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Tema: Origen medieval del sentimiento hispánico

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    Gracias por acercar el texto, Maravall escribe como un dios, de mayor quiero ser como el
    El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,
    después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.
    Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,
    la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.

    Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)

  2. #2
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    (de José Antonio MARAVALL su obra “El concepto de España en la Edad Media”)

    (…) LA OBRA DE LOS GRANDES HISTORIADORES DEL SIGLO XIII.
    LA HISTORIOGRAFÍA CATALANA Y CASTELLANA EN LA BAJA EDAD MEDIA.
    LA IDEA DE UNA HISTORIA ESPAÑOLA.

    La obra del Tudense renueva el sentido hispánico de nuestra historiografía, aunque sea un poco por yuxtaposición, al entroncar materialmente con la labor isidoriana, reproduciendo a San Isidoro en el libro I de su Chronicon. La segunda de las grandes obras que antes mencionamos, la “Historia” del Toledano, dota sistemáticamente a ese objeto histórico que es España de una continuidad que no se quiebra desde los orígenes hasta su momento presente. Desde entonces, España aparece como un todo en el tiempo, como un largo proceso seguido, que tiene un mismo comienzo y un desarrollo común.

    Ser españoles no es sólo, desde la gran creación del Toledano, habitar un mismo suelo, ni siquiera tener un lazo de parentesco con la comunidad actual de gentes, sino, a través de un largo desenvolvimiento, venir de una fuente única de la que incluso procede, para cuantos derivan de ella, el nombre común de españoles. Las leyendas e invenciones con que el Toledano construyó el sustrato remoto de la historia común de esos españoles se difundieron por todas partes. Por esta razón, se hace general en nuestros historiadores esa manera de componer sus obras, que consiste en presentar la primera parte de su narración unitariamente, desde los orígenes hasta los godos, abriéndose tras éstos, con la invasión árabe, un paréntesis que, por su propia condición de tal, postulaba que un día había de ser cerrado.
    Creo, sinceramente, que la gran figura del navarro-castellano Jiménez de Rada es uno de los factores de integración de la unidad moderna de España.

    Esta concepción histórica que el ilustre arzobispo expande, a causa de la irradiación de la influencia de su obra por toda España, da su primer fruto en la “Primera Crónica General”, con la que esa nueva visión historiográfica se solidifica. Alfonso X explica ese nuevo planteamiento de la historia: “Ca esta nuestra historia de las Espannas general la levamos, nos, de todos los reyes et de todos los sus fechos que acaescieron en el tiempo pasado, et de los que acaescen en el tiempo present en que agora somos, tan bien de moros como de cristianos et aun de judios si y acaesciere (41). Antes ha dicho que se ocupará de los reyes de Castilla y de León, de Portugal, de Aragón y de Navarra.

    No cabe duda de que es mucho más que una razón de espacio o de proximidad la que lleva a hacer pensar que pueda escribirse y que efectivamente haya que escribir una historia conjunta de todos esos reyes y, en cambio, de ninguno de los otros que estén fuera de esa comunidad cuyo vivo sentimiento se nos revela en esa misma manera de ver. Sin embargo, esos reyes estaban entre sí tan separados, desde un punto de vista formal o legal, como pudieran estarlo cada uno de por sí respecto a los reyes de ultra puertos. ¿Por qué, pues, ese lazo?
    ¿Por qué constituían un ámbito unitario desde el punto de vista de la labor historiográfica?

    Francamente me arriesgo a afirmar que porque se hacía luz una honda realidad de la que, con todo, hasta ese momento no se tenía clara conciencia, y que, dado el precedente estado de postración de las letras, no había podido ser alumbrada convenientemente: la comunidad de un grupo humano que aparece conjuntamente como objeto de la mirada del historiador. Esto no se había podido manifestar antes porque, sencillamente, la labor del historiador se reducía, primero, a prestar atención tan sólo a los reyes –aparte del caso de los santos con la hagiografía- y todo lo que estaba a su alrededor se minimizaba, a la manera de esos escultores y pintores románicos que representaban diminutos a los apóstoles y más aún a los demás hombres junto a un Cristo de grandes dimensiones. Relativamente pronto, es cierto, grandes personajes suscitan historias particulares, como Gelmírez la “Historia Compostelana” o el Cid la “Historia Roderici”.

    Sólo más tarde, en ese fecundo siglo XIII, se cae en la cuenta, aunque sea mínimamente, de ese nuevo protagonista histórico que es el grupo como tal, el pueblo. Por eso entonces, y no antes, aparece Hispania como objeto historiográfico, y con ella los “hispani”. En una interesante enunciación de la materia historiográfica que hace el mismo Alfonso X –y la coincidencia apoya nuestra interpretación- aparece ya citado ese nuevo personaje colectivo, en una posición aun muy modesta; pero, con todo, atribuyéndosele un lugar propio: “Et fizieron desto muchos libros que son llamadas estorias e gestas en que contaron de los fechos de Dios y de los prophetas, e de los santos, et otrosí de los reyes, et delos altos omnes e delas cavallerías e delos pueblos” (42).

