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Tema: Un vistazo al Portugal de Salazar, desde España, en los años 30

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    Un vistazo al Portugal de Salazar, desde España, en los años 30

    UNA REVOLUCIÓN EN LA PAZ

    ¿Hacia el ocaso de la dictadura portuguesa?

    4-IV-1937

    Al mismo tiempo que, con el primero de estos títulos, ha publicado en Francia el ilustre presidente del Consejo de ministros portugués, sr. Oliveira Salazar, algunos de sus discursos de estos últimos tiempos, aparecen en el Journal sus declaraciones a Max Fischer, y en el curso de ellas tratada la importantísima cuestión del fin de su dictadura.

    Todavía no hace un par de años que, hablando yo con el sr. Salazar, en Lisboa, del general Primo de Rivera y de su dilatada etapa de gobierno, me manifestó su opinión de que un dictador no puede aludir jamás al término de sus actividades como tal, así como tampoco puede detenerlas, pues las pausas como la falta de fe en su continuada prolongación son la muerte de las dictaduras. En otras palabras: que un dictador tiene que dar todos los días su correspondiente do de pecho...

    ¿Por qué, pues, el sr. Salazar no rehúye el tema, si bien lo coloca en las posibilidades del porvenir? ¿Es que siente la fatiga física de su ya ímproba labor? ¿O es que la situación espiritual de Europa ha infundido en su propio espíritu el temor de no acertar ante la Historia? Conjugar, en efecto, Nación y Dictadura, eternidad histórica y una cosa que, adscrita a la vitalidad de un hombre, es efímera y está llena de fragilidades, es un buen tema de meditación para quien, como el salvador de Portugal, aspira a influir desde la tumba sobre la suerte de su Patria. El sr. Salazar parece, por primera vez en el curso de su ya larga y fecunda obra de gobierno, apuntar un deseo de sobrevivir a la misma, la posibilidad de llegar a ser espectador—un espectador, excepcional, naturalmente—del propio drama por él escrito y representado, en colaboración con el Ejercito portugués que, como el español en 1923, en 1934 y en 1937, salvó a su país en 1926.

    Pero el Sr. Salazar pone condiciones para el caso. La "supresión" de su dictadura sólo había de ser posible de seguir en vigor los tres principios fundamentales de la misma: respeto de la autoridad, subordinación de todos al bien común y necesidad de servir a Portugal ante todo. ¿Podemos imaginar en el Presidente portugués la capacidad de inocencia suficiente para creer que esto sería posible en un régimen electivo?

    Portugal, como todas las naciones europeas, vive hace años en la orfandad. Porque vivir en la orfandad es vivir amputada de su dinastía, separada de aquella sangre que construyera pacientemente, siglo a siglo, su nacionalidad, ensanchando su solar, empujando al moro hacia las playas del Sur, lanzando sus carabelas al soplo del pulmón de Sagres a la conquista de ignoradas tierras que la Bula de un Pontífice repartía equitativamente entre los dos pueblos peninsulares. Y después de alcanzar el esplendor de la Casa de Avis, tras la para el patriotismo lusitano, noche oscura de la época filipina, todavía lo bastante vigorosa para reanudar en los Braganza su empresa de amor, ese eterno diálogo inspirado que los Reyes saben—¡y ellos solos!— sostener con sus pueblos.

    Pero llegaron malas épocas para Europa; la revolución envenenó todos los hogares nacionales y los esfuerzos de aquel buen Monarca que se llamó don Juan VI no pudieron impedir que, como corolario de las invasiones francesas y de la mano que Inglaterra puso en los negocios portugueses con Beresford, se instaurase en el Reino el régimen parlamentario. Es lo que el Dr. Alfredo Pimenta subraya con estas irónicas palabras: "Perfecto; el régimen de la guerra civil con la única entidad verdaderamente nacional: el Rey. "

    Y el Rey murió. Murió después de haber dado al Brasil alientos imperiales y de haber nombrado en su lecho de muerte Regente a la infanta Isabel María, aludiendo en la disposición, y sin nombrarle, a su "legítimo heredero". "Pero, ¿quién era ese legítimo heredero?—exclama Oliveira Martins—: Don Pedro, el brasileño? ¿Don Miguel, en su destierro de Viena?". La guerra civil, y esta vez entre dos príncipes, o mejor, entre dos principios estaba latente en esta interrogación. Y como era el siglo XIX, triunfó la rama liberal, ayudada por el extranjero, favorecida, porque tanto don Miguel I como su madre, la Reina viuda doña Carlota Joaquina, deseaban sacudir el yugo inglés, liberar a Portugal de una dependencia financiera y política que aún había de hacerse sentir muchos años.

