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Tema: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

  1. #1
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    Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.


    En la sierra del Segura se mantiene el recuerdo de descendientes de moriscos que practicaban costumbres musulmanas Juan López González se postraba de rodillas mirando al este y tocaba repetidamente con la frente en el suelo. Al sol le llamaba a veces Mahoma. A menudo recitaba unas salmodias incomprensibles con un libro viejísimo en las manos, con tapas negras de madera, que escondía dentro de una talega en una viga. En Semana Santa, cuando por el pueblo desfilaban procesiones, él no probaba ningún alimento mientras hubiese luz natural. Esos días, colocaba un plato vuelto del revés en el umbral de la puerta de su cortijo: Un día que un vecino le preguntó porqué lo hacía, respondió ruborizado que era para que el plato se secase. “Es que estaba muerto de miedo, siempre se escondía y me pedía a mí que no contase nada de lo que le veía hacer -explica hoy su hija Venerada-; él y su hermano salían a rezar al campo, para que nadie les viese”. Antes de comer, inclinaba la cabeza y susurraba una salmodia en la que repetía mucho Alá. Tenía expresiones propias: decía arua jimena (ven aquí) jarria (mierda), quém (perro)… “Es nuestra tradición -me contaba-pero eso no debes decirlo fuera de casa”.

    Juan López murió en 1986, cuando Vene, así la llama todo el mundo-contaba 31 años. Ella se fue entonces a trabajar a Francia. En su pueblo, Riópar, inmerso en la Sierra del Segura, se pasaban tiempos de estrechez. La mujer se llevó una sorpresa mayúscula en su lugar de trabajo cuando oyó que un compañero marroquí le decía arua jimena, como su padre. El marroquí le enseñó un Corán y Vene lo asoció inmediatamente con el librote que su padre bajaba con una pértiga de la viga. Llena de curiosidad, buscó el texto en español y comprobó que allí se citaban las uríes, otra palabra de su padre. Vene duda de que su progenitor entendiese gran cosa: “Se ponía las gafas y lo abría, pero yo le preguntaba cosas de él .y no sabía responderlas”.

    Vene vive hoy en el cortijo de su padre, llamado Martínez Campos porque, dicen, fue del general. Su progenitor había nacido en él. El padre de él era de Bogarra, un lugar vecino. Su bisabuelo procedía de Las Casicas del Segura, otra aldea cercana. A pesar de éste pedigrí, su padre y su abuelo decían siempre que la familia era “de Granada”, Y cuando precisaban más, de las Alpujarras y de Motril. Sin embargo se trataba de una especie de me memoria ancestral, porque no había constancia de qué antepasados se habían trasladado hasta la Sierra del Segura. Esa memoria también había transportado a través de los siglos el recuerdo de Abén Humeya, “que era nuestro rey, un santo varón, un gran hombre”, en palabras del padre.

    Juan López fue quizás el último, pe¬o no el único. Aurelio Amores, que nació en 1918, recuerda que en su juventud los más mayores de Riópar Viejo (el núcleo original del pueblo), donde él vivía, “adoraban al sol” al amanecer. “Se asomaban a los riscos de levante y se hincaban de rodillas y hacían reverencias”, asegura. “No eran pocos; había, al menos, una docena”, y repetían jati mali. Aurelio tiene bien claro porqué los viejos ejecutaban este ritual: “Era su religión, adoraban al sol como nosotros lo hacemos con Jesucristo”. En ningún momento se le ocurre vincular estos actos con el Islam, del que él no tiene noticias. Dos generaciones anteriores a la suya estas prácticas estaban generalizadas en su vallé. “Mis abuelos me contaban que cuando ellos eran jóvenes había muchos viejos que se postraban mirando al levante varias veces al día”, explica.

    Riópar está situado en el sur de la provincia de Albacete, tocando a la de Jaén, en un valle cerrado al que sólo puede accederse a través de tres puertos situados entre los 1.100 y los 1.400 metros de altitud, nevados en invierno: “Hasta hace muy poco esto estaba perdido de la mano de Dios”, explica Juan Valero Valdelvira, un empresario de 50 años que tiene una empresa de producción de maderas nobles. “Cuando yo era pequeño aún no había carreteras y la población vivía en cortijos diseminados por el monte; está claro qué aquí no llegó la inquisición y en el momento de la expulsión en 1609 los musulmanes nativos no fueron molestados”.

    El padre de Juan Valero era matarife y él le acompañaba por los cortijos de la sierra a hacer su trabajo. “Estuviera donde estuviera la casa siempre situaban la mesa de la matanza encarada al este, con una desviación de cinco grados hacia el sur, exactamente la dirección de La Meca. Yo me di cuenta de eso hace diez años y pregunté a diferentes cortijeros porqué ponían la mesa en esa posición. La respuesta invariable era que siempre había puesto así”.Valero cuenta que las costumbres de su abuelo eran de musulmán, por su austeridad, por su visión de la vida…aunque él mismo no lo sabía. El le llamaba “hermano”, un apelativo que se daba a la gente mayor y respetada, como se hace en árabe. Su abuelo que no se movió nunca del pueblo hablaba siempre con nostalgia de Granada e indicaba el camino por el que se va a la vieja capital nazarí. Él todavía celebraba la vieja costumbre moruna de dar de comer a los animales lo mismo que a las personas un día al año, y para matar una bestia pedía permiso a las alturas. Pensaba, como hoy todos los viejos del valle, que una mujer no puede subir a un árbol cuando menstrúa, porque éste se secará según anuncia el Corán.

    Indumentarias características

    En las familias de tradición musulmana aún hay recuerdos de la indumentaria característica. Vene había oído en casa que el abuelo de su albuelo llevaba siempre “una bata” encima de los pantalones y la camisa, “una chilaba”. Su abuelo le contaba que iba a trabajar al campo con ella. El último de Riópar en llevar bata fue el llamado tío Sayas por su atuendo. Murió en 1971 y su recuerdo sigue muy vivo. “Dicen que llevaba la saya porque tenia incontinencia urinaria, pero es obvio que él no 1a había improvisado”; comenta Juan Valero. Su propio bisabuelo llevaba un pañuelo envuelto en la cabeza; “al estilo morisco”.

    La madre de Juan Valero, Aurora Valdelvira, todavía sabe anudar el pañuelo de esa manera y tiene recuerdos también de una persona que se arrodillaba y hacía reverencias: “Yo veía hacer eso a un labrador, Lorenzo Castillo Peinado, hará unos sesenta años. Dejaba el tiro del arado a un lado y se agachaba y se levantaba en dirección al Collado de la Rambla, -la dirección de La Meca-. ¿Qué hace éste?, me preguntaba yo”.

    Aurora coincide con su hijo en que su suegro “tenía muchas cosas de moro”. Recuerda su petición de mano y su boda, en que los padres del novio adornaron caballerías con colchas de cama y fueron hasta su cortijo, donde se hizo una fiesta con vino azucarado y dulces. A ella le pusieron un delantal y todos le tiraban dinero en él. Cuando murió la hermana de su padre la amortajaron de blanco y le pusieron un ramo de flores en las manos, y la velaron durante toda la noche. Juan Valero explica que casi todas estas costumbres y muchas otras de Riópar se ven reflejadas en el libro de Gerald Brenan “Al sur de Granada”. El escritor inglés vivió en la década de 1920 en un pueblo de Las Alpujarras, Yegen, y describió el carácter y las costumbres de sus gentes.

    La cocina es otro elemento muy particular en las familias tradicionales de Riópar. El padre de Vene preparaba cuscus (”él lo llamaba así”), con cordero, patatas, garbanzos Y harina tostada, con un sofrito de cebolla, tomate y perejil. Pero lo que más recuerda son las almujábenas, unos dulces que se hacen en distintos lugares, que su padre enseñó a preparar a su madre -que no compartía sus tradiciones- y que se comían durante la Semana Santa, con harina, huevos, agua y azúcar. Aurora Valdelvira prepara, por su parte, nuégadas, unas bolas he¬chas con nuez y azúcar tostado.
    El padre, cuyo oficio era resinero de monte y apenas salió de Riópar, decía a Vene que los árabes gustaban mucho de los dulces y que los hacían con miel. Luego de muchos años, ella ha vuelto a preparar almujábenas y otra repostería de la que se hacía en su casa, y ha empezado a servirla a sus huéspedes, porque, tiene habitaciones, de turismo rural.

    Cuando Juan López y su hermano ayunaban por Semana Santa, hacían un preparado con harina, que comían antes del amanecer y al anochecer, pero Vene no sabe exactamente qué era. En esos días no fumaban ni tomaban vino. Su padre también comía cerdo aunque a menudo comentaba que no debería hacerlo: Juan Valero explica que el cerdo es fundamental en la alimentación del valle “pero le añaden tantas especias y lo hacen hervir tanto que su sabor queda totalmente desfigurado; el embutido se conserva en aceite de oliva o se mezcla con arroz y piñones”. El padre de Juan mataba cerdos, pero en su casa jamás se probó una morcilla; ése embutido era tabú. Vene explica que una tarta hecha con manteca de cerdo tradicional en Riópar en su casa se hacía siempre con manteca de vaca.“Mahoma debe estar radiante”Vene tuvo que hacer la comunión como todas los niños del pueblo y su padre se llevó un disgusto; “él jamás entraba en la iglesia”. “Mi madre insistió en que la hiciera porque `”si no, nos iban a señalar”, pero yo fui la única que no fue a la catequesis”. Con el matrimonio, muerto ya Franco, ya no tuvieron reparos. “Yo no me casé por Iglesia: mi padre no quería”, explica. Aunque sí tuvo una pequeña ceremonia casera: Su progenitor hizo unas señas con la mano delante de ella y le dijo: “Salte de la casa y echa el pie derecho hacia delante, y ya serás para él el resto de la vida”. Antes le había a advertido: “No te has de casar un día de lluvia o nublado, tiene que estar el cielo claro; Mahoma debe estar radiante”.

