El progreso en sí no es malo. Ya desde los tiempos altomedievales, fue avanzando de forma lenta pero segura en los claustros de los monasterios. Y si fuera de estos se producía algún adelanto, la humanidad, aunque pecadora, todavía no había rechazado a Dios y Él estaba integrado en la sociedad y era verdadero Rey. Conforme el hombre se fue alejando del Señor a partir del Renacimiento, las riendas empezaron a escurrírsele de las manos, hasta que al final el progreso se desbocó y más que progreso --es decir, avance-- es un ir a la deriva. E ir a la deriva con el timón roto en un mar desconocido y habiendo perdido las cartas de navegación. Y aun así, todo el mundo está deslumbrado con el progreso, navegando en medio de una peligrosa bruma en un mar lleno de escollos.
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