Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1627, 1 de Octubre de 1952, páginas 556 a 573.
INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.
Desvaneciendo funestos errores de la Revista norteamericana «América» sobre la propaganda protestante en España
EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO
Venerables Hermanos y muy amados Hijos:
No era de extrañar que, ante la publicación de Nuestro Documento pastoral sobre la propaganda protestante en nuestra Patria, surgiera la protesta enérgica del protestantismo de diversos países de Europa y de América.
Manifestación de esta protesta han sido las innumerables cartas de protestantes y las numerosas revistas evangélicas que hemos recibido con este motivo.
Hemos estudiado detenidamente el contenido de todas estas cartas y artículos, y no hemos encontrado nada nuevo y digno de mención. Dictadas la mayor parte por la pasión, contienen, no razonamientos especiales y fundados, sino frases incorrectas que debemos en caridad pasar por alto.
Lo verdaderamente extraño es que precisamente una Revista redactada por Padres de la Compañía de Jesús que se publica en Nueva York, haya sido la que ha pretendido combatir Nuestro Documento pastoral, que sienta la que es doctrina de la Iglesia.
Para reparar este escándalo, queremos, venerables Hermanos y amados Hijos, dirigiros esta nueva Instrucción pastoral que deje completamente en claro las cosas y vindique a la Compañía de Jesús –a la que estamos tan obligados por habernos formado en sus aulas– de esta nota que tan poco favorece su tradicional prestigio doctrinal y que contraría a toda su historia.
Misión providencial de la Compañía de Jesús, instituida para combatir el protestantismo en el mundo católico
Es precisamente, venerables Hermanos y muy amados Hijos, una gloria inmarcesible de la Compañía de Jesús y de su santo Fundador, la de haber sido escogida por Dios nuestro Señor para combatir tenazmente el protestantismo que tanto estrago había de producir en la Iglesia Santa.
No necesitamos aducir las numerosas pruebas que tenemos recogidas. Nos limitaremos únicamente a citar algún que otro testimonio auténtico que confirme Nuestra afirmación.
El insigne Balmes, en su monumental obra El Protestantismo comparado con el Catolicismo, capítulo XLVI, dice:
«Fijando la atención sobre el Instituto de los Jesuitas, la época de su fundación y la rapidez y magnitud de sus progresos, se confirma más y más la admirable fecundidad de la Iglesia Católica, para acudir con algún pensamiento digno de Ella, a todas las necesidades que se van presentando. El protestantismo combatía los dogmas católicos con lujoso aparato de erudición y de saber: el brillo de las letras humanas, el conocimiento de las lenguas, el gusto por los modelos de la antigüedad, todo se empleaba contra la religión con una constancia y ardor, dignos de mejor causa. Hacíanse increíbles esfuerzos para destruir la autoridad pontificia; o, ya que esta destrucción no fuera posible en algunas partes, se procuraba a lo menos desacreditarla. El mal cundía con velocidad terrible, el mortífero tósigo circulaba ya por las venas de una considerable porción de los pueblos de Europa, el contagio amenazaba propagarse a los países que habían permanecido fieles a la verdad; y, para colmo de infortunio, el cisma y la herejía atravesaban los mares yendo a corromper la fe pura de los sencillos neófitos en las regiones del nuevo mundo. ¿Qué debía hacerse en semejante crisis? El remedio de tamaños males, ¿podía encontrarse en los expedientes ordinarios? ¿Era dable hacer frente a tan graves e inminentes peligros echando mano de armas comunes? ¿No era conveniente fabricarlas adrede para semejante lucha, de temple acomodado al nuevo género de combate, con la mira de que la causa de la verdad no pelease con desventaja en la nueva arena? Es indudable. La aparición de los Jesuítas fue la digna respuesta a estas cuestiones, su Instituto la resolución del problema».
Apología hermosa del Instituto de la Compañía de Jesús, es la que contienen estas palabras del inmortal apologista Jaime Balmes. En ellas no hace más que reflejar una verdad evidente, por todos reconocida.
