Revista FUERZA NUEVA, nº 140, 13-Sep-1969
A CONFESIÓN DE PARTE…
Tomamos para nuestros lectores los principales párrafos un artículo que, bajo este mismo título, publica “Revista Internacional”. Su autor, bien conocido por desgracia, de los españoles, es Santiago Álvarez, miembro de la Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Español.
Por nuestra parte, sin comentarios, cuando ellos lo dicen…
Aunque no está de más señalar la razón que nos asiste cuando, desde las columnas de “Fuerza Nueva”, insistimos una y otra vez sobre el mismo tema, pese a que, para algunos, seamos alarmistas, exagerados, reiterativos o anticuados.
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“Revista Internacional”, Septiembre 1968
Por Santiago Álvarez (miembro de la Comisión Política del C. C. del P. C. español)
LA ALIANZA DE CATÓLICOS Y COMUNISTAS
Nuevas experiencias
“Tenemos que rendir justicia -ha dicho, con este motivo, el camarada Santiago Carrillo- y lo hacemos contentos, a los militantes católicos que combaten codo a codo con nosotros, que se comportan lealmente con la clase obrera, que desean ardientemente poner fin a la dictadura, y tienen además, conjuntamente con los comunistas, la aspiración de acabar con la explotación del hombre por el hombre”.
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La participación de los católicos en las Comisiones Obreras junto a los comunistas y otros trabajadores es ya conocida. Mas las luchas sociopolíticas que se han ido produciendo en los últimos dos años largos, han contado también con el conjunto del movimiento católico progresista. Y es un hecho que esa participación abarca a todos los aspectos que, en la situación de España, condicionan las luchas obreras.
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Una de las experiencias más positivas en este orden, en los dos últimos años, es la que se está realizando entre la juventud obrera, con la creación de Comisiones Obreras Juveniles de fábricas, empresas, etc., en las que los jóvenes obreros católicos se esfuerzan por emular con los jóvenes comunistas, dando prueba de una gran combatividad y entusiasmo revolucionario.
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El papel del Partido Comunista en este movimiento nadie lo discute. Pero la aportación al mismo de los católicos progresistas y, de modo muy concreto, de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), que ha venido colaborando estrechamente con los estudiantes comunistas y otros grupos, es también una realidad. Se recordará, además, que el primer pilar del SDE, el de Barcelona, fue establecido con la ayuda de los frailes capuchinos de Sarriá, que cedieron los locales del convento para la asamblea constitutiva, siendo por ese motivo sitiado por la policía.
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En este movimiento, la colaboración de comunistas y católicos progresistas se produce sobre todo en las acciones contra la represión y por la amnistía, la libertad de palabra, de prensa y de creación intelectual y artística, por las demás libertades democráticas, etc., pero también admitiendo que en nuestras revistas (“Realidad”) puedan opinar los católicos sobre los problemas del diálogo, y en algunos de sus órganos de expresión puedan, a veces, exponer su criterio los comunistas.
En el surgimiento y desarrollo más reciente del movimiento democrático, ya muy importante, de profesionales (abogados, médicos, arquitectos, profesores de enseñanza media y primaria, peritos e ingenieros, etc.), la acción unida de comunistas y católicos progresistas ha sido y sigue siendo un factor de importancia. Los “bufetes laborales” creados por los abogados para defender a los obreros, los esfuerzos que en algunas zonas se realizan para extender esa ayuda a los campesinos, las asociaciones o movimientos de médicos jóvenes, de peritos y técnicos, de profesionales de la enseñanza, etc., son un ejemplo de cuento aquí afirmamos.
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En el movimiento campesino, junto a la labor de los comunistas en defensa de los obreros agrícolas y de los campesinos, juegan un importante papel los jóvenes sacerdotes y seminaristas (Asturias, Santander, Galicia, y Cataluña). En más de una ocasión, a la cabeza de las acciones o de las manifestaciones de los campesinos, al lado de los comunistas y de otros anti-franquistas se han encontrado sacerdotes jóvenes que, con su decidida actitud en defensa de los humildes, no temen desatar la cólera de las autoridades de su propia jerarquía y la de otros sacerdotes de posición integrista, defensores de los terratenientes, de los caciques o del franquismo. Algunos sacerdotes jóvenes y seminaristas no sólo suelen leer y discutir los materiales de nuestro Partido, sino que, por su propia iniciativa, los hacen llegar a los campesinos. En el movimiento católico progresista ha calado la idea de la necesidad de que “la tierra sea para el que la trabaje”.
