Fue en el acto de la celebración del bicentenario de Calderón de la Barca por gentes ajenas a este enorme literato, cuyo sectarismo les impedía saber el vómito que produciría a Calderón ver allí reunida a semejante caterva, brindando y rebuznando por todo lo contrario de lo que Calderón representaba.
Jamás la perrera perdonaría al joven Menéndez Pelayo su improvisado y glorioso “Brindis del Retiro”, frente a los anteriores brindis, en que alabó al sublime Calderón y todo lo que éste representaba, en las antípodas de la vieja borriquería progresista de profesorcetes republicanoides comecuras y simpatizantes de la guillotina, que en conocimientos no llegaban a Menéndez Pelayo ni a la suela del zapato (y lo sabían).
Al día siguiente, más rebuznos y ladridos de los juntaletras paniaguados del periodismo, reflejando la voz de sus amos masones.
Marcelino Menéndez y Pelayo: El brindis del retiro
Gabriel Sánchez
(…) En 1881, se conmemoró el bicentenario de la muerte del poeta y dramaturgo Pedro Calderón de la Barca. Calderón se había caracterizado por ser una de las figuras ejemplares del Siglo de Oro español. Sus obras, fundamentalmente sus aportaciones en los textos dramáticos, que se representaron en los teatros de todo el mundo durante siglos, dejaban impresa la huella de la voluntad divina, la promesa de Dios, la responsabilidad moral, el conflicto entre realidad e ilusión, la precariedad de la existencia, el hecho de que el bien siempre vencerá al mal, todo ello en consonancia con una profunda fe cristiana y la defensa del hombre como valor divino. Calderón era considerado durante los dos siglos que siguieron a su muerte el poeta católico por excelencia por su habilidad de llevar el simbolismo cristiano a las tablas.
Pero las nuevas corrientes que se pasearon por la España del siglo XIX, procedentes de la Francia revolucionaria y que se asentaron entre nosotros a partir de mediados de siglo, cuando afloraron dos conceptos bien distintos en política que calaron en la sociedad y salieron de los debates palaciegos o en el hemiciclo de las Cortes, hicieron cambiar conceptos sobre lo clásico, lo moderno, lo que estaba por venir. Conservadores y liberales radicalizaron sus posturas en un intento, los primeros, de mantener a España dentro de los parámetros en los que se había movido siempre, sin posibilidad de cambio alguno puesto que el progreso, para ellos, no era más que la antesala de la catástrofe. Para los segundos, las corrientes modernas que llegaban a España a través de sus fronteras en cuanto a ciencia, tecnología, corrientes ideológicas y filosóficas, el nuevo concepto del hombre, significaban aire fresco que necesitaba nuestra carcomida sociedad. Ese enfrentamiento más allá de lo ideológico se manifestaba en modas, estilos de vida y, naturalmente, en la vocación de idolatrar algunos valores y la animadversión hacia otros por caducos. Y es un poco lo que le pasó a la figura y la obra de Calderón. Mientras unos le idolatraban como el poeta católico por excelencia, otros consideraban que sólo se trataba de un pedante, un cómico y se elogiaba, por encima de todas las demás, su obra profana.
Nos referimos aquí a la figura y la obra de Calderón porque es de lo que se trata y el origen del hecho, objeto de este análisis. Pero esta pugna de ideas a finales del siglo XIX es perfectamente exportable al arte en general, a la política, a la economía, a la filosofía e incluso, como he dicho antes, a la moda.
Así las cosas, llega el día del homenaje a Pedro Calderón de la Barca en el segundo centenario de su muerte. Es el 30 de mayo de 1881. En el restaurante Fonda la Persa, en el Retiro, también conocido como restaurante La Perla, se organiza un banquete homenaje al autor de «La Vida es sueño», patrocinado por la Universidad Central y que reunió a 150 catedráticos españoles y extranjeros que se habían dado cita en Madrid para participar en distintos actos conmemorativos del Bicentenario de Calderón. Españoles, portugueses, franceses y alemanes entre los comensales. Allí estaban, entre otros, los profesores Arrieta, Azcárate, Echegaray Mojados, Esteban y Gómez, Fayula, Giner de los Ríos, Gómez Jordán, Hinojosa u Ortiz de Zárate. Entre los invitados extranjeros, los catedráticos Mirossi, de Lisboa, Vasconcellos, escritor portugués, y Consiglieri, de la misma nacionalidad. En representación de la intelectualidad de Francia, citar a Magnaval y por parte alemana, entre otros, el profesor Farestanch. También había representantes de estamentos civiles y militares, entre ellos, el general Trillo.
