Jaime Balmes escribió al terminar la Guerra de la Independencia: “La nación fue más grande que sus reyes”. Ello era así, puesto que su duda estribaba en el porqué no había desaparecido la monarquía y había advenido una república, cuando la situación era muy propicia, antes y durante el conflicto.
Llevaba mucha razón, pero desaparecidos los ejércitos al enfrentarse a las tropas profesionales de los franceses, los españoles se convirtieron en un enjambre de guerrillas que asolaría las posiciones galas y obligaría a éstos a dedicar grandes cantidades de recursos y hombres a defender sus correos, sus plazas, sus trenes de suministros, etc, y sobre todo, a reclamar a su rey (aunque fuese ese patán), su patria y su religión.
El general francés Suchet resumiría con estas palabras lo que habría de acabar sucediendo al Ejército Francés en España.
“Hay que admitir que un país tan adaptado para la guerra defensiva, y habitado por hombres distinguidos tanto por sus hábitos activos y sobrios como por su valentía e inteligencia, es muy difícilmente conquistable. Varias naciones les han invadido. La historia demuestra que, tan largas y sangrientas guerras, consiguieron establecer su dominio en varios puntos pero sin conseguir subyugar por completo a los españoles, para ser finalmente derrotadas y expulsadas por la constancia de éstos”.
Nada más que decir, pues si lo dice un general francés que participó activamente en los combates, algo de razón llevará.
Por otra parte, el escritor y periodista (polemista televisivo más que nada) Javier Nart, y el historiador Rafael Abella, escribieron en el 2007 un libro titulado “Guerrilleros”; en una de sus páginas comentan: “España sería para Napoleón una “Enfermedad militar crónica” que definió el corso como “úlcera española” Aquella úlcera sangraria, desangraría los ejércitos y al propio Napoleón hasta su muerte”.
Y así fue, pese a que muchos historiadores británcios minimizaron el efecto de las guerrillas en el conflicto, con tal de llevarse para sus tropas más laureles de los que les corresponden.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
El soldado inglés sino es en grandes números, borracho y vociferando, es un cobarde. La historia lo muestra. En cambio el soldado español (guerrero diría yo)cuando está solo, sobrío y callado es cuando más peligroso es, ya que está dispuesto a llevarse al que sea por delante, aunque le vida le vaya en ello. No hubo ni habrá mejor soldado que el español, por mucho que le pese a los guiris y a los gabachos, incluso a los kartofen dicha idea no les agrada, pero es la verdad, tan dura, fría y afilada como el acero de toledo.
Esto por esta noche (mía) que la noche ha estado interesante y estoy cansaillo.
"El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros".
http://fidesibera.blogspot.com/
Quiero recordaros a todos que el próximo 29 de Diciembre hay que celebrar la memoria gloriosa de Don Tomás. Se cumplirán 221 años del nacimiento de uno de los más grandes guerreros hispánicos de todos los tiempos, el bravo Zuma, nuestro egregio caudillo Don Tomás de Zumalacárregui y de Imaz, nacido en Ormáiztegui, el año de gracia de 1788. Que Dios tenga en su gloria.
Valga esta anécdota que cuenta D. Juan Antonio de Zaratiegui, para darnos una idea de la masa en que estaba hecho este gran vasco:
"Cuando eran más frecuentes los triunfos de Zumalacárregui, una de las personas de más influencia habia encargado a un íntimo amigo de éste le dijese que hallándose don Carlos dispuesto a elevarle a título de Castilla, sólo esperaba saber qué denominación prefería. Zumalacárregui, al oírle, contestó con ceño: "Después de entrar triunfantes en Cádiz lo pensaremos; por ahora no estamos seguros ni aun en el Pirineo, y un título cualquiera no sería hoy sino un paso hacia lo ridículo." Precisamente decía esto el día inmediato a la toma de Treviño; es decir, en el instante mismo en que fue más extensa la dominación de las armas carlistas en el norte de España".
"Llorad siempre, valientes navarros,
llorad siempre aquel héroe inmortal
llorad siempre aquel héroe invencible
que a la gloria os supo llevar.
Ya su nombre el clarín de la fama
ya pregona por toda la tierra
que no hay otro que muera en la guerra
con más gloria que Zuma murió."
Himno a Zumalacárregui, año 1835.
Nunca lo podremos llorar bastante. Maldita sea la bala del diablo que lo mató.
Durante la III Guerra Carlista se pudo comprobar que, de no faltar los recursos materiales y monetarios en el bando de Carlos VII, las cosas hubieran tenido un giro muy distinto al que tuvieron.
