EL PRINCIPIO DEL FIN
Cuando en un régimen político se incrusta un sistema esencialmente diverso, se mete con él el germen de disgregación, porque, al no poder ser asimilada la esencia nueva, se paraliza la acción política, se atasca el carro del gobierno y viene la corrupción y la muerte. Sin buscar ejemplos más lejanos, esta misma generación ha visto cómo la Dictadura destruyó el régimen liberal de la monarquía constitucional, y luego cómo la entrada de la CEDA en el gobierno republicano paralizó la vida política de la República. En ninguno de los dos casos se debió esta paralización a intenciones expresas de los hombres de los sistemas incrustados, sino a que su sistema era contrario a la esencia del régimen imperante.
Lo mismo ocurre en España en este momento. Se optó aquí por un sistema totalitario. No vamos a repetir lo que tantas veces hemos dicho de que esta opción se hizo a espaldas de la España del 18 de Julio. Consignamos simplemente el hecho de que es escogido aquel sistema. Se siguió una moda; no un modo de ser nacional. Ahora la presión de las corrientes extranjeras más próximas y más intensas rechaza aquel sistema y lo condena. Este régimen ve el error cometido; para sobrevivirse él y sus personas se intenta una pirueta y se quiere colocar a esta situación en línea con los sistemas democráticos de las potencias que van llevando la mejor parte en la lucha. En vez de escarmentar con la lección y buscar el camino de lo genuinamente nacional, se sigue de nuevo la moda traída de fuera. Y de este modo, se vuelve otra vez a incrustar un sistema opuesto al régimen establecido. Las consecuencias volverán a ser fatalmente las mismas antes dichas de corrupción y destrucción de la totalidad del régimen.
Sin previo aviso se ha lanzado el Generalísimo por este camino. No sabemos quién le habrá aconsejado la nueva postura, pues no se concibe que un acto de esa naturaleza y de tamaña gravedad se haga por cuenta propia sin asesoramientos múltiples y reiterados. Menos, todavía, en una pretendida “democracia orgánica”. Si el impulso ha partido del Ministerio de Asuntos Exteriores, ha quedado en evidencia su desacierto. No podemos menos de recordar la noble figura del conde de Jordana, que supo mantener a España en una digna neutralidad a lo largo de anchos períodos tormentosos. Ya el instinto popular le achacaba a él el éxito que otros se apuntaban, y hoy se ve que su prudencia era aún mayor de lo que se sospechaba, pues a poco de faltar él se ha dado este mal paso.
Porque pensando en los países de fuera se han hecho las famosas declaraciones [1]; y la repulsa ha sido unánime y tremenda. No ya sólo de Alemania, de quien era natural esperarla, sino también de Inglaterra y los Estados Unidos. La prensa de estos dos países ha dicho cosas furibundas. El diario conservador
Daily Mail, por ejemplo, dice: «La impertinencia de esta proposición (la de pedir un puesto en la Conferencia de la Paz) deja sin aliento. Mucho tendríamos que buscar para encontrar una desvergüenza más descarada. El Jefe español ve que su amigo Hitler está condenado a perecer irremisiblemente, y busca, por lo tanto, encamarse sobre las espaldas de los aliados. Pero su modo de hacerlo es insufrible… El pueblo británico no olvida la importante ayuda prestada al Reich por la España de Franco. Sin el wolframio español y sin otras materias primas, la situación de Alemania hubiese sido muy difícil. Estos recuerdos estorbarán mucho a Franco en un porvenir no muy lejano y el Jefe del Estado español, al suscitarlos, se ha perjudicado grandemente. Nos permitimos sugerir que para bien suyo debería permanecer [callado] de ahora en adelante». Si esto dice uno de los diarios conservadores, los liberales, y, sobre todo, los laboristas se despachan a su gusto y arremeten contra Franco y sus declaraciones. También los periódicos neoyorkinos respiran de la misma manera, al igual que lo hacen las radios de los dos países. Todos combaten al Jefe del Estado español; muchos llegan al insulto y hasta a la injuria; hay, sin embargo, una nota común, y es que la campaña se dirige personalmente contra Franco y no contra la nación española como tal.
