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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Un español habla en Italia


    11-II-1937

    Ha llevado hasta Roma, corazón de Europa, Ernesto Giménez Caballero, el horror de una España y el caliente esfuerzo, la sangrante pasión de otra.

    Hace mucho tiempo escribíamos los españoles: “la buena Inglaterra”, “la mala Inglaterra”, y después “la buena y mala Francia”. Ahora, la Civilización, sobrecogida y aliada en la esperanza de Occidente contra el Oriente bárbaro, distingue, en nuestra geografía la buena y la mala España. Lo que nosotros, más exactamente, hemos llamado España y anti-España.

    El horror y la esperanza del mundo venían en los films documentales y en las fotografías que Giménez Caballero ha traído de nuestra tierra para que los italianos pudieran confirmar –esta es la palabra- la verdad, que andaba ya en sus corazones unidos a nuestro éxodo y a nuestra tristeza, a la universalidad de nuestra causa, a nuestra razón, porque en fin, estas fotografías, estos films, esta cálida palabra de Giménez Caballero, no son otra cosa que eso: razones de quienes tenemos razón.

    Ocho conferencias ha pronunciado Giménez en Italia, antes de ésta de Roma, con los teatros abarrotados de un público impaciente, que ha gritado nuestros gritos, que ha aplaudido a nuestros generales, que ha escuchado de pie y con la mano en alto nuestros himnos, que, en fin, ha sentenciado la visión horrible de los crímenes rojos con esta exclamación unánime: “¡A muerte al comunismo, a muerte…!”

    Ha debido de ser muy hermoso para Ernesto Giménez Caballero tomar por sí mismo, de esta manera, el pulso a la generosa hermandad italiana. Porque pocas veces podrá un orador, en misión más sagrada, sentir como él ha sentido la compenetración del público con aquellas palabras que, zumbándoles en el oído, recorrían los espíritus fraternales, estremeciéndoles de afán de justicia y de humanísima, de latina identidad segura.

    Esta vez en Roma estaban reunidos, con un público denso y de climas diferentes, los obreros del “dopolavoro” ferroviario. ¡Cómo ha prendido antes y mejor que en ninguna otra clase el fascismo en el obrero de la ciudad y en el obrero del campo el que desconfiando de los viejos estilos del capitalismo intransigente no quiso confiar tampoco su destino a los engaños de la demagogia marxista! Ellos han podido ver ahora la ruina y el dolor, la miseria y la muerte, cebándose en ese proletariado español, en sus infelices hermanos de España a los que un régimen corporativo pretende hoy salvar del mismo infierno en que ellos, los trabajadores de Italia, estuvieron a punto de caer de no haberse abrazado a la salvación de las camisas negras. Porque ese ha sido el mayor crimen comunista: el engaño de su propaganda. Hubiera ido contra la aristocracia y contra el régimen capitalista y hubiera sido un movimiento cuya ideología y efectos habría afectado a una aristocracia y a un capitalismo que sin revolución, por evolución estaba ya evolucionando en consecuencia lógica de su papel histórico. Pero el crimen ha sido ese que los obreros de Italia conocen bien y que no olvidarán nunca los obreros españoles; el crimen ha sido el engaño sangriento a las mismas clases proletarias, donde su predicación infame podía prender más fácilmente.

    Giménez Caballero, recogiendo el entusiasmo de Italia por nuestra revolución nacional, ha traído otra cosa a Italia a cambio del calor cordial que se lleva: ha traído hasta el pueblo fascista la visión horrible de lo que ellos hubieran pasado sin la intervención decisiva de Mussolini. Y ha traído la visión de lo que España sufre, en su enorme calvario, por la redención de la cultura, de la civilización, de la independencia del hombre frente a la amenaza de la tiranía bárbara de los enemigos de Europa y del espíritu.

    César GONZÁLEZ RUANO.
    Última edición por ALACRAN; 04/01/2021 a las 19:37
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  2. #2
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    El cofre del Cid y el valor de nuestros billetes


    13 febrero 1937

    Esto de que los billetes estampillados, las pesetas de Franco, que en rigor no tienen garantía de oro, se coticen en el extranjero a precio más alto que las del llamado Gobierno de Valencia, teóricamente respaldadas por las reservas del Banco de España, desconcierta a la gente que no ha acabado de enterarse de que la vida económica, como toda la vida, no se rige por motivos puramente racionales; ni por consiguiente, por normas matemáticas. Verdad es que el oro que garantizaba los billetes de la banda de granujas que capitanea Indalecio Prieto, sabe Dios dónde se encuentra ya, y, por tanto, es ilusorio pensar en él para valorar dichos billetes. Pero es que aunque estuviera en una caja de hierro y de cristal, a la vista del público, bien custodiada en Valencia misma, sería igual. Los billetes de Franco valdrían siempre lo que Franco dijera. Por la sencilla razón de que merece crédito. Por la misma que un día lejano el Cid entregó un cofre cerrado y lleno de arena en garantía de un préstamo de oro, diciendo que el contenido del cofre consistía en oro también, y como tal le fue aceptado. Y eso que eran judíos los prestamistas. Como lo son quienes cotizan nuestra peseta más alta que la roja. Lo que tomaban por oro no era el cofre cerrado, sino la palabra del guerrero. Y no les fue mal en su cálculo, porque oro resultó andando el tiempo, y no salieron defraudados.

    Pero es que detrás de Franco hay, cuando se le compara con la banda de Valencia, riquezas inmensas, incalculables, suficientes a constituir reservas de oro que garanticen totalmente nuestros billetes de Banco, apenas la normalidad se restablezca. Hay orden, precisamente cuando desaparece en Francia, cuya vida económica comienza a sufrir ahora las perturbaciones sistemáticas que el judeo-comunismo introduce en todos los países que aspira a esclavizar. Hay trabajo sin sobresaltos. Hay seguridad en la propiedad, y, por tanto, aumento de valor de la misma. En un momento en que el mundo entero –con la excepción de Italia y Alemania- envenenado por las teorías judeo-democráticas, vive en agitación permanente, y, por tanto, el ahorro no sabe dónde situarse, la España de Franco va a ofrecer un refugio cierto, en país que está por utillar y que tiene enormes recursos en materias primas y en fuerza motriz inexplotada. […]

    La República estaba literalmente desacreditada. Es lo contrario de lo que sucede al Estado de Franco. Aún no está consolidado sino en parte, y ya la cotización de su moneda en el exterior muestra que se especula sobre su crédito innegable. Es un fenómeno sumamente interesante para calcular con exactitud cuál es la verdadera opinión del mundo respecto del resultado final de la lucha en que andamos metidos los españoles. Para influir sobre esta opinión, todo el oro robado al Banco de España es insuficiente. Pasa lo contrario: que para disponer de cierta parte de la Prensa internacional, cuya cooperación o cuyo silencio se compran relativamente por poco dinero. Los mismos folicularios que andan limpiando las botas a los delegados del Frente Popular español, si tuvieran que optar entre el papel moneda de Valencia y el de Burgos, no hay duda de cuál preferirían. Y contra eso sí que no valen corrupciones ni propagandas. La certeza de que tras el billete rojo no hay sino desorden, anarquía, desmoralización, inseguridad, paralización del trabajo productivo, es cosa que se filtra y se transparenta a despecho de todas las confabulaciones. El mundo entero la conoce, y los que no la conocen la presienten. En vano se procura, a fuerza de dar mordiscos al dinero robado, ocultarla. En vano la masonería opera sobre los periódicos y los parlamentarios para que aparenten ignorar la verdad terrible, o simular que todo es aquí, en la Península, poco más o menos idéntico en ambos bandos. En ese terreno de la verdad, que es la cotización de los respectivos signos de crédito, no hay modo de mantener la confusión. Otro fracaso de la interpretación materialista de la vida y de la historia.

