Revista FUERZA NUEVA, nº 133, 26-Jul-1969
EVA PERÓN, CONVERTIDA EN BANDERA DE LA REVOLUCIÓN DE LOS POBRES
Eva Perón es una figura sin paralelos en América, casi sin posibilidad de definición. Su compleja personalidad tiene la virtud de atraer, de una parte, el amor de las grandes masas populares tanto como el odio de los sectores minoritarios donde se refugiaron, desde el comienzo de la historia americana, todas las frustraciones y resentimientos que esterilizaron las luchas de los pueblos. Bandera revolucionaria para millones de desheredados; “muñeca de lujo”, en cambio, para las mendaces oligarquías nativas -principalmente la argentina, que nunca le perdonó el que naciera del pueblo-, Eva ha sobrevivido a su muerte material y ahora, a diecisiete años de la misma -en verdadero acto de servicio, pues, se agostó sin renunciar a su intenso trabajo por los demás, aún en las horas de mayor sufrimiento- su nombre sigue temblando en las plegarias e iluminando, con su luz, las esperanzas de quienes saben que ella nunca los engañó ni trató de seducirlos para arrastrarlos a inciertas aventuras políticas.
“Llama viva de la revolución”
¿Qué fue en realidad Eva Perón? He aquí una pregunta que algunos se formularon sin poder encontrar la adecuada respuesta. Otros la hallaron muy fácilmente, por el camino de sus propias conveniencias. Así, para las señoras de la oligarquía argentina, que habían monopolizado y administrado durante largas décadas, la “caridad” hacia los pobres, fue simplemente una aventura. En cambio, para los aprovechados del régimen peronista, para toda esa serie de pequeñas ratas que hicieron sus fortunas -económicas o políticas- a la sombra del prestigio y popularidad de Perón, ella ha sido lo que Perón quiso que fuera.
En realidad, Eva, que respondía a su fino instinto de mujer dotada para la lucha, ha encarnado, subjetivamente, los sentimientos más puros y los ideales más limpios de una Revolución que ahora comienza a madurar: la de los Pobres.
Quizás por esta circunstancia tan particular, su nombre ha sido tan execrado, incluso por quienes, convertidos en dirigentes del Peronismo por el azar de las circunstancias, sólo trataron de evitar que el Movimiento, hundiendo su quilla en el alma popular, se convirtiera en el instrumento de una auténtica y profunda rebelión cuya raíz fuese el pueblo. Eva Perón, esta mujer de excepción, que no pudo descansar ni después de su muerte -su cadáver, “raptado”, ultrajado y arrojado a las aguas del río Paraná, por los posesos responsables de la “revolución libertadora”, sedicentemente democrática y liberal-, es, efectivamente, esa “llama viva de la Revolución” en la denominación dada por el fundador del Justicialismo.
El papel histórico de Eva
Nacida en la bonaerense localidad de Junín, en 1919, sólo tenía treinta y tres años cuando murió a causa de ese mal terrible llamado leucemia, en la plenitud de un amor popular, tan grande y firmemente enraizado, que su desaparición física ha sido, solamente, el tránsito hacia una jefatura espiritual de tal naturaleza, que muchos inescrupulosos han intentado utilizar en beneficio propio.
Ahora (1969), cuando van a cumplirse diecisiete años de su desaparición y catorce de la caída del régimen peronista, resulta casi lógico preguntarse qué hubiera ocurrido si, en 1955, cuando la oligarquía aliada de los intereses británicos y norteamericanos en el Río de la Plata, asaltó el poder en Buenos Aires, hubiese estado viva, en el puesto de combate en el cual siempre se la ve. Poco a poco se va arraigando la creencia de que hubiese logrado evitar el desbordamiento de los enemigos de la Revolución.
¿Cómo lo hubiera hecho? Esta es otra pregunta que requiere su contestación. Y es lo que voy a hacer, teniendo en cuenta los datos suministrados por el propio discurrir de los hechos.
No puede negarse, a la vista de los acontecimientos que se fueron precipitando en la Argentina, desde 1952 en adelante, que Eva, respaldada por el arraigo popular de que disfrutaba, hubiese sido el muro natural de contención de las tendencias antinacionales y antipopulares -como la masonería, por ejemplo- que llegaron a infiltrarse en el gobierno y aún en el Movimiento Peronista. Si en 1951, la enfermedad, que ya minaba su organismo, no le hubiese obligado a renunciar a la vicepresidencia de la Nación, el almirante Alberto Tessaire -grado 33-, designado en su lugar, habría visto fallidos sus intentos de sabotear la fortaleza moral del Justicialismo, tal como lo hizo. Y con él también habrían resultado derrotados sus aliados de la “democracia” pluripartidista que, en los últimos años del régimen, lograron clausurar la etapa revolucionaria.