    Es esta nueva visión del pueblo la que permite extender la concepción historiográfica más allá de los alrededores de un rey. No hace falta decir que la palabra “pueblo” no tiene ni lejanamente el sentido moderno, pero no deja de ser una comunidad, con algo que la une y algo que la separa de las demás. Esto quiere decir que no a todos los pueblos les acontece lo mismo; por tanto, que tiene cada uno su historia propia y que la labor del historiador, para ser completa, ha de extenderse al ámbito entero del que le ocupa.

    No quiere sostenerse con esto que desaparezca, ante esta idea nueva, la manera anterior de hacer historia, en tanto que relato de los hechos de los reyes. Es frecuente, en cualquier orden de actividad humana, que de una imperfección salga precisamente una norma, un principio que se formula como rector en la esfera de esa actividad. Y así es como de la precedente insuficiencia en la labor de historiar, que no presta atención más que a lo que los reyes atañe, se desprende un principio que forma parte de la preceptiva a la que debe someterse el historiador…

    A estos tres historiadores, el Tudense, el Toledano y Alfonso X, sobre todo al segundo, se debe la expansión por la Península de la nueva concepción. Por la inmediata influencia de ellos y singularmente, en gran desproporción a su favor, por la del arzobispo Jiménez de Rada, aparecen en todas partes manifestaciones de una historiografía española, cuyo objeto propio es España, cualquiera que sea el más o menos valioso resultado que en la ejecución de la obra se consiga, cualesquiera que sean las desviaciones en que se incurra, debidas a mayor o menor torpeza en el desenvolvimiento de aquella idea inicial o por otras razones.

    Sánchez Alonso da la noticia de que, según Hogberg, en la Biblioteca Real de Estocolmo se encuentra un manuscrito que contiene una versión romance del Tudense, probablemente de fines del XIII o principios del XIV, que por los rasgos del lenguaje parece de procedencia catalana-aragonesa (44). La difusión e influencia del Tudense fue oscurecida por la del Toledano, a través del cual pasa aquél. Existe también, de Lucas de Tuy, una versión castellana tardía, publicada por Puyol (45), que prueba la directa utilización de la obra hasta fines de la Edad Media, lo que confirma el hecho de que determinados pasajes de Sánchez de Arévalo procedan de aquélla como fuente inmediata.

    De la “Primera Crónica General” parte una serie de refundiciones, la cual es hoy bien conocida merced a las investigaciones del maestro Menéndez Pidal (46). Gracias a ella, la concepción historiográfica alfonsina, con los caracteres que hemos dicho, no se pierde, aunque sufra algún eclipse transitoriamente. El mismo M. Pidal estudió las versiones portuguesas de la “Crónica General”, que derivan, no de su versión primitiva, sino de la por él llamada “Crónica del año 1344”.
    Lo curioso es que estas versiones portuguesas, aunque sus variantes muestren que son independientes entre sí, coinciden en un especial interés por la historia castellana más reciente, prolongándose hasta los reinados posteriores (47).

    En manos de Pedro IV de Aragón estaba la “Crónica Alfonsina”, y a ella se refiere, tal vez, cuando, junto a otros libros de Historia (Tito Livio, Plutarco, una crónica de Grecia y un libro sobre los Emperadores), cita una “Chronicam magnam Hispaniae” (48). El hecho de que Pedro IV fuese buen aficionado, y aun traductor de algún fragmento, de otras obras de Alfonso el Sabio y, sobre todo, la circunstancia de que esos libros habían pertenecido al maestro Fernández de Heredia (1310-1396), que tan ampliamente se sirvió de la Crónica alfonsina, permiten aventurar esa identificación. Con todo, puede tratarse de la propia Crónica de Fernández de Heredia, y el caso es casi igual, puesto que esta Crónica, directamente, pertenece a la familia de las derivadas de la Historia de Alfonso X.
    Incluso los historiadores hispano-musulmanes conocen y utilizan la “Primera Crónica General”, de la que se ha podido señalar la existencia de una traducción al árabe, estudiada por el P. Antuña (49).

    historiografía catalana y castellana en la baja edad media

    De la “De Rebus Hispaniae” (de Jiménez de Rada) hay una abundante serie de versiones parciales o completas, más o menos interpoladas, de abreviaciones, de adaptaciones y de continuaciones, que se prolongan a reinados posteriores de los que esa Historia comprende. Y hay, finalmente, un gran número de obras que han recogido muchos de los elementos que aquélla ofrece. Todo ello en leonés, castellano y catalán (50).

