2. Años de persecución y tolerancia
En el terreno religioso merecen destacarse algunos acontecimientos de este periodo. Bajo el gobierno de D. Miguel I la Iglesia comenzó a reorganizarse. A fin de restaurar la enseñanza tradicional, fueron llamados los jesuitas, siendo la nieta de Pombal, marquesa de Oliveira, la que más finas atenciones tuvo para con ellos, viniendo a pedirles perdón de las injusticias cometidas por su abuelo.
Con D. Miguel también los jesuitas tuvieron que salir al destierro, porque el regente D. Pedro que alardeaba de progresista, dictó una serie de graves medidas persecutorias. Rompiéronse las relaciones diplomáticas con la Santa sede; declaráronse vacantes todos los beneficios eclesiásticos provistos por D. Miguel, y no faltaron clérigos que aceptaron cargos del gobierno a despecho de las leyes canónicas; quedaron suprimidos los conventos, colegios religiosos y aun las órdenes militares; se confiscaron todos los bienes de los institutos monásticos; varios obispos y sacerdotes fueron apresados, y se formó una comisión especial de asuntos eclesiásticos para reformar la Iglesia.
Se dio el triste caso de que el patriarca de Lisboa, Patricio da Silva, consagrase sin escrúpulo a los obispos que le presentaba el gobierno, sin aguardar la confirmación pontificia.
Gregorio XVI no podía dejar pasar en silencio tales desmanes: el 30 de septiembre de 1833 y el 1 de agosto de 1834 protestó enérgicamente, amenazando proceder con las más graves penas eclesiásticas.
Muerto en 1834 D. Pedro y declarada mayor de edad su hija, amainó la persecución. Sin embargo, Portugal, política y económicamente feudo de Inglaterra, continuó siendo víctima de la masonería, que dominaba en los ministerios y en la vida pública. Varias veces los obispos portugueses que vivían en el extranjero tuvieron que protestar contra las inicuas leyes.
En vano María de la Gloria trató de reaccionar contra la amenaza creciente de la demagogia, unas veces con golpes como la “Belemzada”, otras poniendo las riendas del poder en las expertas y firmes manos de Costa Cabral. Los motines se sucedían casi sin interrupción y cada día se propagaban con más descaro las sociedades secretas.
Deseando la reina María iniciar negociaciones con la Santa Sede, hizo que el nuncio de Su Santidad volviese a Lisboa, y Mons. Capaccini desde 1841 empezó a tratar de un concordato, que no se llegó a firmar por los infinitos recelos y sañuda hostilidad que encontró entre los que manejaban la cosa pública. Con todo, en 1843 Gregorio XVI confirmó el nombramiento de los obispos presentados por la reina.
A la muerte de María de la Gloria en 1853, su viudo el príncipe alemán D. Fernando de Coburgo ejerce la regencia durante la menor edad de su hijo D. Pedro V (1853-1861), y cuando este joven soberano, de aire romántico, empuña el cetro, el pueblo pone en él sus esperanzas y el “Muito Amado” se empeña en gobernar bien y provechosamente para el país, hasta que muere temprana y melancólicamente a los veinticuatro años de edad.
En esos años, con la vida económica y cultural, también la vida religiosa empieza a florecer. Se funda el Apostolado de la Oración, con evidente fruto en las almas; se da impulso a la buena prensa y surgen colegios católicos, en los que recibe excelente formación la juventud. El colegio que los jesuitas tenían en Lisboa, traladado a Campolide, se convierte en una magnífica institución escolar, que puede competir, lo mismo que el de san Fidel,con los más acreditados centros oficiales. Desde 1851 trabajaba en Lisboa el benemérito y piadoso P. Carlos Rademaker al frente del llamado Collegio dos Inglezinhos. Por entonces murió con fama de santo el carmelita descalzo Fr. Juan de Neiva o de la Ascensión (1777-1861), distinguido también como teólogo.
En 1857, la Santa Sede firmó con Portugal un acuerdo acerca del Padroado de las Indias y China.
A Pedro V sucede su hermano Luis I (1861-1889), en cuyo reinado van alternando los ministerios “progresistas” con los llamados “regeneradores”, y continúan del mismo modo en tiempo de Carlos I (1889-1908), siempre bajo el acoso de la revolución y frecuentemente persiguiendo a los católicos por cualquier motivo, adulando, por una parte, al clero parroquial, con el fin de ganarse sus votos, y por otra, obstaculizando todo lo posible el influjo de Roma, de los obispos y de las órdenes religiosas.
El papa León XIII, por la constitución Gravissimum (30 de septiembre de 1881), señaló una nueva circunscripción eclesiástica con tres arzobispados (sin contar el de Goa, en la India), a saber: el de Lisboa, el de Braga y el de Évora. El metropolitano de Lisboa lleva el título de patriarca, y de él dependen las diócesis sufragáneas del África portuguesa.
El peligro de las posesiones africanas ante el avance inglés fue causa a fines del siglo XIX de que se reavivara una activa y entusiasta política colonial y de que al mismo tiempo se produjera un reflorecimiento de las misiones...
(continúa)
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