LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:
- HECHOS
LA VIDA COMO MILICIA:
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“Te indignas tanto, Lucilio, y te lamentas… ¿No comprendes que lo único malo es precisamente eso: tu indignación y tus quejas? Si me preguntas a mí, pienso que nada hay miserable para el hombre sino el que juzgue algo miserable. El día en que haya algo que yo no pueda soportar, ese día no podría soportarme a mí mismo ¿Que estoy mal de salud? Es parte de mi destino. ¿Murió alguien de la familia; bajan mis rentas; se me ha hundido la casa; me han venido daños materiales, heridas, trabajos, miedos...? Suele suceder; es más, son cosas que ocurren necesariamente; no son accidentes.
Créeme y te descubriré mis sentimientos más íntimos. En todo lo que parece adverso actúo así; no es que obedezca a Dios, sino que estoy de acuerdo con su Voluntad; le sigo por propio impulso, pero no porque sea necesario. No me sucede nada que yo acoja con tristeza, con mal gesto. Todo lo que lloramos, lo que nos asusta, es tributo a la vida. De todas estas cosas, amigo Lucilio, no esperes inmunidades ni las pidas: ¿te ha producido inquietud un dolor de cuerpo, recibir cartas amargas, una pérdida patrimonial detrás de otra...? ¿Acaso no deseabas esto cuando deseabas la vejez? Todas esas cosas en una existencia dilatada son como el polvo, el lodo o la lluvia en una caminata larga.
—“Pero es que yo quería vivir sin todos esos inconvenientes...” Palabras tan afeminadas son impropias de un varón. Mira como recibes este voto mío que yo formulo con grandeza de ánimo, no simplemente con buen ánimo: Ni los dioses ni las diosas hagan que Fortuna te tenga entre delicias. Pregúntate: si Dios te diera el poder de vivir o en el mercado o en el campamento militar, ¿qué preferirías? Porque, querido Lucilio, la vida es milicia. Y así, los que andan activos de un sitio para otro, y van arriba y abajo por lo trabajoso y por lo arduo, y hacen frente a las misiones más peligrosas, esos son los varones esforzados, los héroes del campamento. Pero esos otros a quienes una vergonzosa inacción les hace vivir blandamente son simples gallinas objeto de público desprecio.”
SÉNECA. ‘Epist. XCVI’.
MILICIA ESPAÑOLA:
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“Entre tanto el pretor P. Manlio, que acababa de reunirse con el ejército de su antecesor Q. Minucio, los veteranos que antes mandó Ap. Claudio Nerón en la España ulterior, partió a su frente para la Turdetania. Tiénese a los turdetanos por el pueblo menos belicoso de España. Sin embargo, alentados por el número, avanzaron al encuentro de los romanos.
Un ataque de la caballería bastó para desordenarlos, pudiendo decirse que la infantería no tuvo que sostener combate. Los veteranos que la formaban consiguieron en seguida la victoria gracias a su antigua experiencia y al conocimiento que tenían del enemigo. Pero aquel combate no terminó la guerra. Los turdetanos tomaron a sueldo 10.000 celtíberos y opusieron a los romanos aquellas tropas mercenarias.
Entretanto, impresionado el cónsul por la revuelta de los bergistanos y convencido de que los demás pueblos seguirían su ejemplo a la primera ocasión, desarmó a todos los españoles de aquende el Ebro; pareciéndoles tan humillante esta medida que muchos se dieron la muerte. Para el altivo español nada era la vida desde el momento en que no tenía armas. Al recibir esta noticia, el cónsul llamó a los senadores de todas las ciudades y les dijo: “Interés vuestro es más que mío que permanezcáis sometidos; hasta ahora, vuestras sublevaciones han hecho más daño a España que trabajo ha costado a los romanos su represión. Creo que no hay más que un medio de evitarlas: el de reduciros a la impotencia. Quiero conseguir este fin por medios suaves. Ayudadme pues, con vuestros consejos en este asunto. Dispuesto estoy a seguir con preferencia el consejo que me deis”.