    Massó Torrents señaló y dio interesantes datos, por lo que al catalán se refiere, de muchos de los casos de esa influencia del Toledano. De su estudio destaca la “Crónica de Espanya”, de Ribera de Perpejá, y la versión extractada de los seis primeros libros de aquél, titulada “Crónicas de mestre Rodrigo de Toledo”, continuada hasta el XV (51). Barrau-Dihigo hizo observar que la primera parte del prólogo de los “Gesta Comitum Barcinonensium”, y también otros muchos pasajes del texto de la misma obra, proceden del “De rebus Hispaniae”, influencias que se dan no sólo en la redacción latina definitiva, sino, en parte ya, en la primitiva (52).

    Creo que en estrecha relación con esto se halla la concepción de España que se revela en los “Gesta”, a la que volveremos a aludir a lo largo de nuestras páginas. En esta gran creación historiográfica catalana que es la redacción definitiva de la Crónica en cuestión, España y sus varios reyes aparecen en una vinculación de la más íntima familiaridad, distinta por completo del tono de cosa extranjera que presenta cuanto se encuentra más allá de los Pirineos –de ahí la ardiente polémica con los galos, de tan distinto carácter en comparación con las que se consideran disensiones de Alfonso II o de cualquier otro rey catalano-aragonés, con “los otros reyes de España”, discordias fraternales que en los “Gesta” no alcanzan nunca a los pueblos; de ahí, también, que dejando aparte los Reyes y Condes de la tierra, sólo para los reyes de Castilla hay calificativos, como algo que interesa y que por ser próximo y en cierta medida propio, exige opinión (en el texto catalán se les llama reiteradamente, el gran, el noble, el bo). Y creo que esta concepción de España venga del Toledano, en la medida en que éste haya podido fortalecerla, mas no en el sentido de que él sea la causa, puesto que hay que observar que si se utiliza el Toledano es porque la concepción histórica previa de que se partía lo hacía así posible, y aun lo exigía.
    La influencia de una obra es, por lo menos al empezar, más bien efecto, que no causa, de una situación social.

    Un excelente estudio de Coll y Alentorn precisó los varios e importantes puntos en que la “Historia” del arzobispo don Rodrigo repercutió en la “Crónica” de Desclot, debiendo tenerse en cuenta que, por lo menos indirectamente, los elementos que en esta última proceden de Ribera de Perpejá hay que ponerlos también en la cuenta de aquél, del cual el trabajo de Ribera, como llevamos dicho fue una adaptación (53). En otro estudio enumera el mismo Coll las obras en las que la influencia del Toledano se observa, y a las ya indicadas añade la “Crónica Pinatense” o “Crónica dels reys d’Aragó e comtes de Barcelona” –la cual ,como ya vimos antes, postula expresamente ser completada por las crónicas castellanas, a las que de forma explícita remite- y las obras de Doménech, Francesc, Tomich, Marquilles (54).

    Encuentro todavía un recuerdo del Toledano en la “Passio Sancti Severi episcopis barcinonensis”, que figura en un breviario impreso en Barcelona en 1540, y que fue publicado por Flórez (55). Todavía en su prólogo se utiliza el que puso el Toledano al frente de su “Historia gótica”, expresión de la teoría historiológica de la baja Edad Media: “Fidelis antiquitas et antiqua fidelitas, primaevorum doctrix, magistraque posterum” (56).
    Esta idea, en el fondo, es antigua y se recoge en el momento en que los que escriben los recuerdos del pasado superan la forma analítica y aun cronística de los primeros siglos medievales, para volver a hacer Historia. Por eso se encuentra ya en la “Historia Compostellana” (57); pero es del arzobispo don Rodrigo de donde arranca su renovación y transmisión en la forma concreta que hemos citado.

    El interés de la difusión del Toledano no está en préstamos singulares –cuyo inventario en las obras de los historiadores posteriores sería inacabable-, sino en una influencia más de conjunto. En el último estudio suyo que hemos citado, Coll escribía: “El arzobispo Rodrigo… atraía por primera vez la atención de los catalanes hacia los episodios, ciertos o imaginarios, de nuestra Edad Antigua”. Es decir, proporcionó a todos la visión de una continuidad, y sobre esa base se va a construir la historiografía en los distintos reinos peninsulares. Por el lado de Castilla, la Historia de España de Alfonso X y la secuela de Crónicas generales que derivan de ella son su fruto.

    Por el lado de Cataluña, aun a trueque de repetirnos en parte, veamos cómo presenta el tema tan experto conocedor del mismo como lo es Jorge Rubió: terminada en el año 1243, rápidamente la Historia del arzobispo Rodrigo “fue no sólo conocida, sino adaptada a Cataluña”; fue traducida y arreglada en catalán en el siglo XIII, se seguía utilizando y fue interpolada en el XIV y se empalmó con la Historia de los Reyes-Condes de Barcelona, que en unas versiones llega hasta el rey Martín y, en otras, hasta Alfonso V. “Por tanto, las historias del arzobispo fueron utilizadas como soporte de una historia de Cataluña”. Cuando se trata de hacer de la Historia una cosa más completa que una simple cronología, la idea inspiradora se basa en el prólogo de don Rodrigo y el estímulo de éste repercute aún en la gran obra historiográfica de Pedro IV, no sólo prestando materiales, sino hasta la concepción de una verdadera Historia general, muy alejada del viejo cronicón y superior a él (58). Ello inclina, pues, en todas partes, a nuestros historiadores hacia la concepción de una continuidad y comunidad de la historia peninsular.

