Apaga y vámonos

Nuevamente tenemos que felicitar al responsable de La Nueva España de Gijón, Francisco García Alonso, por su columna de hoy. La televisión es incompatible con la vida familiar, con la vida intelectual, con la vida espiritual, con la vida ordenada. En un hogar cristiano no hay televisor. Un pueblo de teleadictos es una masa de dóciles esclavos.
Billete de vuelta
Apaga y vámonos
Lo peor de la televisión no es su capacidad para amontonar basura y vender detritus a precio de caviar: lo más lamentable es su efecto narcótico de doble dirección, pues entontece a los que miran, embobados en precaria hipnosis, y consigue que pierdan el sentido del ridículo los que la hacen, en una suerte de aquelarre infame que escapa ya del horario nocturno y se sirve en coctelera a cualquier hora. Va a ser verdad que, como discurría con sorpresa la bisabuela a la vista del invento, en la «caja tonta» sólo caben cerebros minúsculos. Y aún peor es cuando la pantalla se llena de predicadores y se convierte en púlpito. Apaga y vámonos, que donde permanece encendido un televisor seguro que hay alguien que no está leyendo un libro.

Voluntad