    Juan López explicaba a su hija que su identidad era postiza. “Nosotros venimos de la raza de los Caravavantes y de los Navalón; perdimos el nombre y nos pusieron otro”. En este sentido, Juan Valero tiene muy claro de dónde vienen muchos de los apellidos del valle y la trayectoria que han seguido. “Mi segundo apellido, Valdelvira, es bab elvira (puerta bella) -es famosa la de Granada-, y los que se llamaban así jamás fueron bautizados, lo mismo que los Banegas a los Alarcón, es decir, nunca hicieron la conversión oficial al cristianismo, y eso se sabe en las familias”. En Riópar se han conservado también algunos términos árabes particulares –Valero ha recogido más de 200- como aljuma (hoja de pino) y estar en fárfaras (sin vigor).

    Un tonillo característico

    El pueblo murciano de Albudeite es quizás el único lugar del antiguo Al Andalus donde hapermanecido el acento propio de los árabes. Sus habitantes conservan una cantinela peculiar que llaman tonillo y, además, no usan el pretérito indefinido (no dicen, por ejemplo, “he estado ”sino “estuve”), un tiempo verbal inexistente en la lengua árabe de sus antepasados. El alcalde la población, Joaquín Martínez, explica que en la tradición local se ha conservado que “vienen de moros” y, por supuesto, en los pueblos vecinos se han encargadote recordárselo con motes y chirigotas, en los cuales siempre figura el mismo gentilicio: moro. La memoria popular vino a confirmarse cunado el historiador Juan González Castaño dio con un documento que probaba que Albudeite fue respetado en la expulsión general de los moriscos. “No se sabe por qué razón, pero la cuestión es que aquí se quedó el pueblo entero”, explica el estudioso, que especifica que esto no sucedió en ningún otro lugar de la Península.

    Murcia fue el último lugar en expulsar a sus moriscos. La conquista se había producido en 1.252 y los descendientes de musulmanes estaban muy asimilados. Ello hizo que desde los estamentos del reino se mandaran súplicas a Felipe II para que les permitiera quedarse, porque la mayoría eran católicos practicantes y tenían buena vecindad con los llamados cristianos viejos. Por esta razón, la expulsión general de 1.609 y 1.610 los respetó, pero el rey, presionado por una parte de los intransigentes del Consejo Real y, de otra, por los defensores de los moriscos, mandó en 1.612 a un dominico (la orden de la Inquisición), Juan de Pereda, para que informara sobre la conducta de los descendientes de musulmanes. El fraile recorrió durante dos meses muchos de los pueblos donde había mudéjares y entrevistó a centenares de personas. Comenzó en el Valle de Ricote (1), poblado casi enteramente por antiguos musulmanes (Cervantes llama, justamente, Ricote al morisco que aparece en el Quijote), y siguió el curso del Segura hasta Murcia. El dominico contabiliza que en Albudeite había 312 mudéjares y sólo seis cristianos viejos. El fraile señala tonillo en los habitantes de Priego –“donde hay 935 mudéjares y 59 cristianos viejos”-, Fortuna –“684 mudéjares y 54 cristianos viejos”-; “en este lugar se conoce algo más el tonillo de moriscos y también retienen el modo de llorar a los muertos” (otro signo musulmán) y en el Valle de Ricote encuentra el tonillo en todos los pueblos. Concretamente en Ricote y en Ojós “dicese desta gente que tienen más tonillo que otros y que en el comer tocino se excusan más que en otras partes”. A pesar de estas reminiscencias, el dominico concluyó que “a mi parecer hay bastantisimo testimonio para darlos por buenos cristianos y fieles vasallos de Su Majestad”. Con todo, los moriscos murcianos fueron expulsados a principios de 1.614. Juan González Castaño, que ha publicado el informe de Juan de Pereda explica que “muchos se quedaron camuflados; otros, protegidos por señores y convecinos; otros profesando en conventos deprisa y corriendo…y otros volvieron al cabo del tiempo y reclamaron sus tierras y demás posesiones”. Una mayoría se refugió en el reino de Valencia y luego regresaron a Murcia, donde un informe de agosto de 1.615 explicaba que “hay tantos que parece que no se ha hecho la expulsión”. Esto fue general en todos los reinos peninsulares, donde, sumados a los convertidos de antiguo, se quedaron muchos más de los que se fueron.En lugares como las Alpujarras, Gerald Brenan constató que a principios del siglo XX conservaban muchas de sus viejas tradiciones.
    “La verdadera fe es incolora, por decirlo así, como el aire y el agua; medio transparente a través del cual el alma ve a Cristo. Nuestros ojos no ven el aire y de la misma manera nuestra alma no se detiene a contemplar su propia fe. Cuando, por consiguiente, los hombres toman esta fe como si dijéramos en las manos, la inspeccionan curiosamente, la analizan, se absorben en ella, se ven forzados a materializarla, a darle color para que pueda ser tocada y vista. En otros términos, sustituyen a ella, colocan sobre ella, cierto sentimiento, cierta impresión, cierta idea, cierta convicción, algo en fin en que la atención pueda prenderse. Cristo les interesa menos que lo que llaman ellos sus experiencias. Los vemos trabajando para seguir en sí mismos los signos de la conversión, la variación de sus sentimientos aspiraciones y deseos: los vemos ponerse a conversar con los demás sobre todo esto. ”. John Henry Newman

  2. #2
    Avatar de Villores
    Villores está desconectado Miembro graduado
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Riópar es parte de la provincia de Albacete (nadie se siente andaluz lo más mínimo) y un paraje que conozco bastante bien, antítesis del desierto donde nació el fanatismo del falso profeta Mahoma y en donde jamás se han pronunciado las palabritas de marras. Y aparte como reconoce el artículo es uno de los lugares de la provincia donde más importancia siguen teniendo las matanzas. ¡Menuda invención y menudas gilipolleces para retrasados!

  3. #3
    Avatar de Aquilífero
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    En Riopar se puede visitar entre otras cosas el nacimiento del río Mundo, un espectáculo de la naturaleza digno de ser contemplado. Por otra parte se encuentra muy cerca el Santuario de Nuestra Señora de Cortes, en Alcaraz, nombre que da a las estribaciones de la Sierra de Segura por la parte de Albacete, quedando así configurada por las seranías de Acaraz, Cazorla, Las Villas y Segura.
    Es cierto lo aíslado del lugar de Riopar y lo difícil de su accesibilidad (hasta la llegada de la plaga del trurimo invasor) pero no más incaccesible que otras cortijadas de la zona de Jaén, como Arroyo Frío, Coto Ríos, Benatae, y tantos otros.
    La posibilidad de coexistir tradiciones islámicas en esas comunidades rurales de origen islámico de forma inalterable en el tiempo desde su expulsión hasta el presente me parece un poco extraño. No dudo de algunas prácticas (como la elaboraciónd e dulces con miel y almendra, muy del gusto árabe) pero dudo que los párrocos del siglo XVII, XVIII y XIX permitiesen esas costumbres así como así a toda la gente que se menciona el estudio de Cristabel, (digamos un 25% del total de la ladea). En una aldea rural donde todos se conocen es dificilísimo guardar secretos, y menos de esa naturaleza.
    La existencia de apellidos moros en los nombres de determinados grupos de personas, no es óbice para pensar que sólo por esllo son necesariamente criptomusulmanes.
    Conócete, acéptate, supérate.
    (San Agustín)

  4. #4
    Avatar de Juan del Águila
    Juan del Águila está desconectado Jainko-Sorterri-Foruak-Errege
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Cita Iniciado por Villores Ver mensaje
    Riópar es parte de la provincia de Albacete (nadie se siente andaluz lo más mínimo) y un paraje que conozco bastante bien, antítesis del desierto donde nació el fanatismo del falso profeta Mahoma y en donde jamás se han pronunciado las palabritas de marras. Y aparte como reconoce el artículo es uno de los lugares de la provincia donde más importancia siguen teniendo las matanzas. ¡Menuda invención y menudas gilipolleces para retrasados!
    Después de leer el artículo me resulta evidente que es una pura invención, pura literatura. Está tan lleno de errores y contradicciones que podría ponerme a soltar aquí una parrada, pero no merece la pena. Lo que debemos tener siempre bien presente es el desparpajo y el atrevimiento que muestran todos estos movimientos a la hora de fabricar su propaganda. Dados su materialismo y su voluntarismo extremos, y que lógicamente para ellos lo único que existe es esta vida (y tampoco se sienten responsables de las consecuencias a largo plazo de sus mentiras), no tienen el menor empacho en fabricar lo que les haga falta. Lo único que cuenta es hacer avanzar la causa que suscriban en cada momento, que con su supuesta importancia los justifica para inventar, mentir y, llegado el caso, asesinar, en aras a conseguir que finalmente triunfe.

    "La mentira es un arma revolucionaria"

    "Contra los cuerpos, la violencia, contra las almas, la mentira"

    "La verdad es un prejuicio burgues"

    Lenin

    ¿Como actuar? Contratacar fuerte, rápida y repetidamente. Para empezar este hilo debería tener el mismo título que el artículo original o uno que le hiciese aparecer antes en las listas de resultados de los buscadores. Y al igual que ellos repiten una y otra vez los mismos artículos porque sólo la repetición permite llegar a la mayor cantidad de gente y fijar una idea, las refutaciones han de ser repetidas una y otra vez y desempolvadas cada cierto tiempo. Exactamente como hacen ellos, que rutinariamente rescatan artículos de años o décadas atrás o que tocan ciertos temas obsesivamente de forma cíclica. Son las bases de la propaganda (junto con la elección del lenguaje). Así funciona.

  5. #5
    Avatar de Ordóñez
    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Sencillamente, cuando leo estas tonterías, siempre llego a las mismas conclusiones:

    - Son gente que no conocen nada del islam en particular y del mundo árabe en general.

    - Son gente que han folklorizado a lo nacionalista la historia de los moriscos, historia que apenas conocen y que cada vez es más deformada con tópicos modernos traídos de la Revolución ( Véase Rousseau ).