Aparte ya de esa repercusión que han tenido en el extranjero las declaraciones, debemos decir, con la autoridad que tenemos y que nadie nos puede discutir, que LAS DECLARACIONES NO RESPONDEN AL ESPÍRITU DEL 18 DE JULIO.
La guerra española no la hizo este o aquel general, ni siquiera el ejército. Fue un levantamiento que revistió por necesidad un carácter militar, pero cuyos fines últimos eran esencialmente políticos; es decir, fundamentalmente civiles. No se trataba de una conquista, ni siquiera de hacer violencia a unos hombres para expulsarlos de la patria. Eso era lo accesorio. Lo fundamental era desterrar unos procedimientos políticos perniciosos, derruir unas doctrinas y unos sistemas que resultaban fatales para la vida de la nación y, por lo tanto, crear y construir otros nuevos. ¿Quién tenía que decir cuáles eran esos sistemas y cómo se había de llegar a ellos? La misión del ejército y sus representantes había sido principalmente la de ayudar con su fuerza a la buena causa, y ésa la había cumplido ya con gran eficacia. Pero la futura orientación política de la nación, libre ésta ya de sus enemigos, debía quedar encomendada a aquéllos que mantenían las doctrinas y los sistemas más opuestos a los derrocados; los que no han fracasado en política y han venido acusando año tras año durante más de un siglo los errores y los fracasos de los demás. Los que defienden la verdad política y demuestran, por su pervivencia, que sólo ella es la verdad: Los requetés de la guerra; la Comunión Tradicionalista.
Así se reconocía en los primeros meses ilusionados de la guerra, antes de que ambiciones mezquinas bastardeasen el buen espíritu. Pero luego se truncó la buena marcha que se llevaba y comenzó la persecución contra los que representamos la genuina España. Los momentos de más aguda persecución contra el carlismo han coincidido, como era natural, con la iniciación de los caminos más desviados del auténtico bien de España. Se desterró a D. Manuel Fal Conde en plena guerra, para, al poco tiempo, proceder a la desdichada constitución del Partido Único. Otro destierro del Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, éste a Ferrerías, fue en el verano de 1941, con la disculpa de unas cartas en que insistía en el tema de que España no debía abandonar la postura de neutralidad. Era en el momento en que en las alturas pareció bien cambiar tan digna postura por la No Beligerancia, que ahora pesa como invisible fantasma sobre estas declaraciones. Los errores más graves de esta situación han sido acompañados siempre de persecución a los requetés. Se ha querido acallar con medidas duras la protesta nacional contra la desviación del espíritu de nuestra Cruzada.
A nosotros, por lo menos, no se nos ha engañado. Desde el principio ha quedado patente que, ni nosotros éramos totalitarios, ni el totalitarismo era compatible con la España tradicional. Pero lo sorprendente de esta nueva postura es que burla y engaña a los mismos que parecían acaparar los favores del poder. El zapatazo que se le da a la Falange y a todo lo que venía representando es espantoso. Frente a su sistema rígidamente jerárquico, de nombramientos verticales de arriba y abajo, se invoca ahora la democracia. El partido se nutrió de cosas italianas y alemanas, –saludos, nombres, emblemas, instituciones–, y ahora se reniega de todo aquello. Existe una Junta política y un Consejo, y no se convoca a éste, ni se consulta en forma a aquélla, para el cambio de postura; y hasta la misma División Azul, combatientes que el Partido tomó como suyos propios y exaltó hasta por encima de los mismos voluntarios de nuestra Cruzada, sufre los rigores del cambio de orientación. ¿Cómo es posible que pueda quedar un solo falangista con dignidad en puesto de mando, después de que se le ha dado la vuelta completa a la Falange, y lo que queda para el porvenir no se parece en nada a lo que nos han venido contando en todos estos años? No es hacer ningún favor a los falangistas puros, el decir que una de sus principales características era la de ser antidemocráticos. ¿Cómo pueden compaginar sus doctrinas de siempre con estas novedades? Si después de esto no se nota una retirada en masa de aquéllos que teníamos por idealistas, habrá que convenir que no hay en Falange más que hombres corrompidos, que se ponen la camisa azul únicamente como se ponen la gorra los recaudadores de consumos: para justificar el derecho a cobrar.