El eminente P. Pedro de Ribadeneyra, que convivió con San Ignacio de Loyola, en la Historia de la Contrarreforma dice hermosísimamente:
«La Bula apostólica de la confirmación de la Compañía, dice que es instituida principalmente para defensa y dilatación de nuestra santa fe católica. La fe se defiende entre los herejes y se extiende entre los gentiles. Pues, veamos ahora qué necesidad había que fuese defendida la fe y amparada de los herejes en este tiempo…
»El año de 1483 nació Martín Lutero en Sajonia, provincia de Alemania, para ruina y destrucción de los nacidos; y el de 1517 comenzó a predicar contra las indulgencias concedidas por el Romano Pontífice; y el de 1521 se quitó la máscara y descubiertamente publicó la guerra contra la Iglesia Católica. Y, este mismo año, Dios nuestro Señor quebró la pierna al Padre Ignacio en el castillo de Pamplona para sanarle, y de soldado desgarrado y vano hacerle su capitán y caudillo y defensor de su Iglesia contra Lutero. Esto es propio, como he dicho, de la providencia y consejo del Señor».
Nos vemos forzados, por la profusión de testimonios que tenemos recogidos, a citar únicamente unas palabras que constituyen la síntesis de la vida de San Ignacio de Loyola. Síntesis escrita a raíz de su gloriosa muerte: «Varón por cierto valeroso y soldado esforzado de Dios, el cual con particular providencia y merced envió su Majestad a su Iglesia, en estos tiempos tan peligrosos, para ir a la mano a la osadía de los herejes, que se rebelaban y hacían guerra a su Madre. Véese ser esto así claramente: porque si bien lo consideramos hallaremos que este santo Padres se convirtió de la vanidad del mundo a servir a Dios y a su Iglesia, al mismo tiempo que el desventurado Martín Lutero públicamente se desvergonzó contra la Religión católica. Y cuando Lutero quitaba la obediencia a la Iglesia Romana y hacía gente para combatirla con todas sus fuerzas, entonces levantó Dios a este santo Capitán, para que allegase soldados por todo el mundo, los cuales con nuevo voto se obligasen de obedecer al Sumo Pontífice y resistiesen, con obras y con palabras, a la perversa y herética doctrina de los secuaces de Lutero».
Cuál fuera el fin de la Compañía de Jesús, según la mente de su Fundador, se descubre claramente en los Avisos que el Santo Padre Ignacio de Loyola daba a sus hijos al enviarles a predicar el Evangelio en los países protestantes.
Estos Avisos están tomados de la Historia de la Compañía, escrita por el documentadísimo Padre Aicardo.
Uno de estos Avisos dice así: «Al ver lo que han avanzado en tan breve tiempo los herejes, difundiendo el veneno de su mala doctrina por tantos pueblos y regiones y aun tomando carrera para andar adelante, como quiera que sus conversaciones cunden como gangrena cada día, parece que nuestra Compañía, siendo escogida de la Providencia divina como uno de los medios eficaces para reparar tanto mal, no solamente debe poner toda diligencia en preparar remedios buenos, sino también prontos y que puedan extenderse mucho, esforzándose en acudir con la mayor prisa posible a preservar lo que aún está sano y curar lo que está ya tocado de la peste herética, especialmente en las regiones septentrionales».
Cómo ha correspondido la Compañía de Jesús a este fin de su fundación, desde el tiempo de sus fundadores
Son tan copiosas, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, y tan evidentes las pruebas que se pueden aducir en favor de la fidelidad con que San Ignacio y los primeros Padres de la Compañía respondieron a este nobilísimo fin de su fundación, que nos será preciso atenernos, a causa de la brevedad, tan sólo a algunas de ellas.
En la Historia de la Compañía, escrita tan meritoriamente por el P. Aicardo, se puede ver perfectamente demostrada con muchos testimonios Nuestra afirmación:
«Como es fácil de comprobar –dice en su capítulo VII– la acción apostólica de nuestro Padre San Ignacio y de toda la Compañía, en los países protestantes, fue intensísima.
»Sin contar las innumerables cartas escritas a los que por allá se encontraban, llenas de dirección y de consejos, y todo lo relativo a la fundación, institución y progreso del Colegio Germánico, se conservan de nuestro santo Patriarca doce Instrucciones acerca del modo de trabajar en aquella viña. Tres, en efecto, dio a los Nuncios de Irlanda, tres a los Colegios de Colonia, Praga e Ingolstadt, una a Salmerón cuando iba a Polonia, otra al Nuncio de Austria, otra a los PP. Laínez y Nadal cuando iban a ir a Alemania, y otras tres, según parece, al P. Canisio y a otros que a Germania iban destinados».
