CRUZADA DE LIBERACIÓN...
15-HACIA EL FRENTE POPULAR
Desgraciadamente, el Gobierno-presidido por Lerroux, y en el que desempeña la cartera de
Gobernación el tenebroso y vacilante Portela Valladares-no está a la altura de las
circunstancias y claudica una y otra vez ante las imposiciones de Alcalá Zamora y las exigencias
de los revolucionarios amnistiados, indultados o absueltos, que, en su mayor parte, han vuelto
a sus puestos en la cátedra, los organismos sindicales y el Parlamento. Los esfuerzos titánicos
del general Franco no bastan para contener la ola revolucionaria. Todo es inútil, y ya no queda
otro recurso que elegir entre la revolución roja o la revolución nacional. Así lo da a entender
Franco, el 10 de noviembre, a 150 jefes y oficiales de su promoción, reunidos en Toledo en el
patio del Alcázar, “altar del Ejército, de España y de la Historia”, cuando expresa su emoción y
dice a sus queridos compañeros el coronel Manso y los tenientes coroneles Yagüe y Rueda:
“Con soldados como vosotros, la Patria sería grande.”
Después de una y otra crisis parciales, el Parlamento, agitado por toda clase de escándalos, y el
nuevo gobierno, presidido por Chapaprieta, carecen de autoridad y eficiencia. Hay que tirar
por la calle de en medio, y eso es lo que hace Alcalá Zamora al rendirse y entregar la plaza. “En
ella entró-dice Joaquín Arrarás en su biografía del Caudillo-en el caballo masónico, nuevo
artilugio de Troya, la figura lacia, exangüe y maligna de Portela, ese hombre espectral, de
noche de ánimas, personaje señalado por el Destino para la más trágica de las funciones: para
abrir la puerta por donde habrían de entrar los jinetes del Apocalipsis.”
El 14 de diciembre, Portela es presidente del Consejo de ministros y ministro de la Guerra el
general Molero. Ambos, llenos de temores a un golpe de Estado conservan a Franco-ya
esperanza de España-en su puesto. Las Cortes se disuelven el 7 de enero del 36. La revolución
hierve mientras se inicia la campaña electoral. A pesar del optimismo jactancioso de ciertos
elementos de derechas, el triunfo del Frente Popular es inminente. Se avecinan nuevos días de
terror y, como en 1934, otra vez tendrá que ser el Ejército de África el que dé la clave para la
solución del drama. El glorioso Ejército de África al que ahora se insulta bárbaramente en los
periódicos rojos por su intervención en Asturias. Yagüe y sus legionarios llegan a ser calificados
de “cuadrilla de patibularios”.
Franco comprende la necesidad de enviar a Marruecos a un hombre de su absoluta confianza.
Nadie mejor que Juan Yagüe. Antes de que sea tarde, el Jefe de Estado Mayor propone al
nuevo ministro el nombre de Yagüe para el mando de la Segunda Legión del Tercio. Yagüe se
incorpora a su nuevo destino el día 4 de febrero, después de recibir instrucciones concretas del
que muy pronto será su Generalísimo, y el carnet de primera línea de la Falange de Marruecos,
que le entrega el propio José Antonio.
Poco más tarde, al triunfar el Frente Popular en las elecciones del día 16, Portela Valladares
dimite horrorizado y Alcalá Zamora entrega el poder a Azaña. Una de las primeras medidas de
éste es separar de sus cargos de jefe del Ejército de África y de jefe del Estado Mayor Central a
los generales Mola y Franco, a quienes destina, respectivamente, a Navarra y a la
Comandancia General de Canarias, a cuyos puestos deben incorporarse urgentemente.
El disciplinado general Franco obedece, no sin antes advertir con toda serenidad a Alcalá
Zamora y al propio Azaña de todos los peligros que amenazan a la Patria y de su firme
propósito de no consentir, dondequiera que se encontrase, la implantación del comunismo.
Tras de lo cual, y de celebrar una reunión con Mola y otros generales, hizo saber a José
Antonio Primo de Rivera su deseo de que la Falange continuara en relación constante con él
por el enlace de su hombre de confianza, el teniente coronel don Juan Yagüe.