    - Son gente que en su vida apenas han tratado con moros, y que de hecho, en el fondo las posturas de los moros de verdad le parecen repugnantes.


    Al final, se sacan conclusiones como que los gauchos son el transplante morisco a América, porque se ponían un pañuelo en la cabeza y hacían poesía en el campo. Ridículo.

    Vuelvo a recomendar las obras sobre Al Andalus y etc. de Serafín Fanjul.

  6. #6
    tautalo está desconectado Uno más... que no se rinde
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Creo que lo que nos presenta Christabel es el producto de una ficción interesada: la de los neo-musulmanes que tratan de legitimar una situación ilícita: hacernos pensar que se mantuvieron en España cuando estaban expulsados.

    Por la misma regla de tres -por lo que ellos hacen- yo diría que mi abuelo era vasco, pues una vez lo vi con un hacha -como los aizkolari. Otra vez lo vi llevando una piedra muy grande. Y en otra ocasión, fue a Begoña y se trajo un Lauburu a casa... Qué pensaríamos?

    Con las costumbres y la etnología se puede hacer lo que a uno le dé la gana. Imaginación, nombres imaginarios y usos imaginarios interpretados con interés.

    Gracias, Christabel. Esta página habrá que seguirla, para saber los abusos que cometen los enemigos de España.


  7. #7
    Avatar de Ordóñez
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    Tautalo, y yo por eso tuve un abuelo criptoportugués, porque se empeñaba sin venir a cuento en que todos fuéramos a visitar Portugal, porque hablaba siempre muy bien de allí, porque le encantaba el idioma y lo hablaba con sus amigos de allí siempre que podía, iba allí también cada vez que pillaba la ocasión; porque aquel gran hombre al que tanto añoro era más educado de lo normal ( Como los portugueses ), casi nunca subía su tono de voz, era genialmente cortés y tierno y tenía algo de expresión tristona en los ojos. Y yo, como soy melancólico y tristón, y me encanta desde enano el fado, y sin saberlo, siempre he sentido una atracción irrefrenable a todo aquello que tiene aroma a luso, pues entro en la onda. Y de hecho, los hermanos portugueses, al leer algunas de mis poesías, me preguntan que si tengo sangre portuguesa. Y es que encima nunca me siento extraño allí.
    Última edición por Ordóñez; 16/05/2009 a las 13:04

  8. #8
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    Y hay otra cosa que también me llama la atención en todo este infantilismo antiandaluz:

    Siempre se relaciona a gitanos y moriscos como " grupos afines " y sobre todo, cuando se lee algún rebuznido de estos idiotas, parecen enorgullecerse de que ( Muy supuestamente, porque ni mucho menos es tan así ) hayan contribuido tanto al lenguaje del hampa. La teoría del " buen salvaje " acaba convirtiendo a estos progres en racistoides baratos y en simplificadores ridículos: En primer lugar, porque automáticamente reducen al lumpen/marginalidad a todos ellos, y en segundo, en el caso de que eso fuera así ( Que nunca lo fue ), ¿ desde cuándo las " minorías problemáticas " se han llevado bien entre ellas ? ¿ Acaso se han llevado bien los mafiosos italianos, rusos, judíos, negros, irlandeses, chinos, etc. en Yanquilandia ? ¿ Se llevan bien los grupos hampones autóctonos, hindúes y jamaicanos en Inglaterra ? ¿ Se llevan bien los latin kings y los ñetas, o la mafia albanesa y la rusa aquí ? Lo dicho: Planteamientos infantiles, perjudiciales hasta para su nefasta ideología, y proclamados por quien no tiene ni pajolera idea de lo que habla.

  9. #9
    Avatar de Ordóñez
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    " ¿ ERAN ESPAÑOLES LOS MORISCOS ? EL MITO DE AL ANDALUS ", POR SERAFÍN FANJUL



    * Catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid


    Calificar de mito a una idea-fuerza cuya andadura y capacidad de arrastre cuenta más de siglo y medio entraña varios riesgos. El primero, desde luego, reside en la dificultad de abrir brecha en la sedimentada muralla de tópicos acumulados en el remanso de quietud y ausencia de críticas. Y como tal embalse no carece de dueños y beneficiarios, la menor mella que se le inflija suscita respuestas airadas, ofendidos sentimientos y ninguna intención de matizar o revisar. Y de autocríticas ni hablemos. Pero digámoslo en pocas palabras: la imagen edulcorada de un al-Andalus idílico (se suele apostillar frecuentemente con la palabra paraíso; y, en árabe, al-firdawsal-mafqud, el paraíso perdido), donde convivían en estado de gracia perenne los fieles de las tres culturas y las tres religiones, es insostenible e inencontrable, apenas comenzamos a leer los textos originales escritos por los protagonistas en esos siglos. No fue peor ni mejor -en cuanto a categoría moral, que sería la base sobre la cual levantar todo el edificio- que el resto del mundo musulmán coetáneo o que la Europa de entonces. Disfrutó de etapas brillantes en algunas artes, en arquitectura o en asimilación de ciertas técnicas y supo transmitir -y no es poco- el legado helenístico recibido de los grandes centros culturales de Oriente (Nisapur, Bagdad, El Cairo, Rayy, etc…). Y fue, antes que nada, un país islámico, con todas las consecuencias que en la época eso significaba. Pero su carácter periférico, mientras existió, constituía una dificultad insalvable para ser tomado como eje de nada por los muslimes del tiempo. Bien es verdad que, una vez desaparecido, se convirtió en ese paraíso perdido más arriba señalado, fuente perpetua y lacrimógena de nostalgias y viajes imaginarios por la nada, de escasa o nula relación con la España real que, desde la Edad Media, se había ido construyendo en pugna constante contra el islam peninsular. Una lucha de supervivencia por ambas partes, con dos fuerzas antagónicas y mutuamente excluyentes, en oposición radical y absoluta y animadas las dos por sendas religiones universales cuyo designio era abarcar a la Humanidad por entero.


    Es preciso decirlo con crudeza: si había al-Andalus, no habría España; y viceversa, como sucedió al imponerse la sociedad cristiana y la cultura neolatina. Pero si decidimos retomar la lira y reiniciar los cantos a la tolerancia, a la exquisita sensualidad de los surtidores del Generalife y a la gran libertad que disfrutaban las mujeres cordobesas en el siglo XI, fuerza será que acudamos también a los hechos históricos conocidos que, no siempre, son tan felices: aplastamiento social y persecuciones intermitentes de cristianos, fugas masivas de éstos hacia el norte (hasta el siglo XII), conversiones colectivas forzadas, deportaciones en masa a Marruecos (ya en tiempos almohades), pogromos antijudíos (v.g., en Granada, 1066), martirio continuado de misioneros cristianos mientras se construían las bellísimas salas de la Alhambra… Porque la historia es toda y del balance general de aquellos sucesos brutales (de su totalidad) debemos extraer las conclusiones oportunas. Al recordar esa mínima antología del reverso de la moneda no estamos condenando a al-Andalus ni estableciendo juicio moral alguno -todos actuaban de la misma manera-, simplemente intentamos equilibrar la panorámica y despojarla de exotismo y de reacciones viscerales en uno u otro sentido,aunque, de modo inevitable, podamos preguntarnos muy fríamente si el retorno a la civilización europea grecolatina fue beneficioso, o no, para la Península Ibérica; si habríamos debido aplastar y ocultar -como se hace en el norte de África- el brillantísimo pasado romano; o si nos hubiera acaecido algo de cuanto de bueno se hizo en todos los aspectos desde 1492. Y también, en otro orden de cosas -muy, muy hispanas-, si tiene una lógica mínima que gentes apellidadas López, Martínez o Gómez, de fenotipo similar al de santanderinos o asturianos que no conocen más lengua que la española, anden proclamando que su verdadera cultura es la árabe. Si no fuera patético sería chistoso.


    Antes de entrar en el fondo del asunto, debemos abordar una cuestión terminológica previa nada desdeñable. Me refiero a los equívocos de contenido creados y fomentados fuera de España en el uso de ciertas palabras a través de otras lenguas, en especial del francés. Lo que en este idioma se designa como “andalous” en español lo expresamos con dos términos netamente diferenciados: “andaluz” (habitante o perteneciente a la actual Andalucía) y “andalusí” (relativo a al-Andalus) que, a veces, matizamos diciendo “hispanoárabe”, “hispanomusulmán”, etc. O, de manera más genérica y popular, con la voz “moro”, que hasta el siglo XIX significaba sólo “musulmán” y “habitante del norte de África”, sin connotación peyorativa ninguna. Pero el éxito de andalous en escritores e historiadores franceses (nuestro puente hacia la Europa del siglo XIX) ha contribuido en gran medida a difundir un concepto sumamente erróneo: la existencia de una continuidad racial, social, cultural y anímica entre los andalusíes y los andaluces. De ahí ha derivado la confusión entre Andalucía y al-Andalus, que incluso los políticos andalucistas radicales manejan en la actualidad como si respondiera a una realidad tangible. Pero las objeciones a tal pretensión son dos y decisivas. La primera es que, en árabe, al-Andalus no significa “Andalucía” sino la Hispania islámica, fuera cual fuera su extensión (con la frontera en el Duero, siglo X, o en Algeciras, siglo XIV). La segunda, tan importante como la anterior, consiste en que la noción de Andalucía surge con la conquista cristiana del Valle del Guadalquivir en el siglo XIII y no aparece en los términos territoriales con que la conocemos hasta 1833 cuando la división regional y provincial de Javier de Burgos, todavía vigente, incorpora un territorio netamente diferenciado hasta entonces, el reino de Granada (Málaga, Almería, Granada y parte de Jaén) a Andalucía para formar una unidad administrativa mayor. De ahí el absurdo de imaginar una patria andaluza cuya identidad se pierde en la noche de los tiempos, con Argantonio bailando flamenco y Abderrahmán (cualquiera de ellos) deleitándose con el espíritu de los futuros versos de García Lorca. Una mera medida administrativa ha generado un concepto identitario. Pero Andalucía era una cosa y el reino de Granada, otra, como lo prueba, hasta la saciedad y el aburrimiento, toda la documentación existente (burocrática, histórica, literaria o de viajeros foráneos).