    Y así ha sido y será siempre. Llega el Cid, hombre valeroso y caballeresco, a ofrecer un cofre cerrado, asegurando que está lleno de oro y pidiendo un préstamo sobre él, y hasta los judíos se lo aceptan como bueno sin abrirlo. Llegaría una tropa de bergantes, como la de Valencia, con su oro auténtico, y mientras no se hubiera contrastado como de ley, no se le tomaría. Quedando siempre la duda de la legitimidad con que hubiera dispuesto de él. En un artículo reciente se lamentaba Indalecio Prieto de eso precisamente: de que ciertas naciones europeas no quisieran vender al Gobierno de Valencia las cosas que le son necesarias, a pesar de ir con el dinero por delante. Era una sorpresa semejante a la del apache que penetra en un lugar habitualmente bien frecuentado y se extraña de que no le quieran servir, no obstante hacer previo alarde de llevar repletos los bolsillos. Y es que ni siquiera el oro tiene, sino teóricamente, un valor absoluto. Hay que malbaratarlo cuando en las manos de quien sale a venderlo, quedan, todavía sin lavar, las huellas de la sangre del legítimo dueño…

    Juan PUJOL

    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Franco en los altares


    13 febrero 1937

    No diré dónde para no herir la sensibilidad de los autores de esta beatificación; pero yo he visto días pasados en un pueblecito castellano próximo a la raya de rojos, cómo en un apoteosis de cruces y de banderas, de niños escolares y de todo un vecindario endomingado, avanzaba el alcalde por la nave central de la iglesia, llevando la imagen de Jesús que, al terminar la Misa iba a ser escoltado de otros dos concejales, portador uno de una pintura de la Virgen y el otro de un retrato del Generalísimo que, seguidamente, fue instalado en el Altar Mayor, del lado de la Epístola.

    ¡No andaban descaminados, no, los munícipes sencillos y españolísimos que tal homenaje idearon! El pueblo ha comprendido el valor mesiánico del Ejército, personificado en Franco, y ha comprendido, sobre todo, el valor espiritual de esta contienda con los enemigos del Espíritu. En su libro reciente Por qué vencerá Franco, nos lo dice, con su estilo claro y penetrante –el buen estilo francés-, Pierre Hericourt: “En cinco años, nuestros vecinos habían descendido cada vez más rápido, la pendiente resbaladiza que comienza con el pecado contra el espíritu, contra los principios seculares del Gobierno de los pueblos y que conduce inevitablemente a la anarquía, a la ruina, a la muerte”. Y este es el modo de pensar de los mil quinientos intelectuales de la dulce Francia, que ya firmaron en octubre de 1935 su célebre manifiesto en favor de la defensa de Occidente cuando, con pretexto de la campaña de Abisinia, se pretendió “lanzar a los pueblos europeos contra Roma”. No prevaleció, afortunadamente, entonces, la maniobra de la Masonería continental, ni ha prevalecido ahora a costa nuestra, en una Europa que cada día que pasa afirma más sus fueros sobre su enemigo entronizado en Ginebra y que nos deberá siempre la sangre que vertimos, de nuevo, en la defensa de un ideal común.

    Pero lo que no se puede hacer a estas alturas es ignorar de qué lado de los bandos en lucha está la Justicia; lo que no se puede tolerar es que en nombre de una democracia, que ya está desahuciada del Continente, se trate de equiparar la cultura con la barbarie y de conceder iguales derechos que a la tradición civilizadora de mundos, a la improvisación salvaje de una horda que no tiene otra bandera que la de conquista de las delicias de la materia para unos cuantos elegidos, individuos o pueblos. En una palabra: que es absurdo el que ante el planteamiento del gravísimo problema español, se preste oídos a los apóstoles falaces de cosas tan falsas e imposibles como son el orden democrático y la coherencia y la estabilidad parlamentaria, a que alude Maurrás en su prólogo a la obra de Hericourt, y que califica de “puras cuadraturas del círculo”. Por eso el ilustre pensador de la Enquete sur la Monarchie, hoy encarcelado, como lo está la verdadera Francia, protesta una vez más, contra la obsesión igualitaria que, tras de haber desatado la revolución en el mundo pretende ahora en el caso de España enturbiar las aguas para que los culpables escapen a la sanción definitiva que merecen. Hay que tomar partido entre el bien y el mal, escribe: hay que desear que el bien triunfe y que el mal muerda el polvo, y continúa haciendo votos por la grandeza de nuestra Patria, porque ésta se reconstruya para bien de la cultura de Occidente con arreglo a su cara fórmula de autoridad y libertades, para que pronto pueda establecer sobre su territorio inviolable “esa magistratura de la Unidad que es la Monarquía”, exorcista de la Discordia y arquitecto que en la ejecución de la obra orgánica sabe aunar la precaución con el arte…

    Todo esto lo ha comprendido España, la España que nace de sus propias cenizas. Y todavía, con ese sabor amargo en la boca de que nos habla el Evangelio, con un sentimiento que es mezcla del espanto de lo pasado y de la alegría de lo venidero y a un tiempo humillación por el error sufrido y vanidad candorosa por el reencuentro de la verdad nacional, contempla con emoción a su salvador, le aclama y le lleva a los altares.

    EL MARQUÉS DE QUINTANAR

    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil



    Bajo el signo de la emoción


    14-2-1937


    Lo leíamos complacidos e interesados; pero siempre nos quedaba la sospecha de que fuese una lisonja o una especie de arrebato intelectual. Venía a decir el conde de Keyserling: “Cuando todos los recursos y soluciones de la civilización occidental hayan fracasado, España pondrá su acento propio, que surge de la emoción. El poder emocional de España puede salvar al mundo en un momento crítico…” Ahora comprendemos que el pensador bálticogermano no hablaba ligeramente. Porque su presagio está comprobándose en este instante mismo y en las circunstancias más tremendas que puede ofrecer la realidad histórica. En el plano supremo que los matadores de toros llaman “la hora de la verdad”. Frente a la muerte y sobre la tierra humeante de sangre.

    Es cierto, sólo un pueblo que conserva viva la virtud emocional puede arriesgarse a las últimas pruebas, a la última jugada, sabiendo que se expone a perderlo todo si le vuelve la espalda al azar. Pero a estas jugadas decisivas en que se arriesga todo tenía España habituado al mundo. Cuando Napoleón sólo encontraba enfrente torpes dinastías y ejércitos pesados, que eran destruidos totalmente en un par de batallas, España enseñó a Europa una nueva táctica: la táctica de la desesperación que pone frente al coloso un pueblo entero en armas y que lo conduce a la victoria únicamente porque le inspira una profunda emoción. Antes, en las guerras contra el poderío turco, España pudo tener un interés político, cifrado en la defensa de sus costas mediterráneas; pero más que cualquier interés político, por razonable y necesario que fuera, le inspiraba en aquel trance la emoción de la hazaña, el tono de cruzada de la empresa y el sentirse escogida por la providencia para paladín de la Fe y protectora de la civilización europea.

    Esta inspirada emoción es la que mueve a Isabel de Castilla a recomendar la política africana; es la que hace convertir al cardenal Cisneros en un hombre de guerra que asalta y reduce las plazas argelinas; es la misma emoción que lleva a Carlos V a emprender las peligrosas y triunfales acciones de Túnez y Argel; es la emoción con que Felipe II arma su poderosa flota para combatir en Lepanto, donde no se gana ninguna provincia, ninguna riqueza, y, sin embargo la victoria conmueve a los españoles más que otra alguna, porque, efectivamente, el instinto emocional de la raza comprende que en semejante hazaña se resolvía y reflejaba lo más profundo de su destino.

    Ahora también se necesitaba en Europa una nación arriesgada. Los dos tipos de civilización, la tradicional y la marxista, habían llegado al punto difícil en que un problema se convierte en un duelo decisivo. ¿Pero quién entre las naciones asumiría la terrible decisión? Todas ellas son esclavas del cálculo; pesan demasiado el pro y el contra; temen perder los gajes de su civilización utilitaria y materialista, y retrasan el momento de obrar, pactan con el adversario, ceden, conceden, aceptan las humillantes componendas. Es porque su inteligencia ha ahogado su emoción. Y entonces surge imprevistamente España con su representativa virtud emocional y se lanza a una guerra de vida a muerte, en la que no sólo va a decidirse su suerte propia sino la de la civilización europea.