16-MANIOBRAS DEL ‘LLANO AMARILLO’
Rápidamente se suceden los acontecimientos. Primo de Rivera ha sido encarcelado y disuelta
la Falange, a pesar de los fallos que acerca de su legitimidad han dictado los Tribunales de
Justicia. En un discurso en Cuenca, el socialista Indalecio Prieto ha hecho los máximos elogios
del general Franco, diciendo que “llega a la fórmula suprema del valor” y que “es hombre que
en un momento dado puede acaudillar, con el máximo de probabilidades, todas las que se
derivan de su prestigio personal, un movimiento de este género”. Alcalá Zamora ha sido
despedido violentamente de la presidencia de la República y en su lugar ha ocupado
interinamente el cargo Martínez Barrio y ahora se va a elegir a Azaña. Y el siniestro Casares
Quiroga, jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, “al servicio de la blasfemia y la ordinariez”,
como decía José Antonio, se ha declarado “beligerante contra el fascismo” y se entrega con
frenesí a “depurar” al Ejército, destituyendo y apartando de sus mandos a numerosos jefes,
oficiales y clases desafectos.
Yagüe-cuya labor en África para evitar las infiltraciones marxistas y organizar unas juntas de
guarnición pone de manifiesto su firme oposición a los designios revolucionarios-es llamado a
Madrid a primeros de junio. Casares, temeroso de una reacción violenta de los legionarios y los
regulares, a quienes la figura del héroe de Asturias galvaniza, no se ha atrevido a destituirle
como a tantos otros. Después de Franco y Mola, Yagüe es el jefe militar más prestigioso entre
los buenos españoles y más aborrecido por los rojos, que llaman “la hiena de Asturias” a aquel
hombre todo nobleza, generosidad y bondad. Las hordas exigen “el encarcelamiento de ese
verdugo del pueblo, enemigo declarado del régimen republicano”, pero Casares Quiroga, aun
sabiendo el peligro que es conservarle en Marruecos, vacila y prefiere actuar con astucia,
empleando la adulación y el soborno con quien estaba inmunizado contra tales armas.
La Historia de la Cruzada relata así la entrevista del teniente coronel de corazón de león y el
viperino y siniestro jefe rojo, que, al recibirle en su despacho, empieza colmándole de elogios y
palabras de admiración y estima:
“-¿Cómo está el Ejército en Marruecos?-le pregunta cuando cree a su interlocutor propicio a
una conversación amistosa.
“-El malestar va en aumento, señor ministro: los principales mandos están en poder de
ineptos, indignos y adulones, lo cual desmoraliza al Ejército.
“La réplica violenta del jefe militar no desconcierta al ministro. Casares calla y queda
pensativo.
“-Le he llamado-dice luego-para ofrecerle un puesto que le sea grato en España o en el
extranjero… Yo supongo que usted debe sentirse ya un poco fatigado en África. No será difícil
encontrarle el cargo que se acomode a su vocación y a sus gustos…
“-Le agradezco, señor ministro, pero de verdad que no apetezco otro cargo que el de jefe de la
Segunda Legión.
“Insiste Casares, astuto, insinuante. La respuesta de Yagüe es tajante:
“-De tener que abandonar África sería para retirarme…
“Al día siguiente, el teniente coronel Yagüe recibe orden de incorporarse a África, para seguir
mandando la Segunda Legión”.
Vuelto a Marruecos, Yagüe refiere cuanto ha visto y oído en la Península y reparte entre sus
oficiales que aun no la conocen la magnífica carta de José Antonio a los militares fechada en 4
de mayo y los números del clandestino No Importa, boletín de los días de persecución con el
que la Falange mantiene tensa a España. Persecución que culmina en la orden del director
general de Seguridad, Alonso Mallol, de “no dejar vivo a un solo fascista”. Persecución inútil
porque en España “empieza a amanecer” y nada ni nadie será capaz de detener la salida del
sol.