Por lo pronto, durante muchos meses, las tropas carlistas, armadas con más valor que armas, hubieron de padecer el intenso fuego de artillería que los republicanos infringían a sus formaciones. Ni un solo elemento artillero contaban en su filas, hasta la llegada de la batalla de Udave, donde tras la victoria pudieron agenciarse las primeras piezas de ese arma.
El combate ocurrió asÍ:
Designado por Carlos VII para el mando del Ejército Carlista del Norte al general Elío, éste reunió fuerzas navarras y guipuzcoanas, recorriendo diversas comarcas del noroeste de Pamplona hasta encontrar la columna republicana del general Catañón en los alrededores de Udave el día 26 de junio.
En dicho combate también participaron los carlistas Dorregaray y Lizárraga, mientras que el brigadier Ollo, con otro batallón, entretenía a las tropas republicanas y las encaminaba al sitio más conveniente para el combate.
Enrique Roldán González lo cuenta así en su libro: “la lucha fue dura, y la columna republicana derrotada y dispersada. Hubo muchas bajas por ambos lados y en las fuerzas carlistas especialmente en jefes, que pagaron con su vida el ejemplo que dieron a sus voluntarios. Murió en el combate el coronel Azpiazu y de resulta de sus heridas los también coroneles Sanjurjo y el conde de Caltavuturo, quien peleó a pie, con el sable en mano, al frente de dos compañías de Infantería Guipuzcoana, y fue herido al dirigir una carga a la bayoneta”.
Hay que recordar que la mayoría de los integrantes de las filas carlistas no eran soldados profesionales, sino voluntarios y gente del común. Los republicanos si que tenían en su haber ejército curtido y con formación específica, aún así, muchos de los combates de esta tercera contienda, fueron ganados por los carlistas.
El conde de Caltavuturo, no era otro que D. Álvarez de Toledo, hijo del marqués de La Romana, que había entrado en campaña en 1873 como coronel secretario del general Elío.
El citado autor continúa diciendo en su libro: “El favorable resultado de las acciones de Eraul y Udave, en los albores de la Tercera Guerra, sirvieron para galvanizar el ánimo de los carlistas, demostrando ante el pueblo que se podía vencer, ampliamente, al Ejército republicano, aunque este contase contara con más medios y más hombres. La conquista de piezas de artillería, los primeros cañones con que contó el Ejército de Carlos VII, comó de entusiasmo a los voluntarios, que hasta entonces tenían que sufrir el fuego de artillería enemigo sin poder contrarrestarlo. Y como comenzaron a llegar jefes y oficiales de Artillería, presentados en la zona carlista después de solictar su licencia en el Ejército nacional, este cuerpo se potenció y casi se igualó con el liberal”.
El desenlace desfavorable de la III Guerra Carlista, es el catalizador del desánimo de tantos buenos hombres, que para desgracia de España y de su causa, torcieron el ánimo y desembocaron en ideologías extrañas y en “nacionalismos provincianos”, cuyos efectos, aún a día de hoy, hemos de padecer los españoles.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
Hablando de kartofens, esto es lo que decía Adolf Hitler, un islamófilo, anticlerical y pro-Franco arrepentido (con lo cual sería dificil esperar alabanza alguna de españoles) de los soldados de la División Azul:
"Había leído en la historia que el soldado español era el mejor del mundo, y ahora, viéndolos en el frente ruso, lo he comprobado. La División Española lucha en primera línea sin interrupción, en uno de los sectores más difíciles y de decisiva importancia para los combates defensivos. De este modo la División Azul ha hecho el más alto honor a su patria en la gran lucha anticomunista. Cuando la División Azul regrese a España tendremos que expresar tanto a ella como a su bravo general el reconocimiento debido a una lealtad y una valentía llevadas hasta la muerte"
Además, también sabía que esos españoles eran los únicos que habían pedido que se modificase su juramento, de forma que quedase claro que no entraban en la guerra para luchar por Hitler, sino únicamente para combatir al comunismo en Rusia. Quien sabe si algún pajarito les contó la de barbaridades que Adolfo Hitler habría escrito en su mensajería privada.
"Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya
que ahir abrigava el món,
i avui és com lo cedre que veu en la muntanya
descoronar son front"
A la Reina de Catalunya
AVENTURAS DE RUY LÓPEZ DE DÁVALOS.
Nació posiblemente en Baeza, por otro nombre llamada "Real Nido de Gavilanes", por la calidad de su vecindario, la mayor parte de él compuesto por los más bravos segundones de las mejores Casas de Castilla, Aragón, Navarra y Vascongadas.