    En esta misma línea actúa el empleo de los términos “España” y “españoles” para denominar a al-Andalus y los andalusíes. Es una pésima traducción cargadísima de ideología, pese a no ser esa la intención de sus creadores y difusores primeros. Dozy, Lévi-Provençal, así como algunos historiadores y arabistas españoles del XIX, en el muy loable intento de acercar y hacer más próxima -y digerible- la historia y sociedad de al-Andalus, de cara a sus contemporáneos, se aplicaron a utilizar la palabra “España” (por al-Andalus), cuando representa un concepto político, social y cultural no sólo diferenciado de al-Andalus sino en abierta oposición con el mismo. Y cuya vigencia palpable y sólida arranca del siglo XV. Expresiones como “los moros españoles”, “los árabes españoles” o, simplemente, “los españoles” (sin adjetivar y referido a musulmanes de al-Andalus) menudean en textos de historiadores incluso recientes (P. Guichard, R. Arié, B. Vincent). No se trata meramente de negar la condición de españoles (lo cual no es ni bueno ni malo) a los andalusíes, es que -y esto es lo principal- ellos no se consideraban tal cosa, a la que detestaban.


    Somos conscientes de la dificultad de contrarrestar ideas enquistadas en la imagen exterior de España, pero estimamos nuestra obligación hacerlo, por antipática que resulte la misión. Y es que el Mito de al-Andalus se basa en imágenes repetidas de forma mecánica más que en experiencias o realidades comprobadas y comprobables. Los viajeros y escritores románticos ingleses y franceses en la primera mitad del siglo XIX dejaron petrificada una imagen de España (y en especial de Andalucía, como la región más pintoresca) que ni siquiera en su tiempo era reflejo de una realidad global, sino ensamblada con los elementos más exóticos y chocantes para quienes, ávidos de rarezas, acudían a la Península. Elementos llamativos que demandaba su público lector. Nada de extraño tiene, pues, que Mérimée desdeñe toda la arquitectura del centro y norte de España por encontrarla “demasiado parecida a la suya y sin el verdadero carácter español”. Naturalmente, el verdadero es el que él decide. Nadie niega que hubiera bandoleros, gitanas y sombreros calañeses: por supuesto que los había y ellos los veían, pero también contemplaban a su alrededor otras realidades mucho más numerosas y presentes -y cuya existencia acababan reconociendo de mala gana y en poquito espacio- pero menos atractivas y excitantes, por reconocerse a sí mismos en ellas en una proporción excesivamente incómoda. Magia, misterio, tipismo verdadero… son los ejes de búsqueda de todo europeo que cruza los Pirineos hacia el sur, así Edmundo de Amicis (1872) refleja y reproduce bien el universo de tópicos establecidos por sus predecesores: “Todos los sombreros son de copa, y además bastones, cadenas, condecoraciones, agujas y cintas en el ojal a millares. Las señoras, al margen de ciertos días de fiesta, visten a la francesa. Los antiguos botines de raso, la peineta, los colores vivos, es decir, el traje nacional han desaparecido. ¡Qué mal queda el sombrero de copa por las calles de Córdoba! ¿Cómo podéis seguir la moda bajo este hermoso cuadro oriental? ¿Por qué no os vestís como los árabes? Pasaban petimetres, obreros, niños y yo los miraba a todos con gran curiosidad, esperando encontrar en ellos alguna de aquellas fantasiosas figuras que Doré nos representó como ejemplos del tipo andaluz: aquel moreno, con gruesos labios y grandes ojos. No vi a ninguno (…) ninguna diferencia con las mujeres francesas y con las nuestras; el antiguo traje típico andaluz ha desaparecido de la ciudad” (1).


    Claro que el que busca, encuentra y el mismo Amicis, aliviado y triunfal, concluye: “…por los barrios de la ciudad [Córdoba], en donde vi por primera vez a mujeres y a hombres de tipo verdaderamente andaluz, tal como yo me los había imaginado, con ojos, colores y actitudes árabes” (2). ¿Podrá sorprendernos que los escritores románticos españoles, seguidores fieles a la sazón de la moda francesa, encontraran -y con más motivo, porque sabían mejor dónde buscar- pervivencias árabes por todos los rincones? Tan bien asimilan el mecanismo, se imbuyen de tal modo de la fórmula, que cuando Pedro Antonio de Alarcón desembarca en Marruecos en 1860, va tan tranquilo afirmando que los auténticos moros son los de los libros y la verdadera realidad la de la imagen corriente (”Era un verdadero moro, esto es, un “moro de novela”) (3).


    Y tampoco ha de asombrarnos que algunos notables historiadores y arabistas franceses continúen apegados a la idea de la España pintoresca, tal vez por deformación profesional, o quizás por el peso de una corriente emotiva de historia ya larga. Aunque debamos reconocer que escritores españoles -historiadores ya no- les han seguido y les continúan siguiendo en el mantenimiento de esas imágenes del pasado que un análisis matizado y en detalle de cada caso nos muestra como insostenibles. Pero información aportando datos y visiones de los hechos perceptibles, insiste y agiganta con sus enormes medios la perduración de ideas erróneas o, al menos, deformadoras de la imagen al enseñar aspectos muy parciales del conjunto. Veamos un ejemplo significativo y de gran difusión: la revista Méditerranée Magazine, hace dos años, en un grueso folleto de propaganda turística dedicado a España ofrecía al final una pequeña lista bibliográfica de libros que se recomendaban a los futuros viajeros para que mejor puedan entender el país, la mentalidad, las motivaciones, etc… -empeño digno de aprecio—-pero las dudas comienzan al comprobar que de los catorce textos narrativos o descriptivos propuestos, diez son de escritores de los siglos XVIII-XIX (Gautier, Hugo, Mérimée, Dumas, Chateaubriand, Davillier, etc.) y en cuanto a las obras dedicadas al arte y cuya lectura se sugiere, todas están centradas en Andalucía, excepto una que se ocupa de Santiago. Creo que el ejemplo expresa bien la forma en que se realimenta una imagen determinada que, por otra parte, es la que el turista espera encontrar.

    En ese paisaje de tópicos, pintoresquismo a toda costa y tipismo comercial, el mito de al-Andalus no lo es todo, desde luego, pero representa una proporción considerable al estimarse dentro y fuera de España que el elemento moro, la vieja presencia musulmana, significa el factor menos europeo, más extraño y llamativo de toda nuestra historia y, en puridad, así es. O así fue, porque una cosa es hablar del pasado o estudiarlo y otra muy distinta verificar qué queda de esos tiempos y en qué medida está —o estuvo— vivo en nuestra sociedad. Y en ese sentido, sí podemos referirnos al Mito de al-Andalus. Se impone, pues, enunciar ya nuestra propia visión de al- Andalus, pero somos conscientes de que también podemos incurrir en el monopolio de la verdad, ofreciendo otra imagen no menos verdadera y auténtica de ese período de la historia de la Península Ibérica. Y este resquemor de abogado del diablo nos paraliza un tanto a la hora de enumerar, aunque resumido, todo un conjunto de hechos lo más objetivos posibles, en uno y otro sentido; y, sobre todo, en el momento de valorar, interpretar o someter a discusión las desmelenadas pretensiones mudejaristas de Américo Castro, coartada erudita principal de toda esa corriente. Razones de espacio nos obligan a centrar la atención en dos aspectos que estimamos cruciales: uno que afecta a la vida misma de al-Andalus (la cuestión de la tolerancia) y otro que concierne a lo sucedido desde el siglo XIII (la población). No nos detendremos en otros aspectos no menos importantes, como las pervivencias romanas y visigóticas que, con toda lógica, encontraron y en gran proporción utilizaron en su propio beneficio los conquistadores muslimes del siglo VIII. Me refiero, por ejemplo, al empleo en arquitectura del arco de herradura que tanto éxito alcanzaría más adelante; o a la subsistencia de los sistemas de comunicaciones (las famosas calzadas romanas), o a la organización administrativa, así como a la continuidad de técnicas agrícolas romanas que los invasores (nómadas pastores) prohijaron y han pasado a la Historia de divulgación como de origen hispanoárabe, aunque sea innegable la aportación de los moros hispanos precisamente en la asimilación y desarrollo de esas formas de trabajo en horticultura (tomadas de nabateos, caldeos, egipcios, sirios, persas o… romanos) y en la importación de ciertos cultivos (cítricos, por ejemplo). Sobre todo ello hay abundante bibliografía y no parece oportuno extenderse ahora. Cuando los arabistas españoles del siglo XIX comenzaron a ofrecer a su sociedad las primeras compilaciones históricas, traducciones y poemas resucitados de al-Andalus, sabían que el ambiente y el estado de ánimo de la población eran resueltamente contrarios a aquellos momentos históricos que ellos intentaban revivir. La narrativa romántica que había entrado por el mismo camino tenía una labor más llevadera porque, al tratarse de ficciones, el factor fantástico, ineludible guiño en toda relación entre autor y lector, permitía libertades y sugerencias fáciles de tolerar y asimilar. Por añadidura, la tradición literaria que venía de los siglos XVI y XVII arrastraba el recuerdo de las novelas moriscas, de los romances fronterizos o de la poesía morisca, obras todas ellas de la pluma de escritores españoles cristianos viejos que habían creado ese motivo literario, por alejado que estuviese de que subsistían en el Siglo de Oro. Pero investigadores, historiadores y arabistas no lo tenían tan fácil, porque -al menos en apariencia- los materiales que ellos exhumaban chocaban con laidentidad admitida y entronizada como representante de la nación española. Su trabajo iba no poco a contracorriente y algunos de ellos debían hacer notables equilibrios y juegos malabares para compaginar su admiración por Isabel la Católica con su simpatía por los moriscos. De ahí que hasta fechas ya próximas a nuestra actualidad este gremio profesional haya pugnado por acercar aquellas reconstrucciones del pasado a la mentalidad de los españoles presentes. El intento de hispanizar (y hasta europeizar en algún caso) -como veíamos más arriba- a los muslimes de al-Andalus forma parte de esa visión; la exhibición de virtudes superiores, también. Por ejemplo, la tolerancia. Sánchez-Albornoz (4) lo dice con claridad, pese a no ser precisamente, o tal vez por ello, un entusiasta de los moros: “Otorgaban a la mujer una singular libertad callejera de difícil vinculación con los usos islámicos; lo comprueban algunas noticias de El collar de la paloma de Ibn Hazm y varias conocidas anécdotas históricas. Y le concedían una consideración y un respeto de pura estirpe hispánica. Pérès ha señalado la situación dispar de las mujeres hispanas frente a las orientales. ¿De dónde sino de la herencia temperamental preislámica podía proceder esa gracia, esa súbita vibración psicológica preislámica podía proceder esa gracia,psicológica, esa espontaneidad de Ibn Quzmán cuyo nombre -Gutmann- y cuya estampa física -era rubio y de ojos azules- acreditan a las claras su estirpe hispano-goda?”. La tolerancia, ya con las mujeres, ya con las otras confesiones religiosas, habría sido, pues, debida a su condición de origen español.


