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Tema: Franquistas en la Guerra Civil: Unamuno, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Baroja…

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    Franquistas en la Guerra Civil: Unamuno, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Baroja…

    Tomado del libro de Ricardo de la Cierva, “Decamerón 90” (año 1988): capítulo sobre cómo famosos viejos liberales, escarmentados y aborrecedores de la II República se adhirieron a Franco ya hasta el fin de sus días.


    (…) LOS VIEJOS LIBERALES

    (…) Cuando, en efecto, la Corona derribada y expulsada -y declarada ridículamente culpable de alta traición- concretaba los nombres de los intelectuales liberales a quienes debía el desastre, pensaba en Miguel de Unamuno, que tronó contra el régimen desde sus persecuciones a manos de la primera Dictadura (Primo de Rivera), y todavía más en los fundadores de la Agrupación del servicio de la República, es decir los profesores Marañón y Ortega y el famoso escritor Ramón Pérez de Ayala.

    Resulta muy aleccionador contemplar lo que les sucedió a los cuatro al estallar la guerra civil (ya hemos adelantado algo de Marañón) que ya está hoy (1988) documentalmente investigado y aclarado de manera irrebatible. Empezaron, como ya vimos, por decir No es esto, no es esto; pero terminaron de forma mucho más opuesta y radical, diciendo más o menos, No es esto, es lo otro. Y lo otro es sencillamente la causa del general: la Cruzada. Investigadores informativos como Marino Gómez Santos, memorialistas como Eugenio Vegas Latapié, profundo conocedor de nuestro mundo cultural por dentro, y hasta libelistas como el Inquisidor (*) nos proporcionan los datos y los textos de forma sobrecogedora que sus discípulos recalcitrantes (…) tratan de ocultar inútilmente.

    ***
    Miguel de Unamuno, humanista eminente y antimilitarista rabioso, se solidarizó inmediatamente con la rebelión militar del General y aceptó su nombramiento como concejal del municipio de Salamanca, donde era rector de la Universidad, con estas palabras: “Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada”.
    En el solemne mensaje de la Universidad salmantina a todas las del mundo declaraba que el Alzamiento “había sido necesario para defender nuestra civilización cristiana de Occidente, constructora de Europa, de un ideario oriental aniquilador”.
    Arengaba desde su balcón a los mozos que partían voluntarios para el frente, con gritos contra las milicianas de Madrid, a las que había llamado tiorras, e invectivas contra Azaña, calificado como “faraón de El Pardo”.

    En septiembre de 1936 declaraba Unamuno al diario francés Le Matin:
    “Se habla de una guerra de ideas, pero en esta guerra no hay ninguna idea a debatir. Se trata de vencer a un tirano. Se habla de una tregua pero no es posible. No hay Gobierno en Madrid; hay solamente bandas armadas que cometen todas las atrocidades posibles. El poder está ya en las manos de los presidiarios que fueron libertados y empuñaron las armas. Azaña nada representa. Es el gran responsable de lo que acontece”.

    Nada tiene que extrañar el hecho de que la República destituyese a quien ella misma había declarado ciudadano de honor, por traición. Es cierto que su sentido de la contradicción y la paradoja impulsaron a Unamuno al exabrupto de su intervención en el paraninfo de la Universidad, en la famosa y tergiversada sesión del 12 de octubre, en virtud de la cual, por el servilismo y la envidia de algunos émulos fue también destituido, por la otra España, de su Rectorado.
    Pero no antes, sino después de ese acto reiteró libremente, y generosamente, sus impresiones ante el caos republicano, en términos que jamás reproducen los jenízaros del Frente Popular de la Cultura:
    “Insisto sobre el hecho de que el Movimiento, a cuya cabeza se encuentra al General Franco, tiende a salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional; pues España no sabría ser sojuzgada ni por Roma ni por ninguna otra nación, cualquiera que ella fuese”.

    A poco murió, con el corazón destrozado por la guerra civil, pero sin retractarse nunca de su condena contra la República degenerada.

