma que a ningún marinero corriente se le permitía el acceso, salvo que fuera requerido para ello o para realizar una tarea específica.
El capitán y los almirantes ocupaban una espaciosa camareta abierta, con ventanales y balaustradas a popa, acogedora y bien iluminada, pero los oficiales dormían en unas cabinas parecidas a armarios en el comedor de oficiales, mientras que los guardias marinas (entre 20 y 30, según los casos) se apiñaban en un cuarto de 6x3 m en un pequeño espacio situado en la cubierta inferior, un recinto sucio y sórdido por debajo de la línea de flotación.
En él los olores de la mantequilla y el queso rancio procedentes del almacén del sobrecargo se mezclaban con el hedor de las sentinas situadas justo debajo de ellos. La mesa del comedor servía también como banco del cirujano, mezclándose las manchas de salsa con las de sangre reseca.
El resto de la dotación, la chusma, se amontonaba en las cubiertas de batería (dos, tres o cuatro, según los buques) y el castillo de proa. Sin intimidad alguna, atestadas y hediondas, cientos de hombre dormían en ellas sobre hamacas que se colgaban justo encima de los cañones. Si eran artilleros pasaban prácticamente cada momento de vigilia junto a las monstruosas piezas y, por la noche, los que no hacían guardia desplegaban sus hamacas y las colgaban de ganchos fijos a las vigas del techo.
Las cubiertas eran cerradas, las vigas superiores no sobrepasaban el 1.80m de altura y las únicas ventanas por las que penetraba el aire fresco y la luz natural eran las portas de los cañones. Si hacía mal tiempo, se cerraban dichas portas permaneciendo cientos de hombres encerrados y apiñados en casi total oscuridad, apenas iluminados por algún candil. A los pocos días de permanecer en esta situación se amontonaban en la sentina todas las aguas negras del barco produciendo tales emanaciones que el aire, ya de por sí enrarecido, se hacía irrespirable y el buque se convertía en un organismo en estado de putrefacción, donde el individuo más equilibrado podía perder la razón si sobrevivía.
Como instalación sanitaria se utilizaban cajas abiertas que se descargaban al mar por la proa. Esta era también el emplazamiento de la pasarela de los marineros, un puesto de vigilancia en donde se colocaban los guardias cuando el buque recalaba en puerto, con orden de disparar a cualquiera que intentara escabullirse por los costados del barco.
Las comidas calientes se preparaban en un enorme hornillo alimentado por carbón capaz de asar un cerdo entero en su espetón de 2m y sacar 40 Kg de galletas en una sola horneada. Por lo general, la dieta consistía en pescado y carnes saladas, legumbres, galletas y, en ocasiones, mantequilla y queso. En teoría, porque tras las primeras semanas de travesía los víveres se corrompían, surgiendo toda una colonia de parásitos que era imposible separar de los alimentos. La carne curada, por ejemplo, aunque de calidad miserable, resultaba en principio nutritiva y no del todo desagradable hasta que se tornaba tan dura que se podía tallar como una baratija.
El queso se infestaba de largos y rojos gusanos y lo mismo ocurría con las galletas. Los gusanos no frenaban a un marinero hambriento, de hecho eran recibidos con cierto alivio, sobre todo en las primeras fases de descomposición. Pero más adelante, cuando los gorgojos se apoderaban de ellas, las galletas se convertían en polvo y perdían todo su valor nutritivo.
Llegados hasta este punto, los hombres se comían las ratas del barco. Eran conocidas como “molineras” debido a la capa blanca que se les pegaba encima por pasar mucho tiempo en la harina. Una rata grande y bien despellejada constituía un artículo muy apreciado. Mientras tanto, a la oficialidad se le ofrecía cerdo recién cortado acompañado de buenos vinos.
En la Marina británica se hizo muy popular el “grog”, una ración de ron que se le proporcionaba dos veces al día a la tripulación. El almirante Edward Vernon, en 1740, ideó la fórmula de tres partes de agua y una de ron. La combinación era fuerte y conducía al bebedor al borde de una feliz ebriedad, de ahí el dicho de quedarse “groggy”.