Entre los discípulos más distinguidos de San Ignacio, que ilustraron la Iglesia de Dios en aquellos tiempos difíciles, por su santidad y por su ciencia eximia, merece citarse al Doctor de la Iglesia San Pedro Canisio, de cuya acción verdaderamente apostólica mucho pudiera decirse:
«Desde la Dieta de Worms –escribe a Ferdinando, Rey de Rumanos–: Se disolvió el coloquio y no sin fruto como opinan los que saben. Bendito sea Dios que confirma la unidad de su Iglesia con esta confusión de los sectarios. Enséñenos la experiencia, os ruego, a que no confiemos en los perseguidores de la Iglesia ni los adulemos, pues no guardan fidelidad ni a Dios ni al mundo, y una cosa ostentan y prometen y otra hacen y declaran con sus hechos. ¡Ojalá no temiéramos a los débiles: Dios pelearía con nosotros, si nos juntáramos a Él y despreciáramos los espantajos del mundo! Inspírenos el espíritu de Cristo, lo que trae la verdadera paz, porque «no hay paz para los impíos» (Is. XLVIII, 22) ni en las tiendas de los rebeldes.
»El Señor Rey de Reyes nos dé en todo inteligencia y celo de la honra de su nombre que ahora de tantos modos es blasfemado».
«Su nombre es el de martillo de herejes y apóstol de Alemania –dice uno de sus biógrafos–. En Agosto de 1545 estaba en Colonia. En medio de la persecución de los herejes seguía él predicando, enseñando, conservando y sustentando a sus hermanos».
El P. Nadal, en una de sus visitas a Viena de Austria, recomienda «como armas para vencer a los herejes, el uso y difusión de los medios que Dios ha concedido a su Iglesia y que ellos combaten, y la práctica de las virtudes que ellos no ejercitan, a fin de desagraviar al Señor de esta manera.
»Debemos revestirnos de un ánimo muy esforzado en Cristo contra todas las herejías y contra todos los herejes, porque éstos, aunque han de ser amados como prójimos, con la compasión y el amor siempre se ha de juntar el celo de Dios contra ellos y la detestación de sus herejías».
Singularmente amado por San Ignacio fue el Beato Padre Fabro, gloria de la naciente Compañía, que tanto se distinguió en sus campañas contra la herejía protestante.
Merecen especial mención los avisos que el Beato Padre Fabro daba para la evangelización de los protestantes.
Avisos que revelan aquella ardiente caridad que animaba el corazón de tan santo apóstol.
Tenían estos avisos tanta autoridad, por la experiencia y virtud de su autor, que el sapientísimo P. Laínez le pidió los diera por escrito.
«Quien quisiere –dice el Beato P. Fabro– aprovechar a los herejes de este tiempo, ha de mirar tener mucha caridad con ellos y amarlos de verdad desechando de su espíritu todas las consideraciones que suelen enfriar en la estimación de ellos.
»Cuanto que esta secta luterana es de los hijos que desertan de la fe para perderse (Hebr. 10, 39) y primero se ha perdido el buen sentir que no el buen creer en ellos, es menester, proceder de las cosas que son y sirven para el buen sentir según el afecto, a las que son para el buen creer; al contrario de lo que se hacía cuando los antiguos gentiles recibían la fe; porque allí, primero era menester enseñar y corregir los entendimientos por vía de la fe que proviene de oír (Rom. 10, 17) y de allí venir al buen sentir, acerca de la doctrina y de las obras que son conformes a la fe que se ha abrazado.
»En los errores que ellos tienen sobre lo que se ha de obrar, que es «cuasi» universal en esta secta, es menester proceder de las obras a la fe, hablándoles siempre cosas que puedan inducir a amar las obras».
Memorable es la carta del Duque Alberto de Baviera al P. Maestro Laínez, Prepósito General de la Compañía de Jesús, por revelar la labor intensa que realizaban los Padres de la Compañía contra la herejía protestante:
«¿Qué hombre cristiano y sincero –dice– habrá que no se alegre de corazón viendo que con la excelente erudición y loable vida de los hijos de vuestra Paternidad, se debilitan los ímpetus de los herejes y su loca pertinacia queda confundida?
