Me pareció interesante pegar este artículo del conocido politólogo y periodista argentino Mariano Grondona aparecido en "La Nación" del pasado domingo 7; son sus reflexiones después de un encuentro en el que participó en Ciudad del Vaticano invitado por la Pontificia Academia de Ciencias:
Ricos no tan ricos y pobres no tan pobres
Vengo de participar en la mínima y bellísima Ciudad del Vaticano de una asamblea de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, que estuvo dedicada a un tema vital de nuestro tiempo: la solidaridad intergeneracional , la solidaridad que los adultos les debemos a los jóvenes y a los niños que ya nacieron y a los que van a nacer.
La nueva Academia Pontificia de Ciencias Sociales fue fundada por el papa Juan Pablo II en 1994, y se sumó a la antigua Academia Pontificia de Ciencias que proviene del siglo XVII y cuya primera figura sobresaliente fue nada menos que Galileo, antes de que la Iglesia lo condenara por apoyar la tesis de que la Tierra gira en torno del Sol y no a la inversa, condena desafortunada por la cual el propio Juan Pablo II pediría perdón casi cinco siglos más tarde.
En tanto la Academia de Ciencias está integrada por unos 80 miembros, uno de ellos el argentino Antonio Battro, la Academia de Ciencias Sociales tiene unos 40 miembros, entre ellos el argentino Juan Llach. Ambas academias funcionan en la Casina de Pío IV, una joya arquitectónica vecina a la basílica de San Pedro, totalmente restaurada. Otro argentino, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, es el director de ambas academias.
El papa Benedicto XVI, cuando todavía era el cardenal Ratzinger, formó parte de la Academia de Ciencias. Ambas academias incluyen a expertos católicos y no católicos, convocados desde todos los rincones de la Tierra para asesorar al Papa en los temas científicos y sociales, en un ambiente caracterizado por el pluralismo y la libertad de expresión.
Esta vez, los académicos de Ciencias Sociales y un grupo de invitados "externos" nos dedicamos a debatir durante cinco días el deber moral que tenemos los adultos de esta generación para con los integrantes de las generaciones venideras.
Sobre las deliberaciones de la Ciudad del Vaticano flotaba entonces la idea que el filósofo político John Rawls lanzó al sostener, en su Teoría de la justicia , "el principio del ahorro justo" en virtud del cual, cuando se hace "la cuenta de la justicia" de lo que le corresponde a cada cual, hay que anotar no sólo los recursos que las naciones van a distribuir en beneficio de los que ya están (la solidaridad intrageneracional ), sino también en beneficio de los que todavía no están bajo la forma de la educación y las inversiones, una obligación "intergeneracional" tantas veces olvidada por la presión de las urgencias cotidianas que han llevado a cargar sobre las espaldas inocentes de los portadores del futuro el peso abrumador de la deuda externa.
La paradoja
A medida que las deliberaciones de la asamblea progresaban, se hizo presente una paradoja. El lugar donde nace la solidaridad intergeneracional es la íntima relación entre los padres y los hijos en el seno de la familia. En ella, los padres dan y los hijos reciben antes de que, cuando éstos sean a su turno padres, repitan la donación.
Pero la paradoja estalló cuando advertimos que, en tanto la solidaridad familiar sigue vigente en los países pobres, tiende a diluirse en los países ricos. Fue ejemplar y conmovedor, en tal sentido, el testimonio de un profesor africano de cómo en su continente, desgarrado por la guerra, la pobreza y el sida, es habitual que los padres sobrevivientes de estas calamidades acojan bajo el mismo techo a sus sobrinos huérfanos. Un padre africano, así, se convierte en el padre sustituto de los miembros de su familia ampliada, esa familia donde no sólo cuentan los hijos sino también los hermanos, primos y sobrinos, a pesar de la miseria que a todos acosa.
La lección que dan esos padres, a veces en medio del analfabetismo, es tanto o más valiosa que lo que podrían enseñar las escuelas aisladas y dispersas que apenas los apoyan : más que la lección de las primeras letras y de los primeros números, la lección del carácter .
Que la solidaridad de la familia ampliada sigue vigente en los países latinoamericanos quedó demostrado cuando la sociedad argentina, después de hundirse en la crisis devastadora de 2001 y 2002, se salvó en gran medida, más aún que por las medidas de gobierno, por el apoyo fraternal que los todavía empleados brindaron a sus parientes desempleados, al rescatarlos de la emergencia.
Pero la solidaridad intergeneracional de la familia ampliada, propia de los países subdesarrollados, tiende a diluirse en los países desarrollados, donde la familia ha dejado de ser amplia para convertirse en "nuclear" (sólo de padres e hijos menores, antes de que vayan a la Universidad), mientras por diversos caminos el matrimonio estable y generoso de los africanos y los latinoamericanos es reemplazado cada vez más por las llamadas "familias unipersonales" de sólo un padre o una madre, por la multiplicación exponencial de los divorcios y por "uniones de hecho" entre personas del mismo sexo.
Así narró un experto español, por ejemplo, que en el registro civil de su país ahora se anotan al lado del nombre del recién nacido, en lugar de su padre y de su madre, los nombres del "progenitor A" y del "progenitor B", sin alusión siquiera al sexo que, distinguiéndolos, los une.
Pero España es, al mismo tiempo, uno de los países que más se ha desarrollado en los últimos años. A este efecto nocivo del "mercado social espontáneo" de los países de punta sobre la integridad familiar se había sumado, en su momento, la pretensión del Estado comunista de sustituir a los padres. Así contó un experto chino que, cuando era joven y reinaba en su país el "libro rojo" de Mao Tsé-Tung, los niños estaban obligados a recitar hasta el cansancio en las escuelas la siguiente consigna: "No necesito padre ni madre; sólo necesito al Estado".
Por diversos caminos, pues, tanto en las sociedades permisivas del capitalismo liberal cuanto en las sociedades totalitarias, la familia tradicional, que es la sede donde brota la solidaridad intergeneracional, es agredida cual si fuera el enemigo principal de la modernización.
¿Peor o mejor?
En más de un rubro, por supuesto, vivir en un país desarrollado es mejor que vivir en un país subdesarrollado. Si se tienen en cuenta las ventajas abismales de los países desarrollados en rubros como el ingreso por habitante, la educación, la salud y la plena vigencia de las instituciones democráticas, ¿quién podría negarlo?
Pero he aquí que hay un rubro donde estar más avanzado no es "mejor", sino peor . ¿Sabremos, empero, los países subdesarrollados preservar el valor de la familia, también en peligro entre nosotros, del supuesto "progreso" de los países avanzados?
Pareciera entonces que los países latinoamericanos no deberíamos fascinarnos con el modelo de los países desarrollados hasta el punto de incluir como deseables las fallas morales que disuelven la familia y detienen la natalidad en Europa, un continente donde los nacimientos ya no alcanzan a cubrir las defunciones.
El estilo de vida que deberíamos buscar, ¿es entonces el american way of life ? ¿O deberíamos apuntar, en cambio, a un modelo latinoamericano mixto de desarrollo, donde al lado de las ventajas incuestionables del desarrollo incluyéramos lo que todavía es valioso entre nosotros, esa amenazada vigencia de la relación familiar contra la cual tanto el totalitarismo como el permisivismo atentan por igual?
Por Mariano Grondona
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