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Tema: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1626, 10 de Septiembre de 1952, páginas 510 a 520.


    INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. REVERENDÍSIMA

    Sobre la libertad de cultos

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    La aspiración universal del mundo, en los actuales momentos, puede compendiarse en una palabra mágica que ha llegado a seducir los pueblos: la libertad. Liberad sin trabas, libertad sin límites, libertad universal, libertad que acabe con todo género de opresión que coarte los instintos más bajos de nuestra naturaleza caída.

    Bien puede denominarse el siglo XX, el siglo de la libertad, o mejor dicho, de las libertades.

    No es fácil dar una idea completa de las aspiraciones del mundo moderno respecto a la libertad. Se proclama en todos los tonos, como conquista de nuestros días, la más desenfrenada libertad. La libertad de pensamiento, la libertad de cátedra, la libertad de prensa.

    Todas estas libertades se consideran inviolables, y se proclama el derecho a ellas, como una conquista de los últimos tiempos.

    Reciben el nombre tan significativo de libertades de perdición, y son origen y fuente emponzoñada de las que se derivan gravísimos males al mundo.

    Entre estas libertades figura, en primer término, la libertad de cultos.


    La libertad de cultos, reprobada de suyo por la Iglesia

    En la multitud de cartas y de artículos de prensa que hemos recibido recientemente, provenientes de países protestantes, la libertad de cultos se conceptúa como un privilegio y prerrogativa del mundo moderno que es necesario respetar y proclamar.

    Mas, la Iglesia siempre vigilante por la pureza de la doctrina, no ha cesado de hablar con toda claridad a sus hijos, condenando en los términos más enérgicos la libertad de cultos.

    El Soberano Pontífice Pío IX, de santa memoria, condenó manifiestamente la libertad de cultos, en la proposición LXXIX, del Syllabus, con estas palabras: «Es sin duda falso que la libertad civil de cualquier culto, y lo mismo la amplia facultad concedida a todos de manifestar abiertamente y en público cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y los ánimos, y a propagar la peste del indiferentismo». Proposición condenada en virtud de la Alocución «Numquam fore» de 15 de Diciembre de 1856, en la que el Soberano Pontífice enseña que «para más fácilmente corromper las costumbres y los corazones de los pueblos, para propagar la detestable y destructora peste del indiferentismo y acabar con nuestra sacratísima Religión, se admite el libro ejercicio de todos los cultos y se concede a todos la plena facultad de manifestar pública y abiertamente todo linaje de opiniones y pensamientos».

    Nos haríamos interminable, si quisiéramos aducir todos los testimonios hermosísimos que demuestran la ilicitud grave de la libertad de cultos.

    Nuestro insigne apologista Balmes, en su Antología, define la libertad diciendo: «La libertad consiste en ser esclavo de la ley». «Definición que diera Cicerón, y partiendo de la cual puede decirse que la libertad del entendimiento consiste en ser esclavo de la verdad, y la libertad de la voluntad en ser esclavo de la virtud; y tan es así, que si trastornáis ese orden, matáis la libertad. Quitad la ley, entronizáis la fuerza; quitad la verdad, entronizáis el error; quitad la virtud, entronizáis el vicio».

    Para llegar a este error gravísimo de la proclamación de la licitud de la libertad de cultos, ha sido preciso destruir el concepto de la verdadera libertad.

    Un insigne apologista moderno, a este propósito, hace observar que «la libertad, en el trato civil, no consiste en hacer los ciudadanos cuanto les place, sino en seguir, mediante las leyes civiles, las prescripciones de la ley eterna».

    »De manera que ora se considere la libertad humana en los individuos o en las sociedades, en los superiores o en los súbditos, en todos los casos está sometida a la suprema autoridad de Dios, que no menoscaba, antes dignifica y protege la libertad de los hombres.

    »¿Con qué sombra de razón echan en cara a la Iglesia, ser enemiga de la libertad personal y civil: Ella que desarraigó la esclavitud, baldón de las naciones paganas; Ella que estableció la fraternidad amorosa entre los hombres; Ella que resistió a los antojos de la tiranía, a los desmanes de la iniquidad, a las violencias del cesarismo, haciendo se respetase la autoridad del poder legítimo, [haciendo] se guardasen los derechos de los ciudadanos para que todos viviesen en libertad, conforme a las leyes mandadas, según los dictámenes de la recta razón?».

    Este error perniciosísimo, como tantos otros, trae su origen del funesto protestantismo. «Levántase –dice Balmes– el pecho con generosa indignación al oír que se achaca a la religión de Jesucristo la tendencia a esclavizar. Cierto es que, si se confunde el espíritu de verdadera libertad, con el espíritu de los demagogos, no se le encuentra en el catolicismo; pero, si no se quiere trastocar monstruosamente los nombres, si se da a la palabra libertad su acepción más razonable, más justa, más provechosa, más dulce, entonces la religión católica puede reclamar la gratitud del humano linaje: ella ha civilizado las naciones que la han profesado, y la civilización es la verdadera libertad».

    Sirve de base a esta doctrina tan perniciosa, el error gravísimo y funestísimo que afirma la igualdad de derecho de todos los cultos y la licitud de todas las religiones, cualesquiera que ellas sean.

    Ha habido, en estos últimos tiempos, un empeño sectario en hermanar la verdad con el error, provocando conferencias entre las diversas religiones, que han sido siempre manifiestamente condenadas por la Iglesia.

    El actual Soberano Pontífice, Pío XII, felizmente reinante, en 5 de Junio de 1948, ha prohibido a los católicos participar en el Congreso Mundial de las Iglesias, en Amsterdam:

    «Como se ha podido comprobar –dice el decreto– que en varios países, contrariamente a lo que disponen las órdenes de los sagrados cánones y sin previa autorización de la Santa Sede, se han celebrado convenciones entre católicos y no católicos, en las que se han tratado cuestiones de fe, se recuerda, de conformidad con el párrafo 3.º de la ley canónica 1325, que está prohibido participar en tales asambleas, sin la previa autorización de la Santa Sede. Aún es menos permitido que los católicos convoquen y organicen tales congresos. Por lo tanto, la Sagrada Congregación impone el exacto cumplimiento de estas prescripciones. Deben ser especialmente observadas cuando éstas se refieren a los llamados Congresos Ecuménicos, en los que los católicos, tanto seglares como clérigos, no pueden de ninguna manera participar, sin la previa autorización de la Santa Sede».



    La libertad de cultos, fuente emponzoñada de innumerables males morales


    Nos lamentamos frecuentemente, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, del diluvio de males que inunda el mundo en la época actual. Es cierto que no ha habido época en la historia, en que la Iglesia no se haya lamentado de esta perversión de las doctrinas y de las costumbres que pone en grave riesgo a la humanidad. Mas, no cabe duda alguna que la libertad de cultos, proclamada como conquista de la época moderna, en los sitios donde se ha implantado ha sido y es fuente emponzoñada del más repugnante libertinaje.

    Con cuánta razón exclamaba San Agustín: «¡Qué peor muerte para el alma que la libertad del error!».

    Pensamiento que desarrolla en su Encíclica «Libertas» de 20 de Junio de 1888, el Soberano Pontífice León XIII, diciendo: «La libertad degenera en vicio y aun en abierta licencia, cuando se usa destempladamente, postergando la verdad y la justicia».

    Por sus maravillosas enseñanzas contenidas en sus admirables Encíclicas, bien puede denominarse el Papa León XIII, el Pontífice de la libertad.

    En su Encíclica «Immortale Dei» de 1 de Noviembre de 1885, proclama el Soberano Pontífice la doctrina de que «ésas que llaman libertades, bastante ha enseñado la experiencia a qué resultado conducen en el gobierno del Estado, habiendo engendrado, en todas partes, tales efectos que justamente han traído el desengaño y el arrepentimiento a los hombres verdaderamente honrados y prudentes».

    La llamada libertad de cultos es, tal vez, la más funesta entre todas las libertades de perdición, ya que quebranta todas las leyes que pueden contener los vicios y abre la puerta a todos los abusos morales.

    Muchas veces se ha alegado el amor a la patria como justificante de esta libertad de cultos perniciosísima, error que combate el Papa Pío XI, en su Encíclica «Mit brennender Sorge» de 14 de Marzo de 1937: «No es lícito –dice– a quien canta el himno de la fidelidad a la patria terrena, convertirse en tránsfuga y traidor con la infidelidad a su Dios, a su Iglesia y a su Patria eterna».

    Es verdad, Hermanos e Hijos muy amados, que entre nosotros todavía, por la misericordia de Dios, no se habla de libertad de cultos; pero es necesario vivir muy alerta. Lo advierte prudentemente un eminente escritor de nuestros días:

    «En esto sí que han de levantar la voz todos los católicos españoles y exclamar y exigir que se reprima con mano fuerte, esa libertad de corromper las almas que va envuelta en la de emitir sus opiniones, tal como de hecho se ve tolerada, aunque según hemos visto, es abiertamente ilegal por ser opuesta a la misma Constitución».


    Para conseguirlo es necesario revestirse, con espíritu de Dios, de fortaleza, en esta lucha entablada con el espíritu del mal, recordando las palabras de San León: «Es gran piedad patentizar los escondrijos de los impíos y vencer en ellos al mismo diablo».


    La libertad de cultos es una de las libertades de perdición

    No hemos dudado en calificar a la libertad de cultos de una de las libertades más funestas de perdición.

    Es tan grande la ignorancia de nuestros tiempos que muchos se convierten en propagadores y defensores de estas libertades de perdición que no entienden.

    Un apologista moderno, tratando de ellas, pone el dedo en la llaga al afirmar:

    «¿Qué entienden por libertad de cultos los que la demandan? La de profesar la religión que les acomode o de no profesar alguna, si les parece. Quisieran también que por tal libertad, no se metiese la ley nunca en nada referente a la religión, ni se cuidase poco ni mucho de lo que hagan los particulares en este asunto.

    »Para demostrar ahora el absurdo y la injusticia de semejante libertad, bastará despojarla de las frases con que viene confusamente manifestada y ponerla en claro, con otros términos, según la significación única que puede tener para nosotros.

    »La libertad de cultos, en los países católicos, es el derecho de construir mezquitas, levantar sinagogas, hacer pagodas, erigir altares al sol, a la luna, al fuego, etc., y esto al lado de la Iglesia del único y verdadero Dios, en presencia de los altares de nuestro Salvador Jesucristo. Tal es la libertad de cultos.

    »Ni diga nadie que se recurre a lo peor; y que los defensores de la libertad de cultos quieren librarse sólo de las pretensiones de la Iglesia; porque la libertad de cultos, en abstracto, reúne todos aquellos errores y, en concreto, hace peor aún, porque a proclamar llega el ateísmo, que es más funesto que la idolatría, por cuanto, si yerra el idólatra en suponer la divinidad en donde no existe, el ateo la desconoce absolutamente».


    Con gran previsión, el celebérrimo P. Mariana, S.J. hacía esta observación que ponía en relieve que la libertad de cultos, que destruye la religión verdadera, es una funesta libertad de perdición:

    «La religión –decía– es un fuerte vínculo para unir estrechamente los ciudadanos con el Estado, pues que sólo permaneciendo la religión incólume pueden subsistir las leyes nacionales, mientras que estando en decadencia la religión, decaen también y vienen a gran ruina todos los intereses de la patria».


    Presentía ya los gravísimos estragos que había de producir en la Iglesia este libertinaje, el primer Papa, San Pedro, quien advertía a los católicos de todos los tiempos:

    «Verdad es que hubo falsos profetas en el antiguo pueblo de Dios, así como se verán entre vosotros maestros embusteros que introducirán con disimulo sectas de perdición. Estos tales son fuentes sin agua y tinieblas que se mueven a todas partes, para los cuales está reservado el abismo de perdición. Porque profiriendo discursos pomposos, llenos de vanidad, atraen con cebos de apetitos carnales y prometen libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción; pues, quien de otro es vencido, por lo mismo queda esclavo del que venció, y ellos han sido vencidos por el error y por el mal» (2 Pet. 2, 17 y ss.).


    No debemos maravillarnos, Hermanos e Hijos muy amados, que tratándose de un riesgo tan grave para las almas, desde la Cátedra de la verdad, los Soberanos Pontífices insistan, una y muchas veces, en apercibirnos de este peligro gravísimo.

    León XIII, en su Encíclica «Libertas» nos dice:

    «No es lícito de ninguna manera pedir, defender, conceder la libertad de pensar, de escribir, de enseñar, ni tampoco la de cultos, como otros tantos derechos dados al hombre. Pues, si se los hubiera dado, en efecto, habría derecho para no reconocer el imperio de Dios, y ninguna ley podría moderar la libertad del hombre.