    Tenemos un testimonio fehaciente de cómo es vista la obra del Toledano y del interés que en ella se pone. Tomich escribe este párrafo: “Segons alguns savis philosophs han scrit en especial lo gran Archabisbe Toledà que molt treballaba en scriure veritat de les historias spanyolas, lo primer poblador de Hispanya fou Thubal” (59). Tomich busca, pues, en él –y vemos la elevada estimación que su obra le merece –la “historia espanyola”.
    La Historia de Cataluña se escribe, como la de las restantes partes, sobre el tronco de la historia de España.

    Es cierto que en un momento dado los historiadores catalanes –y esto viene también del Toledano- establecen una relación con la historia franca, concretamente con el episodio carolingio. Se trata de un injerto en el tronco español. Y significa lo mismo que la referencia a los romanos, por ejemplo, en todos los historiadores españoles.

    Veamos cómo se presenta el hecho en Turell –por elegir uno de los menos claramente hispánicos, aunque en definitiva no lo sea menos que los demás-. Se ocupa, nos dice, de cuatro grandes temas: población de España, reyes de España y Francia y condes de Barcelona (60). La referencia a los reyes francos se contrae a los orígenes de Carlomagno, a éste y a Luis el Piadoso, para enlazar con la restauración cristiana de la propia tierra. ¿Por qué, en cambio, presentar la línea de los reyes de España? Porque es el tronco al que corresponde esa rama restaurada. Y por ello, Turell, desde el punto de vista humano, se ocupa sólo de la población de España; y este último es, naturalmente, nombre de una tierra, pero de una tierra con una misma historia de población, lo cual no deja de ser decisivo para su concepto (61).

    Este esquema es normal en cuantos ejemplos de una historia completa de Cataluña se producen, desde la Crónica Pinatense, a Tomich, a Turell –aunque sea de todos el menos favorable a nuestra tesis-, a la obra anónima que el conde de Guimerá, poseedor del manuscrito, llamó “Memoriales historiales de Cataluña” (62), y a cuantos con carácter análogo citó Massó.

    Esto lleva consigo el desarrollo de un sentimiento de honor de la propia historia conjunta, de la historia de España que afirmativamente se quiere conservar y realzar. En este sentido los testimonios de los historiadores catalanes son sumamente expresivos y toman un aire de empeño honroso y hasta polémico. La Crónica llamada “Sumari d’Espanya”, del pseudo-Berenguer de Puigpardines –escrita, contra lo que apócrifamente se asegura en su texto, durante la segunda mitad del XV-, se declara compuesta por el acicate de querer exaltar esa historia del tronco común, a la vez que de la rama particular catalana; es a saber, por la razón de que “los actes seguits en Espanya hi en lo principal de Catalunya se van oblidant, posat ni haja alguns llibres”, en los que la noticia de esos hechos se conserve (63).

    Sólo un sentimiento de implicación en su existencia, en su destino, puede llevar a esforzarse por evitar que no se tengan presentes los hechos de España. Y no es este el único caso. Más enérgico aún es el propósito, y más solidaria aún su fundamentación, en el anónimo autor del “Flos Mundi”.
    Se lamenta de que la “Historia de Spanya”, por haber estado en manos de extranjeros, no se haya hecho, como era de esperar, más que superficialmente: “Yo empero, qui son spanyol, texiré e reglaré la dita istoria” (64).

    Todavía el estudio de Massó Torrents nos permite recoger unos datos secundarios que tienen interés innegable. Escrita en la primera mitad del XV (la dedicatoria se fecha en 1438), la obra de Tomich se conoció con el título de “Histories y conquetes del reyalme d’Aragó e principat de Catalunya”. Sin embargo, uno de los manuscritos conservados que Massó estima de fines del XV, comienza así: “Esta es la taula del present libre lo quall es appellat les Conquestes despanya, en lo qual libre resita largament tots los actes fets per aquells gloriosos comtes… etc.”.

    Y otro manuscrito de la misma obra, algo posterior a juicio del mismo erudito, se titula “Les Histories de Espanya”. Ello nos hace advertir que el sentido hispánico de la obra no escapaba a las gentes de la época y, por otra parte, que un texto que se ocupaba preferentemente de Cataluña y de sus condes-reyes se consideraba propio llamarlo Historia de España. Este último hecho se repite en el “Dietario de un capellán de Alfonso V”, que empieza bajo la rúbrica “Canoniques (es decir, crónicas) de Espanya dels Reys de Aragó e dels Comptes de Barcelona (65).
    (continúa)


  3. #3
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    (de José Antonio MARAVALL, en su obra “El concepto de España en la Edad Media”)

    LA HISTORIOGRAFÍA CATALANA Y CASTELLANA EN LA BAJA EDAD MEDIA LA IDEA DE UNA HISTORIA ESPAÑOLA.