    (…)

    Hay la frase que dice: “Cosas de España”, y con esa frase, entre asombrosa y desdeñosa, se quiere, en efecto, expresar que España en muchas ocasiones obra de un modo desconcertante, fuera de lo común y esperado, y con algo de lo que el espíritu filisteo podría llamar extravagancia. Pero eso sólo puede avergonzar a los pedantuelos o pacatos. Nosotros debemos defender semejante cualidad, por lo que tiene de distinta y honrosa, y porque gracias a ella España no es en la Historia del mundo un pueblo como otros tantos.

    Hacen las cosas de una manera inusitada, de una manera que está en pugna con el sentido bajamente práctico y lógico de la razón utilitaria: he aquí la distinción de España. Cuando la invasión sarracena cubrió la península, un inmediato interés práctico aconsejaba tal vez que España admitiese lo que la fatalidad imponía; la civilización y la cultura árabes eran, con mucho, superiores al nivel de vida de la aún semi-bárbara Europa: sólo ventajas podrían recibir los españoles. Pero sin hacer cuenta de las ventajas prácticas que perdían ni de los tremendos sacrificios que arrostraban, los españoles se aventuraron a una lucha de siglos que había de salvar la integridad racial y cristiana del occidente de Europa. Así también cuando Napoleón puso en Madrid un rey de su propia sangre, las ventajas que la nueva dinastía poderosa ofrecía eran muchas; otra nación más calculadora se hubiese resignado ante ese azar histórico. España no podía resignarse; España salió desde el primer momento atropellándolo todo, dispuesta a conducir los acontecimientos hasta las últimas y más trágicas consecuencias. Que es lo mismo que ha hecho en esta ocasión de ahora. ¡Ojalá conserve siempre la virtud original de obrar bajo el signo de la emoción y de (llamémosla así) la lógica del heroísmo!

    CAPITÁN NEMO


    Última edición por ALACRAN; 14/01/2021 a las 19:52
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    El espíritu tras las rejas


    16-II-1937

    Mientras el judaísmo y la masonería francesa siguen enviando a España toneladas de material de guerra y millares de voluntarios, Charles Maurras, castigado por haber salvado a la juventud de su país de los horrores de una nueva contienda, incubada y alentada bajo la ley del Talmud, ha cumplido su centésimo día de cárcel. Y han coincidido en esta fecha del 6 de febrero esta realidad humillante no sólo para Francia, sino para toda la cultura de Occidente, de que Maurras es uno de los más brillantes luminares, y el recuerdo de aquel otro 6 de febrero, en que un Daladier, desde la Presidencia del Consejo; un Frot, desde el ministerio del Interior, y un Bonnefoy-Sibour, desde la butaca todavía caliente del prefecto Chiappe, atacaron en la plaza de la Concordia, de París, a la multitud indefensa, que se manifestaba contra la inmoralidad del régimen, privando de la vida a veintidós patriotas y dejando heridos a más de mil.

    Sin duda para que la Francia “real” no pueda olvidar este sangriento agravio de la Francia “legal”, avivadora incansable del fuego de la revolución española, aprovechando esta fecha doblemente dolorosa, se ha hecho comendador de la Legión de Honor a Bonnefoy-Sibour, -os acordáis de nuestro Collar de la República?-, demostrando, una vez más, que es empresa vana el pretender conjugar “igualdad” y “jerarquía”, “revolución” y “orden”. Bonaparte creó, en efecto, esas categorías honoríficas, como creó también una nobleza, partiendo del postulado igualitario de 1789, pero sin tener en cuenta que nada de lo que se hace sin el concurso del tiempo resiste a su acción demoledora. La revolución que él llevó al espíritu de las leyes, pese a su Corona imperial y a sus méritos indiscutibles de soldado, tomó su revancha y hoy todavía está dando sus frutos amargos, sobre el suelo que pretendió emancipar de aquella Casa de Francia, que no había cometido otro delito que el de engendrar y bautizar una gran nación.

    Hoy son todavía los herederos de los jacobinos quienes se valen de la Legión de Honor, creada por el oficial de Artillería del 13 Vendimiario, para premiar a quienes desde los puestos de mando de la Tercera República saben acallar en las vías de París las voces de los verdaderos franceses. ¿Sería esto lo que soñaba Carlomagno, “el augusto predecesor” de Napoleón I? ¿Valdría la pena remontarse tanto en la Historia, rebuscando tan viejos materiales para construir un edificio tan poco consistente?

    Y sin embargo se mantiene en pie. Y Charles Maurras, el venerable campeón de la filosofía monárquica de su país, sigue entre rejas, privado de su libertad personal, mutilado en los derechos de su persona, que no son afortunadamente para él los derechos del hombre. Cometió el delito imperdonable de alzarse contra la Sociedad de Naciones, de romper, una tras otra, cien lanzas contra la turba de los Litvinoff y de los Madariaga, de los Eden y de los Titulesco; de amenazar de muerte a los ciento cuarenta parlamentarios judíos y masones que desde el Palacio Borbón querían imponer a su país la guerra contra Italia, y ahí está, ante el asombro de la Europa culta, ungiendo de armonía y de serenidad su celda de la Santé. Los intereses creados por la Revolución, la preponderancia de las sectas, como consecuencia de una debilitación del verdadero sentido religioso, la traición de los intelectuales, la vanidad de ciertos personajes que no quisieron comprender que si la Monarquía les hacía imposible el acceso al mando de la nación, la democracia, el Consulado o el Imperio electivo les tornaba al caos anárquico, del que no se puede salir sin el concurso de una espada, para volver de nuevo a empezar, fueron las causas de que el mal se propagase y se mantuviese, con las consecuencias que hoy estamos tocando, como vecinos, los españoles, y que ellos, franceses, tocan o tocarán, con más crudeza cada día, como protagonistas del error. (…)

    Disputa admirable de las ideas, mientras las fieras ladran a la puerta de la casa, amenazando con su asalto. Fuerza indiscutible del Espíritu, que continúa su alta empresa luminosa, sin que nada ni nadie le haga abdicar su auténtica soberanía. En España ya no está en prisiones, y España desea, para bien del Continente, que en Francia sacuda pronto las ligaduras oprobiosas con que pretenden dañarle, personificado en el maestro de maestros, Charles Maurras.

    EL MARQUES DE QUINTANAR



    Última edición por ALACRAN; 24/01/2021 a las 19:42
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    16-Febrero-1937


    HA LLEGADO UN FUGITIVO

    La Prensa roja de Madrid

    Cuando se tome Madrid habrá que procurarse a toda prisa una colección completa de cada uno de los periódicos que allí se han publicado durante el terror. Yo dudo mucho que nadie pueda dar la impresión de lo que en Madrid ha ocurrido, mejor que la Prensa escarlata. He aquí una Prensa que no se ha recatado, que no ha sentido –frente al crimen- el menor pudor…

    Podrán reproducirse entonces titulares a toda página como el que sigue: “Es necesario, es urgente, el exterminio de los que no hayan estado con nosotros”. Creo recordar que fue “Mundo Obrero” el diario que ofreció esta invitación al asesinato de más de medio millón de madrileños.

    En los primeros días de la revolución, “El Liberal” publicaba una nota que decía así: “Tomado el cuartel del Pacífico, dos oficiales del Ejército huyeron a sus casas, perseguidos por la muchedumbre. Esta pudo comprobar en seguida que los dos militares, enloquecidos, habían matado a sus mujeres e hijos –algunos de corta edad- al llegar a sus domicilios, suicidándose después”. ¡Los dos habían enloquecido al mismo tiempo y a los dos se les había ocurrido la misma locura! Probablemente no se puede decir con más claridad hasta qué punto de salvajismo llegaron las hordas rojas en aquellos momentos: dos familias enteras, sencillamente, fueron pasadas a cuchillo.

