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Tema: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

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    La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    Para comprobar la autoridad del señor Codón:

    Currículum vitae de José María Codón (1913-2003):

    Doctor en Derecho, con premio extraordinario número 1 nacional.
    Abogado de los Ilustres Colegios de Burgos, Logroño, Madrid, Palencia y San Sebastián.
    Ex profesor de Derecho Penal de las Universidades de Valladolid y Madrid.
    Académico C. de las Reales Academias de la Historia, Jurisprudencia y Ciencias Morales y Políticas.
    Decano del Colegio de Abogados de Burgos y Consejero Nacional de la Abogacía.
    Presidente de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad y Cronista oficial de Burgos.
    Miembro del Instituto de Cultura Hispánica y del Colegio Heráldico de Buenos Aires.
    Grandes Cruces del Mérito Militar, de Cisneros.
    Encomiendas con Placa de la Orden de Beneficencia y de la de Alfonso X el Sabio.
    Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort
    .


    ***********


    Sea el mapa antiguo que sea, siempre figurarán o Burgos o Castilla la Vieja, jamás "la Rioja" diferenciada.


    ALGUNOS EJEMPLOS:























    Última edición por ALACRAN; 12/01/2024 a las 22:15
    AlfonsoVIII dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    Texto de una obra del sr Codón (año 1979), editada ante las pretensiones secesionistas riojanas, desgraciadamente triunfantes, hacia el cantonalismo ínfimo y ridículo presidido por la banderita del parchís


    1. La Rioja, esencia y solera de Castilla

    La Rioja, como Burgos y Santander, es la tierra más castellana de nuestra región, la más genuina de la Vieja Castilla. En todas las pupilas están retratados su paisaje multicolor, verde y oro según las estaciones, sus horizontes jugosos y abiertos, y las cumbres lejanas de sus montañas, a veces nevadas, sus paisajes y sus monumentos, y en el regusto del paladar, ese vino impar y los productos de su rica huerta. En todas las almas españolas están impresos los valores heroicos de esta tierra de grandes capitanes castellanos, sobre todo en el Renacimiento y en la etapa americana, sus teólogos, filósofos y literatos, sus virreyes del Nuevo Mundo y sus gobernantes españoles en el Viejo.

    Por ello no puede prosperar (1979) una leyenda minoritaria e inexacta que sostiene que la Rioja puede ser autónoma porque es una personalidad política trashumante que pasó y puede pasar por las manos de Castilla, Aragón, Navarra o las Vascongadas. Las leyendas no interpretan la historia, la falsifican.

    La Rioja, que no coincide territorialmente con la provincia de Logroño, fue siempre castellana, desde su amanecer histórico más lejano, al día de hoy (1979). Nadie puede extrañarse de que no existiera hasta el pasado siglo XIX, ni en la administración ni en la política, como entidad sustantiva, porque, sencillamente estaba contenida dentro del territorio de Burgos hasta hace poco más de un siglo.

    Pero entre ambos territorios, burgalés y logroñés, no ha habido nunca fronteras históricas ni políticas, sino un ambiente de unidad castellana y compenetración. Por esto, cuando se creó en el siglo XIX la provincia de Logroño, el poder central actuó por una partenogénesis impuesta sobre la provincia de Burgos. El Gobierno dispuso de 121 municipios burgaleses y de otros sorianos y los adjudicó a la entonces inexistente provincia de Logroño. Operó partiendo, sencillamente, un pan. Pero cuando se parte un pan, los dos pedazos conservan la identidad y la sustancia. La Rioja es pues tan castellana como lo fue siempre, una comarca de la Madre Castilla, hasta aquel año de 1833 en que pasó a formar una provincia en aquella división cartesiana, que comenzó con las medidas centralistas de 1812.

    Es inconcuso que la provincia de Logroño ha sido siempre de Burgos y, por Burgos, de Castilla, que dotó a la capital de la Rioja de las libertades concretas contenidas en su insigne fuero municipal castellano.

    El embrión de la provincia se había iniciado por el Decreto de las Cortes de 1822, pero fue derogado en 1823 y siguió actuando sobre ella el jefe político de Burgos hasta la constitución de la provincia de Logroño en 1833.

    En el célebre “Tesoro de la Lengua castellana o española” (acertada manera de sentar la equivalencia de los adjetivos para una misma Lengua, que su autor editó en 1611), Sebastián de Covarrubias definió así a la capital de la Rioja: “Logroño: Ciudad de Castilla, en los confines de Navarra, a la ribera del Ebro”. Con la misma rotundidad histórica, el “Diccionario geográfico” de Madoz, dedica algunas páginas a explicar cómo una parte de Burgos se transformó en provincia de Logroño con algunas aportaciones sorianas, en el siglo XIX.

    En el día de hoy (1979), el “Diccionario” de Sopena tiene esta definición de Rioja: “Comarca de Castilla la Vieja”. Todavía en el siglo XVIII, la Rioja dependía del Intendente de Burgos y era conocida con el nombre de “Rioja Castellana”.

    Volveremos sobre estos temas, tanto en las demarcaciones romano-visigóticas, como en los momentos de la Edad Media y Moderna.

    Basta con fijarse en el cantabrismo y celtismo de los berones y en que, en la Edad Media, la política guerrera y el desarrollo civil de la Rioja y de Burgos eran los mismos. En la Edad Media nacieron simultáneamente la fe, la lengua y el arte, en Arlanza y Valbanera, San Millán y Silos. Ni un rastro de disidencia se ve en los documentos.

    Un milenio de castellanía común de ambas provincias, con unidad lingüística, jurídica y social, no puede echarse por la borda. Lo que un milenio ha conservado unido, no debe separarlo (1979) una minoría secesionista en un cuarto de hora de pasión. En mis viajes profesionales frecuento toda la Rioja y no he observado más que un gran amor a Castilla y una mesura perfecta en el sentir de la mayoría de las gentes. ¿Por qué sin argumentos ni históricos, ni políticos ni económicos, quieren levantar murallas que conviertan a la Rioja en un islote solitario? Un sector sugiere que después de obtener la autonomía podría incorporarse la Rioja a un marco castellano, vascongado o navarro, ya que como tierra fronteriza convivió con dichos tres pueblos.

    Pero esto no es exacto: Ni siquiera en la más remota Edad Media las tres provincias vascongadas ocuparon la Rioja, ya que dichas provincias, desde hace más de un milenio, pertenecieron a Castilla. Lo que tuvo con Navarra, reino fundamental de España, fue algún choque fronterizo, en situaciones bélicas de Castilla o de monarcas que eran a la vez navarros y castellanos. Pero desde el siglo IX con Fernán González y los Condes soberanos de Castilla y sobre todo desde el siglo XI, reinando Alfonso VI, la Rioja perteneció a Castilla. Su nombre de Rioja, de cuño semántico netamente castellano, sin etimología vascongada alguna, aparece por primera vez en el fuero de Miranda de Ebro, reinando precisamente el conquistador de Toledo.

    Es más: Alfaro era llamada “La puerta de Castilla” y Logroño fue la muralla y el foso contra franceses y navarros.

    El hermano Reino de Aragón tampoco puso la planta en la Rioja, salvo en alguna ocasión inapreciable y fugaz en tiempo de guerra.