Así que a preparar las maniobras que, quieran o no quieran Casares Quiroga y el alto comisario
accidental, Álvarez Buylla, se han de celebrar del 5 al 12 de julio en el Llano Amarillo, en las
que se reunirán las mejores fuerzas de Marruecos: seis Banderas de la Legión, diez tabores de
Regulares, seis de la Mejala, siete batallones de Infantería, diez escuadrones de Caballería, seis
baterías de Artillería… Casi veinte mil hombres disciplinados, entusiastas, bien adiestrados por
una oficialidad espléndida, llena de vocación castrense y patriotismo.
Álvarez Buylla teme no sabe qué, pero teme algo, y lo comunica a Madrid. Madrid también
teme algo y vacila. Pero, finalmente, ordena que se celebren las maniobras para que, así, los
militares “cambiando de aires, no se preocupen de política”.
Las maniobras del Llano Amarillo, al pie de los montes y los cedros de Ketama, habían sacado,
sí, de los cuartos de banderas a los oficiales. Pero al cambiar de aires no cambiaban de ideales.
Y, en efecto, no se preocupaban de política porque una Cruzada por Dios y por España era
mucho más que política.
La tienda de campaña de Yagüe en el Llano Amarillo es, entre los días 5 y 12 de julio, el
verdadero corazón de España. Y su palabra iluminada de profecías, la que ilusiona de glorias a
cuantos le rodean, que se llaman Soláns, Bautista Sánchez, Asensio, Bartomeu, Barrón, Zanón,
Castejón, Ríos Capapé, Mizzian, Gazapo, Medrano, Delgado, etc.
-¡Supongo que sabrán ustedes que vamos a sublevarnos!-les dice.
Todos lo sabían y todos estaban dispuestos a morir por España si era menester.
-Pero no para un pronunciamiento romántico y estéril, sino para realizar la Revolución
Nacional que España necesita, la Cruzada de salvación que la Patria espera de sus hijos
soldados…
Se van cumpliendo con precisión todos los supuestos tácticos por el día y perfilándose por la
noche en la tienda de Yagüe los detalles del Alzamiento.
El día 12 terminan las maniobras, que han puesto de manifiesto la perfecta preparación de
aquellas tropas. Hay un desfile marcialísimo y un banquete de gala, en el que
espontáneamente, y ante el asombro de los no conjurados, un grito ensordecedor atruena el
espacio: -¡Café! ¡Café! ¡Café! (Que quiere decir: “Camaradas, Arriba Falange Española.”)
Lejos, en otras mesas de suboficiales y sargentos, hay vivas al Ejército rojo. Aquí cantan el
himno de Riego. Allí, el de la Academia de Infantería. Se barruntan la Internacional y el Cara al
Sol.
Aquella noche de domingo, mientras los oficiales y soldados descansan y Yagüe vela
escribiendo a Franco y a Mola para darles cuenta del Espíritu del Ejército de África y solicitar
las últimas consignas, muere en Madrid, cobardemente asesinado, José Calvo Sotelo.
El día 13 la noticia es conocida en el ancho campamento y solivianta los ánimos. A duras penas,
Yagüe contiene a sus oficiales, obligándoles a emprender el regreso de las unidades a sus
bases: Riffien, Río Martín, Drius, Tauima, Segangan, desde donde habrá que saltar sobre el
Estrecho a liberar a España de la cuadrilla de asesinos que la martiriza.
El 17, el principal enlace de Yagüe en Madrid recibe un telefonema procedente de Tetuán
conteniendo la felicitación por su santo a un hombre de nombre y apellidos vulgares, firmado
por otro de nombre no menos corriente. No hay que consultar clave alguna. El número de
letras de cada uno de los nombres indica rotundamente la hora H y el día D en que el Ejército
de África se ha sublevado. Se ha iniciado en Melilla por Yagüe a las cinco de la tarde. Con tanta
celeridad se han cumplido las órdenes, que a las autoridades gubernamentales no les ha dado
tiempo de reaccionar. A las once de la noche, Melilla es la primera ciudad de la España
Nacional. A las dos de la madrugada del 18, la guarnición de Tetuán se unía al Movimiento.
Yagüe se traslada a Ceuta, en cuya plaza –ya también de España-asume el cargo de
comandante general y la dirección del Alzamiento, designando a las personas que han de
hacerse cargo de los puestos ocupados por el Frente Popular, ordenando a todas las de
Tetuán, Larache, Alcazarquivir y Xauen, poner en práctica, en veinte horas, todas las
instrucciones recibidas.
