EL APÓSTOL DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS
Retrato del Beato D. Manuel González García, Obispo de Málaga.
BEATO MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA, OBISPO DE MÁLAGA.
Ayer el Maestro Gelimer traía a colación aquí mismo –en Libro de Horas- la conversión del judío alemán Hermann Cohen que, frente al Santísimo Sacramento del Altar, sintió la llamada de Jesús Sacramentado. El efecto de la Eucaristía mostró su poder ante ese hebreo que experimentó una “metanoia” (conversión). La lectura de ese artículo me ha servido para hacer unas consideraciones que vengo a añadir aquí.
Cuán ciegos y cuán insensibles somos ante la Eucaristía, pues hasta alguien que no era más que carne sin bautizar, como ese Cohen, pudo sentir la acción de la gracia… ¿Y nosotros…? ¿Tan duros de corazón somos que no sentimos cada vez que vemos alzar al sacerdote la Sagrada Hostia la presencia realísima y actualísima de Jesús mismo que se abaja a nosotros?
La primera vez que escuché el nombre de D. Manuel González García fue en una de aquellas entrañables conversaciones con D. Juan Montijano. Era sábado, después del Ángelus. Y recuerdo que, como todos los sábados, la casa estaba impregnada de un inolvidable olor a cocido que estaba haciéndose. Solía ir a esa hora a casa del anciano sacerdote, para nuestra tertulia sabatina. Y fue allí, ahora no recuerdo a razón de qué, que salió el nombre de este santo Obispo de Málaga, beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001. Muchos años faltaban para que este obispo fuese beatificado cuando D. Juan me refirió esta anécdota.
Pues Don Juan lo trató personalmente una vez, justo en los prolegómenos del desembarco de Alhucemas, pues para ese negocio embarcó D. Juan Montijano en Málaga con su Regimiento de Borbón n.º 17, en calidad de capellán castrense. Contó D. Juan que allí estaba D. Manuel González García, Obispo de Málaga. Y me contó D. Juan que D. Manuel lo viera a él, sacerdote-soldado, y se interesó por él, mandándole recado a través de otro capellán. D. Juan se sintió obligado a presentar sus respetos a Monseñor y contó que el Obispo lo saludó con mucho cariño y ordenó a su secretario: “Dele a D. Juan doscientas pesetas”. Acto seguido le dijo a mi difunto amigo: “Todo el tiempo que estés en Alhucemas aplica la Santa Misa a mi intención. Y creo que este estipendio te vendrá bien para tus gastillos en Alhucemas”.
D. Manuel ha pasado a ser conocido como “El Obispo del Sagrario Abandonado”. Cuentan que todo fue por una experiencia que tuvo siendo un joven sacerdote. En 1902, enviado a predicar una misión por el arzobispo de Sevilla a Palomares del Río, D. Manuel llegó a la localidad, sin ser recibido por ninguna autoridad. Fue a la iglesia y la encontró cochambrosa y solitaria. Se arrodilló ante el Sagrario abandonado y allí pensó… ¿cuántos Sagrarios estarán como este…? ¿Cuántos y cuántos serán los Sagrarios en que estará Jesús Sacramentado abandonado, solo y olvidado de todos? A partir de ahí, enfocó su apostolado a encender los corazones de los sacerdotes y, por extensión, de todos los fieles a una cosa: “poner entre estas dos palabras: Sagrario y abandono, la presencia más perenne de vuestros cuerpos y de vuestras almas, la compasión más sentida con los sentimientos del Corazón de Jesús Sacramentado, la imitación más fiel de su vida eucarística y la confianza más rendida en su amor misericordioso”.
El Beato D. Manuel González García era muy consciente de la realidad que denunciaba, la ofensa al Corazón de Jesús: “Otras ofensas son quizás más ruidosas, visibles, escandalosas, alarmantes; ésta, sin manifestaciones hostiles, sin ataques positivos, sin organizaciones pensadas, sin odios sistemáticos, pone en el Corazón de Jesús todo lo aflictivo de aquéllas, quitando el bien del desagravio o alejando la esperanza del remedio”.
Ayer, cuando leía la reivindicación que el Maestro Gelimer hacía de la Adoración Nocturna, no quise dejar pasar la ocasión de recordar con gratitud a este santo varón apostólico, a este Obispo que ardía por amor de Cristo en el Sagrario.
Que Dios nos encienda el corazón tibio y frígido que tenemos, para que nuestra adoración al único Dios Uno y Trino sea continua: frente a Él en el Sagrario y frente a Él, también cuando estemos lejos del Sagrario, pues siempre podemos pensar en el más próximo que tengamos, como se piensa en la casa del más fidelísimo y más excelente de los amigos todos.
M. Fernández Espinosa
NOTA: Los pasajes textuales de D. Manuel González García, puestos en cursiva y negrita, están extraídos de su libro "El abandono de los Sagrarios acompañados", Editorial Egda, Madrid, 1985.
Publicado por Maestro Gelimer
http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/
Marcadores