Al finalizar el banquete (comida mala y champaña falsificado, en palabras del propio Menéndez y Pelayo) comenzaron los brindis: se brindó por Schiller (el autor de la oda a la alegría que incorporó Beethoven en el 4° movimiento de su 9a sinfonía), por Goethe, por la ciencia española, por la unión de España y Portugal, por la instrucción pública y por la república francesa, por Julio Ferry, furibundo republicano, primer ministro de Francia que instauró un sistema de enseñanza laico, libre y gratuito, venciendo los obstáculos y la residencia católica en Francia...
Se brindó, en fin, por la modernidad, y se olvidó la cuestión esencial: ensalzar los valores calderonianos, lo que representaban, su época y sus circunstancias.
El brindis
Las intervenciones levantaron murmullos, comentarios soterrados, críticas veladas, por parte de algunos comensales. Alguno se atrevió a pedir al joven catedrático Marcelino Menéndez y Pelayo que interviniera. No tenía pensado hacerlo, ni se había preparado discurso alguno. Pero cuando oyó lo que allí se estaba diciendo, Menéndez y Pelayo se levantó e improvisó un brindis que ha pasado a la posteridad por la fuerza de su contenido, la vehemencia con el que fue pronunciado y la repercusión que sus palabras tuvieron. Es lo que se conoce como el BRINDIS DEL RETIRO, todo un testamento ideológico del intelectual español y su época. La prensa recogió, una por una sus palabras:
«Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra.
Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos.
En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofia, de nuestra literatura y de nuestro arte.
Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en porta-estandarte de la Iglesia, en gonfalonier de la Santa Sede, durante toda aquella centuria.
Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales.
Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.
En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo.
Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza.
Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.
Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.»
***
Las reacciones
Sus palabras tuvieron honda repercusión en toda la sociedad de la época y en los círculos en los que la intelectualidad se movía, no sólo en Madrid, sino en otros muchos lugares de España. Incluso su eco se pudo escuchar en Francia, Portugal y Alemania, por motivos obvios. Fue la prensa de la época la que se dedicó a airear, argumentar, opinar y, sobre todo, polemizar, a propósito del Brindis del Retiro.
En aquel último cuarto del siglo XIX proliferaban en Madrid diarios de distinto signo ideológico. No había institución que se preciara -política, sindical, religiosa, cultural, ciudadana-que no tuviera su órgano de expresión. No en vano, la única forma de hacer llegar las ideas a los demás era a través de la prensa, un medio de comunicación capaz de unir voluntades, crear adeptos y polemizar, pues todas las sensibilidades olían a tinta. Sensibilidades de unos pocos para otros pocos, pues el índice de analfabetismo en España en aquella época era tal que la prensa estaba tan sólo al alcance de clases privilegiadas. A fin de cuentas sus miembros eran los únicos que mostraban interés por estos asuntos. El resto, bastante tenía con buscarse la vida todos los días por los rincones de la Ribera de Curtidores, las correderas de la Cava Baja o las orillas del Manzanares.