Un día rutinario en el mar comenzaba al amanecer. Con el sonido de la gaita del contramaestre y a voz en grito sus subordinados recorrían las cubiertas inferiores y golpeaban con cuerdas anudadas a los durmientes en las hamacas. Una vez arriba, los hombres trabajaban en el lavado de las cubiertas y pulían la superficie con “piedras benditas”, así llamadas porque la más pequeña de esas piedras de lijar tenía el tamaño de un libro de oraciones. La cubierta se rociaba con arena, lo cual ayuda a limpiar la superficie pero también cortaba las rodillas de los hombres que se arremangaban los pantalones para preservar las preciadas ropas, por otro lado escasas y livianas, hasta el punto de que el marinero pasaba la mayor parte del día desnudo de cuerpo para arriba y descalzo con el fin de sentirse más cómodo para subir y bajar de los obenques, levar anclas, etc.
Las guardias nocturnas eran durísimas, sobre todo cuando hacía mar gruesa. Duraban cuatro horas, desde las 20.00h hasta la medianoche y así sucesivamente y podrían resultar insufribles para hombres vestidos tan solo con ropa de lona y algodón, ya que no se disponía de abrigos protectores. Un castigo frecuente que se imponía a los jóvenes guardiamarinas, por lo general adolescentes inexpertos de buena familia, era exiliarles durante horas en el tope del mástil, algo que con mala climatología podía resultar terrible.
Con lo ya apuntado no es de extrañar que los hombres sucumbieran rápidamente víctimas de enfermedades (escorbuto, fiebre amarilla) que se propagaban con extraordinaria rapidez, diezmando las dotaciones y convirtiendo el buque en un foco de infección, de modo que cuando hacía escala en puerto el pánico se extendía por la población costera. En estos casos, se hacían ondear banderas de señales para indicar que la embarcación se encontraba en cuarentena. Incluso en circunstancias normales, al grueso de la marinería jamás se le permitía trasladarse a tierra firme para evitar deserciones en masa, de manera que la diversión en forma de mujeres y ron era transportada a bordo, y no a la inversa, y en estas ocasiones los puentes se transformaban en tabernas y burdeles improvisados donde hombres y mujeres copulaban, se emborrachaban y danzaban a toque de violín y gaita.
Habitualmente cada buque contaba con un médico-cirujano. Como mesa de operaciones utilizaban la mesa del comedor de los guardiamarinas, en donde colocaba sus sierras, hojas y torniquetes. En tiempos de guerra el remedio milagroso para todas las heridas era la amputación, de modo que al lado de la mesa se colocaba un barril para arrojar los miembros amputados y un brasero en donde se calentaba el instrumental para reducir el shock del acero frío. Como anestésico se empleaba ron de alta graduación, si se podía disponer de él. Aún con todo, la proporción de muertos o heridos en combate resultaba inferior a las causadas por las durísimas condiciones de vida, de modo que la perspectiva de servir en la Marina resultaba realmente terrible y tan solo unos pocos se sentían atraídos por propia voluntad por los carteles de reclutamiento y los sueños de gloria en el mar.
El alistamiento se realizaba casi siempre a la fuerza, a base de bandas de enrolamiento que recorrían las ciudades portuarias llevándose a casi todos los hombres útiles que encontraban, marineros o no, convirtiéndose en una indiscriminada caza del hombre. Ante el rumor de una nueva leva, las poblaciones costeras se quedaban desiertas. La falta de personal para nutrir los buques llegó a ser muy seria en España, y en la Francia revolucionaria, teniéndose que recurrir no pocas veces a vagabundos, pordioseros y proscriptos que huían de la miseria de la vida en tierra para llegar a un mundo no menos despiadado y cruel.Para moldear esta amalgama variopinta, la disciplina era feroz y los castigos se encontraban a la orden del día, muchos hombres no sobrevivían.