    »Síguese también que, si hay justas causas, podrán tolerarse estas libertades, pero con determinada moderación, para que no degeneren en liviandad e insolencia. Donde estas libertades estén vigentes, usen de ellas para el bien de los ciudadanos, pero sientan de ellas lo mismo que la Iglesia siente, porque toda libertad puede reputarse legítima, con tal que aumente la facilidad de obrar el bien: fuera de eso nunca».


    Y el Papa del Syllabus, el inmortal Pío IX, en su Encíclica «Qui pluribus» de 9 de Noviembre de 1846, nos señalaba, con toda claridad, este peligro y nos exhortaba a precavernos de él diciendo:

    «Con todo empeño se patenticen las insidias, errores, engaños y maquinaciones, ante el pueblo fiel, y se libre a éste de leer libros perniciosos, exhortándole con asiduidad a que, huyendo de la compañía de los impíos y sus sectas, como de la vista de la serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la fe, la religión y la integridad de las costumbres».


    La libertad de cultos no es un derecho de los pueblos, ni un ideal de la civilización moderna

    Parece mentira que muchos espíritus frívolos, no obstante gloriarse de católicos, se hayan dejado seducir por estas falsas ideas llamadas conquistas de la civilización.

    Todavía es tolerable este lenguaje, en labios de los que están dominados por el error «y están sentados en las tinieblas y sombras de la muerte» (Ps. 106, 10). Por esto, juzgamos conveniente, antes de terminar esta Nuestra Instrucción pastoral sobre la libertad de cultos, llamaros la atención sobre la espantosa confusión que reina en nuestros días a este propósito.

    Un notable apologista moderno expone diáfanamente esta doctrina fundamental de la Iglesia.

    «Se dice –escribe este autor– que la libertad de cultos es una de las conquistas preciosas de la época moderna, y se añade «que la religión es un deber que todo individuo tiene para con la divinidad y que tócale, por tanto, a cada uno pensar en él». Esto es muy falso, porque, si bien la religión es un deber aun de cada individuo, lo es igualmente de la sociedad entera. Dios no es Señor sólo de los individuos, es Soberano y Autor también de la sociedad, por lo cual no se puede prescindir de un culto que se le preste a nombre de toda la sociedad y en el cual tome parte.

    »Poner en duda esta verdad es proscribir lo que han confirmado, con su ejemplo, hasta los pueblos más incultos de la tierra.

    »Pero, al menos, en lo que se refiere al deber individual, ¿no deberá intervenir la sociedad en nada? Si se trata de una sociedad pagana o heterodoxa que no posee la verdad infalible, ni hay quien se la enseña con autoridad, no tendrán más derecho los gobernantes que el de prescribir lo que lastima evidentemente las leyes mismas de la naturaleza. Pero, si se trata de una sociedad católica que infaliblemente posee la verdad, por tener el magisterio infalible de la Iglesia, no podrán indicar ellos mismos lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, en materia de culto, por corresponder esto, esencialmente, a quien posee la autoridad de definir infaliblemente. La Iglesia tiene la obligación y el derecho de proteger exteriormente el tesoro de verdad que posee en su culto; y tiene este derecho porque se lo da la misma verdad infaliblemente conocida. Y no hay sobre la tierra quien lo tenga mayor que la verdad.

    »Si tal culto, ciertamente verdadero, es por añadidura el único que se practica en un país, en un pueblo o en una nación, tanto más se le deberá defender, cuanto que, sobre constituir el bien espiritual y eterno de los individuos, es un bien temporal y grandísimo de toda la sociedad, en la que fomenta la unión y la concordia, que son los bienes más deseables de todos los terrenos.

    »¿Quién no ve la gran injusticia y el absurdo, al sostener en nuestra patria la libertad de cultos?

    »Es lo mismo que decir a quien posee la verdad, que tiene derecho a defender el error; a quien está unido por la caridad con sus hermanos, que tiene derecho a enemistarles; y sostener que la autoridad social no tiene derecho a garantir la unidad de su culto, equivale a decir que la autoridad establecida para el sostenimiento del orden, no tiene derecho a conservarlo».


    Agudamente hace observar el meritísimo autor de «El liberalismo es pecado», el insigne sacerdote Sardá y Salvany:

    «¿A qué decretar –se pregunta– la libertad de cultos, si en España no hay más culto que el verdadero? ¡Cómo ciega el odio contra la verdad! No podía haber libertad de cultos porque no había cultos que libertar; pero se hizo que vinieran del extranjero, para tener el gusto de mostrarles a la Europa como prueba de nuestros progresos».


    No se trata tan sólo de una cuestión teórica y opinable; en el fondo se ventila una cuestión importantísima que los impíos pasan por alto y que a los católicos nos interesa hacer resaltar.

    Es la doctrina que exponía, en su Alocución de 9 de Diciembre de 1854, el Papa Pío IX, diciendo:

    «La fe obliga a creer que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Apostólica Romana, la cual es la única arca de salvación, fuera de la cual perecerá quien quiera que no entre».


    Queremos terminar, venerables Hermanos y muy amados Hijos, como con broche de oro, esta Nuestra Instrucción pastoral, con unas palabras autorizadísimas del Santo Padre Pío XII, en su Exhortación de 10 de Febrero de 1952:

    «Millones y millones de hombres claman por un cambio de ruta y miran a la Iglesia de Cristo como a poderoso y único timonel que, respetando la libertad humana, pueda ponerse a la cabeza de tan grande empresa (de rehacer al mundo) y suplican con palabras clarísimas que sea Ella su guía».


    Quiera el Señor preservarnos de tantos males, como por doquier nos cercan, y conservarnos, como a nuestros padres, en la pureza de la santa fe y en la práctica de las doctrinas de la Santa Iglesia.

    Gracia que no dudamos obtener de la mediación de la Omnipotencia suplicante, María Santísima, de la cual canta la Iglesia que aplastó todas las herejías en todo el mundo (Off. comm. fest. B.M.V. in III noct.).

    Prenda de los divinos favores que para todos imploramos, sea la bendición que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 8 de Septiembre de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre).

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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1627, 1 de Octubre de 1952, páginas 556 a 573.


    INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.

    Desvaneciendo funestos errores de la Revista norteamericana «América» sobre la propaganda protestante en España

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    No era de extrañar que, ante la publicación de Nuestro Documento pastoral sobre la propaganda protestante en nuestra Patria, surgiera la protesta enérgica del protestantismo de diversos países de Europa y de América.

    Manifestación de esta protesta han sido las innumerables cartas de protestantes y las numerosas revistas evangélicas que hemos recibido con este motivo.

    Hemos estudiado detenidamente el contenido de todas estas cartas y artículos, y no hemos encontrado nada nuevo y digno de mención. Dictadas la mayor parte por la pasión, contienen, no razonamientos especiales y fundados, sino frases incorrectas que debemos en caridad pasar por alto.

    Lo verdaderamente extraño es que precisamente una Revista redactada por Padres de la Compañía de Jesús que se publica en Nueva York, haya sido la que ha pretendido combatir Nuestro Documento pastoral, que sienta la que es doctrina de la Iglesia.

    Para reparar este escándalo, queremos, venerables Hermanos y amados Hijos, dirigiros esta nueva Instrucción pastoral que deje completamente en claro las cosas y vindique a la Compañía de Jesús –a la que estamos tan obligados por habernos formado en sus aulas– de esta nota que tan poco favorece su tradicional prestigio doctrinal y que contraría a toda su historia.


    Misión providencial de la Compañía de Jesús, instituida para combatir el protestantismo en el mundo católico

    Es precisamente, venerables Hermanos y muy amados Hijos, una gloria inmarcesible de la Compañía de Jesús y de su santo Fundador, la de haber sido escogida por Dios nuestro Señor para combatir tenazmente el protestantismo que tanto estrago había de producir en la Iglesia Santa.

    No necesitamos aducir las numerosas pruebas que tenemos recogidas. Nos limitaremos únicamente a citar algún que otro testimonio auténtico que confirme Nuestra afirmación.

    El insigne Balmes, en su monumental obra El Protestantismo comparado con el Catolicismo, capítulo XLVI, dice:

    «Fijando la atención sobre el Instituto de los Jesuitas, la época de su fundación y la rapidez y magnitud de sus progresos, se confirma más y más la admirable fecundidad de la Iglesia Católica, para acudir con algún pensamiento digno de Ella, a todas las necesidades que se van presentando. El protestantismo combatía los dogmas católicos con lujoso aparato de erudición y de saber: el brillo de las letras humanas, el conocimiento de las lenguas, el gusto por los modelos de la antigüedad, todo se empleaba contra la religión con una constancia y ardor, dignos de mejor causa. Hacíanse increíbles esfuerzos para destruir la autoridad pontificia; o, ya que esta destrucción no fuera posible en algunas partes, se procuraba a lo menos desacreditarla. El mal cundía con velocidad terrible, el mortífero tósigo circulaba ya por las venas de una considerable porción de los pueblos de Europa, el contagio amenazaba propagarse a los países que habían permanecido fieles a la verdad; y, para colmo de infortunio, el cisma y la herejía atravesaban los mares yendo a corromper la fe pura de los sencillos neófitos en las regiones del nuevo mundo. ¿Qué debía hacerse en semejante crisis? El remedio de tamaños males, ¿podía encontrarse en los expedientes ordinarios? ¿Era dable hacer frente a tan graves e inminentes peligros echando mano de armas comunes? ¿No era conveniente fabricarlas adrede para semejante lucha, de temple acomodado al nuevo género de combate, con la mira de que la causa de la verdad no pelease con desventaja en la nueva arena? Es indudable. La aparición de los Jesuítas fue la digna respuesta a estas cuestiones, su Instituto la resolución del problema».


    Apología hermosa del Instituto de la Compañía de Jesús, es la que contienen estas palabras del inmortal apologista Jaime Balmes. En ellas no hace más que reflejar una verdad evidente, por todos reconocida.

    El eminente P. Pedro de Ribadeneyra, que convivió con San Ignacio de Loyola, en la Historia de la Contrarreforma dice hermosísimamente:

    «La Bula apostólica de la confirmación de la Compañía, dice que es instituida principalmente para defensa y dilatación de nuestra santa fe católica. La fe se defiende entre los herejes y se extiende entre los gentiles. Pues, veamos ahora qué necesidad había que fuese defendida la fe y amparada de los herejes en este tiempo…

    »El año de 1483 nació Martín Lutero en Sajonia, provincia de Alemania, para ruina y destrucción de los nacidos; y el de 1517 comenzó a predicar contra las indulgencias concedidas por el Romano Pontífice; y el de 1521 se quitó la máscara y descubiertamente publicó la guerra contra la Iglesia Católica. Y, este mismo año, Dios nuestro Señor quebró la pierna al Padre Ignacio en el castillo de Pamplona para sanarle, y de soldado desgarrado y vano hacerle su capitán y caudillo y defensor de su Iglesia contra Lutero. Esto es propio, como he dicho, de la providencia y consejo del Señor».


    Nos vemos forzados, por la profusión de testimonios que tenemos recogidos, a citar únicamente unas palabras que constituyen la síntesis de la vida de San Ignacio de Loyola. Síntesis escrita a raíz de su gloriosa muerte: «Varón por cierto valeroso y soldado esforzado de Dios, el cual con particular providencia y merced envió su Majestad a su Iglesia, en estos tiempos tan peligrosos, para ir a la mano a la osadía de los herejes, que se rebelaban y hacían guerra a su Madre. Véese ser esto así claramente: porque si bien lo consideramos hallaremos que este santo Padres se convirtió de la vanidad del mundo a servir a Dios y a su Iglesia, al mismo tiempo que el desventurado Martín Lutero públicamente se desvergonzó contra la Religión católica. Y cuando Lutero quitaba la obediencia a la Iglesia Romana y hacía gente para combatirla con todas sus fuerzas, entonces levantó Dios a este santo Capitán, para que allegase soldados por todo el mundo, los cuales con nuevo voto se obligasen de obedecer al Sumo Pontífice y resistiesen, con obras y con palabras, a la perversa y herética doctrina de los secuaces de Lutero».

    Cuál fuera el fin de la Compañía de Jesús, según la mente de su Fundador, se descubre claramente en los Avisos que el Santo Padre Ignacio de Loyola daba a sus hijos al enviarles a predicar el Evangelio en los países protestantes.

    Estos Avisos están tomados de la Historia de la Compañía, escrita por el documentadísimo Padre Aicardo.

    Uno de estos Avisos dice así: «Al ver lo que han avanzado en tan breve tiempo los herejes, difundiendo el veneno de su mala doctrina por tantos pueblos y regiones y aun tomando carrera para andar adelante, como quiera que sus conversaciones cunden como gangrena cada día, parece que nuestra Compañía, siendo escogida de la Providencia divina como uno de los medios eficaces para reparar tanto mal, no solamente debe poner toda diligencia en preparar remedios buenos, sino también prontos y que puedan extenderse mucho, esforzándose en acudir con la mayor prisa posible a preservar lo que aún está sano y curar lo que está ya tocado de la peste herética, especialmente en las regiones septentrionales».


