Un español habla en Italia
11-II-1937
Ha llevado hasta Roma, corazón de Europa, Ernesto Giménez Caballero, el horror de una España y el caliente esfuerzo, la sangrante pasión de otra.
Hace mucho tiempo escribíamos los españoles: “la buena Inglaterra”, “la mala Inglaterra”, y después “la buena y mala Francia”. Ahora, la Civilización, sobrecogida y aliada en la esperanza de Occidente contra el Oriente bárbaro, distingue, en nuestra geografía la buena y la mala España. Lo que nosotros, más exactamente, hemos llamado España y anti-España.
El horror y la esperanza del mundo venían en los films documentales y en las fotografías que Giménez Caballero ha traído de nuestra tierra para que los italianos pudieran confirmar –esta es la palabra- la verdad, que andaba ya en sus corazones unidos a nuestro éxodo y a nuestra tristeza, a la universalidad de nuestra causa, a nuestra razón, porque en fin, estas fotografías, estos films, esta cálida palabra de Giménez Caballero, no son otra cosa que eso: razones de quienes tenemos razón.
Ocho conferencias ha pronunciado Giménez en Italia, antes de ésta de Roma, con los teatros abarrotados de un público impaciente, que ha gritado nuestros gritos, que ha aplaudido a nuestros generales, que ha escuchado de pie y con la mano en alto nuestros himnos, que, en fin, ha sentenciado la visión horrible de los crímenes rojos con esta exclamación unánime: “¡A muerte al comunismo, a muerte…!”
Ha debido de ser muy hermoso para Ernesto Giménez Caballero tomar por sí mismo, de esta manera, el pulso a la generosa hermandad italiana. Porque pocas veces podrá un orador, en misión más sagrada, sentir como él ha sentido la compenetración del público con aquellas palabras que, zumbándoles en el oído, recorrían los espíritus fraternales, estremeciéndoles de afán de justicia y de humanísima, de latina identidad segura.
Esta vez en Roma estaban reunidos, con un público denso y de climas diferentes, los obreros del “dopolavoro” ferroviario. ¡Cómo ha prendido antes y mejor que en ninguna otra clase el fascismo en el obrero de la ciudad y en el obrero del campo el que desconfiando de los viejos estilos del capitalismo intransigente no quiso confiar tampoco su destino a los engaños de la demagogia marxista! Ellos han podido ver ahora la ruina y el dolor, la miseria y la muerte, cebándose en ese proletariado español, en sus infelices hermanos de España a los que un régimen corporativo pretende hoy salvar del mismo infierno en que ellos, los trabajadores de Italia, estuvieron a punto de caer de no haberse abrazado a la salvación de las camisas negras. Porque ese ha sido el mayor crimen comunista: el engaño de su propaganda. Hubiera ido contra la aristocracia y contra el régimen capitalista y hubiera sido un movimiento cuya ideología y efectos habría afectado a una aristocracia y a un capitalismo que sin revolución, por evolución estaba ya evolucionando en consecuencia lógica de su papel histórico. Pero el crimen ha sido ese que los obreros de Italia conocen bien y que no olvidarán nunca los obreros españoles; el crimen ha sido el engaño sangriento a las mismas clases proletarias, donde su predicación infame podía prender más fácilmente.
Giménez Caballero, recogiendo el entusiasmo de Italia por nuestra revolución nacional, ha traído otra cosa a Italia a cambio del calor cordial que se lleva: ha traído hasta el pueblo fascista la visión horrible de lo que ellos hubieran pasado sin la intervención decisiva de Mussolini. Y ha traído la visión de lo que España sufre, en su enorme calvario, por la redención de la cultura, de la civilización, de la independencia del hombre frente a la amenaza de la tiranía bárbara de los enemigos de Europa y del espíritu.
César GONZÁLEZ RUANO.
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