    En fin: los Adelantados, después los Corregidores e Intendentes y los jefes políticos de Burgos, ejercieron quieta y pacíficamente su respectiva jurisdicción sobre el territorio riojano y hasta hace menos de treinta años (1950) buena parte de Logroño ha seguido perteneciendo a la Diócesis y no sólo a la Archidiócesis de Burgos.

    Como ha pertenecido siempre al Arzobispado, a la Audiencia Territorial y actualmente (1979) a la Capitanía General de Burgos, la entrañable tierra riojana.
    Última edición por ALACRAN; 12/01/2024 a las 17:23
    AlfonsoVIII dio el Víctor.
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    2. De los berones a Fernán González

    El mundo fascinante de los berones es la portada de la historia de la Rioja. Son los primeros pobladores de esta tierra que los dictados tópicos llaman la “Andalucía del Norte”. Los berones no son vascongados. Logroño tiene una etimología que algunos hacen derivar de “Ulgrulium”, palabra que no ofrece vislumbre alguna de ser vasca.

    Los berones entran de lleno en el área celta. Las primitivas ciudades Varea, Nájera y Oliva, la primera capital de la tribu, lo son, según Plinio, Pomponio Mela y Estrabón lo certifican, precisando el último que la gente de los berones se halla al Norte de los celtíberos y diciendo Menéndez Pidal que tanto los berones como sus vecinos los autrigones, estaban fuertemente celtificados.

    Una prueba tumbativa de su cantabrismo es que no estaban adscritos al convento jurídico de Cesaraugusta, o Zaragoza, sino el de Clunia, situada en lo que hoy es provincia de Burgos.

    En cambio, los vascones, luego navarros, tenían una denominación puramente tópica que señalaba a los habitantes de una comarca, la “wascka”, depresión del Ebro, ubicada en la zona sita entre Cascante y Tudela. Dichos aborígenes, al llegar los árabes se refugiaron en Pamplona y pertenecían al convento jurídico de Zaragoza.

    El infalible Padre Flórez, que decidió para siempre la controversia sobre Cantabria, afirma que los berones eran cántabros, que ocuparon la Sierra de Cantabria en Logroño y formaron parte del Ducado de Cantabria en tiempo de Leovigildo, hasta que fue destruida dicha ciudad por este monarca godo. La ciudad de Cantabria es prueba concluyente de que los berones, predecesores de los riojanos, eran cántabros, o sea, pre-castellanos, y así se explica la evolución conjunta en torno a la empresa de Castilla, de los riojanos junto con los burgaleses y santanderinos. Por eso al comenzar la Reconquista, Logroño se integró en la Monarquía asturleonesa que con Ramiro I obtuvo en tierra riojana, a la sombra de ese castillo que es un buen testimonio, la victoria de Clavijo.

    En el año 800 aparece ya el nombre de Castilla y el origen bárdulo (burgalés) de esta tierra, en la crónica de Al-Himmari y en la de Alfonso III, después.

    Fernán González completa la adscripción de la Rioja a Castilla. Antes de la independencia del Condado, en el año 905, Sancho Abarca había repoblado Logroño, pero Fernán González lucha con él en la Degollada, entre Nájera y Santo Domingo, y es vencido y muerto el príncipe navarro y recobrada la ciudad.

    En el año 943 se reafirma más la unidad castellana, ayudada por la circunstancia de que en tiempo de Fernán González dependía canónicamente la Rioja del Obispado burgalés de Valpuesta.

    También pasó angustias Fernán González en la Rioja cuando la sorpresa o traición de Cirueña: “Señor contigo cuento – attanto conquerir - seyendo tu vasallo - non me quieras fallir”, fue su oración.

    Fernán González tuvo una enorme visión teológica de la empresa de Castilla en la Rioja.

    El buen Conde llevaba sus hombres libres, guerreros y labradores, con un programa sublime de libertades concretas, no de abstracciones. Formula los votos de San Millán, traza su demarcación por todas las tierras de Castilla, se convierte en mecenas del Monasterio donde aún los monjes agustinos le evocan en efigie; se adueña con su política mixta, pacífica y bélica de Álava y Vizcaya a las que rige como Conde y Duque respectivamente, anejas al Condado matriz de Castilla. (El Rey de Pamplona había completado la donación de Logroño al Monasterio de San Millán).

    Es muy simbólico que San Millán de Suso cobije los sepulcros de los cadáveres acéfalos de los Siete Infantes de Lara y de su ayo Nuño Salido, que fueron bienamados del Conde de Castilla Garci Fernández, lo que significa que el Monasterio era todavía un lugar honroso de Castilla. Incluso el tercer Conde independiente Sancho García el de los Buenos Fueros, aparece con toda su magnificencia en los cartularios riojanos, con cuyas huellas de castellanidad de la Rioja llegamos pronto a la época del Cid.

    Es curioso que en el paseo del Espolón de Burgos, exista la mejor estatua conocida de San Millán de la Cogolla, grande y maciza, actuando en figura de monje matamoros y alineada con otra inmediata de Fernán González, su devoto hijo, que con los votos de San Millán nos dejó cimentada la unidad entre el Reino de Castilla y su parcela preferida en algunos conceptos: la Rioja.

    El refranero nos dice: “Si Castilla fuera vaca, Rioja fuera la riñonada” dando a entender que la Rioja es uno de los mejores territorios de Castilla.

    Que el gran Sancho el Mayor de Navarra reinara después en la Rioja no contradice nuestra tesis porque lo hizo a título de consorte de la Condesa de Castilla Doña Mayor, y por la fórmula del Imperio que, por primera vez en la Reconquista, intentó este gran Monarca.

    Pero cuando Fernando I, por el vicio regresivo del patrimonialismo germánico, dividió los reinos entre sus hijos a la hora de morir, Sancho ayudado del poderoso brazo del Cid recuperó la unidad. A su muerte continuó esta política Alfonso VI y también el Cid, gran defensor de la Rioja castellana, pese a le
    yendas y malos enfoques del problema.
    Última edición por ALACRAN; 21/01/2024 a las 11:53
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    3. Del Cid a Sagasta

    Desde las lejanías del siglo XI, hasta el día de hoy (1979), la Rioja ha sido, sin solución de continuidad, tierra, pámpano y castillo de Castilla.

    1076: Año que debe grabarse en letras de bronce. Alfonso VI consolida la presencia de Castilla en la Rioja para siempre, verdad que reconocen tirios y troyanos. Pero sería una verdad a medias. El arranque de la pertenencia de la tierra logroñesa a Castilla, si bien no tan estabilizada, es un siglo anterior, en tiempos de Fernán González.

    No sólo el rey Alfonso VI señoreó a estas tierras. Unos años antes que este Monarca lo hizo el Cid Campeador. Muerto Fernando I, el de Atapuerca, su hijo Sancho II nombró a Ruy Díaz “armiger”, príncipe o alférez del ejército de Castilla, a fin de resolver militarmente la querella que tenía con Navarra sobre ciertos castillos fronterizos, entre los cuales figuraba el de Pazuengos. Los dos ejércitos enfrentados, en vez de luchar, propusieron que se celebrase un duelo o juicio de Dios entre dos campeones. Lo describe minuciosamente Menéndez Pidal, sobre la base del “Carmen Campidoctoris”, y también lo relata el escritor local Alfredo Gil del Río. El Cid mató, en noble lucha, a Gimeno Garcés, campeón de los navarros. Por ello, en el lugar de la pelea, ribera del Najerilla, recibió el paladín burgalés el título de “Campidoctor” o Campeador.

