Un año después, en 1374, muerto ya el genovés, la flota castellana saquea dos veces la isla de Wight, asistida por unas pocas galeras francesas. Es ya el almirante Don Fernando quien las comanda, puesto que demostró su valía en la batalla de Nájera al lado del rey y se hizo merecedor de su confianza. La imparable armada continúa su campaña de acoso y saqueo hasta que, al año siguiente, otra flota inglesa le sale al paso en la bahía de Borneuf y es derrotada por completo: los españoles son dueños indiscutibles del canal de la Mancha.
El rey Eduardo de Inglaterra no ve otra solución: firma un armisticio en la localidad de Brujas, y los mares del canal y, lo que es más importante, las rutas comerciales con la rica Flandes, caen en manos hispanas.
Pero las circunstancias en Inglaterra no mejorarían. El rey recibió fuertes críticas del Parlamento y hubo de hacer dimitir a varios ministros, poco después fue apartado y murió, dejando la corona a un niño de diez años. Los nobles ingleses no se resignan a perder su ventaja comercial y reanudan las hostilidades. Fue entonces el gran momento de Tovar.
Al mando de 50 galeras y con más de 5.000 hombres (incluida una pequeña escuadra de apoyo francesa), se dirigió a las costas inglesas y destruyó Rye y la zona de los cinco puertos (Plymouth, Porthsmouth, Darthmouth, Lewes, Folkestone), además de "pasear" de nuevo por la isla de Wight. Los barcos españoles recuerdan a los ingleses las letales incursiones vikingas de la época anterior.
Los ataques siguen ininterrumpidos, mientras los ingleses tratan de reunir más flotas y mejoran sus sistemas de defensa costeros, pero nada detiene a esos demonios castellanos. Es entonces cuando Fernando decide golpear al mismísimo corazón del orgullo inglés: tras arrasar de nuevo la costa, se dirige al este y remonta el Támesis en dirección a Londres. Llega muy cerca, hasta el pueblo de Gravesend, lo toma y lo incendia. Las llamas pueden observarse perfectamente desde la Torre de Londres, y el rey debió de sentir muy de cerca el acero de las espadas españolas.
Así lo narra Pedro de Escavias: "E de allí, enbió beynte galeas en ayuda del rrey de Françia, con don Fernán Sánchez de Tovar, su almirante, los quales fizieron gran guerra aquel año por la mar a los yngleses. Entraron por el río de Artamisa, fasta çerca de la çibdad de Londres, donde galeas de enemigos nunca jamás entraron".
"Dónde nunca jamás entraron", pues, efectivamente, ningún enemigo volvió a hollar el Támesis después de Fernando Sánchez de Tovar. Por desgracia, Fernando tenía otras batallas que librar por su rey y su nación, así que abandonó la aún más difícil empresa de atacar el mismo Londres y retornó a España.
Esta fue la última expedición castellana en apoyo de los franceses comandada por el Almirante Fernando Sánchez de Tovar, pues en adelante las hostilidades tendrán como objetivo quebrantar el poder naval dePortugal.
Las campañas contra Portugal El 15 de julio de 1380 en Lisboa, un antiguo partidario de Pedro I de Castilla, Juan Fernández de Andeiro, había firmado en nombre de Ricardo II de Inglaterra y de Juan de Gante, tratados de alianza con Fernando I de Portugal.
En ellos se establecía que en el verano del año siguiente una fuerza inglesa desembarcaría en Portugal para unirse a otra similar reclutada por el rey de Portugal, con el objetivo de invadir Castilla y reivindicar los derechos al trono castellano del duque de Lancaster. El mando de la expedición fue confiado a Edmundo de Langley, conde de Cambridge, hermano de Juan de Gante, que habría de contraer matrimonio con la infanta Beatriz de Portugal, hija de Fernando I, y ser reconocido heredero del trono portugués
Antes, el 12 de junio de 1381, había zarpado de Lisboa el Almirante Juan Alfonso Tello, hermano de la reina de Portugal, con 21 galeras, 1 galeota y 4 naos , con la misión de destruir la flota de Castilla. Casi al mismo tiempo zarpó de Sevilla Fernando Sánchez de Tovar al frente de 17 galeras para interceptar los navíos ingleses que transportaban las tropas del conde de Cambridge. Las hostilidades entre Castilla y Portugal comenzaron al año siguiente. Juan I tuvo dificultades para iniciar la campaña terrestre contra Portugal, por la tentativa de rebelión de su hermanastro el conde de Noreña y hasta julio no pudo viajar a Salamanca para tomar el mando de las tropas allí estacionadas, sitiando Almeida.
