Durante la III Guerra Carlista se pudo comprobar que, de no faltar los recursos materiales y monetarios en el bando de Carlos VII, las cosas hubieran tenido un giro muy distinto al que tuvieron.

Por lo pronto, durante muchos meses, las tropas carlistas, armadas con más valor que armas, hubieron de padecer el intenso fuego de artillería que los republicanos infringían a sus formaciones. Ni un solo elemento artillero contaban en su filas, hasta la llegada de la batalla de Udave, donde tras la victoria pudieron agenciarse las primeras piezas de ese arma.

El combate ocurrió asÍ:

Designado por Carlos VII para el mando del Ejército Carlista del Norte al general Elío, éste reunió fuerzas navarras y guipuzcoanas, recorriendo diversas comarcas del noroeste de Pamplona hasta encontrar la columna republicana del general Catañón en los alrededores de Udave el día 26 de junio.

En dicho combate también participaron los carlistas Dorregaray y Lizárraga, mientras que el brigadier Ollo, con otro batallón, entretenía a las tropas republicanas y las encaminaba al sitio más conveniente para el combate.

Enrique Roldán González lo cuenta así en su libro: “la lucha fue dura, y la columna republicana derrotada y dispersada. Hubo muchas bajas por ambos lados y en las fuerzas carlistas especialmente en jefes, que pagaron con su vida el ejemplo que dieron a sus voluntarios. Murió en el combate el coronel Azpiazu y de resulta de sus heridas los también coroneles Sanjurjo y el conde de Caltavuturo, quien peleó a pie, con el sable en mano, al frente de dos compañías de Infantería Guipuzcoana, y fue herido al dirigir una carga a la bayoneta”.

Hay que recordar que la mayoría de los integrantes de las filas carlistas no eran soldados profesionales, sino voluntarios y gente del común. Los republicanos si que tenían en su haber ejército curtido y con formación específica, aún así, muchos de los combates de esta tercera contienda, fueron ganados por los carlistas.

El conde de Caltavuturo, no era otro que D. Álvarez de Toledo, hijo del marqués de La Romana, que había entrado en campaña en 1873 como coronel secretario del general Elío.

El citado autor continúa diciendo en su libro: “El favorable resultado de las acciones de Eraul y Udave, en los albores de la Tercera Guerra, sirvieron para galvanizar el ánimo de los carlistas, demostrando ante el pueblo que se podía vencer, ampliamente, al Ejército republicano, aunque este contase contara con más medios y más hombres. La conquista de piezas de artillería, los primeros cañones con que contó el Ejército de Carlos VII, comó de entusiasmo a los voluntarios, que hasta entonces tenían que sufrir el fuego de artillería enemigo sin poder contrarrestarlo. Y como comenzaron a llegar jefes y oficiales de Artillería, presentados en la zona carlista después de solictar su licencia en el Ejército nacional, este cuerpo se potenció y casi se igualó con el liberal”.

El desenlace desfavorable de la III Guerra Carlista, es el catalizador del desánimo de tantos buenos hombres, que para desgracia de España y de su causa, torcieron el ánimo y desembocaron en ideologías extrañas y en “nacionalismos provincianos”, cuyos efectos, aún a día de hoy, hemos de padecer los españoles.