(de José Antonio MARAVALL, en su obra “El concepto de España en la Edad Media”)
…III. Hispania y las regiones del Nordeste Pirenaico.
(…) La larga y constante política llevada a cabo al norte de los Pirineos por los Condes de Barcelona, heredada después por los Reyes-Condes de Aragón y Cataluña, había ido absorbiendo de tal manera la vertiente septentrional del Pirineo, en victoriosa pugna con los condes de Tolosa y otros señores del Sur francés, que se renueva, con mayor fuerza que antes, la antigua situación del tiempo de los godos. Ya Ramón Berenguer I actuaba como señor al otro lado de la cadema pirenaica, enfeudando el condado de Carcasona a un Ramón de Beziers (127), y se conserva una larga lista de señores de la misma comarca que rinden homenaje feudal a dicho conde de Barcelona (128). El conde de Tolosa, don Beltrán, se reconoce vasallo del rey de Aragón y de Pamplona en 1116, por las ciudades de Tolosa, Rodez, Cahors, Albi, Narbona y Carcasona y con rigurosa terminología feudal se declara “homo de rege” (129).
Por conducto de estos condes barceloneses y de los reyes de Aragón, que le han reconocido como superior, Alfonso VII de León y Castilla aparece como superior también de los señores de todos los principados pirenaicos, entre ellos del conde de Tolosa y del de Narbona, los cuales, en el invierno de 1134, acuden a Zaragoza a rendirle homenaje feudal. Esta posición la conserva el rey catalano-aragonés Alfonso II, en quien la antigua política barcelonesa de matrimonios y relaciones familiares, como instrumento de hegemonía pirenaica, da sus frutos maduros: los señores de Montpellier, Beziers, Foix, Narbona, Rosellón, las tierras de Provenza, y, más adentro de los Pirineos, Bigorre, Bearn, etc., le reconocen como supremo señor, hasta el extremo de que por alguien ha sido llamado “emperador del Pirineo” (130)…
La defensa del conde tolosano y de los restantes señores del Mediodía francés por (el hijo de Alfonso II) Pedro II se debe a que éste actúa como supremo señor feudal de aquéllos y sigue la política secular de su familia, de expansión más allá de los Pirineos, amenazada porque, después de siglos, la realeza francesa ha puesto su mirada en el Sur. “La estancia del rey de Aragón en Toulouse, ha dicho Higonnet, en enero de 1213 es, tal vez, el más alto momento de la empresa de dominación barcelonesa en el Mediodía francés”. Unos meses después tendría su término ante las murallas de Muret (139).
A pesar de ese final, queda una repugnancia larga en los escritores catalanes a llamar Francia a esa tierra languedociana:
- “Ajudava al Comte de Tolosa contra los françesos”, dice del mencionado Pedro II la “Crónica” de Ribera de Perpejá (140).
- Cuando cuenta que Felipe III (de Francia) preparaba la guerra contra el aragonés, Desclot insiste todavía en decir que aquél “partióse de Francia y se dirigió a Tolosa” (141).
Queda siempre un fondo de actitud reivindicatoria durante toda la Edad Media. Miret y Sans reunió ya interesantes datos sobre caballeros catalanes que, después de Muret, siguen auxiliando en el Languedoc la resistencia a los invasores (142). La misma actitud se observa en algún capítulo de la “Crónica de Desclot”, haciendo ver que los catalanes y los mismos tolosanos consideraban que el condado pertenecía a los reyes aragoneses (143).
Esa política catalano-aragonesa actualizó el viejo fondo de parentesco étnico y cultural de los pueblos del norte de los Pirineos con la Hispania del Sur. Desde muy antiguo había existido una constante corriente humana y cultural desde la zona catalana hacia el Norte:
- García Bellido ha dado interesantísimos testimonios de la Antigüedad, entre ellos una diáfana referencia de Estrabón, que extienden el nombre de Iberia hasta el Ródano. Algunos otros de esos textos antiguos hablan de iberos junto al citado río (144).
- Basándose en datos toponímicos, Aebischer sospecha la existencia de una emigración catalana hacia el Norte, de la que derivaría el nombre de Perpignan (145).
La colonización, con sus hábitos, sus leyes y es de suponer que con su lengua, de los “hispani”, mozárabes de la zona catalana, en la Septimania, durante los primeros carolingios, es conocida.
Antes de ésta, numerosos factores habían dado lugar a esa “Hispanogallia” de Fredegario que nos hemos ya encontrado y ese concepto geográfico que ya recogimos se nos ofrece lleno de sentido histórico.