    Cómo ha correspondido la Compañía de Jesús a este fin de su fundación, desde el tiempo de sus fundadores

    Son tan copiosas, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, y tan evidentes las pruebas que se pueden aducir en favor de la fidelidad con que San Ignacio y los primeros Padres de la Compañía respondieron a este nobilísimo fin de su fundación, que nos será preciso atenernos, a causa de la brevedad, tan sólo a algunas de ellas.

    En la Historia de la Compañía, escrita tan meritoriamente por el P. Aicardo, se puede ver perfectamente demostrada con muchos testimonios Nuestra afirmación:

    «Como es fácil de comprobar –dice en su capítulo VII– la acción apostólica de nuestro Padre San Ignacio y de toda la Compañía, en los países protestantes, fue intensísima.

    »Sin contar las innumerables cartas escritas a los que por allá se encontraban, llenas de dirección y de consejos, y todo lo relativo a la fundación, institución y progreso del Colegio Germánico, se conservan de nuestro santo Patriarca doce Instrucciones acerca del modo de trabajar en aquella viña. Tres, en efecto, dio a los Nuncios de Irlanda, tres a los Colegios de Colonia, Praga e Ingolstadt, una a Salmerón cuando iba a Polonia, otra al Nuncio de Austria, otra a los PP. Laínez y Nadal cuando iban a ir a Alemania, y otras tres, según parece, al P. Canisio y a otros que a Germania iban destinados».


    Entre los discípulos más distinguidos de San Ignacio, que ilustraron la Iglesia de Dios en aquellos tiempos difíciles, por su santidad y por su ciencia eximia, merece citarse al Doctor de la Iglesia San Pedro Canisio, de cuya acción verdaderamente apostólica mucho pudiera decirse:

    «Desde la Dieta de Worms –escribe a Ferdinando, Rey de Rumanos–: Se disolvió el coloquio y no sin fruto como opinan los que saben. Bendito sea Dios que confirma la unidad de su Iglesia con esta confusión de los sectarios. Enséñenos la experiencia, os ruego, a que no confiemos en los perseguidores de la Iglesia ni los adulemos, pues no guardan fidelidad ni a Dios ni al mundo, y una cosa ostentan y prometen y otra hacen y declaran con sus hechos. ¡Ojalá no temiéramos a los débiles: Dios pelearía con nosotros, si nos juntáramos a Él y despreciáramos los espantajos del mundo! Inspírenos el espíritu de Cristo, lo que trae la verdadera paz, porque «no hay paz para los impíos» (Is. XLVIII, 22) ni en las tiendas de los rebeldes.

    »El Señor Rey de Reyes nos dé en todo inteligencia y celo de la honra de su nombre que ahora de tantos modos es blasfemado».


    «Su nombre es el de martillo de herejes y apóstol de Alemania –dice uno de sus biógrafos–. En Agosto de 1545 estaba en Colonia. En medio de la persecución de los herejes seguía él predicando, enseñando, conservando y sustentando a sus hermanos».

    El P. Nadal, en una de sus visitas a Viena de Austria, recomienda «como armas para vencer a los herejes, el uso y difusión de los medios que Dios ha concedido a su Iglesia y que ellos combaten, y la práctica de las virtudes que ellos no ejercitan, a fin de desagraviar al Señor de esta manera.

    »Debemos revestirnos de un ánimo muy esforzado en Cristo contra todas las herejías y contra todos los herejes, porque éstos, aunque han de ser amados como prójimos, con la compasión y el amor siempre se ha de juntar el celo de Dios contra ellos y la detestación de sus herejías».

    Singularmente amado por San Ignacio fue el Beato Padre Fabro, gloria de la naciente Compañía, que tanto se distinguió en sus campañas contra la herejía protestante.

    Merecen especial mención los avisos que el Beato Padre Fabro daba para la evangelización de los protestantes.

    Avisos que revelan aquella ardiente caridad que animaba el corazón de tan santo apóstol.

    Tenían estos avisos tanta autoridad, por la experiencia y virtud de su autor, que el sapientísimo P. Laínez le pidió los diera por escrito.

    «Quien quisiere –dice el Beato P. Fabro– aprovechar a los herejes de este tiempo, ha de mirar tener mucha caridad con ellos y amarlos de verdad desechando de su espíritu todas las consideraciones que suelen enfriar en la estimación de ellos.

    »Cuanto que esta secta luterana es de los hijos que desertan de la fe para perderse (Hebr. 10, 39) y primero se ha perdido el buen sentir que no el buen creer en ellos, es menester, proceder de las cosas que son y sirven para el buen sentir según el afecto, a las que son para el buen creer; al contrario de lo que se hacía cuando los antiguos gentiles recibían la fe; porque allí, primero era menester enseñar y corregir los entendimientos por vía de la fe que proviene de oír (Rom. 10, 17) y de allí venir al buen sentir, acerca de la doctrina y de las obras que son conformes a la fe que se ha abrazado.

    »En los errores que ellos tienen sobre lo que se ha de obrar, que es «cuasi» universal en esta secta, es menester proceder de las obras a la fe, hablándoles siempre cosas que puedan inducir a amar las obras».

    Memorable es la carta del Duque Alberto de Baviera al P. Maestro Laínez, Prepósito General de la Compañía de Jesús, por revelar la labor intensa que realizaban los Padres de la Compañía contra la herejía protestante:

    «¿Qué hombre cristiano y sincero –dice– habrá que no se alegre de corazón viendo que con la excelente erudición y loable vida de los hijos de vuestra Paternidad, se debilitan los ímpetus de los herejes y su loca pertinacia queda confundida?

    »Por lo tanto tornamos a rogar y pedir a V. P. que, compadeciéndose de los trabajos y más pesada carga de sus hijos que ellos pueden llevar, nos envíe otros que los acompañen y ayuden a coger las copiosas mieses que hay en nuestros estados y asienten y acaben con perfección este colegio: que nosotros proveeremos de todo lo necesario, de tal manera que todos entiendan la benevolencia y amor con que abrazamos esta venerable Compañía y nuestra Santa y Católica Religión tenga perpetua morada en este nuestro colegio. Todo lo que fuere menester para el viático de los Padres que aguardamos, habemos mandado dar, como lo ordenare el P. Canisio. De Munich, a 27 de Junio de 1560».


    Este espíritu de lucha sin cuartel contra la funesta herejía del protestantismo lo infiltraba la Compañía en el corazón de sus jóvenes estudiantes, en los mismos colegios de su formación, como lo prueba el discurso de un alumno del Seminario Inglés pronunciado ante el Santo Padre en el momento de partir para su Patria:

    «Pluguiese al Señor, Padre Beatísimo, para decir lo que siento; pluguiese a Dios, digo, que yo fuese tan dichoso y bienaventurado que mereciese perder esta vida por nuestro Señor Jesucristo, por mi patria y por esta Santa Sede Apostólica y morir por la confesión de la fe católica. ¡Oh qué feliz día sería para mí, en que muriendo comenzase a vivir!».


    Y, para que se vea que lo que dijo el colegial del Seminario, que se llamaba Francisco Monfort, hablando con Su Santidad, era verdad, y que le salían del corazón aquellas palabras con que declaraba el deseo que tenía de morir por Cristo, antes de seis meses cumplidos después que las dijo, las puso por obra y murió en Inglaterra defendiendo la fe católica por el Señor y por su Santa Iglesia.

    Bien puede, pues, gloriarse la Compañía de Jesús de haber sido instrumento de Dios y de su Iglesia, en la cruzada iniciada contra el protestantismo y sostenida constantemente con tanto tesón y acierto por sus hijos.


    Conducta de la Compañía de Jesús en nuestros días, en lo referente al protestantismo

    Para gloria de la Compañía de Jesús que sigue esta fidelidad a sus tradiciones, y que hoy, como durante los siglos transcurridos desde su fundación, continúa siendo baluarte poderoso contra el protestantismo, son muchísimos los testimonios que pudiéramos citar de Padres eminentes por su ciencia y por su virtud que guardan fielmente las enseñanzas y normas de su Santo Padre Ignacio de Loyola.

    Lumbrera por su ciencia y por su virtud, en la historia contemporánea de la Compañía de Jesús, es el celebérrimo P. Villada, que tanto se distinguió como profesor eximio de Teología y de Derecho en el Colegio Máximo de Oña, y que llamó la atención en Roma por sus conocimientos vastísimos y solidísimos.

    Citaremos únicamente algún que otro párrafo de su hermosísima obra Reclamaciones legales de los Católicos españoles. Dice así:

    «Es moralmente imposible que, con la licencia de pervertir los ánimos y corromper los corazones, autorizada con la propaganda heterodoxa, no sucumban en la lucha innumerables fieles y acaben por abandonar el don más preciado de esta vida, la fe; y sobre todo la fe que se manifiesta con obras de caridad.

    »En rigor bastaría lo dicho sobre la unidad católica, para deducir que a la Iglesia y sólo a la Iglesia, es permitida la propaganda religiosa, porque siendo la religión católica con todos sus derechos la religión del Estado, y siendo derecho divino de aquélla el extenderse predicando su doctrina a toda criatura, conforme al divino mandato contenido en las palabras que refiere San Marcos (capítulo XVI-15) (ya que es necesaria para la salvación eterna), y el de oponerse a que nadie la combata o contradiga por lo mismo que es la única religión verdadera, es evidente que el Estado, reconociendo esos derechos, ha de procurar defenderla e impedir todo ataque en contrario, toda propaganda heterodoxa».


    Con el P. Villada, pudieran citarse numerosos y distinguidos hijos de la Compañía, que en nuestros días han formado parte de esta cruzada en defensa de la fe.

    El R. P. Ramón Ruiz Amado, tan fecundo en sus publicaciones y tan eminente pedagogo, en enero de 1907, en su artículo La Paz Religiosa, escribía: «Donde falta la religión quiebra la moral y con ello el fundamento de la sociedad. Por consiguiente, no sólo como católicos, sino como españoles, no sólo por deber de religión, sino de patriotismo, hemos de pugnar con el alma y con la vida, para conservar en nuestro país la unidad religiosa que en vano procuran recobrar los que se apartaron en mala hora del seno de la Iglesia Católica».

    Nombre conocido en las actuales polémicas de enseñanza, es el del P. Eustaquio Guerrero, que en el artículo La libertad religiosa de los protestantes en España, publicado en Octubre de 1950, en la Revista Razón y Fe, dice:

    «Nosotros no justificamos la legislación española en materia religiosa apelando únicamente a discutibles y en todo caso encontrados principios democráticos, la justificamos con la pura doctrina de la Iglesia Católica aplicada a la realidad completa de nuestro país.

    »El Estado ha de obrar en todo mirando al bien común. Éste no es lo mismo en una nación católica que en otra dividida en confesiones diferentes: católicos y protestantes. En una nación católica como España, el bien común exige cuanto es necesario y conveniente para una vida social de sentido católico como la prescribe Jesucristo y la totalidad de los ciudadanos la desea, por ver en ella la principal causa de su dignidad y felicidad personal y de la paz y prosperidad común.

    »Las sectas protestantes, desde el punto de vista de una sociedad católica, son herejías, son un mal, un factor de indiferentismo, de discordia y de perversión».

    De intento, no hemos querido recurrir a testimonios valiosísimos de Padres de la Compañía de Jesús de otras naciones. Mas, siquiera a modo de ejemplo, queremos citar el testimonio del P. Cavalli, tomándolo de La Civiltá Cattolica de 3 de abril de 1948:

    «La campaña en favor de los protestantes españoles se asienta sobre base débil y está en contradicción con los principios católicos.

    »En una nación donde los disidentes son una pequeña minoría, con un gobierno que muestra una posición digna de alabanza hacia la verdadera religión, no se puede invocar la plena libertad para todas las formas de culto. Esto, sin duda, podrá molestar a los protestantes, pero deben entender que en el mantenimiento de su doctrina la Iglesia Católica cumple un sagrado deber».


    Nos haríamos interminable demostrando cuán fiel se conserva la Compañía de Jesús a su gloriosa tradición anti-protestante. Mas no queremos dar por terminada esta parte de Nuestra Instrucción pastoral, sin citar un testimonio breve, pero elocuentísimo, de un Padre de la Compañía, meritísimo en las ciencias naturales y cuyos escritos de psicología experimental han llamado justamente la atención entre los sabios. Nos referimos al P. José María Ibero, que en reciente carta Nos dice:

    «He leído la admonición pastoral de Su Eminencia del 17 de abril de 1952, y lamento las dificultades que se oponen a la publicación de las pastorales y enseñanzas de la fe. La libertad de cultos que extranjeros católicos y dignatarios de la Iglesia quieren para España, es contra el Derecho canónico en todo el título XXIII, que trata «de praevia censura librorum eorumque prohibitione». Nos honramos en pertenecer no sólo a cuatro siglos antes, sino al primero en que nuestro Divino Fundador puso a la Iglesia la obligación de enseñar la fe y a los oyentes de aceptarla bajo pena de condenación eterna».