»Por lo tanto tornamos a rogar y pedir a V. P. que, compadeciéndose de los trabajos y más pesada carga de sus hijos que ellos pueden llevar, nos envíe otros que los acompañen y ayuden a coger las copiosas mieses que hay en nuestros estados y asienten y acaben con perfección este colegio: que nosotros proveeremos de todo lo necesario, de tal manera que todos entiendan la benevolencia y amor con que abrazamos esta venerable Compañía y nuestra Santa y Católica Religión tenga perpetua morada en este nuestro colegio. Todo lo que fuere menester para el viático de los Padres que aguardamos, habemos mandado dar, como lo ordenare el P. Canisio. De Munich, a 27 de Junio de 1560».
Este espíritu de lucha sin cuartel contra la funesta herejía del protestantismo lo infiltraba la Compañía en el corazón de sus jóvenes estudiantes, en los mismos colegios de su formación, como lo prueba el discurso de un alumno del Seminario Inglés pronunciado ante el Santo Padre en el momento de partir para su Patria:
«Pluguiese al Señor, Padre Beatísimo, para decir lo que siento; pluguiese a Dios, digo, que yo fuese tan dichoso y bienaventurado que mereciese perder esta vida por nuestro Señor Jesucristo, por mi patria y por esta Santa Sede Apostólica y morir por la confesión de la fe católica. ¡Oh qué feliz día sería para mí, en que muriendo comenzase a vivir!».
Y, para que se vea que lo que dijo el colegial del Seminario, que se llamaba Francisco Monfort, hablando con Su Santidad, era verdad, y que le salían del corazón aquellas palabras con que declaraba el deseo que tenía de morir por Cristo, antes de seis meses cumplidos después que las dijo, las puso por obra y murió en Inglaterra defendiendo la fe católica por el Señor y por su Santa Iglesia.
Bien puede, pues, gloriarse la Compañía de Jesús de haber sido instrumento de Dios y de su Iglesia, en la cruzada iniciada contra el protestantismo y sostenida constantemente con tanto tesón y acierto por sus hijos.
Conducta de la Compañía de Jesús en nuestros días, en lo referente al protestantismo
Para gloria de la Compañía de Jesús que sigue esta fidelidad a sus tradiciones, y que hoy, como durante los siglos transcurridos desde su fundación, continúa siendo baluarte poderoso contra el protestantismo, son muchísimos los testimonios que pudiéramos citar de Padres eminentes por su ciencia y por su virtud que guardan fielmente las enseñanzas y normas de su Santo Padre Ignacio de Loyola.
Lumbrera por su ciencia y por su virtud, en la historia contemporánea de la Compañía de Jesús, es el celebérrimo P. Villada, que tanto se distinguió como profesor eximio de Teología y de Derecho en el Colegio Máximo de Oña, y que llamó la atención en Roma por sus conocimientos vastísimos y solidísimos.
Citaremos únicamente algún que otro párrafo de su hermosísima obra Reclamaciones legales de los Católicos españoles. Dice así:
«Es moralmente imposible que, con la licencia de pervertir los ánimos y corromper los corazones, autorizada con la propaganda heterodoxa, no sucumban en la lucha innumerables fieles y acaben por abandonar el don más preciado de esta vida, la fe; y sobre todo la fe que se manifiesta con obras de caridad.
»En rigor bastaría lo dicho sobre la unidad católica, para deducir que a la Iglesia y sólo a la Iglesia, es permitida la propaganda religiosa, porque siendo la religión católica con todos sus derechos la religión del Estado, y siendo derecho divino de aquélla el extenderse predicando su doctrina a toda criatura, conforme al divino mandato contenido en las palabras que refiere San Marcos (capítulo XVI-15) (ya que es necesaria para la salvación eterna), y el de oponerse a que nadie la combata o contradiga por lo mismo que es la única religión verdadera, es evidente que el Estado, reconociendo esos derechos, ha de procurar defenderla e impedir todo ataque en contrario, toda propaganda heterodoxa».