Fue capturado muy joven en Quesada por los moros. Y fue presentado al Rey Mahomed de Granada. Simpatizaron Ruy y el reyezuelo mahometano y éste no podía prescindir de su buena compañía. Por eso se lo llevaba a cazar con él. Se cuenta que, en cierta ocasión, andando ambos a volar perdices, una de ellas que huía de los azores se metió en la manga, ancha como se estilaba en aquellos entonces, de Ruy. Sin pensárselo dos veces, la extrajo de allí y le retorció el cuello. Un moro viejo que estaba allí le dijo: "Ah, Rodrigo, ¡matástela, mal hiciste, viva la habías de comer con pluma y todo! Tú llegarás a ser gran señor, mas al cabo lo perderás todo." El moro agorero se salió con la suya, pues Ruy López de Dávalos llegaría a las posiciones más altas del Reino, hasta que cayó en desgracia a los ojos del Rey; y entonces, todo fue ostracismo y amarga derrota.
Pero antes de llegar a ser tan principal señor, fue este caballero de la frontera hombre de mucho valor. Veamos algunas de sus hazañas más sonadas.
En tiempo del Rey Juan. Ruy estaba al servicio de la Casa del hijo del Rey, el que reinaría con el nombre y título de Enrique III. Cuando el Duque de Lancáster entró en Castilla, cercando Benavente, fue Ruy a defender Benavente, desafiando a uno de los capitanes ingleses del Duque en el puente de Benavente. En el duelo dio buena cuenta de su adversario y el Duque de Láncaster tuvo que someterse a las condiciones establecidas en caso de vencer el adalid castellano: levantar el cerco y entregar la bandera a Castilla. Ruy cortó la cabeza del caballero inglés que se batió con él y la echó al río, ganándole la bandera.
Más tarde, se rebeló Murcia contra el Rey, por culpa de un ciudadano rico que imponía sobre sus convecinos su criterio y mandaba en Murcia como un tirañuelo. Ruy pidió permiso al Rey, para solucionar el conflicto con gente de armas, pero el Rey no se lo consintió, así que pensó secuestrar al tirano rebelde y traérselo al Rey, pero no había forma. Harto de darle vueltas a la cosa, optó por una salida: la salida de cualquier mente española... De cara, de frente.
Pidió Ruy al tirano ricachón que le dejara entrar en Murcia, para tener tratos con él. La condición puesta fue que lo haría, pero con sólo doce hombres de los de su confianza, a los que tan sólo se les permitió llevar la espada envainada. Asintió Ruy y éste entró sobre su caballo en Murcia, camino de la Iglesia mayor en donde le aguardaba el plutócrata rebelde. Seis mil hombres de pelea contemplaban a aquellos doce audaces.
Se apeó Ruy de su caballo, y fue hacia donde le esperaba el ricachón. Cuando lo tenía a mano, en presencia de todos los concurrentes que no eran pocos, Ruy le dio una puñalada y lo dejó muerto. Todo el pueblo quedó boquiabierto de la resolución de Ruy y su valentía. Y Murcia se rindió al Rey, admirada de aquel hombre que lo servía tan fielmente.
Fue Ruy camarero del Rey, y con D. Enrique III fue del consejo del Rey y Condestable de Castilla. Sus armas heráldicas, concedidas por el Rey de Castilla, fueron un castillo de oro en campo azur de las Reales armas de Castilla, y las antiguas de su linaje -jaqueles de oro y rojo- quedaron en una orla.
Fue este Condestable de Castilla un hombre forjado en la Frontera. Las conspiraciones políticas lo arrinconaron y pasó los últimos años de su vida en el más desafecto de los abandonos y desprecios. Es tronco del linaje de los Marqueses del Vasto y Pescara, que tantas proezas en Europa y, especialmente, en Italia, hicieron en tiempos del Emperador Carlos I de España y V de Alemania.
Don Pedro de Valdivia.
"Valdivia iba siguiendo su jornada
y el duro disponer del hado duro,
no con la furia y priesa acostumbrada,
presago y con temor del mal futuro;
sospechoso de bárbara emboscada,
por hacer el camino más seguro,
echó algunos delante para prueba
pero jamás volvieron con la nueva.
Viendo los nuestros ya que al plazo puesto
los tardos corredores no volvían,
unos juzgan el daño manifiesto,
otros impedimentos les ponían;
hubo consejo y parecer sobre esto,
al cabo en caminar se resolvían,
ofreciéndose todos a una suerte,
a un mismo caso y a una misma muerte.
Aunque el temor allí tras esto vino
en sus valientes brazos se atrevieron
y a su próspera suerte y buen destino
el dudoso suceso cometieron;
no dos leguas andadas del camino,
las amigas cabezas conocieron
de los sangrientos cuerpos apartadas,
y en empinados troncos levantadas.