    Incomprensible conducta de la Revista de PP. Jesuitas de Nueva York «América»

    Con verdadera pena, Hermanos e Hijos muy amados, Nos vemos precisado a tratar del artículo publicado por los Padres Jesuitas en su Revista América, de Nueva York (5 de Abril de 1952).

    Y, en primer lugar, Nos vemos en la precisión de denunciar la grave violación del derecho que se atribuyen por cuenta propia, de juzgar y censurar un Documento pastoral, publicado en su Boletín Oficial Eclesiástico, por un Obispo y Cardenal de la Santa Iglesia Romana.

    Los Prelados tienen autoridad doctrinal en sus Diócesis, según el Derecho; y sobre esta autoridad doctrinal no hay más juez supremo que la Santa Sede.

    Los simples fieles, los sacerdotes y los religiosos, no pueden constituirse legítimamente en jueces de doctrina sobre los Prelados.

    El artículo de América constituye un verdadero desafuero que ha ocasionado daño espiritual a muchos fieles católicos. Y, consiguientemente, necesita reparación.

    En segundo lugar, hemos de denunciar noblemente la insustancialidad del artículo de referencia, que no se basa en argumento eclesiástico de ninguna clase, como se podrá ver por las observaciones siguientes.

    En tercer lugar, denunciamos el artículo de referencia como totalmente opuesto a la tradición de la Compañía de Jesús, que ciertamente no suscribe las afirmaciones tan aventuradas que contiene.

    Finalmente, hacemos notar el ambiente protestante del artículo, que se refleja al hablar de la fe católica en contraposición con la fe divina, y que se manifiesta en el menosprecio de la autoridad legítima episcopal.


    A) Insustancialidad de las razones aducidas por «América».

    Seis son los reparos del artículo de América, de la consistencia que puede apreciarse.

    a) El de la divergencia de criterio de otro Prelado español. Es punto que por caridad Nos vemos obligado a no tratar en este Documento pastoral. Es ésta una indiscreción manifiesta y totalmente infundada de los autores del artículo. Asimismo es totalmente impertinente la alusión que se hace en estas palabras: «El Cardenal presenta a Mr. Truman como el Presidente de una nación protestante, como si la Presidencia implicara una calificación confesional, lo cual contradice a nuestra Constitución».

    b) La alusión al testimonio de San Pablo sobre la necesidad de la fe para salvarse. La interpretación que se da por el artículo es totalmente de ambiente protestante, y puede compararse con la amplia exposición documentada del testimonio que contiene Nuestro Documento pastoral.

    c) La oposición entre la conciencia errónea y la conciencia recta. El testimonio que citan en América no es Nuestro, sino precisamente de una Revista de PP. Jesuitas: Razón y Fe, en sus páginas 225 y 226 del número 632-633 de fecha Septiembre-Octubre de 1950. Y otro P. Jesuita, en la misma Revista, pág. 580, número 653, de Junio de 1952, se encarga de dar la explicación conveniente.

    d) La crítica histórica. Se aduce como argumento irrebatible para tratar de juzgar el punto de vista heterodoxo. Sabido es que éste es un argumento irrisorio y completamente arbitrario. Cada cual interpreta libremente las deducciones de la crítica histórica. Y si algo vale esta crítica histórica, precisamente confirma la solidez de la argumentación de Nuestro Documento pastoral.

    e) Finalmente, tenemos que protestar, con la mayor energía, contra la interpretación infundada que se atribuye a los Soberanos Pontífices León XIII y Pío XII, presentándoles como si ellos equiparasen a todos los creyentes, sin distinción entre católicos y herejes.

    Los testimonios que se citan son incompletos y están muy lejos de declarar lo que nuestros enemigos pretenden. Ambos Pontífices se han expresado con claridad meridiana en Documentos irrefragables.

    Afirma la Revista América que «Pío XII suele equiparar con los católicos a los protestantes al dirigirse con frecuencia a todos los creyentes».

    El atribuir al Papa, felizmente reinante, en el Mensaje de Navidad de 1942, el sentido universal de proclamar como derecho fundamental el derecho de rendir culto a Dios, en privado y en público, y de practicar las obras de caridad, en sentido protestante, no tiene el menor fundamento. Véase lo que el actual Soberano Pontífice dice con toda precisión en su Encíclica «Mystici Corporis Christi», de 29 de junio 1943:

    «Pero entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar, de hecho, los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe.

    »Y, por lo tanto, quien rehusare oír a la Iglesia según el mandato del Señor, ha de ser tenido por gentil y publicano (Math. 18, 17). Por lo cual, los que están separados entre sí por la fe o por el gobierno, no pueden vivir en este único Cuerpo y de este único Espíritu.

    »Ni hay que pensar que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrena, consta únicamente de miembros eminentes en santidad o se forma solamente de la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico, a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite (Luc. 15, 2). Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía».


    Idéntica es la actitud infundada que se atribuye al Papa León XIII, en las palabras que de él se citan, tomadas de la Encíclica «Libertas», en las cuales sencillamente se afirma que el Papa, por motivos graves, puede tolerar algunas cosas ajenas de la verdad y de la justicia. Cosa que no tiene que ver con la equiparación que se pretende entre católicos y protestantes.

    Precisamente, el Papa León XIII, llamado con razón el Pontífice sabio, fue el que condenó, en su Encíclica «Testem benevolentiae», de 22 de enero de 1899, dirigida al Eminentísimo Cardenal Gibbons, Arzobispo de Baltimore, el funesto error del americanismo.

    «El principio de esas opiniones, de que Nos venimos hablando, puede formularse a poco más en estos términos: para atraer más fácilmente a los disidentes a la verdad católica, es necesario que la Iglesia se adapte en adelante a la civilización de un mundo llegado a la edad adulta, y que se desprenda de su antiguo rigor y se muestre favorable a las aspiraciones y a las teorías de los pueblos modernos. Y este principio se extiende no solamente a la disciplina, más aún, a las doctrinas que constituyen el Depósito de la fe.

    »Ellos sostienen, en efecto, que es oportuno, por ganar los corazones de los alejados, de callar ciertos puntos de doctrina, como si fuesen de menos importancia, o de atenuarles hasta el punto de no dejarles el sentido en que la Iglesia siempre les ha tenido.

    »No hay necesidad de largos discursos, amadísimo Hijo, para mostrar cómo es condenable la tendencia de esta concepción: es suficiente recordar el fundamento y origen de la doctrina que enseña la Iglesia.

    »He aquí lo que dice el Concilio Vaticano: «La doctrina de la fe revelada por Dios ha sido presentada al espíritu humano, no como un sistema filosófico que se perfecciona, sino como un depósito divino confiado a la Esposa de Cristo que debe guardarle e interpretarle infaliblemente…

    »»El sentido que da nuestra Santa Madre la Iglesia, una vez declarado ser aquél de los dogmas sagrados, debe ser siempre conservado y jamás puede ser descartado, bajo el pretexto o apariencia de penetrar mejor su sentido». (Const. «De Fid. Cath.», IV).

    »Pues todas las verdades que forman el conjunto de la doctrina cristiana no tienen más que un solo Autor y Doctor: el Hijo Único que está en el seno del Padre (S. Joan 1, 18). Ellas convienen a todas las épocas y a todas las naciones. Esto es lo que manifiestamente resulta de las palabras dirigidas por Cristo mismo a sus Apóstoles: «Id y enseñad a todas las naciones… enseñándoles a observar todas las cosas que Yo os he mandado. Y estad ciertos que Yo estaré todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Math. 28, 19).

    »También el mismo Concilio Vaticano dice: «Es necesario creer con fe divina y católica todo lo que está contenido en la palabra de Dios escrita o enseñada, y que la Iglesia, sea por una definición solemne, sea por su magisterio ordinario y universal, propone debe ser creído como revelado por Dios» (Const. «De Fid. Cath.», cap. III).

    »Que se guarden, pues, de suprimir nada de la doctrina recibida por Dios o de omitir nada, por cualquier motivo que sea, pues el que lo haga tenderá más a separar los católicos de la Iglesia que a atraer a la Iglesia a aquéllos que le están separados. Que ellos vuelvan. Nada tanto Nos anhelamos como que vuelvan todos aquéllos que andan errantes lejos del rebaño de Cristo; mas no por otro camino que el que Cristo mismo ha mostrado.

    »Nos pensamos, en efecto, que hay muchos en medio de vosotros que están alejados de la fe católica, más por ignorancia que por maldad; y que se les atraería, puede ser más fácilmente, al único redil de Cristo, si se les propone la verdad en un lenguaje simple y familiar.

    »De todo esto que Nos hemos dicho hasta el presente, querido Hijo, resulta que Nos no podemos aprobar esas opiniones, cuyo conjunto es designado por muchos bajo el nombre de americanismo.

    »No hay más que una Iglesia: una por la unidad de la doctrina como por la unidad de su gobierno. Ésta es la Iglesia católica. Y porque Dios ha establecido su centro y su fundamento sobre la Cátedra del bienaventurado Pedro, Ella, con todo derecho, es llamada Romana, pues «donde está Pedro ahí está la Iglesia» (S. Ambrosio. In Ps. 11, 57)».


    No cabe, pues, duda alguna, acerca de la mente de los Soberanos Pontífices, defensores invictos de la fe contra los peligros de la herejía en todos los tiempos.

    La tendencia del escrito de América en defensa de los protestantes, cae de lleno en la condenación de la Iglesia. En el Motu proprio «Sacrorum antistitum» de 10 de septiembre de 1910, se condenan todos los errores que han influido en la difusión del modernismo en la Iglesia.

    Véase con qué propiedad nos advierte del peligro de seducción de quienes son «verdaderos adversarios, tanto más temibles cuanto más cercanos, y que abusan de sus ministerios para poner en los anzuelos cebos envenenados con que sorprender a los incautos, con doctrinas especiosas que conducen a la suma de todos los errores».

    Deben meditar los que con tanta ligereza escriben, las normas que se dan sobre la instrucción filosófica, escolástica y teológica que es indispensable para la recta formación sacerdotal.


    B) Peligros de la tendencia manifestada en «América».

    Toda doctrina errónea es semillero de grandes peligros, que de hecho se derivan de su implantación en la práctica de la vida. Y la doctrina errónea sustentada por América no carece de muchos de estos graves peligros.

    Quería prevenirlos el célebre P. Nadal con estas palabras: «De aquí que ni leamos, ni retengamos ni permitamos retener o leer libros de los herejes, aunque no haya en ellos nada herético, si bien esto es difícil, porque aun en la gramática y en la retórica a lo menos con los ejemplos inculcan sus herejías. Y no pensemos que por eso vamos a perder algo de erudición, pues el Señor nos dará por otro lado mayores fuerzas, y porque debemos tener por cierto que en los antiguos está la sabiduría y que de ellos hemos de sacarla en el Señor» (Aicardo, Comm. Cont. Lib IV, cap. VII).

    Hemos insinuado ya dos peligros sobre los que queremos con nobleza llamar la atención de los Superiores de los autores del artículo de América.

    El primero es el peligro del modernismo, que no ha desaparecido en estos tiempos, sino que está latente y puede seguir produciendo funestísimos estragos, si no se guardan fielmente las sapientísimas normas dadas por el Beato Pío X, en su Motu proprio «Sacrorum antistitum».

    El segundo peligro que más de cerca toca a los autores del artículo de América, es el del americanismo, condenado por el Soberano Pontífice León XIII, en su Encíclica «Testem benevolentiae».

    El aire de suficiencia que en medio de la insustancialidad de la doctrina se observa en el artículo, hace presumir el peligro que señalaba el Papa León XIII, y que puede reproducirse.

    Termina el artículo de América tomándose la libertad indebida de hacerNos una recomendación irrespetuosa e injusta, comparándoNos con los protestantes. Y después de otorgarles el perdón de la ofensa, Nos permitimos hacerles, en caridad cristiana, una recomendación que les podrá ser muy útil: Es la de que escriban sus artículos con más celo de la gloria de Dios y del bien de las almas, con más solidez y estudio de los asuntos, con más respeto a las autoridades eclesiásticas y con más espíritu sacerdotal.

    Mucho confiamos, venerables Hermanos y amados Hijos, que os servirán estas observaciones de Nuestra Instrucción pastoral, para precaveros contra toda seducción del error que por doquier nos cerca y que se trata de inocular en nuestro pueblo.

    Válganos el patrocinio de Nuestra Madre Inmaculada, Nuestra Señora de los Reyes, conculcadora de todas las herejías, y la protección del Corazón Sacratísimo de Jesús, al que estáis tantas veces consagrados.

