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Tema: Historia de España en Africa

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  1. #7
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    Re: Respuesta: Historia de España en Africa

    VI - Conquista y abandono de Túnez

    Cinco años habían transcurrido desde que Felipe II regía los dominios españoles por abdicación de su padre, y harta ocupación le dabanlos gravísimos asuntos exteriores para pensar en lo de África. Tenía que hacer frente a la Triple Entente de Francia, los Estados Pontificios y Turquía contra España. Estábamos en guerra con el furibundo hispanófobo Paulo IV y contra Enrique II de Valois. El Gran Turco les dejó solos, y ¡cosa singular!, contábamos ahora con un importante aliado: Inglaterra, como que Don Felipe II estaba casado con la soberana de aquella nación, María Tudor.

    Juntos ganaron españoles e ingleses la batalla de San Quintín contra el "francés (1557); el duque de Alba vencía en Italia al duque de Guisa; de nuevo orlaron las sienes de los españoles los lauros de Gravelinas (1558), hasta que, por fin, terminó la guerra con la paz de Chateau Cambresis; feliz solución debida en primer lugar a que ni Felipe II ni Enrique II contaban ya con recursos para proseguir luchando, y que tanto el uno como el otro se sentían alarmados ante los progresos que hacían las nuevas ideas en sus Estados respectivos.

    Libre de toda amenaza por parte nuestra, pudo el pirata Dragut, durante los años transcurridos desde el desastre de Argel (1541), creerse dueño absoluto del Mediterráneo. No había población de todo el litoral hispano-italiano que estuviese segura de las «razzias» berberiscas (de ahí tantas atalayas para dar la señal de alarma).

    Ya en paz con el francés, pudo por fin Felipe II fijarse en aquel constante peligro. Había que tomar el desquite del desastre de los Gelbes, en tiempo de Fernando el Católico y vengar la muerte de los 400 caballeros de San Juan de Malta, inmolados en Trípoli por la barbarie turca, cuando aquella plaza cayó traidoramente en su poder (1551).

    A este objeto mandó Felipe II reunir una fuerte escuadra, compuesta, en su mayoría, de galeazas venecianas, con tropas de desembarco españolas, italianas y alemanas, pero como aquel monarca quería verlo todo, no se podía hacer nada sin que hubiese resuelto por sí el indispensable expediente, de donde resultó que la expedición no acababa nunca de hacerse a la vela, y cuando lo hizo fue en circunstancias que no podían ser más desventajosas.

    Mandaba la flota Juan Andrés Doria, príncipe de Melzi(hijo del ilustre almirante de Carlos V), y hallábanse las tropas al mando del duque de Medinaceli, virrey de Sicilia.

    Fácil le fue a Medinaceli la toma de la isla de Djerba, pero vino a aguar el contento el terrible ataque de la flota española por la escuadra osmanlí. El desastre excedió al de marras; Doria y Medinaceli huyeron: el primero dejó abandonadas las galeazas y el segundo dejó abandonados a sus soldados, entre los que figuraba su propio hijo. En cambio, no pudo ser más gloriosa la defensa del puñado de españoles que allí quedaron, y que al mando de los capitanes Álvaro de Sandé y Sancho de Ávila, sin alimentos, sin agua y sin municiones, resistieron meses y meses en el dique, hasta que pudieron salvarse algunos, pereciendo los demás (1559).

    Este segundo desastre de la isla de los Gelbes fue, sin duda, resultado de la tardanza de hacerse a la vela la expedición, pues con ello pudieron los turcos prepararse para atacar en superiores condiciones la armada de Doria.

    Tres años después (1562) se organizó una nueva expedición, con igual objeto, en el puerto de la Herradura, al mando de don Juan de Mendoza, pero sobrevino una noche tan terrible borrasca que se fueron a pique veintidós galeras, ahogándose la mayoría de los que en ellas iban embarcados. Así habíamos perdido en pocos años las escuadras dirigidas contra Argel, la de Juan Andrés Doria y ahora la de Mendoza.

    Creciéronse con tales desastres los berberiscos y dispusiéronse nada menos que a arrojarnos de Mazalquivir y Orán, como nos habían arrojado de Bugía y Trípoli, pero esta vez no les salió la cuenta, pues ambas plazas se defendieron con incomparable denuedo, cubriéndose de gloria los hermanos don Martín de Córdoba y el conde de Alcaudete, respectivos gobernadores de aquéllas (1563).