    Cuando ascendió el Rey Alfonso VI al trono, muerto Sancho II en Zamora, el Cid le tomó previamente el celebérrimo juramento de Santa Gadea, y por eso fue desterrado. El Cid, desligado del vínculo del vasallaje, penetró en tierra riojana, conquistó Alfaro, que fue llamada “la puerta de Castilla”, y luego Logroño, como se acredita en el Cronicón de Cardeña. En el año 1092, por rivalidades con el conde de Nájera, su constante enemigo, prohombre de Alfonso VI, el Cid entró en Logroño, Calahorra, Nájera, y Alberite.

    Las teorías secesionistas de un pequeño grupo actual (1979) especulan con las incursiones que Navarra y Aragón (política fronteriza medieval) hicieron en determinadas ocasiones sobre la tierra siempre castellana de la Rioja.

    Ya queda dicho que desde la Reconquista, Rioja fue pre-castellana y luego castellana. Pero no nos duelen prendas al afirmar que la concreta ciudad de Logroño fue atacada algunas veces por los navarros; sobre todo (primer tercio del siglo XII), por Alfonso el Batallador de Aragón, que la perdió al disputársela Navarra en 1135; pero la recobró Castilla inmediatamente en 1136, implantándose en Logroño una gran institución castellana, “La primera de las iglesias del Santo Sepulcro en Castilla”, en el año 1155. Y si bien, en 1160, Logroño es expugnada por Sancho IV de Navarra, en 1174 volvería a Castilla por la invicta espada de un rey riojano, de Nájera, Alfonso VIII, el de las Navas, esta vez para siempre.

    También fue riojana Doña Berenguela, la madre de Castilla, esposa de Alfonso IX de León. Como un espejo de la labor de esta Reina, la Rioja conserva en el pedestal de la Virgen de Valbanera al escudo -rojo carmesí, no se olvide- de Castilla al lado del de León.

    Desde el siglo XII, conservó celosamente de hecho y de derecho la Rioja, la soberanía de Castilla. A nadie se le ocurrió empequeñecer a la región madre con disputas comarcales o locales.

    Cuando la Rioja depende de los nobles castellanos, del Corregidor o los Intendentes de Burgos o de los Jefes Políticos del siglo XIX, que ordenaron la desamortización; cuando en los organismos de Burgos se discutían problemas de Briones o Ezcaray, existía una conciencia general castellana, sin perjuicio del sentimiento riojano, que sabía coordinar el vínculo patriótico con el Reino y el amor a la tierra vernácula.

    Esto lo afirma la historia constante desde el Cid a Sagasta y la prospectiva riojana actual (1979).
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    4. La Rioja en las Comunidades de Castilla

    Un momento estelar del castellanismo de la Rioja fue aquel singular fenómeno histórico de las Comunidades, en que la actual provincia de Logroño se dividió, al principio, en dos partes diferenciadas: el Oeste, acusadamente comunero, y el Este (la línea de Logroño y demás tierras del lado de acá del Ebro), realista.

    La contienda de las Comunidades de Castilla fue una guerra civil entre castellanos. Ni el reino de Aragón, desde Cataluña a Valencia y Mallorca; ni Navarra, participaron en ella.

    Esa guerra civil tiene dos fases clarísimas: la primera, de alzamiento nacional de repulsa contra los dignatarios extranjeros de “servicio a Dios”, afirmación de los ideales religiosos y castellanos y exaltación municipal de las comunidades de villa y tierra; la segunda, del movimiento antiseñorial, revolución popular y anarquía: fue el momento de la retirada de Burgos y Soria y de la pacificación de Logroño, que por estar junto a la zona de peligro de la invasión navarra y francesa, veía claro el contubernio que dirigía Francisco I de Francia.

    Por eso la batalla de Villalar, noche negra en el cielo de la Castilla llana, no merece ni el nombre de tal. Fue una rendición sin lucha, una “rota incruenta”, pues de 16.000 hombres que pelearon no hubo ni una sola baja mortal, sólo algunos contusos y heridos leves. Eso fue Villalar: una batalla sin muertos.

    Los logroñeses de ambos bandos eran igualmente castellanos. La zona comunera, del Oeste de la tierra, pese a pertenecer a las dos familias más importantes de Castilla, el Conde de Haro y el Duque de Nájera, se alzaron por la Comunidad, en Haro, Nájera y Anguiano, en 1521, con signo antiseñorial.

    La zona fronteriza con Navarra, consciente del peligro de la invasión francesa, luchó, con todo heroísmo, particularmente Logroño, contra los navarros y los galos. En un principio fue Burgos, tan vinculado a la Rioja desde siempre, el que atizó el fuego. Habían llegado los ecos del grito de Dueñas, inspirado por Burgos. Esta ciudad, centro de agitación comunera al principio del levantamiento, contagió no sólo a la Rioja, sino a Vitoria, a las merindades de Castilla la Vieja e intentó con poco éxito incorporar al movimiento a la antigua Montaña de Burgos, hoy Santander. Burgos se atrevió a defender la postura de los rebeldes de Dueñas, en carta del 11 de Septiembre de 1521 que se conserva en la Biblioteca del Palacio Real.

    El Condestable, en la primera fase de exaltación fue expulsado de Burgos. El que lo era todo en Burgos hubo de despedirse, rápido, de la Casa del Cordón. Entonces se sublevó su propio señorío de Haro y los comuneros llegaron a cercar su fortaleza de Briones. Pero el Condestable pesaba mucho en Castilla, sobre todo en la Rioja. Aquel Velasco dominó en pocos días la revuelta que estaba motivada en Haro, más que nada por el problema del aumento de las imposiciones y tributos, y ahorcó a los principales responsables.

    El Duque de Nájera y Conde de Treviño, Manrique de Lara, otro gran general de Carlos I, vio también cómo por aquella fecha se sublevaba la vieja villa ducal, para protestar contra la tiranía de los señores y los impuestos, destituyendo los sublevados a los regidores y jueces del Duque. Los rebeldes ahorcaron a un hidalgo al servicio de los Manrique de Lara, tomaron dos de las tres fortalezas de los mismos e incitaron a la villa de Navarrete a que se apoderara las escrituras señoriales que les afectaban.

    Pero al llegar a la tercera fortaleza ducal, la de la Mota, el gobernador del Duque supo resistir gravemente. El Duque de Mondéjar conminó a los comuneros de Nájera a la rendición en términos muy duros. La Junta comunera pidió auxilio a Burgos, pero sin tiempo para que llegase el mensaje, el Duque de Nájera se presentó ante los muros de esta población con dos mil hombres y aquellos comuneros de Castilla “de hosca frente y anchas manos”, sucumbieron a la superioridad de un ejército profesionalmente organizado y respaldado por las tropas castellanas que guarnecían la frontera navarra. Se ahorcó en Nájera a cuatro comuneros, entre ellos a dos bachilleres, uno llamado Carrillo.