    Prenda de estos Nuestros deseos sea, venerables Hermanos y muy amados Hijos, la bendición que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 24 de Septiembre de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ,
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)

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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1627, 1 de Octubre de 1952, páginas 574 a 582.


    INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.

    Conteniendo algunas observaciones sobre el artículo publicado en el órgano oficial del Arzobispado de Indianápolis (EE.UU.)

    EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
    AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



    Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

    Una nueva acometida ha surgido, en el campo católico, contra Nuestra Carta pastoral sobre el Protestantismo; y creemos conveniente haceros algunas observaciones sobre ella, para desvanecer totalmente sus acusaciones.

    Esta nueva acometida se contiene en un artículo publicado en el órgano oficial del Arzobispado de Indianápolis (Estados Unidos de A.) Indiana Catholic and Record. Y dada la importancia que tiene el haberse publicado en el órgano oficial de una Archidiócesis católica, creemos necesario fijar vuestra atención en él.

    Dada la índole del artículo y el bajo nivel de su literatura, no podemos convencernos que haya sido conocido del venerable Arzobispo de Indianápolis, Monseñor Pablo Shults. De lo contrario, no dudamos le habría negado su aprobación episcopal, por su condición ilegal de ser una impugnación de un Documento pastoral, publicado para sus fieles, por un Arzobispo legítimo, en uso de su derecho y en cumplimiento de su deber.

    Este artículo cambia totalmente la cuestión suscitada por Nuestra Carta pastoral, y contiene principalmente una agresión de mal gusto contra nuestra Patria.

    No hay que buscar en él argumentos jurídicos ni teológicos, ni filosóficos, ni históricos en favor del protestantismo que propugna. Contiene tan sólo injuriosas diatribas contra nuestra Patria que mil veces han quedado brillantemente confutadas.

    Nos causa cierto rubor, venerables Hermanos y amados Hijos, tener que decir, al menos, alguna observación, para responder a esta nueva impugnación de la doctrina de la Iglesia que dejamos sentada en Nuestra Pastoral de 20 de febrero de 1952.


    Suma de las inculpaciones que se dirigen a Nuestro Documento pastoral sobre el protestantismo en España

    1.º Retraso de nuestra cultura nacional. «Es sabido – se dice– de todos, que España marcha con un siglo de retraso en la industria y en la agricultura del mundo occidental».

    [Lo] consideramos una ofensa gratuita que supone un desconocimiento total de nuestra Patria, justamente admirada por el número incalculable de extranjeros que constantemente la visitan y que no dejan de elogiarla, por sus progresos y adelantos en todos los órdenes, aun en el material.

    Debemos agradecer a Dios nuestro Señor muy de corazón el habernos dado una Patria que no tiene nada que envidiar a los demás países, y que en tiempos bonancibles llegó a adquirir una prepotencia que la hizo señora del mundo civilizado.

    Se nos acusa de retraso en el orden material. Y precisamente fue ella la escogida por Dios, para llevar todos los adelantos del progreso humano a los vastísimos países del Nuevo Mundo. Más aún, suponiendo que fuera cierta la afirmación inexacta del autor del artículo del órgano oficial de la Archidiócesis de Indianápolis, esto no es, ni puede ser, argumento que justifique su oposición a Nuestra Pastoral.

    No va unido siempre el progreso material de la industria, comercio y agricultura al progreso intelectual, moral y religioso. Es más, muchas veces, este progreso material extraordinario es un obstáculo serio que impide el auténtico progreso de los pueblos y que constituye la verdadera civilización.

    Nos abstenemos de citar ejemplos prácticos, porque no queremos incurrir en el defecto del articulista del órgano oficial del [Arzobispado de] Indianápolis, pues, tal vez, hubiera mucho que hablar acerca de este punto aplicado a su nación.

    Y pasemos a examinar la segunda inculpación, mucho más grave y mucho más infundada y arbitraria:

    2.º En ella se dice: «En materia de paz y concordia religiosas, España da la sensación de vivir con cuatro siglos de atraso».

    Cuán falsa sea esta afirmación, pudiéramos demostrarlo con innumerables testimonios que no juzgamos acomodados a un Documento pastoral. Bastará citar las elocuentes palabras que pronunció el entonces Cardenal Primado de España, Eminentísimo Sr. D. Isidro Gomá y Tomás, en su discurso del Congreso Eucarístico Internacional de Budapest, en el año de 1938:

    «No creo inferir –dice– agravio a ninguno de los pueblos católicos representados en el Congreso Eucarístico de Budapest, si digo que España ha ido a la delantera de todos en la fe y en el amor a Jesucristo. La prontitud en abrazarla en la misma primera generación cristiana, bajo los auspicios de la Madre Santísima de Cristo que vino en carne mortal a Zaragoza, y por el magisterio personal de los dos grandes apóstoles Santiago y Pablo; su difusión rápida en nuestro país, que la hizo ya en el siglo VI, el primer factor de la unidad nacional; el profundo arraigo del pensamiento cristiano, que hincó en el alma española y se tradujo en las maravillas de nuestro arte, en las grandes instituciones de nuestra vida social y en las obras profundas de nuestros teólogos, místicos y poetas; la tenacidad en defender la fe cristiana, que hizo de los pechos españoles el muro en que se estrelló el poder de la Media Luna en el siglo XV, la herejía protestante en el seiscientos, el poder de la revolución en el ochocientos y el bolchevismo en nuestros días; la fuerza expansiva del catolicismo español que dio misioneros para un Mundo Nuevo que sus naves acababan de descubrir, que supo inocular sus creencias en un continente en que se hablaban más de dos mil lenguas, y que lo levantó de la barbarie a la civilización por medio de las cristianísimas Leyes de Indias, que sólo pudo inspirar el genio cristiano de nuestros legisladores y políticos: he aquí, señores congresistas, los títulos que me place alegar para que se dé a mi Patria, España, el primer puesto entre las naciones que se han sometido, en veinte siglos de historia, al cetro soberano de Cristo Rey».


    Siendo como es verdad cuanto afirmaba el insigne Purpurado español, en ocasión tan solemne y a la vista de todo el mundo allí congregado en el Congreso Eucarístico Internacional, ocurre inquirir la causa por la cual se combate tan sañudamente a España.

    Un reciente e ilustre escritor católico escribe esta bellísima página:

    «Ninguna nación del mundo ha sido tan combatida como España. Hoy es tan combatida como siempre lo fue. ¿Por qué? Cuestión es ésta que da mucho que pensar. ¿Por qué esta nación inerme, empobrecida y atrasada, según muchos, ocupa la atención del mundo? A las demás naciones no se les ataca. Sólo España sufre ese curioso destino en el planeta. ¿Por qué? A una nación como a un individuo, se le ataca porque es mala o porque es muy buena y su bondad suscita odios. ¿Es España mala? En opinión de algunos –protestantes y comunistas– España es mala. Personas hay que dicen que si España es combatida es porque habrá razón para ello, porque algo malo hace o representa. Pero por el hecho de ser atacada no hemos de juzgar mal a España. Ninguno más atacado que Cristo, y Cristo es la suma bondad. Los ataques por sí solos no quieren decir nada en demérito de la persona o nación que los sufre. Pero, los ataques pueden significar mucho bueno.

    »Pueden significar un destino egregio, único, en el mundo.

    »Hay naciones anodinas, incoloras, que existen solamente porque están en el mapa. No representan nada en los destinos del mundo. Ni siquiera se las menciona. Nadie piensa en atacarlas. ¿Por qué atacarlas, si no son nada, no representan nada? En cambio España… España suena más que todos los países juntos. España es un estruendo sobre el mundo. ¿Por qué?

    »Sí, España obedece a un destino único. España es una cumbre como la Cruz, como el Vaticano. Sobre ella caen todos los rayos. España representa algo muy grande. España es un estandarte, una bandera. En ella está escrito un mensaje, una consigna eterna. Mientras otros países son páginas en blanco que nada dicen y, por lo mismo, no suscitan controversia, España es una consigna con letras de fuego llameando sobre un mundo oscuro y mezquino».


    Como brotadas de tan fecunda pluma son las palabras de nuestro inmortal polígrafo Menéndez y Pelayo, acerca de cuya autoridad suma os transcribimos el juicio de persona meritísima en el mundo de las letras, que en 1925 escribía:

    «Con su vida cristiana y sus prácticas religiosas, llevó el persistente influjo de su ejemplo perseverante a muchas almas entibiadas en la fe: y algunos genios de la ciencia y de las artes quedaron inactivos para las propagandas sectarias…

    »Sus prolijas investigaciones de erudito, el primero entre los primeros, su severa imparcialidad histórica y crítica, sus geniales lecciones literarias y hasta la inspiración cristiana de sus poesías clásicas, han señalado derroteros seguros del pensamiento y de los afectos a cuatro generaciones estudiosas.

    »Sus obras, a pesar de su aparente carácter fragmentario, tienen el fin próximo de historiar la sabiduría de la humanidad; pero su último fin es la apología crítica de la civilización cristiana: y, en este orden, no hay en España ni fuera de ella persona alguna, que sin estar ungida por el sublime ministerio del sacerdocio, haya influido de más honda manera en la dirección y propaganda de las fecundas ideas de la filosofía religiosa».


    En la Historia de los Heterodoxos, hablando de la Iglesia española, dice Menéndez y Pelayo:

    «La Iglesia es el eje de oro de nuestra cultura: cuando todas las instituciones caen, ella permanece en pie; cuando la unidad se rompe en guerra o conquista, ella la restablece; y, en medio de los siglos más oscuros y tormentosos de la vida nacional, se levanta como la columna de fuego que guiaba a los israelitas por el desierto. Con nuestra Iglesia se explica todo; sin ella la historia de España se reduciría a fragmentos».


    3.º El catolicismo español y el catolicismo norteamericano.

    Se nos echa en cara, venerables Hermanos y amados Hijos, la inferioridad de nuestro catolicismo, en comparación con el catolicismo de Norteamérica. Todas las comparaciones son odiosas, y ésta lo es sobremanera.

    No hemos de responder a ella, para no herir en lo más mínimo la susceptibilidad del pueblo de Norteamérica. Nos contentaremos con citar dos testimonios recientes de escritores notabilísimos. El insigne Ramiro de Maeztu, muerto en odio a nuestra fe, escribía en su Defensa de la Hispanidad:

    «Nos proponemos mostrar a los españoles educados, que el sentido de la cultura en los pueblos modernos coincide con la corriente histórica de España; que los legajos de Sevilla y Simancas y las piedras de Santiago, Burgos y Toledo no son tumbas de una España muerta, sino fuentes de vida…».


    Y el apologista moderno, que ya citamos, escribe en su obra Hispanidad-Catolicidad [Luis Villaronga, Inst. Edit. Reus, 1951, Madrid] estas palabras:

    «España es hoy admirada y venerada por su inmenso contenido espiritual. No tiene tanta riqueza, no tiene tantas ametralladoras como otras naciones; pero tiene una historia tan gloriosa y tiene al presente una significación tan profunda, que de ella no se puede prescindir».


    4.º El hecho religioso del protestantismo. Argumento, totalmente especioso e ineficaz, es el que se cita en el artículo, en que se nos pone delante, como demostración apodíctica, el hecho del protestantismo.

    Bastarán unas pocas palabras de nuestro inmortal Balmes, para demostrar la futilidad de este argumento.

    Dice, en una de sus obras, estas admirables palabras:

    «No se tolera lo que no existe: en España no hay más religión que la católica. En España no hay sino dos clases: católicos e incrédulos; los incrédulos no tienen culto, ni necesitan templos; la tolerancia personal que pudieran desear, la disfrutan tan amplia como en Inglaterra o en los Estados Unidos. La libertad de cultos, pues, no significa nada en España; y quien la consignase en un código no podría decir que se propone satisfacer una necesidad social, sino establecer un artículo a cuya sombra viniesen a perturbarnos interesados aventureros de naciones extrañas».


    5.º Alusión maligna al santo tribunal de la Inquisición.

    En un escrito de esta índole, proveniente de naciones más o menos inficionadas del protestantismo, no podía faltar la acusación contra la inquisición de la fe.

    Fue este santo tribunal la salvaguardia de nuestra civilización y la defensa de nuestra unidad católica, durante siglos. No es de extrañar, por lo tanto, que la seudo-reforma le profese un odio formal.

    La historia ha [echado] hoy verdadera luz sobre este santo tribunal y sobre el beneficioso influjo que ejerció en los países donde funcionó normalmente.

    Nos bastará citar dos testimonios entre los innumerables que pudiéramos alegar en defensa de este santo tribunal.

