Diario de Edward Harvey
Capítulo IV. La salida de Tenerife y llegada a La Palma.
7 de enero de 1865. Costas de Tenerife.
Esta mañana, a primera hora, partimos rumbo a La Palma. El Cruz del Sur ha emprendido su gran viaje, el viaje que ponga su nombre junto al mío en lo más alto. En el libro de los descubridores.
Nos despidieron en el puerto el Señor Hamilton junto al gigante Palazón, Don Antonio Díaz, armador de nuestro barco, el teniente Ruipérez y algunos familiares de los marineros junto a la mujer y dos hijos de Rafael Méndez. Bordearemos Tenerife por la costa suroeste hasta La Punta de Teno desde donde trazaremos rumbo a La Palma. El litoral de la isla por esta zona, que conozco bien poco, es extremadamente seco. No se ven bosques hasta varios kilómetros al interior, seguramente debido a la tala abusiva que ha sufrido esta costa en el último siglo. Me retiraré un rato a descansar. Estoy agotado.
Todo va muy bien. El mar, que es lo que más me preocupa, está muy tranquilo. El Cruz del Sur se desliza sobre las olas con suavidad. De la costa casi no distinguimos luces. Sólo de vez en cuando se ven pequeños grupos de casas que deben ser pueblitos pesqueros. Hemos divisado cuatro barcos de pesca con sus hogueras en la cubierta para atraer a los peces. Rafael ha preparado algo de cenar, con no muy buena gana. Por lo que he entendido ninguno de los marineros se quiere responsabilizar de la comida. Cada uno de ellos tiene unos pequeños sacos o pellejos de cabras en el que guardan una pastosa mezcla de leche de cabra con gofio , una harina tostada a base de maíz y trigo que se utiliza como alimento desde la época de los guanches .
Navegaremos toda la noche y mañana a mediodía esperamos estar en La Palma. Han acondicionado una mesa en el centro de mi reducido camarote en la que hemos puesto las cartas de navegación que han de guiarnos hacia nuestro destino. He traído el sextante que me regaló el capitán Murray a mi llegada a Tenerife, pero Rafael dice no necesitarlo. Se guía con una vieja brújula por el día, y con las estrellas por la noche. También he puesto a su disposición mi brújula. Me retiro a dormir.
8 de enero de 1865. Alta mar.
Anoche pasamos entre las islas de Tenerife y La Gomera. No he podido observar La Gomera. Es una isla muy interesante para un naturalista, ya que he leído que posee unos bosques de laurisilva muy superiores en edad y tamaño a los de Teno y Naga. Quizás en otro viaje vuelva. Aún me quedan cosas por estudiar en este archipiélago-continente.
Estamos ya en alta mar y las calmas han cesado. El barco ya se mueve de otra manera, el balanceo es ligero pero constante. Nos tendremos que ir acostumbrando. Hoy uno de los marineros se ha ofrecido a realizar el almuerzo. Anoche pescaron unos hermosos ejemplares de doradas que degustaremos con placer.Noto a Simon algo intranquilo. He estado hablando con él y me ha dicho que este “cascarón” en el que nos movemos no le inspira ninguna confianza.
Avistamos claramente la isla de La Palma a las ocho de la mañana y ya nos encontramos a muy pocas millas de su puerto. Estamos bordeando la costa en dirección norte. Esta isla está formada por una gran hilera de volcanes en su parte sur. Los picos más altos de la isla están cubiertos por nubes que llegan desde el noroeste y se quedan “clavadas” en sus cumbres. Deben tener una altitud considerable.
Esta mañana cuando el sol ya había salido pudimos disfrutar de una espléndida vista del pico del Teide totalmente nevado.
Puerto de Santa Cruz de La Palma.
A mediodía llegamos al pequeño puerto de La Palma. La rada es bastante estrecha y sólo se ven barcos de pesca y alguno de mercancías. Tuvimos que tocar hasta diez veces la sirena del barco, para que viniesen los sanitarios que nos dejaron descender sin problemas. Bajamos a tierra Rafael, Simon y yo. Fui con Simon directamente a la Iglesia de San Salvador. El padre Moore me había facilitado una carta para entregársela al párroco de dicha capilla, con tal mala fortuna que no se encontraba en la ciudad y no volvería hasta la tarde,por lo que no pude acceder a los libros del archivo. Decidí dar una vuelta por la ciudad que en su calle principal posee unas viviendas de muy buena planta, señal de la prosperidad y beneficios que dan estas tierras. Me he entretenido junto con Simon en hacer varias tomas con la cámara fotográfica del puerto, de la iglesia de San Salvador y de una plazoleta. Los niños no paraban de correr a nuestro alrededor.