Con el P. Villada, pudieran citarse numerosos y distinguidos hijos de la Compañía, que en nuestros días han formado parte de esta cruzada en defensa de la fe.
El R. P. Ramón Ruiz Amado, tan fecundo en sus publicaciones y tan eminente pedagogo, en enero de 1907, en su artículo La Paz Religiosa, escribía: «Donde falta la religión quiebra la moral y con ello el fundamento de la sociedad. Por consiguiente, no sólo como católicos, sino como españoles, no sólo por deber de religión, sino de patriotismo, hemos de pugnar con el alma y con la vida, para conservar en nuestro país la unidad religiosa que en vano procuran recobrar los que se apartaron en mala hora del seno de la Iglesia Católica».
Nombre conocido en las actuales polémicas de enseñanza, es el del P. Eustaquio Guerrero, que en el artículo La libertad religiosa de los protestantes en España, publicado en Octubre de 1950, en la Revista Razón y Fe, dice:
«Nosotros no justificamos la legislación española en materia religiosa apelando únicamente a discutibles y en todo caso encontrados principios democráticos, la justificamos con la pura doctrina de la Iglesia Católica aplicada a la realidad completa de nuestro país.
»El Estado ha de obrar en todo mirando al bien común. Éste no es lo mismo en una nación católica que en otra dividida en confesiones diferentes: católicos y protestantes. En una nación católica como España, el bien común exige cuanto es necesario y conveniente para una vida social de sentido católico como la prescribe Jesucristo y la totalidad de los ciudadanos la desea, por ver en ella la principal causa de su dignidad y felicidad personal y de la paz y prosperidad común.
»Las sectas protestantes, desde el punto de vista de una sociedad católica, son herejías, son un mal, un factor de indiferentismo, de discordia y de perversión».
De intento, no hemos querido recurrir a testimonios valiosísimos de Padres de la Compañía de Jesús de otras naciones. Mas, siquiera a modo de ejemplo, queremos citar el testimonio del P. Cavalli, tomándolo de La Civiltá Cattolica de 3 de abril de 1948:
«La campaña en favor de los protestantes españoles se asienta sobre base débil y está en contradicción con los principios católicos.
»En una nación donde los disidentes son una pequeña minoría, con un gobierno que muestra una posición digna de alabanza hacia la verdadera religión, no se puede invocar la plena libertad para todas las formas de culto. Esto, sin duda, podrá molestar a los protestantes, pero deben entender que en el mantenimiento de su doctrina la Iglesia Católica cumple un sagrado deber».
Nos haríamos interminable demostrando cuán fiel se conserva la Compañía de Jesús a su gloriosa tradición anti-protestante. Mas no queremos dar por terminada esta parte de Nuestra Instrucción pastoral, sin citar un testimonio breve, pero elocuentísimo, de un Padre de la Compañía, meritísimo en las ciencias naturales y cuyos escritos de psicología experimental han llamado justamente la atención entre los sabios. Nos referimos al P. José María Ibero, que en reciente carta Nos dice:
«He leído la admonición pastoral de Su Eminencia del 17 de abril de 1952, y lamento las dificultades que se oponen a la publicación de las pastorales y enseñanzas de la fe. La libertad de cultos que extranjeros católicos y dignatarios de la Iglesia quieren para España, es contra el Derecho canónico en todo el título XXIII, que trata «de praevia censura librorum eorumque prohibitione». Nos honramos en pertenecer no sólo a cuatro siglos antes, sino al primero en que nuestro Divino Fundador puso a la Iglesia la obligación de enseñar la fe y a los oyentes de aceptarla bajo pena de condenación eterna».
Incomprensible conducta de la Revista de PP. Jesuitas de Nueva York «América»
Con verdadera pena, Hermanos e Hijos muy amados, Nos vemos precisado a tratar del artículo publicado por los Padres Jesuitas en su Revista América, de Nueva York (5 de Abril de 1952).
Y, en primer lugar, Nos vemos en la precisión de denunciar la grave violación del derecho que se atribuyen por cuenta propia, de juzgar y censurar un Documento pastoral, publicado en su Boletín Oficial Eclesiástico, por un Obispo y Cardenal de la Santa Iglesia Romana.