    Se deben ambos a la pluma autorizadísima del insigne Menéndez y Pelayo, el hombre sabio por excelencia de los tiempos modernos:

    «Soy católico, no nuevo ni viejo, sino católico a machamartillo, como mis padres y mis abuelos y como toda la España histórica, fértil en santos, héroes y sabios bastante más que la moderna. Soy católico, apostólico, romano, sin mutilaciones ni subterfugios, sin hacer concesión alguna a la impiedad ni a la heterodoxia, en cualquier forma que se presenten, ni rehuir ninguna de las lógicas consecuencias de la fe que profeso; pero muy ajeno, a la vez, de pretender convertir en dogmas las opiniones filosóficas de este o el otro doctor particular, por respetable que sea en la Iglesia. Estimo cual blasón honrosísimo para nuestra Patria el que no arraigase en ella la herejía durante el siglo XVI, y comprendo y aplaudo y hasta bendigo la Inquisición como fórmula del pensamiento de unidad que rige y gobierna la vida nacional a través de los siglos, como hija del genuino espíritu del pueblo español, y no opresora de él, sino en contados individuos y en ocasiones rarísimas».


    Y añade:

    «Nunca se escribió más y mejor en España que en esos dos siglos de oro de la Inquisición. Que esto no lo supieran los constituyentes de Cádiz, ni lo sepan sus hijos y nietos, tampoco es de admirar, porque unos y otros han hecho vanagloria de no pensar, ni sentir, ni hablar en castellano. ¿Para qué han de leer nuestros libros? Más cómodo es negar su existencia.

    »Cien veces lo he leído por mis ojos y, sin embargo, no me acabo de convencer de que se acuse a la Inquisición de haber puesto trabas al movimiento filosófico y habernos aislado de la cultura europea. Abro los Índices y no encuentro en ellos ningún filósofo de la antigüedad, ninguno de la Edad Media, ni cristiano, ni árabe, ni judío…».


    6.º «Transigencias de Roma». No ha habido herejes que, declarándose enemigos de la Iglesia y combatiéndola a traición, no hayan pretendido dolosamente ampararse bajo su doctrina, mal interpretada, y bajo sus prácticas mal comprendidas y citadas con torcida intención.

    Esto le acontece al protestantismo de nuestros días, del cual se hace eco el órgano oficial de la Archidiócesis de Indianápolis.

    «Los herejes –dice– que abrazan el error, sí poseen ciertos derechos que los Papas, como Soberanos de los Estados Pontificios, ampararon en la misma ciudad de Roma, a favor de los judíos y de los waldenses».


    Cuál sea la intolerancia de la Iglesia respecto de los herejes, cualquiera que sea su nombre, y de los judíos que profesan el judaísmo, se puede deducir del rigor con que procede contra ellos, aun en las circunstancias más graves y solemnes.

    La Iglesia sigue indiscutiblemente el camino que le trazara su divino Maestro, para con todos aquéllos que no secundan su doctrina y no obedecen sus mandatos.

    Sigue siendo verdad aquella frase del divino Maestro: «Si autem Ecclesiam non audierit, sit tibi sicut ethnicus et publicanus». «Pero, si ni a la Iglesia oyere, tenlo como por gentil y publicano» (Math. 18, 17).


    Conclusión

    Queremos dar por terminada esta Nuestra breve Instrucción pastoral y con ella Nuestra doctrina pastoral sobre los avances del protestantismo, con estas palabras irrebatibles de Balmes:

    «Antes del protestantismo, la civilización europea se había desarrollado tanto como era posible: el protestantismo torció el curso de esta civilización y produjo males de inmensa cuantía a las sociedades modernas: los adelantos que se han hecho después del protestantismo, no se han hecho por él». (El Protestantismo comparado con el Catolicismo).


    Y queremos terminar, venerables Hermanos y muy amados Hijos, con las palabras del apóstol San Pedro, que os recordábamos en Nuestra Carta pastoral de 20 de febrero de 1952 (I Pet. 6, 5-9):

    «Vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa que devorar; al cual, resistidle firmes en la fe».


    Prenda de los divinos favores que para todos fervientemente deseamos sea la bendición pastoral que os enviamos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

    Sevilla, 25 de Septiembre de 1952.

    † PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
    ARZOBISPO DE SEVILLA



    (Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)

  4. #4
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    El episodio acabó con el apartamiento por Roma del cardenal Segura del arzobispado sevillano. Para encuadrar el tema en un contexto inteligible, aquí se narran los hechos que daban lugar a esas diatribas del cardenal Segura, según aparece en el libro 'Franco y la Iglesia' del historiador D. Luis Suárez:

    "...El relevo de Ruiz Giménez en aquellos momentos no estaba previsto, pero al ser nombrado Ministro hubo de encargarse la Embajada a Fernando María Castiella, que tenía muchas mayores dotes diplomáticas que el ministro Artajo o que don Joaquín. Católico como ellos, dentro del ámbito de la ACNDP, no era fácil que le pudieran ganar con halagos en el Vaticano. Al llegar a Roma confesó a Artajo que había experimentado una profunda decepción ya que no se defendía a España como era de esperar y, además, la actitud de la prensa oficialmente católica resultaba radicalmente reprensible. Algunas de las observaciones que en el verano de 1951 transmitió a Madrid son verdaderamente significativas. Por ejemplo, que la Secretaría de Estado se hallaba dominada por el pensamiento de Maritain, para quien la democracia es el término de llegada del cristianismo. En consecuencia, era muy difícil que aceptara la fórmula autoritaria de España. Pero esto significaba también, según Castiella, que tampoco podía admitirse la fórmula de un catolicismo nacional, mencionado como confesionalidad. En consecuencia, el sistema implantado en España venía a ser como la antítesis de la democracia cristiana. Conviene no perder de vista, como alguna otra vez hemos señalado, que en esta ideología la palabra democracia es el sustantivo, mientras que cristiana no pasa de ser un calificativo.

    Durante sus primeros tanteos, que ocuparon todos los últimos meses de 1951, el minstro Castiella fue descubriendo motivos de preocupación: la Iglesia mantenía sus buenas relaciones con el Régimen pero no pensaba que este debiera perdurar. A mediados de enero de 1952, Tardini hizo llegar a Castiella aquellos artículos del borrador de concordato que habían sido revisados y aprobados por la Santa Sede. Era precisamente el momento en que estaban a punto de concluirse las negociaciones con Estados Unidos; sin embargo, su conclusión dependía de que se llegara al reconocimiento del protestantismo. No se trataba de una cuestión simplemente bilateral, sino que afectaba directamente al Vaticano y, a través de él, a la Iglesia entera, ya que los acuerdos que se tomasen dejarían reflejos en las libertades otorgadas a los católicos.

    Una cuestión que el Concilio, diez años más tarde, habría de afrontar. El presidente Truman se expresó con absoluta claridad: «Las relaciones entre Estados Unidos y España mejorarían muchísimo si el Gobierno español concediese una mayor libertad de culto a los protestantes». Aunque no mencionaba la persecución contra la masonería, es indudable que se hallaba también en el fondo de su pensamiento. Hacía varios meses que la Embajada española había comunicado al Vaticano que su Gobierno deseaba ampliar las mencionadas libertades pero con el compromiso de no hacer nada sin su previa aquiescencia.

    El 8 de enero de 1952, el embajador en Madrid, Stanton Griffis, presentó a Artajo una nota concisa que era como una demanda de información: muchos sectores de la prensa norteamericana estaban difundiendo la noticia de que, en este tema, el Gobierno español era víctima de las presiones de la Santa Sede. ¿Era esto cierto? Podemos afirmar, sin duda, que tenían razón. La decisión última pasaba por el Vaticano. Sabemos, y acaso también los periodistas, que el 2 de enero del mencionado año, Castiella había celebrado una importante entrevista con Pío XII:
    "Como Su Santidad me escuchaba con gran interés y sin prisas, pasé a manifestarle que nuestra situación interior y exterior podía en cierto sentido mejorar muchísimo más todavía si cediésemos a las grandes y constantes presiones de que éramos objeto a cambio de que el Gobierno español concediese una mayor libertad religiosa. Quedó muy intrigado el Santo Padre al oír mis alusiones a ciertos memorándums que te entrega el embajador de Estados Unidos. En apoyo de mis palabras recordé como Il Messagero había publicado en primera plana días antes una noticia procedente de Washington relativa a una conversación mantenida por el presidente Truman con el pastor protestante Freed; este al terminar la entrevista manifestó a los periodistas que el Presidente le había dicho que las relaciones entre Estados Unidos y España mejorarían muchísimo (aludiendo, claro es, a una ayuda económica en dólares) si el Gobierno español concediese una mayor libertad de culto a los protestantes. Como el Papa parecía impresionado por los datos que le facilitaba, le recordé también los sueltos que tú conoces aparecidos recientemente en Time. Su Santidad me pidió que le precisase de qué publicación se trataba, no sabiendo si me refería al New York Times o al conocido magazine. Cuando le precisé que se trataba de la revista neoyorquina Time, de una enorme difusión, se dolió de ello. ¿Cómo puede hacer eso el Time? Conozco a los propietarios y ella es católica conversa (en efecto Clara Luce se convirtió hace años al catolicismo). Glosé entonces a Su Santidad aquella afirmación aparecida en las páginas de
    Time del 26 de noviembre de 1951, en las que otro pastor protestante arremetía contra nosotros acusando a España de ser un Estado clerical, mero instrumento de la Iglesia católica y en el que se hacía la vida difícil a veinte mil protestantes. El Santo Padre se lamentó vivamente de esa política que llamó «agresiva», que hace Estados Unidos en el orden espiritual. Repitió el calificativo de agresiva varias veces. Entonces yo hice hincapié en la lección admirable de firmeza católica que da el Caudillo —pese a las tentadoras ofertas— y me vino como de perlas el exponer también tu afortunada y decidida actitud personal en este asunto. Recordé a Su Santidad tu discurso del día 12 de octubre en el que, de una manera tan rotunda como gallarda, hiciste notar que la prepotencia política de Estados Unidos en el mundo de hoy no lo autoriza a introducir disidencias en países de unidad católica. El Papa aprobó plenamente tus palabras y agradeció la actitud española —tan ejemplarmente mantenida por el Caudillo— exhortándonos a defender el tesoro de nuestra unidad.

    Podemos destacar, ahora, que en la entrevista el embajador Castiella había deslizado dos preguntas, una relativa a la conducta que debía seguirse con los protestantes afincados en España y la otra relacionada con la respuesta que convendría dar a Truman, en todo caso coherente con la doctrina e intereses de la Iglesia.. Siguiendo en todo las instrucciones que le había dado el Papa, Castiella tuvo una larga conversación con monseñor Tardini el 7 de enero siguiente:
    Pasé a tratar el tema de las presiones a que está sometido el Gobierno de España por parte del de Estados Unidos, en orden a una mayor libertad religiosa en nuestra Patria. Le conté minuciosamente a monseñor Tardini mi conversación con Su Santidad y el interés que este me demostró inquiriendo mil y un detalles sobre la agresividad yanqui. Saqué del bolsillo tu volante manuscrito del 9 de enero adjuntándome la copia de la carta del día anterior de Stanton Griffis. Le leí lo que me decías y me permití dejarle una copia cuidadosamente subrayada de la carta de marras. Monseñor Tardini me anunció que precisamente estaba a punto de llegar a Roma —cosa que acaba de ocurrir ayer— el cardenal Spellman y no solo me prometió hablarle del asunto de acuerdo con tus deseos, sino que me hizo ver que el Papa también trataría con él del caso. Monseñor Tardini, honradamente sea dicho, me dijo que él personalmente tenía poca confianza en que la jerarquía eclesiástica norteamericana tuviese una plena comprensión del punto de vista español, porque los obispos norteamericanos están acostumbrados a enfocar el problema valiéndose de cristales distintos. Su mentalidad —hija del medio y de las circunstancias históricas en que viven— no les permite comprender lo que es el tesoro de la unidad de fe que España conserva heroicamente. Lo mismo les pasa, por ejemplo —me dijo monseñor Tardini— a los católicos suizos, a quienes repetidas veces hemos tenido que llamar la atención sobre sus críticas al catolicismo español. El catolicismo —añadió monseñor Tardini— no envía misioneros a los países protestantes. Monseñor Tardini solía preguntar a los suizos si se permitiría en la Confederación Helvética que España en reciprocidad fuese colocando misioneros católicos en los centros más protestantes de Suiza. Recalqué mucho a monseñor Tardini lo que representa esta presión que el presidente Truman trata de ejercer sobre nosotros. Estados Unidos, vine a decirle, no por auténtica amistad sino por sus necesidades internacionales, se ve precisado ahora a ayudar a España. El presidente Truman, para justificar ante sus sectarios los dólares que tiene que entregar al Gobierno de Franco, quisiera poder presentar concesiones nuestras en orden a la libertad religiosa. El Gobierno de España —le dije— se resiste heroicamente en momentos en que algunos elementos de la jerarquía eclesiástica se muestran más enredadores. Monseñor Tardini captó perfectamente lo que quería decir, máxime cuando él tiene la convicción de que Estados Unidos aprovechará las misiones —militares, económicas, etc.— que ha de enviar a España para procurar activar la propaganda protestante.
    ....

