Revista FUERZA NUEVA, nº 53, 13-Ene-1968
Carta de Cataluña
SACERDOCIO Y SUBVERSIÓN
Ya es viejo tópico sectario el de “calumnia, que algo queda”. Y más recientemente el marxismo ha machacado los cerebros de sus esclavos, insistiéndole en que una mentira mil veces repetida resulta una verdad.
Decimos esto porque hay que estar sumergidos en los más densos ambientes del marxismo y del escándalo imbécil para difundir la hoja ciclostilada cuya foto ilustra esta “Carta de Cataluña”: Una colección de nombres de sacerdotes procesados y multados, cuya actuación merece la máxima repulsa de la opinión pública, por deslealtad y traición a sus hermanos sacerdotes asesinados por el comunismo, por su desconocimiento de lo que fue nuestra “Cruzada”, por desobediencia al Derecho Canónico, a Pablo VI y a los prelados, y por su indisciplina frente a la legítima y soberana autoridad del Estado español.
Antecedentes históricos
Vino la República en España (1931), que había sido vaticinada por sus jerifaltes como un régimen de convivencia, de libertad y de progreso. Niceto Alcalá Zamora, el 15 de abril de 1930, en el teatro Apolo de Valencia, prometía una República que tendría “que dar el ejemplo de comprensión, de mirar al alma nacional, hoy y en su tradición de siglos y admitir la representación senatorial de la Iglesia”.
El mismo Alcalá Zamora, en “Journal de Geneve”, de 17 de enero de 1937, escribía lo siguiente:
“Las primeras siete semanas del Frente Popular fueron las ultimas de mi presidencia, desde el 17 de febrero al 7 de abril de 1936, con el Ministerio Azaña. Durante cierto periodo, uno de los poderes del Estado, el que yo ejercía, escapaba todavía al Frente Popular. Durante los cien días que siguieron y que precedieron a la guerra civil, la ola de anarquía ya no encontró obstáculo...”
Ángel Ossorio y Gallardo en “El Pueblo Vasco”, de 23 de junio de 1936, escribía:
“A estas horas -hablemos claro, aunque nos duela- ni el Gobierno, ni el Parlamento, ni el Frente Popular significan en España nada. No mandan ellos. Mandan los inspiradores de huelgas inconcebibles: los asesinos a sueldo y los que pagan el sueldo a los asesinos; los mozallones que saquean los automóviles en las carreteras; los que tiene la pistola como razonamiento... ¿Hay alguien contento o siquiera conforme con tal estado de cosas? Nadie. Ninguno sabe lo que va a pasar aquí, ni presume quien sacara el fruto de la anárquica siembra”.
De ahí que Salvador de Madariaga, en su obra “España”, publicada en Buenos Aires, en 1955, reconozca que
“con la revolución de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”.
El trágico recuento
Seguramente que todos los sacerdotes cuyos nombres constan en la hoja que comentamos, difundida clandestinamente, conocen al reverendo don José Sanabre Sanromá, archivero del Arzobispado de Barcelona. Ha sido compañero de alguno de ellos en el bochornoso “Mensaje a los padres conciliares”, del 28 de octubre de 1965. No es un testimonio recusable, dada su firma en un documento que ataca a la Jerarquía y el Estado.
Don José Sanabre no se ha recatado de demostrar cómo el Gobierno de la República y la Generalidad de Cataluña permitieron, bajo su mandato, se exterminara el pavoroso número de 2.170 sacerdotes de las diócesis catalanas.
