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Tema: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

  1. #1
    Emperador Pinguino está desconectado Miembro graduado
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    dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    bueno esta es mi duda
    como en el foro la mayoria deben ser cristianos catolicos romanos, me gustaria ver sus argumentos sobre este dicho, dejenme explicarles...
    como ya deben saber existen varios filosofos considerados por muchos de "extrema derecha", tradicionalistas y tambien monarquistas en algunos casos.
    gran ejemplo es Julius Evola y tambien otro que a pesar de no querer reconocerlo tiene una ideologia similar que es Alain de Benoist. Ambos tienen en comun el ser ferreos opositores al cristianismo ya que ven en en esta religion el origen de la izquierda y del pensamiento progresista en general, desde cosas como la "historia lineal", la lucha entre el bien y el mal,el universalismo, el odio al rico y el amor al pobre solo por que lo son, ademas de ideas como el igualitarismo y cosas de ese estilo.

    Tal vez mi post moleste a muchos pero de verdad me gustaria saber sus opiniones sobre lo que dicen estas dos personas que han sido parte muy importantes para una rama de las ideologias de derecha y que van mas alla de ese concepto "democratico".
    para que tengan un ejemplo les dejare un ensayo de cada uno en donde muestran sus posturas.

    Julius Evola:

    IMPERIALISMO PAGANO

    1.- La decadencia de la idea política y el cristianismo

    Aquel que hoy en día vuelve a evocar en el mito de Roma el ideal del Imperio, debe darse cuenta de la fundamental irreductibilidad de un tal ideal no tan sólo como idea política, sino respecto de la cultura de la totalidad del Occidente moderno. Debe con ojo frío y ánimo decidido, medir muy bien todo lo que es necesario querer, así como lo que hay que ser capaz de osar, a fin de que tal idea sea. Así como un cuerpo no es vida y organismo, sino un mero compuesto material incapaz de mantenerse firme en el juego de las diferentes fuerzas, si no lo impregna y domina la unidad superior de un alma, del mismo modo la primera condición del imperio es una síntesis inescindible de espiritualidad y de politicidad; es la presencia efectiva de una jerarquía de valores meta-económicos y meta-prácticos que condicione y domine, como un medio respecto de un fin, todo aquello que es económico y práctico; es una diferenciación absoluta entre los individuos —entre sus vidas, sus verdades, sus valores y sus poderes— por lo cual en algunos seres se convierta en irrebatible alguna cosa que los distancia de las multitudes, así como la cualidad de un alma que es señora respecto de sí misma se distancia de la materia del cuerpo, del cual ella es el acto. En la sociedad occidental, de todo esto ya no existe prácticamente rastro alguno. La realidad política se va transformando paulatinamente en una realidad económica, administrativa, policial. A la diferenciación se le ha sustituido la nivelación, a la personalidad, la social idad y su ley impersonal; a la cualidad, el número, la materia, el oro, la máquina; al guerrero, el soldado. Los valores heroicos y de sabiduría, por los que castas de jefes y de vates se erguían soberbios más allá de las muchedumbres de los siervos y de los mercaderes, se han gradualmente apagado, y a ellos se les ha suplantado la contaminación de quienes "creen" y "rezan", de aquellos que se agitan y todo lo manchan con sentimentalismo, humanitarismo, moralismo y retórica. En modo tal que hoy en día quien habla de imperialismo no habla sino de una ironía: habla de una realidad puramente económica, industrial, militarista, por lo tanto esencialmente burguesa e inorgánica, que no tiene nada que ver con la naturaleza sagrada, solar, poderosa y viviente de los imperios que los antiguos conocieron. En pocos casos la historia muestra un rebajamiento semejante de la idea política, como lo que acontece hoy en día en el Occidente. Y aquel que busca descubrir en lo profundo las raíces de semejante rebajamiento, y removerlas, se encuentra forzosamente ante el cristianismo. La ola oscura y bárbara, "enemiga de sí y del mundo" (Celso), que en la frenética subversión de toda jerarquía, en la exaltación de los débiles, de los desheredados, de los sin nacimiento y de los sin tradiciones, en el rencor profundo hacia todo lo que es fuerza, suficiencia, sabiduría, aristocracia, en el fanatismo intransigente y proselitista proveniente de la plaga exótica y asiática de Palestina fue veneno para la grandeza de Roma, es la causa mayor del ocaso político y espiritual del Occidente. Pero atención: el cristianismo no es aquello que, a la manera de un muñón truncado por el impulso más profundo, subsiste hoy en día cual religión cristiana. El mismo fue aquello que, luego de haber disgregado el Imperio, pasó con la Reforma a corromper la raza de los rubios bárbaros germanos para luego insertarse en una médula aun más esencial: el cristianismo hoy se encuentra en acto en el liberalismo y en el democratismo europeo y en todos los otros bellos frutos de la revolución francesa, hasta el anarquismo y el bolchevismo; el cristianismo hoy en día se encuentra en acto en la estructura misma de la sociedad moderna del tipo anglo*sajón así como en la ciencia, en el derecho, en la ilusión de potencia otorgada por la tecnología. En todo ello se confirma por igual la voluntad niveladora, la voluntad del número, el odio hacia la jerarquía, la cualidad y la diferencia, así como el vínculo colectivo, impersonal, hecho de mutua insuficiencia, miedo y prudencia, que el cristianismo alimentó en una raza de esclavos en rebeldía. Con el trascendentalismo de sus valores, que se justifican todos en la espera del "Reino" que "no es de esta tierra", el cristianismo infringió la síntesis armoniosa entre espiritualidad y politicidad, entre realeza y sacerdocio que Roma, Egipto, Persia, el Oriente antiguo conocieron. Y la materialización actual de la idea política no es sino una extrema consecuencia de esta antítesis y de esta escisión contenidas en la esencia misma del cristianismo primitivo. Los presupuestos fundamentales —trascendentalistas, dualistas, igualitarios, humanitaristas, de renuncia— del cristianismo evangélico chocan con vehemencia contra la primera de las condiciones para el imperio. Por lo cual quien dice imperio no puede hacerlo si simultáneamente a ello no dice también en forma decidida: anticristianismo, paganismo.