Los Prelados tienen autoridad doctrinal en sus Diócesis, según el Derecho; y sobre esta autoridad doctrinal no hay más juez supremo que la Santa Sede.
Los simples fieles, los sacerdotes y los religiosos, no pueden constituirse legítimamente en jueces de doctrina sobre los Prelados.
El artículo de América constituye un verdadero desafuero que ha ocasionado daño espiritual a muchos fieles católicos. Y, consiguientemente, necesita reparación.
En segundo lugar, hemos de denunciar noblemente la insustancialidad del artículo de referencia, que no se basa en argumento eclesiástico de ninguna clase, como se podrá ver por las observaciones siguientes.
En tercer lugar, denunciamos el artículo de referencia como totalmente opuesto a la tradición de la Compañía de Jesús, que ciertamente no suscribe las afirmaciones tan aventuradas que contiene.
Finalmente, hacemos notar el ambiente protestante del artículo, que se refleja al hablar de la fe católica en contraposición con la fe divina, y que se manifiesta en el menosprecio de la autoridad legítima episcopal.
A) Insustancialidad de las razones aducidas por «América».
Seis son los reparos del artículo de América, de la consistencia que puede apreciarse.
a) El de la divergencia de criterio de otro Prelado español. Es punto que por caridad Nos vemos obligado a no tratar en este Documento pastoral. Es ésta una indiscreción manifiesta y totalmente infundada de los autores del artículo. Asimismo es totalmente impertinente la alusión que se hace en estas palabras: «El Cardenal presenta a Mr. Truman como el Presidente de una nación protestante, como si la Presidencia implicara una calificación confesional, lo cual contradice a nuestra Constitución».
b) La alusión al testimonio de San Pablo sobre la necesidad de la fe para salvarse. La interpretación que se da por el artículo es totalmente de ambiente protestante, y puede compararse con la amplia exposición documentada del testimonio que contiene Nuestro Documento pastoral.
c) La oposición entre la conciencia errónea y la conciencia recta. El testimonio que citan en América no es Nuestro, sino precisamente de una Revista de PP. Jesuitas: Razón y Fe, en sus páginas 225 y 226 del número 632-633 de fecha Septiembre-Octubre de 1950. Y otro P. Jesuita, en la misma Revista, pág. 580, número 653, de Junio de 1952, se encarga de dar la explicación conveniente.
d) La crítica histórica. Se aduce como argumento irrebatible para tratar de juzgar el punto de vista heterodoxo. Sabido es que éste es un argumento irrisorio y completamente arbitrario. Cada cual interpreta libremente las deducciones de la crítica histórica. Y si algo vale esta crítica histórica, precisamente confirma la solidez de la argumentación de Nuestro Documento pastoral.
e) Finalmente, tenemos que protestar, con la mayor energía, contra la interpretación infundada que se atribuye a los Soberanos Pontífices León XIII y Pío XII, presentándoles como si ellos equiparasen a todos los creyentes, sin distinción entre católicos y herejes.
Los testimonios que se citan son incompletos y están muy lejos de declarar lo que nuestros enemigos pretenden. Ambos Pontífices se han expresado con claridad meridiana en Documentos irrefragables.
Afirma la Revista América que «Pío XII suele equiparar con los católicos a los protestantes al dirigirse con frecuencia a todos los creyentes».
El atribuir al Papa, felizmente reinante, en el Mensaje de Navidad de 1942, el sentido universal de proclamar como derecho fundamental el derecho de rendir culto a Dios, en privado y en público, y de practicar las obras de caridad, en sentido protestante, no tiene el menor fundamento. Véase lo que el actual Soberano Pontífice dice con toda precisión en su Encíclica «Mystici Corporis Christi», de 29 de junio 1943:
«Pero entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar, de hecho, los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y profesan la verdadera fe.
»Y, por lo tanto, quien rehusare oír a la Iglesia según el mandato del Señor, ha de ser tenido por gentil y publicano (Math. 18, 17). Por lo cual, los que están separados entre sí por la fe o por el gobierno, no pueden vivir en este único Cuerpo y de este único Espíritu.