17-EL MOVIMIENTO EN MARCHA
Yagüe es incansable. En realidad, puede decirse que apenas ha dormido desde que empezaron
las maniobras del Llano Amarillo. Ahora se ocupa del embarco de las primeras tropas que han
de enviarse a la Península, donde, a juzgar por las noticias que se reciben, no ha triunfado el
Movimiento en todas partes, por fallos inexplicables. La situación es difícil y son menester
energía y serenidad, virtudes que, a Dios gracias, no faltan al valentísimo soldado. Hace venir a
Ceuta la Quinta Bandera de la Legión mandada por Castejón y destacada en Zoco el Arbaa.
Organiza la primera expedición de un tabor y un escuadrón de Regulares a Cádiz, e
inmediatamente otra con destino a Algeciras. La escuadra y la aviación rojas amenazan los
puertos marroquíes.
Pero, poco a poco, las noticias que se van captando por la radio anuncian la alta fiebre
patriótica de España, despierta al fin de la horrorosa pesadilla frentepopulista. Suenan voces
amigas en Valladolid, Pamplona, Coruña, Salamanca, Oviedo, Burgos, Ávila, Segovia, Cáceres,
Zamora, Palma de Mallorca, Santa Cruz de Tenerife. Se desgañitan vociferando las gargantas
enemigas en los micrófonos de las de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Málaga, Gijón,
Bilbao… Yagüe contempla con ansiedad los mapas: España aparece dividida en dos mitades
que costará un trabajo enorme limpiar, soldar y unificar. La victoria será de los creyentes. Dios
está con los que las radios rojas llaman rebeldes, facciosos, traidores y criminales. Sí; Dios está
con los que sufren en las cárceles y mueren en las calles gritando “¡Arriba España!”, pero el
corazón de Yagüe se acongoja esperando la llegada de Franco, que debe venir en avión desde
Canarias.
Al fin, llega el Caudillo al aeródromo tetuaní. Las fuerzas de la Legión presentan armas a su
capitán, a su comandante, a su teniente coronel, a su coronel y a su general, que-muy pronto s
erá también su Generalísimo. Saludos. Abrazos. Yagüe señala a aquellos hombres despechugados,
que esperan la voz de avanzar para lanzarse al combate vitoreando la muerte. Ahora están silenciosos,
erguidos, expectantes. Franco les mira como un padre a unos hijos de quienes está orgulloso. Ellos le ven
como los hijos al padre venerado. Yagüe se los ofrece, interpretando el golpear de sus
corazones: -“¡Aquí tienes a la Legión con cuyo mando me honraste! Son tus legionarios. Tú,
que tantas veces los has llevado a la victoria, condúcelos de nuevo al triunfo, por el honor de
España”.
Y a renglón seguido, pensando en que la noticia llevará un presagio de victoria a toda España:
-“Pero en seguida es necesario hacer saber a las fuerzas de tierra y mar que has llegado a
Tetuán y que eres el general en jefe de la Cruzada”.
El 26 de julio, y por orden de Franco, se hace cargo del mando de la Inspección del Tercio y el
día 29 de la Comandancia y Circunscripción militar de Ceuta, en los que cesa el 7 de agosto, en
que marcha a la Península para ponerse al frente de una Agrupación de columnas recién
organizadas, que tienen la misión de avanzar desde Sevilla hacia el Norte para liberar Toledo y
enlazar en Madrid con las de Navarra y Castilla, asentadas firmemente en Somosierra y el Alto
de los Leones.
