LA CODICIADA ITALIA… PRISION DEL REY DE FRANCIA EN PAVIA 1
Como el rey de Francia viese que no podia hacer tornar sus esguízaros, que era la gente de que él mayor estima hacia en la batalla; y que ya claramente via su perdicion, pensó procurar de ponerse en salvo, y tomar el camino de la puente del Tesin. Iba casi solo, cuando un arcabucero le mató el caballo, y yendo a caer con él, llega un hombre darmas de la compañía de D. Diego de Mendoza, llamado Joanes de Urbieta, natural de la provincia de Guipuzcoa, y como le vió tan señalado, va sobre él al tiempo que el caballo caia; y poniéndole el estoque al un costado por las escotaduras del arnés, le dijo que se rindiese.
El viéndose en peligro de muerte, dijo: «La vida, que soy el rey». El guipuzcoano lo entendió aunque era dicho en francés; y diciéndole que se rindiese, él dijo: «Yo me rindo al emperador». Y como esto dijo, el guipuzcoano alzó los ojos y vió alli cerca al alférez de su compañia que cercado de franceses estaba en peligro; porque le querian quitar el estandarte. El guipuzcoano, como buen soldado, por socorrer su bandera, sin acuerdo de pedir gaje o señal de rendido al rey, dijo: «Si vos sois el rey de Francia, hacedme una merced». El le dijo, que él se lo prometia.
Entónces el guipuzcoano alzando la visera del almete, le mostró ser mellado, que le faltaban dos dientes delanteros de la parte de arriba, y le dijo: «En esto me conocereis»; y dejándole en tierra la una pierna debajo del caballo, se fué a socorrer á su alférez, y hízolo tan bien, que con su llegada dejó el estandarte de ir a manos de franceses. Luego llegó á donde el rey estaba otro hombre darmas de Granada, llamado Diego de Avila, el cual como al rey viese en tierra con tales atavíos, fué a él á que se le rindiese, el rey le dijo quien era y que él estaba rendido al emperador: y preguntándole si habia dado gaje, él le dijo que no. El Diego de Avila se le pidió, y él le dió el estoque que bien sangriento traia y una manopla; y apeado Diego de Avila trabajaba sacarle debajo del caballo. Y en esto llegó allí otro hombre darmas, gallego de nacion, llamado Pita, el cual le ayudó á levantar y tomó al rey la insignia que de Sant Miguel al cuello traia en una cadenilla, que es la órden de la caballeria de Francia, y tráenla como los del emperador el Tuson.
Por esta le ofresció el rey darle seis mill ducados; pero él no los quiso sino traerla al emperador. Estando ya el rey de Francia en pié, acudieron hácia aquella parte algunos soldados arcabuceros, los cuales no conosciéndole, le quisieron matar, porque no daban crédito á los que le tenian, que decian ser el rey; y sin dubda ellos no le pudieron salvar la vida, si á la sazón no viniera por allí Monseñor de la Mota, deudo y muy grande amigo del duque de Borbon, que con él habia andado, y desmandándose hácia aquella parte, vió la contienda que allí tenian; porque estaban allí copia de soldados de á caballo y de pié; y unos alegando lo que el marqués les habia encomendado, le querian matar, no creyendo ser el rey, y otros le querian defender. Como Monseñor de la Mota entendiese que toda la contienda era por no haber quien le conosciese, pidió que se le dejasen ver; y llegado luego, conosció quien era, y hincó las rodillas en tierra y le quiso besar las manos.
El rey le conosció y haciéndole levantar, le dijo que le rogaba hiciese como siempre habia sido; y viendo esto los soldados, se certificaron ser aquel el rey; y quitándole Diego de Avila el almete, él por limpiarse el sudor, que en la mano tenia, se ensangrentó un poco el rostro, por donde algunos pensaron estar herido en él; pero no fué así. Luego llegaron algunos soldados y unos le tomaron los penachos y bandereta que en el yelmo traia; otros cortando pedazos del sayo de sobre las armas, como por reliquias para memoria, cada uno que podia llevaba su pedazo; de suerte que en breve espacio no le dejaron nada del sayo. A todo ésto siempre se mostró magnánimo, mostrando holgarse y reir de todo; los soldados le daban bien de que, porque le decian cosas donosas para reir...
CONOCESE LA NOTICIA ENTRE LOS COMBATIENTES
Andando las cosas en esta manera, divúlgase la fama de la prision del rey de Francia entre los unos y los otros, lo cual fué causa que muchos buenos caballeros franceses que estaban ya en salvo, ó se podian salvar, se volvieron voluntariamente á darse por prisioneros de españoles, prometiendo grandes rescates con una honrosa consideración, diciendo que no quisiese Dios que ellos con tan grande inominia, dejando su rey en prision, volviesen en Francia. Y destos fueron muchos, y algunos principales señores.