    2. El compromiso católico

    Es algo evidente que tomada en sí misma, en su sutil bolchevismo y en su indiferencia hacia cualquier esmero mundano, la predicación de Jesús podía conducir hacia una sola cosa: convertir en imposible no sólo al Estado, sino a la misma sociedad. Pero, al venir a menos de lo que era el resorte animador de esta predicación, el advenimiento declarado inminente del "Reino", el espíritu y la intransigencia de la primitiva enseñanza fueron traicionados y, como una "normalización" dirigida a fijar un lugar en este mundo a aquello que "no es de este mundo", surgió, a la manera de un compromiso entre inmanencia y trascendencia, entre la cristiandad y la paganidad, la Iglesia católica. Fijemos firmemente este punto: una cosa es el cristianismo, otra diferente el catolicismo. El cristianismo como tal es el anti-Estado, lo análogo de la Revolución Francesa de ayer, del mito comunista y del bolchevismo de hoy: el mismo ha fracasado y siempre estará condenado al fracaso mientras el "mundo" exista. El cristianismo, en cuando es en cambio iglesia católica, no es sino una sombra de la paganidad; sombra contradictoria puesto que se refleja sobre una concepción y un sistema de valores, que es la contradicción de la paganidad. En esta esencial contradicción se encuentra la causa de la impotencia de la iglesia católica en asumir en verdad la herencia de lo que la revolución cristiana había corrompido: la imperiali dad y la universalidad romana. La iglesia católica mantiene el dualismo, si bien en forma cambiada sosteniendo el dominio espiritual en contra del dominio material. Pero tal postura es insostenible. Son coherentes los güelfos, quienes niegan la posibilidad de un estado laico en si mismo, y quieren una subordinación incondicional del poder temporal respecto del papal, jerárquicamente constituido. Sin embargo en este caso ¿qué es’lo que le quedaría a la iglesia para poder denominarse aun como cristiana, es decir para reivindicar la descendencia por parte de quien enseñó que fuesen vanos los intereses por el mundo e iguales los hombres, siervos por naturaleza de un Dios, cuyo reino no es de esta tierra? ¿Cómo mantener el dominio y la jerarquía efectiva si no es pasando a los valores paganos de afirmación, de inmanencia y de diferencia? El güelfismo en una experiencia bimilenaria no ha sabido conquistar ninguna realidad histórica consistente. Pero entonces queda de manera chocante el disenso, puesto que la otra alternativa no es posible; no es posible que un imperio, que sea verdaderamente imperio, pueda admitir junto a sí a una iglesia como una realidad diferente e independiente. Un imperio, cuyo dominio sea meramente material, puede por cierto tolerar una iglesia y remitirle todo lo concerniente a las cosas espirituales, de las cuales por hipótesis se desinteresa. Pero un tal imperio no es propiamente tal, de la misma manera que un organismo sin alma no es un organismo. Si en cambio esta alma lo posee, si una espiritualidad inmanente lo compenetra (y espiritualidad para nosotros no significa para nada "fe" o "devoción", "dogma" o "misticismo", sino valor en acto como potencia concreta de seres superiores), cuando tal cosa acontezca, el imperio no puede y no debe tolerar junto a sí una organización que se arrogue la prerrogativa de las cosas del espíritu: el mismo suplantará a la iglesia expresándose en cambio a sí mismo como única y verdadera iglesia. Tal el concepto del imperialismo pagano, síntesis de realeza y de sabiduría, "Sacro Imperio", de acuerdo al concepto romano, iránico, pitagórico, dantesco. Pero ni siquiera esta segunda solución, excepto raros esbozos, ha tenido realidad en la historia post-romana. ¿Y qué es lo que ha quedado? Por un lado un estado esencialmente laico, que se agota en problemas económicos, administrativos, penales, militares, etc., declinando cualquier competencia en materia de religión; por el otro una religión que se desinteresa de la política, que, como iglesia católica, se reduce a una función simbólica, sobreviviente a sí misma a la manera de una especie de gran asociación internacional de creyentes, capaz tan sólo de un lavado paternalismo basado en ostentadas e inútiles preocupaciones por la salud de los pueblos —los cuales a su vez van cada uno por su propio camino— o de las "almas", las cuales han perdido el sentido interior y viviente de la realidad espiritual y han matado el saber y el ser en el "creer". Tal es la raíz de la crisis de la idea política en Europa y tal es la absurdidad patente de todo intento de apoyar un imperialismo sobre el universalismo católico. Nada tiene que hacer tal universalismo anodino, incorpóreo, internacional, puramente nominal, con el concreto y solar de un super-estado de dominadores, en cuya más vasta vida y potencia encuentren unidad verdadera, paz profunda y augusta las múltiples potencias inferiores, tal como la Roma pagana lo encarnó y tal como debe ser el modelo ideal de quien quiera evocar romanidad e imperialidad en contra del mal democrático e internacionalista que corroe a Europa. El imperialismo católico no nos sirve y no nos resulta suficiente, puesto que no nos sirve y no nos resulta suficiente una estructura impersonal y vacía que no muerde en la realidad, que no manda las unidades nacionales y que en rigor debería ser indiferente a todo particular interés nacional, a partir del de Italia misma. Así pues, por un círculo vicioso insuperable, nada debe esperar, a los fines del imperio una nación cualquiera, y en primer término Italia, por parte de un acercamiento con el catolicismo. En efecto un tal acercamiento no podría tener como finalidad sino explotar el prestigio internacional de la iglesia. Sin embargo tal prestigio, así como se encuentran las cosas hoy en día, tiene justamente como condición que la iglesia se declare y se mantenga independiente respecto de cualquier nación en particular, internacional, y por lo tanto se reduzca a un abstracto influjo espiritual sobre las almas, que no debe encuadrarse a favor de ninguna potencia, sino renunciar a cualquier reino efectivo. De aquí lo absurdo de la ideología y de la política de los nacionalistas italianos y la razón de la frigidez vaticana ante los avances de quien en el fascismo, al no saber poner en marcha una espiritualidad inmanente, piensa en reclamar al catolicismo el alma que supone que el fascismo mismo no posee.

