Revista FUERZA NUEVA, nº 230, 5-Jun-1971
PENA DE MUERTE POR UN LIBRO (UNA CÁPSULA DE CIANURO)
Francis Parker Yockey, muerto misteriosamente en junio de 1960. Era autor del libro «Imperium», compendio de ideas sobre la civilización occidental.
“Ha entregado su malvada alma al diablo el criminal fascista F. P. Yockey, fanático de Mussolini y Hitler, dirigente activo de la internacional negra en la que era conocido bajo el seudónimo de Ulick Varenge”.
Con esta “cristianísima” nota necrológica el “San Francisco Examiner” dio cuenta a sus lectores del fallecimiento del autor de un libro llamado a ser un auténtico “best seller” en Europa. Claro, si se permite su difusión. El libro se llama «Imperium» y su autor Francis Parker Yockey. Si muchas veces escribir un libro ha supuesto para el autor firmar de su puño y letra su sentencia de muerte, esto se cumplió una vez más en 1960 y en la democratísima y liberalísima Norteamérica.
¡Ahí es nada querer descubrir lo ocurrido entre bastidores en el Proceso de Nüremberg!
Porque morir en una cárcel norteamericana víctima de un atentado no es cosa que nos llame la atención después de haber “gozado” con las secuencias televisivas del asesinato del presunto asesino del presidente Kennedy, en la de Dallas. Y que la sucia historia se haya repetido con Francis Parker Yockey, tantas veces amenazado de muerte por sus ex amigos, no es cosa que nos llame demasiado la atención. Ni eso ni el procedimiento utilizado: una pequeña cápsula de cianuro puesta en su plato de comida carcelaria por un vecino de celda.
Sí; todo nos lo han pretendido explicar. Todo está claro como la luz del día. ¿Puede extrañar a nadie que en su celda de la cárcel judicial de San Francisco donde estaba preso desde hacía una semana, el 9 de junio de 1960 “con un gesto a lo Goering”, según la prensa, Yockey pudiera ser envenenado?
Pronto la policía americana, tan eficiente, tan astuta, tan cinematográfica, dio con el asesino ¿quién otro podía ser? Y aquí tenemos a John Niecman. Un hombre detenido por vagabundo y borracho. Un hombre que, “casualmente”, ocupaba, cuando la detención de Yockey, una celda contigua. Claro que Niecman no conocía a Yockey, no le había visto jamás, no sabía quién era; pero a pesar de todo esto “decide”, en la noche del 16 al 17 de junio de 1960, incluir en la comida destinada a Yockey una capsulita de cianuro llegada a sus manos no se conoce por qué procedimiento.
“Si ellos me han encarcelado, conozco muy bien el fin que me reservan: conozco muy bien de lo que son capaces mis ex amigos...” Fue una de las últimas frases oídas a Yockey.
Y acertó.
"No me dejarán vivir"
Cómo acertó cuando dijo: “Probablemente no me dejarán vivir el tiempo necesario para que documente al público sobre la infamia y la vergüenza del Proceso de Nüremberg”. Y cinco meses antes de su muerte confesó a Nino Capotondi: “Estoy perseguido como un delincuente por las más famosas policías del mundo. Hace más de quince años que tengo que huir de todas partes. He de esconderme, transformar mi personalidad desde hace más de quince años con el fin de no ser capturado. Conozco el fin que me han reservado y conozco también muy bien a mis ex amigos”.
Creemos que ya es hora de centrarnos en el personaje de nuestra historia. ¿Quién era Francis Parker Yockey?
Nacido en Chicago, en 1917, de familia irlandesa y católica, se licenció en Leyes, a los 23 años, en la Universidad de Notre Dame. Desde pequeño se hace notar por su despierta inteligencia y sus cualidades morales. Era un buen pianista, escritor privilegiado y políglota. De su actuación como abogado en ejercicio sólo un botón de muestra. No perdió una sola causa. Y esta última cualidad fue, en resumen, lo que le dio un viraje absoluto a su vida.
Antes de la II Guerra Mundial se opone -como la mayor parte de sus compatriotas, la reciente aparición del “Diario” de Lindberg lo confirma- a la intervención norteamericana en el conflicto. Decidido el ingreso en la guerra se enrola como voluntario en el Ejército, aunque, con posterioridad, es excluido por razones de salud.