Eva Perón había significado, desde el principio de su militancia revolucionaria (cuando el país, en 1944, se sintió conmovido por la tragedia del terremoto que destruyó la ciudad de San Juan y requirió la ayuda de todos sus hijos), todo cuanto de popular encerraba el Peronismo. Su papel histórico fue, precisamente el de encarnar las esperanzas de las masas de trabajadores -piedra angular del Movimiento- enfrentadas con una “burguesía nacional” que identificaba sus propios intereses políticos y económicos con los del Justicialismo y trataba de acoplarse al Movimiento con la secreta intención de aprovecharse de él y, luego, hundirlo. Tal como ocurrió antes de 1955 y a lo largo de estos catorce años de lucha por parte del pueblo, abandonado por quienes, en los tiempos de bonanza, se fingieron sus amigos.
De la actriz a la revolucionaria
Los enemigos del Justicialismo -esas temibles y maldicientes lenguas que propagaron toda clase de inmundicias sobre la vida privada de esta noble mujer- también han hecho hincapié, no sin desdén, en los orígenes artísticos de Eva, en los tiempos en que encarnaba a los grandes personajes femeninos de la historia universal, en aquellas novelas radiadas de los años 40, y en los incipientes comienzos de su actividad de actriz cinematográfica. Para esta clase de “gente decente” -comprometida en multitud de actitudes, faltas de toda ética, que comprometieron gravemente la soberanía de la Nación y esclavizaron a su pueblo, sometido por la ley de la fuerza- esa actividad profesional y vocacional de Evita (como la llama el pueblo, cariñosamente) resultaba incompatible con la “idea de la moralidad” que tenían.
Claro está, que toda su decencia no les alcanzaba para comprender que el grado de vasallaje que, durante la misma época, las ataba a los dictados de sus amos extranjeros, las tornaba en las principales, y arteras adversarias de un sistema de ideas que necesitaba de una auténtica Abanderada, como lo era Eva, para convertirse en tangible realidad y símbolo “de lo que todavía está por realizarse”.
Desde el 17 de octubre de 1945, fecha que marca la iniciación de la gran aventura argentina contemporánea para reivindicar los derechos de toda la América Hispánica a su soberanía y a la justicia social, Eva Perón se transformó en el portaestandarte de la Revolución. Su figura y su voz acompañan al “Coronel del Pueblo” (J. D. Perón) que, por entonces, reclamaba la adhesión popular para emprender la tarea revolucionaria. Ella está presente en todos los actos, recorre el país, en toda su extensa geografía, acompañando al candidato del entonces Partido Laborista. Junto al gesto decidido y desafiante de Perón, aparece su sonrisa, pero también aquella temible agresividad que la caracterizó. Son los tiempos duros y heroicos cuando aún hay que conquistarlo todo y volcar todas las energías en la lucha que los argentinos han entablado.
Del otro lado estaba la oligarquía. Junto a ella, como siempre ha ocurrido en los momentos decisivos de la historia contemporánea rioplatense, el activo y pertinaz Partido Comunista. Era 1945 y las banderas de los Estados Unidos, Francia e Inglaterra, desfilaban junto con los de la Unión Soviética, en las marchas de la Unión Democrática, coalición de partidos cuyo jefe visible era el embajador norteamericano, un antiguo capataz de la “United Fruit Company” de Guatemala y de la “Cooper Company” de Chile. Braden o Perón fue el lema del pueblo en aquellas históricas elecciones de 1945, que abrieron el cauce para la Revolución Nacional y Popular en la Argentina y, con ella, una cierta posibilidad para los movimientos hermanos de Chile, Ecuador, Paraguay, Bolivia, Venezuela, Colombia y el mismo Brasil.
Eva Perón jugó un papel de primera magnitud en aquel triunfo popular. Fue entonces cuando se inició su sorprendente metamorfosis.