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En el movimiento nacional democrático que, con el estímulo y apoyo de los comunistas, lucha contra el régimen y su cerril centralismo burocrático y por la libertades democrático-nacionales de Cataluña, Euzkadi y Galicia -entre ellas las de la lengua y la cultura-, también participan los católicos progresistas. A los centenares de sacerdotes catalanes y vascos que son veteranos en esa lucha, se unen, últimamente algunos sacerdotes de Galicia.
La colaboración de católicos y comunistas apunta también en el movimiento de los pequeños empresarios (modestos industriales y comerciantes) que está emergiendo y cuyos núcleos más importantes se hallan en Madrid, Las Palmas de Gran Canaria, Barcelona y Valencia.
El nivel de incorporación de la mujer a la lucha obrera y popular la pone de relieve su participación masiva en las más recientes luchas y particularmente en los jornadas del 30 de abril y del Primero de Mayo. En esa incorporación, el catolicismo progresista también colabora, de modo especial en el movimiento específicamente femenino, importante ya en Madrid, Barcelona, Canarias etc., y que progresa hacia su coordinación nacional.
El odioso crimen de genocidio que con el heroico pueblo de Vietnam cometen los imperialistas yanquis, suscita en España una viva indignación y una cada vez más amplia y profunda repulsa. La participación del catolicismo progresista en ésta, es, asimismo, un hecho.
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En los últimos años han surgido en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, Coruña, etc., las Comisiones Obreras Cívicas, creadas para luchar contra la represión y por la libertades democráticas y que agrupan a representantes de todos los sectores populares y ciudadanos. En ellas, junto a otros católicos, participa también un importante número de sacerdotes.
En conclusión, actualmente (1968) no existe en nuestro país ningún sector del movimiento democrático de masas en el que, de uno u de otro modo, no tomen parte los católicos progresistas. La acción de éstos se eleva a nuevos niveles, adquiere un mayor compromiso, en relación directa con el desarrollo de la lucha de masas y con el crecimiento del papel político que, al frente de esa lucha, desempeñan los comunistas.
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De otra parte, esta alianza de comunistas y católicos no es formal ni escrita, se está formando en la acción común en las fábricas, en la Universidad, en el campo, ante los tribunales y en las cárceles de la dictadura. Pero hoy no sólo es “la piedra angular de la unidad del nuevo movimiento obrero español”; no sólo permite registrar que “los estudiantes católicos participan también en la lucha estudiantil”, sino que deviene cada vez más la piedra angular de todo nuestro movimiento democrático de las masas.
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HECHOS CONCRETOS
Nos es imposible referirnos al cúmulo de hechos demostrativos de que la afirmación que acabamos de hacer reposa sobre una realidad que se profundiza y amplía. Entre ellos tienen importancia las manifestaciones de sacerdotes que han venido a repetir y ampliar ejemplos anteriores. Cabe destacar, entre ellos, la que tuvo lugar ante la jefatura de policía de Barcelona (1966), en la que participaron 200 religiosos (entre ellos jesuitas y capuchinos) para protestar por la represión contra el movimiento estudiantil y, concretamente, contra un estudiante revolucionario, manifestación que tuvo honda repercusión en toda España, provocando, además, una gran polémica pública y un enfrentamiento directo de los sacerdotes con la jerarquía.
Tres días después, 150 religiosos de todas las la diócesis de Cataluña (sacerdotes, jesuitas, benedictinos) se manifestaron, asimismo, ante el arzobispo de Barcelona, protestando por la violencias policíacas, solidarizándose con las anteriores manifestaciones y censurando la actitud de sus jerarquías. Y en ciudades e iglesias de Cataluña y de otras provincias (Sevilla, Albacete, etc.) frente a la versión franquista y de las jerarquías eclesiásticas sobre los hechos, se explicaban éstos en documentos clandestinos o los párrocos daban desde los púlpitos la versión real.
La manifestaciones, reuniones de protesta contra el régimen y contra las propias jerarquías de la Iglesia, ha devenido una práctica en las filas eclesiales. La última demostración ha sido la asamblea de 70 sacerdotes celebrada en Madrid después de las jornadas. Lo mismo cabe decir de la solidaridad a raíz de la intervención policíaca en el convento de capuchinos de Sarriá (Barcelona) con motivo de la constitución del Sindicato Democrático de Estudiantes, cuando los provinciales de todas las órdenes religiosas de Cataluña se solidarizaron con los capuchinos. Se produjo, además, la protesta de diecisiete entidades católicas de Barcelona. Y cuando el obispo de Lérida expulsó de su diócesis al jesuita director de los círculos católicos que divulgaron el manifiesto sobre el caso, todas las organizaciones de Acción Católica de dicha provincia hicieron patente su protesta contra el prelado.
