Las Clases Medias: Reportaje del semanario 'Alba' sobre el 23-F.
Reportaje del semanario 'Alba' sobre el 23-F.
Por su interés. lo reproducimos de nuevo
Clases Medias. 4 de diciembre de 2010. Autogolpe Reproducimos el interesante reportaje del semanario 'Alba' sobre el 23-F:
A las 18.23 horas el teniente coronel Tejero entró en el Congreso de los Diputados.A las 1.15 horas Don Juan Carlos fijó su posición ante las cámaras de televisión. Esas siete horas han constituido siempre el gran misterio de aquella noche. Nunca nadie había penetrado en él como Jesús Palacios en el 23-F, el Rey y su secreto.
Carmelo López-Arias
¿Dónde estabas el 23-F?". Todos los que tengan edad para haber estado conscientemente en algún sitio aquella tarde de aquel lunes de febrero recuerdan dónde, y qué hacían, y a todos gusta intercambiar esa respuesta. Por alguna extraña razón psicológica, la mayor banalidad que nos ocupara se convierte en digna de ser comentada. El teniente coronel Antonio Tejero nos convirtió a todos en protagonistas de la Historia. ¿O no fue el teniente coronel Tejero?
Si nos atenemos a los hechos que recoge Jesús Palacios en 23-F, el Rey y su secreto (LibrosLibres-Grupo Intereconomía), en realidad podría decirse que el hombre que mandaba a los guardias civiles que tomaron el Congreso de los Diputados fue el único que aquel día no dio un golpe de Estado. O, para ser más precisos: el golpe que él pretendía no era realmente de Estado, porque lo pretendía él solo, y de haber sabido que estaba solo, no se habría embarcado en la espectacular aventura de la que era coartada su intervención.
Y entonces, es probable que ésta hubiera triunfado.
Para entender la paradoja hay que remontarse a la Francia de 1958, a la deriva bajo una sucesión de débiles Gobiernos radicales y socialistas. La fortaleza del estalinista Partido Comunista Francés de Maurice Thorez, capaz de fomentar revueltas formidables, hacía temer el estallido de un conflicto civil, mientras la guerra de Argelia cobraba cada vez peor cariz.
Operación De Gaulle
En ese contexto, el general Charles de Gaulle se atribuyó, como en 1940, el papel de salvador de la nación. Una ‘improvisada’ sublevación de militares patriotas en Argelia mostró que la IV República necesitaba un "golpe de timón". Una autoridad ("militar, por supuesto": De Gaulle) se hizo imprescindible para "reconducir la situación" por vías constitucionales mediante una reforma del sistema (la V República) que devolviese la estabilidad y la paz al país, con el "consenso" de todas las demás fuerzas políticas.
Y la operación De Gaulle francesa salió bien. ¿Podía funcionar en España? Hubo un momento en que alguien, en los despachos de los servicios de inteligencia, pensó que sí, y se aplicó a la tarea.
El bienio anterior había puesto nervioso a todo el mundo. El proceso autonómico se desbocaba en una carrera sin destino conocido. ETA había asesinado a 162 personas en 1979 (86, más las 76 del Hotel Corona de Aragón) y a 93 en 1980, en su mayor parte militares, policías y guardias civiles. El PSOE, ávido de poder, había roto el espíritu de consenso y no daba tregua a la UCD, que comenzaba a deshacerse víctima de los personalismos y de desvergonzadas puñaladas internas. Adolfo Suárez pasaba de las Cortes, estaba políticamente aislado y con la popularidad bajo mínimos, y había perdido el favor del Rey.
¿Por qué no escenificar entonces una sublevación de Argel a modo de Supuesto Anticonstitucional Máximo (SAM, en la terminología de los servicios secretos) que justificase la formación de un Gobierno de concentración, presidido por un militar, que pusiese freno al nacionalismo y al terrorismo y reencauzase el proceso político antes de que se fuese completamente de las manos, arrastrando consigo a la Corona?
"¡A mí dádmelo hecho!", replicaba el Rey a cuantos le sugerían este golpe de timón. Y no eran pocos ni todos militares, y desde luego ningún involucionista: desde Josep Tarradellas al comandante José Luis Cortina, jefe de los grupos operativos del Cesid -que seguían a Tejero y conocían sus planes de toma del Congreso-, pasando por políticos de AP preocupados por el cariz de los acontecimientos, o del PSOE, impacientes ante un triunfo electoral que empezaba a verse posible, pero aún muy lejano.
Y eso fue lo que pasó el 23-F, cuenta Jesús Palacios a ALBA: "Fue una única operación perfectamente definida. Posteriormente los servicios secretos intoxicaron hablando de un golpe involucionista improvisado y chapucero en el que unos se van pisando a otros, o incluso de varios golpes superpuestos. Pero todo formaba parte de lo mismo: primero Tejero entra en el Congreso y crea un vacío de poder; después, el estado de excepción del general Jaime Milans del Bosch en Valencia deja todo a la espera de acontecimientos; por último, entra en liza Armada a transformar el golpe anticonstitucional es una salvación de la democracia".
Pero los organizadores de la operación De Gaulle, tan cuidadosos al preparar esa doble visualización del golpe, no tuvieron en cuenta el "factor humano" que Graham Greene introdujo como elemento definitorio en las novelas de espías. Para el Cesid, la principal ventaja del plan de Tejero era que estaba en marcha. Y bajo control, al menos hasta que cruzó el portón de la Carrera de San Jerónimo. Su principal inconveniente: que el teniente coronel de la Benemérita iba por libre.