    3.- Las dos soluciones — El peligro protestante


    El punto fundamental pues es éste: o confirmar la decadencia actual de la idea política restringiendo el Estado a una mera organización material, por lo que puede entonces dejar subsistir en una abstracta coexistencia y yuxtaposición a una iglesia, o bien superar el dualismo inmanentizando a la iglesia e instaurar una síntesis absoluta entre los dos poderes y las dos conciencias. Y en esta segunda alternativa, sin embargo, el peligro cristiano se representa en la más temible de sus formas, ya reflejada, tal como dijéramos, por parte del núcleo central de las organizaciones anglo-sajonas. Cuando la perspectiva del "Reino" dio marcha atrás y desapareció, las fuerzas desplegadas en su espera recayeron sobre sí mismas; y el cristianismo de su fase anárquica, bolchevique y libertaria pasó a una fase socialista. La ecclesia, la comunidad, la vida asociada de los fieles comprendida como un médium impersonal hecho de recíproca necesidad del alma, sustituyó a la realidad, venida a menos, del "Reino de Dios". Hay que distinguir netamente la "ecclesia", de la cual ahora hablamos, de aquello que fue luego la organización eclesiástica católica. Esta última surgió a partir de una sucesiva paganización de la ecclesia en el sentido primitivo, de la cual en una cierta medida traicionó su espíritu, a favor de un residuo de imperialidad exteriormente ritual y jerárquica, según un compromiso antes resaltado. En la ecclesia, cual en vez aparece en las primeras comunidades cristianas, nosotros tenemos algo diferente, que constituye el primer germen de aquello que deberá conducir al tipo de la sociedad moderna euro-americana. En el imperio el principio era: jerarquía, investidura de lo alto. En la ecclesia cristiana el mismo fue: igualdad, fraternidad. En el imperio existían señores y siervos. En la ecclesia tales relaciones se despersonalizaron: se trató de un lazo entre seres iguales, sin jefes, sin distinción de clase o de tradición mantenidos juntos tan sólo por la recíproca dependencia y la idéntica necesidad de las almas cada una insuficiente a sí misma. En otras palabras, nació la socialidad, la forma de un puro vivir asociados, de un estar juntos en alguna cosa colectiva, en una solidaridad igualitaria. Y ahora descendamos hasta la Reforma. La Reforma fue el retorno al cristianismo primitivo en contra de un límite de paganización, que con el humanismo, había alcanzado la iglesia católica. La intransigencia protestante puso fin al compromiso católico, en el sentido de conducir hasta el fondo la dirección del anti-imperio. Desvinculando a las conciencias de Roma, inmanentizó y socializó a la Iglesia y convirtió paulatinamente en acto en una realidad política a la forma de la ecelesia primitiva. En lugar de la jerarquía desde lo alto, a través de la Reforma se le sustituyó la libre asociación de los creyentes emancipados del vínculo de la autoridad, convertidos anárquicamente cada uno de ellos en árbitro de sí mismo al mismo tiempo que igual a cada uno de los otros. Fue en otras palabras: el principio de la decadencia liberal-democrática europea, en contraposición con cualquier idea imperial; la revolución protestante ha abierto el camino al modo de una organización apoyada no sobre jefes, sino sobre la suma de los individuos singulares, de una organización proveniente de lo bajo y que se agota en un lazo impersonal y mecánico, en una realidad puramente colectiva que se autogobiema y auto justifica. Esta dirección ha absorbido a los países anglo-sajones y hoy tiende a un universalismo propio: así como en las distintas naciones la misma cancela la diferencia de los diferentes individuos en el vínculo social, última instancia