Por otra parte, Schulten menciona el caso del llamado “Cosmógrafo de Rávena”, que a la parte entre el Garona y los Pirineos la llama “Spanoguasconia” (146).
Desde comienzos del siglo XI, esa antigua relación se recrudece y son otra vez los catalanes los que la actualizan, iniciando, con medios que cabría llamar muy modernos, su expansión política. Resultado de esta acción desarrollada sistemáticamente durante los siglos XII y XII es esa catalanización del Sur francés, de la que da testimonio el conocido poema del trovador Alberto de Sistero en 1120:
“Monges, digats, segón vostra sciença,
qual valon mais, Catalan o Francés;
et met de sai Guascuenha e Provença,
e Limozin, Albernh e Vianés;
e met de lai, la terra del dos res” (147)
Esos versos nos muestran, sin lugar a dudas, la existencia de un sentimiento catalán al otro lado de la Península. Y en la misma línea es sumamente revelador del mismo estado de espíritu el reiterado llamamiento del trovador Peire Vidal al rey de Aragón para que vigile aquellas tierras y no deje perder la Provenza (148).
Teniendo en cuenta lo dicho no tiene nada de extraño que Dante considerara toda esa tierra al norte de los Pirineos habitación de los hispanos, como se deduce de lo que escribe en su “De vulgari eloquio” (149).
Es, en cambio, interesante señalar que esa extensión catalana al norte de los Pirineos llevaba consigo la extensión del nombre de España hasta esa parte. Así se ve en el texto de Dante y prueba su aceptación por las mismas gentes de la otra vertiente pirenaica el hecho de que el anónimo cantor de la Santa Fe de Agen califique su canción de una “razon espanesca” (150). Rajna, ocupándose de este notable poema, que hoy se tiende a fechar a fines del siglo XI, aduce, con la ya mencionada frase de Dante, el pasaje de la “Chronica Adefonsi Imperatoris”: “facti sunt termini regni Adefonsi regis Legionis a mare magno Occeano, quod est a Patrono Sancti Jacobi, usque ad fluvium Rodani” (151).
Alfaric minimiza la importancia de esta cita, que considera única.
Pero no es, ni mucho menos, la sola que responde a esa concepción histórico-geográfica:
-Aparte de la tradición antigua y de testimonios merovingios; aparte también de otros textos medievales ya citados, queda la referencia que se encuentra en la “Historia Silense”: “Hispanici autem Reges a Rodano Gallorum maximo flumine usque ad mare quod Europam ab Africa separat… gubernaverunt” (152).
-Junto a los testimonios de la Silense y de la Crónica latina de Alfonso VII se halla el tal vez más valioso ejemplo: el que nos ofrece la “Crónica Pinatense”. En ésta –una de las obras historiográficas dirigidas por Pedro IV de Aragón- no se afirma de uno u otro rey español que su reino llegara hasta el Ródano, sino que se viene a dar ese límite a España: “tota Ispania occupata per sarracenos usque ad locum de Arleto (Arlès) provintiae” (153).
-Todavía en la primera mitad del XV, desde Gerona se dirá: “Narbona, donde comienza España”; efectivamente, en el texto litúrgico del “oficio de San Carlomagno”, de la Catedral de Gerona, la “lectio I” recoge la leyenda del viaje del emperador a Santiago y su propósito de conquistar España a los infieles y, puesto en ello, Carlomagno “capta vero civitate Narbona et munita in qua Ispania inchoatur, perveniens ad terram Rossilionis que est principum Cathalonie” (154). Los hechos que en este Oficio se narran son, como es sabido, completamente falsos, pero a nosotros nos interesa la idea geográfica expresada en esas palabras: en Narbona da comienzo España, de la que es una parte Cataluña, que sólo empieza en el Rosellón.
Probablemente, la situación creada por la política catalano-aragonesa, más que el lejano recuerdo visigodo y más también que la episódica amplitud del reino de Alfonso VII, hacen revivir en Castilla ese sentimiento hispánico con que se considera la tierra narbonense.
(Ver, del mismo libro, “El origen medieval del sentimiento hispánico”) http://www.hispanismo.org/showthread.php?t=4046
Respondiendo a él, la “Primera Crónica General”, como ya vimos, renueva los nombres, que usara ya Fredegario, de “España la mayor” y “España la menor”. Claro que, en definitiva, al Rey Sabio lo que le interesa es “España la mayor”; y aun la otra lleva también un nombre, según él, además del de “España la menor”, suficiente por sí para marcar la diferencia: “Demás es en esa Espanna la Galia Gotica que es la provincia de Narbona” (155).
