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Tema: El Reino de Patones

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    El Reino de Patones

    EL REINO DE PATONES (por Federico Carlos SAINZ DE ROBLES)

    "AUN cuando alguno sonría ante la curiosa noticia, quiero comunicarla, pues bien merece su curiosidad la gracia de su conocimiento.

    Entre los siglos VIII y XVIII, es decir, durante más, o poco menos, de mil años, existió el Reino de Patones. ¿Dónde? ¿En la Mongolia? ¿En el Tibet? ¿En el norte africano? ¿Siquiera en los cerros de Ubeda? No, lectores míos. En España, sí, y en la provincia de Madrid, a sesenta kilómetros de la capital y a siete de Torrelaguna, patria chica del poeta Juan de Mena y del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Reino situado en una de las estribaciones más empinadas y roqueras de Somosierra.

    Inmediato al Reino de Patones está la famosa Cueva del Reguerillo, llamada —¡nada más!— que la Altamira de la provincia de Madrid, porque forma grutas enormes de rocas calizas con estalactitas y estalacmitas grandes y extrañas, y algunas pinturas rupestres en sus paredes.

    No es entelequia, no, el Reino de Patones, sino realidad comprobable y con misteriosa vida propia durante mil años. ¿Quién descubrió este Reino, que elaborado por una alocada fantasía ya sería absurdo? Se dice que estuvo a punto de descubrirlo don Felipe II cuando acompañado de secretarios enlutados y de jerónimos blancos y negros, entre Torrelaguna y Guadarrama, recorría aquellos lugares abruptos, donde el silencio suena y el ventarrón tiene lenguaje propio, en busca de la tierra donde levantar El Escorial de soledad y de melancolía que llevaba en su alma, desde el que gobernaría, a latidos de reloj y a giros de la esfera, la colosal monarquía recibida de su padre ya amenazando desplomarse algunos de sus cielos. Pasó el monarca ante las mismísimas narices (las del extraño Reino), como vulgarmente se dice, «sin olerlo». Y lo que es más raro, sin que lo olfatearan los frailes. Es de suponer que los patones se achantarían tras las rocas y las crespas matas, contemplando entre asombradas y asustados aquella rara comitiva ecuestre sobre corceles engualdrapados y pesados, de galopada perezosa y solemne.

    Parece obvio añadir que durante mil años el Reino de Patones estuvo paradisíacamente libre de impuestos y contribuciones, levas y gabelas, diezmos y quintas de mozos para el servicio de las armas, y de todas esas pejigueras a que estuvieron y siguen estando metidos y sometidos el resto delos españoles. Repito: ¿quién descubrió este Reino independiente y feliz, recoleto y minúsculo bajo el impresionante dosel roquero de una de las sierras más abruptas? Pues aquel gran fisgón y notario puntualísimo de las tierras y los bienes de España que fue el valenciano don Antonio Ponz (1725-1792), secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, quien, durante varios años, recorrió la mayor parte de las tierras hispanas a mulo y con alforjas, inventariando nuestra riqueza artística en su obra, de dieciocho tomos nutridos, con el título «Viaje de España».

    Pues bien, aquel gran fisgón y puntual notario don Antonio, que iba recorriendo palmo a palmo su patria, fue quien primero descubrió, sí, el Colón del Reino de Patones. Y, claro está, en la Carta III, del tomo X de su monumental inventario, comunicó tan asombroso hallazgo.

    Leámosle: «Como a mitad de camino, entre Torrelaguna y el río (Jarama), se ve a mano izquierda una gran abertura en la cordillera pelada, que, como ya dije, cierra el valle, y por la tal abertura se descubre el lugar de Patones, sobre el cual sería delito no cantarle a usted (posiblemente Ponz dirigía sus Cartas a Campomanes, su protector y, acaso, quien costeó su obra), una célebre antigualla. En aquella desgraciada edad en que los sarracenos se hicieron dueños de España, ya se sabe que muchos de sus moradores se fueron huyendo a las montañas y parajes más escondidos y retirados. Algunos buenos cristianos de la tierra llana se introdujeron por la expresada abertura, buscando en lo interior de la sierra cuevas donde esconderse, y fue de tal suerte que, no cuidando los enemigos de la religión y de la patria de territorio tan áspero y quebrado, pudieron los patones vivir en él todo el tiempo de la cautividad manteniendo sus costumbres y religión, y sustentándose, como se cree, de la caza y de la pesca, colmenas, ganado cabrío y del cultivo de algunos centenos como hacen también ahora.

    "Eligieron de entre ellos a la persona de más probidad para que los gobernase y decidiese sus disputas, de cuya familia era el sucesor, y así se fueron manteniendo de siglo en siglo con un gobierno hereditario, llamando a su cabeza rey de los patones. No es esto lo más gracioso, sino que después de haber recobrado España su primitiva libertad y sacudido totalmente el yugo de los sarracenos, se ha conservado en los patones este género de gobierno hasta nuestra edad, en que el último rey de los patones solía ir a vender algunas carguillas de leña a Torrelaguna...»

    ¡Desdichado Reino (monarquía hereditaria, de la que dicen que «es la buena») de Patones! Apenas delatado por el notario puntual don Antonio, el rey donFemando VI envió a él emisarios para que, a su regreso a la Corte, se los describieran por el derecho y por el envés, a lo largo de diez siglos de independencia. Oídos sus emisarios a don Fernando le faltó tiempo para majarlos a contribuciones y levas; y menos mal que sin efectos retroactivos (que hoy están de moda) y demandándolos muy respetuosamente en órdenes y decretos encabezados así: «Al Respetable y respetado Rey de Patones». Pero aun estos respetuosos formulismos les duró bien poco a los «desdichados descubiertos» (sin Leyes de Indias acogedoras que les valiera, cómo les valió a los reinos de allende la mar océana). ¡Bueno era don Carlos III —tan excelente monarca y persona, como currinche y quisquilloso en todo lo ateniente a sus prerrogativas reales absolutas— para que admitiera siquiera la pura fórmula romántica en el papel sellado de su monarquía! De un plumazo «se cargó» el reino liliput, anexionándolo al partido judicial de Torrelaguna. Y menos mal que hasta el siglo XIX los patones siguieron viviendo a sus anchas y tradiciones en la última utopía que ha existido probablemente en toda Europa.”
    Última edición por ALACRAN; 25/04/2017 a las 12:39
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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