Porque esta nueva situación que crean las declaraciones, –e insistimos en el tema por su enorme gravedad–, es la apostasía oficial del espíritu del 18 de Julio, y gravísima injuria que se causa a los que en aquel alzamiento murieron. No puede interpretarse así lo que aquello representó, ni llevar a esta desembocadura el camino que entonces se trazó. Estas declaraciones no son más que consecuencia natural de los errores llevados a cabo por la situación imperante. Se olvidó la conveniencia de España y se vivió al dictado de otros países, confundiendo el agradecimiento hidalgo por su ayuda a nuestra causa, con la supeditación política y la copia de sus sistemas, que ha enajenado la voluntad popular. Con todo ello se ha creado una situación difícil, sin posible remedio por parte de los actuales gobernantes. Y buscándoselo, impremeditadamente, han ido a caer en el extremo contrario del anterior. ¡Nunca en el centro conveniente que acuse la personalidad española!
Y ya la cosa no tiene remedio. ¿Cómo van a aceptar amistad los que ven tan patente la deslealtad a la amistad anterior? ¿Cómo es posible dentro de España que el país siga unos cambios tan bruscos? ¿Cómo puede concebirse una Falange democrática?
Desengáñense los gobernantes y quienes les aconsejan. La actual situación ha entrado ya en barrena. No es posible casar la democracia con el Partido Único. No se trata ya de hacer una cosa mala de dos buenas. En este caso las dos son malas, y, juntas, explosivas. Esto se va ya. Y, por esto, es precisa nuestra nueva llamada, que venimos haciendo desde hace meses una y otra vez. NO HAY MÁS QUE UN SISTEMA PARA SALVAR ESTA SITUACIÓN CAÓTICA: EL SISTEMA TRADICIONAL DE ESPAÑA, QUE ESTÁ TAN LEJOS DEL TOTALITARISMO OPRESOR COMO DE LA DEMOCRACIA ANÁRQUICA. Aún estamos a tiempo para llegar a él, y todos los síntomas lo indican como lo único posible.
Dentro del campo del 18 de Julio no han quedado más que dos fuerzas organizadas: la de la Falange, que debe toda su vida a su situación privilegiada y al apoyo oficial; y la Comunión Tradicionalista, que, a pesar de las persecuciones y de la dificultad de comunicación, mantiene en pie sus cuadros, suma hoy más requetés que antes del Alzamiento, y ha exigido de sus hombres durante estos años una labor callada de estudio de los problemas políticos, que ha cuajado en numerosos proyectos de disposiciones fundacionales de órganos constitutivos de su sistema orgánico. Hoy la Comunión Tradicionalista está preparada para asumir el poder.
Fracasada, pues, totalmente, una de estas fuerzas, la Falange, que no ha convencido de la eficacia de su sistema ni a su mismo Jefe, la otra es la que debe entrar a gobernar.
Estamos ya en la antevíspera del derrumbamiento de este régimen. Piensen todos los españoles honrados que no se trata ya de apuntalarlo. Se cae arrastrando a todo el que se ponga debajo para aguantarlo. Hay que tener preparada la sustitución, que no puede ser más que la que agrupe a toda la España sana. Ésa es la solución tradicionalista. Nosotros no excluimos a nadie de nuestro llamamiento ni establecemos castas entre los españoles por cosa tan nimia como el color de una camisa. No se trata, como podrían pensar algunos, de sustituir un Partido por otro, y que donde hay hoy un falangista esté mañana un requeté. Se trata de implantar un régimen que dé entrada a todos los españoles honestos y patriotas. Hay un puesto para todo el que quiera colaborar en la tarea de levantar nuestra patria. Porque nuestro régimen es amplio, de libertad y de justicia.
[1]
Nota mía. Declaraciones de Franco a la Prensa, publicadas el 7 de Noviembre de 1944.
Primer cambio político de Franco (1945).PDF
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