    En Anguiano, villa de abadengo, próxima a Valbanera, la comunidad se alzó “porque Dios permite que nos alcemos para redimirnos”. La rebelión, según Hurtado de Mendoza, fue extensa pero breve en la Rioja. Apenas duraron las sublevaciones de Haro, Anguiano y Nájera una semana. Los comuneros pusieron sitio a Logroño, pero pronto hubieron de levantarlo.

    En Santo Domingo de la Calzada desertaron y se dispersaron los comuneros de Segovia, como se lee en la carta de García Casares al regente Cardenal Adriano. Ante el peligro de la invasión francesa, que se acercaba a Logroño, los riojanos se lanzaron a luchar a favor del Emperador, en sangrientos sitios y batallas de verdad.

    De Navarra llegaron fuerzas por medio del Duque de Nájera y del de Falces, contra los comuneros, que apagaron los últimos destellos de la rebelión.

    Aragón se opuso a una nueva leva de dos mil aragoneses para reforzar el ejército del Condestable.

    Con todo ello terminó la guerra civil de los castellanos de Rioja comuneros, contra los castellanos de Rioja realistas y todos se unieron para defender el Reino, como veremos en el capítulo siguiente.
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

    5. Logroño, castillo de Castilla contra Navarra y Francia

    La historia de Burgos y la de Logroño se pueden condensar en una misma divisa: La lealtad al Rey y al Reino. Cuando comenzaron los excesos en el movimiento comunero, Burgos, antiguo motor del mismo, impugnó la demagogia de la Junta de Tordesillas y volvió al campo realista.

    Pero Logroño había intuido que, tras las legítimas aspiraciones de las Comunidades en su fase inicial, se ocultaba la ambición y el maquiavelismo del rey de Francia, Francisco I, que no sólo se aprovechó de la guerra civil para atacar a Castilla, sino que conspiró para que el levantamiento comunero se produjera, llegando a hacer proposiciones deshonestas de traición al propio Condestable y a altos dignatarios eclesiásticos, como han descubierto las investigaciones más recientes.

    El Duque de Nájera, virrey de Navarra, dio la alarma. Ocupado el Condestable de Castilla en el restablecimiento de la paz frente a la revuelta comunera, se aprovecharon los franceses de la situación y con la complicidad de los agramonteses navarros, comenzaron la invasión en abril de 1520, con el fin de derrocar el poder del Emperador Carlos y anular la anexión de Navarra a Castilla, sosteniendo los derechos de la familia Albret sobre Navarra, y entrando por el paso de Roncesvalles para atacar Logroño.

    Es magnífico y ejemplar el gesto de las ciudades comuneras de enviar a la Rioja, contra los franceses, contingentes numerosos, e incluso caudillos comuneros como el valeroso don Pedro Girón. La aportación de Burgos fue de cerca de mil hombres. La orilla castellana del Ebro formó la línea defensiva. Aún rebrillaba en los ojos de los comuneros de Castilla aquel rayo de justicias vengadoras y “aún movían con más brío las espadas que las hoces labradoras”.

    Ante la avalancha de franceses y navarros, el gobernador de la capital riojana, intimado a la rendición dijo “que no abría las puertas de Logroño en tanto dentro hubiera un habitante vivo”. Escaseban las municiones y los logroñeses se defendían con piedras y tiros de arcabuz. No había víveres, más que panes y peces, alimentos evangélicos. (Aún se conmemora en la capital la “fiesta del pez”, en recuerdo de aquella gesta). El 11 de junio de 1520, Esperre, jefe de los invasores, hubo de levantar el sitio y rehechos los castellanos, en tres semanas de lucha, invadieron Navarra, y unidos el Duque de Nájera y el Condestable de Castilla, persiguieron a los franceses. Trabada batalla, tan de veras, que nuestro ejército causó a los aliados invasores más de seis mil muertos. Esta fue una batalla de verdad: la de Noaín.

    Algunos comuneros recalcitrantes entraron en Francia con el ejército galo: “Mala la hubisteis, franceses”…

    También Logroño dio pruebas de su temple castellano cuando el conde Gastón de Foix, partidario de su pariente Felipe de Evreux, intentó entrar en Logroño al frente de sus navarros. Apurados los logroñeses, hubieron de refugiarse en el puente del Ebro. Había que dar lugar a que nuestros soldados se fortificaran en la ciudad dando tiempo para que una guerrilla luchase fuera del puente levadizo, para subir éste.

    Quedó encargado de tal cometido Ruy de Gaona, con tres de sus escuderos. Lucharon hasta la muerte de éstos y continuó solo el capitán indicado, que logrado el objetivo y no pudiendo entrar al recinto, se tiró de cabeza con armadura y todo, para no caer prisionero, al agua. Se ahogó en el Ebro y desde entonces se llama el paraje “pozo de Ruy de Gaona”.

    Por sus méritos y castellanía, Carlos V concedió a Logroño un escudo de armas formado por un puente un castillo (el mismo que tuvo siempre) y una corona ducal en memoria del Ducado de Cantabria, y en recuerdo de levantamiento del sitio en que colaboraron contra el Rey, los franceses y los comuneros.
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


    6. Rioja, su milenaria inserción política en Castilla

    Con la prehistoria y la historia general y externa, hemos probado tumbativamente la castellanidad de la Rioja, que desde sus orígenes hasta el día de hoy (1979) ha formado parte de nuestra región. Vamos a justificar ahora esta unión entrañable, acudiendo a la historia religiosa, política, económica y lingüística, es decir a la historia interna.

    Ya dijimos que en la esfera económica, Logroño y su tierra formaron parte, en la época primitiva, del Obispado de Valpuesta, sito en la provincia de Burgos. Calahorra perteneció, en cambio, a la extensa archidiócesis tarraconense, hasta el 1310, porque el esquema constantiniano de organización diocesana duró casi un milenio en España, pero se modificó con los avatares políticos y religiosos de la Reconquista.

    En tiempo de Felipe II, por bula de 1574, siendo prelado burgense el Cardenal D. Francisco Pacheco, se erigió la nueva archidiócesis de Burgos y a ella se asignaron como sufragáneas las diócesis de Calahorra y Pamplona.

    Con el Concordato de 1851, continuaron adscritas a la provincia de Burgos las sufragáneas de León, Santander, Calahorra, Palencia, Burgo de Osma y Vitoria.

    Pero es que, además de ser Logroño de la Archidiócesis de Burgos (región), pertenecían a la diócesis (provincia de Burgos) hasta hace veintiocho años (1951), un rimero de Municipios riojanos, como Ojacastro y sus anejos, Ezcaray, Gallinero de Rioja, Pazuengos y sus anejos, Ollares, Villanueva, Santurdejo, Valgañón, Zorraquín, Treviana.

    En el aspecto político, está claro que la Rioja jamás fue un reino, ni una “región histórica”, ni una “nacionalidad” con fronteras y soberanía, ni ente político independiente, ni siquiera autónomo, sino un territorio de Castilla. Ni causó problemas ni tuvo otra bandera que el pendón rojo carmesí, ni otro escudo que el castillo de oro de Castilla.