    Pero es que del lado “árabe” o “musulmán”, que resaltaba -y resalta- el carácter netamente árabe (al menos en el plano cultural) de al-Andalus y de todas sus glorias -auténticas o ficticias-, esa tolerancia vendría a demostrar la capacidad integradora del islam y su respeto por todas las creencias. Ambos enfoques vienen a coincidir en el resultado de comprensión propuesto: la sociedad de al-Andalus constituía un modelo de tolerancia, una isla irrepetible e inencontrable en la Europa coetánea, aunque las comparaciones -desde la perspectiva árabe- no suelen extenderse al resto del mundo. Sin embargo, lo más razonable parece ser aceptar que las situaciones fueron cambiantes, sujetas a condicionamientos políticos y económicos que obligaban a los emires a tolerar en aspectos secundarios a las minorías sometidas -que pagaban altos impuestos- pero marcando con claridad su status inferior y aplastándolas físicamente siempre que pretendían excederse o traspasar los límites establecidos. O aunque meramente se sospechara. Y quizás sea preciso admitir de alfaquíes, ulemas y muftíes (digamos el islam oficial) con unos comportamientos, por otro lado, relativamente más abiertos, por las mismas necesidades de la vida diaria. A este respecto puede ser ilustrativa la postura de rechazo y prohibición de música y canto que encontramos en el sufí Ibn ‘Arabi al-Mursi o en el Tratado de hisba de Ibn ‘Abdun (siglo XII), en tanto gentes acomodadas, gobernantes y clases populares se deleitaban cuanto podían oyendo música o versos. Pero no echemos las campanas al vuelo: la inexistencia de una música sacra en el islam o en su liturgia nos indica con nitidez que el peso de las posturas oficiales no es mero testimonialismo retórico. La ambivalencia de las situaciones respecto a las minorías es constante: por una parte médicos y recaudadores judíos o comes (”condes” )(5) cristianos que rondaban las altas esferas de poder, evidentemente por interés recíproco; por otra, una ideología dominante de desprecio y marginación de las minorías, bien expresada y sin tapujos por Ibn ‘Abdun en su Tratado (”Debe prohibirse a las mujeres musulmanas que entren en las abominables iglesias, porque los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas” (6) ; “no deben venderse ropas de leproso, de judío, de cristiano, ni tampoco de libertino” (7) , etc.) y en consonancia con la prohibición de relacionarse amistosamente con cristianos y judíos (Corán, 5-56). Las famosas y muy jaleadas tres culturas de hecho vivían en un régimen de apartheid real en que las comunidades, yuxtapuestas pero no mezcladas, coexistían en regímenes jurídicos, económicos y de rango social perfectamente distintos, dando lugar -si alguna circunstancia política impelía a ello- a persecuciones muy cruentas, como la acontecida a mediados del siglo I X contra los cristianos, en tiempos de Abderrahmán II, o contra los judíos en el siglo XII, hasta el extremo de que cuando llega la Reconquista en el XIII a Andalucía, la región estaba “limpia” de ellos, deportados unos a Marruecos y fugados los otros a los reinos cristianos del norte. Esa relación conflictiva, intermitente en sus manifestaciones pero latente de modo continuado, se extiende hasta los momentos finales, cuando ya el poder musulmán se había hundido, pero subsistente la ideología de confrontación: en las capitulaciones de rendición de Zaragoza (1118) ante Alfonso I el Batallador los moros exigen de manera explícita que, en ningún caso, ningún judío pueda desempeñar cargo ni autoridad alguna sobre musulmanes, misma condición que estipulan casi cuatro siglos después los moros granadinos en sus capitulaciones con los Reyes Católicos a fines de 1491. Y por esas fechas, el jurisconsulto (muftí) al-Wansarisi prohíbe a los musulmanes permanecer en territorio ganado por los cristianos por el riesgo que corrían de terminar abandonando el islam, aunque también hubo opiniones contrarias. En otros órdenes de la vida cotidiana las normas de separación y sometimiento fueron la tónica generalizada: prohibición de matrimonios mixtos, prohibición de montar caballo macho en ciudad habitada por musulmanes, vigencia de tabúes alimentarios o prescripción de ropas de distintos colores a los usados por los musulmanes con una finalidad claramente discriminatoria. (8)



    Pero, para ser objetivos y situar estos fenómenos en su contexto, es preciso recordar que en la España cristiana triunfante y sucesora de al-Andalus, se reprodujeron las mismas normativas de separación y aplastamiento de las minorías sometidas. Por tanto, insistimos en lo indicado más arriba: nuestra meta no es lanzar condena moral ninguna contra al-Andalus, pero tampoco santificarlo, tan sólo contemplarlo con criterios más lógicos y normales, más ajustados a las realidades humanas. Un último aspecto -decisivo para la pervivencia, o no, del mito de al-Andalus- es el de la población. A grandes rasgos y con muy fundamentados estudios poblacionales en la mano (obra de los profesores Ladero Quesada y González Jiménez) se puede afirmar que los actuales habitantes de Andalucía y de España en general no descienden de los musulmanes de al-Andalus sino de los repobladores norteños y francos (de distintas procedencias europeas) que los sustituyeron. Por consiguiente, no hay continuidad étnica, cultural ni social, ni supervivencia de rasgos básicos de la Hispania islámica, por más que viajeros foráneos y españoles a la caza de pedigrees exóticos se hayan empeñado en hallarlos. Es cierto que algunos de los monumentos supervivientes (la Alhambra, la Giralda, la Mezquita de Córdoba), por su enorme impacto visual, pueden inducir a extraer conclusiones equivocadas; y no lo es menos que el cien por cien no existe en nada. Es decir, después de las expulsiones hubo mudéjares y moriscos que, o bien no salieron, o bien regresaron de modo encubierto y, por supuesto, proclamándose cristianos, pero su número imposible de cuantificar en cualquier caso debió ser exiguo, tanto por las dificultades de movimiento y comunicación como por las graves penas que arrostraban los contraventores.


    En el momento del gran avance de la Reconquista en el siglo XIII, en las principales ciudades (Sevilla, Córdoba) se forzó a los pobladores musulmanes a abandonarlas, mientras se permitía la permanencia en las áreas rurales, sobre todo de Sevilla y Huelva, hasta la gran revuelta de 1264 en que se comenzó la repoblación también de esos territorios , así como de Murcia, por la falta de confianza que suscitaban los moros restantes y su negativa fija a integrarse en la sociedad cristiana. Hay que aclarar que la despoblación de musulmanes vino, desde el siglo XIII hasta el XVII, por dos vías diferentes pero complementarias: coerción por parte de los conquistadores cristianos (directa, o indirecta por medio de impuestos insostenibles) y abandono voluntario por no querer los musulmanes quedar bajo dominio cristiano. Las fatwas -cuyo paradigma son las de al-Wansarisi ya citado- en este sentido influyeron no poco en la decisión de marchar y el lento despoblamiento del sur durante los siglos XIV y XV conduce a que en los albores del siglo XVI los musulmanes ( mudéjares) del reino de Castilla sólo sumaban unas 25.000 almas y en Andalucía occidental unas 2000.

    A partir de la toma de Granada en 1492 la política de la Corona alternó medidas de facilitar la salida voluntaria con la prohibición de hacerlo y, finalmente, con el decreto de expulsión(1609). La actitud de los musulmanes, por razones fáciles de comprender, tampoco estaba bien definida ni era unívoca y mientras unos se apegaban a la tierra, a sus negocios y propiedades, otros se fugaban en masa hacia el norte de África. La interdicción de emigrar de 1500 o de que los moriscos viviesen cerca del mar (obligándoseles sí como la paralela a portar salvoconductos para andar por las riberas) no pudieron impedir que numerosos pueblos de Málaga, Granada, Almería, Valencia, Alicante se escaparan enteros, por lo general con la ayuda de los piratas berberiscos. Sin embargo, la gran sublevación de las Alpujarras (1568) forzó a otro cambio de rumbo, esta vez decisivo: se empezó a sopesar algo hasta entonces rechazado: la expulsión de los subsistentes, consumada entre 1609 y 1614. El resultado fue la repoblación con norteños y la desaparición de vestigios vivos que pudieran remontarse al pasado, un proceso, en todo caso, mucho más lento que el de la volatilización de los cristianos neolatinos tras la conquista musulmana del norte de África. Por último, y para acabar de delinear el panorama, debemos recordar algo que con mucha frecuencia se pasa por alto: los movimientos de población, en todos los sentidos de la Rosa de los Vientos, dentro de España a lo largo de los siglos XVIII y XIX fueron constantes, por trashumancia, minería, trabajo agrícola estacional. Y, finalmente, por la industrialización del siglo XX. De ahí que la cohesión étnica y cultural de España sea un hecho irrebatible, por más que mitos de una u otra procedencia traten de crear impresiones más próximas a la fantasía que a cuanto podemos estudiar y observar.