    ***
    Otro titán del 98, Pío Baroja, salvado de la muerte junto a la frontera por uno de los jefes de una columna navarra -el futuro general y académico Carlos Martínez Campos y Serrano, duque de la Torre, entonces conde de Llovera- escribió en 1938, un libro terrible titulado Comunistas, judíos y demás ralea (ver: "Comunistas, judíos y demás ralea" (1938) de Pío Baroja) que jamás figura en sus antologías porque el Frente Popular de la Cultura lo ha repudiado, cosa que jamás hizo don Pío, quien el 29 de julio de 1936, desde la libertad de su estancia en el extranjero, escribía en La Nación, de Buenos Aires:
    “La cabeza comunista en España, y creo que también fuera de España, es de ínfima clase; de gente a quienes no se les ocurren más que lugares comunes ya muy manoseados. Todos estos revolucionarios son doctrinarios pedantes y tienen una intransigencia parecida a la de los antiguos cristianos, intransigencia de origen semítico…”
    “En estos momentos soy partidario de una dictadura militar que esté basada en la pura autoridad… No creo que sea raro que un hombre como yo desee que aparezca el domador de estas bestias feroces, y que lo haga… con el filo de la espada”.

    ***
    José Ortega y Gasset huyó de su chalet de la colonia de El Viso cuando se producían los primeros desmanes del Frente Popular en julio de 1936; se refugió en la Residencia de Estudiantes y luchó lo indecible para no firmar un manifiesto procomunista, que sólo aceptó en versión edulcorada y como salvoconducto para su escapatoria. A poco de llegar a Francia recibió la noticia de su destitución como catedrático de Metafísica por el Gobierno de la República. Confío a Marañón, en carta del 17 de agosto de 1937, que “las notas de Franco son cada vez más acertadas y en su punto”.

    Escribió en París poco después un epílogo a su libro famoso La rebelión de las masas, en que descalificaba las opiniones de Albert Einstein favorable la República y decía:
    “Mientras el Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo la más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, hablar por radio, etc., algunos de los principales escritores ingleses,
    cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, firmaron otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad”.

    ***
    El doctor Gregorio Marañón consiguió huir del Madrid rojo para acompañar como médico a don Ramón Menéndez Pidal, que también escapaba. En febrero de 1937 publicó unas declaraciones en Le Petit Parisien:
    “La presente situación no permite una posición neutral; la victoria de Franco es segura y ello colmará todas mis esperanzas”.

    Insistía desde Francia:
    “Si los rojos (ahora y siempre, comunistas rusos) ganaran, yo no volvería jamás a España. Si los otros ganan, con sus defectos y todo, iré. Prefiero la Inquisición a la Inquisición más pedantería, más mentira, más hipocresía”.

    Y Menéndez Pidal dudaba, en Nueva York, de la capacidad de la democracia liberal para orientar el futuro.

    ***
    Todos huían, como don Claudio Sánchez Albornoz, como el mismo Indalecio Prieto. Quienes se quedaban o bien aceptaron su inclusión en la órbita comunista o bien se prostituyeron de forma incoherente con su trayectoria, como el pobre Antonio Machado que cayó hasta dedicar un poema al jefe miliciano Enrique Líster: “Si mi pluma valiera tu pistola”, cuando no eran valores homologables más que sarcásticamente, y el pobre Machado creía decirlo en serio. Otros, como Miguel Hernández y Rafael Alberti quedaron allí por su convicción comunista, y pusieron su genio al servicio de ese "gran demócrata” (ironía) José Stalin.

    ***
    No estaba entre ellos, por supuesto, ese arquetipo intelectual del liberalismo, Ramón Pérez de Ayala, huido de la zona roja bajo protección británica, que decía así en una comentadísima carta a The Times:

    “Mi respeto y amor por la verdad moral me obligan a reconocer que la República ha sido un fracaso trágico. Sus hijos son culpables de matricidio… Desde el principio del Movimiento Nacional lo he aprobado explícitamente y he enviado mi adhesión, tan invariable como indefectible, al general Franco. Estoy orgulloso y me siento honrado por tener a mis dos hijos en el frente como simples soldados”.

    Y en una contestación a Marañón, que colaboraba eficazmente en los esfuerzos de la propaganda de Franco durante la guerra, decía Pérez de Ayala:
    “De Franco siempre he tenido la mejor opinión, lo cual vale bien poco, pues la opinión es sobremanera falible, singularmente la mía. Pero he tenido fe en él, y esto vale mucho más. Opinión o no opinión, parece archievidente que España -Franco y España- esto es, libre, son una misma cosa”.

    No cabe mejor comentario a estas palabras de los viejos liberales que la misma palabras; la reiteración de sus ecos.

    (…)



    (*) Parece referirse al profesor -marxista- J. Rodríguez Puértolas, al que dedica de forma velada uno de los muchísimos apartados de "Decamerón 90)

    .
    Última edición por ALACRAN; 14/07/2024 a las 13:51
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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