Revista FUERZA NUEVA, nº 531, 12-Mar-1977
EL CONCEPTO DE MAL MENOR EN ALIANZA POPULAR
José María PIÑAR
La aprobación de la Ley para la Reforma Política, causa inmediata, aunque no única, del difícil momento español, en las Cortes y después, como efecto del comportamiento de aquéllas por el pueblo, se debe al concepto de mal menor que los dirigentes de Alianza Popular han elaborado e impuesto a sus procuradores y partidarios.
Es preciso que examinemos este concepto, a fin de poner de relieve el sofisma en que descansa y comprender la inviabilidad de su política, aunque ganara las elecciones, no sólo por estar sustentada por hombres que ya rindieron su copioso fruto en la vieja situación, sino también, y sobre todo, por la contradicción interna que supone defender los mismos principios que los contrarios al antiguo régimen, en que gobernaron, y querer seguir manteniendo las mismas privilegiadas posiciones. No se puede negar la legalización del Partido Comunista cuando se es responsable de la aprobación de una ley fundamental según la cual el pueblo es absolutamente soberano. Puesto este principio, nadie puede negar la legitimidad del Partido Comunista, ni siquiera con vistas a ganar los votos de quienes temen a los asesinos de Paracuellos.
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El mal menor, según la inteligencia de Alianza Popular, es una táctica política. Es pensar en mañana con la intención de provocar un mal que se considera como menor al que se produciría si no se hiciese aquél. Es una maniobra política, de pura táctica, que pretende ceder un poco al rival, hacia su terreno, con el encubierto ánimo de derribarle entonces. Y aunque esa cesión se considera como no buena; sin embargo, se piensa que sería peor el no hacerla. La consideración moral de hacer ese mal menor no interesa, no se pondera, pues se piensa que hacer un mal pequeño es mejor que dejar que los otros, los rivales, lo hagan mayor. Funciona este concepto como si en la moral familiar se cediese a las relaciones prematrimoniales, ya que sería peor el divorcio vincular. Si van bien las primeras, aunque no sean demasiado laudables moralmente, vale más este mal menor que el que después se produzca la ruptura de los cónyuges que no se habían conocido suficientemente.
Pero este concepto de mal menor de Alianza Popular, fundamento remoto, pero real y básico de su propia existencia y de su peculiar posición política, apoyado además por un sector atemorizado de la clase media, es absolutamente insostenible. Y ello por dos razones.
Una, de puro efecto de su concepto de mal menor, puesto que nadie puede garantizar que, hecho el mal menor, por esto sólo, ya no se produzca el mal peor y mayor. Precisamente ocurre lo contrario. Hecho el mal, sobre todo si se ha calculado previamente, como es el caso, se ha puesto una premisa para que se produzca otro mal, y mayor. El mal se desarrolla progresivamente. A mal, más mal y mayor. Admitidas las relaciones prematrimoniales, por muy bien que vayan, nadie puede garantizar la seguridad del matrimonio. Antes bien, la tentación a la lujuria y a la falta de respeto a la institución matrimonial será mayor.
Aprobada la reforma política, fundamento de la democracia pluripartidista, nadie puede garantizar que ganará quien aprobó la ley.
La segunda razón es de causa y fundamento. El mal menor, rectamente entendido, no es un concepto para provocar mañana un mal. No mira hacia el futuro ni es una táctica o maniobra política. El mal menor, por el contrario, es una consideración moral de los hechos ya existentes. No es provocar uno el mal, pues hacer el mal es siempre malo, por pequeño que sea, sino no reprimir un mal ya existente, hecho por el adversario sin nuestra más mínima colaboración. Es tolerarlo, contemporizar con él, no sea que al querer erradicarlo se haga un mal mayor. El ejemplo clásico es el de la prostitución. Se puede tolerar, pues no sea que al suprimirla se produzca algo peor, como puede ser la violación. Lo que no se puede hacer bajo el pretexto de evitar esto es provocar y fomentar aquélla.
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Aprobado el pluralismo democrático, no se puede negar al Partido Comunista, bajo la máscara del eurocomunismo, participar en las elecciones. Aprobada una ley revolucionaria, como es la última fundamental, no se puede acusar a los que se oponen a la reforma de querer la revolución. Esta no se hace luchando contra ella, sino votando “sí” a los principios que ya inspiraron a los revolucionarios franceses de hace dos siglos. No se puede ser una gran fuerza nacional cuando se quieren unas ideas conocidas por su carácter internacional, cual son las revolucionarias de la soberanía popular.
España tenía un régimen que ha funcionado muchos años. Lentamente se iba deteriorando, hasta que en un momento clave unos servidores suyos pensaron que sería menos malo destruirlo ellos mismos, no fuese que esa destrucción apareciera como más violenta si la hiciesen los enemigos de aquél, al paso que conseguían el visto bueno para jugar a la política en la nueva era. Para ello invocaron al mal menor. Hagamos este mal nosotros, no sea peor defenderlo con ahínco. Y esto hicieron en vez de luchar a su favor como corresponde a los valientes y leales con lo que es bueno.
No dieron muestras de heroísmo y apelaron al mal menor sin reparar en que se va convirtiendo en la causa y origen de todos los males.
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Viriato fue asesinado por algunos de sus leales; tal vez creyeron que era mejor que luchar contra Roma. Pero ésta no pagó a traidores, mientras explotaba la desaparición del primer caudillo de España.
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