Tomado de los Apuntes y documentos para la historia del Tradicionalismo español, Tomo 15 (año 1953), págs. 117-120, Manuel de Santa Cruz.
Los carlistas defienden ante Franco la confesionalidad del Estado
Acabamos de leer en el guión que sobre la política religiosa del Carlismo en estos años publica el boletín “Requeté” con motivo del Concordato una alusión a unas palabras de Franco con las que anunciaba que el Estado que iba a alumbrar no sería confesional.
Ampliemos, en primer lugar, el hecho.
Fue una alocución por Radio Castilla, a las 10,30 de la noche del mismo día 1º de octubre de su exaltación. Escribe Don Ricardo de la Cierva, en su obra extensa “Francisco Franco.- Un siglo de España” (1) que las palabras de Franco, que él toma del periódico “El Adelanto”, de Salamanca, fueron éstas: “El Estado nuevo, sin ser confesional, respetará la religión de la mayoría del pueblo sin que esto suponga ninguna intromisión de ninguna potestad dentro del Estado”.
La señorita María Luisa Rodríguez Aísa, en su gran obra “El Cardenal Gomá y la guerra de España” (2) menciona este asunto y dice: “Que estas palabras del General Franco produjeron gran efecto, lo constataba el Primado al informar a la Santa Sede que al día siguiente de ser pronunciadas tuvieran que ser aclaradas por los mismos ayudantes de Franco, y que, ante las numerosas cartas y misivas de protesta, el mismo Generalísimo saliera al paso del sentido que había querido darles”.
¿Cómo reaccionaron los carlistas ante este hecho?
Continúa María Luisa Rodríguez Aísa: “Testimonio claro de este estado de ánimo lo constituye la carta que la Junta Carlista de Guerra envió al propio Franco el 7 de octubre, pidiendo aclaraciones y formulando una enérgica protesta” (págs. 58 y 59). En la pág. 382 de su obra citada, la señorita María Luisa Rodríguez Aísa reproduce íntegramente esta carta de la Junta Nacional Carlista de Guerra, que dice así:
“Burgos, 7 de octubre 1936.
Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde.
Nuestro respetable y querido General:
La Junta Nacional Carlista de Guerra, en nombre de la Comunión Tradicionalista y en representación de los Requetés que luchan a sus órdenes en todos los frentes, ha expresado antes a V.E. y reitera ahora sus adhesión con motivo de sus elevación a la Jefatura del Gobierno del Estado, que con la asistencia nacional asume en este período el Ejército unido y pide a Dios le dé en sus cometido el máximo acierto.
Pero al mismo tiempo es inexcusable para nosotros llamar su atención sobre la declaración de V.E. radiada por Radio Castilla en primero del corriente mes, en la que junto a conceptos que merecen nuestra más entusiasta aprobación, como los dirigidos a desahuciar el sufragio inorgánico y a repudiar las relaciones con los Soviets, hay algún otro como el relativo a la aconfesionalidad del Estado, que como españoles y católicos, no está en nuestra mano pasar en silencio.
Alejamos todo recelo sobre la intención de V.E., a quien sabemos católico acendrado; pero considerando la repercusión natural de sus palabras y recogiendo las manifestaciones que sobre las mismas llegan a nosotros de todas partes, no tenemos más remedio que oponer a ellas nuestra respetuosa pero también franca y leal disconformidad.
Sin entrar a examinar el aspecto doctrinal de la cuestión, basta tener presente la realidad viva y dramática que tenemos delante para ver que si hay algo que dé tono, sentido y unidad a las múltiples manifestaciones de este levantamiento español es la confesión constante de nuestra común Fe católica presente en todo: en las insignias, en los detentes, en las plegarias, en las invocaciones y hasta en las esquelas mortuorias. Un Estado que aspire a ser consecuencia lógica de este movimiento y a reflejar sus características no puede desconocer todo esto, colocándose en la actitud inhibitoria a que no llegó el último Estado liberal y parlamentario de la Monarquía.
Nuestros Requetés, como casi todos los voluntarios y soldados de España, están muriendo por una recuperación espiritual que no puede quedar reducida a una posición intermedia y estéril. El mismo Estado nuevo, si ha de ser especialmente antimarxista y por tanto antimaterialista, no podrá prescindir del contenido espiritual, que sólo la Fe Católica, y más entre nosotros, puede darle.
No es bastante el propósito de concordar con la Iglesia. Sabe muy bien V.E. que los Concordatos son hijos de situaciones especiales y siempre imperfectos en que aquélla se puede encontrar en los distintos países, y sobre todo, que la independencia y la dignidad del Estado, como sociedad perfecta, no estriban en concesiones al laicismo que, como la de la aconfesionalidad oficial, vacían de espíritu toda la vida pública y rompen la base moral de los pueblos, sino en prevenirse contra una determinada política, que se manifiesta a veces tomando pie de aquellos acuerdos, y en reivindicar vigorosamente la magnifica tradición española, sanamente libre y profundamente católica, en las relaciones de este orden.
Finalmente nosotros estamos seguros de que V.E., con más motivo que nadie, reconoce la especial providencia y protección con que Dios nos ha asistido en esta empresa sin precedentes, cuyos episodios diversos están clamando por una interpretación sobrenatural, y de que estimará, como todos, que la mayor prueba de nuestro agradecimiento consistirá en que, en todo y por todo, en el Estado como en los hogares y las conciencias, confesemos su Santo Nombre.
En la firme confianza de que aquellos conceptos no supondrán en la dirección del Estado un rumbo distinto a las convicciones unánimes del país, quedamos de V.E. affmos. ss. ss.
q.e.s.m.
La Junta Nacional Carlista de Guerra”.
La importancia de esta carta y de este servicio de los carlistas a la Iglesia queda realzada por varias circunstancias, entre otras:
Porque “fue presentada a la Santa Sede en la documentación entregada por Gomá en Roma en el mes de diciembre” (3).
Porque fue enviada cuando las consecuencias del Estado de Guerra se aplicaban de manera fulminante contra cualquier sospecha de indisciplina, aun civil.
Porque esas declaraciones del Generalísimo no fueron un lapsus, como se quiso hacer ver en su rectificación, sino expresión de una situación mucho más profunda, importante y peligrosa.
Porque “para contrarrestar esa afirmación, que reconocía podía haber hecho mal efecto, se dio la orden de volver a la instrucción religiosa en las escuelas”, según explicación dada por Don Nicolás Franco, hermano del Generalísimo (4).
Porque no hay noticias de protestas análogas por parte de ninguna otra entidad. Así, en la pág. 58 de la obra tantas veces citada hemos leído (vid. supra) que “ante las numerosas cartas y misivas de protesta, el mismo Generalísimo saliera al paso del sentido que había querido darles”. Como no se da noticia alguna de los autores de esas otras protestas, se puede pensar que eran particulares y no entidades, toda vez que, en la página 65, la misma autora se pregunta: “¿Fueron sólo los tradicionalistas los que influyeron en el ánimo de Franco, dado que era claro que la postura de la Falange era clara respecto a la separación? ¿Fue también la jerarquía u otros sectores del catolicismo español? ¿Cuál fue en este punto el papel de la Santa Sede?”. Es decir, que tan profunda conocedora del tema dirige sus conjeturas, descartada Falange, a autores no políticos.
(1) Ricardo de la Cierva: “Francisco Franco. Un siglo de España”, Editora Nacional, Madrid, 1972, vol. I, págs. 514, 515 y 523.
(2) Edición del Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1981.
(3) Op. cit., pág. 59
(4) Op. cit., pág. 60.
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