    (1) Edmundo de Amicis, España. Diario de viaje de un turista escritor. P. 241 y ss. Madrid, 2000.
    (2) Ibidem, p. 248.

    (3) Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África, 1860, vol I, p. 214, Madrid, 1942.

    (4) C. Sánchez Albornoz, El islam de España y el Occidente, p. 65-66. Madrid, 1974.

    (5) De hecho, jefes de la comunidad cristiana que dependían directamente del emir.

    (6) Ibn ‘Abdun, Sevilla a comienzos del siglo XII (Tratado de hisba), p. 150. Madrid, 1948.

    (7) Ibidem, p. 154.

    (8) al-Wansarisi, al-Mi’yar al-mu’rib wa-l-yami’ al-mugrib ‘an fatawi ahl al-Andalus wa-l-Magrib, vol. VI, p. 421. Rabat-Beirut, 1981.






    * Extraído de:


    Andalucía no es Andalucía

    By AMDG on Mayo 22nd, 2009 | No Comments »
    Acabo de leer este otro comentario que me dejó Arjún: ¿ERAN ESPAÑOLES LOS MORISCOS?, EL MITO DE AL-ANDALUS. Se trata de un texto de Serafín Fanjul en el que leo esto:
    … la noción de Andalucía surge con la conquista cristiana del Valle del Guadalquivir en el siglo XIII y no aparece en los términos territoriales con que la conocemos hasta 1833 cuando la división regional y provincial de Javier de Burgos, todavía vigente, incorpora un territorio netamente diferenciado hasta entonces, el reino de Granada (Málaga, Almería, Granada y parte de Jaén) a Andalucía para formar una unidad administrativa mayor. De ahí el absurdo de imaginar una patria andaluza cuya identidad se pierde en la noche de los tiempos, con Argantonio bailando flamenco y Abderrahmán (cualquiera de ellos) deleitándose con el espíritu de los futuros versos de García Lorca. Una mera medida administrativa ha generado un concepto identitario. Pero Andalucía era una cosa y el reino de Granada, otra, como lo prueba, hasta la saciedad y el aburrimiento, toda la documentación existente (burocrática, histórica, literaria o de viajeros foráneos).
    Es solo un extracto de un texto muy interesante que te invito a leer.

    Categories: Historia

    Tags: andalucia



  10. #10
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    Última edición por Donoso; 31/05/2009 a las 15:36

  11. #11
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  12. #12
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    ¿ Centralismo de Sevilla ? Blas Infante era del Reino de Granada. Y si vemos el origen de muchos diputados del partido andalucista, o del mismo circo politiquero, veremos que ni por asomo fueron ni son todos sevillanos. Echarle las culpas a Sevilla del necionalismo antiandaluz me parece demagogia.

  13. #13
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    La "identidad Andaluza".
    Que manera de imponer una mentira. Así empezaremos como los Vascos, con Sabino Arana.
    Nosotros los Andaluces, con Blas Infante, y dspués que, ¿fabricaremos otra ETA?.
    Esta claro y es evidentemente que los Andaluces tenemos otra forma de ser, pero igual que los de Sevilla tienen contumbres distintas a las de huelva o Cadiz, por poner solo dos ejemplos, y si te hablo interprovincialmente, hay contubres totalmente diferentes entre pueblos de la misma provincia.
    Por poner un ejemplo claro en mi capital:
    Huelva costera, tiene formas de hablar, costumbres, festividades, muy distintas a las del interior, y se diferencia mas, cuanto mas nos adentramos en poblaciones de la serrania Onubense (hablan un castellano mucho mas puro que el de huelva costera).
    Estos Gilipo......s , siempre buscan lo que nos diferencia, y no buscan lo que nos une.

  14. #14
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Eso es como todo Tercio. Hay diferencias, pero creo que son más los parecidos entre Sevilla, Huelva y Cádiz, que políticamente estuvimos unidos hasta el liberalismo. De hecho, mi pueblo tiene más en común con habla y costumbres con pueblos que pertenecen a la provincia de Huelva que a Sevilla capital.

  15. #15
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Cita Iniciado por Ordóñez Ver mensaje
    ¿ Centralismo de Sevilla ? Blas Infante era del Reino de Granada. Y si vemos el origen de muchos diputados del partido andalucista, o del mismo circo politiquero, veremos que ni por asomo fueron ni son todos sevillanos. Echarle las culpas a Sevilla del necionalismo antiandaluz me parece demagogia.
    Perdona Ordoñez, me refería al centralismo no a Sevilla. Decía Sevilla por ser la capital... Pero lo cambio y ya está. Me parecía gracioso usar su misma imagen

  16. #16
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Entrevista a don Serafín Fanjul

    El Catoblepas

    El catedrático de Literatura Árabe de la UAM responde a las preguntas
    que le formula El Catoblepas sobre el islamismo y España


