Respuesta: Concepto de Libertad
Estas son las premisas, pero los consecuentes son también evidentes:
La democracia es realmente una tiranía. El individuo se une a otros que son como él, es decir, se suman e imponen la voluntad que les conviene al resto pues para eso son "mayorías". Por otro lado, la democracia no existe realmente. Lo que hay es una oligarquía que maneja a su antojo una demagogia, o, gobierno desordenado del pueblo, y este desorden se establece a través del desorden moral que ensalza al individuo y lo aliena del grupo. Si todos tenemos la razón de nuestro lado, si todos estamos por encima de todo, ¿de qué sociedad podemos hablar?
Si tomamos como ejemplo la situación actual de España, vemos que hay una mayoría de 11 millones de votos que impera sobre más o menos otros 34 ó 35 millones que no han votado a la misma opción. En lo que se "justifica" esa tiranía es en que hay otros 15 o 16 millones que sí participan del funcionamiento del sistema. Al final, una mitad se impone a la otra. Y es tiranía porque no admite alternativa alguna, se perpetua y fuera del sistema sólo hay marginalidad política y según la posición ideológica hasta social.
Un ejemplo indignante pero evidentísimo es el modo de descalificación según de donde provenga la discrepancia: así son antisistema (falsísimo) aquéllos mugrientos izquierdosos que organizan grandes algaradas cada vez que se reunen los representantes del Fondo Monetario Internacional, pero durante el resto del tiempo en el que estos individuos del FMI no están reunidos, los antisistema participan del sistema.
Pero no son antisistema, aunque estén poniendo a parir a diario al sistema en sus casas, trabajos, reuniones sociales, etc., aquéllos que desde posiciones claramente tradicionalistas, eclesiales o más o menos conservadoras (que de todo hay), porque esos serán siempre calificados como ultraderechistas o fascistas. Y es que los primeros son hijastros del sistema y los otros no están en él, son unos retrógrados que quieren destruir el sistema, vamos la tramoya, la estafa más grande que han conocido los siglos.
En definitiva, se trata de algo que la gente es incapaz de percibir: y es que tenemos la desgracia de padecer el más repugnante y absolutista de los totalitarismos.
Así pues, ¿qué moral se puede pretender encontrar en este estado de cosas? Obviamente ninguna, o lo que es lo mismo, lo que hay es una absoluta combinación de amoralidad global que justifica toda inmoralidad individual y social sin que pase nada y sin que nadie se sienta culpable.
Última edición por Valmadian; 13/09/2009 a las 14:03
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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