Una de las figuras legendarias de la historiografía militar y naval española es sin lugar a dudas D. Blas de Lezo Olavarrieta. Cuenta el periodista y escritor José Javier Esparza en su libro “La Gesta Española” lo siguiente: “Los ingleses atacaron..., y perdieron. Es increíble, pero perdieron. Blas de Lezo era mucho Blas de Lezo. Los ingleses se abochornaron tanto que el rey Jorge II dio orden de que nadie escribiera jamás una sola línea sobre aquella tremenda derrota. Hoy los españoles, en general, también ignoran aquella hazaña formidable. Por eso hay que repetirla”.
Las hazañas del bravo marino son incontables, pero el autor de este comentario se refiere a la hazaña bélica consistente en la defensa de Nueva Granada.
Antes de pasar a referir algunas pinceladas sobre este guipuzcoano de pro, habría que resaltar el comentario antes citado de Esparza. Los ingleses levantaron, tras la victoria de Trafalgar, un monumento en honor de esa batalla, la famosa plaza londinense que lleva dicho nombre, y se encargaron de propalar las excelencias de su marina y marinería. España, que hizo lo mismo, no una vez, sino mil veces frente a armadas inglesas, holandesas, francesas y escuadras argelinas, no se dedica más que a lamerse las heridas y a creerse los panfletos denigrantes que sobre ella escriben otros. Los libros de historia solo reflejan aspectos intrascendentes que los “nacionalismos provincianos” tratan de inculcar en los nuevos párvulos así “adoctrinados”, olvidando la gran labor que España, en todo su conjunto, ha hecho a lo largo de los siglos.
Blas de Lezo Nació en Pasajes, en el año de 1687 y murió en Cartagena de Indias el 7 de septiembre de 1741. Se educó en un colegio de Francia y salió de él en 1701, para embarcar en la escuadra francesa, como guardiamarina. Luis XIV había ordenado que hubiese el mayor intercambio posible, de oficiales, entre los ejércitos y las escuadras de España y Francia, así como que también fueran comunes las recompensas.
A la temprana edad de 17 años, embarca de guardiamarina, en la escuadra del conde de Toulouse, gran almirante de Francia, con ocasión en que cruzaba frente a Vélez-Málaga y reñía un combate contra otra anglo-holandesa. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada, única fuerza disponible.
Distinguióse en la acción Lezo, por su intrepidez y serenidad; allí perdió la pierna izquierda cuando fue alcanzado por una bala de cañón, pero siguió con gran estoicismo en su puesto de combate, mereciendo el elogio del gran almirante francés. Por su comportamiento, fue ascendido a alférez de navío.
No sería esa la única parte de su cuerpo que con el paso de los años perdería. Ascendido a teniente de navío fue destinado a Tolón y allí combatió en el ataque que a dicha plaza y puerto dio el duque de Saboya, en 1707. Lezo se batió con su acostumbrado denuedo en la defensa del castillo de Santa Catalina perdiendo en esta ocasión el ojo izquierdo.
A los 23 años de edad, fue ascendido a capitán de fragata, con la que llegó a hacer once presas, la menor de 20 cañones, y una de ellas la del navío Stanhope, recibiendo nuevas heridas en éste combate.
Ascendió a capitán de navío en 1712, y al año siguiente tomó parte en las operaciones del segundo ataque a Barcelona, cercada por tierra por el duque de Berwick, teniendo varios encuentros con el enemigo, en uno de los cuales recibió otra herida que le dejó inútil del brazo derecho. Es así como va cuajándose las hechuras de este bravo marino español, que pese a ir perdiendo partes de si mismo en cada combate, no dejaría por ello de crecer en fama y valor. El respeto y admiración de todos los hombres que comandaba era inmenso, y bajo sus órdenes todos quería estar, pues sabían de lo que era capaz de hacer, ese “medio hombre”, con hechuras de héroe inmortal.
D. Blas de Lezo será el encargado de vigilar los mares del Sur y evitar la piratería en aquella zona, que tanto daño causaba a los intereses de la corona española. A esa labor se dedica durante varios años con singular fortuna, tanto que llega a apresar a varios buques que luego serán pasados a la Armada española. Permaneció en los mares del Sur hasta el año 1730, en que fue llamado a España por orden del Rey.
La conquista de Orán, la persecución y destrucción del buque capitana de la flota argelina en el mismo puerto defendido por éstos, etc. Nada es imposible ni suficientemente arriesgado para este hombre. Esta acción alarmó de tal modo a los argelinos que les hizo pedir socorro a Constantinopla.
En 1737 lo vemos al frente de una pequeña flota defendiendo el mar de las Antillas. En noviembre de 1739, ya declarada la guerra con el Reino Unido, tuvo noticias que en Jamaica se estaba alistando una importante expedición con fuerzas de desembarco que llegaban de Europa. La empresa en que pusieron mayor empeño los británicos fue en la de Cartagena de Indias; pero no sabían lo que les esperaba. Blas de Lezo reforzó las defensas de tierra y preparó todo para el “recibimiento” de sus invitados. Varias veces intentaron penetrar, y todas ellas fueron rechazadas.
Los ingleses mandarían para doblegar la resistencia la mayor flota de desembarco jamás reunida para una operación semejante.: ciento ochenta barcos,3.000 cañones, y casi 24.000 hombres. “Hasta el desembarco de Normandía no iba a reunirse nunca una flota igual” –comentará J. J. Esparza en su obra ya citada. Los españoles solo podían ofrecer en contra de esa inmensa fuerza, seis fragatas y 2.830 hombres, y a nuestro protagonista, Blas de Lezo, que se demostró suficiente para contrarrestar la diferencia.
El resto es historia. Vencimos a la Pérfida Albión, y el disgusto obligó a su rey a dictar, como queda dicho al principio, un edicto para impedir que desde su reino se escribiera cualquier anotación que recordase a los ingleses tamaña derrota.
Hagamos todos que se recuerde en España. Solicitemos de nuestros ayuntamientos que al menos, en el callejero de todas las calles de los pueblos y ciudades de España, se rotule una vía con el nombre de D. Blas de Lezo, en justa recompensa a sus méritos y para vergüenza de los ingleses que tratan de ocultar sus miserias y sus derrotas a manos de los marinos españoles.
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