18-EN LA PENÍNSULA, HACIA MADRID
El mismo día 7 inicia las operaciones, que constituirán una sucesión ininterrumpida de éxitos
hasta las mismas puertas de la capital, venciendo una tras otra, con su escasa y valerosa
hueste, a cuantas fuerzas rojas tratan de contener su impetuoso y arrollador avance. Durante
los meses de agosto, septiembre y octubre de 1936, el nombre de Yagüe llena el ámbito de las
dos Españas: la Nacional, que vibra jubilosa con sus conquistas, y la roja, en la que produce
estremecimientos de pánico. En una y en otra zona se mezclan lo real y lo fabuloso, rodeando
la figura del libertador de tantos pueblos de Sevilla, Huelva y Badajoz con ese hato de los
grandes capitanes de leyenda. De él se contaban, y las repetía el eco convirtiéndolas en clamor
de epopeya, hazañas dignas de un Gonzalo de Córdoba, un Diego García de Paredes, un
Hernán Cortés. Con su camisa azul y su gorro legionario, los caminos de media España le ven
cruzar infatigable en una guerra sin cuartel ni descanso, en la que es necesario ganar tiempo al
tiempo.
Las arengas de Yagüe electrizan a cuantos las oyen. Su laconismo escalofriante, impregnado de
emoción o teñido de ironía, repercute en los corazones como un romance de otros tiempos. En
vísperas del asalto a Badajoz, se le atribuía esta alocución estupenda:
-¡Caballeros legionarios! Los rojos afirman que no sois soldados, sino frailes disfrazados.
¡Entrad a Badajoz a decir misa!
Pero cuando, después de la tremenda batalla en la que de la famosa 16ª compañía de la
Cuarta Bandera de la Legión quedó tan solo un escaso puñado de hombres a quienes Franco
desde Tetuán ha concedido la Medalla Militar, Yagüe es incapaz de hablar. Formados en una
explanada, ennegrecidos por el sol, el sudor, el polvo y la sangre sus rostros y sus brazos,
desgarrados los calzones y las camisas, los pocos supervivientes de la gesta esperan firmes,
mientras redoblan los tambores, voltean las campanas y tremolan las banderas que ahora son
sí ya las de España. Yagüe avanza y se sitúa frente a ellos.
-¡Caballeros legionarios!-grita. Pero la voz se le quiebra de congoja y duda. ¿Les felicitará
porque viven todavía o les arengará para que se dispongan a morir tal vez mañana?... El
corazón se le desgarra mirándolos tan jóvenes y tan valientes. Hay que decir algo y no puede.
Una pausa larguísima. Todos los ojos clavados en él ven brillar en los suyos los cristales de las
lágrimas, que parecen clavársele en la garganta.
–Hijos míos… ¡Qué buenos sois!. Eso es todo, y basta para enardecer a los magníficos soldados
y al magnífico pueblo, que estalla en un clamor frenético.
* * *
La Agrupación de columnas que manda Yagüe-formada por tres que mandan Asensio, Castejón
y Barrón-continúa su avance fulgurante por tierras extremeñas hasta Talavera de la Reina, a la
que los rojos han convertido en Talavera del Tajo. Durísimas son las jornadas que culminan en
la toma de esta importante ciudad. La derrota roja se convierte en desastre. Los milicianos
huyen perseguidos por la Aviación y la Caballería nacional en una desbandada incontenible.
Las carreteras por las que avanza Yagüe presentan los síntomas de la confusión y el caos. De
seguir así, Madrid ha de caer por la fuerza.
El 12 de octubre-a los dos años justos de la toma de Oviedo-, ya liberado el Alcázar de Toledo,
hay una reorganización de fuerzas dispuesta por Franco. El vencedor de Mérida, Badajoz,
Guadalupe, Navalmoral, Oropesa, Talavera y Maqueda recibe el mando del ala izquierda de
aquella gran unidad que ha de emprender la toma de Madrid, de cuya provincia va ocupando
uno a uno los pueblos desiertos, saqueados, semiderruidos. Va cayendo el otoño, y sobre la
camisa hay que ponerse cazadora. Yagüe tose, se fatiga, siente que le hierve el corazón y se le
rompen las entrañas. Pero no accede al descanso que le aconsejan los médicos y permanece
en pie horas y horas con sus soldados en la primera línea de fuego con el Estado Mayor en el
puesto de mando, combatiendo, estudiando, organizando. Madrid está a la vista, casi al
alcance de la mano. En Madrid están la victoria y la paz. Descansará en Madrid.