en sí misma, del mismo modo ella tiende a borrar también las diferencias y los privilegios de las diferentes naciones poniéndolas a todas en un mismo rango en el anónimo internacionalismo de una "Sociedad o Sindicato de las Naciones". Al mismo tiempo, la religiosidad se humaniza y se aburguesa siempre más, tiende siempre más a identificarse con la socialidad. Las últimas orientaciones hacia una "religión del servicio social" o "del trabajo" y la preponderancia creciente del interés y de la intransigencia moralista sobre cualquier otro de carácter espiritual y metafísico, en los países protestantes lo prueban. En conclusión: de la Reforma surge una postura coherente que separa del núcleo cristiano-pagano, presentado por los países católicos, el aspecto cristiano (en su forma moderada de ideal de vida asociada) y realiza un tipo diferente de Estado: el Estado democrático, el anti-imperio, el autogobierno de una masa soberana en sí misma, con apariencias de gobernantes siervos de los siervos en cuanto meros representantes dependientes y responsables con relación a las masas, en vez de ser éstas responsables respecto de aquellos y ellos a su vez, en tanto jefes, con respecto a ninguno. Los países latinos en una cierta medida han permanecido inmunes al mal protestante. Pero con ello han también permanecido en el compromiso. Peor de todos Italia: casi como adormeciéndose en el recuerdo del imperio, parodiado por la iglesia, la misma no ha aun tenido la fuerza para hacer la revolución ni en un sentido ni en otro. Así pues por un lado el mal democrático se ha ido infiltrando sutilmente en su componente político, por el otro el mismo se apoya en la superestructura inerte y puramente simbólica de la iglesia, extraña a su realidad política. Pero este estado de cosas no puede durar. Será cuestión de tiempo, aunque los países latinos, y en primer término Italia, deben decidirse: o ellos lentamente padecerán el protestantismo organizándose a la manera de las sociedades anglo-sajonas desplazando paulatinamente a la iglesia con una religión imanente de la socialidad; o bien deben reaccionar e imponerse con una revolución en un sentido inverso, llevando a cabo la otra solución posible. La revolución que puede salvar a Italia del peligro protestante, del peligro euro-americano, es la revolución anticristiana, la revolución pagana como restauración del Imperio Sacro. La única vía para salvar la tradición mediterránea y romana no en retóricas vacías, sino en el carácter concreto de una realidad social es ésta. Y ésta representa también la única auténtica contrarreforma. El que tenga coraje que lo entienda. Aquel que en cambio no lo tiene, que no entienda. Así corno la revolución protestante superó el compromiso católico y cristianizó el Occidente en la estructura y en el valor de la socialidad democrática, nosotros, en contra de la Reforma, superamos el mismo compromiso, pero para afirmar la otra alternativa posible, si bien aun no existente. Sobre la base de una restauración de la espiritualidad pagana, nosotros debemos crear una sociedad regida por los valores de la jerarquía, de la organización de lo alto, de la aristocracia, del dominio y de la Sabiduría, es decir, de aquellos valores imperiales de los cuales en parte la iglesia de Roma en manera contradictoria se enmarcó y que, luego del jaque de la misma iglesia en el curso de un experimento bimilenario, son afirmados en forma cruda, neta y libre de cualquier compromiso y de cualquier enmascaramiento o atenuación, por parte de personas capaces de todo que no se avergüencen de descender de la más gran realidad mediterránea jamás existida y que por ende, en contra de toda Europa, osen corno nosotros declararse paganos.