    Serafín Fanjul es Catedrático de Literatura Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid, autor de Al-Andalus contra España. La forja de un mito (Siglo XXI, 2000), así como de diversos estudios literarios (Literatura popular árabe, Canciones populares árabes, El mawwal egipcio) y de varias traducciones de obras cimeras de la literatura árabe (Libro de los avaros de al-Yahiz, A través del Islam de Ibn Batuta, Maqamas de al-Hamadani o Descripción general del África de Juan León Africano); también ha publicado un libro de relatos breves (El retorno de Xan Furabolos) y dos novelas (Los de Chile y Habanera de Alberto García). Ha participado, con una ponencia titulada «Al-Andalus, punta de lanza», en los Segundos Encuentros de «Filosofía crítica del presente» que, con el título de Guerra y Globalización, organizó Nódulo materialista en Madrid los días 15 y 16 de Marzo de 2004. Con ocasión de esta participación le fue solicitada una entrevista que concedió gustosamente, y que El Catoblepas publica a continuación. Vaya nuestro agradecimiento pues al Profesor Fanjul por su generosa contribución.
    Usted es Catedrático de Literatura Árabe por la Universidad Autónoma de Madrid: ¿se considera usted un «arabista»? ¿Podría elaborar una breve historia de su disciplina en España, o por lo menos mencionar aquellos hitos que la jalonen, así como indicar, si existen, las diferencias entre su institucionalización en España respecto a su institucionalización en el resto de Europa? ¿A quién o quiénes consideraría usted como sus «maestros»?
    Lo de ser o no un «arabista» es una cuestión de perspectiva y de lo que queramos indicar con la palabra. En la actualidad, cualquier licenciado al que un periódico encarga un comentario ya se considera tal y arabista era don Emilio García Gómez que dedicó toda su larga vida a los estudios árabes. Si no se utiliza como una condecoración o signo distintivo especialísimo, sino como lo que debe ser, una mera descripción, sí creo que soy bastante arabista, aunque no le otorgue mayor importancia a esta clase de catalogaciones. Sí rechazo algo que se está haciendo mucho ahora y es afirmar «los arabistas dicen esto o aquello» sobre el tema que sea. Ni hay opiniones unánimes ni es deseable que las haya. Bien es cierto que no faltan quienes pretenden pastorearnos de un modo más bien ridículo enviándonos –sobre todo por emilio– comunicados, condenas y declaraciones retóricas contra Israel, Estados Unidos o José Mª Aznar para que manifestemos nuestra fervorosa adhesión a las tonterías que se les ocurren, tonterías –además– nada inocentes ni desinteresadas.
    Elaborar una historia del arabismo español requiere demasiado espacio. Remito a los trabajos de Manuela Manzanares (Instituto Hispano-Arabe de Cultura, Madrid 1971) y de James T. Monroe y al articulito de Bernabé López (Revista Awraq, vol XI, 1990, Instituto de Cooperación con el Mundo Arabe), aunque éste último adolece de una ideologización muy del gusto progre del momento, muy correcto políticamente. También puede verse el artículo de Miguel Cruz Hernández «Los estudios islamológicos en España en los siglos XIX y XX» (Actas del VII Seminario de Historia de la Filosofía Española e Iberoamericana).
    El orientalismo y el arabismo europeos nacieron a principios del XIX como consecuencia de la acción colonial de las potencias europeas sobre el norte de Africa y el Oriente Próximo. Es normal que así fuera: mejor conocer para mejor dominar. Por suerte los científicos, meros aficionados en los inicios, terminaron por valorar y dar vida propia a las materias que estaban estudiando (Filología, Arqueología, Historia, Literatura, Antropología, Etnografía, &c.) y desarrollaron, en líneas generales, una labor muy honrada y muy útil de salvamento, edición, difusión de infinidad de materiales de todo tipo. Algo que los árabes no han apreciado ni agradecido. Muy al contrario, pensaban –y piensan– que aquel esfuerzo no tenía más objetivo que perjudicarles, lo cual es una distorsión lamentabilísima. Yo mismo he señalado más arriba que las directrices originales marchaban por esa vía, en exceso teórica. La realidad desbordó las previsiones y creo que la inmensa mayoría de los profesionales ha trabajado –y trabaja– por puro amor al conocimiento y a descubrir mundos insospechados. A muchos árabes, no a todos, esto no les cabe en la cabeza y se equivocan. Las Mil y Una Noches nunca han sido valoradas por la sociedad culta árabe y se salvaron por el empeño de Galland, un cónsul francés, y por la buena acogida que tuvieron en Europa. Bien es cierto que difunde una imagen de la sociedad árabe demasiado fabulosa, de cuento, como lo que son. Y así hay que entenderlas, no como un trasunto verídico de la sociedad, aunque algo tengan de eso.
    En España el arabismo, cuya necesidad ya se había intuido en tiempos de Carlos III con la iniciación de la catalogación de los manuscritos de El Escorial por el sacerdote libanés Cassiri, no surge hasta bien entrado el siglo XIX con los primeros trabajos de Gayangos (a Conde no sé si se le puede tomar muy en serio) y después de Simonet y Codera. En medio hay unos cuantos nombres que podrían clasificarse, según la expresión de García Gómez, de anfibios. Aquí había una peculiaridad que se podía explotar distinta de los móviles europeos: la existencia en la Península de un islam local en tiempos pretéritos. Así,se enfocó todo durante muchos años a los estudios andalusíes, lo cual es lógico y bueno. Quizá el error consista en ceñirse sólo y exclusivamente a ese capítulo. Sin embargo, a partir de los años sesenta del siglo XX, la multiplicación de especialistas y la extensión de los estudios árabes en el plano administrativo facilitó la apertura de otras vías de trabajo. Bienvenidas sean. Todas.
    Indirectamente, soy discípulo de don Emilio García Gómez aunque nunca me dio clases por encontrarse desempeñando una función de embajador mientras yo estudiaba. A don Elías Téres Sádaba lo recuerdo con mucho afecto y respeto por su gran calidad profesional y su honradez intelectual y humana, me ayudó de forma muy desinteresada y sin pretender ejercer cacicato de ningún género sobre mí, algo excepcional en nuestra Universidad. Por lo demás, hube de dar muchos palos de ciego para aprender cosas que deberían haberme enseñado mis supuestos mentores del tiempo. Yo elegí mis temas de estudio y los fui modificando en función de las posibilidades reales y concretas que tenía, viviendo en Madrid en los años setenta y ochenta, pero siempre con una idea muy clara: sin independencia no vale la pena ser arabista ni nada. Y eso no se perdona.
    Un argumento muy común, usado para resaltar la importancia del denominado legado andalusí en España, es la existencia de un vocabulario de raíz arábiga en el español, caso de palabras tales como algarabía, alcázar, &c. Lo mismo ocurre con otros componentes culturales... Según lo entiende usted, ¿qué hay de realidad y de imaginario en esta influencia?
    Este del léxico es un argumento típico y tópico de gentes que no saben ni árabe ni lingüística. Cifrar el «legado andalusí» en el vocabulario de origen árabe es desconocer que 1.º) el léxico es el elemento que más fluctúa y cambia en toda lengua; 2.º) el hecho de que una palabra sea de origen árabe ni siquiera implica que el objeto que designa lo sea (el caso de aceituna es paradigmático y que, por cierto, coexiste con el doblete «oliva» en la misma Andalucía); 3.º) Es normal que determinadas técnicas agrícolas, médicas o de construcción en la Edad Media se sirvieran de léxico árabe por la importancia que en su desempeño tuvo entonces la comunidad musulmana o hispanoárabe; 4.º) El peso de ese léxico está en declive constante desde el siglo XIII (en el cual, ver los estudios de Sola y Neuvonen, era el 0,4% de los textos conservados; en Cervantes es el 0,5%); 5.º) De las 4.000 voces de etimología árabe, en la actualidad no creo que se utilice, en el español vivo, ni el 10%; 6.º) No hay léxico de etimología árabe en la vida espiritual, se circunscribe a cuestiones muy materiales; 7.º) El afrancesamiento de la sociedad española no procede de que digamos batalla, centinela, bayoneta o jardín, sino de que hayamos asumido y adoptado los modos de comportamiento, la extensión social de la conducta de la sociedad «francesa» o, más bien, europea y occidental de los siglos XIX y XX.
    Sea como fuera el concepto de «legado» indicaría que los españoles actuales recibimos en herencia la «cultura andalusí», estando obligados, por tanto, a conservarla como tales herederos suyos. Sin embargo, cuando se habla de la influencia griega y romana, no se habla en estos términos. ¿Somos herederos, tenemos tal «responsabilidad»?
    No creo que debamos convertir en un programa la conservación de tal o cual cultura. Eso es negar el concepto mismo de cultura, meterla en un pozo al que echamos agua a diario para que no se mustie. No hace falta estar diciendo a todas horas que pertenecemos a la cultura neolatina, sencillamente porque eso es así. Mal asunto es que haya que «defender « una cultura con vallas y cortafuegos y trincheras y comisarios. Eso están haciendo los separatistas de distintos pelajes con el resultado de un empobrecimiento cultural de sus propias sociedades: peor para ellos y para sus «países». Otra cosa es que nos abrumen con falsificaciones que intentan suplantar a la realidad, caso de las «raíces árabes» de Andalucía y, si nos descuidamos, de toda España. Me da risa, por lo esperpéntico, cuando leo a un señor de La Coruña afirmar que somos moros, incluido él. A estos extremos lleva el dejarse arrastrar por tópicos y modas del momento, para caer bien, estar al día, no desentonar
    Usted ha escrito una serie de obras, Al-Andalus frente a España y La quimera de al-Andalus, las más conocidas, criticando el mito que representa Al-Andalus como una convivencia armoniosa y tolerante entre culturas. Se dice que el gato fue «creado» para que el hombre pudiese acariciar un león: ¿podría decirse que el mito de al-Andalus nace, en el XIX, como una especie de Oriente inofensivo, para solaz y recreo de los «intelectuales y artistas» europeos? ¿Es el llamado «legado andalusí» nuestro caballo de Troya?
    Esa idea del Oriente inofensivo personificado en al-Andalus (edulcorado, embellecido) es buena. García Gómez tiene un párrafo –que cito en La Quimera de al-Andalus– que va por ese camino. No quiero hacer caricatura de don Emilio, pero en el fondo lo reconoce y él mismo se recreó, para su uso particular, una historia y una literatura de al-Andalus muy limada y capada de asperezas. Al-Andalus, como todas las sociedades medievales, fue brutalísimo e insufrible para nuestros actuales conceptos de vida. Será «caballo de Troya» si se lo permitimos a los mixtificadores que, en realidad, son pocos. Aunque les sigue una caterva de escritores, periodistas y políticos que no saben de lo que hablan.
    Hay obras, como la de Olagüe, que niegan el que la España visigoda haya sido «conquistada» por los musulmanes, sino que más bien fue el descontento de la población hispano-romana con los visigodos dirigentes lo que dio lugar a la presencia de los musulmanes en la Península. Según se sostiene desde estas posiciones, la «conquista» del 711 es un invento retrospectivo para justificar la «Reconquista»: ¿cómo ve este asunto?
    Lo de Olagüe es una majadería que no se puede tomar en serio.
    En La quimera de al-Andalus dedica un capítulo a Los Moriscos y América, así se titula. Usted ha escrito una novela, Los de Chile (Libertarias/Prodhufi, 1994), de tema americano. ¿Qué hay de presencia morisca en la conquista americana?
    No voy a exponer aquí el contenido de ese capítulo dedicado a los moriscos en América: es excesivamente largo. Pero sí puedo aclarar que mis conclusiones, después de dos años de trabajo (para un solo capítulo) son difíciles de modificar. La presencia de moriscos es irrelevante, aunque las comunidades árabes de América y los siempre temibles divulgadores se apliquen a repetir lo contrario por tierra, mar y aire. Sin probar nada, claro. Como «se sabe que fue así» no hay que demostrar nada.
    En uno de sus Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós narra la vida de un español convertido al judaísmo en la ciudad marroquí de Tetuán, hacia el año 1859. Este español, en tanto que judío, es siervo de un musulmán y recibe un trato análogo al que podríamos dispensar a un animal doméstico o de compañía. ¿Este trato, según lo describe Galdós, que los musulmanes otorgan a los judíos es pura literatura o es algo que se puede constatar históricamente? En su último libro, La quimera de al-Andalus, da una pinceladas acerca de la trayectoria de Maimónides en este sentido: ¿podría recordarlas aquí?
    El trato recibido por los judíos en la sociedad de predominio islámico es malo y el hecho, innegable, de que en la sociedad europea cristiana medieval fuese peor en muchos momentos, no lo convierte en bueno. Sobre esto recomiendo leer el libro de Bernard Lewis «Los judíos del islam», que además de maravillosamente documentado, es una obra ponderada y muy objetiva. Las persecuciones abundaron, el trato sistemático vejatorio, también. Maimónides es un ejemplo –muy utilizado por los propagandistas de Las Tres Culturas, paradójicamente como prueba de convivencia– de intelectual coaccionado, forzado a emigrar, a hacerse musulmán y finalmente procesado por haber vuelto al judaísmo. Yo no sé de qué hablan quienes esgrimen su caso como muestra de tolerancia islámica. No sé si es ignorancia o cara dura, o las dos cosas.
    En uno de los capítulos de su último libro habla de la visión que de al-Andalus se hace en las escuelas de países como Túnez y Siria. ¿Cómo se interpreta desde la instrucción pública marroquí?
    Con menos virulencia que en países inmersos en el nacionalismo chovinista como es el caso de Siria o Iraq pero también con exageración del carácter paradisíaco y de la usurpación que los «cristianos» perpetramos.
    Uno de los casos más notorios y polémicos de la inadaptación del Islam a las sociedades laicas del presente es el del chador, pañuelo que obligatoriamente llevan las mujeres árabes cubriendo su cabeza. Muchos grupos han hablado de intolerancia por la reciente prohibición de esta prenda en Francia. Otros, apelando al pasado inmediato, señalan que en Francia se pasó con gran facilidad del chador a la ablación del clítoris. ¿Qué representa realmente el chador dentro de la moral islámica?, ¿hasta dónde llega su «obligatoriedad» en las sociedades musulmanas?
    El hiyab –que no chador, que es persa– se considera piadoso y como sucede con toda posibilidad acaba convirtiéndose en obligación por parte de los más rigoristas y estos suelen trazar las líneas de conducta general en sociedades sometidas por el miedo, como es el caso de las muy numerosas comunidades de inmigrantes que han formado guetos muy cerrados en Francia y en España estamos en vías de conseguir que formen, dada la inhibición y apatía de los poderes públicos. La ablación es otro asunto y no todos los árabes, ni menos aun todos los musulmanes, la practican. Por fortuna, porque de lo contrario veríamos a las feministas multiculturalistas defendiéndola como algo excelente y prueba de la liberación de la mujer en el Tercer Mundo. Por desgracia no estoy exagerando. Eso hacen con respecto al «hiyab» cuando, de hecho, es una muestra de sumisión y obediencia a su dueño (padre, marido, hermano, tío): sus encantos sólo pueden verlos estos familiares. Y los servidores eunucos, está buena la observación. La ablación es una costumbre ancestral del Valle del Nilo y en él se practica desde tiempos faraónicos. Se ha extendido al Africa Negra, pero no es un ritual islámico. Sin embargo, el islam oficial, el que manda, en Egipto se aferra a ella como medio de control de las mujeres. El gran Shej de al-Azhar (en El Cairo) la defendía con argumentos como amenazar con el sida a las mujeres que se libraran de ella, es decir que lo contraerían y contagiarían a sus maridos, o sea condena de soltería perpetua. Casi ná.
    Solemos comprobar que, cuando un grupo radical islámico comete un atentado, lo realiza por medio de la inmolación de un suicida, ya sea cargado de explosivos, o pilotando un vehículo, avión, &c. Este comportamiento es impensable en una sociedad cristiana, en la que vemos como carente de sentido el matarse uno mismo. De hecho, grupos terroristas como ETA jamás han practicado este tipo de atentados suicidas. ¿Es el fenómeno de la inmolación algo inherente a la sociedad islámica o puede considerarse una mera contingencia o, más bien, una necesidad provocada por su «desesperación», como señalan los defensores de grupos como el palestino?
    El suicidio como método de acción terrorista no es inherente al islam, aunque históricamente lo practicaran los asesinos de Persia y Siria en sus atentados políticos, pues se daba por segura la muerte del terrorista. El convencimiento de ir al Cielo facilita mucho tal burrada. Los círculos oficiales islámicos dicen condenarlo pero la realidad es que no hacen nada por impedirlo. Y su actitud –y actuación– sería determinante.
    El Islam: ¿«sometimiento»?, ¿«paz»?, ¿las dos cosas?... La yihad: ¿esfuerzo?, ¿guerra santa?, ¿las dos cosas?...
    «Islam» en árabe significa «sumisión». Pertenece a la misma raíz verbal de «paz», pero significa sumisión. Contar otra cosa es salirse por peteneras. «Yihad» significa, sobre todo y antes que nada, «guerra santa o combate por la fe», como se prefiera. También vale lo de las peteneras.
    Con motivo de la guerra de Iraq y posterior ocupación, los medios de comunicación han mencionado repetidas veces la existencia de dos grupos islamistas enfrentados en ese país: sunnitas (que parecen ser partidarios del depuesto Sadam Hussein) y chiitas, representados principalmente por clérigos y que piden el reconocimiento de Iraq como república islámica. En el norte, como es sabido, están los kurdos... ¿Podría explicar qué diferencias políticas y religiosas existen entre estas dos corrientes islamistas, y cuál es la relación de cada una con los kurdos?
    La diferencia fundamental (aparte algunos detalles litúrgicos o de tabúes alimentarios) estriba en que los chíies mantienen la idea del derecho al califato de Alí (yerno de Mahoma) por encima de los otros sucesores. Alí fue depuesto por Muawiya tras aceptar un arbitraje en Siffin y finalmente asesinado. También fue muerto su hijo Husein en Kerbela. En este pleito dinástico del siglo VII se basa la diferencia fundamental entre unos y otros. La Chía también esta subdividida en múltiples grupos y en la principal subsiste algo más semejante al clero cristiano. En la Sunna, en teoría, no hay clero. Los kurdos son sunníes pero anteponen su condición étnica y cultural a la adscripción religiosa. Los chiíes sí estaban mayoritariamente enfrentados a Saddam Husein.
    Además de sunnitas y chiitas, los musulmanes aparecen divididos en distintos grupos, de distinto rango, Wahabíes, Hermanos Musulmanes, Malikíes, El Tabligh..., algunos incluidos en otros, otros enfrentados entre sí... Muchas veces se dice que no existe en el Islam la unidad que se le otorga desde el Occidente cristiano (de igual manera que en el «Occidente cristiano» no existe unidad: católicos, ortodoxos, protestantes; españoles, franceses, yanquis, británicos;...). Se dice también que la política, digamos «El Estado», fue una creación de Occidente para dividir a los musulmanes...: así como franceses, italianos, alemanes... son distinciones reales, marroquíes, argelinos, iraníes, saudíes... serían categorías «occidentales» proyectadas sobre los islamitas para dividirlos... En fin, ¿cree usted que «musulmán» y «cristiano» son conceptos suficientes como para significar las realidades que se supone soportan?, es decir, ¿hay claridad y distinción en tales conceptos según las realidades que denotan, o, al contrario, la realidad es más «compleja», como se suele decir, de tal modo que no puede ser medida en absoluto por tal distinción?
    La realidad es compleja pero no imposible de aprehender. Las diferencias internas del islam que tanto esgrimen los multiculturalistas occidentales sin profundizar en ellas no son más que un pretexto para relativizar todo y agarrarse en cada momento a lo que mejor les conviene. Hay unos cuantos principios básicos –y actuaciones consiguientes– en los cuales coinciden todos los musulmanes prácticamente y eso son habas contadas. Aparte cuestiones básicas de dogma que, obviamente, son iguales para todos y de coincidencia en los ritos (los cinco pilares famosos), hay cuestiones muy comunes: la inferioridad de la mujer (se disfrace como se disfrace, por lo común poco), la relación distante y nada amistosa con las otras religiones y la persecución a muerte de los apóstatas, por poner algunos ejemplos concretos.
    ¿Qué papel puede desempeñar una comunidad islámica de cerca de 1.800 millones de adeptos en la actual globalización capitalista liderada por Estados Unidos? ¿Cree usted, o mejor aún, sabe si existe alguna capacidad de articulación de esta gran masa de islamistas, más allá del fenómeno fundamentalista con el que suele manifestarse?
    Que yo sepa, los musulmanes oscilan entre 1000 millones de personas y 1100, lo que no es poco. Aparte de la fuerza de la creencia religiosa no veo ningún movimiento ni idea política capaz de aglutinarles, como no sea la fuerza del resentimiento contra Occidente. Dilucidar la justicia o injusticia, o la base lógica de tales sentimientos requeriría entrar en todos los casos, uno por uno y cotejar los matices.
    Por último, desde la «Semana Trágica», pasando por la «Marcha Verde», Perejil, los atentados de la «Casa España» en Casablanca, hasta el 11M: ¿cómo ve la relación entre España y Marruecos y en qué situación cree se encuentra España en estos momentos tras las decisiones tomadas por el nuevo gobierno?
    La relación de España con Marruecos ha sido y va a seguir siendo conflictiva, diga lo que quiera el actual gobierno, tan aficionado como es a ignorar los problemas, sonreír y decir que aquí no pasa nada. Lo único que conseguirán con su inhibición y falta de respuesta al acoso permanente de Marruecos es que los problemas crezcan y que quienes estén en La Moncloa dentro de veinte años –si por entonces sigue habiendo Moncloa y un presidente en ella– deban dar respuestas mucho más duras que las que ahora serían suficientes para detener el empujón. España puede ofrecer inversiones (ya hay muchas), un cupo legal y reglamentado de inmigrantes, asistencia cultural y técnica, apoyo político ante Europa (Marruecos ya tiene el apoyo de Francia y Estados Unidos pero tal vez el nuestro no sobre), acuerdos comerciales ventajosos, &c. Marruecos debe ofrecer el corte desde su lado de la inmigración ilegal y del tráfico de drogas, renuncia a la anexión de Ceuta y Melilla, tratados pesqueros razonables y justos para todos, control de todo tipo de delincuencia. Pero no creo que el gobierno actual vaya a hacer otra cosa sino rendirse, ante un oponente mucho más débil. Qué divertido.
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