La reciente alianza entre la decadente monarquía de Carlos IV de España y el poderoso nuevo emperador Napoleón I de Francia, merced a los tratados de San Ildefonso firmados con la anterior República Francesa (1796 y 1800), obligaba a España no sólo a contribuir económicamente a las guerras de Napoleón, sino a poner a disposición de éste la armada real para combatir a la flota inglesa que amenazaba las posesiones francesas del Caribe.Dado que la intención última que perseguía Napoleón al querer anular a la flota inglesa era abrirse camino para una futura invasión de las Islas Británicas, se urdió un elaborado plan para distraer a la marina inglesa mientras se efectuaban los preparativos de dicha invasión. Al tiempo que las numerosas tropas de infantería francesas se agrupaban en la costa a la espera de transporte marítimo, la escuadra al mando de Villeneuve se uniría con la española, iniciando una acción sobre las posesiones inglesas del Caribe que tenían como finalidad atraer al afamado almirante Nelson a la zona, alejándolo del Canal de la Mancha.
Al llegar Nelson a la isla de Antigua a primeros de junio de 1805, la escuadra combinada abandonó el Caribe y puso rumbo a la costa atlántica francesa.Sin embargo, la acción emprendida por el almirante Robert Calder en la batalla del Cabo Finisterre el 22 de julio hizo desistir a Villeneuve de continuar hacia aguas del Mar Cantábrico, donde pensaba que podría ser vencido por los refuerzos ingleses. De este modo, la escuadra que Napoleón esperaba ansiosamente para iniciar la invasión dio la vuelta y tras unas reparaciones en el puerto de La Coruña, terminó refugiándose en Cádiz.Napoleón monta en cólera al enterarse. Levanta el campamento de las tropas que esperaban invadir Inglaterra y marcha hacia Austria.
Visto desde una perspectiva histórica, es posible que esta retirada le sirviera a Napoleón para continuar en el poder, ya que es dudoso que, de haber embarcado a su Grande Armée hacia Inglaterra, hubiera podido resistir a la combinación de las fuerzas austriacas y rusas que estaban preparando el ataque y a las que, con este ejército, venció en una acción casi sorpresiva en Austerlitz, por lo que, sea la suerte o la casualidad, la posterior derrota que la flota combinada sufriría en Trafalgar afianzaría la posición de Napoleón en el Continente. 
Con la flota franco-española atracada en el puerto de Cádiz, Napoleón cambió de estrategia y ordenó que se dirigieran a apoyar el bloqueo de Nápoles, al tiempo que enviaba un sustituto para Villeneuve, que había caído en desgracia a ojos del Emperador.
A pesar de que la combinación de ambas flotas representaba una fuerza de combate considerable, las auténticas condiciones de esta flota (al menos de su parte española) dejaban mucho que desear. La reciente epidemia de fiebre amarilla que había azotado Andalucía había desprovisto de tripulaciones a las naves, por lo que muchos de los marineros habían sido reclutados en una apresurada y obligada leva.
Por otro lado, el estado mismo de los buques era lamentable, tanto que algunos capitanes españoles habían sufragado de su bolsillo las reparaciones y la pintura de sus barcos para no quedar deshonrados ante los capitanes franceses. Tal como el general Mazarredo comentaría: «...llenamos los buques de una porción de ancianos, de achacosos, de enfermos e inútiles para la mar», palabras que serían refrendadas por el mayor general Don Antonio de Escaño cuando escribió en su Informe sobre la Escuadra del Mediterráneo: «Esta escuadra hará vestir de luto a la Nación en caso de un combate, labrando la afrenta del que tenga la desventura de mandarla», de forma que, como puede observarse, la impresión de los oficiales de la flota española antes de la batalla era ya de por sí muy pesimista.