    También los primeros “paseos” eran registrados en la Prensa. Algunos “paseos”; los de aquellas personas cuya desaparición, por ser muy conocidas, podían causar el regocijo de las turbas. Un ejemplo: “Falleció ayer, víctima de rapidísima enfermedad, el general Ochoa”. Era la época en que fallecían, víctimas de la misma “enfermedad rapidísima”, más de quinientas personas al día.

    “El Liberal” ha publicado durante mucho tiempo, una sección que titulaba “Instantáneas”. En esta sección se hacía la semblanza de cuatro o cinco personas cada día. Después del nombre de cada una de ellas había calificaciones de “fascista” o de “jesuítico” o de “monárquico”, etc., etc., cargadas de tintas sombrías. “El Liberal”, de esta forma, se daba el gusto de condenar a muerte, diariamente, a cuatro o cinco ciudadanos honrados.

    Los comentarios al fusilamiento de Salazar Alonso –asesinado en realidad- llegaron en el diario “Política” a un grado de salvajismo asombroso. Todavía caliente el cuerpo de aquel hombre se lanzaron sobre él las mayores injurias, en un artículo ilustrado con una caricatura que firmaba Antequera Aizpiri. Se ofrecía en dicho dibujo un Salazar Alonso de línea equívoca, todo rizado y vestido de barbero. En Madrid no era posible “vivir” en paz ni llegando a cadáver.

    Todos los días se han publicado notas de excitación al crimen; unas veces “había” que arrasar, con todos sus habitantes, el barrio de Salamanca; otras “había” que exterminar a los presos, cuya vida “repugnante” se prolongaba a costa del Tesoro de la República, de una manera estúpida, y casi siempre “había” que asaltar las Embajadas…

    El compañerismo no servía para nada. La Prensa roja perseguía con ferocidad especial a los periodistas llamados de derecha. Los denunciaba y daba su pista para que fueran cazados como conejos. No me cabe la menor duda que en aquellas diez noches de San Bartolomé –del 20 al 30 de septiembre- que se dedicaron de manera especial a los hombres de pluma que aun vivían en Madrid, fueron nuestros “queridos compañeros” escarlatas los que dirigieron el ojeo.

    No es posible llevar más ferocidad, más salvajismo a una linotipia. Uno puede explicarse la barbarie de las masas. Hasta esa barbarie se explica uno. Lo inexplicable, lo monstruoso, lo apocalíptico, es que hombres de letras –más o menos- hayan llegado a deleitarse en la delación y en el crimen, como si fuera ésta la única misión que en esa tragedia de Madrid les está encomendada.

    Yo sé que en estos momentos son varios los libros que se escriben sobre el Terror en Madrid por gentes perseguidas que han logrado salvarse o que se salvarán seguramente. Pero el Terror en Madrid, todo el espanto de sus crímenes innumerables, de sus saqueos, de sus violaciones, de sus incendios, está ya registrado en la Prensa roja de una manera clara, a veces, y a veces con inocentes eufemismos.

    Con recortes de la Prensa de Madrid, con testimonios de sus redactores, ofrecidos a golpe de linotipia, se hará “el libro rojo” que podrá ofrecer al mundo una barbarie, una bestialidad, que el mundo ignoraba seguramente. Se verá entonces cómo aquellos periódicos ensalzaban y estimulaban la labor de las brigadas de investigación –el asesinato motorizado- que se llamaban “del amanecer”, “de los crepúsculos”, “de los linces”, etc, etc.; cómo daban cuenta de sus hazañas y cómo se regocijaban de ellas. En la Prensa madrileña está reflejado y demostrado todo el salvajismo de un Madrid, que empezó jugando a la toma de la Bastilla en el cuartel de la Montaña, para convertirse a fuerza de veneno –de veneno destilado por los periódicos- en un pueblo ahogado en sangre y en ferocidad.

    EL FUGITIVO




    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    No es extraño


    16-2-1937

    Hay quienes se extrañan de que en Francia hasta grandes rotativos católicos se solidaricen con los rusos, en esto de atacar a la España auténtica, que tan bizarramente se ha levantado contra la invasión comunista de Oriente. Nosotros no nos explicamos esta extrañeza. ¡Es tan antigua esta historia! Tan antigua que ni siquiera se detiene en los dos siglos de nuestro gran Imperio, en los que España fue el baluarte de la Contrarreforma, y durante los cuales los reyes “cristianísimos” de Francia siempre buscaban o en los turcos o luego en los protestantes apoyo para combatirnos. Ni siquiera se detiene ahí la historia lamentable de esos rencores y mala voluntad francesa para nosotros. Ni ahí, ni en los días áureos del sacro Emperador de la barba florida, que sacrificó a su Roldán, en la loca empresa de sustituir a España en la vanguardia de la Cristiandad. Pasa mucho más allá la aparición de este fenómeno. Alboreaba el augusto destino español, y ya el católico Gontrán, todavía sicambro en la gestación de Francia, envía, con Boson, a sus francos para ayudar a los arrianos a que ahoguen, en su cuna, el naciente baluarte de los destinos católicos de la civilización cristiana.

    De tan largo viene ese “amor”, que no se detiene en escrúpulos dogmáticos, para manifestarse ardiente, ni aún en la época en que al frente de los destinos de Francia estaban capelos cardenalicios, siempre dispuestos a apoyarse en los protestantes para combatir a España, católica e inquebrantable. (…)

    Acaso pueda alegarse que si esos rotativos católicos se pronuncian tan abiertamente contra la verdadera España, son, en cambio, numerosos los grandes diarios que en París censuran duramente al Gobierno del Frente Popular (francés) por el apoyo que presta a los rojos españoles, denunciándolos con valentía. Esto es verdad, lo reconocemos.

    Pero no se advierte que en todas esas campañas no hay una sola manifestación de simpatía, de pronunciamiento, como en la Prensa alemana, en la italiana, y sobre todo en la portuguesa a favor de la verdadera España. Nada de eso. Se trata sólo de campañas políticas de oposición al Gobierno francés del Frente Popular (…) por el peligro que al país pueda ocasionar ese apoyo a los rojos españoles (…)

    Y es lo singular que esa actitud no ha sido jamás correspondida por España. Aun en los días en que con más ardor –y con más eficacia- se manifestaban esos “amores” de Francia para con nosotros. España daba princesas a la Casa Real de Francia, preparando así el advenimiento de su dinastía al Trono español. Y los intelectuales de España comenzaban ya entonces a hacer coro a la “leyenda negra” –allí forjada-, mucho antes que comenzara el declive de nuestro poderío en el Mundo. (…)

    J. LÓPEZ PRUDENCIO

    Última edición por ALACRAN; 01/02/2021 a las 18:54
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    II

    El famoso “paseo”

    17-II-1937

    El “paseo” fue estrenado por los asesinos de Calvo Sotelo. El horror que causó aquella muerte llegó a términos indescriptibles en los últimos días de julio. No era el “paseo” un hecho aislado y audaz, especialmente preparado para volatilizar al ilustre político, sino todo un sistema de exterminio perfectamente combinado en los laboratorios marxistas. El mismo 19 de julio comenzaron los “paseos” al por mayor. Los habitantes de Madrid que el Frente Popular consideraba como enemigos, iban traspasando el velo del misterio, ejecutados como reses, con una bala en la nuca, al ritmo de 300, de 400, de 500 “paseos” diarios. Bastaba la más ligera sospecha, la denuncia más estúpida para que un ciudadano fuese sacrificado. Bastaba, por ejemplo, ser gordo o tener en casa unos prismáticos, o pagar una cédula de clase elevada, o haberse bebido alguna vez un whisky en el bar Chicote… Bastaba, sencillamente, haber discutido alguna vez con el portero. Los porteros, que pertenecían en su mayoría a la U. G. T., eran casi siempre inexorables.