    Desde los primeros tiempos, la nobleza por un lado y los Municipios de realengo por otro, eran los representantes de la soberanía del reino de Castilla en la comarca o territorio de la Rioja. Una constelación de nombres próceres ligaba a la realeza con las villas y ciudades de señorío: Haros, Laras, Manriques, Velascos, Tejadas, etcétera. Existía libertad municipal y foral típica de la Edad Media. En ésta, los adelantados y alcaldes, y en la Edad Moderna los corregidores de Burgos y en la contemporánea los Intendentes, encarnaban la autoridad del Rey en los Municipios autónomos. Los Intendentes y hasta los Jefes Políticos de Burgos gobernaron Logroño, hasta que se erigió en provincia en 1833, sobre la base de traspasarla los ya citados 121 municipios burgaleses.

    Hay dos momentos cumbres en que se manifiesta la unión de Burgos con la Rioja. Todavía a fines del siglo XVIII, en la documentación de la “Real Sociedad Económica de la Rioja Castellana”, en el expediente para la construcción de la carretera de Rioja a la montaña de Burgos y puerto de Santander, consta fehacientemente el complejo gobierno del Intendente de Burgos sobre la (posterior) provincia de Logroño. En 1820, y con motivo de la desamortización, el Jefe Político de Burgos ordenó que las “Glosas Emilianenses” tan en boga ahora, con motivo de este Milenario de la lengua, se trasladaran a la Cabeza de Castilla, por su mejor protección, haciendo uso de su jurisdicción sobre la Rioja y quedando en Burgos hasta la mitad del siglo XIX, en que fueron trasladadas a Madrid.

    Alfa y Omega. Remontando la corriente de los tiempos, desde el voto de San Millán de 939, formulado por Fernán González, el fundador de Castilla, abraza para siempre a las tierras de Burgos, la Rioja y Santander, hasta hoy (1979) en que toda la Rioja está comprendida, no solo histórica, sino política y legislativamente, en Castilla la Vieja. Nadie ha derogado aún la legislación que determina la región de Castilla: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila.

    Y esto, que es evidente en la esfera política y civil, surge también en la administración militar. La Sexta Región, cuya capital es Burgos, se precia de comprender a Logroño, una de sus tierras más preciadas.
    Última edición por ALACRAN; 04/02/2024 a las 12:33
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    7. Rioja, siempre regida por el derecho castellano

    La legislación y la jurisprudencia son el signo ostensible de la soberanía, la más inequívoca prueba para definir la filiación histórico jurídica de un pueblo. La Rioja siempre se insertó en la legislación castellana y tuvo como propios los tribunales de Castilla.

    Por eso, los Fueros de Logroño son el sello que graba en la frente de la Rioja la más indeleble castellanidad.

    En el siglo X y principios del XI, en que ya la Rioja estaba integrada en Castilla, Fernán González y Sancho García “el de los buenos fueros” administraban justicia con aquel rito sencillo de los “juditios levatos”, es decir, de los procesos “vistos y oídos” en pie, por los condes soberanos, en los pórticos de los templos.

    Al instaurarse la monarquía castellana, D. García (el “crespo de Grañón”) y su esposa Doña Urraca, condes de Nájera y Calahorra, repoblaron, por consejo de Alfonso VI, la villa de “Lucronium” o Logroño, de muy escasa población. El Rey le concedió el fuero (año 1095), uno de los más importantes de España y de los más avanzados y completos. Como todos los de su género, estaban destinados a atraer pobladores, a incrementar la demografía del núcleo vital, a ser, en fin, un poco lo que hoy llamamos “polos de desarrollo”, a base de exenciones y franquicias, así como a establecer un elemental derecho municipal de tipo administrativo y penal. Aparte de las libertades corrientes en estos documentos, el Fuero de Logroño consagraba la absoluta libertad de compra y la libertad de comercio. Y no sólo para los españoles, palabra que campea en el texto, sino para los franceses, dándoles a todos la automática condición de hombres libres.

    Firman dicho documento el Rey, la Reina Doña Berta y lo confirman las célebres infantas Urraca (reina de Zamora) y Elvira (reina de Toro), y los repobladores de Logroño, el conde D. García (el gran rival del Cid) y su esposa Urraca.

    Alfonso VII amplió dicha carta-puebla, la confirmó en 1184, y la ratificaron todos los monarcas castellanos hasta Carlos I, y entre ellos Alfonso el Sabio, en Burgos, el año 1264, y Juan I, también en esta capital, en 1349.

    El rey Alfonso VI anatematizaba a los sucesores que perturbaren el Fuero de Logroño “confirmado por nuestra autoridad”.
    Pese a la confusión hoy reinante, los Fueros de la alta Edad Media no eran un pacto de la comunidad ciudadana con el Rey: eran concesiones reales, confirmadas por la familia del monarca, los primates, caballeros y obispos, hechas generalmente a propuesta de las propias villas y ciudades, aceptadas por éstas y confirmadas por los Reyes o los nobles sucesores.

    El famoso Fuero de Logroño se extendió todo el Norte del Ebro con los códigos territoriales, de que ahora hablaremos, lo cual reprueba la descabellada teoría de la separación de la Rioja de su matriz histórica: Castilla.

    El Fuero de Logroño, modelo en su género, se otorgó a ciudades y villas burgalesas como Treviño, Medina de Pomar, Frías y Miranda de Ebro; a la riojanas de Santo Domingo de la Calzada, Clavijo y Navarrete; a la santanderinas de Laredo y Castro Urdiales; y a vascongadas, como Labastida, Salvatierra, Santa Cruz de Campezo y a la propia Vitoria (esto es curioso; le fue dado por un Monarca navarro, Sancho VI, bisnieto del Cid).

    Más significativo para la irrebatible filiación castellana de la Rioja es que también regían los Fueros territoriales en su ámbito: el Fuero Viejo de Castilla, que se gestó en Burgos y Nájera; y el Fuero Real de Alfonso X el Sabio, que también rigió en esa Castilla esencial que son las tres provincias vascongadas.

    El Fuero Viejo de Castilla era un código estamental de clase, nobiliario, para los hidalgos y sus vasallos, que regía preferentemente en tierra infanzona, en el campo. Resumía las costumbres y “fazañas” o sentencias de los condes soberanos y de los adelantados, sobre todo de D. López Díaz de Haro; la de Doña Elvira, sobrina del arcediano D. Mateo de Burgos (que actuó de abogado) e hija de Fernán González de Villarmentero, que aplicó la milenaria ley celtibérica del “ósculo” dado antes de los esponsales rotos entre dos novios, y la del “garzón” o muchacho “que mató a un azor”, y fue condenado a morir aspado en Bilforado (Belorado). Un riojano, Ximón Roise, señor de los Cameros, dictaminó ante el Rey Alfonso, que en Castilla y por supuesto en la Rioja, sólo eran aplicables la sentencias dadas por el Rey o el señor de Vizcaya si éstas eran confirmadas por el Rey.

    ¡Qué prueba de la castellanía de la Rioja y de Vizcaya!

    Los Fueros de Logroño, como todos los de Castilla, rigieron hasta 1839 (*), exactamente igual que los de las Vascongadas, Cataluña y Navarra.

    En cuanto a la organización judicial, la Rioja y toda Castilla tuvieron jueces de Alfoz, o de paz, Adelantados, Merinos, Alcaldes y Corregidores, y después Intendentes. Su Chancillería y Audiencia: Valladolid y Lerma. Su Consulado del Mar o mercantil, el de Burgos. Su Audiencia Territorial, la de Burgos. Este fue y es el derecho de la Rioja. Esta fue y es su legislación y jurisprudencia: la de toda Castilla.