Acepta, en el año 1945, un cargo que se le ofrece en Europa, en el Tribunal de Crímenes de Guerra y es destinado a Wiesbaden, donde se condenaba a los nazis de segunda categoría. Así, durante meses, fue testigo de excepción de la tragedia europea y pudo ver “con sus propios ojos” los efectos de aquel satánico “Plan Morgenthau”, cuyo objetivo principal, como es sabido, era la muerte por inanición, de veinte millones de alemanes. Para quien se muestre incrédulo le podemos dirigir a la lectura de los diarios del consejero de Roosevelt que demuestran, inconfundiblemente, similares intenciones.
Su sensibilidad jurídica debió sufrir lo suyo cuando, durante el año en que actuó, pudo observar fríamente los procedimientos jurídicos de un Tribunal que era al mismo tiempo, juez, jurado, acusador y defensor, de sus procesados. Supo también del empleo de torturas para obtener declaraciones, de la obtención de pruebas prefabricadas, de las sorpresas y de los testigos artificiales.
No era, nuestro hombre, persona que pudiese tolerar, sin reaccionar con violencia, la deformación sistemática de la verdad. Por eso desarrolló su trabajo según su conciencia. Lo que equivale a decir que preparó informes que -cosa inaudita en aquel ambiente- eran objetivos. No se hizo esperar la reacción y sus superiores prontamente le llamaron al orden. Rehusó modificar sus escritos para uniformarlos al “punto de vista oficial”.
-Eso es una insubordinación.
-Perdone, pero yo soy abogado, no periodista. Si quieren propaganda, escríbanla ustedes.
Y presentó su dimisión irrevocable.
De vuelta a la patria reanuda su vida anterior ante los tribunales de Illinois.
Pero ¿cómo puede un hombre de conciencia, no presto al conformismo, desentenderse de la lucha por la verdad a que se ve empujado? Atormentado por lo que ha visto y, aún peor, por lo que se prevé para el futuro, emprende su lucha. Su capacidad de aguante sólo le permite estar durante cinco meses en su puesto anterior. Ha de reconquistar su tranquilidad a cualquier precio y comprende que, para ello, debía, de cualquier forma, comunicar a la gente sus aprensiones, sus temores, sus denuncias.
“Imperium”
No le arredra el renunciar a una prometedora carrera y, ya en el año 1947, de vuelta en Europa vive con una sola idea fija: Escribir un libro. “Su” libro. La tarea sólo le ocupa seis meses. A marchas forzadas, quemando etapas, sin casi documentación, sin notas previas, concluye “Imperium”. 600 páginas que llevan como subtítulo el de “Filosofía de la Historia y de la Política”, una contribución fundamental a la teoría spengleriana de la “Decadencia de Occidente”.
Lo peor en Yockey -entiéndase, lo peor para él- es que no sólo era un gran pensador sino un irremisible hombre de acción. Da a la imprenta su libro, aunque en tirada limitadísima, pero no continúa su trabajo. Aunque fuese por este solo hecho merecería el recuerdo de los hombres de bien. Hay que pensar en la época en que vio la luz su trabajo, en aquellos años, en aquella atmósfera, entre obstáculos de todo género, para valorar en toda su extensión su sacrificio por la humanidad. Es, en el preciso momento en que ilusionado, abre por primera vez las páginas de “Imperium”, cuando toma otra decisión: No volverá a su patria, no continuará escribiendo. Hay que hacer algo más efectivo.
Se dedica entonces a establecer contactos con otros espíritus afines al suyo con una sola obsesión: “Hay que salvar lo que se pueda de toda esta hecatombe. Hay que salvar del naufragio a Occidente”.
Dos años después de su regreso a Europa organiza un llamado “Frente de Liberación Europea” que lanza un manifiesto, la “Proclama de Londres”, en el cual reafirma su filosofía expresada en “Imperium”. Una tentativa imposible y casi intempestiva. Yockey se ha de enfrentar con hostilidades de toda clase, sus amigos le abandonan, se le rodea de una atmósfera de recelo asfixiante, es amenazado, se enfrenta a vetos y resentimientos de todo tipo. Su organización se disuelve y, sin perspectivas inmediatas, con problemas económicos, consigue un trabajo en la Cruz Roja Internacional que le dura hasta 1951, en que dimite par viajar por toda Europa.