Continúa la batalla por la capital. La desilusión del 7 de noviembre es tan grande en los que
avanzaban sobre ella como en quienes dentro de ella sufren el martirio rojo. Se desiste del
asalto para organizar el cerco (las tropas nacionales son escasas y se sabe que en Albacete el
comunista francés Marty ha terminado el adiestramiento de unas brigadas internacionales de
ex presidiarios y asesinos, de los que muchos llegarán a ser jefes de Estado andando el
tiempo). El 16 de diciembre las tropas de Yagüe entran en la Ciudad Universitaria: la operación,
cruenta, cuesta muchas bajas. En su puesto de la Casa de Campo, Yagüe sufre un ataque al
corazón que pone en riesgo su vida. Sólo entonces consiente en entregar el mando y retirarse
a la retaguardia para ponerse en tratamiento. El mismo día se le concede el empleo de coronel
por méritos de guerra.
19-DE LA MARAÑOSA A BRUNETE
El coronel Yagüe, enflaquecido, demacrado, fatigoso, alejado de sus soldados por culpa de
aquella dolencia-de la que jamás se curaría-, se consume en la inacción de la retaguardia.
Sobre todo, las primaras Navidades de la guerra-las patéticas Navidades de 1936-son para él
días de tristeza y melancolía. ¿Por qué la Muerte ronda ahora su sillón y le despreció cuando
tanto la buscaba en África y Asturias?
Lentamente, su fuerte naturaleza de campesino pinariego va aplacando-que no venciendo-a la
traidora enfermedad. En febrero de 1937 Yagüe está en Salamanca, por cuya Plaza Mayor va
despertando admiraciones su figura.
La guerra es cada día más áspera y violenta. Yagüe pide volver al frente una y otra vez. Pero
sólo cuando los informes médicos son favorables, Franco, Generalísimo de los Ejércitos, accede
a sus deseos y le concede otro mando difícil y peligroso: el de la brigada que guarnece el sector
de La Marañosa en el frente de Madrid. La Marañosa, el Pingarrón, los olivares del Jarama,
donde el enemigo acaba de atacar con furiosa violencia y gran aparato bélico para impedir el
propósito de Franco de completar el cerco de Madrid. Yagüe recibe el mando de la división
número 4. Las unidades de Yagüe-banderas de la Legión y de Falange, Tercios de Requetés y
tabores de Regulares, batallones de soldados bisoños-resisten tenazmente las oleadas de
tanques y grandes masas de fanáticos internacionales.
A principios de mayo, un plan de operaciones en el sector de Toledo es aprobado por el
Cuartel General del Generalísimo, y Yagüe lleva a cabo una concentración de fuerzas que
emprenden un ataque por el sur del Tajo, ocupando importantes posiciones. Rápidamente, los
rojos organizan un contraataque en masa, en el que intervienen veintiún batallones y artillería,
tanques y aviación. Toledo vive unos instantes gravísimos en los días 9, 10 y 11, hasta que
Yagüe acude personalmente con sus mejores fuerzas, obligando al enemigo a retroceder.
Toledo aclama a Yagüe como un verdadero libertador. El coronel, que ha instalado su Cuartel
General en Yuncos, adquiere en Toledo inmensa popularidad. El 8 de junio se le confiere
accidentalmente el mando del glorioso primer Cuerpo de Ejército de Madrid, que parece
destinado por algún tiempo a la inmovilidad, por estar en su momento culminante en aquellos
días la ofensiva del Norte.
El 19 de junio, el coronel Yagüe en persona acude a Toledo para dar cuenta al pueblo desde el
balcón de la Jefatura Provincial, sito en la destrozada plaza de Zocodover, de la caída de Bilbao.
Pocas veces la elocuencia de Yagüe alcanzó mayores cimas de emoción que al comunicar a
legionarios y falangistas cual había de ser la conducta con los “rojillos que cayeran en su poder.
Al terminar su arenga de generosidad y hermandad española, los ojos de Yagüe estaban
húmedos. ¡La “hiena de Asturias”, “el verdugo de Badajoz”, como seguían llamándole los
marxistas, sólo pensaba en hacer de los pobres “rojillos” engañados hombres honrados para
una Patria decidida a proporcionar a todos sus hijos el pan y la justicia!