Como la nueva se derramó por el campo de la prisión del rey de Francia, y llegó á los oidos de los señores, luego cada uno procuró de ir allá aquella parte por verle. El primero que fué, fué el marqués de Pescara, que á la sazón de junto a Pavía venia; de donde con alguna gente que consigo llevaba, y con alguna que de Pavía salió, habla hecho huir los italianos que sobre la ciudad habian quedado, y de ellos traian muchos presos. Volviendo pues desta empresa, supo donde el rey estaba, y fuese para allá.
Con el rey estaban algunos soldados aunque pocos, que ya se habian ido en siguimiento de la victoria. Estaba allí Monseñor de la Mota, el cual como vió al marqués, diciendo al rey quien era, se fué á buscar al duque de Borbon para traerle allí. El marqués, hincadas las rodillas por tierra, con grande acatamiento pidió las manos rey. El no se las quiso dar y púsoselas sobre los hombros, y hízole levantar; y mostrando holgar mucho de su venida, le habló con buen semblante, rogándole que mirase lo que á caballeros vencedores debian: que los pobres vencidos fuesen tratados con la piedad á que los españoles, como los mejores soldados del mundo estaban obligados. Al marqués le vinieron las lágrimas á los ojos de pura compasion de oir semejantes palabras á un tan grande príncipe, y por no darle aflicion, las disimuló diciendo, que S. M. no tuviese pena de aquello; que él le certificaba ser la nacion española tan piadosa, que él estaba seguro que aun de las muertes pasadas ya les pesaba á ellos; y que él haría todo buen tractamiento á los soldados presos y los pornía en libertad.
Esto mostró agradecer mucho el rey. Luego llegó allí el visorey de Nápoles, y haciendo el acatamiento que el marqués, fué rescibido con buen semblante del rey; y á todos decía palabras aunque con ánimo que movia á piedad. En esto llegó el marqués del Vasto con el mismo acatamiento y el señor Alarcon; y como el rey viese la persona del marqués del Vasto, tan señalada en gentileza entre todos, con buen semblante y risa le dijo: «Marqués: yo he deseado mucho veros; pero no quisiera que se me cumpliera mi deseo ansí; sino de manera, que yo pudiera haceros la honra que meresce vuestra persona». El marqués con mucha gracia le respondió: «A Dios gracias por todo, que desa manera bien puedo yo decir, que se me ha cumplido á mí muy mejor mi deseo, pues veo á V. M. en poder del emperador, mi señor». Lo uno y lo otro dió regocijo a los que lo oyeron.
LA ENTREVISTA CON EL CONDESTABLE DE BORBON
A esta sazón vieron llegar allí cerca al duque de Borbon, su estoque en la mano muy teñido de sangre francesa, y la camisa que sobre el sayo y armas traia, bien salpicada de la misma sangre, que bien mostraba no haber estado ocioso. Al cual como él vió, preguntando quien era y diciéndoselo, dió dos o tres pasos hácia trás, retirándose hasta ponerse casi á las espaldas del de Pescara con alguna turbacion de semblante. Conocido ésto y la causa por el marqués, salió adelante hasta llegar a donde el duque venia, y con hermosa gracia le dijo que le diese el estoque.
El duque que la vista del almete traia levantada, con grande alegría le respondió: «Yo, señor, soy contento de daros mis armas; pues tan justamente os deben hoy todos los nacidos las armas por vencedor». Y tendiendo la mano le da el estoque. El marqués con grande alegría y agradescimiento del favor y honra que le daba, le suplicó que poniendo el estoque en su lugar, se apease y con toda mansedumbre y acatamiento hablase al rey; pues allende del deudo, le obligaba el verle en su prision. El duque dijo, que así lo haría; y apeado, fuese á poner de rodillas delante el rey y porfió con él que le diese las manos; y no lo pudiendo acabar, con los ojos arrasados de agua, dijo al rey: «Ah! Sire, que si mi parecer se hobiera tomado en algunas cosas, ni V. M. se viera en la necesidad que al presente está, ni la sangre de la nobleza de Francia anduviera tan derramada y pisada por los campos de Italia». A lo cual el rey con gran turbacion de rostro, alzados los ojos al cielo, con un entrañable suspiro, respondió: «Paciencia, pues ventura falta». Como el marqués de Pescara vió la pena que rescibia, hace á Borbon que se apartase un poquito, y con palabras alegres dice al rey cuanto á su persona y gravedad hacía en no rescibir ni mostrar turbacion en cosa ninguna, ni pensar que habia otra ventura que la voluntad de Dios, la cual habia permitido en aquel revés; pero que le debia dar gracias, pues le habia traido á poder del mas benigno príncipe de la cristiandad.
Por tanto, en ninguna manera dejase de mostrar ánimo; porque los que no le querían bien, no tuviesen lugar de atribuírselo á flaqueza. El rey se lo agradesció, y mostrando alegre semblante, limpiando los ojos y dándole un chapeo del visorey, ansi armado en blanco, salvo manos y cabeza, le dan un cuartago en que subió sin espuelas, y mueven todos aquellos príncipes de allí con él hácia la ciudad de Pavía.