No el horrendo espectáculo presente
causó en los firmes ánimos mudanza;
antes con ira y cólera impaciente
se encienden más, sedientos de venganza
y de rabia incitados nuevamente
maldicen y murmuran la tardanza;
sólo Valdivia calla y teme el punto,
pero rompió el silencio y pena junto
diciendo: "¡Oh compañeros, do se encierra
todo esfuerzo, valor y entendimiento!
Ya veis la desvergüenza de la tierra
que en nuestro daño da bandera al viento.
Veis quebrada la fe, rota la guerra,
los pactos van del todo en rompimiento,
siento la áspera trompa en el oído
y veo un fuego diabólico encendido.
"Bien conocéis la fuerza del Estado,
con tanto daño nuestro autorizada;
mirad lo que la Fortuna os ha ayudado,
guiando con su mano vuestra espada;
el trabajo y la sangre que ha costado,
que della está la tierra alimentada
y pues tenemos tiempo y aparejo,
será bueno tomar nuevo consejo.
"Quién estos son tendréis en la memoria,
pues hay tanta razón de conocellos,
que si dellos no hubiésemos vitoria
y en campo no pudiésemos vencellos,
será tal su arrogancia y vanagloria
que el mundo no podrá después con ellos
dudoso estoy, no sé, no sé qué haga,
que a nuestro honor y causa satisfaga."
La poca edad y menos esperiencia
de los mozos livianos que allí había
descubrió con la usada inadvertencia
a tal tiempo su necia valentía,
diciendo: "¡Oh capitán!, danos licencia
que solos diez, sin otra compañía,
el bando asolaremos araucano
y haremos el camino y paso llano.
"Lo que jamás hicimos en estrecho
no es bien por nuestro honor que lo hagamos,
pues es cierto que cuanto habemos hecho,
volviendo atrás un paso, lo manchamos;
mostremos al peligro osado pecho,
que en él está la gloria que buscamos."
La Araucana, Alonso de Ercilla
Estas octavas reales pertenecen a la epopeya del gran poeta vascongado Alonso de Ercilla. En ellos puede verse, en vísperas del desastre, la disposición de las tropas españolas, de los más jóvenes españoles que iban en ellas, cuando estaban siendo rodeados por los indios.
La conquista de Chile tuvo si inicio allá por el año 1519, décadas después los españoles llevamos a cabo la estabilización de colonos en Chile, bajo la dirección de Don Pedro de Valdivia. En diciembre de 1553, el campamento de Valvidia fue rodeado por los indios mapuches. Entablado el combate contra una fuerza númericamente superior, Valdivia se dirigió a quienes aún le rodeaban y les dijo: -¿Caballeros qué hacemos?
El capitán Altamirano respondió: "¡Qué quiere vuestra señoría que hagamos sino que peleemos y muramos!"
Capturado por los indios, Pedro de Valdivia fue torturado durante días, le amputaron sus músculos en vida con conchas de almeja, y tras asarlos, se los comieron delante de los ojos de la víctima. Sacaron el corazón del valiente español para devorarlo, emborrachándose con chica. El cráneo del español fue conservado por los indios como un trofeo.
Alianza de civilizaciones, como se ve.
La historia de las guerras carlistas tiene quizás como ciudad referente a Bilbao. Tozudamente los requetés de todas las épocas se estrellaron contra sus muros. Por ello, es quizás de obligada cita la gesta que realizó en la Guerra Civil el glorioso “Tercio de Navarra”, pues en justicia, fueron ellos los primeros requetés carlistas en entrar en Bilbao, localidad abandonada a su suerte por los “gudaris” rojos, que debían defenderla. El hecho lo narra así Emilio Herrera Alonso, en su obra titulada “Los mil días del Tercio de Navarra”, (AF, Editores, 2005)
“Pero no es el frío el que impide dormir esta noche a los requetés; es la proximidad de alcanzar la villa, anhelo de tres generaciones de carlistas. Cada uno se considera ejecutor de una manda de sus abuelos cuyas sombras parecen palparse, vivaqueando junto a sus nietos, en esta noche en que Bilbao está al alcance de la mano, y esta vez no se escapará”.
Continúa el citado autor: “El primero en entrar en Bilbao es el sargento del tercio de Navarra, Jesús Martínez Echarte, natural de Mañeru y padre de cinco hijos, que considerando que Bilbao está ya rendido, acompañado de otro requeté y con conocimientos del capitán Negrillos –que le aconseja prudencia- entra en la villa y recorre algunas de sus calles entre la expectación de las gentes, escasas gentes, que curiosas, atemorizadas y recelosas, se asoman a algunas ventanas y puertas...”
Seguro que entrarían cantando la famosa canción carlista:
“Por el río Nervión
bajaba una gabarra.
Por el río Nervión
Bajaba una gabarra,
Con trece requetés
Del tercio de Navarra.
Rumba, la rumba, la rumba,
La rumba del cañón”.