    (*)
    NOTA NUESTRA: más que “regir”, el autor querrá indicar que, como derecho supletorio, no se derogaron hasta 1839.

    .
    Última edición por ALACRAN; 04/02/2024 a las 12:31
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


    8. La Rioja. Coautora del castellano y Parnaso de su literatura

    Cuando empecé a escribir sobre el tema riojano, que siempre ha golpeado mis sienes con fuerza y mi corazón con afecto, no creí que iba a resultar un estudio tan largo, que puede dar lugar a un ensayo y a un libro. La inspiración es caprichosa y se prolonga hasta que se posan las imágenes y los conceptos. Pero justicia obliga y es que la Rioja y los Cameros son una materia inacabable. Es la tierra de las gestas de Fernán González y del Cid y la tumba de los Infantes de Lara.

    El Fuero de Logroño, verdadera pieza literaria, está escrito en latín, pese a ser posterior a las Glosas Emilianenses. Ello se debe a que el pueblo siempre va en vanguardia de la curia. Hasta los reinados de Fernando III el Santo y de su hijo Alfonso X el Sabio, no se declaró el romance lengua oficial de Castilla, para las actas, los inmortales Códigos y los documentos.

    El castellano nació en Cantabria, según los máximos lingüistas españoles Menéndez Pidal, Lapesa y Gómez Moreno. Tuvo primero una gran y larga alborada, que duró siglos. El castellano escrito se inició con la carta de fundación del Monasterio de Taranco en el Valle de Mena (año 800); y simultáneamente en el año convencional 977, con las glosas de San Millán y Silos. Ahora que todo lo provincializamos, debemos meditar que en aquella época no había fronteras locales, sino solamente el ancho reino de Castilla. Todo era Castilla. En dicho año 977, la jurisdicción de Silos llegaba a cuatro kilómetros de San Millán.

    ¿Dónde estaba la Cantabria, tierra natalicia del castellano? Si hemos de partir de la etimología, “canta-Iber”, “cabe el Ebro”, no llegaba a “Araduey”, nombre ibérico que significa “Tierra de Campos”, pero sí desbordaba Santander y comprendía el norte de Palencia, medio Burgos, del Arlanzón para arriba (los valles y montañas de Burgos, sobre todo Sedano, Villarcayo, Amaya, Cantabrana, Poza, Bureba y Belorado), y las riberas riojanas del Ebro donde estaban situadas la sierra de Cantabria y la ciudad de Cantabria, que fue durante algún tiempo capital de todos los cántabros.

    El mayor testimonio del castellanismo de la Rioja es su copaternidad de la lengua española.

    Todos los tratadistas están de acuerdo en que reinando Alfonso VI se completó para siempre la total castellanización de la Rioja.

    El sabio abad de Silos, Dom Luciano Serrano, burgalés de pro, transcribió un sinfín de documentos riojanos de la colección del erudito Miguella; y el ilustre de catedrático D. Antonio Urbieto ha reunido más de cuatrocientos documentos que muestran las relaciones de la Rioja con el resto de Castilla y otros territorios, hasta el año 1079, utilizando, además del Becerro Gótico, el Becerro Galicano, que han dado lugar a su obra: “Cartulario de San Millán de la Cogolla”.

    Ildefonso Rodríguez de Lama ha recapitulado documentos en una obra monumental: “Colección diplomática de la Rioja”, que abarca hasta el año 1168 y que ha visto la luz a expensas del Instituto de Estudios Riojanos.

    Todos los documentos publicados en ellos son textos latinos. Para seguir las huellas de los modismos riojanos hay que rastrear en los fragmentos documentales de la gramática histórica. Eso que se llama dialecto riojano es el verdadero y primitivo castellano, idéntico al de las Merindades de Castilla la Vieja, aunque algo diferente del lenguaje de Burgos capital y de las tierras de Lara.

    La literatura riojana, haciendo honor a los orígenes del español, modeló el castellano con garbo. Un poeta extraordinario y original, Gonzalo de Berceo, acuñó en estrofas de la cuaderna vía del “mester de clerecía” en el que están relatados los cantares de gesta, una “prosa en román paladino” que es verso inspiradísimo: “En el nomme del Padre que hizo toda cosa”, escrito al pie del Monasterio de San Millán. Es la conocida obra dedicada a Santo Domingo de Silos, natural de Cañas, en la Rioja, y la “Vida de Santa Aurea”, nacida en Villa Velayo.

    En el “vierbo” o palabra de Berceo, el castellano rebosa juventud y fragancia. Es cierto que hay algunos vasquismos en el texto berceano, por ejemplo “Don Bildur”, el miedo, pero es tan poca cosa, al lado del castellano puro de los 777 versos de que consta la “Vida de Santo Domingo de Silos”…

    Aparte de la poesía propiamente dicha, la Rioja ha producido gramáticos, historiadores, literatos escritores, técnicos filósofos, etcétera.

    El orador Quintiliano, el P. Baltasar Álvarez, Francisco López Zárate, el famoso Lepe, “riojano in passione”, sabio entre los sabios, el inimitable Bretón de los Herreros, Alejandro Manzanares, prosista maravilloso, enlace siempre entre Burgos y Logroño, el orador Sagasta, el erudito cronista Felipe Abad, el padre Olarte, el inolvidable Lope de Toledo, Guadán, Merino, Elorza, Urbieto, Rodríguez de Lama, Resano, Uría, Gil del Río, Tellada, Moya, Ramírez Ruiz y cuantos cobija el Instituto de Estudio Riojanos, y Zabala Mazón y Coello, tratadistas políticos, y el gran musicólogo y folklorista Bonifacio Gil, de la familia de Santo Domingo de la Calzada, Gil Merino, afincado en Burgos.

    Todos ellos han abrillantado la lengua española, la lengua común, la lengua de España. Las otras tres lenguas son también españolas, nacieron y viven en España en un círculo regional, pero lengua de todas las España solo hay una: ese castellano que es lengua de la Hispanidad, que nació en la Rioja y en Burgos y hoy debe llamarse español y así se denominan los cinco continentes.
    Última edición por ALACRAN; 10/02/2024 a las 18:16
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


    9. Heráldica, vexilografía y costumbrismo de la Castilla riojana

    La heráldica de toda la provincia de Logroño rezuma castellanismo. Casi todos los partidos judiciales ostentan como emblema el de Castilla, que es un símbolo definitorio del origen.

    En la capital abundan los escudos con castillos, solos o con algún otro emblema. Por ejemplo el de la Ruavieja, el de la fachada que se encuentra en el patio contiguo a la iglesia de San Bartolomé, el de la calle Mayor, los del escudo imperial de la iglesia de Palacio, todos los que se hallan incrustados en el escudo imperial de Carlos V, o del Revellín, y los de la huerta de Santa Juliana, en que aparecen los alcázares alineados con los veros de los Velasco, los antiquísimos del Real Instituto Femenino de Enseñanza Media, y otro aparecido en los viejos escombros de la ciudad, sencillo y esquemático, que tiene bajo el castillo, muy simplificadas, unas ondas de agua que son sin duda las del Ebro, y que prefiguran el emblema que dio a la ciudad Carlos I.