    4.
    Los valores paganos de restauración

    Hemos hablado de "espiritualidad pagana". En efecto no hay fábula más absurda que aquella que le otorga a la paganidad un significado de materialidad, e incluso de corrupción; y el cristianismo en cambio como la síntesis más alta de todo aquello que es espiritual; ni tampoco una ceguera más grande que aquella de quien no se da cuenta de que tan sólo sobre la base de la superación de los valores cristianos y de la concepción cristiana del hombre y del mundo —superación que remite al mundo pagano, a la anti-Europa— es posible crear la conciencia y la potencia de la cual puede resurgir el imperio. El dualismo y la trascendencia deben ser superados: a la concepción cristiana que en el hombre reaviva a un ser radicalmente otro respecto de Dios, un condenado a quien tan sólo la gracia o el "Salvador" pueden redimir, y sólo una "revelación" iluminar, debe contraponérsele aquella concepción para la cual el hombre aparece como un gesto y un acto del mismo infinito, capaz de arribar por sí a la verdad, a la salvación, a la participación en una vida inmortal. A la fe que sueña en el "reino de los cielos" y en el espíritu como absoluta trascendencia con respecto al mundo, se oponga el sentido de una unidad libre e inmanente, encerrada en sí misma, materia de dominio: la realidad del mundo debe ser reconocida y, a decir verdad, como aquella del lugar mismo en donde de un hombre se recaba un Dios, de la "tierra" un "sol". Por lo cual a la renuncia y al "mito" del Dios crucificado que sufre y que ama, deberá oponérsele el del hombre-dios como un ser radiante de luz y potencia, en el cual la espiritualidad se confirma en la victoria y en el imperium. A la raza de los "siervos y de los Hijos del Padre", le será opuesta la de seres liberados y liberadores, que en el Dios ven simplemente a la más alta de las potencias, a la cual libremente hay que obedecer o contra la cual virilmente luchar, con la frente alta, sin contaminación de sentimientos, de abandonos, de plegarias. Al sentido de dependencia y de necesidad, le será opuesto el de la suficiencia, de la helénica "autarquía"; a la voluntad de igualdad la voluntad de diferencia, de distancia, de jerarquía, de aristocracia; a la promiscuidad místico-comunista, la firme individualidad; a la necesidad de amor, de felicidad, de compasión, de paz, de consuelo, el desprecio heroico hacia todo ello y la ley de la pura voluntad y de la absoluta acción; a la concepción providencial, la concepción trágica por la que el hombre se sienta solo consigo mismo entre las contingencias de las fuerzas, en modo tal de saber que si él no se convierte en el salvador de sí mismo nunca ningún otro lo podrá salvar. Borrar el sentido del "pecado", borrar la "mala conciencia", tomar sobre sí toda responsabilidad, duramente; cerrar la puerta a cualquier fuga, dominar el alma, fortificar el íntimo corazón. No más "hermanos" ni "Padres", sino hombres, principio y fin en sí mismos, encerrados cada uno en sí como mundos, rocas, cimas, sin evadirse, vestidos tan sólo con la propia fuerza o debilidad: cada uno un lugar —un puesto de combate— una cualidad, una vida, una dignidad, una fuerza distinta, sin par, irreductible. Imponerse a la necesidad de "comunicar" y de "comprenderse", a la contaminación del vínculo de fraternidad, a la voluptuosidad de amar y de sentirse amado, de sentirse iguales y juntos, a esta sutil fuerza de corrupción escondida por el cristianismo que disgrega la individualidad y la aristocracia. La incomunicabilidad debe ser querida, por un sentido de respeto absoluto y de no-contaminación: fuerzas más fuertes y fuerzas más débiles, la una junto a la otra o la una en contra de la otra, lealmente, fríamente reconocidas, en la disciplina del espíritu interiormente inflamado aunque exteriormente rígido y templado como el acero, que contiene en una magnífica medida la desmesura del infinito: militarmente, como en una empresa de guerra, como en un campo de batalla. Un estado de justicia absoluta; nada de "infinito", relaciones precisas, orden, cosmos, jerarquía, sentido de las castas, individuación absoluta. Todo esto debe querer el que quiere el Imperio. Ni tampoco ello basta. Es dificil darse perfectamente cuenta hasta qué punto el cristianismo y el mal democrático hayan hundido sus raíces en la cultura contemporánea y en la mentalidad misma de aquellos que quedarían sumamente asombrados en ser denominados como cristianos o democráticos. No sólo la estructura de la sociedad moderna, que refleja el tema predominante de la "ecciesia", sino, como dijéramos, los mismos presupuestos de la ciencia, de la técnica y del saber occidental padecen un mismo mal. En el dualismo de la ciencia por el que la misma no sabe ver sino muertos fenómenos de acuerdo a una cruda alteridad escindida de las potencias del Yo, se tiene la extrema consecuencia de la violenta escisión y oposición del espíritu respecto de la naturaleza, que el cristianismo afirmó en contra del concepto viviente, orgánico, mágico de la naturaleza, que los antiguos comprendían en vez como un sistema armonioso hecho de dioses, de inteligencias, de símbolos, de gestos rituales. Y como entonces a la conciencia interior, directa, espiritual atribuida a la Sabiduría, al ojo sidéreo abierto por el fuego de las iniciaciones, se le sustituyó el saber exterior, intelectual, fenoménico, discursivo-científico; de la misma manera a la conexión orgánica y simpática del hombre con las fuerzas profundas de las cosas, preconizas por la magia y por la teurgia, se sustituyó una relación extrínseca, indirecta, violenta: la relación propia de la técnica y de la máquina. En tal sentido la revolución cristiana contiene el germen de la mecanización