Letrilla, obviamente adaptada a la situación y al contingente que la cantaba. Igual pasaría con la letrilla de otra canción, que a pulmón pleno, cantaban los soldados del tercio en aqullas jornadas. Escuchemos al mencionado autor al respecto:
“Pero ni fueron los vascos los que se opusieron a la invasiones de romanos, godos y árabes, ya que fueron los cántabros, ni son ahora los fascistas quienes se apoderan de Bilbao; son los requetés, muchos de ellos vascos, que ahora cantan la canción que sus abuelos cantaban en 1874, que decía:
De Bilbao se retiran
Con mucho honor,
Los que siempre vencieron
Y ahora mejor.
Y ahora dice:
En Bilbao han entrado
Los requetés,
Los que siempre vencieron
Y ahora también.
Aguirre, Aguirre,
se marcha a Santander,
diciendo, gritando
¡Vienen los requetés!
Aguirre, obviamente, es el “gudari rojo” encargado de la defensa de aquella plaza, cuyos apologistas y panfletistas, habían dicho que no se rendiría, llegándose incluso a pedir a la población civil, que abandonara en masa las casas y calles para no recibir a los “victoriosos requetés”.
Valga este escrito como memoria y semblanza de los dos requetés que entraron en Bilbao, y con su gesto, lavaron la memoria de sus antepasados.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
Los españoles hubimos de vérnoslas muy pronto con los americanos. En Cuba, los españoles no sólo luchamos –desafortunadamente- en el mar, sino que en tierra también tuvimos lo nuestro con los norteamericanos. Sus tropas estaban ansiosas de demostrar al mundo la pericia y destreza que tenían en combate, y que no tenían nada que envidiar a otros ejércitos europeos. Los españoles, por aquél entonces, teníamos ya pocas posibilidades de ser considerados como una nación importante. Pero los soldados españoles demostrarán ante los atónitos ojos del mundo –incluyendo los americanos- que un soldado español es capaz de enfrentarse a cualquier ejército, en cualquier situación, y si esta es desventajosa, el valor crece y se multiplica por mil. Veamos lo que sucedió en el combate de El Caney.
Para situar al lector, diremos que en el combate por la toma de esa localidad, el ejército americano, al mando de Shafter, disponía de artillería y de un total de 6.653 hombres. España, al mando del valeroso General Joaquín Vara de Rey y Rubio, sólo disponía de 520 hombres en total. La desproporción era brutal, y el ataque fue durísimo. Los americanos creían que ante el volumen de hombres y armamento, los españoles se retirarían sin oponer resistencia, más para su asombro, no solo les plantaron cara, sino que casi les hacen, ese puñado de hombres, estropear todos sus planes de conquista. En el combate murió el General Vara de Rey y dos de sus hijos, los americanos elogiarían esta acción bélica con este comentario: “El valor de los españoles es magnífico. Mientras las granadas estallaban sobre la aldea o explotaban contra el fuerte de piedra, mientras la granizada de plomo barría las trincheras buscando cada aspillera, cada grieta, cada esquina, los soldados de ese incomparable Vara de Rey, tranquila y deliberadamente, continuaron durante horas alzándose en sus trincheras y arrojando descarga tras descarga contra los atacantes americanos. Su número decrecía y decrecía, sus trincheras estaban llenas de muertos y heridos, pero, con una determinación y un valor más allá de todo elogio resistieron los ataques y, durante 8 horas, mantuvieron a raya, a más de 10 veces su número de tropas tan valientes como nunca recorrieron un campo de batalla”. Escribiría años más tarde, en 1907 el sargento norteamericano H. Herbert recogido en la obra “La campaña de Santiago de Cuba”
Otro testigo de esa “gloriosa” jornada, fue el capitán Wester, agregado militar a la Legación de Suecia y Noruega en Washington y testigo presencial de los hechos, el cual dijo: “El 1º de julio, al punto del día, la división Lawton comienza su movimiento de avance hacia El Caney; la confianza reina en el campo americano, donde el único temor consiste en que el enemigo escape sin combatir; pero en El Caney, como se verá, están muy lejos de pensar así. (...) Mientras el fuego de la infantería aumentaba progresivamente, la batería americana comienza a disparar. Como los españoles no cuentan en El Caney con un solo cañón, el fuego puede hacerse con la misma tranquilidad que en un campo de maniobras: las piezas pueden hacer daño sin peligro alguno de recibirlo.