En este contexto, se produce la que quizás sea la batalla cuya victoria fue más resonante y satisfactoria tanto para Fernando sánchez de Tovar como para el Rey, la llamada “batalla de la isla de Saltés”, en la ría de Huelva, contra la poderosa escuadra portuguesa anteriormente descrita al mando del hermano de la reina de Portugal, el conde de Barcelos, que zarpando de Lisboa el 12 de Junio de 1381, ponen proa a Sevilla con el propósito de neutralizar la armada castellana que sólo contaba con 16 galeras al mando de Sánchez de Tovar, quien, consciente de su inferioridad preparó una estrategia consistente en salir a la búsqueda de los portugueses y atraerlos hacia la peligrosa Barra de Saltés, en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel, disponiendo que para tal propósito unas barcas de pesca de Palos y de Moguer les orientaran, pues él mismo desconocía el derrotero a seguir para adentrarse en la ría de Huelva.
Tovar zarpó de Sevilla, y ya en la mar navegó hacia el oeste al encuentro de las
naves lusas a las que avistó a la altura de Ayamonte. El almirante castellano, siguiendo la táctica planeada, viró en redondo haciendo creer a sus enemigos que emprendía la huida, los cuales, cayendo en la trampa, forzaron la bogada hasta la extenuación tratando de alcanzar la que consideraban una presa fácil antes de que pudieran refugiarse otra vez en Sevilla, viéndose sorprendidos cuando, repentinamente, Tovar varió el rumbo al sur siguiendo a las barcas de pesca que le esperaban. Esta maniobra inesperada rompió la formación portuguesa, pues mientras una parte, tras un agotador esfuerzo, trataba de bloquear la entrada al Guadalquivir, otra continuó la persecución quedando varias galeras inutilizadas al quedar varadas en los bancos de arena, mientras que las más adelantadas quedaron imposibilitadas de maniobrar en la zona más estrecha de la canal de la barra de Saltés, de aguas poco profundas, de remolinos y bajos, situación prevista por los castellanos que aprovecharon para, con cierta facilidad, deshacer la flota portuguesa y desarbolar, uno a uno, los que se hallaban aislados y desconcertados que fueron apresados. Hubo unas 300 bajas entre los castellanos y más de 3000 entre los portugueses.
El Almirante de Castilla puso rumbo a Sevilla con su copioso botín, posibilitando que los transportes del conde de Cambridge efectuaran el desembarco de sus tropas en Lisboa sin contratiempo alguno. No obstante poco después retornó a la desembocadura del Tajo con sus galeras, resultando tan eficaz el bloqueo que los ingleses no pudieron zarpar hasta mediados de diciembre, cuando las naves castellanas se retiraron a causa del mal tiempo.
En la primavera de 1382 estaba de nuevo Tovar ante Lisboa, esta vez a la escuadra de galeras se le habían unido 26 naos que procedían de los puertos del mar Cantábrico . La flota castellana no se limitó a interceptar naves enemigas, sino que realizó desembarcos en los arrabales de la ciudad y en pueblos cercanos como Embregas, Frielas, Vila Nova, Palmela y Almada, saqueando e incendiando casas, huertas y otros cultivos.
Durante el transcurso de las operaciones viajó a Zamora, donde se encontraba Juan I negociando con enviados de los regentes de Francia la aportación naval castellana al ataque francés contra los rebeldes flamencos. El 12 de junio 6 galeras de la flota de Fernando Sánchez de Tovar, al mando de Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, zarparon rumbo a Brujas para apoyar a las fuerzas de Carlos VI de Francia en su lucha contra el rebelde Philip van Artevelde.
La guerra contra Portugal terminó con la paz de Elvas, firmada el 10 de agosto de 1382 , siendo sus cláusulas prácticamente las mismas que las del tratado de Santarem de 1373.
No obstante, las hostilidades con Portugal se reanudarían en 1383, cuando la pretensión de Juan I de Castilla a la corona portuguesa reanudó de nuevo el conflicto. El 6 de diciembre el Maestre de Avis, apoyado por Nuno Alvares Pereira y Álvaro Paes, se alzó en Lisboa contra la reina doña Leonor, regente del reino, proclamándose«defensor e regedor del reino». Para conseguir el trono, Juan I debía acabar con la rebelión ocupando la capital, e ideó un plan similar al de su padre en 1373, el férreo cerco terrestre y marítimo de Lisboa.
Para llevarla a cabo instaló su campamento en Loures, ordenando al Maestre de Santiago Pedro Fernández Cabeza de Vaca y al
Para llevarla a cabo instaló su campamento en Loures, ordenando al Maestre de Santiago Pedro Fernández Cabeza de Vaca y al Camarero Mayor Pedro Fernández de Velasco iniciar las operaciones de asedio.