Como todos guardaban silencio, el cónsul añadió que les concedía algunos días para deliberar. Llamados por segunda vez, se encerraron en igual silencio. Entonces Catón hizo desmantelar en el mismo día todas las ciudades; marchó contra los que todavía no estaban sometidos y recibió, a medida que se presentaba en una comarca, la sumisión de todos los pueblos que la habitaban. Solamente resistió Segística, ciudad rica y poderosa, teniendo que emplear las máquinas para apoderarse de ella...”
TITO LIVIO (59 a. C. – 17 d. C) ‘Ab urbe condita’.
GUERRILLAS:
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“Metelo no sabía qué hacerse con un hombre arrojado que huía de toda batalla campal, y usaba de todo género de estratagemas por la prontitud y ligereza de la tropa española; cuando él no estaba ejercitado sino en combates reglados y en riguroso orden, y sólo sabía mandar tropas apiñadas que, combatiendo a pie firme, estaban acostumbradas a rechazar y destrozar a los enemigos que venían con ellas a las manos; pero no a trepar por los montes siguiendo el alcance de sus incansables fugas a unos hombres veloces como el viento, ni a tolerar como ellos el hambre y un género de vida en la que para nada echaban de menos el fuego ni las tiendas.
Sucediendo por lo común que el que quiere evitar batalla padece lo mismo que el que es vencido, para éste el huir era como si él persiguiese; porque cortaba a los que iban a tomar agua, interceptaba los víveres, si el enemigo quería marchar le impedía el paso, cuando iba a acamparse no le dejaba sosiego, y cuando quería sitiar, se aparecía él y le sitiaba por hambre, tanto, que los soldados llegaron a aburrirse...”
PLUTARCO (50-120 d. C.) ‘Vidas paralelas’.
ARMAS:
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“Los saguntinos tenían la falárica, arma arrojadiza de mango de abeto redondeado todo él, excepto el extremo en el que se encajaba el hierro; éste, cuadrado como el del pilum, era cuadrado; lo liaban con estopa y lo untaban en pez. El hierro, por otra parte, tenía tres pies de largo a fin de que pudiese traspasar el cuerpo a la vez que la armadura. Pero era especialmente temible, aunque quedase clavado en el escudo y no penetrase en el cuerpo, porque, como se le prendía fuego por el centro antes de lanzarlo y con el propio movimiento la llama que portaba cobraba gran incremento, obligaba a soltar el arma defensiva y dejaba al soldado desprotegido para los golpes siguientes” (Liv. XXI, 8, 10-12).
TITO LIVIO, Lib XXI, 8-10.
CONCORDIA:
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“Por el mismo tiempo, 20.000 de la ciudad de Complega vinieron al campo de Graccho con ramos de paz, y ya que estaban cerca le atacan cuando menos lo pensaba y le desbaratan; pero él, aparentando con astucia que huía y les abandonaba el campamento, vuelve sobre sus pasos, les ataca cuando lo estaban saqueando, mata a los más y se apodera de Complega y sus alrededores. Después la puebla de pobres, distribuye entre ellos los campos y ajusta con todos aquellos pueblos un tratado, con expresa condición de que serían aliados del pueblo romano. Tomados y recibidos los juramentos, fueron de mucho provecho a los romanos en las diferentes guerras que después se siguieron.
APIANO ALEJANDRINO (95-165 d. C.), ‘Las guerras ibéricas’, 43.
“No muchos años después se incendió otra guerra cruel en la Iberia con este motivo. Segeda era una ciudad perteneciente a una tribu de los celtíberos llamados belos, grande y poderosa, y que no estaba inscrita en los tratados de Sempronio Graco. Esta ciudad forzó a otras más pequeñas a establecerse junto a ella; se rodeó de unos muros de aproximadamente cuarenta estadios de circunferencia y obligó también a unirse a los tithios, otra tribu limítrofe. Al enterarse de ello, el Senado prohibió que fuera levantada la muralla, les reclamó los tributos estipulados en tiempo de Graco y les ordenó que proporcionaran ciertos contingentes de tropas a los romanos. Esto último, en efecto, también estaba acordado en los tratados. Los habitantes de Segeda, sobre la muralla, replicaron que Graco había prohibido fundar nueva ciudades, pero no fortificar las ya existentes; acerca del tributo y de las tropas mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el senado concedía siempre estos privilegios añadiendo que tendrían vigor en tanto lo decidieran el Senado y el pueblo romano”.
