Me ha conmovido mucho.
Dios los proteja.
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VERDADES INÉDITAS del 23_F
El escritor Abel Hernandez, amigo de Suarez, cuenta en el suplemento "Crónica" de El Mundo que el Borbón autorizó al general Armada a dar el golpe de Estado del 23-F, en connivencia con Felipe González.
Cuánto vale la amistad de un Rey? ¿Acaso un ducado? Ése fue el precio que se cobró Adolfo Suárez en 1981 por la larga relación que trenzó con Juan Carlos I. El político consiguió su título nobiliario, su heraldo de grande de España, pero también la oscura espalda del Soberano.
Quedó una relación sin abrazos ni llamadas sólo recompuesta cuando Suárez había dejado ya de ser él, carcomido por el olvido y la demencia. O acaso poco antes de que ictus sucesivos atraparan al primer presidente constitucional de la democracia española en la red de desmemoria en la que aún sigue enmarañado.
Suárez y el Rey. Así, a secas, se titula el último premio Espasa Ensayo 2009, de inminente publicación por la editorial Espasa. El libro lo firma el escritor y periodista Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937). También fue su amigo, su asesor.
Años de tú a tú con la Corona: compartía con el amigo Borbón sesiones de cine (muchas del oeste y de aventuras, que a los dos le apasionaban) en una pequeña sala acondicionada para proyecciones en palacio.
Tiempo de traiciones y celadas: antes del fallido golpe de Estado de 1981 (23-F, en la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor del dimitido Suárez) el militar Alfonso Armada se atrevía a mandar por escrito al Rey cómo habría de ser el gobierno de salvación nacional que se creara tras la decapitación política de Adolfo: el propio Armada sería el presidente; Felipe González, el entonces joven y prometedor líder socialista, vicepresidente, y entre los ministros se contaría el periodista Luis María Anson...
La legalización del PCE y la sucesión de atentados de ETA en el País Vasco, con funerales que los militares consideraban vergonzosos y casi clandestinos (el sangriento 1980 se cerró con 92 muertos), tiene también enervada a la casta militar, los compañeros de armas del Rey.
El ruido de sables es tan sonoro como la crisis que empieza a desmoronar la UCD.
Tiempo de intrigas. El PSOE movilizó a sus correos para convencer al Monarca de que destituyera a Suárez y se formara un gobierno de «solución nacional» con un independiente al frente.
Sabido es que Enrique Múgica y Joan Raventós mantuvieron en Lérida un encuentro con el general Alfonso Armada, ex secretario de la Casa del Rey y entonces gobernador militar de Lérida. Le habrían propuesto presidir él mismo ese eventual gobierno.
Y a Armada, el conspirador luego condenado por golpista, le faltó tiempo para mandar a su amigo el Rey, y por escrito, la propuesta de «un gobierno de concentración presidido por un neutral» ante el temor de un golpe fuerte de los militares. La carta llegó a Sabino Fernández Campo con el ruego de que hiciera llegar la propuesta a don Juan Carlos. En la nota decía que el plan «había sido redactado por un importante constitucionalista español». (Los dirigentes socialistas habrían incitado al profesor Carlos Ollero a redactar la atrevida propuesta de Armada).
Hay otros actores de reparto, claro. Uno protagoniza, quizás, el detonante final que lleva a Adolfo Suárez a su dimisión como presidente del gobierno. Es la traición de Abril Martorel, su amigo, su vicepresidente.
Así lo cuenta Alberto Recarte, que presidía el gabinete económico de la Presidencia: «Un día me llama Fernando Abril y me ofrece ser su hombre en la Moncloa... Me dice sin tapujos que Adolfo Suárez, un hombre enormemente válido, es un arroyo que se ha quedado seco, ya no trae agua, y que lo que puede traer Adolfo son problemas. Añade que la única persona que puede sustituirle con un mínimo de coherencia y continuidad es él...».
Cuando Suárez se entera, directamente por Recarte, se queda de piedra, casi se derrumba: «Escucha todo mi relato en silencio, me hace un par de preguntas y me despide. Después desaparece dos días, que previsiblemente dedicó a asimilar el golpe».
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Aún le quedaría una última satisfacción. Él, que siempre consideró al general Armada un conspirador, cuando lo vio entrar en el congreso el 23-F para convencer a Tejero pensó que había estado equivocado.
Lo que no vieron los españoles de aquel intento de golpe de Estado lo desvelaría después un ujier del Congreso, Antonio Chaves.
Tejero le había pedido que le buscara un sitio discreto para hablar con Suárez. Allí, le puso la pistola en la sien. Fueron segundos con la convicción de Suárez de que iba a morir, pero fue capaz de gritar «¡Cuádrese!» con voz firme, lo que desconcertó al bigotudo guardia civil.
El ujier narró la escena así: «No pienso contar de lo que hablaron. Yo en esos años era de izquierda, casi revolucionario, pero me impresionó la dignidad con que se mantuvo en su sitio. A partir de ese día me hice incondicional suyo».
Ya sospechabamos, muchos, que el Borbón estaba hasta el cuello en el 23_F y que los instigadores eran los sociatas, como siempre ha sido, y como se demostrará con el tiempo en el caso del 11_M
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