    …historiografía catalana y castellana en la baja edad media (cont.)

    (…) Naturalmente, todo esto se realiza con vacilaciones, con insuficiencias graves, con faltas de sistema, defectos comunes a toda la labor historiográfica medieval, dentro y fuera de España, con olvido frecuente del plan enunciado y con reincidencias prolongadas en manifiesto particularismo. La herencia de éste se arrastra, como dijimos, desde los orígenes de la Edad Media y en todas partes se conserva largo tiempo, de modo que la vida social entera del Medievo, en su desarrollo, es la historia de la superación del pluralismo particularista. Pero esto no puede entenderse si no se advierte que sobre él planea y es su esencial reverso, una idea de totalidad.

    No se entiende, como efectivamente no se ha entendido en más de un caso, la historia del régimen feudal sin la idea del Imperio; no se comprende, y ciertamente las faltas de comprensión han sido graves en muchas ocasiones, nuestra pluralidad medieval sin la instancia superior de España. Hemos citado antes unas breves palabras del “Sumari d’Espanya” atribuido a Puigpardines que, completadas con las que les siguen, se nos permitirá repetir: pretendiendo hacer creer que escribe en tiempos de Ramón Berenguer III –sabido es que falsamente-, afirma que este príncipe pensó que, puesto “que los actes seguits en Espanya hi en lo principat de Catalunya se vant oblidant, posat ni haja alguns llibres, pero per quant lo dit senyor volria que fosse en memoria, principalment los actes de Catalunya”, de donde queda claro el carácter que estos últimos tienen de parte –“principal”, como es propio, dado el ángulo visual en que está colocado el autor-, de los hechos de España. Los “fechos de España”, los “fets d’Espanya”, constituyen una experiencia histórica común y general, dentro de la que se articulan las demás, y de la cual cabe alcanzar un conocimiento válido en los asuntos que atañen a varios reinos.
    En la “Crónica de Jaime I”, el rey de Navarra dice al de Aragón: “Rey, en los fets d’Espanya tinch jo molt a saber” (66).

    La tensión entre este doble aspecto de totalidad y de particularidad no desaparece en ningún momento de la Edad Media; tal vez, por completo, no desaparecerá nunca. Por eso, junto a la línea alfonsina de las Crónicas generales se dan las reincidencias en el particularismo, más de una vez.
    Por eso, también, el canciller López de Ayala, que quiere mirar hacia lo que pasa fuera de la tierra de los reyes cuyos reinados relata, se considera obligado a dar una explicación. Es cierto que nos presenta el hecho como una práctica habitual y en parte, dada la época en que escribe, tiene ya razón. Pero ello mismo indica cómo la tensión con la tendencia particularista no había desaparecido todavía... (67).

    Ahora bien, en el orden de los hechos, a pesar del particularismo real que se da en la vida medieval y aunque, desde un punto de vista jurídico-formal, la separación que se da entre los reinos peninsulares pueda ser igual a la que cada uno de ellos mantiene respecto a los reinos ultrapirenaicos, sin embargo, las relaciones entre sí de sus reyes y entre éstos y los súbditos de los otros reyes vecinos son muy distintas de las que unos y otros sostienen con reyes y reinos de fuera. Paralelamente, en el orden de la historia que se escribe, y a pesar también de ese particularismo historiográfico que hemos señalado, es absolutamente diferente la posición en que, en las crónicas castellanas y catalanas, aparecen los otros grupos peninsulares, de aquélla en que se muestran los pueblos extra-hispánicos.
    A este resultado se llega por diferentes lados:
    - por la narración de empresas comunes, cuya importancia vital no se corresponde nunca con nada parecido en casos de participación en hechos de más allá de los Pirineos;
    - en la estimación de un interés común que se observa hasta en los que no participan en ciertas acciones, al ser éstas desarrolladas tan sólo singularmente por uno de los reinos peninsulares;
    - en la frecuente referencia a dificultades surgidas del impedimento de consanguinidad en las relaciones matrimoniales de reyes, grandes y poderosos;
    - en la tendencia a salvar a los pueblos de la responsabilidad por guerras promovidas por algunos reyes contra sus vecinos particulares;
    - en el carácter episódico y de rencilla doméstica con que la hostilidad recíproca se manifiesta en los casos de estas guerras internas;
    - por la frecuencia con que determinadas situaciones importantes –de peligro, de necesidad de defensa, de misión frente a los de fuera, de compromiso de honor o, en general, de comunidad en el acontecer histórico-, se proyectan sobre el ámbito total de España, reiteradamente la aparición de un rey u otro personaje de los restantes reinos produce en el cronista juicios calurosos dictados como por un sentimiento de cosa propia, favorables o adversos.