    A los quince o veinte días de revolución, ya todos los que esperábamos la aplicación del “paseo” para un plazo más o menos largo –¡todo consistía en que se acordasen de uno!- nos habíamos familiarizado con él. Casi estoy por afirmar solemnemente que la perspectiva no nos espantaba. Nos habíamos resignado. Teníamos una especie de segunda naturaleza –la del condenado a muerte- y llegábamos a pensar que el procedimiento tenía ciertas ventajas: la de la rapidez, por ejemplo. Yo he hablado con muchas personas en aquellos días, que preferían el “paseo” a la cárcel. Por mi parte, la duda me ofendía.

    Delante de una casa cualquiera se detenía un coche con milicianos. Los milicianos subían a un piso y preguntaban por el que vivía allí. El que vivía allí se presentaba:

    -¿Qué desean ustedes?

    -Venimos a hacerte un registro.

    -Ustedes no son policías. Llamaré a la Dirección de Seguridad.

    Imposible llegar al teléfono. Un pistolón se lo impedía. El registro consistía en apoderarse de una sábana, a la que los milicianos iban lanzando la plata y todo lo que de valor, fácilmente transportable, encontraran en la casa. El dinero que pudiera existir allí y las alhajas, iban directamente a los bolsillos de los representantes de la justicia roja. Realizada la “razzia” se investigaba un poco sobre los papeles y libros de aquel señor. Una carta recibida desde Alemania o Italia era un testimonio fatal. La factura de un hotel de Estoril movilizaba esta frase:

    -Eres un carca asqueroso. Pero ya lo sabíamos.

    Si aquel caballero tenía, por ejemplo, la colección de “Episodios nacionales”, de Galdós, con la cubierta bicolor de las ediciones viejas, que era un caso que se repetía con frecuencia, naturalmente, aquel caballero “tenía emblemas monárquicos”…

    Todo esto solía ocurrir a la una o dos de la madrugada. A las dos y media de la madrugada los milicianos decidían restaurarse en el comedor. Comían lo mejor de lo que encontraban y abrían unas cuantas botellas. El resto de la bodega pasaba a la sábana.

    Poco después el jefe de la banda se echaba a la espalda la sábana, bien anudada y ordenaba:

    -Vosotros bajad el “ganao”.

    El “ganao” era aquel señor y su mujer, a veces, y el hijo o hijos de aire “fascista” que hubiera en la casa. El lote aparecía a la mañana siguiente con los brazos en cruz, tendido en la Casa de Campo o en Chamartín –explanada del campo del Madrid F. C.- o en Vallecas o en cualquier desmonte de los alrededores de la ciudad. Allí estaba el lote entero, con los ojos todavía abiertos y las cabezas destrozadas, entre latas viejas de conservas e inmundicias.

    Luego se organizaba la romería de gentes, mujeres de manera especial, que iban a contemplar los cadáveres, a profanarlos con insultos y puntapiés, avisadas por los lecheros o panaderos del barrio, que les habían anunciado muy de mañana:

    -Hoy ha venido fresco. Uno parece cura. ¡Chica, cómo se alimentaban estos tíos…!

    Y el mismo día de la madrugada de su crimen, por la tarde, volvían los milicianos a la casa con un camión y se llevaban las ropas, los muebles, los cuadros, los espejos, la batería de cocina… Dos o tres horas bastaban para que la casa quedara desnuda, sin más señal de hogar que las escarpias, que parecían cerrar el puño, escuadrado el brazo, desde las paredes vacías.

    Si el registro terminaba con éxito para el perseguido, y las milicias de la U. G. T. decidían que aquel señor era un infeliz, el infeliz sabía que al día siguiente o al otro recibiría la visita de los de la F. A. I. o de los de la C. N. T., que opinarían de muy distinta manera. Era fatal. La opinión optimista de los de la F. A. I. o de los de la C. N. T. tampoco era una garantía para los de la U. G. T. Un día u otro el señor aparecía en los desmontes con plomo en el cráneo…

    Así se han asesinado en Madrid más de 40.000 personas. Ahí están, en los periódicos rojos, las notas publicadas por el Gobierno, exigiendo que los registros y las detenciones fueran realizadas exclusivamente por la Dirección General de Seguridad y ordenando a los ciudadanos que llamaran inmediatamente a los teléfonos tales o cuales, en el caso en que se presentaran en su domicilio las milicias. Ahí están esas notas para comprobar la matanza. Y sin embargo, todo era inútil. Las milicias seguían realizando sus crímenes -¡y siguen!- inexorablemente. El perseguido no podía llegar al teléfono, y si llegaba, era abatido allí mismo como castigo.

    No había más solución que el nomadismo. Se dormía una noche en casa de un pariente, otra en casa de un amigo, otra en una pensión… Se aprendía acrobacia para saltar por los tejados y descender por las bajadas de agua… Durante el día se tomaban tranvías para trasladarse constantemente de un lado a otro. Esta resistencia a la persecución, sin embargo, podía realizarse durante quince días o un mes o dos meses con cierto éxito. Pero la pieza acababa por caer casi siempre. ¡Como un conejo!

    EL FUGITIVO


    Última edición por ALACRAN; 01/02/2021 a las 19:05
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    La Galería de los monstruos


    La serpiente con faldas

    17-II-1937

    Me figuro que algunos lectores consideran como de una delicadeza discutible esto de analizar en público, con franqueza y sin excesiva indulgencia, ciertos caracteres de personajes que por lo que se refiere a nuestra zona, están imposibilitados de defenderse. Pero lo probable es que quienes piensen así y crean que estamos viviendo en tiempos adecuados para resucitar el ceremonial de Corte, ni hayan perdido su patrimonio ni hayan visto vertida la sangre de sus hijos en esta lucha que sostenemos los españoles. No tendrían en este caso tales escrúpulos caballerescos. Y por lo que me concierne, no estará de más recordar que he hecho esto mismo en periodos menos cómodos: en plenas Cortes Constituyentes, cuando tonsurar al desdichado Ventura Gassols costó la cárcel y el destierro a unos mozos traviesos que, por cierto, ahora están batiéndose bravamente en nuestros frentes, dije públicamente al sujeto aquél que yo me hacía solidario de la broma y estaba presto a sostenérselo allí donde le pareciese conveniente. Tampoco rehuí en pleno Parlamento, la acusación de estar confabulado con los criminales de Asturias a Martínez Barrio, monstruo hispalense del que habremos de tratar algún día. Y hoy no se va a hablar aquí de ninguna doncella o viuda desamparada, de una mujer cuya vida privada se saque a luz, sino de un ser venenoso que ni siquiera es de nuestra raza; de un engendro cuyo sexo importa poco en relación con la magnitud del mal que nos ha hecho y de la multiplicidad de sus actividades dañinas. En la vida pública no hay más que hombres públicos, cualquiera que sea su sexo. Y doña Margarita Nelken, diputado, agitador comunista, agente a sueldo de Moscú, es un hombre público. Pocos habrán ejercido en estos últimos tiempos influencia más nefasta. En la galería de monstruos de nuestra historia contemporánea, tiene un puesto señalado por propio derecho.

    *
    Pues doña Margarita Nelken -esa virgen loca del comunismo- me ha hecho el honor de ocuparse de mi persona en una de sus peroratas radiadas desde el frente rojo. Mejor dicho, ha hecho alusión a mi memoria para injuriarla, dando por cierto que sus amigos me habían asesinado y que mis pobres huesos de cristiano viejo estaban ya pudriendo tierra. Siento tener que desmentirla aunque se trate, digámoslo así, de una dama: no he muerto aún, por lo menos hasta la hora de escribir estas líneas. Y espero vivir lo suficiente para verla emigrar llevándose lo que pueda de esta tierra de promisión, o caída en poder de nuestras tropas, encerrada en una jaula y exhibida entre las alimañas exóticas de la colección de fieras del Retiro.