El 5 de julio, mientras las columnas del Norte prosiguen su avance hacia Santander, los rojos
desencadenan una tremenda ofensiva contra las posiciones del sector noroeste del frente de
Madrid entre El Escorial y la carretera de Toledo. En total, unos ciento cincuenta mil hombres
contando con las reservas de Madrid-, ciento ochenta carros, cien aviones y poderosa
artillería. Yagüe, nombrado en propiedad jefe del primer Cuerpo del ejército de Madrid, muy inferior en
número, se enfrenta con la formidable avalancha. El día 5 los rojos obligan a retroceder a los
nacionales, creando una bolsa-han aprendido la genial estrategia de Franco-que se detiene
incomprensiblemente-a cinco k¡lómetros de Navalcarnero. El 6 ocupan Brunete. Durante
cuatro o cinco días-de un espantoso calor-el frente es un verdadero infierno. Las tropas de
Yagüe-uno contra diez-se baten con un heroísmo desesperado que desconcierta al enemigo. El
propio Generalísimo acude al teatro de operaciones con su Estado Mayor y toma la dirección
de la batalla. A las fuerzas de Yagüe se han unido otras al mando de Varela, restadas a otro
frente.
La resistencia inverosímil de Yagüe ha desconcertado a los rojos. A partir del día 10 va
decreciendo el ímpetu de sus ataques, en los que no obtienen fruto posible. El 18 las tropas de
Franco emprenden la contraofensiva. El 24, Brunete-en ruinas-es reconquistado por los
nacionales, que cruzan el río Guadarrama. Los rojos, diezmados-se calculan en 30.000 sus
bajas-y desmoralizados, desisten de su sueño de romper el frente de Madrid. Cincuenta carros
de combate rusos han caído en poder de Franco.
Yagüe explicó acertadamente por qué el primer empujón rojo se detuvo a las puertas de
Navalcarnero, nudo principal de comunicaciones, desguarnecido y deshabitado:
-Han perdido la batalla de Brunete y perderán la guerra, porque de nada les servirán el
material ruso, los Estados mayores franceses, las Brigadas Internacionales y los soldados
“rojillos”, que son los mejores del mundo después de los nuestros, si no tienen eso que Franco
ha creado para nuestro Ejército: espíritu de audacia y mandos inferiores. Con tres secciones al
mando de tres de nuestros alféreces provisionales habrían ocupado Navalcarnero y ni tú ni yo
estaríamos ahora tomando café en Yuncos. Habrían llegado a Ávila y Toledo… Por eso te digo
que Dios está “descaradamente” con nosotros.
20-EL CUERPO DE EJÉRCITO MARROQUÍ
A finales de 1937, el frente Norte ha desaparecido. La victoria espera al Ejército nacional en las
playas de Levante.
Franco ha convertido en un poderoso Ejército a las escasas fuerzas con que comenzó la guerra.
Bajo sus banderas de unidad se agrupan casi un millón de muchachos de diecinueve a veintiún
años, llenos de ardor combativo con una oficialidad magnífica. Aparte de las unidades más
pequeñas que guarnecen los frentes estabilizados-Andalucía, Extremadura y Madrid-, se
organizan cinco grandes unidades con destino a la gran operación final. Estas unidades son: 1º,
el Cuerpo de ejército de Navarra, que manda Solchaga; 2º, el de Aragón, que manda
Moscardó; 3º, el de Castilla, al mando de Varela; 4º, el de Galicia, que lleva a su frente a
Aranda; y 5º, el Cuerpo de ejército marroquí, cuya dirección se encomienda a Yagüe el 3 de
noviembre de 1937.
El día 8 se hace cargo de su nueva unidad en Zaragoza, donde instala su Cuartel General, que
días más tarde-el 21-traslada a Daroca. El 7 de diciembre marcha a Atienza (Guadalajara) a
comenzar los preparativos de una gran operación a fin de asegurar ulteriores avances hacia el
mar.