    Al margen de estas palabras, en la copia del despacho que fue enviada a Franco aparece un signo de interrogación. Era evidente que el Generalísimo entendía, bajo líneas, que había allí un mensaje indirecto que se adelantaba a los acuerdos que con fuerte presencia de obispos residentes en Estados Unidos y otros países de predominio protestante, se habrían de consumar en el Concilio, recordando el principio básico de «libertad religiosa», que debe ser reconocida en todas partes para poder así reclamarla en beneficio propio. En aquella oportunidad, Castiella supo mostrarse acogido a una doctrina tradicional, que era la que sostenían con firmeza los obispos españoles.

    "Acogiéndome a su bondad me permití preguntar a monseñor Tardini restamos ya en los días 29 o 30 de enero de 1952 si había cumplido su promesa de hablar con el cardenal Spellman: «Sólo quiero saber si lo ha hecho». Me aseguró que sí. Y aquí comenzó un nuevo e interesante coloquio entre los dos a cuenta del tema de la libertad religiosa en España. No voy a reflejar en detalle, por no ser machacón, los diferentes extremos del diálogo. Me limitaré, pues, a decirte que este asunto de la libertad religiosa — como ya lo había olfateado—, unido a la mejora evidente de nuestra postura internacional, sobre todo respecto a Estados Unidos, va a ser una de las palancas más eficaces para sacar adelante el concordato. Fue interesante oír de labios de monseñor Tardini que no sólo él sino el Santo Padre, están convencidos de que Estados Unidos en el momento actual necesita de España. Su Santidad y monseñor Tardini tienen el temor de que con los próximos acuerdos económicos y militares lleguen a España centenares de técnicos americanos entre los cuales figurarán muchos protestantes y no pocos agentes de las sectas. Aludí al folleto del P. Pedrosa, aparentemente editado en Buenos Aires, muchos de cuyos ejemplares, distribuidos arteramente en Cataluña, es posible hayan llegado por alguna valija diplomática. Sentí que pisaba buen terreno, dialécticamente hablando. Y cité el ejemplo histórico de Gibraltar; fundamentalmente una base naval y un campamento militar, bajo cuya sombra ha tenido lugar a lo largo de estos últimos siglos el 90% de las infiltraciones protestantes y masónicas que ha padecido España. Una vez dicho esto, insistí sobre la actitud ejemplar, casi diría heroica, del Caudillo y del Gobierno de España resistiendo, no ya a las amenazas, sino a las tentaciones. Nosotros —dije— pensamos permanecer firmes y no negociar con la firmeza de nuestra fe. Pero esperamos que la Iglesia se dé cuenta de nuestra situación y nos aliente y nos ayude..."

    CONTINÚA







    Última edición por ALACRAN; 08/05/2018 a las 17:27
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  5. #5
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    ...PROSIGUE:

    "...No cabe duda de que el contenido de estos despachos de Castiella fue muy tenido en cuenta a la hora de redactar, todavía dentro de febrero de 1952, el borrador de la carta que Franco iba a remitir a Truman. En ella se manifestaba claramente la voluntad española de dar a las iglesias protestantes el respaldo que necesitaban para el ejercicio de su culto. Esta carta no pudo ser entregada en la Casa Blanca hasta el 17 de marzo porque la intemperancia del cardenal Segura fue considerada como peligroso obstáculo que había que remover antes de seguir adelante.

    11. No sabemos exactamente quién proporcionó a don Pedro Segura una información fidedigna de lo que se estaba negociando en el Vaticano. Decidió emprender por su cuenta, sin consultar a Roma, una especie de cruzada para defender la unidad católica y renovar las sentencias contra el protestantismo.

    Comenzó tomando una publicación oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores, La situación del protestantismo en España (OID, 1950) en la que se defendía, contra las noticias que circulaban en periódicos extranjeros, la tesis de que los no católicos, que eran pocos, estaban perfectamente defendidos en sus derechos, reconocidos ya en el Fuero de los Españoles. El cardenal reprodujo párrafos completos de este documento, centrándose de este modo en seis cuestiones o capítulos para tratar de demostrar que el Gobierno estaba traicionando a la fe católica.

    El instrumento escogido, como en ocasiones anteriores, fue una carta pastoral leída el 9 de marzo en todas las iglesias de su diócesis y publicada después en su Boletín Oficial. Palabras fuertes y rigurosas: «El proselitismo protestante, rotos los diques de la tolerancia, no duda en avanzar en campo abierto hacia la libertad religiosa en nuestro país». Segura, campeón del integrismo religioso que se apoyaba en un profundo conocimiento de la Teología católica, sostenía la tesis de que la libertad religiosa constituye en sí misma un mal, en primer término para la Iglesia, custodia de la Verdad, pero al final también para el ser de España, su esencialidad católica.

    Las órdenes del prelado fueron cumplidas y la carta se leyó en todas las misas de aquel domingo. Aquella misma noche, del 9 de marzo, la BBC de Londres emitió un comentario que demostraba que el texto le había sido enviado de antemano. Curiosamente el diario separatista vasco Euzko Deia (1 de junio) dedicó un comentario muy elogioso acerca de la línea de conducta de Segura, que se había negado a acudir al Congreso Eucarístico para no encontrarse con Franco. Probablemente al cardenal le molestaba la presencia de Tedeschini a quien acusaba de no haberle defendido cuando el Gobierno de la República decidió su expulsión de España.

    Tanto la prensa británica como la francesa, declaradamente enemigas del Régimen español, tratarían de explotar a fondo un problema que era apenas solitario, a fin de corroborar las tesis de la intolerancia española, impidiendo de este modo la firma de un acuerdo con Estados Unidos. Al tratarse de un arzobispo, cardenal y antiguo primado, su denuncia, que se movía dentro de los cauces del Derecho canónico y de la doctrina de la Iglesia, podía también afectar a las negociaciones del concordato.

    El Gobierno tuvo noticia de la pastoral en la mañana del sábado día 8. Artajo hubo de cursar un telegrama urgente a Lequerica para que retrasase la entrega de la carta a Truman, como ya indicamos. El embajador respondió alertando de los grandes riesgos de esta medida, ya que los norteamericanos sabían de la existencia de la carta y de las seguridades que en ella se ofrecían, de modo que podía producirse una alteración en las fructuosas negociaciones. Artajo le explicó entonces que tenía que ganar un plazo de pocos días a fin de que Castiella pudiera aclarar las posiciones respectivas en la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Solo la autoridad del Papa podía frenar o desautorizar aquella llamada de Segura.

    De eso se trataba. En Sevilla la policía tuvo que intervenir deteniendo a un grupo de jóvenes exaltados que intentaban poner fuego a la capilla evangélica instalada en la calle de Relatores. Bastaron horas para comprobar que en el Vaticano se había considerado el gesto de Segura como una iniciativa absolutamente indefendible pues, qué pensarían los católicos de Estados Unidos o de Holanda o de Inglaterra si de este modo se incitaba al retorno de las guerras de religión. Podemos aceptar la hipótesis de que, a partir de este momento, la Curia romana tomaría la decisión, ejecutada unos años más tarde, de apartar a Segura de sus poderes pastorales. Una cruzada contra el protestantismo, acompañada además de invitaciones a la violencia, era algo que la Iglesia católica del siglo XX ya no podía consentir.

    Don Pedro Segura era persona de gran categoría entre los obispos españoles, pero se hallaba instalado en un tiempo pasado. La Iglesia universal tenía ya tomada una decisión que el Concilio Vaticano II convertiría en doctrina oficial: la «libertad religiosa» era algo que convenía mucho, y la confesionalidad del Estado estaba siendo llamada a revisión; el catolicismo no se encontraba en posiciones defensivas porque iba creciendo en todas partes y necesitaba que los Estados retirasen las trabas a dicho crecimiento. Pero no es posible pedir para uno aquello que no está dispuesto a conceder a los demás. Es un contrasentido presentar a Segura, como la propaganda y algunos autores posteriores hacen, formando parte de los que en defensa de la monarquía y de la libertad luchaban contra Franco.

    Franco era obediente a Roma; no se trata de valorar una conducta sino de poner las cosas en sus términos correctos. Segura, no; a su juicio, el Vaticano incurría en error. Sus partidarios defendían también un catolicismo a ultranza que amenazaba con la excomunión incluso a las compañías de revistas porque sus actrices aparecían ligeras de ropa. El 25 de abril de 1953 haría leer en todas las iglesias de la diócesis una instrucción pastoral reclamando el cierre de todas las casetas de la Feria de Sevilla porque, a su juicio, los bailes que en ellas se practicaban, ofendían a la moralidad en el vestir. Según él, protestantismo y libertad religiosa eran una amenaza de muerte para el catolicismo, que de esta manera se iría desarraigando en la nación española. Estamos, desde luego, ante un fenómeno de largas consecuencias que conviene conocer, aunque no sea lícito juzgar.

    Obedeciendo órdenes, el diario Arriba publicó un comentario elogioso de la carta del cardenal Segura del 9 de marzo, pero sin reproducir su texto. Y esto sirvió al interesado para presentar ante el ministro Arias Salgado una protesta: el Gobierno censuraba las publicaciones de la Iglesia. Franco comprendió muy bien el daño que se podía hacer a su propio trabajo: en el interior se alimentaban las iras de los intransigentes, mientras en el exterior Segura podía ser tomado como una especie de defensor de la libertad. Al comienzo del verano, Arias Salgado viajó a Sevilla para entrevistarse con el cardenal: le dijo que no se discutían en modo alguno las razones que pudiera tener, solo que no era el momento oportuno para poner en peligro las negociaciones con el Vaticano y con Estados Unidos. El cardenal respondió que estaba muy dolido porque había enviado a Franco una carta y este no se había dignado contestarla. El Generalísimo hizo llegar al cardenal una nota: él no había recibido carta alguna, pero que si le remitía una copia le contestaría de inmediato. Entonces Segura culpó a Arias de haber exagerado las cosas: lo cierto es que él no había escrito carta alguna al Jefe del Estado.

    Ya hemos visto que Segura, con gran alborozo de los separatistas vascos, no quiso asistir al Congreso Eucarístico de Barcelona al que se podría considerar como una especie de balance de la recuperación de la Iglesia española tras los terribles quebrantos de la República y de la Guerra Civil. Como representante vaticano estaba Tedeschini, precisamente aquel que, siendo nuncio, intentó llegar a un acuerdo con la Segunda República; junto a él también se hallaba Castiella. Las conversaciones del prepósito pontificio con Artajo fueron de la mayor importancia. En lugares relevantes se hallaban el cardenal Spellman, el general Anders, que había mandado las fuerzas polacas primero contra los nazis y luego contra los comunistas, y el archiduque Otto de Habsburgo, descendiente de aquella dinastía que un tiempo atrás había ocupado el trono de España.
    ...
    El 1 de junio de 1952 tuvo lugar la clausura del Congreso Eucarístico. Franco pronunció entonces palabras muy radicales asegurando la «fe católica, apostólica y romana de la nación española, su amor a Jesús Sacramentado y al insigne pastor Pío XII»...

    Martín Artajo conversó con el nuncio, sugiriéndole que informase a las autoridades vaticanas a fin de obtener alguna intervención en los conflictos que estaba provocando el cardenal Segura. Al mismo tiempo encargaba a la OID que distribuyese entre las representaciones españolas en el extranjero dos documentos relacionados con la famosa carta pastoral del arzobispo sevillano. Uno era el artículo de fondo publicado el 10 de mayo en la revista Ecclesia, redactado por el primado Plá y Deniel o por alguno de sus más directos colaboradores. El otro era el comentario que a la debatida pastoral habían hecho algunos miembros de la ACNDP, dirigida entonces de hecho por Herrera. Se sabía entonces que algunos de los periódicos católicos norteamericanos, preocupados por las repercusiones que la iniciativa de Segura podía tener, desfavorables para sus propias comunidades, habían iniciado una campaña en favor de las iglesias protestantes en España.