Por otro lado, la escuadra inglesa al mando del almirante Nelson estaba compuesta por marineros profesionales, casi todos con varios años de mar y amplia experiencia en combate. De hecho, eran los mismos marineros y los mismos buques que habían puesto en jaque a Francia y a España en varias ocasiones como en la Batalla del Cabo de San Vicente, en la Batalla del Nilo o en la ya comentada del Cabo Finisterre. Además se encontraba comandada por un almirante que se había convertido por méritos propios en toda una leyenda en Inglaterra y en el resto de Europa. Horatio Nelson se había batido con éxito contra los daneses en Copenhague, contra los franceses en Aboukir, había afianzado la posición de fuerza inglesa en el Mediterráneo y había conducido el bloqueo contra Cádiz. A pesar de que el número de buques ingleses era menor que el de la flota combinada franco-española, la superioridad en cadencia de tiro y en capacidad de maniobra que le otorgaba su experta marinería la convertían en una fuerza insuperable para los espléndidos pero mal conservados y peor dotados buques españoles.
Sin embargo, y ante las órdenes del almirante Villeneuve de partir a pesar de los consejos de los comandantes españoles Cosme de Churruca y Federico Gravina, que opinaban que no era prudente hacerlo, la flota franco-española partió de Cádiz el 19 de octubre, encontrándose finalmente ambas flotas al amanecer del día 21 a pocas millas frente al Cabo de Trafalgar.
La flota inglesa, comandada por Nelson, atacó en forma de dos columnas paralelas a la línea en perpendicular formada por Villeneuve, lo que le permitió cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores buques enemigos con hasta cuatro o cinco de sus barcos. En un día de vientos flojos, la flota combinada navegaba a sotavento, lo que también daba la ventaja a los ingleses y, para colmo de desdichas, Villeneuve dio la orden de virar hacia el noreste para poner rumbo a Cádiz en cuanto tuvo constancia de la presencia de la flota inglesa.
Probablemente pretendía con esta orden acercarse a las defensas costeras de la ciudad, pero el efecto fue la completa desorganización de la línea de batalla, que permitió a la escuadra de Nelson capturar a los barcos franceses y españoles, cortar la línea y batirles con artillería por proa y popa, los puntos más vulnerables de este tipo de embarcaciones.
A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se batieron con auténtica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron muriendo o siendo gravemente heridos en la cubierta superior, donde se encontraban a tiro de metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los buques enemigos.
En Trafalgar murieron entre muchos otros, Cosme de Churruca alcanzado por un disparo de cañón en una pierna, Dionisio Alcalá Galiano y Francisco Alcedo y Bustamante. El almirante Federico Gravina y Nápoli moriría meses más tarde a causa de las heridas sufridas en esta batalla.Un tirador de la cofa del Redoutable, comandado por el capitán Jean-Jaques de Lucas, acabó con la vida del almirante inglés Nelson durante el transcurso de la batalla al combatir el almirante con todas sus insignias y honores cosidos en su casaca y ser fácilmente distinguible del resto. 
Las bajas totales españolas fueron 1.025 muertos y 1.383 heridos. Las bajas francesas fueron de 2.218 muertos y 1.155 heridos. Los británicos sufrieron 449 muertes y 1.241 heridos.
Esta batalla dio al traste con la intención de los franceses de invadir o al menos bloquear por mar a Inglaterra, y es el punto de inflexión del poder naval español, cuya hegemonía había durado más de tres siglos, y que a partir de ese momento ostentará, durante más de un siglo, Inglaterra.Villeneuve fue enviado preso a Inglaterra, pero fue puesto en libertad bajo palabra.
Volvió a Francia en 1806. El 22 de abril se le encontró muerto en su habitación del Hotel de Patrie en Rennes, apuñalado en el pecho seis veces. Se informó que Villeneuve se había suicidado y se le enterró sin ceremonia alguna. Probablemente fuera víctima de una ejecución extrajudicial ordenada por Napoleón o por elementos de su gobierno para evitar el bochornoso espectáculo de un juicio y posterior ejecución de un almirante derrotado en la capital del Imperio.
"QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"
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