Sobre las cinco de la tarde he pasado de nuevo por la capilla y esta vez tuve la fortuna de localizar al padre Guzmán, que sin demora me llevó a la espléndida biblioteca que poseen. Se ve que conocía todos los libros a la perfección, ya que me trajo un manuscrito posterior a la conquista, escrito por un italiano llamado Renzo Balliadi, que hablaba de las leyendas y costumbres del pueblo aborigen. Estuve revisando varios libros junto a Simon y el padre Guzmán. Encontramos un párrafo bastante curioso que hablada sobre la isla “no hallada”, en el que se decía: “más allá de Las Afortunadas y con rumbo a las nuevas tierras, se encuentran unas islas, que pocos marineros han podido hallar”. Claramente este historiador o escribano se refería a San Borondón y alguna otra isla que puede estar a su lado, los nuevos territorios no encontrados. No daba ningún dato claro sobre la ruta a seguir, pero siempre la nombran más allá de Canarias y con dirección a las Antillas o América.
El padre Guzmán se ha portado extraordinariamente con nosotros. Hemos estado hasta altas horas de la noche bajo la luz de unos cirios leyendo y buscando datos que nos fuesen útiles o reveladores. Mañana a primera hora volveremos a revisar dos atlas impresos en 1737, en Francia, por los famosos geógrafos Jean Lapierre y Gustav Bitrosen.
9 de enero de 1865. Santa Cruz de La Palma.
Partiremos en media hora de esta maravillosa y acogedora ciudad. Llegamos seis y partimos siete. Hay un nuevo marinero más en la tripulación, el cocinero. La historia no deja ser un tanto extraña: me encontraba esta mañana en la biblioteca junto a Guzmán y Simon, cuando un ayudante de Guzmán entró apresuradamente en la sala diciendo que había un hombre muy nervioso preguntando por los ingleses. Fuimos a recibirlo, y era un campesino, bastante alterado, diciéndonos que quería navegar con nosotros, que quería ir en nuestro barco. Simon le preguntó qué le ocurría y a qué se debía tanto alboroto. A lo que respondió que había oído que partían hacia América y que quería ir, que haría cualquier cosa. Al rato se calmó y pudimos hablar con él. Le dijimos que no nos íbamos a América y que lo nuestro era una expedición científica en busca de unos nuevos territorios desconocidos. Le hablamos de San Borondón y nos contó que su abuelo, agricultor en un pueblo del norte de la isla llamado Santo Domingo, le había contado que había visto en varias ocasiones, hacia el noroeste, una isla que se veía en los días muy claros y que estaba bastante lejos (al menos a dos días de navegación). Me intrigó bastante la historia que contaba aquel muchacho y le ofrecimos el puesto de cocinero que quedaba vacante en nuestra tripulación. Finalmente abandonamos La Palma, y con ella todo territorio conocido hasta ahora. No sé dónde será la próxima vez que ponga el pie en tierra firme. Deseo que sea en mi isla, pero el rumbo que llevamos es incierto. Nuestro único compañero ahora será el mar. Me he reunido en el camarote con Simon y Rafael. Hemos de trazar el rumbo preciso que nos guíe hacia nuestro objetivo. He notado hoy a Rafael un tanto nervioso. Me ha recordado que el barco que tenemos no está preparado para grandes viajes, que no se alejará más de 500 millas de las islas. A partir de ahí no garantiza que el barco aguante, y le gustaría regresar con vida. Ha decidido bordear la isla por el sur. Tenemos ya claro cual es el rumbo de nuestro barco. Hacia el noroeste. Al cruzar la punta sur de La Palma un fuerte viento comenzó a azotarnos. Desplegaron todas las velas y la nave comenzó a deslizarse a una velocidad excitante. Las olas que rompen contra la proa del barco salpican su frescor sobre nuestros rostros. Es el sabor de la aventura, el olor de la victoria. Los marineros están muy contentos. Se les ve ilusionados. Simon se ha tranquilizado y ya vuelve a estar firme y concentrado en su labor. Navegamos a buen ritmo.
Diario de Edward Harvey
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