    Este último, que es el blasón actual de Logroño, configura un robusto castillo con la corona ducal encima, alusiva el ducado de Cantabria y, debajo, un puente que representa el paso del Ebro.

    Las piedras no mienten. En Logroño no hay símbolos vascongados, navarros ni aragoneses. Es ejemplo del escudo castellano-leonés el del Marqués de Pescara, el celebérrimo estratega riojano, aunque nacido en Gante. Numerosos castillos orlan la campiña del blasón. Y sin ir más allá, en una de las viejas casas de Logroño, cerca de la calle de Santiago, acabo de ver otro escudo de tres torres, magnífico, del tipo que popularizó el buen Conde Fernán González.

    Pasemos al capítulo de la vexilografía, ciencia de las banderas o estandartes. Ya en el mes de septiembre de 1977, traté con estas mismas razones de la bandera de la Rioja, que no es otra que la de Castilla. Haré ahora una pequeña síntesis.

    La bandera de la Rioja no tiene que ser creada ni inventada. Tiene más de mil años de antigüedad. Es el pendón rojo carmesí, con un castillo de oro. Figura en las tumbas, en las ricas telas descubiertas, en los sepulcros reales y nobiliarios, en los artesonados de monasterios y palacios medievales, en los diplomas, en los archivos, en los museos militares y civiles, y en todos los cuarteles castellanos de los escudos de España. Este rojo carmesí es el color inequívoco de la bandera de Castilla, como tiene declarado solemnemente la Real Academia de la Historia.

    Es el pendón que ondeó con Fernando González en la “Cuesta de la Degollada”; en Nájera con doña Berenguela, la genial realizadora de la unidad de Castilla y León; la que llevó el rey riojano Alfonso VIII a las Navas de Tolosa y se conserva cerca de su sepulcro en el Monasterio de las Huelgas de Burgos. Los leones de Castilla y León campean también en la peana de la Virgen de Valbanera. (Esta preciosa imagen parece haber tenido como modelo el rostro de doña Nuña, mujer de Ordoño I de León, lo que confirma la tesis del origen castellano-leonés de la Rioja y los Cameros).

    Es la misma bandera que los riojanos y demás castellano-leoneses pasearon en triunfo por América, donde se conservan Cartagena de Indias, en el Fuerte de San Marcos en el Castillo del Morro. (Todos los años en San Agustín, de Florida, se nos da a los españoles una lección de amor y honor a la bandera cuartelada de Castilla y León. Se viste un “yanqui” de guerrero a la antigua usanza castellana, con la presencia de un cadete de la Academia Militar de dicho punto, y en medio la bella reina de la fiesta con traje español, y después de intercambiarse la enseña castellano-leonesa y la de los Estados Unidos, se izan ambas a la misma altura).

    Es estéril inventar la bandera “cuatricolor” sustituyendo la verdadera de Castilla o lo que es lo mismo, de la Rioja, por la imaginada, a gusto de un día, hija del capricho y de la moda, sin base tradicional.

    El pendón de Castilla es rojo y oro; es el pendón del Cid. Hace muchos años que se le cantó así: “Gloria, Gloria, pendón de Castilla -llamarada de sangre y de sol- quien no doble ante ti la rodilla- no merece llamarse español".

    *************

    La paremiología (estudio del refranero) y los dictados tópicos de la Rioja, retratan el carácter de sus alegres hijos. Lo dejaré, en extenso, para otro capítulo. La Rioja es dicharachera, jocunda y chistosa; es la alegría de Castilla.

    Marciano Zurita, el gran poeta palentino, autor del “Himno a Burgos”, en la época de su plenitud, en 1918, cuando era corresponsal de más de cien periódicos de todo el mundo, dedicó a Logroño esta hermosa estrofa, publicada en “Blanco y Negro”: “Logroño es una moza garrida, fuerte y sana, - que refleja en el Ebro su gentil apostura, - una moza de la árida meseta castellana - sin la aridez sombría y hostil en la llanura”.

    Bellos versos, que no tienen otra mácula que la de caer en la leyenda de la aridez de Castilla, cuando resulta que Logroño es la exuberancia vegetal misma dentro de las variantes polícromas de la plural Castilla.

    .

    Última edición por ALACRAN; 10/02/2024 a las 18:14
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


    10. Romances, voces de gesta y adagios castellanos de Rioja

    Las máximas, refranes, sentencias, axiomas, apotegmas, aforismos, dichos, dictados tópicos, adagios y proverbios, pertenecen a la historia, a la filosofía y a la literatura, y son datos preciosos para identificar la identidad de un pueblo y su filiación.

    La paremiología, de la voz griega “paremiá”, de origen popular, es el verdadero refranero.

    El romance, con su trasfondo histórico, sirve también para seguir las huellas de una región. Ambas manifestaciones literarias, demóticas o populares, confirman sin lugar a duda la castellanía de la Rioja y de los Cameros.

    En el “Poema de Fernán González”, del anónimo monje de Arlanza, Capítulos XXIV y XXV, “un conde muy honrado” que era de Lombardía va peregrino a Compostela, promueve la evasión novelesca del Conde Fernán González, preso en el castillo de Castroviejo (Logroño), organizada por la infanta doña Sancha de Navarra, previa promesa de matrimonio. Fernando está tan débil que la rozagante moza navarra tiene que llevarle a veces a cuestas. La fuga se desarrolla a través de Estella, Castroviejo, Valpierre, la Era Degollada, Cirueña, Belorado, Montes de Oca y Burgos.

    También el “Poema de Fernán González” describe la famosa batalla de la Degollada, contra los navarros, entre San Asensio y Hervias. Describe la pelea singular en que el Conde de Castilla mata al Rey don Sancho en el campo de Valpierre.

    Esta batalla consta además de en dicho cantar de gesta, en la “Crónica de don Alfonso”, que describe como lugar de la batalla el marcado con la llamada “Piedra del Conde”. El episodio de la batalla de Rueña o sorpresa de Cirueña, ya lo hemos tratado en el capítulos anteriores.

    También el Romancero registra el episodio de Gollandía en la “Colección de Lorenzo de Sepúlveda” (siglo XVI) inserto en el “Romancero General” de Durán. Allí se narra el duelo y la muerte que dio Fernán González al Rey de Navarra.

    Y es curioso que, en el nuevo ciclo del Cid, se repite la lucha por la posesión de Calahorra, siendo el campeón de Castilla el que decida la disputa guerrera a base de un desafío con el campeón de Aragón, Martín González, al que venció y mató en duelo.

    Cuando la invasión concertada de varios reyes árabes, el “Romancero del Cid" registra su victoria sobre ellos: “Pasaron por junto a Burgos, -Montes de Oca han corrido -y corriendo a Belorado -también a Santo Domingo -Nájera y a Logroño -todo lo habían destruido”.

    “Sobre Calahorra, esa villa –contienda se ha levantado -entre buen rey de León -llamado el primer Fernando -y Ramiro de Aragón, -cuyo reino es el nombrado”. El desafío comienza. El aragonés vaticina al Cid que no volverá a Castilla, ni a Vivar, ni al lado de Jimena. El Cid se encomienda a Dios, y con crecido enojo -para él se fue denodado -muchas feridas le dio, en tierra le ha derribado, -Don Rodrigo se apeó -la cabeza le ha cortado- y díjoles a los jueces, esto les ha preguntado: -¿Queda aquí más por hacer para que sea del reinado de mi señor, Calahorra, sobre que se ha batallado? -Respondieron todos juntos: -No, caballero esforzado, que en la batalla pasada el derecho le es quitado”. (“Romancero General”, 744). Quedando así, Calahorra, para siempre, “del reinado de Castilla”.