y de la abstracción del espíritu moderno; y el democratismo, el igualitarismo, el anti-individualismo se vuelve a hallar en todas las formas de éste: se reencuentra en el carácter formal del saber científico, para el cual es verdadero tan sólo aquello que todos, cualquiera sea la vida en la cual se dejen vivir, con tal de que tengan un cierto grado de "cultura", pueden reconocer; se vuelve a encontrar en la potencia dada por la técnica, hecha de mecanismos y de automatismos tales de producir los mismos efectos con absoluta indiferencia de la cualidad de quien actúa, tal pues de hacer, según violencia, más poderoso a uno sin que al mismo tiempo lo transforme y lo convierta en superior; virtud, esta última, que se vuelve a encontrar luego en la fuerza bruta del oro, con la cual, en vez que con su más vasta vida y directa energía, los hombres hoy dominan a los hombres, y en lo cual han caído, en una automatismo que nivela a todos los seres, las antiguas, vivientes, personalizadas relaciones de dependencia entre jefes y súbditos, entre señores y siervos. El imperio no es posible mientras perdure un tal estado de cosas. Sobre esta base, toda jerarquía será exterior, ficticia, contingente. Es necesario enuclear las élites en las cuales se vuelva a despertar el sentido pagano, mediterráneo de la vida y de la Sabiduría, es necesario crear una cualidad más allá de la cantidad y del determinismo de las meras condiciones de existencia: éste es el principio. La organización social moderna se agota, aproximadamente, con las dos castas inferiores del antiguo Oriente: la de los siervos (obreros, empleados, soldados, etc.) y la de los mercaderes (industriales, banqueros, trusts, etc.). Por encima de este estrato hay que restaurar el equivalente de las otras dos castas: la de los Guerreros y la de los Sabios, de las cuales el Occidente moderno ya no sabe casi más nada. En oposición a las ideologías pacifistas, humanitarias, internacionalistas —filiaciones en gran parte directas del cristianismo— en primer lugar debe ser despertada, a título de superior jerarquía, la raza de aquellos que en la guerra, querida en sí misma, en modo puro y sobrehumano, superior al éxito como al fracaso, al placer como al dolor (Bhagavad-gitá) reconocen el valor y el fin, y en el heroísmo y en la gloria de los cuales puede arder la superior justificación, el acto de toda una estirpe. Más allá de los guerreros, la raza de los que "ven" y que "pueden": seres solares y suficientes, raza de señores, casi no más hombres, de la mirada larga, temible, lejana, y que "son por sí mismos", que no toman sino que dan en superabundancia de luz, de fuerza, de exaltación interior y en vida decidida se dirigen de acuerdo a un orden jerárquico que no viene de lo alto, sino de la misma relación dinámica natural de las propias intensidades, hasta expresar el vértice oculto y vertiginoso que sostiene y justifica al imperium. Éste es el punto central y el límite para la superación del cristianismo. El cual, afirmando discontinuidad y diferencia sustancial entre hombre y Dios, negó la posibilidad de aquello que es propiamente conocimiento e identificación, transformación divina del hombre; estuvo privado pues de una enseñanza esotérica más allá de aquello que es simple religión popular y confundió lo espiritual con la fe, la devoción, la plegaria, el temor de Dios, el sentimiento. Es así como una jerarquía religiosa cualquiera, inspirada por el cristianismo, que se agregase eventualmente a una organización política, efectivamente no agregaría nada: no prolongaría, es más, rebajaría aquello que es sólo humano en la dirección de un ablandamiento del alma, de una abdicación del Yo, de una remisión pasiva y vana de la trascendencia. No ofrecería un centro, una justificación, una luz. No es por cierto a tal respecto que nosotros entendemos la síntesis entre los dos poderes, sagrado e imperial, sino a la manera que interviene espontáneamente cuando el lugar y la dignidad usurpada por parte de "aquellos que creen" sean restituidos a "los que saben" y que "son". Saber, en el orden de la tradición mistérica, no quiere decir ni pensar, ni creer, ni suponer, sino ser. El ascenso a través de los grados del saber es una diferenciación de grados siempre más vastos de autoconciencia, de individualidad, de posibilidades supra-normales y meta-físicas. Quizás aquí, nuestras palabras pueden no resultar totalmente claras, ni es el caso de decir respecto del sentido de aquellos ritos de iniciación que en muchas tradiciones se vinculaban a la investidura imperial. Basta tan sólo con declarar que nosotros aludirnos a una realización interior y a su vez no reductible a nada de "moral", de "ideal", o de "religioso", a una realización absolutamente positiva por la cual un hombre cesa efectivamente de ser hombre, estando desvinculado de gran parte de las condiciones psico*físicas por las cuales el concepto de hombre es definido. Y esta realización es objeto de una ciencia sui generis, bailable en el Yoga hindú y en las tradiciones misteriosóficas, mágicas y teúrgicas, como también, en forma desordenada, en las vidas y en las disciplinas de los grandes místicos y santos de todo tiempo y lugar. Es esta superioridad efectiva y real la que dará el sentido al término "espiritualidad" y que será puesta como el centro, del cual procederá la dignidad, el atributo y la función efectiva de la realeza; la cual a su vez se testimoniará en el imperium, casi como según la más antigua tradición por la cual los Reyes eran tales en virtud de un fuego atraído desde el cielo, que los investía y los testimoniaba con la profecía y la videncia, con el poder de salvación, con la fascinación irresistible sobre las multitudes y con la gloria de la victoria.