    Antes de que la guerra empezara, hace años, esta inmigrante judía me inspiraba profunda repulsión. Mientras algún amigo, que pensaba lo mismo que yo la saludaba finalmente en los pasillos del Congreso, yo le volvía la espalda por una especie de repugnancia física.

    -No hay que ser así- me decían.

    -¿Qué quieres que haga? Soy delicado de olfato.

    -Pero no se puede vivir en esa forma agresiva. Esta individua es una intrigante. Tiene además la indiscutible superioridad de su condición femenina que le permite insultar sin réplica posible. Un día te va a decir alguna atrocidad, ¿y cómo vas a contestarla?

    En efecto, consciente de hallarse en un país de caballeros, la infame usaba y abusaba de su capacidad de injuriar, para lo que tenía la facundia de una habitual del Puerto Viejo de Marsella. Uno de los más grandes españoles de nuestro tiempo –el general Sanjurjo- palidecía silenciosamente de cólera al recuerdo de esta inmunda aventurera. Y así, hasta las gentes a quienes parecía despreciable, no por sus devaneos pecaminosos, de los que ha dejado huella en varios Juzgados de Madrid, sino por su condición perversa, evitaban enojarla imaginando que un bicho de esta índole podía ser sensible a la cortesía. Pero yo no he tomado nunca la vida pública a broma. Cuando –durante las Cortes Constituyentes- manifestaba en la Prensa mi opinión de que los socialistas y sus cómplices eran una banda de criminales, era porque así lo creía. Me hubiera avergonzado andar luego en el Parlamento dándoles la mano, dialogando, “conviviendo” con ellos. Procedía conforme a lo que decía y decía lo que sinceramente pensaba. Y por lo mismo no saludé jamás a la patulea de malvados que iban a hacer lo que han hecho en nuestro país. Incluso a los que conocía de antiguo, como Azaña, Barcia y otros a quienes había tratado en el Ateneo de Madrid, les negué francamente el saludo, situándome en enemigo leal y dejándome de ese sistema de las palmaditas en el hombro y de las sonrisas entre camaradas a que tanto se propendía en el Congreso. Y entre los seres más sórdidos, cuya sola presencia era como un baldón de ignominia para nuestra Patria, figuraba en primer lugar la indeseable -en todos los sentidos de la palabra- dispuesta a todos los crímenes y a todas las aberraciones, capaz de todas las hazañas menos la de lavarse con frecuencia. Me parecía vejatorio que esta extranjera despreciable hubiera venido a envenenar nuestro país, a ofender a nuestras mujeres, a vilipendiar a nuestros mayores prestigios, a burlarse de nuestra bandera, sirviendo los designios de su raza israelita. Que la hospitalidad generosa de España -ofrecida cordialmente a su tribu hambrienta de buhoneros- se pagase así, y que hubiera masas de españoles dispuestos a colaborar en tal abyección, me indignaba profundamente. La glorificación de esta judía roja de importación, me humillaba en mi condición de español (…) Era como una marca infamante, como un sello de dominio que la judería harapienta centroeuropea había logrado imponernos por medio de esta digna representante suya. Y lo peor es que la fétida intrigante no tenía gracia ni talento. Lo mismo en sus discursos que en sus prosas periodísticas es de una pesadez abrumadora. Al principio había logrado introducirse en las redacciones a fuerza de audacia y también manejando un instrumento personal distinto de la pluma, que en ciertos caracteres femeninos tiene casi la misma eficacia que un hacha de abordaje. Luego, cuando pasaron los años y se desvanecieron sus relativos encantos, viendo la ocasión de trepar se sumó a la tropa demagógica y actuó con una osadía que iba creciendo en relación directa con su impunidad, ante el estupor que hasta a los espíritus menos sujetos a convencionalismos producían su maldad y su cinismo.

    Una vez en un artículo, dije yo que recordaba a Judith, no precisamente por su belleza, sino por capaz de introducirse en la tienda del adversario para degollarlo dormido como a Holofernes. La enfureció esta alusión a una de sus antepasadas remotas, porque como buena judía, todo su afán consistía en hacer olvidar que lo era. Me llamó por teléfono amenazadoramente: Estábamos en plenas Constituyentes. Se entraba en la cárcel con facilidad. Yo no era diputado. En suma, me exigía una rectificación.

    -Pídamela usted por escrito -le dije con socarronería-, aunque más natural me parecería que lo hiciese el hidalgo que actualmente le administra los bienes.

    Pero me escribió ella, en efecto, una carta invocando la ley de imprenta para que se aclarase que no era una aventurera ni pensaba emular a su abuela bíblica. Entre los billetes de Banco y los documentos que sus compinches me han robado en Madrid estaba esta carta todavía.

    Y a medida que se convencía de su impunidad aumentaba su actividad criminal y se exacerbaba su procacidad. Los medios de que se valía para excitar a las ignaras multitudes viriles de Extremadura entran de lleno en la zona de la patología sexual. Serpiente con faldas, como ciertos peces del mar de la China, vagabunda sin patria y sin Dios, lo mismo había adulado a la Dictadura y escrito artículos modosos en “Blanco y Negro”, que envenenaba e inducía al asesinato a sus secuaces rurales y que hubiera traficado en drogas tóxicas o en carne humana... Y al mismo tiempo que halagaba las peores pasiones de la plebe, satisfacía un rencor inconfesable que sentía contra las mujeres de nuestra tierra. Las odiaba por su virtud, por sus cualidades morales, por ese sentido trascendente de la vida que tienen en la última aldea la viejecita más humilde en comunicación mediante la plegaria con la potencia divina que rige el universo. Odiaba a las jóvenes por su belleza y su donaire. Las muchachas elegantes de la sociedad de Madrid –mundo un poco frívolo, pero que constituye un ornamento necesario en toda sociedad penamente civilizada- la enfurecían. Como buena judía es una cursi de nacimiento. La judía puede ir vestida ricamente, cubierta de sedas, de pieles y de joyas: es cursi sin remedio. (…)

    Es de esas mujeres en cuya compañía no se puede atravesar el “hall” de un hotel bien frecuentado sin sentirse vagamente molesto. Fuera por eso o por otros fracasos sentimentales -esos fracasos que se traducen en desvíos masculinos después de la primera entrevista- ha debido sufrir en el Madrid adorable de la belleza y la gracia femeninas muchas humillaciones...

    Y en los asesinatos de que han sido víctimas muchas de ellas, en los actos de crueldad y de sadismo, en las lágrimas de las bellas y santas mujeres españolas, la parte principal, la parte de inducción, ha sido de este monstruo haldudo. Que ahora se irá a Rusia saboreando el recuerdo de sus crímenes, rica de dinero y de venganza, llena a la vez de brillantes robados y de insectos parasitarios."

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 09/02/2021 a las 20:36
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    ESCLAVOS, SÍ


    18-II-1937

    Se ha consumido saliva y tinta en abundancia hablando de la esclavitud del obrero en Rusia. Y con buenos instrumentos: legislación, citas de diarios oficiales, relatos espeluznantes de testigos… A pesar de todo, muchas gentes prefieren no creerlo. ¡Exageraciones! ¡Enemiga contra las conquistas del proletariado! ¡O miedo a los avances sociales! Vivimos en un medio capitalista y los poderosos no pueden dejarse arrancar sus posiciones sin lucha.

    Así fingen pensar ciertos Gobiernos democráticos. Tal es el lenguaje de muchos de esos que el mundo llama intelectuales. De ese modo razonaban -¡y tal vez razonan, aunque no se atrevan a proclamarlo!- entre nosotros gran número de mentecatos que se califican a sí mismos como personas de orden. Rusia estaba tan lejos… Sus zarpazos no herían nuestras carnes. Podíamos permitirnos el lujo de hacer literatura.

    Un mal día la fiera saltó sobre tierras españolas. Con sus métodos de siempre: mucha cautela, muchas promesas, mucho entusiasmo fraternal, con acompañamiento de puños en alto. Un país más que entra por caminos de “redención”. Y así semanas y meses, hasta que han conseguido sujetar bien la albarda. Entonces llega lo otro: el coro de los malditos.