    Cualquiera que haya frecuentado simultáneamente las crónicas castellanas y catalano-aragonesas, ha sacado la impresión de una proximidad familiar entre ellas que nada tiene de semejante en las referencias a gentes o tierras extrapeninsulares. Puede hallarse respecto a todo esto, claro es, alguna excepción, como sucede, por ejemplo, en cierta partes de la “Historia Compostelana”; pero en este caso se da la coincidencia de ser un texto debido a un autor extranjero. El conjunto de nuestros historiadores medievales responde a ese sentimiento, sobre todo desde el momento en que la labor del historiador adquiere un desarrollo literario que permite plantear respecto a ella problemas de tal condición, esto es, en Castilla desde la “Crónica latina”, en Cataluña desde los “Gesta Comitum”.

    Un testimonio interesante en relación con la materia que estudiamos es el que nos proporciona el ya citado “Libre de feyts d’armes de Catalunya”. Presentada como escrita por un cierto Bernat Bordes y como terminada en 1420, en realidad es obra compuesta en el siglo XVII por un clérigo de Blanes, Juan Gaspar Roig, falsificador tan inteligente que su engaño, a pesar de la crítica caída sobre los falsos cronicones en los últimos siglos, no ha sido descubierto hasta fecha reciente, como llevamos dicho. Pues bien, en esta obra, dentro de una relación familiar constante con aragoneses y castellanos, sólo en tres momentos se manifiesta una oposición a estos últimos –episodio de Alfonso el Batallador, guerra de los dos Pedros y cuestión de la sede primada-, tres temas de oposición que lo serían igualmente hasta entre las partes más íntimamente relacionadas de un todo indiscutible.

    Pero aun contando con que la guerra interna y las enemistades que de ella nacen son fenómenos constantes en toda la Edad Media europea, escribe Coll, de cuyo estudio tomamos esta observación, que “en aquest cas l’historiador té cura de descarregar de responsabilitat els castellans i de carregar-la damunt llur rei” (68).
    En cambio, sigue diciendo Coll, no hay más que animadversión para los franceses, griegos, genoveses y sarracenos. Y lo interesante del caso no está en las opiniones del falsificador Roig, en cuanto tales, sino que lo especialmente significativo de su obra radica en lo siguiente: Primero, que escribiendo en tales tonos considerara el pseudo-Boades que podía hacer pasar su mixtificación como una obra auténtica del siglo XV; y segundo, que esto no haya chocado a nadie, como cosa rara, hasta nuestros días.

    Por otra parte, confirma lo anterior algo que en otro lugar observaremos en diferentes textos históricos. Son cosas absolutamente diferentes la oposición momentánea entre partes, cuando en ellas surge una colisión episódica de intereses, a la hostilidad permanente, sólo posible frente a pueblos extraños. Esta última es la que se observa contra las tierras y reinos del otro lado de los Pirineos, “les parts de França Narbonea que sempre e tós temps és stada mala vehina de Spanya” (69). Señalemos el empleo en esta frase –que tampoco ningún erudito moderno había juzgado imposible de escribir a comienzos del XV- de la palabra España, no precisamente como un concepto geográfico, sino como una indiscutible unidad política, capaz de un interés conjunto frente al permanentemente contrapuesto de la tierra que siendo vecina, pertenece a entidad política diferente

    la idea de una historia española

    La existencia de la línea historiográfica hispánica, tal como hemos de tratado de ponerla de manifiesto, desde la redacción de la “Estoria de Espanna”, mandada componer, revisada y corregida por Alfonso X (70), no ofrece problema alguno en la zona castellana. De la etapa que precede la obra de Alfonso el Sabio ya nos ocupamos antes. Del período que la sigue, la obra de Sánchez Alonso que, como compilación informativa ha anulado, a este respecto, los trabajos anteriores, proporciona abundantes datos sobre la materia.

    Hay que hacer observar en el siglo XIV castellano un cierto recrudecimiento de particularismo e incluso algunas de las obras cuyos títulos, no siempre dados originariamente por el autor, hacen referencia a España, se ocupan sólo de alguno de los varios reinos peninsulares. Esta circunstancia y algún otro testimonio análogo pueden llevar a la impresión de una tendencia a la apropiación exclusiva, por el lado castellano, del nombre de España, tendencia a la que correspondería paralelamente la que parecen señalar los títulos que algunos manuscritos dan, según llevamos visto, a la obra de Tomich. Pero esta impresión se anula si se tienen en cuenta tantas otras pruebas de que lo que existe es, propiamente, la pretensión de asumir la representación principal, no exclusiva, del todo hispánico.

    Por otra parte, para nuestro objeto, tiene un valor secundario la posible disminución en número o en importancia de las Crónicas generales, porque en la Crónica particular de un reinado o de un personaje, los hechos narrados pueden aparecer articulados sobre un fondo hispánico, de manera más decisiva e intencionada, según las características que antes hemos señalado, que en una Crónica general; ejemplos particularmente valiosos de ello son las magnas crónicas de López de Ayala y de Muntaner.