Los rojos, sospechando alguna maniobra nacional desencadenan una fuerte operación sobre
Teruel, débilmente guarnecida, con varias divisiones de choque de anarcosindicalistas e
internacionales. Tras un momento de estupor, el Ejército nacional pasa a la ofensiva el 19 de
enero de 1938. Yagüe es encargado de ocupar por el sur el valle del Alfambra, lo que consigue
con sus aguerridas tropas el 7 de febrero, tras duras operaciones en las que el Cuerpo de
ejército marroquí se cubre de gloria. Tras setenta días de batalla, Teruel vuelve a ser nacional.
Hay que explotar el éxito, rompiendo el frente rojo en dirección a Belchite. La difícil papeleta
es encomendada a Yagüe, que ocupa dicho pueblo tras tenaz resistencia. Continúa avanzando
y ocupa Caspe el 17. El 23, sus vanguardias cruzan el Ebro y baten a los rojos. Continúa su
arrollador avance y ocupa Bujaraloz, Candasnos y Fraga. El 24 rompe el frente enemigo y se
apodera de Pina y Velilla de Ebro, Alforque y Cinco Olivas.
Al conquistador de Badajoz y héroe de Brunete le va a corresponder clavar las primeras
banderas de España y de Falange en la región catalana que unos cuantos malvados o delirantes
quisieron desgajar de la Patria total. Días más tarde otras unidades llegan al mar por Tortosa y
Vinaroz. La guerra está virtualmente ganada.
El 25 de julio de 1938, día del Apóstol de España, los rojos hacen su último y gigantesco
esfuerzo para librarse de la derrota total, cruzando el Ebro por varios puntos en la gran curva
que el río describe alrededor de Gandesa. Sus vanguardias llegan hasta los suburbios de
Gandesa, poniendo en grave peligro las líneas nacionales. Como siempre, los rojos son
incapaces de aprovechar el éxito inicial, tal vez porque, en cuanto pasa el primer momento de
sorpresa la reacción de los nacionales es incontenible. A los tres o cuatro días el frente se ha
fijado, y el Cuerpo de ejército marroquí resiste a pesar de la enorme concentración artillera del
enemigo. Yagüe reorganiza las unidades de que dispone sin retroceder un palmo de terreno.
La resistencia durísima se prolonga todo el verano, desgastando enormemente al enemigo.
Quizá de todas las etapas de la guerra fuera aquella de resistir y no atacar la más amarga para
el temperamento de Yagüe. Más que nunca, entonces, Yagüe es padre de sus soldados y les
anima con su presencia, con su palabra, con su ejemplo. Nunca pareció tanto un semidiós a sus
hombres.
Por fin, el 30 de octubre empiezan las operaciones para arrojar al enemigo de sus posiciones.
El 7 de noviembre cae Mora de Ebro y el 16 no queda un soldado rojo en la orilla derecha del
Ebro. Nada detiene el torrente de fuego y decisión de las tropas nacionales, que el 17 pueden
cantar la victoria del Ebro al contar los veinte mil prisioneros rojos, los doscientos cincuenta
aviones derribados, los tanques del inmenso botín de un ejército aniquilado cuyas bajas se
calculan en ochenta y cinco mil muertos y heridos.
Recién nacido el Año de la Victoria, Yagüe-ya general de brigada-establece su cuartel general
en Bot (Tarragona) para comenzar la última etapa de la liberación de Cataluña. El enemigo,
quebrantadísimo en el Ebro, opone escasa resistencia a la marcha victoriosa del Cuerpo de
ejército marroquí hasta llegar a la ciudad de Barcelona, que conquista el 26 de enero.
Barcelona, rescatada del terror rojo y de las veleidades separatistas, tributa a Yagüe las más
clamorosas ovaciones.
Al invicto general le hubiese gustado continuar el paseo triunfal de sus banderas hasta la
misma frontera de la Francia inamistosa, pero el Mando supremo ordena al Cuerpo de ejército
marroquí acudir al frente de Extremadura, donde las fuerzas rojas copadas intentan un último
coletazo a la desesperada. Como un ciclón caen sobre Extremadura los soldados de Yagüe el 1
de marzo, pasando a una ofensiva irresistible. El 28 de marzo, coincidiendo con la entrada en
Madrid de otras unidades nacionales, toman Ciudad Real. El 1 de abril el Caudillo firma el
último parte de guerra...
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