Revista ¿QUÉ PASA? núm. 199, 28-Oct-1967
DON JUAN VAZQUEZ DE MELLA TRAIDO A 1967
LA CONDUCTA Y LA RETRACTACION DE D. JAIME
“No hay hombre de mérito, sin excluir a Melgar, que no haya tenido el recelo al lado, y, para completar la obra demoledora, cuando directa a indirectamente todos los prestigios se reunieron en la Junta Central, donde los que no eran miembros estaban representados por ellos, los dispersó, como Napoleón al Consejo de los Quinientos, y puso sobre todos, perturbando el silencio en que dormía, a una persona buena, apacible, pero sin el relieve, como él sinceramente reconoce, para sobreponerse a todos. Y aun eso interinamente, y después de haber ofrecido la jefatura a varias personalidades, que declinaron el encargo, y antes de ofrecerla a otras que alarguen modestamente la mano para pedir esa Presidencia, que se parece mucho a la de un entierro.
¿Eso es gobernar? ¿Eso es ser símbolo y personificación de tradiciones permanentes y de una institución augusta? ¿Con el capricho arriba y una manada abajo se forman partidos de hombres que todavía creen que la dignidad y la formalidad no son cosas despreciables?
Restañar antiguas heridas, borrar pasadas divisiones, levantar como un credo español, como el evangelio del orden una bandera enteramente desplegada con la Corona encima, pero con la Cruz sobre la Corona, y llamar con amor a todas las fuerzas sociales, desarrollando en ellas, con la propaganda y el ejemplo, el instinto de conservación, para que se congregasen en una falange o se federasen con ella, esa era la misión de don Jaime, la que le imponían la Iglesia y España.
¿Y qué hizo? Dividir, disolver, oponer unos hombres a otros. Y poner sobre la Bandera y sobre la Cruz el yo absoluto, el viejo cesarismo que las niega.
Si alguno me pregunta todavía: ¿Le retiraremos o no la obediencia? Sólo le contestaré: ¿Pero no habéis notado aún que se ha retirado de su persona el derecho de exigirla?
LA RETRACTACION DE DON JAIME. —UN NUEVO MANIFIESTO, CONTRARIO A LOS ANTERIORES, ANULARIA SU AUTORIDAD PARA LOS QUE TODAVIA LE SIGUEN
Ante el escándalo producido por los Manifiestos de don Jaime parece que el grupo absolutista que le sigue, queriendo evitar la desbandada y que continúe la ficción, prepara un nuevo Manifiesto, con grandes protestas religiosas y hasta regionalistas. Es claro que cesarismo y catolicismo, absolutismo y fuerismo, no caben juntos, y que aplaudir en textos incuestionables una cosa y desmentirla en los Manifiestos da la medida del valor que se puede conceder a un nuevo documento opuesto a los anteriores.
Pero si se publica no se conseguirá más que una cosa: poner en evidencia a una autoridad inestable que no necesita negar nadie, porque se niega a sí misma.
Antes de que ese manifiesto salga diciendo: «Donde digo digo, no digo digo, que digo Diego», la lógica, que no guarda consideraciones más que a la verdad, tortura el propósito y el proyecto en esta forma: o será ratificación o rectificación.
Si sucede lo primero, el absolutismo y el atropello quedan en pie y se aumentan al ser confirmados.
Si se rectifica, puede hacerse de dos maneras: primera, con atenuaciones de frases y de conceptos y formulando protestas de principios, que están negados en los asertos de los Manifiestos y en los procedimientos seguidos contra las autoridades del partido y su política y la de toda la prensa carlista, condenándola sin oír; con la rectificación clara y completa, que debía abarcar estos puntos: negación del absolutismo, declarando que no se puede sentenciar sin oír primero la defensa de los acusados: que el Rey no es el único juez de la conducta de un partido formado por ciudadanos libres, y no por seres inconscientes; que no es el único responsable ante Dios, ante quien responden todos de la parte que toman en la obra colectiva; que de la dirección principal, el Rey responde, no legalmente, sino socialmente, del acierto o la torpeza porque para lo personal no hay valido ni ministros responsables y si los hay, no existe la autoridad real o se tiene de ella un concepto que pugna con el tradicionalista; que no se pueden cambiar políticas internacionales, no ya en lo que se refiere a los objetivos permanentes de un pueblo, pero ni aun en las alianzas e inclinaciones circunstanciales para conseguirlo, sin la consulta y el consentimiento de ese pueblo, y en el caso de no ocupar el poder el partido que los representa; que se declara terminantemente la radical oposición a las aspiraciones del partido colonialista francés, atentatorias a nuestra independencia; que es indigno acusar de faltar, a las órdenes recibidas y haberlas falsificado, y de engañar y de mentir, cuando se han dado precisamente conforme a la conducta que se maldice, y, finalmente, que no es lícito vulnerar desde arriba la más elemental disciplina, despreciando y destituyendo autoridades y Juntas que no han faltado a ninguna orden, porque no han recibido durante su breve existencia ninguna, sin esperar los informes que se les pide; ni invertir la escala del mérito, poniendo sobre todas las personalidades, cuyos méritos y servicios reconocen propios y extraños, a otros que de ningún modo pueden compararse con ellas.
Esta declaración podía hacerse de dos modos: espontáneamente, al reflexionar sobre la propia obra, las sugestiones sufridas y la condición de los móviles que se juntaron para realizarla, o bien ante el clamor de la indignación o de protesta producido en el partido, al verse atropellado en su doctrina, en sus autoridades y en su conducta.
Y de cualquier manera, tímida, incompleta y vergonzante, o franca y resuelta, por impulso propio o por miedo a los efectos producidos, la autoridad que obra así pierde el prestigio necesario para gobernar, y lo pierden, ante su dignidad y ante el juicio de sus adversarios, los gobernados que la obedecen. Los representantes de la autoridad tienen, como toda persona, el deber de arrepentirse cuando yerran, el de entonar el «mea culpa», mereciendo por ello el perdón y el olvido después de cumplir la penitencia; pero si las culpas son exclusivamente propias, si no han tomado parte en ellas ni se ha querido que la tomasen, los gobernados, entonces, el derecho que han proclamado a fracasar solos, lleva consigo el deber de retirarse y de abandonar el puesto que se cedió previamente a la injusticia.”
JUAN VAZQUEZ DE MELLA
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