Delante de El Viso se descubría un oficial (español) paseándose tranquilamente a lo largo de las trincheras; fácil es comprender que el objeto de este peligroso viaje en medio de los proyectiles de que el aire está cruzado no es otro sino animar con el ejemplo a los bravos defensores: se le vio, de cuando en cuando, agitar con la mano su sombrero y se escuchaban aclamaciones; ¡Ah, sí!¡Viva España!¡Viva el pueblo que cuenta con tales hombres! (...) Los españoles ceden lentamente el terreno, demostrando con su tenacidad en defenderse lo que muchos militares de autoridad no han querido nunca admitir. Que una buena infantería puede sostenerse largo tiempo bajo el fuego rápido de las armas de repetición. ¡El último soldado americano que cayó fue herido a 22 pasos de las trincheras! “
Continúa el relato con espeluznantes sucesos de cómo los “chacales cubanos” así llamados por el observador, se limitaban una vez conquistada la posición a rebanar el cuello de los soldados españoles heridos en el combate.
Y prosigue: “El ruido del combate no cesó sino cuando el sol estaba a punto de ponerse. Durante cerca de diez horas 500 bravos soldados resistieron unidos y como encadenados sin ceder un palmo de terreno a otros 6.500 provistos de una batería, y les impidieron tomar parte en el principal combate contra las alturas del monte San Juan.
¡Después de esto, ni una palabra más se escucha en el campo americano sobre la cuestión de la inferioridad de la raza española!”
Me hubiera gustado que en aquel combate, el General Vara de Rey hubiese contado con las mismas tropas y armas. Me hubiera gustado ver por donde se metían los americanos su superioridad racial y sus bravuconadas. 6.500 contra 500, ¡¡Y CASI NO PUEDEN!!.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
UN CAUTIVO DEL MORO DE GRANADA A LA FUGA.
Juan de Aranda de Jaén era hijo de Juan Fernández de Aranda y nieto de Juan Sánchez de Aranda, almogávares de la frontera del Reino de Jaén con el moro de Granada.
Cayó cautivo de los moros y sufrió la esclavitud bajo el poder de un moro que pertenecía a la guarnición de Baza. Tenía su dueño la costumbre de salir al campo con adarga y lanza -al fuero de la frontera. Y cuando regresaba, el moro estaba acostumbrado a arrimar la lanza fuera, a la puerta de la calle, apeándose del caballo a la vera de una piedra que le servía de apoyatura al pie. Y era lo frecuente que Juan de Aranda -nuestro protagonista- saliera a tomarle las riendas del caballo a su amo y, una vez que el amo moro se metía en la casa, aquel zagal cristiano su esclavo se encargaba de llevar al animal a las caballerizas.
Pero un día, cuando el amo se metió en la casa, Juan se calzó con presteza las espuelas que le había tomado al moro, se subió a la piedra que su amo tenía como apoyo, se encaramó aquel niño en el caballo, embrazó la adarga y puso la lanza en el encuentro, aunque apiolado con sus hierros que iban atravesados en la silla. Puso las piernas Juan como bien pudo e hincó el acicate y al galope corrió por las calles, buscando la puerta de la ciudad. Pero la encontró cerrada, pues con la grita de los moros, los centinelas alertados la habían cerrado. Juan no se rindió, sino que fue sobre el caballo por el adarve hasta que llegó a otra puerta, y por ella salió de aquella ciudad de sus miserias. No sin que le persiguieran muchos jinetes moros que le iban a la zaga. Unos cinco o seis moros le fueron pisándole los talones durante más de cinco leguas sin darle alcance. Juan pudo tomar asilo en un pueblo cristiano y los moros tuvieron que dar media vuelta a Baza sin la presa.
Escapó Juan de Aranda el de Jaén en salud, libre del cautiverio y ahorrando a su familia el cuantioso rescate que con aquel moro se había convenido para recuperar su libertad. Su listeza y su resolución, aunque era un niño lo liberaron.
Fue Juan más tarde regidor y caballero muy honrado. Y falleció viejo, sobre más de sesenta años -según nos narra Sancho de Aranda, un sobrino nieto suyo que, muy curioso él de conservar las tradiciones de su familia, escribió el ameno e interesante "El discurso genealógico del linaje de los Aranda que viven en la ciudad de Alcalá la Real..." (en el año de 1548), de donde lo he sacado yo.
Animado por la entrada de Tautalo sobre los Aranda, me animo y coloco otra sobre esa "entrañable" época en la que las cosas estaban bien definidas: Los moros a un lado y nostros al otro.
LA DEFENSA DE LA PEÑA DE MARTOS
La historia española está también cuajada de momentos heroicos en donde la mujer ha sido protagonista. Sólo en estos últimos años y debido al feminismo radical, parece que hace falta que se diga una y otra vez, que la mujer española es igual de aguerrida y valiente que los hombres. Cosas de la política y de las cabezas mal montadas.