    Agotada aquella rama liberal de los Braganza, por la muerte sin sucesor de don ManueI II, los derechos de la Corona portuguesa vinieron a recaer en el nieto del Rey legítimo, que liquidó sus destinos en la Convención de Evora-Monte. Príncipe de los "integralistas" desde los trece años, por fueros de una doctrina a la que negara don Manuel su sentimiento, vino a ser a los veinticinco años de edad, y por ley inexorable de herencia, el príncipe de todos los monárquicos portugueses.

    Rectifiquemos: de todos, no. En su magnífica historia Don Pedro IV y Don Miguel I, que recientemente ha publicado en Oporto el distinguido escritor Carlos de Passos, le niega esta cualidad. Y se la niega, lo que resulta inexplicable, después de reconocer la usurpación de don Pedro y la total legitimidad de don Miguel. Sus derechos, los de don Duarte, han prescrito para el culto historiador por todo un siglo de alejamiento de la descendencia de don Miguel, porque sus hijos y nietos" son extranjeros y porque el padre de don Duarte Nuno luchó contra Portugal en la gran guerra. "Tiene que cumplirse—escribe—inexorablemente el voto de las Cortes de Lamego". ¿Pero, tiene la seguridad Carlos de Passos de que Portugal no luchó también en la gran guerra consigo mismo?

    Nuestro Vázquez de Mella no pensaba así, al escribir que don Miguel "se alzó contra su propio padre y contra su hermano don Pedro, para defender el principio católico y tradicional, poniendo en su Gobierno gallardamente la soberanía de los principios sobre la meramente legislativa de las personas". Y añade: "Las Cortes, a la antigua usanza, por clases y a propuesta del obispo de Vizeu, le dieron la Corona... ". Yo, que sé lo que piensa también sobre don Duarte Nuno el más ilustre de los escritores monárquicos portugueses, Hipólito Raposo; yo, que sé la veneración que le inspira "el nieto del último Rey que supo mandar", del último que supo levantarse "contra los Poderes extranjeros del liberalismo y de la democracia", tengo que lamentar, como amante de Portugal que soy, el que desde el campo de la contrarrevolución portuguesa se levanten voces desconcertadas, como lo es en esta ocasión, la voz autorizada de Carlos de Passos. Y más en este momento en que otra voz, la de ordinario tan recatada y misteriosa del doctor Oliveira Salazar, ha asombrado a Europa contándole al Journal que es imposible la "supresión” de su Dictadura...

    —EL MARQUES DE QUINTANAR

    ABC, abril de 1937
    Última edición por ALACRAN; 09/09/2021 a las 15:01
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Un vistazo al Portugal de Salazar, desde España, en los años 30

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Elogio a la prohibición portuguesa de traficar con bienes artísticos procedentes de España durante la Guerra Civil


    EL PATRIMONIO ARTÍSTICO NACIONAL

    (1937)

    En realidad, el título que encabeza las presentes líneas, lejos de ser el seco y escueto que las precede, debiera ser muy otro.

    Algo parecido al que, siguiendo la usanza seiscentista, podría hallarse concebido en los siguientes términos: De cómo una nación hermana señala un camino para salvar los tesoros artísticos españoles. Razones de índole tipográfica lo impiden, pero ya sabe a qué atenerse el que leyere.

    Efectivamente, con una delicadeza que nunca podremos agradecer bastante, guiándose por una previsión muy en su punto en los momentos actuales y con un amor de espiritualidad que dice muy bien de los vínculos raciales, geográficos e históricos que nos unen, Portugal—país de sentimiento y de saudades—, acaba de dictar una disposición que, si todavía no ha visto la luz en el Diario do Governo, acaso la vea cuando estas líneas se publiquen, y en la cual, de una manera digna, con toda la arrogancia que presta la honradez de intención, se repudia, se persigue y se castiga a los chamarileros codiciosos, a los ladrones descarados y a cuantos por medios tortuosos e ilegítimos traten de enriquecer el patrimonio artístico lusitano con objetos de procedencia dudosa.

    No lo dice el decreto en cuestión, pero claramente se puede leer entre líneas que de lo que se trata es de establecer una rigurosa aduana para los tesoros de que están siendo despojados por el Canalla Desconocido en nuestros Museos, nuestras catedrales, nuestras bibliotecas y las pinacotecas y las colecciones particulares de las casas ilustres españolas.

    Un largo y minucioso preámbulo precede a la parte dispositiva, y en él se examinan todas las disposiciones de análoga naturaleza existentes en los diversos Estados, así como su alcance, que, solamente hasta el momento presente, tenían como finalidad la orientación lógicamente egoísta de evitar el que tales tesoros saliesen de los países respectivos.

