Revista FUERZA NUEVA, nº 532, 19-Mar-1977
Alianza Popular y el mal menor: no accidental, sino sustantivo
Antes de que ningún partido fuera legalizado con el nombre de FE de las JONS -pues estaba aún vigente la prohibición de usar nombres y símbolos del Movimiento Nacional por considerarse “patrimonio de todos los españoles”-, Diego Martínez Horrillo, presidente de los círculos José Antonio, estimaba en unos dos millones de votos las posibilidades electorales de una Falange unida.
Aun admitiendo el clásico error de optimismo en estos casos, la cifra caía por entonces dentro de lo imaginable, e incluso de lo posible. Los nombres de los viejos falangistas de la guerra, encabezados sobre todo por el prestigio de José Antonio Girón y de los falangistas de la Confederación Nacional de Combatientes, suponían una indudable baza política para el pensamiento joseantoniano. Una gran fuerza nacional, heredera a la vez de la primitiva Falange y del Régimen del Generalísimo, hubiera podido sin duda arrastrar a la mayoría de los españoles, que sin grandes precisiones ideológicas deseaban la continuación de un periodo de dilatada paz social y progreso económico.
Hoy esa misma cifra dada hace sólo meses por Márquez Horrillo, dos millones de votos que en sentido amplio podríamos llamar falangistas, parece quedar algo alejada de las posibilidades reales frente a unas próximas elecciones. Y ello por varias razones: primero, porque es obvio que el capitalismo no está apostando por el falangismo, y en la democracia, quiérase o no, gana el que juega con más dinero. Segundo, porque la opción falangista se presenta dividida, y casi diría que gracias a Dios, porque además de dividida está en algunos casos infiltrada de marxismo (auténtico) [ironía]. Por último, y en ello quería centrar mi comentario, porque como consecuencia de un gran error político, al que muchos no dieron importancia en su tiempo, se ha producido un corrimiento hacia el conservadurismo liberaloide de Alianza Popular de esa presunta mayoría de votos que estamos llamando franquistas-falangistas para entendernos; desplazamiento que ha ido unido al descenso evidente de la fuerza política de una potencial opción electoral más expresamente de ese signo (es decir, no liberal) y del consiguiente prestigio de sus más destacados líderes.
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Aquel error al que nos estamos refiriendo consistió en la aceptación, inconsciente pero real, por parte de importantes personalidades del 18 de Julio, de la teoría del mal menor de la que recientemente escribía José María Piñar en FUERZA NUEVA, sentando un peligroso precedente y favoreciendo con ello indirectamente el nacimiento futuro de la Alianza Popular, verdadera cristalización política de dicha teoría.
Estas han sido las últimas consecuencias, desde mi punto de vista, de aquel momento en que la Confederación de Combatientes aceptaba mansamente de un Gobierno sin autoridad moral la prohibición de manifestar en las calles de Madrid su fidelidad al 18 de Julio (mayo, 1976).
O aun antes, cuando en la elaboración del manifiesto final de la última Asamblea Nacional algunas personalidades de la Confederación de Combatientes pretendieron rehuir sibilinamente el tema de la reforma, que constituía entonces la máxima actualidad, por no indisponerse con un Gobierno que incumplía ya descaradamente sus juramentos.
Algunos aún no perciben la diferencia y alegan que el reciente Congreso de Alianza Popular manifestó una actitud marcadamente anticomunista. Fraga habla ahora de continuidad, cuando recientemente escogía la reforma, rechazando por igual la ruptura y esa misma continuidad, y los señores conservadores se oponen en pleno al caos social y económico, a los progresos del separatismo, a la corrupción de las costumbres, a las legalizaciones del comunismo y a los coqueteos de Presidencia con el genocida de Paracuellos. Junto a todo ello reafirman su clara voluntad democrática.
La actual postura de la Alianza Popular en el mejor de los casos puede ser tildada de candidez, atributo que en política y en los actuales momentos queda muy cerca de la irresponsabilidad. La democracia es como es y no como uno quisiera que fuera; tiene su propia coherencia interna que no se puede desviar; es como la bola arrojada por la pendiente, de la que no puede esperarse que se detenga a mitad de camino.
Querer lo que quiere Alianza Popular es querer la democracia sin los efectos que la democracia trae consigo. Es proclamar que la ley es la simple voluntad de la mayoría, soberanía absoluta y pretender al mismo tiempo que ese capricho momentáneo sea respetuoso de todo un orden de cosas que se estima inviolable. Es, en definitiva, ponerse en trance de permanente contradicción e incoherencia. Algo así como ser partidario del asesinato y contrario a que haya muertos. (…)
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Nuestras diferencias con Alianza Popular no son, pues, hoy por hoy, accidentales sino sustantivas. Ellos, fieles al mal menor, han afectado la democracia inorgánica y los falsos mitos roussonianos de la soberanía popular y del sufragio universal sobre los que se asienta, aunque parece claro que les falta el íntimo convencimiento. Nosotros, por el contrario, no queremos parchear los innumerables problemas que va originando el sistema democrático en su funcionamiento práctico, sino acabar con el sistema entero sustituirlo por otro. No es el sistema el que está enfermo, sino que la enfermedad es el propio sistema. Por eso nosotros lo proclamamos abiertamente: es necesario combatir al liberalismo y los falsos mitos y restaurar un orden social conforme a nuestra tradición histórica, a la ley natural y al Derecho Público Cristiano, concretado en España en esa monarquía católica, tradicional y representativa por la que lucharon nuestros padres y por la que, con la ayuda de Dios, lucharemos nosotros también.
Javier U. ALONSO |
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