Esto dice la Historia que ocurrió durante la defensa del castillo de la Peña de Martos en la Edad Media:
Después de la batalla de las Navas de Tolosa, el rey Fernando III entregó la defensa de la fortaleza de Martos al conde D. Alvar Pérez de Castro, quien en el año 1238 fue a Castilla dejando la fortaleza a su esposa la Condesa Dª Irene y a su sobrino don Tello Alonso de Meneses, con cincuenta y cinco caballeros. Don Tello salió con los caballeros a hacer correrías por tierras de moros dejando sola a la condesa y a sus damas. Cuando tuvo conocimiento de este hecho el rey de Granada Alhamar, se encaminó hacia la Peña a fin de proceder a su conquista. La condesa, desde la altura vio avanzar a las tropas granadinas, enviando rápidamente un mensaje a don Tello, que volvió presuroso a Martos. Pero como don Tello no llegaba, la condesa, al verse ante tal aprieto, ideó vestirse ella y las demás mujeres con las ropas de los soldados a la vez que se cortaban el pelo, y asomadas a las almenas del castillo daban la sensación de que estaba defendido por caballeros de la guarnición. Cuando las tropas moras casi alcanzaban las murallas del castillo llegó don Tello acompañado por Diego de Vargas que con toda la soldadesca se metieron por entre los asaltantes haciéndoles volverse y correr hacia sus tierras de Granada huyendo de aquellos impetuosos guerreros, siendo el primero que accedió a la cumbre D. Diego Pérez Machuca. La arenga que narra la crónica que realizó D. Diego Pérez de Vargas a las tropas antes de la acometida es digna de reproducirse aún en castellano antiguo. Ahí la dejo pues es edificante y muestra de los que eran hombres de empeño y valor:
“Caballeros, ¿qué es lo que cuidades? Fagamos de nos un tropel y metámonos por esos moros perros, a probar si podremos pasar por ellos. Ca si lo acometemos, bien fio en Dios que lo acabaremos, e non podrá ser, que al menos algunos non pasen a la otra parte, e tales somos cuantos aquí estamos, que cualesquier de nos que hobieren ventura de sobir a la Peña, la defenderían, fasta ser acorridos. E los que non pudiéremos passar e moriéremos, yo creo que los moros sentirán bien nuessa muerte, e ademása salvaremos nuestras almas, e faremos nuestro deudo, según que todo caballero fidalgo debe cumplir. E esto es facer derecho e perder el miedo do se conviene perder. E de mi vos diré, que yo antes querría morir aquí a manso destos moros, que non lleven la condesa captiva, e las dueñas fijasdalgo que con ella son, nin ver perder la Peña de Martos, de que seriemos deshonrados, e menospreciados por ello fincado vivos. E yo nunca me pararíe ante el Rey Don Fernando, nin ante Don Alvar Pérez con esta vergoña. E todos sois caballeros fijosdalgo, e debesevos en este punto acordar lo que debedes a tal caso como éste. E pues tan poca es la vida deste mundo, por miedo de la muerte no debemos dejar de perder tan noble cosa como la Peña de Martos, e que sea captivada la condesa e sus dueñas”.
A lo que D. Tellocontestó complacido:
“Diego Pérez, fablaste a mi voluntad como buen caballero que sodes, e los que quisieren hacer así como vos dijistes, farán su derecho así como fijosdalgo, e si non yo e vos fagamos nuesso poder, fasta que moramos”.
Lo mismo ocurriría hoy en día. Seguro que si. Supongamos que llegan los moros y se meten a cercar Ceuta o Melilla y, españoles todos, no se preocupen, que ahí están las ministras para cortarse el pelo en caso de necesidad, Moratinos para la defensa y Zp para la arenga final.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
Otra anécdota sobre heroínas españolas en combate. Es para mantener la cuota femenina que impone el Régimen Socialista, no nos vayan acusar de sexistas, jejeje.
María Bellido.
Los españoles contaron el día de la Batalla de Bailén con un aliado inesperado: el calor.
Todos los cronistas de la Batalla de Bailén, tanto españoles como franceses o ingleses, vienen a coincidir en una cosa: en el terrible calor que durante aquella gloriosa jornada se dieron en las inmediaciones de los campos de batalla. A los efectos del estío propio del valle del Guadalquivir hay que incrementar el producido por las marchas y contra marchas a pleno sol por los soldados; el incendio sistemático de rastrojos y casas por efecto de la artillería, y el calor que desprenden las armas de fuego al quemar la pólvora negra de los mosquetes. En definitiva, un verdadero infierno. Es por ello que cada pozo, cada cantimplora con agua, o cada preciada gota del líquido elemento se convertiría ese día en un bien más preciado que la propia vida. Es justo en este entorno donde aparece la figura de María Bellido, “Heroína de Bailén”
María Luisa Bellido, (cuyo verdadero nombre de pila era el de María Inés Juliana) había nacido en la vecina localidad de Porcuna (Jaén) el 28 de enero de 1755 en el seno de una numerosa familia de trece hermanos, aunque después de casada pasó a vivir en Bailén siendo su esposo un viudo llamado Domingo Cobo. En la ciudad bailenenese sería conocida por su apodo “La Culiancha”, suponemos que por sus voluminosas caderas.