    De todos modos, desde fines del XIV, los ejemplos de historias de amplitud hispánica se suceden: Alonso de Cartagena, Sánchez de Arévalo, Diego de Valera y algunos otros, con logro más o menos fiel y cumplido, pretenden elevarse a ese enfoque general. Y la rica tradición alfonsina da, fuera del marco de Castilla, dos obras del mayor interés para nosotros: la Crónica del obispo de Bayona, Fray García de Euguí, y la del gran Maestre de Rodas, Fernández de Heredia. En qué medida otra famosa Crónica, navarra también como la primera de las dos que acabamos de citar, la del Príncipe de Viana, se contiene dentro de un neto encuadramiento hispánico tendremos ocasión de comprobarlo en numerosas referencias posteriores.
    No parece admisible incluir, en la línea de estas obras, tratando de completar con ellas lo antes dicho sobre la literatura historiográfica catalana, el llamado “Libre de les noblesses dels Reys”, contra lo que Cirot afirma, si nos basamos en el minucioso análisis de esa obra que dio Coll Alentorn (71).

    Esa línea de pensamiento, cuyo origen arranca de Idacio (siglo V), al haber fijado éste su atención de historiador en el marco peninsular de Hispania, cuya consolidación se alcanza rápidamente con Juan de Biclaro (s. VI), después de un largo proceso en el que esa intuición fundamental no se pierde nunca, sino que se va gradualmente enriqueciendo, culmina con la obra de otro obispo de Gerona, como lo había sido el Biclarense: Juan Margarit (s. XV).
    Lo que de su plan llegó a dejarnos realizado Margarit es suficiente para poder afirmar que aquél entrañaba la más plena concepción de la Historia de España que se hubiera dado, superada después en cuanto a su ejecución desde el punto de vista de la crítica histórica, pero no en el aspecto de su total visión hispánica.

    Contemplando desde fuera la obra de nuestros historiadores medievales, un excelente conocedor de nuestras letras, Entwistle, al par que sostenía la existencia de una verdadera “historiografía española” en la Edad Media, llegaba a caracterizarla de la siguiente manera: En cualquier historiador de allende el Pirineo se pueden encontrar datos sobre hechos españoles, pero al tratar de ellos “los cronistas castellanos, catalanes y portugueses se ocupan, cada uno de por sí, de una cuestión doméstica. Y sucede de este modo porque más allá de los intereses particulares de Castilla, Cataluña y Portugal, todos los cronistas conservan una entidad más amplia, España, o si se quiere, las Españas”. Dentro de esa comunidad se mueven también los historiadores arábigo-españoles, con caracteres, por otra parte, tan próximos a los de la restante historiografía española y tan diferente de los de los otros historiadores árabes: por ejemplo, como Dozy señaló, los egipcios. Y, en consecuencia, sostiene Entwistle, no hay otra historiografía europea que presente en la Edad Media un conjunto como López de Ayala, Muntaner, Fernando Lopes y Aben Jaldún (72).

    En un estudio general sobre nuestros cronistas medievales, Russell, según él mismo advierte, aplica las características comunes de la Historiografía de la Edad Media, tal como se muestran en el libro de Lane Poole “Chronicles and Annals”, a las obras españolas, extremando las conclusiones de aquél (73). En el estudio de Russell habría que revisar más de un punto. De las cuatro líneas historiográficas que señala: la de la tradición cristiano-clásica, la monástica, la de los escritores árabes y la de las Crónicas reales, Russell la que conoce mejor es la última.

    Todas ellas aparecen integradas, según él, en el cuerpo de una verdadera historiografía española, y ello tiene innegable interés, muy particularmente en relación con la última parte de su estudio, que es la más valiosa. Esto nos permite comprobar que no sólo por su ámbito, sino por su fundamental actitud, por su evolución y por sus características comunes, existe esa historiografía española, lo que reafirma, desde otro punto de vista, nuestra tesis. Porque, en definitiva, si existe una historiografía española, existe también, como el cronista catalán Tomich la llamó, una “Historia española”.

    Pero si en este caso, como en cualquier otro, la historia es posesión de un pasado común, es también proyección de ese pasado hacia delante y entraña, constitutivamente, incluso una cierta elección de ese futuro. Cuando, siguiendo el desarrollo sistemático de nuestro plan, nos ocupemos, en el capítulo correspondiente, de la idea de Reconquista, nos encontraremos con esa nueva dimensión que España, como realidad histórica, presenta. Y precisamente, en la Edad Media, ese carácter proyectivo, dinámico, del concepto de España, resulta muy intensamente acusado.
    La imagen de una historia en marcha pocas veces se habrá dado con tal claridad y generalidad como en nuestra Edad Media.

    Pero hemos de hacer aquí todavía una observación. En relación con el sentido proyectivo de la vida política, como de todo cuanto es existencia humana, se produce en la baja Edad Media un fenómeno especial: el desarrollo de corrientes de profetismo. Dentro de la atmósfera espiritualista, más o menos teñida de heterodoxia, que se da ampliamente en aquella época, surgen unas oscuras creencias proféticas que, nacidas en Europa, penetran en el área de la Península Ibérica (74).