»Ni hay que pensar que el Cuerpo de la Iglesia, por el hecho de honrarse con el nombre de Cristo, aun en el tiempo de esta peregrinación terrena, consta únicamente de miembros eminentes en santidad o se forma solamente de la agrupación de los que han sido predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un lugar en su Cuerpo místico, a quienes en otro tiempo no negó la participación en el convite (Luc. 15, 2). Puesto que no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía».
Idéntica es la actitud infundada que se atribuye al Papa León XIII, en las palabras que de él se citan, tomadas de la Encíclica «Libertas», en las cuales sencillamente se afirma que el Papa, por motivos graves, puede tolerar algunas cosas ajenas de la verdad y de la justicia. Cosa que no tiene que ver con la equiparación que se pretende entre católicos y protestantes.
Precisamente, el Papa León XIII, llamado con razón el Pontífice sabio, fue el que condenó, en su Encíclica «Testem benevolentiae», de 22 de enero de 1899, dirigida al Eminentísimo Cardenal Gibbons, Arzobispo de Baltimore, el funesto error del americanismo.
«El principio de esas opiniones, de que Nos venimos hablando, puede formularse a poco más en estos términos: para atraer más fácilmente a los disidentes a la verdad católica, es necesario que la Iglesia se adapte en adelante a la civilización de un mundo llegado a la edad adulta, y que se desprenda de su antiguo rigor y se muestre favorable a las aspiraciones y a las teorías de los pueblos modernos. Y este principio se extiende no solamente a la disciplina, más aún, a las doctrinas que constituyen el Depósito de la fe.
»Ellos sostienen, en efecto, que es oportuno, por ganar los corazones de los alejados, de callar ciertos puntos de doctrina, como si fuesen de menos importancia, o de atenuarles hasta el punto de no dejarles el sentido en que la Iglesia siempre les ha tenido.
»No hay necesidad de largos discursos, amadísimo Hijo, para mostrar cómo es condenable la tendencia de esta concepción: es suficiente recordar el fundamento y origen de la doctrina que enseña la Iglesia.
»He aquí lo que dice el Concilio Vaticano: «La doctrina de la fe revelada por Dios ha sido presentada al espíritu humano, no como un sistema filosófico que se perfecciona, sino como un depósito divino confiado a la Esposa de Cristo que debe guardarle e interpretarle infaliblemente…
»»El sentido que da nuestra Santa Madre la Iglesia, una vez declarado ser aquél de los dogmas sagrados, debe ser siempre conservado y jamás puede ser descartado, bajo el pretexto o apariencia de penetrar mejor su sentido». (Const. «De Fid. Cath.», IV).
»Pues todas las verdades que forman el conjunto de la doctrina cristiana no tienen más que un solo Autor y Doctor: el Hijo Único que está en el seno del Padre (S. Joan 1, 18). Ellas convienen a todas las épocas y a todas las naciones. Esto es lo que manifiestamente resulta de las palabras dirigidas por Cristo mismo a sus Apóstoles: «Id y enseñad a todas las naciones… enseñándoles a observar todas las cosas que Yo os he mandado. Y estad ciertos que Yo estaré todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Math. 28, 19).
»También el mismo Concilio Vaticano dice: «Es necesario creer con fe divina y católica todo lo que está contenido en la palabra de Dios escrita o enseñada, y que la Iglesia, sea por una definición solemne, sea por su magisterio ordinario y universal, propone debe ser creído como revelado por Dios» (Const. «De Fid. Cath.», cap. III).
»Que se guarden, pues, de suprimir nada de la doctrina recibida por Dios o de omitir nada, por cualquier motivo que sea, pues el que lo haga tenderá más a separar los católicos de la Iglesia que a atraer a la Iglesia a aquéllos que le están separados. Que ellos vuelvan. Nada tanto Nos anhelamos como que vuelvan todos aquéllos que andan errantes lejos del rebaño de Cristo; mas no por otro camino que el que Cristo mismo ha mostrado.
»Nos pensamos, en efecto, que hay muchos en medio de vosotros que están alejados de la fe católica, más por ignorancia que por maldad; y que se les atraería, puede ser más fácilmente, al único redil de Cristo, si se les propone la verdad en un lenguaje simple y familiar.
»De todo esto que Nos hemos dicho hasta el presente, querido Hijo, resulta que Nos no podemos aprobar esas opiniones, cuyo conjunto es designado por muchos bajo el nombre de americanismo.