    Tal espíritu de conservación de los patrimonios artísticos nacionales alienta ya en la administración romana, allá en los albores de la era cristiana y más tarde en los Edictos y en las Ordenanzas de los Estados italianos, en la Edad Media y en la Edad Moderna, tanto en Roma como en Florencia y lo mismo en las Ordenanzas pontificias de Martín V y de Paulo III, en 1425 y en 1534, confirmadas por Inocencio X, en 1646, y reflejadas de una manera más precisa en la Ordenanza toscana de 1571, después ratificada por el gran duque Leopoldo. Es claro que se trataba de Italia, depósito en aquellas edades de todas las riquezas del orden espiritual, acumuladas por sus artífices, por sus pintores, por sus cinceladores, por sus editores, por sus miniaturistas y por sus orfebres.

    Avanzaron los siglos, difundiéronse los referidos tesoros a otras naciones, algunas — y entre ellas España—los crearon a su vez con lozanía pujante y la legislación en tal sentido encaminada creció con frondosidades de floresta, para salvaguardar el codiciado peculio.

    Así, Italia en 1912, en 1913, en 1922 y en 1927; Bélgica, en 1835 y en 1930; Inglaterra, en 1882, en 1900, en 1913 y en 1931; Francia, en 1913; los Estados Unidos, en 1906 y en 1935; Polonia, en 1918 y en 1928; Austria, en 1918 y en 1923; Méjico, en 1934; Portugal, en 1686, en 1731, en 1755, en 1911; en 1924, en 1926, en 1931, en 1934 y en 1935, y España, en 1908, aparte de otras disposiciones en los citados y en otros países dictaron normas, regulando la venta y la adquisición de los objetos de arte, restringiendo con tales medidas todo lo que pudiera significar su enajenación definitiva y su salida del territorio nacional, estableciendo al propio tiempo graves sanciones para los contraventores.

    A Portugal le ha cabido la gloria, dentro de su altruismo y de su generosidad, de iniciar una senda distinta, en vista de las depredaciones y de saqueos realizados en España por los marxistas indígenas y por las hordas extranjeras que actúan bajo el látigo moscovita.

    Son nulas y sin ningún efecto—reza el decreto, ya publicado o próximo a publicarse—las transacciones realizadas en territorio portugués de objetos de valor artístico, arqueológico, histórico y bibliográfico procedentes de país extranjero, cuando se realicen con infracción de la respectiva legislación interna, reguladora de su enajenación o exportación.

    Establécense en otros artículos los castigos que han de aplicarse a los infractores y las salvedades consiguientes en los contadísimos casos en que haya existido buena fe.

    Se estatuye igualmente que los objetos de referencia queden confiscados provisionalmente hasta que sea llegado el momento de poder realizar la debida restitución al país al que se demuestre que en realidad pertenecen.

    Por el último artículo se expresa que el decreto-ley del Ministerio de Educación Nacional (que tal es el órgano ministerial que lo refrenda) entrará inmediatamente en vigor y que será aplicable en relación con aquellos países cuya legislación adopte un régimen de reciprocidad con la portuguesa.
    No cabe mayor alteza de miras y la labor callada, pero perseverante y metódica de Oliveira Salazar, el gran estadista lusitano, el forjador del Estado Nuevo de la nación vecina y cuyas iniciativas dicen tanto en el aliento y en el afecto a la España sana, que lucha con denuedo contra las hordas que quieren abatir nuestra idealidad secular, ha tenido su coronación en esa medida que seguramente será acogida como corresponde por nuestros gobernantes.

    Es indudable que el ilustre político ha tenido presente al dictarla la visión de lo sucedido en Toledo, en el Museo del Prado, en los templos españoles y en nuestros Museos de arte.

    Muy recientemente publicábamos en estas páginas la fotografía del paso de unos camiones por Perpignan, transportando los cuadros robados en el Museo del Prado... ¡No cabe mayor vergüenza !

    ¿Imitarán la noble conducta de Portugal el Gobierno francés y otros Gobiernos europeos?

    Entiéndase bien, que los tesoros crematísticos se pueden reponer; pero, en cambio, los de índole artística, una vez destruidos no pueden rehacerse. Por ello es más de alabar la determinación de Portugal, no igualada hasta ahora y ante la cual deben rendir su más emocionada y reverente pleitesía los buenos españoles.

    La grandeza de los hombres no se mide por su estatura, decía Napoleón—el petit caporal—, y del mismo modo Portugal —pueblo pequeño—acaba de dar una lección de grandeza y de hidalguía a las naciones civilizadas, a las que calificamos de grandes potencias

    — JUAN DE CASTILLA .

    "ABC", 7-IV-1937



    Última edición por ALACRAN; 30/09/2021 a las 14:46
    ReynoDeGranada dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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