Juan de Avis supo apreciar la importancia del dominio del mar, aprestando una pequeña escuadra. Gracias a la captura de cinco mercantes gallegos, a los que había sorprendido en Lisboa la rebelión, y a otras unidades genovesas y venecianas, pudo disponer de una flotilla compuesta de 7 naos, 13 galeras y 1 galeota , al mando de Gonzalo Rodríguez de Sonsa. También valoró acertadamente la importancia de las comunicaciones entre Lisboa y el exterior, ordenando a Sousa zarpar con sus naves hacia Oporto, donde el obispo de Braga estaba encargado de armar nuevas embarcaciones.
El comienzo de la campaña no fue el esperado para Juan I de Castilla pues no pudo conquistar Coimbra, decidiendo avanzar hacia Lisboa e iniciar el asedio.
El 6 de abril de 1384 tropas castellanas al mando del conde de Niebla, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Osorio, el Maestre de Alcántara, Diego Martínez y el Almirante de Castilla, caían derrotadas en la batalla de Atoleiros por las fuerzas de Nuno Alvares Pereira, y cuando el ejército castellano estableció su campamento cerca de Lisboa todavía no contaba con el apoyo de la flota.
El 16 de mayo fue avistada en el Mar de la Paja la vanguardia de la armada castellana, al mando de Perafán de Ribera. Antes de quedar cortada la comunicación marítima entre Lisboa y el resto de Portugal, el Maestre de Avis ordenó a Gonzalo Téllez zarpar con las naves para reunirse con el grueso de la flota en Oporto.
El 17 de junio la flota portuguesa de socorro llegaba a las alturas de Cascaes, dispuesta en tres formaciones. La vanguardia, compuesta por 5 naos a las órdenes de Ruy Pereira, en el centro 12 naves cargadas de víveres, y en la retaguardia 17 galeras de protección. En el bando castellano fue discutida la forma de atacar al enemigo, el Almirante Tovar opinó que lo mejor sería combatir en mar abierto, en contra del parecer de Perafán de Ribera que prefería aguardar en el estuario del Tajo, para no repetir el error cometido con los transportes ingleses del conde de Cambridge. La polémica fue zanjada por la intervención de Juan I de Castilla, dando la razón a Perafán de Ribera. El combate tuvo lugar el 18 de junio de 13847 y el resultado de esta intensa pelea fue aparentemente favorable a los castellanos, pues hundieron cuatro naos y causaron casi 2.000 bajas al enemigo, resultando Ruy Pereira muerto en la lucha, pero el resto del convoy portugués pudo forzar el bloqueo y descargar los víveres y suministros, que se necesitaban en Lisboa. Gracias a estos auxilios pudo el Maestre de Avis lanzar un contraataque conquistando el castillo de Almada, en la orilla izquierda del río Tajo.
No obstante, Sánchez de Tovar no se dio por vencido, y habiendo reunido una fuerza de hasta 61 naos y carracas, 16 galeras, una galeaza y varios leños menores, un mes más tarde lanzó una ofensiva contra el adversario. El 27 de julio ejecutó una operación anfibia de llegada al litoral, desembarco y ataque incendiario, pero la sólida defensa lisboeta, que se valió de barcos barrenados y estacas para formar una barrera, logró rechazar finalmente el asalto.
Más bajas que la reacción portuguesa causo en el ejército castellano la aparición de la peste. Muy pronto el número de víctimas aumentaría de forma alarmante, incluyendo entre ellas algunos de los más importantes nobles castellanos, entre ellos Cabeza de Vaca, Juan Martínez de Rojas, los mariscales Pedro Ruiz Sarmiento y Fernán Álvarez de Toledo, y el propio Tovar. Todos ellos militares de gran valía, cuya ausencia se haría notar durante el resto de la campaña, que terminaría con la desastrosa batalla de Aljubarrota. El ejército terrestre tuvo que retirarse de la capital, y más tarde, el 17 de agosto, Juan I, junto a la escuadra de Castilla que aún permanecía en el Tajo, dio orden de partir definitivamente hacia Sevilla.
Fernando Sánchez de Tovar falleció en su nave capitana, la “San Juan de Arenas”. En ella, enlutada, fue trasladado su cadáver hasta Sevilla, y sepultado en la capilla de San Clemente de la Catedral de Santa María.
En su tumba figuraba un epitafio, hoy desaparecido, que así decía:
Aquí yace el bueno e honrado cavallero D. Ferrant Sanchez de Tobar, Almirante de Castilla que Dios perdone, e finó sobre Lisboa en el año de MCCCLXXXIV, e mandole fazer esta sepultura Juan de Tobar su viznieto, en el año de MCCCCXXXVI.
Fue sustituido en el cargo por su hijo Juan Fernández de Tovar , y no cabe duda que los sobresalientes servicios prestados a Enrique II y a Juan I constituyeron factores decisivos en la designación.
La muerte de Sánchez de Tovar no detuvo las victorias hispánicas, pero de esto trataremos en sucesivas entradas.
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