    De nuevo parecía sonreírnos la victoria. Juntada por don García de Toledo, marqués de Villafranca y virrey de Sicilia, una poderosa escuadra, al mando del invicto don Álvaro de Bazán, recobramos el Peñón de la Gomera, del que se había apoderado años antes Barbarroja, completándose la obra con el «embotellamiento» de la escuadra marroquí en el río Martín, a cuyo objeto fueron hundidos dos bergantines cargados de piedras, que impidieron la salida de los buques fondeados en la ría de Tetuán (1564).

    No por eso cedían en sus agresiones turcos y berberiscos, así contra las plazas españolas e italianas del mar latino, como contra la isla de Malta. Atacaron ésta las escuadras de Solimán II y de Dragut, pero gracias al auxilio prestado por el citado don García de Toledo, virrey de Sicilia, tuvieron aquellos que levantar el sitio, habiendo caído destrozado, durante el mismo, de una certera pelota, el propio Dragut, terror del Mediterráneo (1564).

    Deberíamos hablar ahora de la famosa batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), «el trance más esclarecido, como decía Cervantes, que vieron los siglos pasados y presentes, y que han de ver los venideros", y como luceros deben guiar a los demás al cielo del pundonor», pero la verdad es que por gloriosísimo que fuera el triunfo, éste resultó de todo punto estéril e inútil, pues al siguiente año la escuadra turca se presentaba más poderosa y amenazadora que nunca. Sirvió casi exclusivamente para inmortalizar los nombres de don Juan de Austria, don Álvaro de Bazán y Cervantes; pero ocurrió como con la rendición de Breda, cuya única ventaja fue que Velázquez pintara el cuadro de las Lanzas.

    Disolvióse la Liga; Venecia, atenta a su negocio,concertó unas humillantes paces con el turco, y quedó sola la escuadra española, que fue a invernar en Mesina.

    Transcurrieron así dos años, hasta que don Juan de Austria, que disponía de la poderosa Armada que tan glorioso papel había desempeñado en Lepanto, partió contra Túnez, cuyo trono ocupaba aquel infame Muley Hamid, que había mandado sacar los ojos a su padre Muley Hassán, para usurparle el trono. Don Juan de Austria se apoderó de Túnez y sentó en el solio a un nieto de Hassán, pero, según parece, otros eran sus designios. Creía, en efecto, el noble y bravo bastardo de Carlos V valer mucho más que su hermano don Felipe II, en lo cual tal vez tenía razón, y abrigaba él propósito, nada menos, que arrojar de Constantinopla a los osmanlíes y proclamarse emperador de Oriente, contando para ello con el apoyo del Papa Gregorio XIII, del Sacro Colegio y del clero en general. No pudo ser por no haberle enviado el rey Don Felipe los refuerzos y elementos que le pedía, por lo cual pensó en alzarse con el trono de Túnez y dilatar luego su imperio por todo el Norte de África. Olióse la partida el receloso monarca de El Escorial y, a fin de impedir pudiese su gallardo hermano realizar sus planes, mandóle que arrasase las fortificaciones de Túnez y se partiese inmediatamente de allí.

    Digamos ahora, como opinión puramente personal, que si no hubiera resultado daño alguno para España en que Cortés se hubiese proclamado rey de Méjico, y Gonzalo Pizarro rey de los Andes, tampoco nos hubiera ocasionado el menor perjuicio que don Juan de Austria hubiese levantado un imperio español en el África del Norte, con lo cual nuestros gobiernos hubieran podido prestar mayor atención a las cosas de dentro (de la poquísima que prestaban), pero nofue así.

    Por aquello de que se obedece, pero no se cumple, don Juan de Austria no demolió ninguna fortificación, sino que dejó en Túnez una guarnición de 8.000 españoles y se marchó a Trápani (Sicilia).

    Las consecuencias de la orden de Felipe II no se hicieron esperar. Prevaliéndose Selim II, sucesor de Solimán, de la falta de tropas y de buques de los españoles, mandó una poderosa escuadra (demostración del escaso resultado de la victoria de Lepanto) para arrojar de Túnez a los nuestros. El comienzo fue expulsarnos de la Goleta, conquistada por el esfuerzo de Carlos V, y siguió luego la toma de Túnez, imposibilitado don Juan de Austria, en Trápani, de acudir en su auxilio (1575).

    Y así nos quedamos sin más que Orán, Mazalquivir y Melilla, y así perdimos Bugia, La Goleta y Trípoli, y así dejaron de ser nuestros tributarios Argel y Tremecén.

    (A. OPISSO)
    Última edición por ALACRAN; 25/05/2016 a las 14:31
    Pious dio el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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