La jornada del 19 de julio de 1808, muchas mujeres de la ciudad de Bailén sirvieron de aguadoras a las sedientas tropas españolas comandadas por el general Teodoro Reding, una de ellas fue María Luisa Bellido. Entre el fragor del combate, las tropas de ambos bandos maniobraban tratando de ocupar posiciones ventajosas. Los franceses más curtidos en acciones bélicas y precedidos por innumerables victorias en los hechos de armas, no se arredraban ante las dificultades. Los españoles, con la fuerza que da la razón y el coraje de ver sus bienes destruidos por el invasor, mantenían posiciones. El fuego de fusilería era atroz, así como el de los cañones que todo lo inundaban de un espeso humo blanco. Muertos de miedo ante el fragor del combate, muchos de los soldados españoles, reclutados a última hora de las ciudades vecinas en levas desesperadas, permanecían inmóviles sin saber que hacer mientras soñaban con huir de aquel infierno. Pero no muy lejos de allí, en las fuentes cercanas y en los abrevaderos del lugar, mujeres españolas, tan valientes como el más veterano de los soldados y conscientes de que allí ellas eran las que más tenían que perder, con cántaros y jarras accedían entre las posiciones de los soldados para llevarles agua. Al ver a las mujeres adentrarse entre los soldados, sin tener miedo a las balas enemigas, los hombres cobraban valor y aguantaban firmes en la posición.
Un grupo de mujeres acudió a dar agua al puesto de mando donde se encontraba el general Reding. Una de estas mujeres era María Luisa Bellido, la cual al levantar el cántaro para dar de beber al general, una bala perdida impactó de repente la vasija cayendo todo el agua al suelo. Ante el asombro de los allí presentes, lejos de ver huir o gritar a la mujer aterrorizada por tal hecho, vieron como ésta se agachó y buscó en el suelo una de las lajas del cántaro que aún conservaba algo de agua, para acto seguido, dárselo de beber al general Reding. El militar suizo, asombrado por la bravura de la mujer española y en particular por la actitud heroica de aquella mujer, mandó tomar su nombre para premiarla con posterioridad al combate.
Básicamente esos son los hechos. María Luisa Bellido, “La Culiancha”, con sus 53 años de edad, pasó a convertirse oficialmente en heroína de una de las gestas bélicas más famosas de nuestra nación. Fallecería poco después en 1809, casualidades de la vida, el mismo año en que fallecería también en Tarragona el otro protagonista de la anécdota, el general Reding.
El reconocimiento de María Bellido como Heroína vendría con posterioridad a su muerte, sobre todo de manos de la reina María Cristina -mire usted que cosas- en su visita a las tierras andaluzas al paso por la histórica ciudad camino de Jaén.
Conócete, acéptate, supérate.(San Agustín)
Pues que ahí va otra de mujeres patriotas:
ASÍ RECIBÍAN NUESTRAS MUJERES A LOS INVASORES
No se nos olviden las mujeres. María Fernández de Cámara y Pita defendió La Coruña el 4 de mayo de 1589 combatiendo con la bravura de una leona cuando vio a su esposo caído en la lucha contra los piratas ingleses que pugnaban por tomar la ciudad gallega.
Los ingleses, liderados por Norris y el corsario Drake, habían cercado la ciudad con una escuadra. Unos 20.000 anglosajones querían plantar su primera colonia en España (luego, en el siglo XVIII con España de capa caída, lo lograrían hacer con Gibraltar).
En lo más encarnizado del combate, el segundo marido de Pita cayó en el campo de batalla. Los enemigos abrieron una brecha en la muralla de la ciudad vieja, y María Pita encaramándose a lo alto de la muralla gritó: “¡Quién tenga honra que me siga!”.
Allí aguardó al alférez inglés que guiaba el flujo de invasores, dándole muerte muy posiblemente con la espada de su esposo (otros dicen que con lanza) y cobrándose la bandera enemiga.
“Quien tenga honra que me siga” –fue el grito de esa valiente gallega. 20.000 enemigos ingleses se pusieron en fuga por la resistencia que acaudilló esta española. No fue la única coruñesa que combatió el asalto inglés. Felipe II le concedió una pensión y otras prebendas para recompensar esta valentía femenina... Ya vemos que, con Felipe II, no hacía falta ministerio de igual-dá.
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