Dice el reverendo Sanabre:
“El vendaval homicida de aquella persecución se desencadenó en las primeras horas del 19 de julio de 1936 en Barcelona y se extendió como un relámpago hasta las más alejadas comarcas catalanas. La mayoría de aquellos atentados personales fueron cometidos durante el segundo semestre de 1936, desde el nombrado 19 de julio hasta últimos de diciembre. En la diócesis de Barcelona, de las 930 víctimas, 860 fueron inmoladas en el mencionado semestre de 1936, aunque la máxima virulencia correspondió a los primeros días, pues desde el 19 al 31 de julio fueron asesinados más de 200 miembros del clero secular y regular de esta diócesis… En cuanto al número de víctimas de las diócesis catalanas, en su conjunto, FUERON INMOLADOS UNOS 2.170 SACERDOTES Y RELIGIOSOS, correspondiendo 930 a la de Barcelona y unos 1240 a las demás diócesis, de los cuales pertenecieron unos 1.570 al clero secular, 550 a las órdenes religiosas masculinas y 50 religiosas. Entre los religiosos, unos 240 se dedicaban a la enseñanza; unos 50 a la beneficencia, entre ellos 29 miembros de la Orden de San Juan de Dios y 9 hermanos del Hospital de San Pablo; otros 30 a la vida contemplativa y los restantes a los ministerios sacerdotales. Las religiosas se dedicaba a la enseñanza, a servicios hospitalarios y a la vida contemplativa”. (…)
El fondo del asunto
Un mínimo sentido de ética y de lealtad bastaría a los redactores de dicha hoja para no querer ocultar que si dichos sacerdotes han sido procesados o multados, los motivos no han sido ni religiosos, ni siquiera confesables. Han sido procesados, con el debido permiso de sus respectivos prelados, tratados con todos los privilegios estipulados en el Concordato, lo que les ha permitido, en igualdad de condiciones delictivas con otros ciudadanos, tener un notorio trato de favor y distinción, del cual torpemente abusan. Ni han sido procesados por administrar los sacramentos, ni por enseñar catecismo, ni por predicar el Decálogo, ni los documentos del Concilio Vaticano II, ni la doctrina social del magisterio pontificio.
Sus actividades no han sido ni impulsadas, ni aconsejadas, ni del agrado de sus obispos, pero entran de lleno en las directrices que Santiago Carrillo, secretario general del partido comunista de España, comentaba tan favorablemente a María Macciochi, corresponsal en París de “L’Unitá”, en febrero de 1967: “La participación del movimiento católico que denominaremos progresista y que comprende un gran número de sacerdotes y un vasto sector de la Acción Católica, es extraordinariamente activa. Los comunistas reconocemos con nuestra mejor voluntad, la lealtad y la combatividad de nuestros amigos católicos. Confiamos en ellos como si fueran nuestros hermanos”.
(…) A estos sacerdotes procesados y multados les diremos que su actuación sólo merece la explícita aprobación del partido comunista, de Radio España Independiente, de la masonería y de ciertas fuerzas mundiales e indígenas de izquierda, que en otro tiempo aplaudían los asesinatos que tan puntualmente contabilizó el reverendo padre Sanabre.
Por esto, el Derecho Canónico, en el canon 2.308, dictamina: “Cuando de la conducta de algún clérigo se sigue escándalo o perturbación grave del orden, tiene lugar la reprensión, que hará el Ordinario por sí mismo o por medio de otro”. En esta línea está el documento de la secretaría de Estado de Pablo VI, condenando totalmente la manifestación escandalosa y tumultuaria de sacerdotes en la Via Layetana, el 11 de mayo de 1966, y las declaraciones del cardenal Quiroga Palacios, presidente de la Conferencia Episcopal Española, y la nota del Comité Ejecutivo del Episcopado Español sobre el mismo tema. España entera, y particularmente Barcelona, recuerda la pastoral del arzobispo de Barcelona doctor Marcelo González, de mayo de 1967, repudiando las manifestaciones ilegales en que han reincidido últimamente los reverendos Juan Rofes, Damián Sánchez-Bustamante y Agustín Daura, pese a la prohibición expresa de su prelado. (…)
En esta línea de equívoco político y de pública desobediencia a la Iglesia, es comprensible la lista de sacerdotes procesados y multados de la archidiócesis de Barcelona. (…)
En España, en el Estado surgido de la Cruzada, la Iglesia ha encontrado una colaboración como sería difícil encontrar ejemplos paralelos en otras épocas o en otras naciones. Actualmente, algunos sacerdotes plantean conflictos a la vida social, a la convivencia nacional y al Estado. Pero, antes que ciudadanos delincuentes, desgraciadamente para ellos, son sacerdotes que vulneran deberes sagrados con la propia Iglesia. Vean qué información más sofisticada no tienen los redactores de la hoja ciclostilada y clandestina, que hemos oído comentar con asco y con pena. “Los comunistas no podemos permanecer indiferentes ante las posibilidades de acercamiento o compromiso con las fuerzas católicas”, dijo La Pasionaria. Pero, a condición, añadimos nosotros, de que los católicos dejen de ser católicos y los sacerdotes, de hecho, empiecen el camino que va a la apostasía o a engrosar las filas de los Piasecki (*).
Jaime TARRAGÓ
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