    * Vita Nova. Noviembre de 1927.

    fuente
    IMPERIALISMO PAGANO *, por Julius Evola (trad. Marcos Ghio) | Biblioteca Evoliana

    aca les dejo un ensayo escrito por Alain de Benoist
    El Cristianismo


    Por Alain de Benoist

    Al establecerse en Europa, en una cultura que, cuando apareció, ya tenía tras de sí dos o tres mil de años de existencia, el cristianismo contribuyó enérgicamente a su transformación. Aportaba en efecto “novedades” inauditas. En primer lugar la idea una humanidad universal, compuesta de individuos iguales esencialmente en tanto que dotados con un alma en igual relación con Dios. Luego la distinción, heredada de los Hebreos, entre un ser no creado, necesario y perfecto, y un ser creado, contingente e imperfecto. Colocados como abismalmente distintos, el mundo y Dios debían por lo tanto pensarse separadamente.

    El mundo perdía al mismo tiempo su autosuficiencia y su calidad de ser: no sólo ya no era el lugar de lo divino sino que, siendo imperfecto, podía legítimamente garantizar la esperanza de su mejoramiento. Desacralizado, lo existente tal como es, el todo se encontraba sometido a un deber-ser. Se añadía el concepto de una salvación, que se mantenía sobre todo como especie de compensación: confortar el individuo de su pertenencia a este mundo imperfecto. Se añadía aún una concepción de la historiacomo creación terminada, es decir, como sistema irreversiblemente orientado hacia el futuro. Y finalmente la idea de pecado, combinada a la de una corrupción original, hereditaria. Estas nuevas ideas contribuyeron a hacer de Europa lo que pasó a ser progresivamente: un mundo ajeno a si mismo.
    El cristianismo también aportó una intolerancia de una clase nunca vista. Esta intolerancia, ligada a los nuevos conceptos de dogma, herejía y conversión, le han caracterizado desde sus principios. Toda la primera literatura cristiana no es más que un largo grito de odio, de apelaciones a la prohibición, a la destrucción, al saqueo. Más tarde, en todas partes donde tuvo el poder, la Iglesia persiguió. Estas persecuciones, asociadas a las cruzadas, a las conversiones forzadas, a la lucha contra los herejes, los indígenas, los paganos o los judíos hicieron víctimas a decenas de millones. Con la Inquisición, la exigencia de conformidad se extendió hasta el ámbito privado, creando el modelo de todas las futuras “policías del pensamiento”.
    La modernidad vio la transferencia sistemática de todos los grandes conceptos teológicos a la teoría del Estado. El modelo de la “monarquía de Dios”, transpuesto en el sistema papal, inspiró todas las formas del absolutismo político. El universalismo moderno, que extiende por todas partes el reino de lo Mismo (igualitarismo), también es mérito del cristianismo.El universalismo cristiano personifica un elemento de estandarización igualitaria contra un universo concebido en términos de pluralidad:
    “Quien destruye los cultos nacionales destruye también las particularidades nacionales y ataca al mismo tiempo el Imperium romanum que respeta a los cultos y particularidades nacionales” (Celso).
    El mundo moderno nació de un movimiento dialéctico. Por una parte, se emancipó de la religión, que envió al ámbito privado como mera opinión individual, atrayéndose así, inicialmente, la hostilidad de la Iglesia. Del otro, se construyó a si mismo por medio de un proceso de secularización de ideas cristianas reflejadas forma profana, es decir, sobre una interpretación “mundana” de los valores inscritos en la fe cristiana y en su concepción del tiempo. El cristianismo significo históricamente una prepararación para la llegada de la modernidad, por lo tanto termina con ella su papel estrictamente religioso. Esto es lo que explica el carácter paradójico de la situación actual del cristianismo: al mismo tiempo que decae como creencia, triunfa como ideología. El mundo contemporáneo apenas cree ya en Dios, pero sigue más que nunca pensando en categorías cristianas. Se puede por lo tanto de hablar de una “monoteización” de lo social. El cristianismo puede denunciar el indiferentísimo o el materialismo del que ha sido víctima hoy, pero nunca reconocerá que el mismo lo ha generado. Finalmente, la modernidad no es más que la última de las enfermedades cristianas.
    --------


    mas que nada pido su opinion sobre estos dos personajes y sus posturas anticristianas, siendo que son tradicionalistas.