    Se tiene la impresión de que ambos documentos respondían a una demanda de las autoridades españolas. Con diferencias muy apreciables, ambos partían de la doctrina expuesta en la Conferencia de metropolitanos del 28 de mayo de 1948. Se aceptaba el principio de que el protestantismo es una herejía y, como tal, sigue estando condenado por la Iglesia. Verdad y error, nos recordaban los autores del artículo de Ecclesia, no pueden ser colocados en el mismo plano. Pero la intransigencia con el error no significa intolerancia hacia las personas que lo profesan ni es obstáculo para «la comprensión, humildad y verdadera caridad hacia nuestros enemigos». Es exactamente la decisión que adoptará el Concilio: amar, proteger y ayudar a los protestantes no significa condescender con el error de su doctrina. Los colaboradores de don Ángel Herrera se mostraron todavía más rigurosos ya que censuraron «al terco y fanático cardenal que, con su intemperancia, ha dado a nuestros enemigos material para utilizar contra nosotros».
    ....
    El 20 de enero de 1953, según una norma tradicional, Franco impuso la birreta a los tres nuevos cardenales que se hallaban entonces en España: se trataba de Cicognani, que tenía que abandonar la nunciatura en Madrid por esta razón, Benjamín de Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona, y Quiroga Palacios, arzobispo de Santiago de Compostela. Era una presencia apreciable en el Colegio, aunque muy lejos de la que tenían Italia y Francia. El Generalísimo estaba informado de que las negociaciones habían concluido y el texto se estaba repartiendo entre los obispos para recabar su opinión. El cardenal Segura destapó entonces su pensamiento enviando un memorándum a Roma: la Santa Sede no podía firmar ningún concordato en aquellos momentos ya que la legitimidad de su firma correspondía únicamente a la Monarquía.
    ....
    Nada podía ya desarmar al cardenal Segura: estaba convencido de que el Régimen —carente de legitimidad— y el Vaticano se equivocaban al llegar a un acuerdo que era un primer paso hacia la apertura. Cuando Franco llegó a Sevilla el 14 de abril, se encontró con una carta de don Pedro: sentía mucho no poder verle, pero había iniciado un curso de ejercicios espirituales en San Juan de Aznalfarache y no concluirían hasta el 4 de mayo.
    ....
    El Concordato fue firmado en la Embajada de España el 27 de agosto de 1953 por Artajo, que había viajado hasta Roma con este fin, y monseñor Tardini. Tusell entiende, con razón, que los españoles se sintieron defraudados porque habían esperando una ceremonia solemne. En consecuencia, el Ministro emprendió el regreso a Madrid aquella misma tarde. Añade López Rodó que «fue celebrado profusamente por la prensa nacional y la vaticana y tuvo importante efecto en las cancillerías de Europa y América». Los que habían jugado la carta de un fracaso en las negociaciones se encontraban ahora en una situación violenta pues no cabe duda de que con aquella firma el Vaticano daba un espaldarazo de legitimidad al Régimen de Franco. Ecclesia, portavoz del primado, lo calificó de «concordato modelo entre la Santa Sede y un Estado católico en el siglo XX». Gonzalo Fernández de la Mora escribió en aquella ocasión que significaba un verdadero apoyo moral de la Iglesia a una forma de Estado que estaba comenzando a abrirse paso en el mundo contra la partitocracia.
    ...
    El 21 de diciembre de 1953, Franco fue nombrado por el Papa caballero de la Orden de la Milicia de Cristo: era el honor más alto que la Santa Sede podía conceder. En aquel momento solo figuraban en ella cinco personas: el archiduque Eugenio de Austria; el príncipe Félix de Borbón-Luxemburgo; el ex rey de Italia, Humberto II; Wilhelm Miklas, de Austria, y Francisco Franco, de España. El Generalísimo podía considerarse, con razón, y así se expresaban muchos, «un hijo predilecto de la Iglesia». Tales son los hechos, aunque posteriormente muchos católicos los consideraran molestos e indebidos.
    ....
    Segura acabó enfrentándose con el Vaticano; esta vez no culpaba a Franco sino al propio Pontífice por haber impuesto la tendencia en favor de la libertad religiosa. Él había tomado medidas contra el culto protestante a cuya influencia atribuía la actitud que la Santa Sede estaba asumiendo contra su persona. Para la Iglesia universal, la libertad religiosa era una necesidad imprescindible ya que era la que se estaba reclamando para los católicos en países donde no contaban con mayoría. El 3 de noviembre de 1954, Martín Artajo fue informado por el Nuncio de que se iba a nombrar arzobispo coadjutor con derecho de sucesión a Bueno Monreal, que era uno de los nombres que habían figurado ya en las ternas. En febrero de 1955 circularon panfletos por Sevilla, de tono radicalmente tradicionalista, que podían ser motivo de escándalo. Pío XII ordenó entonces al Nuncio que invitara a Segura a abandonar el palacio episcopal, y este se negó.

    El 19 de febrero de 1955, el cardenal tomó una de las decisiones que en él eran desdichadamente frecuentes. Se celebraba en la catedral hispalense un homenaje a Pío XII. De pronto apareció Segura y ocupó la presidencia; en su discurso comenzó diciendo que no podía dejar de hallarse presente y hablar porque se trataba de honrar a su gran amigo, el Papa. Y a continuación explicó que los protestantes podían atribuirse la victoria de removerle de su puesto ya que él era defensor de la fe. Entre el público se repartieron panfletos y se elevaron canciones contra Bueno Monreal. De modo que no quedó al Vaticano otra salida que disponer su sustitución pidiendo auxilio a la policía. Bueno Monreal era ya el nuevo arzobispo (noviembre de 1955). Los tradicionalistas recibieron el cambio de mal talante...

    *****
    Última edición por ALACRAN; 08/05/2018 a las 20:55
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    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  6. #6
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Indicar que como la materia controvertida en el hilo del sr Martin Ant parece ser la libertad religiosa en España y hasta la defensa del protestantismo achacada a Franco en los años 50, como máximo responsable (pero que no era libertad religiosa sino simple tolerancia)... nosotros para no ser "incoherentes" debemos hacer notar la posición de D. Blas Piñar, héroe incuestionado de este Foro, sobre ambos puntos, tomados de la declaración programática de Fuerza Nueva en 1976:

    - FUERZA NUEVA se propone como asociación política mantener en la nación tres fidelidades:

    ...Segunda: al recuerdo y a la obra de Francisco Franco, Caudillo de la Cruzada y artífice del Estado nuevo.

    ... 1... El Estado español será confesionalmente católico, respetando el derecho civil a la libertad religiosa de los no católicos.


    http://hispanismo.org/historia-y-ant...on-1976-a.html
    Así pues a diferencia de Franco en los años 50, que solo "toleraba" el protestantismo, D. Blas Piñar, en los años 70 reconoce y reivindica la libertad total para los herejes protestantes en España.

    Quede claro, por tanto, que las injurias y críticas hacia Franco lo serán aun más hacia D. Blas Piñar López. Y de no creerlo así reconozca cada uno su propia "incoherencia".
    Última edición por ALACRAN; 09/05/2018 a las 17:49
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    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  7. #7
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    ... 1... El Estado español será confesionalmente católico, respetando el derecho civil a la libertad religiosa de los no católicos.
    No obstante Alacrán, este principio programático de Fuerza Nueva de 1976, obedece (como es lógico) a la aplicación del Concilio y a los mandatos de los Papas para con todos aquellos movimientos políticos que se definan como CATÓLICOS; por ser la "libertad religiosa" un principio de Derecho Político aceptado por la Santa Sede por razones "de convivencia humana" (no teológicas) y por tanto sólo es obligado sostenerla en el ámbito jurídico-político [1].

    El resto de católicos que no nos dedicamos a la política tenemos todo el derecho a discrepar, en lo teológico, de esa posición, pues es estríctamente política (a pesar de su nombre) y contraviene toda la Tradición de la Iglesia y las enseñanzas pontificias en materia religiosa.

    [1] Véase Ratzinger:

    A eso se refería, hace apenas un mes, el Papa Benedicto XVI en su tradicional discurso a la Curia Romana: “Si la libertad de religión se considera como expresión de la incapacidad del hombre de encontrar la verdad y, por consiguiente, se transforma en canonización del relativismo, entonces pasa impropiamente de necesidad social e histórica al nivel metafísico, y así se la priva de su verdadero sentido, con la consecuencia de que no la puede aceptar quien cree que el hombre es capaz de conocer la verdad de Dios y está vinculado a ese conocimiento basándose en la dignidad interior de la verdad. Por el contrario, algo totalmente diferente es considerar la libertad de religión como una NECESIDAD QUE DERIVA DE LA CONVIVENCIA HUMANA, más aún, como una consecuencia intrínseca de la verdad que no se puede imponer desde fuera, sino que el hombre la debe hacer suya sólo mediante un proceso de convicción”[6].

    La libertad religiosa en la sociedad democrática actual | CEE
    Última edición por DOBLE AGUILA; 09/05/2018 a las 19:42
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  8. #8
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Pese a lo que envié mantengo una opinión elevadísima de Blas Piñar. Simplemente hago constar el doble rasero que se suele usar para no perdonar a Franco ni media y a Blas Piñar pasarle todo por alto, y ponerle velas en el altar. Es obvio que Blas Piñar en su ausencia de cargos públicos podía apelar más a razonamientos sentimentales y emotivos que un Franco o los ministros, constreñido por compromisos más o menos oscuros pero necesarios para sacar el barco adelante.

    Y sobre el tema de la libertad religiosa, precisamente Blas Piñar en las Cortes de 1967 había sido uno de sus más furibundos opositores cuando, siguiendo las declaraciones del Vaticano II, iba a ser implantada; por eso choca más que él mismo, 10 años después ya no la cuestione. Obviamente entre medias estaban las tremendas desavenencias del Régimen con la Iglesia y ya, de facto, ningún gobernante por más tradicionalista que fuera quería saber nada de tener que vérselas con aquellos obispos y movidas posconciliares.

    Si efectivamente, como dices, la aceptación se derivaba de "la aplicación del Concilio y a los mandatos de los Papas para con todos aquellos movimientos políticos que se definan como CATÓLICOS" tampoco se entiende por qué si sigue apelando Blas Piñar al "Estado confesional" para España cuando también estaba proscrito por el Vaticano II. Pero en cualquier caso una declaración programática de un partido, dijera lo que dijera, tampoco comprometía a nada frente a la Santa Sede; nadie le hubiera podido impedir a Blas Piñar y a Fuerza Nueva plasmar allí un ideario católico tradicionalista preconciliar.
    DOBLE AGUILA y Pious dieron el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  9. #9
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Según tengo entendido, Blas Piñar recibió a monseñor Lefebvre en su casa y en la revista Fuerza Nueva se daba bastante lugar a la Tradición, e incluso que durante bastante tiempo, el único lugar donde se podía oír Misa Tradicional era en la capilla Fuerza Nueva. ¿Alguien podría confirmarlo?

  10. #10
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Cita Iniciado por Hyeronimus Ver mensaje
    Según tengo entendido, Blas Piñar recibió a monseñor Lefebvre en su casa y en la revista Fuerza Nueva se daba bastante lugar a la Tradición, e incluso que durante bastante tiempo, el único lugar donde se podía oír Misa Tradicional era en la capilla Fuerza Nueva. ¿Alguien podría confirmarlo?
    No sé si Piñar lo recibió en su casa, pero desde luego en el local de FN sí que lo recibió, y dio conferencias:



    https://elpais.com/diario/1978/03/10...07_850215.html

    Saludos en Xto.
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    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  11. #11
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Si efectivamente, como dices, la aceptación se derivaba de "la aplicación del Concilio y a los mandatos de los Papas para con todos aquellos movimientos políticos que se definan como CATÓLICOS" tampoco se entiende por qué si sigue apelando Blas Piñar al "Estado confesional" para España cuando también estaba proscrito por el Vaticano II. Pero en cualquier caso una declaración programática de un partido, dijera lo que dijera, tampoco comprometía a nada frente a la Santa Sede; nadie le hubiera podido impedir a Blas Piñar y a Fuerza Nueva plasmar allí un ideario católico tradicionalista preconciliar.
    Pues, yo creo que porque en una declaración programática se hacen muchas veces declaraciones de buenas intenciones o "brindis al sol" y otras se intenta almoldar a la situación que hay, aunque vaya en contra de los propios principios ideológicos. Conste que expreso mi opinión sobre lo que ocurre en los partidos; tampoco sé exactamente cual era la opinión generalizada de Fuerza Nueva sobre esta cuestión en aquella época.

  12. #12
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Según tengo entendido, Blas Piñar recibió a monseñor Lefebvre en su casa y en la revista Fuerza Nueva se daba bastante lugar a la Tradición, e incluso que durante bastante tiempo, el único lugar donde se podía oír Misa Tradicional era en la capilla Fuerza Nueva. ¿Alguien podría confirmarlo?
    Esto lo sabe Valmadian de primera mano, que para eso estaba allí.

  13. #13
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    La visita a este hilo que acabo de abrir sobre Blas Piñar es de interés para lo que aquí se está tratando.

    http://hispanismo.org/politica-y-soc...tml#post162399
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  14. #14
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    Re: El Cardenal Segura y la defensa de la unidad católica española (1952)

    Cita Iniciado por DOBLE AGUILA Ver mensaje
    Esto lo sabe Valmadian de primera mano, que para eso estaba allí.
    Si, ciertamente allí las misas eran tradicionales, aunque yo no solía asistir por razones "laborales", sencillamente coincidían con mis obligaciones.
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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