  17. #17
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Independiente del contexto político del texto, y no descartando que pueda ser información fraudulenta o exagerada, lo alegado no es ni inverosímil, ni extraño. Por ejemplo, en Puerto Rico, tan alejado en tiempo y espacio, es común usar el término "ojalá", o comer "almojábanas". Que en España perduraran en algunos lugares remotos, y en un número minúsculo de individuos (que es lo que se alega), una mas marcada presencia del legado cultural morisco, es bastante creíble.

  18. #18
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    Claro que hay palabras de origen árabe, y algunas bastante comunes, pero es un porcentaje muy bajo del idioma. No llega al 4% del vocabulario, y aun así hay muchos vocablos de origen árabe que tienen origen griego más remoto, como zaguán.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

  19. #19
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    Cita Iniciado por Josean Figueroa Ver mensaje
    Independiente del contexto político del texto, y no descartando que pueda ser información fraudulenta o exagerada, lo alegado no es ni inverosímil, ni extraño. Por ejemplo, en Puerto Rico, tan alejado en tiempo y espacio, es común usar el término "ojalá", o comer "almojábanas". Que en España perduraran en algunos lugares remotos, y en un número minúsculo de individuos (que es lo que se alega), una mas marcada presencia del legado cultural morisco, es bastante creíble.
    Josean,
    Las almojabanas es unas especies de rosquillas de dulces que se conocen con ese nombre en muchas partes de España. Por mi tierra esta el "alfajor" que quizas tenga mas de dulce arabe que la almojabana.
    Un saludo
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

  20. #20
    Avatar de Josean Figueroa
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    Respuesta: Artículo de "Identidad Andaluza" con claras tendencias políticas.

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Lo curioso es la tendencia en el mundo actual de buscar identificarse con algún antepasado clasificado como "oprimido/conquistado", en preferencia del antepasado clasificado como "opresor/conquistador".

    Independiente de lo ficticio de tal clasificación (en especial si se aplica a los moros), me pregunto que supuesto mérito tiene el "conquistado" sobre el "conquistador", en especial si la cultura del segundo es superior a la del primero.

    Claro, lo mas sorprendente (y alarmante), es el antioccidentalismo explícito que afecta las sociedades euro-americanas. En hispanoamérica el el indigenismo continúa latente. En Europa le abren las puertas al Islam con una sonrisa. Es puro dadaismo suicida...

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