En esta época y hasta 1960 la vida de nuestro héroe desaparece. Como si fuese un propósito, sus huellas se difuminan y los movimientos del ex abogado apenas son conocidos...
Sabía demasiado
Durante su época de Nüremberg había llegado a conocer lo que había entre bastidores. Conocía hechos, pruebas y documentos que fueron los motores que le empujaron -hombre de no corriente coherencia moral- a la conversión que le transformó en “criminal nazi”. Se habituó a vivir en permanente huida mientras emplea su tiempo en reordenar las fotocopias “secretísimas” que poseía, en procurarse testimonios y declaraciones, en confirmar sospechas y en tomar, incansable, apuntes para un libro que habría de revelar la verdad escondida tras la bárbara farsa de Nüremberg. Ni que decir tiene que esta obra jamás pudo escribirse. Su documentación despareció “misteriosamente”. Pero sirvió para firmar su sentencia de muerte.
Algo de cansancio, de soledad, había germinado en el ánimo de Yockey cuando de forma fortuita es detenido en San Francisco. No se sabe la fecha de su llegada a Norteamérica, pero se tienen indicios de que allí fue para establecer contactos con algunos políticos americanos, de vuelta ya de la coexistencia pacífica con el comunismo internacional, deseosos de conocer la verdad de muchos hechos inexplicables.
En los ambientes más o menos oficiales se tiene conciencia de que un hombre como Yockey, en posesión de un material tan explosivo debe ser silenciado de una forma más o menos definitiva. Para empezar se le exige una fianza desorbitada -50.000 dólares- que le impiden abandonar la cárcel. Todo se había previsto.
Durante su estancia en prisión recibe una visita: Willy Carto. –“He leído su libro. ¿Qué puedo hacer para ayudarle?”. – “Esperar. Esperar y hacer todo aquello que os dicte vuestra conciencia”.
Es Willy Carto, secretario del “Congreso para la libertad”, quien escribe el prólogo a la segunda edición de “Imperium”: “a pesar de todas las tentativas para destruirlo o suprimirlo, constituye el único fundamento del cual se puede partir para desenmascarar a los enemigos internos, reencontrar el alma de Occidente y establecer un camino para el futuro.”
Aunque es de suponer que Yockey, al escribirlo, le asignara una función guía a sus páginas, poseen éstas, sobre todo, un valor profético. “Imperium” se puede considerar como una continuación, puesta al día, de la obra de Spengler continuando y mejorando su punto de vista lineal de la Historia sujeta a ciclos, articulantes en culturas independientes, de nacimiento, desarrollo y declinación. Describe las estructuras que determinan la vitalidad de una cultura -raza, tradición, religión, jerarquía, idea de Estado- e individualiza los principales focos de infección de la Cultura Occidental: darwinismo, freudismo, visión del mundo naturalmente técnico-científica, etc.
Pero aun la predicación del declinar occidental no lleva la impronta de lo inevitable: es más bien un grito de alarma, una llamada de socorro, que invita a reencontrar -antes de que sea tarde- la dispersa y confundida alma occidental. Un trabajo de reconstrucción sobre las ruinas que sólo podrá satisfacerse tras la Reconquista del Poder Político.
“Aquéllos que quieran guiar al Occidente al otro lado de la laguna Estigia, fuera de las Tinieblas, deberán primero traspasar las puertas del Infierno”. Es la básica condición que, según Yockey, se precisa para el renacer de Occidente. Es, por este motivo, por el que Yockey detiene su atención más que sobre la Historia, sobre la Política. “¿Qué será un mundo sin Política?”.
La forma definitiva de organización política sobre la cual una cultura debe tender y que, para Occidente, se identifica con la única esperanza de salvación es el retorno al principio romano y jerárquico del “Imperium”.
Sólo siete días después de la visita de Willy Carto la vida de Yockey es destruida por sus enemigos. Pero no pasan cuatro años cuando su libro es reeditado, por iniciativa privada, y difundido acompañado de una nota a los “hombres de Occidente”, en la cual se dice entre otras cosas:
“Los enemigos de nuestra civilización han bloqueado todos los canales para hacer circular, traducir y publicar “Imperium” en cualquier lengua”.
F. N.
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