LA RAZON DE ESTADO EN ESPAÑA

Los reyes de los primeros Estados (Francia, España, Inglaterra) luchaban ya, durante el Renacimiento, por una provincia o por el recodo de un río con el mismo tesón que los posteriores déspotas ilustrados neoclásicos del siglo XVIII. Y al mismo tiempo, cada uno de ellos en la medida de sus posibilidades, por el «dominio del mundo», tal como soñó la gran Monarquía renacentista de Fernando el Católico.
La razón de Estado era privilegio de los fuertes, que la practicaban sin reconocer ni describir sus técnicas. Y a la vez era consuelo de los débiles, que teorizaban sobre aquello que no pueden practicar.
El primer ejemplo de tal actitud en la Edad Moderna fue la figura cautelosa de Fernando el Católico:maestro y no discípulo, como es obvio, de Maquiavelo. El Rey católico, por supuesto, nunca escribió tratado alguno de Teoría Política, pues la practicaba y, por cierto, magistralmente.
El segundo ejemplo lo brinda Maquiavelo (oscuro funcionario de una potencia... de cuarta fila) quien se limitaba a escribir sobre aquello que no podía practicar. Su resentimiento se vertía, por lo tanto, en la recreación de unas reglas imaginadas de conducta política, al margen de la ética medieval, imposibles de observarse en la práctica y acarreadoras, además, de la animadversión general.
Su “Príncipe” (Espejo de Príncipes), a más de practicar todas las políticas posibles, sin revelar ninguna, se personificaba —para escándalo y escarnio del mediano discípulo que fue Maquiavelo— bajo el titulo de “Rey Católico”, ... aunque con cuya autodenominación y apropiación culminó Fernando el Católico su magistral lección de respeto a las palabras, ...tan rencorosamente anotado por el burócrata florentino.

Ahora bien, ningún poderío es permanente, y el español tampoco lo fue. El apogeo del siglo XVI fue el umbral que separó el comienzo del declive, cuando la intuición de la crisis surgió en los espíritus más avisados del siglo XVII : lo cual es forzoso, por cuanto nos confirma la metáfora de que el buho de Minerva sólo despliega sus alas al atardecer.
Así ocurrirá cuando la relación teoría-praxis no sea ya tan aguzada y certera como en la era de Fernando (quien “rendía un reino por año”, como malévolamente reseñó Gracián) y entonces surgirá la melancólica reflexión de los teóricos que añoran y escriben sobre las empresas imposibles ya de efectuar. Quevedo, Saavedra Fajardo, Gracián, el tacitista Alamos-Barrientos, en fin, van a rememorar técnicas de gobierno triunfantes un siglo antes que ellos; y reprobarán a los torpes herederos el derroche de los recursos acumulados por la experta mano del rey Católico. Prototipos de ello serán tanto la obra de Alamos Barrientos (“Tácito Español illustrado con aforismos”) como el encomiástico y sublime “El político don Fernando el Católico”, de Gracián. Ellos analizarán la carga de maquiavelismo que siempre lleva cualquier poder político.
Así fue como, en este clima de premonición de la derrota final, surgió la chispa de la teoría de la Razón de Estado en España, cumpliéndose así el axioma de que “quien no puede actuar, escribe”.

De todas formas, teorizadas o no, las técnicas de la Razón de Estado fueron perfectamente comprendidas y practicadas —se escribiese o no sobre ellas— por los gobernantes españoles a lo largo de un siglo y, por ello, la Monarquía hispana predominó cien años en el orbe.
Por tanto, no cabe hablar de decadencia, sino de agotamiento. Lo milagroso fue el predominio de aquella España de siete millones de habitantes sobre casi todo el mundo conocido. Si sólo Francia —uno y no el más gigantesco de sus enemigos— tenía más del triple y además hay que añadir el Imperio Turco, lnglaterra, el Norte europeo protestante, etcétera, podrá calibrarse el maravilloso esfuerzo con que los servidores del Estado español dividieron, confundieron o destruyeron a sus numerosos enemigos, sin, por supuesto, preocuparse en teorizar sobre ello. Antes al contrario, permitiendo a frailes y teólogos expresarse en abundancia sobre la justicia y el derecho.