Las banderas españolas recogieron alguna gente; porque mucha della seguia el alcance; y por mandado del marqués vienen á donde el rey los pudiese ver. Muéstrale el escuadron de los tudescos, que estaba todavía junto, y pasando cabe los españoles, hiciéronle una hermosa salva. Alli pasaron cosas de reir porque uno llegaba y le decía: «Ea, señor, que en semejantes toques se prueban los valores de los príncipes». Otros le decian, tuviese paciencia, porque podía estar seguro que él sería mejor tratado en poder del emperador, que no lo fuera el emperador en el suyo. Otros le decian, que con pensar haber sido preso de la mejor nacion del mundo, lo debia de tener todo por muy bien empleado. A todo esto y mucho mas que le decian, él se reia y hacia que le declarasen en su lenguaje todas las palabras que él no entendia, lo cual hacia Monseñor de la Mota que allí venia. En esto llegó un soldado español arcabucero, llamado Roldan, y bien se le podia llamar por su esfuerzo.
Traia dos pelotas de plata y una de oro de su arcabuz, en la mano; y llegado al rey, le dice: «Señor, V. Alt.a sepa, que ayer cuando supe que la batalla se habia de dar, yo hice seis pelotas de plata para vuestros Mosiores, y la de oro para vos. De las de plata, las cuatro yo creo que fueron bien empleadas; porque no las eché sino para sayo de brocado ó carmesí; otras muchas de plomo he tirado por ahí á gente común; musiores no tope más; por esto me sobraron dos de las suyas. La de oro véisla aquí y agradecedme la buena voluntad, que deseaba daros la mas honrosa muerte que á príncipe se ha dado; pero pues no quiso Dios que en la batalla os viese, tomalda para ayuda á vuestro rescate, que ocho ducados pesa; una onza tiene». El rey tendió la mano y la tomó, y le dijo que le agradescia el deseo que habia tenido, y mas la obra que en darle la pelota hacia. Esto fué muy reido de todos. Y todavía se iban acercando á la ciudad, y á la contina topaban caballeros franceses en prisión de españoles, que ellos holgaban de ser vistos del rey, el cual los saludaba con buen semblante diciéndoles por gracia que procurasen de deprender la lengua española; pero que pagasen bien á los maestros: que haría mucho el caso. Y siempre decia á aquellos señores, que encomendasen el buen tratamiento á los que los llevaban.
Yendo desta manera, llegaron cerca de Pavía, y como el rey vió la puerta, con alguna turbación detuvo el cuartago en que iba..lo cual como el marqués de Pescara conociese, llegándose a él le preguntó la causa, y él le dijo: «Queríaos rogar, marqués, que vos y todos estos caballeros me hiciesedes un placer, y es que no me metais en Pavía. Ruégoos que no resciba yo tan grande afrenta, como sería despues de con tanta gente haberla tenido cercada tanto tiempo, y no haber sido para tomarla, meterme en ella preso». Al marqués le paresció justo conceder en su demanda, y comunicándolo con aquellos señores, fué acordado que le aposentasen en un monasterio que alli fuera estaba. Al cual llegados, hobieron su acuerdo de la guardia de la persona del rey, y todos lo remitieron al parecer del marqués de Pescara: el cual en presencia de todos aquellos señores y príncipes, dijo: «No es justo, señores, que en lo que Dios Nuestro Señor tan aventajadamente pone su mano de favorescer los hombres, lo contradigamos. Digo esto, porque nadie que sentido tenga, habrá que niegue deberse hoy todo el prez y gloria desta maravillosa victoria á la nación española, que tantas y tan señaladas hazañas hoy han hecho. Y pues Dios, de cuya mano todo ha venido, tan particulares favores, asi en romper las batallas, como en prender los príncipes, les ha querido mostrar dándoles tanta gloria, razón será que nosotros nos conformemos con lo que a su divina voluntad vemos, no quiriendo quitar á esa tan encumbrada nacion lo que de nuestra parte le debemos; y con esta consideracion, despues de besar las manos á y. s. a por la merced que en me cometer á mi la determinacion de tan arduo negocio me hacen digo: que la guardia de la persona del rey se debe dar al señor Alarcon, que presente está; porque allende del gran valor de su persona, al cual con esto no damos sino trabajo, por ser de la nacion española y cabeza de todos los que de ella acá estamos, soy cierto que el emperador será servido, y la nacion honrada, y todos podremos dormir seguros». A todos aquellos señores pareció muy acertada la determinación del marqués, 6 á lo menos lo mostraron así; y luego fué dada la guardia del rey al Sr. Alarcon, y le aposentaron en aquel monasterio, y ellos en las tiendas francesas».
1 P. OLNAYA: Descripción de lo sucedido en la batalla de Pavía por el... Colecci6n de Documentos Inéditos para la Historia de España. Tomo XXXVIII, págs. 390-399.
El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.
Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)
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