    PD:una duda aparte: ¿que responden a los progres/comunistas/marxista y cuanta mutacion rara cuando les dicen que jesus fue el primer "comunista" o "el primer socialista"?

    de antemano muchas gracias
    Saludos
    Última edición por Emperador Pinguino; 02/04/2012 a las 21:36
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  2. #2
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    Re: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    Estimado Emperador, leyendo el libro de Don Juan A.Widow resolverás casi todas estas dudas. Otro libro estupendo es "De la Cábala al progresismo del RP Julio Meinvielle-todas sus obras están on line y son un lujo-. Lo que te podamos responder sobre un gnostico de la calaña de Evola es poco, tan poco como lo que podamos decirte de aquella calaña denominada derecha política. La derecha son los liberales conservadores.
    Por otra parte, por motivos ajenos a mi voluntad no he podido cumplir lo que te he prometido. Mis disculpas y hoy te contesto sin falta.

    LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
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  3. #3
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    Re: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    Cita Iniciado por CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN Ver mensaje
    Estimado Emperador, leyendo el libro de Don Juan A.Widow resolverás casi todas estas dudas. Otro libro estupendo es "De la Cábala al progresismo del RP Julio Meinvielle-todas sus obras están on line y son un lujo-. Lo que te podamos responder sobre un gnostico de la calaña de Evola es poco, tan poco como lo que podamos decirte de aquella calaña denominada derecha política. La derecha son los liberales conservadores.
    Por otra parte, por motivos ajenos a mi voluntad no he podido cumplir lo que te he prometido. Mis disculpas y hoy te contesto sin falta.

    LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
    muchas gracias por los libros recomendados los voy a buscar
    sobre el tema
    tanto Evola como Alain de Benoist (este ultimo critica los conceptos de derecha e izquierda) consideran al liberalismo como de izquierda y lo han criticado muchisimo, tienen posturas bien interesantes pero esto del paganismo y el anticristianismo me tiene "¿?"

  4. #4
    Avatar de juan vergara
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    Re: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    Si bien Alain de Benoist y el sector de la "Nueva Derecha" que él representa, dicen seguir a Julius Evola, en realidad se apartan de las directrices centrales de las obras de este último.
    Como ser, "Rebelión contra el mundo moderno", y "Los hombres y las ruinas".
    Evola no suscribiría determinadas concepciones inmanentistas de la Nueva Derecha.
    Tampoco apoyaría Evola al "nacional comunismo". etc, de alguno de estos grupos.
    Giuseppe dio el Víctor.

  5. #5
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    CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN está desconectado Miembro Respetado
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    Re: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    Aprovechando la interesante respuesta de nuestro amigo Juan Vergara:

    Ya podrás advertir, Emperador, que hay muchísimo más que la pretendida división del mundo en izquierda y derecha. Básicamente son lo mismo, varían sólo en aspectos accidentales. También, te doy la respuesta a tu pregunta inicial: el Cristianismo es precisamente todo lo contrario del progresismo y lo excluye ex toto. La rebelión luciferina marcó el inicio de aquel proceso inicuo llamado revolución, cuya forma actual se llama progresismo; Nuestro Señor, se encarnó para redimirnos, estableciendo los medios para restablecer el orden divino en todo, el Reino de los Cielos, la Iglesia Católica. Ese orden es la contrarrevolución por excelencia, que "no es una revolución en sentido contrario, sino todo lo contrario de la revolución"; por consiguiente, toda pretendida contrarrevolución-como la de los conservadores y la de los neocon-que se aparte de él es mera farsa cuando no hipocresía.
    Por descontado que seguiré aportandote, en lo que me sea posible, con más argumentos. Pro busca en el foro, se ha escrito mucho y muy bien de estos temas.

    LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
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  6. #6
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    Re: dudas sobre el cristianismo ¿Es el origen del pensamiento progresista?

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Interessante riflessione sull'argomento Julius Evola, Cristianesimo, Tradizione, Rivoluzione. In realtà J. Evola si è spinto oltre il Cristianesimo, vede la Tradizione spirituale nel paganesimo o nel mito dell'uomo-guerriero romano, A differenza di Guenon che riconosce nel cristianesimo la Tradizione spirituale originaria nel messaggio e nella Parola di Gesù. Destra e Sinistra sono due aspetti squisitamente politici della crisi del mondo moderno. Definire sinistra o destra la Tradizione spirituale significa menomare il significato del termine spirituale. Il cristianesimo non è rivoluzionario nel senso che comunemente si dà alla parola rivoluzione, è rivoluzionario nel senso del termine latino " REVOLVERE", tornare alle origini ed ai principi elementari del Sacro attraverso la Parola e gli Insegnamenti di Gesù.

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