Apreciado Juan Manuel, nada nuevo, nada extraño, nada inesperado, en estas reacciones. Asistimos, y somos partícipes, de una guerra moral y en consecuencia intelectual, de proporciones cuasi mundiales. Y a diferencia de las guerras que practicaban los caballeros, en este nuevo tipo de conflicto las reglas no las marca ningún código de honor. Aquí hay que ser el más miserable, el más golfo y, porque no, también el más hábil en la calumnia, la mentira, la ofensa, siendo el manejo de las falacias una necesidad mayor que la del virtuosismo en la finta con el florete. Así, en tales condiciones, no quedan sino dos alternativas, una de ellas es la de no pretender jugar en una partida de tahúres con las reglas de la caballería; la otra, aplicar los mismos métodos que la patulea chabacana, aunque con mucha más finura y elegancia, y sin más límite que el de la misericordia y la caridad que Nuestro Señor nos pedía para con el prójimo.

Personalmente me inclino por la burla, broma, causticidad, escarnio, ironía, mofa, mordacidad, sarcasmo, sorna, dejando la befa y el insulto para cabrear. Provocan tales prácticas un efecto muy contundente en el enemigo y, por contra, un efecto balsámico en quien las emplea a fondo. Además, sabiendo emplearlas y en las dosis adecuadas, no tienen reflejo en las normas vigentes consistiendo, en cambio, formas que adopta la libertad de expresión.