(‘Las guerras ibéricas’, 44).
“Viriato no se mostró altanero en este momento de buena fortuna sino que, por el contrario, considerando que era una buena ocasión de poner fin a la guerra mediante un acto de generosidad notable, hizo un pacto con ellos y el pueblo romano lo ratificó: que Viriato era amigo del pueblo romano y que todos los que estaban bajo su mandato eran dueños de la tierra que ocupaban. De este modo parecía que había terminado la guerra de Viriato, que resultó la más difícil para los romanos, gracias a un acto de generosidad.”
APIANO ALEJANDRINO (95-165 d. C.), ‘Las guerras ibéricas’, 69.
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“Quedaron prisioneros cerca de 10.000 hombres libres; pero (Escipión) dejó en libertad a los que eran de Cartagena, devolviéndoles su ciudad y todo lo que pudo escapar del saqueo. Los artesanos se elevaban a 2.000, y los declaró esclavos del pueblo romano, con esperanza de recobrar muy pronto la libertad, si con celo contribuían en sus oficios a los trabajos de aquella campaña. El resto de los habitantes, jóvenes aun, y los esclavos en el vigor de la edad, le sirvieron para reclutar las tripulaciones de la flota, que había reforzado con ocho naves tomadas al enemigo. Además de esta multitud, encontró los rehenes de España, cuidando de ellos como si fuesen hijos de sus aliados.”
TITO LIVIO ‘Ab urbe condita’.
LA PAZ ROMANA EN ESPAÑA:
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“Es Palma quien gobierna a nuestros iberos, ¡oh el más suave de los césares!, y la paz arisca complácese en su blando yugo. Gozosos por un don tan grande, te gratificamos: a esas comarcas nuestras enviaste las costumbres tuyas.”
MARCIAL ‘Epigramas’ XII, 9.
COSTUMBRES DE LOS MONTAÑESES EN EL NORTE:
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“Todas las tribus de la montaña viven de manera sencilla, beben agua y duermen sobre el suelo desnudo.
Los hombres llevan el pelo largo, como las mujeres; durante la pelea se cubren con mitras las cabezas. Comen preferente carne de cabra; a su dios de la guerra le sacrifican machos cabríos y asimismo los prisioneros con sus caballos.
Organizan sacrificios en masa (hecatombes) de toda especie, como los griegos.
Les gustan también los desafíos, tanto gimnásticos como en armas y a caballo, y se ejercitan en el pugilato, en el tiro y ela lucha en bandos. Dos tercios del año viven de bellotas, que se secan, machacan, muelen y convierten en pan, a fin de tener provisiones.
También tienen cerveza. Les falta vino; pero si alguna vez logran poseerlo, lo beben pronto, organizando para ello una fiesta del clan.
En lugar de aceite usan manteca de vacas. Para comer se sientan en un banco adosado a la pared, según edad y rango; el manjar da la vuelta.
Para beber se sirven de vasijas de madera, como los celtas. Cuando están embriagados bailan una danza en círculo, al son de la flauta o el cuerno, durante la cual saltan y se arrodillan.
Su vestido consiste, por lo general, en una capa negra, sobre la que duermen en el suelo; pero las mujeres gustan de trajes abigarrados. En lugar de monedas usan objetos de cambio o rudas piezas de plata.