    Llama la atención, por de pronto, el hecho de que esa penetración tenga lugar sobre toda España, en fechas próximas y con características muy parecidas (75). Pero, además, es notable que en esas profecías se dé con la mayor frecuencia una visión total de España, y a España, como entidad histórica dotada de un mañana único, se refieren muchas de ellas, entrelazando los diferentes reyes y las gentes de sus varios reinos en una misma responsabilidad de futuro y en un mismo destino. Se trate de Castilla o se trate de Aragón y Cataluña, lo que está constantemente en juego es España.
    Así puede comprobarse en algunas de las que ha estudiado Bohigas, no sólo cuando tales profecías se refieren a los Trastamara aragoneses, sino, con anterioridad, en alguna alusiva a Pedro III el Grande (76).

    En el lado castellano, unos de los ejemplos de mayor interés se encuentra en la aplicación, por el canciller López de Ayala, de las profecías de Merlín, famosas en la época, al desdichado reinado de Pedro I, de tal modo que, siendo éste un rey particular castellano, lo profetizado en torno a su figura repercute y se proyecta sobre toda España (77). Lo mismo puede decirse respecto a aquel de los pseudo-profetas que, al final de la Edad media, influyen más entre nosotros: Juan de Rocatallada (78).

    Este tipo de profetismo penetra desde muy pronto en las mismas cortes reales. Considerándose personalmente aludido, la visión de un fraile minorita le lleva a creer a Jaime I, según le atribuye su Crónica particular, que “un Rey ho ha tot a restaurar y a defendre aquell mall que no vinga a Espanya” (79). Ese “tot” es, sencillamente, toda España.
    Probablemente, en las profecías que cunden por la península desde fines del siglo XIII, se encuentra formulada, por primera vez, la aspiración a una restauración de la unidad española. Textos recogidos por Morel-Fatio, de los que nos ocuparemos más adelante, son claramente expresivos a este respecto.

    España es, para nuestros historiadores medievales, una entidad humana asentada en un territorio que la define y caracteriza y a la cual le sucede algo en común, toda una historia propia. Para indagar cuál sea el concepto de España en la Edad Media hemos de resolver, si ello es posible, un doble problema: en qué consiste esa entidad histórica y cuáles son los aspectos fundamentales de lo que en común le acontece. Confesemos que, con sólo lograr que el planteamiento de ambas cuestiones quedara hecho con alguna claridad, nos daríamos por satisfechos en nuestra labor…

    *****
    …continúa en la Sección titulada “Hispania Universa”: “De los nombres de España y sus partes”

    Verlo en el enlace: “El concepto de España en la Edad Media
    http://www.hispanismo.org/showthread.php?t=135
    Última edición por Gothico; 21/12/2006 a las 20:04

  4. #4
    Avatar de Mefistofeles
    Mefistofeles está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    ¡Geniales los textos! Gracias por el aporte.

    En cuanto a este tema recomiendo "España, tres milenios de Historia" de Antonio Dominguez Ortiz, donde el ya fallecido autor (una de nuestras figuras mas universales en cuanto a estudio de nuestra historia se refiere) hace especial referencia hacia ese sentimiento comun de pertenencia existente ya antes de la conquista de Roma, a esa España que pese a no ser un hecho politico si lo es sentimental de los habitantes de la peninsula y que nos acompaña a lo largo de la historia... el libro es mas bien un manual algo obtuso, pero el fondo de la cuestion es totalmente irreprochable.

  5. #5
    Avatar de CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN
    CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Una obra estupenda es la "Idea de la Fama en la edad Media Castellana" de la célebre filóloga hispanista argentina María Rosa Lida de Malkiel. En esta obra la autora demuestra la falsedad de la peregrina idea de haber anulado la Fe los conceptos de honor y de la propia nombradía, durante el mal llamado "Medioevo". Muy por el contrario, fue precisamente el ambiente de Fe, como señala la autora, el que subordinó la fama a la meta de la beatitud, impidiendo que se transformara en un fin en sí misma como en el ambiente neopagano que se vivió fuera de España durante el peor llamado "Renacimiento".
    Este libro es un manjar de erudición y ejemplo de claridad expositiva que, complementado con otras lecturas como El Cid y El Quijote, despeja toda duda del elevadísimo concepto de honor característico de España y que ha hecho decir a tantos autores que en ella se prolongó la Edad Media (en el mejor sentido del término) más que en ninguna otra nación europea, que es lo mismo que afirmar que en ella se intensificó como en ninguna la Cristiandad.


    EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

  6. #6
    Petronila está desconectado Miembro graduado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Me gusta mucho el tema. Felicidades y gracias por las aportaciones. Saludos.

  7. #7
    Avatar de ChrisErnest
    ChrisErnest está desconectado Miembro graduado
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    Re: Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Interesantísimo libro, saludos a todos los hermanos en la hispanidad!


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  1. 01/12/2009, 11:08

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