    Para el mundo nada ha cambiado aún. La Prensa, la “radio”, siguen su obra. Moscú es, cada vez más, la providencia inagotable de la España roja. Los “camaradas” de estas latitudes se deshacen en gratitud al pueblo hermano; al único que se entregó descaradamente a la defensa de la causa obrera… ¡mientras el dogal aprieta con ahogos de asfixia!

    Sólo que aquí entre lumbraradas de sol, en pleno corazón de Occidente, es más difícil la comedia. De poco sirven los parlamentarios vendidos ¡a la democracia internacional!, ni los compromisos monstruosos de cancillería. Cuando menos se piensa un ramalazo de viento destapa el tinglado. Y el huracán indiscreto ha sonado más de una vez, con rebeldía meridional.

    Podemos gritar sin temor a pruebas en contrario: La España roja es un país de esclavos bajo la férula de Moscú. ¡A todos los vientos! Para que lo oigan –si tiene oídos para oír- los que en el retiro acogedor de Ginebra se escandalizaron al comprobar vivita y coleando la esclavitud en la República africana de Liberia o en el Imperio del Negus. Pero esclavitud en el más genuino sentido de la palabra: una cuadrilla de bandidos que dispone a su antojo de la fortuna, el honor, la libertad y la vida de hombres, mujeres y niños. Sin más limitación que éstos: el rincón escondido que sus sabuesos no consiguen olfatear, o el reducto que defiende la pistola.

    ¿Pruebas? Las hazañas de la Brigada del Amanecer y sus congéneres. Centenares de mujeres ultrajadas. Niños arrancados a sus padres en “razzia” africana y conducidos como un rebaño a gustar las “delicias” del “Paraíso Soviético”. Hombres “requisados” como máquinas, y llevados al frente para luchar quizá contra su hermano o su padre, y sin derecho a la huida –privilegio de los amos-; como argumento supremo, la ametralladora en retaguardia. He ahí una narración escueta, fácilmente comprobable.

    Más. Entre los esclavos hay categorías. Azaña tuvo el mal deseo de mandar. Y para complacerle le ordenaron de boato, le instalaron en los espléndidos salones de la Abadía de Montserrat, le colocaron una guardia pretoriana al revés, y allí continúa, apacentando su espíritu (?) con la ubérrima literatura monacal. ¡Ah!, y goza de los cuidados fraternales de dos alienistas franceses. Largo, en un alarde de independencia, llegó a encararse con el sicario que dirige la ruina de Madrid. No tardó en recibir el golpe de fusta de su señor, Rossenberg. Y el general moscovita sique paseando su figura siniestra entre los escombros de la capital española.

    Los hechos no son de hoy. Hace tiempo cruzaron nuestras fronteras. Y no ha temblado el mundo. ¡Bah!, justifican los jerifaltes internacionales: “La guerra es eso; las dictaduras no tienen entrañas”. Esperábamos la salida. Tenemos el convencimiento profundo de que hay intelectuales y gobernantes con alma de negrero.

    A pesar de todo, un último dato. Tampoco es inédito. Pero le hacemos venir aquí para completar el dibujo. Hay que hacer lo posible porque en un mañana próximo, cuando se planteen estas cuestiones a plana luz, nadie pueda llamarse a engaño. Son unas líneas del parte oficial del 16 de enero de 1937: “Se cogieron tres ametralladoras rusas, un centenar de fusiles y 120 muertos, entre ellos un sirviente de ametralladora encadenado a dos piquetes de hierro que tenían clavados en el suelo…”

    “En este sector (Madrid) a uno de los oficiales rusos muertos se le cogió un látigo de seis cabos que empuñaba y con el cual, según versión de los prisioneros, golpeaba a los pobres milicianos españoles”.

    Así, secamente; con lenguaje telegráfico, pero que refleja la más negra de las esclavitudes que mancharon las páginas de la Historia: la del cautivo cristiano.

    “amarrado al duro banco
    de una galera turquesa”

    La esclavitud no es un tópico. Roe la carne viva de los “rojos” españoles. Faltaba el cuadro palpitante. Los que saben esperar pudieron asegurar que tarde o temprano llegaría. Es ley del espíritu humano, con facultades para desenvolverse libremente, plasmar en realidad tangible su visión de la humanidad. Y la ley no ha fallado. Ahí están los hechos –los que nosotros hemos podido comprobar- al alcance, no de la inteligencia, de la sensibilidad más roma: la cadena del forzado y el látigo del cómitre.

    MARBE


    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    20-Feb-1937


    El mapa de las dos Españas

    En el vestíbulo de la Redacción del periódico popular han puesto un gran mapa de España, pintado en dos colores; el tono gris marca la España irredenta, y la otra España, la nuestra, la verídica, está pintada de amarillo. El éxito de ese mapa es enorme. A cualquier hora del día se ve apelotonarse contra el cristal una masa de gente de todas clases, interesada en saber hasta dónde ha avanzado hoy el color amarillo. El color, que podemos llamar nacional, se extiende, en efecto, un poco más cada día, abarcando poblaciones nuevas y nuevos territorios, que quedan desde entonces como salvados definitivamente de la terrible soledad del color gris. Y digo definitivamente, porque nunca se ha dado caso de tener que corregir o rectificar la mancha amarilla; la mancha amarilla representa el paso hacia delante de nuestros soldados, y nuestros soldados no retroceden jamás.

    En esa avidez con que el público callejero consulta el mapa, está representado el principal, el único motivo psicológico de España: la ansiedad. (…) Ya están frente a Málaga… Ya se corre el color nacional hasta Almería… Ya han llegado más allá del Jarama… La cintura de acero rodea ya Madrid…

    Entre tanto, las miradas recorren vagamente la zona ocupada por los rojos y es como si mirasen lo que en los mapas antiguos se llamaba una tierra incógnita. Es la España desconocida, salvaje y por conquistar. No se sabe de cierto lo que sucede allí. Dudosas referencias hablan de Gobiernos fantásticos, de absurdos Parlamentos, de autoridades y mandos imaginarios. Sólo se sabe, o se sospecha sobre seguro, que en esa tierra incógnita del mapa de España tiene que reinar también un estado de ansiedad; pero es la ansiedad de quien asiste al avance sistemático del enemigo, y ve que el fin es inexcusable, y que está acaso muy próximo, y que cuando llegue ese fin llegará también la hora de la justicia.

    Entonces nos acordamos de esas comisiones de extranjeros que vienen a estudiar, a investigar, a comparar la situación civil y moral de la España en guerra. Los respetables investigadores no son difíciles de clasificar; se trata de unos filántropos pedantes (Inglaterra produce con mucha fertilidad este género de fauna), o son políticos y periodistas decididamente inclinados a la izquierda (habitual producto de nuestra querida Francia). Antes de salir de su tierra se sabe a lo que vienen y las referencias que han de dar. Traen una mente partidista y sectaria anticipadamente aleccionada, y vienen decididos y obligados a exponer aspectos de una realidad que sólo existe en su interesada imaginación.

    ¡Comparaciones! Pero la comparación en este caso resulta ingenua por la facilidad y la brevedad de la investigación. A un extranjero imparcial le basta con pisar tierra en cualquier sitio de la zona roja para comprender en un momento toda la verdad. La simple contemplación de una calle, de un pelotón de milicianos, del porte y ademanes de los transeúntes, le revelará el estado precario de una sociabilidad en derrota. En cambio, ese mismo observador, si desembarca en Coruña, Vigo, Sevilla, o llega por tierra a San Sebastián, no necesitará ejercitar mucho tiempo sus facultades de observación, porque inmediatamente se dará cuenta de que ha penetrado en un país normalmente constituido, donde todo se halla en orden y sujeto a las leyes legales de una justa autoridad.