Los condenados a muerte son despeñados de lo alto de las rocas, y al parricida lo apedrean delante del a frontera del país. Tienen una sola mujer, como los griegos. A los enfermos los colocan junto a un camino, por si pasa alguien que entienda la enfermedad. Hasta el tiempo de Bruto usaban barcos de piel a causa de las inundaciones y pantanos, así como también barcos de cuero; pero actualmente son raros. Su sal es roja, pero se vuelve blanca triturándola. Esta es la vida de las tribus montañesas, entre las que comprendo los habitantes de la región norte: los galaicos, astures, cántabros, hasta los vascones y los Pirineos, pues todos viven de un mismo modo”
ESTRABÓN. ‘Geografía’
LA VIDA EN LA CIUDAD NATAL:
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“Mientras tú te abres paso agitado,
entre los ruidos mil de Suburra,
o mientras subes hacia la colina de Diana;
mientras por los umbrales de los poderosos
ondea el aire tu toga sudada,
y fatigado vas y vienes
por el Celio mayor y el menor,
mi Bilbilis –a donde he vuelto-,
tierra soberbia por sus minas
de oro y de hierro,
tras muchos años me ha recuperado,
y ella me ha convertido en campesino.
Aquí, tranquilo, sin más esfuerzo que el que dicta mi pereza,
me recreo por Boterdes y Platea,
-nombres rudos de la tierra mía-,
gozo horas de sueño profundo
y reparador que no interrumpe,
a veces, ni la hora tercia
y, así, recupero lo que en treinta años
no pude dormir.
Ni me acuerdo de la toga; cuando la pido,
me alcanzan una túnica que tengo cerca,
sobre una silla desvencijada.
El fuego, cuando me levanto,
ya me espera con un montón de leña
del encinar cercano, y con corona de ollas
que puso la granjera;
acude un cazador que tú querrías
encontrarte en la apartada selva;
un granjero imberbe
reparte las raciones a los siervos,
y les ruega que hagan cortar
la larga cabellera.
Así quiero vivir y así morir.
Sic me vivere, sic me juvat perire”.
MARCIAL. ‘Epigr. XII, 18.
AMOR A LA PATRIA NATIVA:
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¡Oh mis compatriotas que me ofrece la imperial Bílbilis
en escarpada colina que ciñe el Jalón con rauda corriente!
¿No os enorgullece la alegre fama de vuestro poeta?
Porque yo soy honor, prestigio y gloria vuestra.
No debe más al gracioso Catulo, Verona su patria y
ella misma no desearía menos que fuese yo suyo.
Cuatro cosechas se han añadido a treinta estíos desde que
sin mí ofrendabais a Ceres rústicas tortas en tanto que yo
vivía entre las espléndidas murallas de Roma, señora del mundo.
Las tierras de Italia blanquearon mis sienes.
Iré a vosotros si acogéis mi retorno con benévolas intenciones:
Si me mostráis un corazón hostil, poco me costará volver.”
MARCIAL. ‘Epigr. X, 103.
EL AMOR A LA CASA NATIVA:
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"Este bosque, estas fuentes, esta sombra entretejida con los pámpanos, este cauce de agua fertilizante, estos prados y rosaledas que no ceden a Pestum, de dos cosechas, el verdor de estas hortalizas, que no se hielan ni el mes de enero, y esta torre blanca llena de palomas de nieve como ella, tales son los obsequios de mi señora.
A mi vuelta, después de siete lustros, Marcela me ha regalado esta casa y este pequeño reino. Si Nausica quisiera darme los huertos de su padre, yo podría decir a Alcinoo: ¡Prefiero los míos!".
MARCIAL. ‘Epigr. XII, 31.
DANZAS:
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“El dueño de la casa no te leerá ningún manuscrito grasiento, ni las bailarinas de la licenciosa Cádiz moverán en tu presencia sus atractivas caderas en posturas cada vez más libres y provocativas”.
MARCIAL, ‘Epigr. V, 78.
71
“Quizá esperen que alguna gaditana salga a provocarnos con sus lascivos cantos... pero mi humilde casa no tolera ni se paga de semejantes trivialidades”.
JUVENAL, Sátira XI, 162 y sigs.
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