Y fue él quien hizo fracasar el autogolpe. Él, y la incomprensible equivocación de Armada. Todo transcurría según el plan previsto, hasta que llegó al Congreso para rematar la jugada. "Cometió el error de darle explicaciones a Tejero sobre cuál era la salida de la operación: un general no puede negociar o tratar con un teniente coronel a quien ha dado una orden", alega Palacios. Tejero, que dominaba la situación, le impidió entrar en el hemiciclo nada más conocer la lista de Gobierno que iba a proponerse ante los diputados con el único respaldo que lo hacía viable. Posteriormente se rebeló también contra Milans cuando éste intentó convencerle por teléfono. Así murió la operación De Gaulle, y Armada tuvo que salir de allí para enfrentarse a la cólera de Don Juan Carlos.
A las órdenes de Su Majestad
Porque entonces comenzó la frenética labor del Rey para desmontarlo todo, asegurándose la lealtad de las Fuerzas Armadas antes de comparecer en el extrañamente tardío mensaje televisivo. Las cintas que recogían las conversaciones de esa noche las hizo desaparecer el ministro del Interior, Juan José Rosón, porque "su contenido era dinamita" para la estabilidad del sistema. Nadie preguntó por ellas durante el macrojuicio de Campamento.
Tanto el embajador de Estados Unidos en España, Terence Todman, como el nuncio de Su Santidad, Antonio Innocenti, fueron informados por el Cesid de que cuanto iba a suceder el 23-F buscaba un reajuste constitucional, un nuevo consenso para garantizar la Transición. "Se trataba de que lo apoyasen inmediatamente para no crear una crisis internacional", afirma Palacios. El secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, cumplió su parte y sus primeras declaraciones consideraban lo sucedido como un asunto interno de España.
En cuanto a la actitud de los medios de comunicación, Palacios no tiene dudas: "Ya estaban, y sobre todo algunos periodistas, en el espíritu de la operación, para la que habían ido creando un apoyo en la opinión pública. De haber salido bien, no habrían cuestionado algo que los políticos darían por bueno y constitucional, una respuesta ante la actuación temeraria de un visionario. Porque, aunque formaban parte de lo mismo, Armada nunca se había identificado con Tejero, sino contra Tejero".
A lo largo de las abundantes conversaciones que ha mantenido con todos los participantes en la operación De Gaulle, tanto los militares que fueron procesados como miembros de los servicios de información (tres han autorizado que refleje sus nombres) y con el mismo general Sabino Fernández Campo, Palacios no ha detectado en ninguno de los participantes sombra de arrepentimiento. Y Armada siempre ha reiterado que actuó a las órdenes del Rey antes, durante y después del 23-F. En lo que respecta a Tejero, entiende que "tal vez leyendo este ensayo se dé cuenta del grave error que cometió al no permitir el acceso de Armada al hemiciclo".
No sabemos qué habría pasado si el general hubiese hecho valer su rango y su mando. Tal vez el 23-F figuraría hoy en las crónicas de la Historia de España como algo muy distinto. Y dado que, según Palacios, no es que el Rey tuviese conocimiento del golpe, "sino que estuvo absolutamente involucrado en la operación", lo único seguro es que el incienso por su triunfo lo agitarían los mismos que le inciensan por haberla desbaratado.
El Gobierno que rechazó Tejero
Presidente: general Alfonso Armada.
Vicepresidente político:
Felipe González.
Vicepresidente económico:
José María López de Letona.
Ministro de Asuntos Exteriores:
José María de Areilza.
Ministro de Defensa: Manuel Fraga.
Ministro de Justicia:
Gregorio Peces-Barba.
Ministro de Hacienda: Pío Cabanillas.
Ministro de Interior: general Manuel Saavedra Palmeiro.
Ministro de Obras Públicas:
José Luis Álvarez.
Ministro de Educación y Ciencia:
Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.
Ministro de Trabajo: Jordi Solé Tura.
Ministro de Industria:
Agustín Rodríguez Sahagún.
Ministro de Comercio:
Carlos Ferrer Salat.
Ministro de Cultura:
Antonio Garrigues Walker.
Ministro de Economía:
Ramón Tamames.
Ministro de Transportes
y Comunicaciones: Javier Solana.
Ministro de Autonomías y Regiones: general José Antonio
Sáenz de Santamaría.
Ministro de Sanidad: Enrique Múgica.
Ministro de Información:
Luis María Anson.
"Ni está ni se le espera"
Es la frase favorita de los turiferarios de la versión oficial: "Ni está ni se le espera", le dijo Sabino Fernández Campo al general José Juste, jefe de la División Acorazada Brunete. Con esa afirmación tajante, el secretario de la Casa del Rey habría desvinculado al monarca del general Armada, a quien Juste esperaba encontrar en su llamada a La Zarzuela. Ese pronunciamiento histórico paró el golpe, dicen. Nada más falso, según Jesús Palacios: no estaba ni se le esperaba porque el general Fernández Campo no había querido, pero no por desconfiar de Armada. De hecho, "la primera llamada del Rey, nada más asaltar Tejero el Congreso, fue a él para pedirle que se desplazara a palacio, porque así ambos lo habían convenido previamente". Sabino, sin embargo, al saber por Juste que el nombre del general circulaba ya unido al del Rey, convenció a Don Juan Carlos de que era mejor mantener las distancias. No porque estuviese parando un golpe de Estado, pues Fernández Campo "ya sabía con antelación que ese día [Armada] sería investido presidente del Gobierno", sino por una prudencia política que se reveló, sí, providencial... pero a posteriori.
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