    Este contraste entre la vida ciudadana de las dos zonas salta a la vista, sobre todo en las poblaciones que han padecido algún tiempo el régimen rojo y luego han sido libertadas por el Ejército nacional. En San Sebastián, por ejemplo, las tropas libertadoras encontraron una ciudad desorganizada, sucia y triste; los jardines estaban abandonados, rotos y secos los céspedes y las flores; los lujosos hoteles convertidos en zahurdas. Actualmente, San Sebastián es un primor de urbanismo, de buena policía, de amenidad y recreo.

    También yo, como los demás, me acerco habitualmente a examinar el mapa de España que han extendido a la puerta del periódico. Allí sumo mi ansiedad propia a la del público, y entonces no soy más que un español de tantos que cumple su misión de ciudadanía. Y hoy la ciudadanía quiere decir patriotismo. Sentirse unido al cuerpo y al alma nacionales en una única aspiración, en un supremo anhelo. Vencer. Ganar la guerra. Extender el color nacional sobre todo el ámbito del mapa de España, para que España vuelva a ser una e indivisible. Y ponerse luego a hacer una España mejor y más gloriosa.

    CAPITÁN NEMO

    Última edición por ALACRAN; 17/02/2021 a las 19:56
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    IV

    La vida y muerte en las cárceles

    20-II-1937

    La Cárcel Modelo de Madrid quedó saturada desde los primeros días del movimiento nacional. Hubo que habilitar otros edificios para que languidecieran los detenidos: el colegio de San Antón, un convento de la calle del General Porlier, etc., etc., más la Prisión de Mujeres, que quedó habilitada para hombres.

    Los que conocen el célebre “Abanico” no podrán creer quizá que allí se lograron meter 5.000 presos. Pues se metieron. En cada celda llegó a haber seis y siete hombres, que dormían por turnos sobre el duro suelo. El espacio faltaba de tal manera que la maniobra de rascarse –frecuente y urgente, sin embargo- no podía llevarse a efecto. Los encarcelados estaban en un estado de miseria indescriptible. Cualquier cosa era un problema espantoso: lavarse, afeitarse, limpiar el plato de hojalata, realizar operaciones de carácter absolutamente íntimo, etc., etc. Se les servía la comida en las celdas y se les “chapaba” a las siete de la tarde. El ruido de los cerrojos –toda la chatarra de la Modelo sonando a un tiempo- producía en los detenidos verdadero terror. Allí quedaban a merced de las milicias, que solían aprovechar la nocturnidad para realizar sus “sacas”.

    Las “sacas” se hacían de la siguiente forma: Un grupo de milicianos llegaba a la cárcel en busca de “carne” y hacía el pedido de hombres que necesitaba: por ejemplo, veinte; por ejemplo, cincuenta… Los días de bombardeo aéreo “necesitaba” de cien a doscientos. La Dirección de la cárcel entregaba el fichero y aquella banda de forajidos escogía, sin ninguna preferencia especial y sin preocupaciones de ningún género, a los que iban a ser puestos “en libertad”. Luego, sonaban en las galerías los nombres de los predilectos. En aquellas circunstancias, oír uno su nombre y apellido era el anuncio de la muerte. Los escogidos pasaban a un camión, después de haberse despedido para siempre de los que quedaban, y media hora después sonaba la descarga de plomo sobre sus cabezas. Efectivamente, era “la libertad”; la que deseaba un cuerpo que no podía ya con tanta tortura.

    Los primeros fusilamientos, como sabe todo el mundo, se hicieron en la misma cárcel. En uno de sus patios. Los presos eran ametrallados desde un tejado. Así cayeron Melquiades Álvarez, Julio Ruiz de Alda, Albiñana, Martínez de Velasco y muchos más. Pero como aquella carnicería había sido registrada por el Cuerpo Diplomático y se produjo con demasiado estrépito, hubo que recurrir al sistema nocturno y meandroso, que producía los mismos resultados y tenía, por añadidura, la virtud de llevar un espanto mayor a los condenados.

    Cuanto mayor era la categoría política del preso, más agudos eran sus sufrimientos. Había que subir el carbón a las cocinas, había que acarrear sacos de patatas de cien kilos, había que tragar los peroles –repugnantes a fuerza de sebo y de inmundicias-, y había que callarse cada vez que “un responsable” se entregaba a la vejación de la víctima, de palabra y obra.

    La Cárcel Modelo empezó a ser evacuada cuando las tropas de Franco se acercaban a Madrid. Era necesario conservar entre barrotes a toda aquella gente, llevándola más hacia el corazón de la ciudad, ante el peligro de que fuese liberada. En la noche del 6 al 7 de noviembre, quedaban ya muy pocos presos en la Modelo; pero los que allí había vieron cómo sus guardianes huían como ratas ante la proximidad del combate. Aquella noche se escaparon algunos hombres, con relativa facilidad, no haciéndolo todos porque pensaban que la cárcel sería desbordada pronto y podrían lograr la libertad más fácilmente.

    La mayoría de los presos de la Cárcel Modelo pasó al convento de la calle del General Porlier; pero muchos fueron trasladados a Alcalá de Henares, a Chinchilla y a Figueras. Buena parte de estos traslados fueron nominales nada más: los presos eran fusilados en el camino.

    Entre las expediciones trágicas, hay que señalar una que fue dirigida hacia Alcalá. Estaba compuesta de 900 hombres, sacados de la Cárcel Modelo y del Colegio de San Antón. Fueron conducidos en camiones, encadenados, descalzos, medio desnudos. No pasaron de Torrejón de Ardoz. Allí fueron arrojados a una larga zanja, cavada con la debida anticipación, y cubiertos con la tierra que había quedado al borde de la inmensa sepultura. ¡Cuestión de economizar municiones!

    Esta inmensa salvajada llegó a conocimiento de la Cruz Roja Internacional, que consiguió comprobar el hecho y hasta anotar los nombres de la mayoría de las víctimas. Un miembro de la Cruz Roja salió en avión de Madrid, el 9 de diciembre. Llevaba la lista de los enterrados vivos en Torrejón, con el propósito de ofrecérsela a la Comisión de Ginebra el día 10. El avión no llegó a su destino. Fue precisamente aquel aparato francés que cayó sobre territorio rojo, a poco de haber abandonado Madrid, “tiroteado por las fuerzas de Franco”… Todo el mundo sabe a estas horas quiénes lo habían abatido y quiénes tenían interés en que se estrellara contra el suelo. Afortunadamente, la maniobra no llegó a lograr el éxito completo.

    En el Colegio de San Antón la vida del preso era un poco más dulce. Había menos rejas, menos mazmorras, más sol y un poco más de limpieza. Pero las vejaciones eran las mismas y constantemente –esto sucedía en todas las cárceles- entraban milicias de todo género en plan de divertirse con el “ganao” y de torturar de palabra a tal o cual personaje.

    Las mujeres, en número de 1.200 aproximadamente, fueron trasladadas en los últimos tiempos al Asilo de San Rafael, en Chamartín. No había agua y las condiciones higiénicas –saturado el edificio por una población amontonada- eran deplorables. Las presas veían por las mañanas, a muy poca distancia, cómo se asesinaba a los escogidos para el “paseo” en aquella zona. Al principio muchas detenidas cerraban los ojos, gritaban y lloraban. Más tarde, esterilizadas para el dolor, a fuerza de contemplar el drama de frente, apenas miraban las ejecuciones -¡como si no tuvieran importancia!- y desde luego no las comentaban.

    Toda esta tragedia continúa en Madrid. No será exagerado calcular en 10.000 los presos que esperan la muerte o la libertad definitiva, la libertad de verdad, hora a hora y día a día. Sin contar con los que han sido trasladados a diversos penales de España, más lejos todavía de las tropas de Franco. ¡Calcúlese la desesperación de estos infelices! Los que cayeron en el traslado han tenido más suerte. Mucha más…

    EL FUGITIVO


    Última edición por ALACRAN; 17/02/2021 a las 19:56
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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