Poco a poco, aquella deslumbrante mujer, acostumbrada al ambiente de los platós cinematográficos y a las atmósferas de los estudios de radio, familiarizada con las alhajas y los vestidos “exclusivos”, fue relegando todo eso en el olvido, entre las sombras del pasado. Aquella Eva Perón, que atendía su despacho desde primerísimas horas de la mañana hasta bien entrada la noche en la Secretaría de Trabajo y Previsión, capaz de estar en el secreto de los asuntos de Estado y, al propio tiempo, conversar con centenares de pobres que acudían a sus audiencias sin ningún protocolo, fue completamente distinta a la anterior. Y no sólo en el aspecto externo, en ese traje simple y sencillo, que se convirtió casi en un uniforme, en ese peinado sin adornos, que luego llevaría hasta el final. También por dentro, Eva se fue haciendo más profunda, volviéndose más espiritual a medida que su contacto con el pueblo aumentaba. Y comprendía que sus aspiraciones estaban identificadas.
El mito que no cesa
Muchos fueron los choques de Eva con la oligarquía. Su energía indomable y el ardiente temperamento que la caracterizaron, la obligaban a marchar a la descubierta, sin ocultar sus intenciones ni disimular las ideas que la animaban. No era una conciliadora, sino todo lo contrario. Y era justo que así fuera. Al fin y al cabo, luchaba en pos de unos ideales que sentía vivamente en su alma. La intuición que la guiaba no era, en modo alguno, falta de comprensión. Más bien podría hablarse de complementación de ambas facultades.
Pero no fue la oligarquía el único enemigo que ella combatió. Con igual pasión de servicio, se volvió, una y otra vez contra quienes, desde dentro del Movimiento Peronista, trataban de desviarlo de los objetivos que el pueblo había proclamado el 17 de Octubre, y que, luego, supo reformular con la sangre de cuantos cayeron impunemente asesinados para asegurar su cumplimiento.
Este enfrentamiento de Eva con ciertos sectores de dirigentes no era casual y debía sobrevenir fatalmente. Ella representaba las tendencias nacionalistas y sociales del pueblo argentino. Sabía que la lucha del Justicialismo no podía detenerse en la construcción de un país potencialmente fuerte si esa fortaleza no estaba puesto al servicio de las reivindicaciones populares. Más aún: no podía pararse hasta que toda América tuviese la posibilidad de acceder al plano de igualdad comunitaria nacional con el cuál soñaban -siguen haciéndolo- todos sus pueblos.
Los que se enfrentaban a ella eran los liberales, cuyo pensamiento y deseo fueron los de limitar, lo más posible, las “peligrosas” consecuencias que la Revolución, realizada según las aspiraciones de las masas, hubiera acarreado.
Esta imagen de una Eva Perón capaz de protagonizar, desde dentro, un cambio total en la estructura del país, no se opone a la más conocida: a la de su constante devoción por los pobres, a quienes amaba cristianamente y a los que, en razón directa de sus sentimientos, jamás ofendió con el gesto de una “caridad” hecha de desprecio hacia su condición humana.
Por esos pobres, su Fundación sembró a la Nación entera de hospitales, escuelas, ciudades infantiles y dirigió un vasto plan de reagrupamiento nacional en torno a los ideales de Patria y Justicia que siempre fueron características del alma argentina. En esta tarea fue incansable, como en todas las que acometió al servicio de la Revolución, de la que terminó por convertirse en el mito que no cesa.
Europa la conoció joven, deslumbrante y, quizás, un poco altanera. No había venido aquí para rendirse, como habitualmente lo hacen quienes denigran a sus propias tierras, ante lo que ellos consideran como mejor que lo suyo. Representante de un pueblo que vivía en Revolución, ella llegó a este Continente para abrazar, en él, cuanto de entrañable tierne para la América Hispánica, pero, al propio tiempo, segura de la altivez y dignidad de los suyos. La oligarquía se alegró porque, al parecer, la reina de Inglaterra no quiso recibirla oficialmente (en realidad, nunca tuvo Eva intención de marchar a Gran Bretaña, entre otras causas, porque la Argentina había acabado con su influencia en el Río de la Plata y las relaciones eran muy tensas entre los dos países) y, en cambio, la ridiculizó por su visita a España.
Ella desdeñó burlas y ataques cuando, de regreso en Buenos Aires, afirmó: “He llevado al pueblo español la seguridad de que el argentino, en cualquier circunstancia de la vida de ambos, sabrá permanecer junto a los hermanos que, al otro lado del Atlántico, no olvidan que el mandato de la sangre y de las comunes aspiraciones no puede ser rechazado ni traicionado”. (…)
Raúl JANSEN
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