La prensa de la época no era como la actual: los artículos destilaban interpretaciones, opiniones, aseveraciones del periodista que se atrevía a romper uno de los sacrosantos principios de esta profesión: no mezclar información con opinión. Pero los periódicos eran de partido y, antes que la noticia, primaba la opinión sobre el hecho noticioso. Noticia fue, desde luego, la diatriba que Menéndez Pelayo lanzó en La Perla del Retiro que tuvo, como no podía ser de otra forma, defensores y detractores. En un magnífico trabajo, la profesora Eva María Sánchez Rodríguez, de la Universidad Europea de Madrid, titulado «El brindis del Retiro de Menéndez y Pelayo: un acontecimiento para la posteridad», hace una recopilación de la repercusión que las palabras del catedrático tuvieron en los distintos diarios de la época, que se editaban en Madrid, en una labor de hemeroteca que hay que resaltar aquí. Es especialmente significativa la opinión que cada uno de ellos tuvo del brindis, en función de la línea editorial que defendían:
El Clamor de la patria, diario democrático:
«Brindó por la inquisición y por su restablecimiento en España. Este brindis sólo merece el desprecio; mirado por lo que afecta a la patria, un severo castigo»
El Conservador, diario político y financiero:
«Unánime censura contra el joven que tiene muchas letras, pero al que le falta con frecuencia sentido práctico y espíritu de imparcialidad. El discurso nos parece poco oportuno»
El Cronista, diario liberal conservador:
«Habló en el banquete como si hablase en su casa y entiende poco del comercio de la vida»
El Demócrata, diario de la tarde:
«Fue un discurso reaccionario que provocó escándalo por su inconveniencia y falta de respeto y consideración hacia huéspedes tan estimados»
El Estandarte, diario político:
«Tomó la palabra para elogiar la Inquisición, el despotismo, la intolerancia y renegó de todas las conquistas liberales»
El Globo, diario ilustrado, político, científico y literario:
«A los ultramontanos españoles suele sucederles que figurándose unos dioses, tienen un nimbo en las sienes, un concilio en la mollera, con la paloma, símbolo del Espíritu Santo, entre sus aves domésticas, y pierden la cabeza diciendo muchas tonterías»
***
Naturalmente también hubo diarios que se posicionaron a favor de las palabras de Menéndez y Pelayo:
El Fénix:
«Ese español y patriota como ninguno oyó con amargura tan imprudente discurso y se decidió a pronunciar algunas palabras, expresando el concepto de la civilización católica. El señor Menéndez Pelayo dio allí donde les duele a los eximios científicos. Son famosísimos esos libera/astros que encuentran natural y corriente que se eche lodo sobre nuestras glorias nacionales y se brinde en honor de un ministro extranjero innoble (se refiere a Ferry)»
El Imparcial, diario liberal:
«El brindis debe servir de advertencia para que no se ofendan las ajenas opiniones. Los reaccionarios tienen igual derecho que sus enemigos y deben usar de ellos: eso ha hecho el señor Menéndez Pelayo y por eso le felicitamos, desando que su ejemplo sea seguido»
El Siglo futuro, diario católico:
«El señor Menéndez Pelayo, al final del banquete, oye en extrañas lenguas y en la suya propia, insultar y vilipendiar sin ningún género de respeto divino ni humano, sin consideración al pueblo español, sin cortesía a cuanto él ama y adora. Entonces se levanta y confiesa a Dios verdadero y defiende la tradición de su patria y vuelve por los fueros de la santa verdad, con altísimo estilo y castiza palabra»
La Fe, periódico monárquico:
«Ante el brindis del Retiro, aplaudimos con las dos manos y con todo el corazón. ¿Creía alguien que no se levantaría voz contra tales insultos? El insigne catedrático ha vengado a España y ha hecho la debida justicia de esos insultos, dando satisfacción a la conciencia pública»
Como se puede apreciar, unos valorando el arrojo de Menéndez y Pelayo defendiendo los valores tradicionales y otros, acusando al catedrático de mal educado, reaccionario y ultramontano.
EPISTOLARIO
El brindis del Retiro también tuvo repercusión en otros estamentos, como he dicho antes. Los carteros de Madrid tuvieron mucho trabajo, pues debieron llevar a casa de Don Marcelino decenas de cartas de adhesión. Procedían de distintos lugares de España y las firmaban los personajes más variopintos: Obispos, con el de Santander a la cabeza, Vicente Sánchez de Castro («brindis de valerosísima fe católica, hecha a la faz del mundo»), capellanes como los de Belorado, en Burgos, ruta jacobea («al incalculable valer de su prodigiosa ciencia añade el valor cristiano»), estudiantes de Madrid, Barcelona y la portuguesa Coimbra, un panadero de la localidad de Dueñas, en Palencia, un sastre de Barcelona y ciudadanos anónimos de ciudades tan dispares como Sevilla u Orense. Todas ellas reflejando el sentido patriótico y católico y revindicando el Siglo de Oro, los sentimientos nobles, contra el ultraje de la España noble o «contra los herejes de nuestro desdichado tiempo», en palabras del poeta catalán Jacinto Verdaguer quien también se tomó la molestia de enviarle una carta a Menéndez y Pelayo.