»No hay más que una Iglesia: una por la unidad de la doctrina como por la unidad de su gobierno. Ésta es la Iglesia católica. Y porque Dios ha establecido su centro y su fundamento sobre la Cátedra del bienaventurado Pedro, Ella, con todo derecho, es llamada Romana, pues «donde está Pedro ahí está la Iglesia» (S. Ambrosio. In Ps. 11, 57)».
No cabe, pues, duda alguna, acerca de la mente de los Soberanos Pontífices, defensores invictos de la fe contra los peligros de la herejía en todos los tiempos.
La tendencia del escrito de América en defensa de los protestantes, cae de lleno en la condenación de la Iglesia. En el Motu proprio «Sacrorum antistitum» de 10 de septiembre de 1910, se condenan todos los errores que han influido en la difusión del modernismo en la Iglesia.
Véase con qué propiedad nos advierte del peligro de seducción de quienes son «verdaderos adversarios, tanto más temibles cuanto más cercanos, y que abusan de sus ministerios para poner en los anzuelos cebos envenenados con que sorprender a los incautos, con doctrinas especiosas que conducen a la suma de todos los errores».
Deben meditar los que con tanta ligereza escriben, las normas que se dan sobre la instrucción filosófica, escolástica y teológica que es indispensable para la recta formación sacerdotal.
B) Peligros de la tendencia manifestada en «América».
Toda doctrina errónea es semillero de grandes peligros, que de hecho se derivan de su implantación en la práctica de la vida. Y la doctrina errónea sustentada por América no carece de muchos de estos graves peligros.
Quería prevenirlos el célebre P. Nadal con estas palabras: «De aquí que ni leamos, ni retengamos ni permitamos retener o leer libros de los herejes, aunque no haya en ellos nada herético, si bien esto es difícil, porque aun en la gramática y en la retórica a lo menos con los ejemplos inculcan sus herejías. Y no pensemos que por eso vamos a perder algo de erudición, pues el Señor nos dará por otro lado mayores fuerzas, y porque debemos tener por cierto que en los antiguos está la sabiduría y que de ellos hemos de sacarla en el Señor» (Aicardo, Comm. Cont. Lib IV, cap. VII).
Hemos insinuado ya dos peligros sobre los que queremos con nobleza llamar la atención de los Superiores de los autores del artículo de América.
El primero es el peligro del modernismo, que no ha desaparecido en estos tiempos, sino que está latente y puede seguir produciendo funestísimos estragos, si no se guardan fielmente las sapientísimas normas dadas por el Beato Pío X, en su Motu proprio «Sacrorum antistitum».
El segundo peligro que más de cerca toca a los autores del artículo de América, es el del americanismo, condenado por el Soberano Pontífice León XIII, en su Encíclica «Testem benevolentiae».
El aire de suficiencia que en medio de la insustancialidad de la doctrina se observa en el artículo, hace presumir el peligro que señalaba el Papa León XIII, y que puede reproducirse.
Termina el artículo de América tomándose la libertad indebida de hacerNos una recomendación irrespetuosa e injusta, comparándoNos con los protestantes. Y después de otorgarles el perdón de la ofensa, Nos permitimos hacerles, en caridad cristiana, una recomendación que les podrá ser muy útil: Es la de que escriban sus artículos con más celo de la gloria de Dios y del bien de las almas, con más solidez y estudio de los asuntos, con más respeto a las autoridades eclesiásticas y con más espíritu sacerdotal.
Mucho confiamos, venerables Hermanos y amados Hijos, que os servirán estas observaciones de Nuestra Instrucción pastoral, para precaveros contra toda seducción del error que por doquier nos cerca y que se trata de inocular en nuestro pueblo.
Válganos el patrocinio de Nuestra Madre Inmaculada, Nuestra Señora de los Reyes, conculcadora de todas las herejías, y la protección del Corazón Sacratísimo de Jesús, al que estáis tantas veces consagrados.
Prenda de estos Nuestros deseos sea, venerables Hermanos y muy amados Hijos, la bendición que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.
Sevilla, 24 de Septiembre de 1952.
† PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ,
ARZOBISPO DE SEVILLA
(Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)
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