La “Primera Crónica General” nos ofrece en otro lugar una interesante enumeración de partes de España designándolas por sus nuevos nombres en romance: “en Gallizia et en Asturias et en Portugal et en ell Andaluzia et en Aragon et en catalonna et en las otras partidas de Espanna” (156).
Todavía a fines del XV, Diego de Valera trata de los reinos y regiones y provincias que “en la nación de España se contienen”: la Francia gótica que es Lenguadoque, Narbona, Tolosa, Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Portugal (157).
También al terminar la Edad Media, desde ese rincón de Gerona que hemos visto ya aparecer en varias ocasiones con testimonios decisivos, el obispo Juan Margarit (s. XV), al acometer la ejecución del más vasto plan de nuestra Historia, empieza por señalar los lindes de España, siguiendo una vieja tradición, en el Canigó y el Portus Veneris (Port Vendres), cuyo nombre suena desde tan antiguo en ese sentido; pero luego, refiriéndose a la autoridad de Estrabón y de algún concilio tarraconense y analizando la estructura de los montes del Canigó, sostiene que la frontera está en la Fuente de Salsas.
Con razón podía escribir años después Antonio de Nebrija: Entre hispanos y galos, para contener su cupiditas belligerandi, la naturaleza colocó los abismos de los montes Pirineos, “ut utriusque populi se intra fines suos continerent”. Sin embargo, fue tal el dominio sobre la Galia Narbonense antes del tiempo de los romanos, más adelante con éstos y ulteriormente con los godos, que “totus ille tractus Hispaniae annumeratus est” (158).
Mas, a pesar de cuanto llevamos dicho, si se descuentan los naturales fenómenos de ósmosis que en toda frontera se dan, lo cierto es que desde muy temprana fecha se produce y se conserva fuertemente, a pesar de los avatares de la situación política, un firme sentimiento de diferenciación entre uno y otro lado de la cordillera.
Nada es quizá más elocuente que un hecho concreto de la historia política de Cataluña y Aragón: la distribución de sus tierras por Jaime I entre sus dos hijos. En manos de este rey se encuentran Aragón y Cataluña reunidas ya de atrás bajo la misma Corona; pero, además, Valencia, que acaba de ser conquistada por él, cuya unión a las otras dos partes no ha fraguado todavía en viejo hábito y que, según la trtadición eclesiástica, no correspondía a la Tarraconense, sino a la metrópoli de Toledo; aparte de estos tres reinos, otras dos regiones, Mallorca y Rosellón, la primera enfrente y próxima a esa Valencia y, como ella, sin ningún pasado catalano-aragonés (por lo menos en cuanto a unión política), y el segundo, en cambio, con una ya larga relación de dependencia respecto a los condes de Barcelona. Y ante esta situación, lo que hace Jaime I es conservar unidas las tres partes o miembros del tronco hispánico y formar un segundo e inverosímil reino con las dos “adyacencias” (Mallorca y Rosellón), que entrega a su segundo hijo, recortando para éste los “flecos” del tapiz hispánico al que conserva unido en manos de su primer hijo.
Creo que sólo el juego fundamental del concepto de Hispania, que tanta fuerza tuvo, como más adelante veremos, en el pensamiento de Don Jaime, explica esa insostenible división.
Efectivamente, tal hecho sólo dentro de una serie de testimonios coincidentes se puede entender; aunque muchas piezas de esa serie nos son ya conocidas fijémonos en dos ejemplos extremos:
- Entre los hispanos, de procedencia goda o romana, que en la segunda mitad del siglo VIII emigraron al Norte y tomaron parte tan activa en la colonización de las tierras de Septimania, recién liberadas, figuraba el que luego había de ser famoso prelado del grupo carolingio, San Agobardo, arzobispo de Lyon. De él se conserva una nota biográfica que la crítica actual considera como manuscrito auténtico suyo, y en ella, con referencia al año 782, figura esta anotación: “Hoc anno ab Hispaniis in Galliam Narbonensem veni” (159).
- Por otra parte, en el último cuarto del siglo XIII, un interesante personaje, Guillermo de Aragón, médico y filósofo, autor de varias obras y entre ellas de un “Liber de nobilitate animi”, de neta raigambre hispánica en sus tesis, da cuenta de haber estado “in terra Narbonensi et in quodam parte Hyspaniae que dicitur Cathalonia” (160).
En el hilo que va de uno a otro de estos dos cabos que acabamos de señalar se enhebra y cobra su pleno sentido el acto de reparto de Jaime I…
(Del mismo libro y asunto, ver también: “La Hispania carolingia. La Marca Hispánica”)
http://www.hispanismo.org/showthread.php?p=21963
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