Pero tal vez la carta que Menéndez Pelayo más estimó de entre todas las recibidas, fue la de su colega y amigo alemán Hugo Schuchard, catedrático de lenguas románicas en Austria. Se interesaba el lingüista alemán, con todo respeto y devoción que profesaba a Menéndez y Pelayo, por el concepto de «barbarie germánica» que había introducido en el Brindis del Retiro. Desde Cantabria, el catedrático español le contestó justificando así esta alusión: »Con tal término he aludido a la herejía luterana, a la barbarie germánica de los tiempos de Lutero y a la de los alemanes de aquellos entonces, no a la de los alemanes contemporáneos». Y en el mismo intercambio de correspondencia con su colega alemán, Menéndez y Pelayo enfría un poco su boca y su pluma y retrocede un palmo.
«Yo creo que una raza y un pueblo deben aceptar todas las grandezas y adelantos de otras razas y pueblos, pero sin renegar de su historia, ni de su Dios, ni de su Patria; antes bien: viviendo de la sabia de sus antiguas tradiciones, que no excluyen ninguna mejora ni progreso legítimo»
Como se puede apreciar en este párrafo, Menéndez y Pelayo reconoce el legítimo derecho de progresar, desde el reconocimiento a los valores tradiciones.
Los ecos del Brindis del Retiro llegaron incluso al Consejo de Ministros. El día 2 de junio se celebró en Palacio reunión del consejo, bajo la presidencia del Rey Alfonso XII. El presidente del Consejo era Mateo Sagasta, del partido liberal. La prensa se hizo eco del debate en el Consejo que manifiesta «su disgusto ante las impertinencias históricas del académico neo católico, así sean por él y los suyos mantenidas solamente o estén amparadas y protegidas por alguna ilustración liberal-conservadora».
No es de extrañar esta reacción del Consejo de Ministros presidido por un liberal, que era el gobierno de la monarquía encarnada por un Borbón, dos instituciones que Menéndez y Pelayo había puesto en su brindis, como se dice coloquialmente a caldo.
Este discurso, improvisado pero cargado de dinamita, provocó todo tipo de reacciones que no eran más que el reflejo de la profunda división intelectual de la España de la época. Si bien es verdad que el propio Menéndez y Pelayo, como hemos visto en la carta que le envía al catedrático Hugo Schuchard rebaja un poco el tono de su crítica, es perfectamente consciente de lo que ha dicho en El Retiro. Con palabras menos agrias justifica su discurso ante una concurrencia entregada en el Circulo Católico unos días después: «¿Qué mérito contraje en hacer lo que hice?, llega a decir, ¿No es de todo católico confesar públicamente su fe, en viéndola atacada? ¿Quién de vosotros no hubiera hecho lo mismo con igual o mayor energía? ¿Quién de vosotros no hubiera hablado como yo hablé, ensalzando todas las grandes ideas del siglo de Calderón y volviendo por la honra del gran poeta que servía de pretexto a tales profanaciones? Todos estáis conformes conmigo en la proclamación de la unidad católica que hizo nuestra grandeza en el Siglo de Oro, todos lo estáis en la glorificación de la España antigua y en que sus principios santos y salvadores tornen a informar la España moderna»
Como se puede apreciar, de nuevo sí a la modernidad, pero con la mirada en los ancestros, sin perder la tradición y conservando el espíritu que hizo a España grande en el Siglo de Oro.
Aquella alocución breve pero rotunda no fue más que una exposición clara y sistemática de lo que fueron las ideas capitales que se debatieron en la época, con sus defensores y detractores. De su evolución y desarrollo dan buena cuenta los hechos históricos que acontecieron hasta finales del siglo y que trajeron consigo una generación de escritores y artistas, tal vez la más brillante de todas las que siguieron al Siglo de Oro y que se llamó la Generación del 98 (…)
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Tomado de aquí: marcelino gsanchez.pdf (ufv.es)
Última edición por ALACRAN; 16/06/2022 a las 16:09
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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