    El Romancero, por heroico, es más sombrío que otra manifestación popular, como los alegres dictados tópicos, sentencias o refranes de que hablamos antes. El castellanismo del refranero riojano no cede a ningún otro. Por ejemplo, el dictado en prosa y contundente: “La ciudad de Alfaro no espera a nadie” es un eco de las Cortes de Castilla que celebraron en 1288 y de la disputa de Burgos y Toledo en las Cortes a través de los siglos.

    Entre los dictados en rimas, es importante el siguiente: “En Alfaro está la cepa, -en Zaragoza el Pilar, -en Logroño San Mateo -y en Burgos la catedral”.

    Por toda Castilla se extendió a través de la alegre población riojana aquello de “Ya estamos en Haro, que se ven las luces”. La inventó el cochero de la diligencia de San Vicente de la Sonsierra, o bien un jarrero ante la implantación del alumbrado público en 1890, en que fue Haro la segunda villa de España que instaló este sistema de iluminación callejera. El caso es que media España al llegar a una plaza de destino ha venido diciendo y dice aún: “Ya estamos en Haro”.

    Un refrán geográfico riojano-burgalés es el que se refiere al río que da nombre a la provincia: “El Tirón lleva la fama y el Oja el agua”.

    Dice el insigne demótico don Bonifacio Gil, que vino a Burgos con alpargatas, de mozo, a pie al cuartel, y subió a músico mayor del Ejército y tratadista de canciones y danzas y paremiología: “La Rioja es la región de España más alabada en coplas, cuyo lirismo llega a una exaltación superlativa. “Si Logroño se quemara -yo me tiraría al fuego -con mi sangre lo apagara - que la Rioja es lo primero”.

    Los riojanos se ríen de su sombra. Una composición matriz y graciosísima sería un exponente de la ironía abierta que usan, a no ser que esta composición es común a varias regiones sin más que variar los nombres de las localidades: “No compres mula en Logroño -ni en Santo Domingo paño -ni mujer en Labastida -ni amigos tengas en Haro, -la mula te saldrá falsa -el paño te saldrá malo -la mujer fea y borracha -y los amigos contrarios”. Este es un dictado tópico de varias provincias, no es auténtico de la Rioja; resulta muy duro.

    Tanto en las lejanías del romancero y de los cantares de gesta como en el refranero al uso, se subraya la esencia castellana y la solera de la Rioja.
    Última edición por ALACRAN; 18/02/2024 a las 19:07
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    Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


    11 La Rioja no es una región: es una zona de Castilla

    Hemos recorrido unidos, amigo lector, las facetas de la protohistoria, la historia antigua, media y moderna de la Rioja y los Cameros, su cultura (heráldica, paremiología, vexilografía, literatura y dictados tópicos). La hipótesis de trabajo, una vez desarrollada en diez artículos, acredita que la Rioja, como la intuición revela a primera vista, no es una región histórica ni una unidad autónoma, sino una entidad subregional (provincia o comarca), más bien una zona entrañada en Castilla, desde siempre, cuna con Burgos y Santander del castellano, y provincia de Burgos hasta hace algo más de un siglo.

    En Logroño, al que profesional y sentimentalmente estoy vinculado, la opinión más solvente y mayoritaria está en los antípodas de considerarse una “región autónoma” riojana (1979). Aprecia el logroñés la importancia de los Cameros y sabe que jamás fue la Rioja una unidad política independiente, que no fue un reino, ni siquiera un condado, ni una “Andorra” que compartiese poderes con Navarra o las provincias vascongadas. La Rioja es el baluarte, la voz del lenguaje y la solera de Castilla. Saben los riojanos y los de Cameros que se camina hacia una Europa de las naciones, y es ciego el que quiera regresar al Estado tribal de los berones (que además estaba vinculado no ya a las tribus celtas y cántabras próximas sino mucho antes al paleolítico inferior, cuyas huellas están cerca, en la Torralba soriana).

    Veamos el estado actual (1979) de la cuestión en Logroño. La Diputación Provincial, en octubre de 1978, acordó acometer un estudio socioeconómico de profundidad sobre estos temas.

    No cabe defender la antinomia de que la Rioja es una “provincia-región”, como alguien ha propuesto. Carmelo Fernández afirma que “es un territorio perfectamente diferenciado de los demás”, lo cual no es exacto, porque el Nordeste de Burgos y la Rioja alavesa son muy parecidos, geográfica y agrícolamente, a la Rioja castellana.

    Castilla tiene grandeza histórica, pero sus dilatados horizontes tienen, como ha dicho el especialista en dimensión regional, Korkac, “la grandeza de la unidad geográfica”.

    A Rioja y Cameros les corresponde una gran parte de la grandeza geográfica y unitaria de Castilla (los de Cameros son muy castellanistas; no quieren perder su personalidad específica, no admitiendo que se les llame riojanos).

    Otro riojano que ha participado con mucha altura en las actuales controversias es el catedrático de Zaragoza, Antonio González Blanco. Escribió un libro reciente sobre “La Rioja, región y pueblo de España”. (Región en sentido geográfico, como interpretación de un espacio rural), pero afirmando que aunque esta comarca mantiene su idiosincrasia, no ha constituido jamás una unidad política propia”. Y se trata nada menos que del subdirector de Planificación Regional de España.

    La Rioja no es ni siquiera una subregión, como insinúa el eminente riojano Sanz de Buruaga. Dice también que la vocación de la Rioja es el Norte, y que es puente de comunicación entre las culturas de al lado. La Rioja ha influido, pero con su cultura castellana, no solo en el Norte, sino en los cuatro puntos cardinales de España, pero no es un puente interregional, sino una vía de Castilla en contacto con las demás regiones, un mensaje castellano como el de Berceo y Santo Domingo de Silos.

    Demográficamente, la provincia de Logroño es pequeña, pero de todas maneras es impropio, pasándose de rosca, llamarla región ni subregión, y también es regatear por baza de menos, denominarla comarca. Si se quiere emplear un término técnico, como está formada por más de una comarca, podría denominársela zona. Pero de todas maneras, bien está que siga denominándose provincia, aun con lo romanista del término.

    “La Rioja, dijo el ministro Clavero, es un “caso atípico”. Bueno, será un caso peculiar, pero el quid de la cuestión es que jamás fue reino soberano ni región autónoma y desarraigarse de Castilla sería un suicidio cultural y económico, ni conveniente ni querido por los riojanos y menos por las treinta generaciones históricas que sirvieron a Castilla. En la Rioja no ha prendido el nacionalismo secesionista. Ni siquiera hay un partido nacionalista riojano.

    La secesión de Logroño de la Madre Castilla sería tan monstruosa como si Gerona se separase, para vivir a su aire, de Cataluña o Sevilla de Andalucía. Eso daría lugar a un ANACRÓNICO CANTÓN.
    Última edición por ALACRAN; 18/02/2024 a las 12:56
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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