Uno de los fenómenos más significativos del proceso que vive el catolicismo progresista español en este orden es el que se produce entre los seminaristas. En un momento dado, en la facultad de sociología del Seminario de San Sebastián se suspendieron los cursos porque la expulsión de cinco seminaristas suscitó la solidaridad de todos sus compañeros, que se declararon en huelga. La “revuelta huelguística” se produjo también, entre otros, en el Seminario de Teología de Barcelona. En estos días (1968), la expulsión de los alumnos del Seminario de Teología de Lugo ha provocado una ruidosa protesta de los demás seminaristas contra el obispo, y en el Seminario de Navarra, en relación con el Plan de Estudios, ha estallado una crisis que ha llevado a la mayoría de los teólogos a enfrentarse con el arzobispo, amenazándole con abandonar el Seminario.
Las pruebas de solidaridad y compañerismo que esos hechos entrañan se extienden a la lucha contra la represión policíaca.
Pero lo que sucede entre los seminaristas ¿no es acaso un aspecto de esa general “rebelión de la juventud”, expresión entre otras cosas de su generosidad y del espíritu objetivamente revolucionario que lo anima? ¿No es además un reflejo en esos medios juveniles eclesiásticos de los cambios radicales habidos en el mundo y de la enorme influencia de la ideología del marxismo-leninismo cuando la teología tradicional está en entredicho?
La participación en las acciones de masas y la propia decisión de recurrir a métodos de protesta y de lucha características de la clase obrera y de las fuerzas revolucionarias halla su equivalente en las posiciones de orden político y, como veremos más adelante, en todas las demás esferas de la ideología. La actitud del movimiento católico progresista y, por el contrario, la de la jerarquía respecto a la pasada guerra civil, y esa propia actitud ante el pasado referéndum franquista (1966), quizás son dos ejemplos que merece la pena también subrayar.
Mientras la alta jerarquía de la Iglesia no ha superado el espíritu de “cruzada” que le hizo tomar partido contra la democracia y por el fascismo, el movimiento católico progresista, con motivo del XXX aniversario de la guerra civil, levantó su voz para reclamar la amnistía para presos y exiliados políticos y la cancelación de aquel periodo. Y respecto al referéndum, en tanto que dicha jerarquía instó a los católicos a ir a las urnas, dando de hecho un apoyo al régimen, el movimiento católico progresista coincidió en general con el Partido Comunista de España y las demás fuerzas de la oposición en boicotear dicho referéndum, exigiendo para votar condiciones democráticas y rechazando al mismo tiempo el compromiso existente entre la Iglesia y el poder.
Y una forma del rechazo de este compromiso por muchos sacerdotes consiste en pedir que se retire (o retirar ellos mismos) de las iglesias el yugo y las flechas y los retratos de Franco y del fundador de Falange.
Nos hemos detenido en la explicación de la participación del catolicismo progresista en el movimiento de masas, haciendo alusión a la vez a algunos hechos políticos, porque en las condiciones de España, ese es el aspecto principal a través del cual se puede medir mejor los progresos del diálogo entre cristianos y marxistas. La lucha en apoyo de reivindicaciones inmediatas de la población trabajadora y de las libertades políticas es, además, el único camino para elevar aquélla a la fase más avanzada de la liberación social del hombre y para sustraer a éste de toda alienación, incluida la alienación religiosa. ¿No fue Lenin mismo quien indicó la necesidad de plantear esta última cuestión de modo concreto “sobre la base de la lucha de clases que se libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor que nada”?
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Esta actitud tiene su lógico reflejo en los problemas del diálogo cristiano-marxista a nivel de discusiones ideológicas que en España se traducen en el diálogo entre católicos y comunistas. En contradicción con los acuerdos del Concilio y con la práctica que a través del Secretariado para los No creyentes acepta el propio Vaticano, las jerarquías eclesiásticas españolas se oponen a ese diálogo. Alguna de dichas jerarquías, como el obispo Guerra Campos, retrocediendo en sus propios pronunciamientos ante el Concilio, se halla en primera línea de esa cerril actitud y cuando se refiere al diálogo lo concibe como un instrumento de proselitismo a favor de la fe.
Sin embargo, esa posición de las jerarquías de la Iglesia española no puede impedir que el diálogo se manifieste en el terreno que es más fecundo, en la coincidencia en desarrollar la lucha de masas, es decir, en el terreno de la praxis, y, como podremos ver, que se realice también al más alto nivel en el plano ideológico. Por lo contrario, dicha posición contribuye a profundizar las diferencias entre esas jerarquías y un sector más vasto del catolicismo, a que acabamos de aludir, perfilándose cada vez más netamente la existencia de dos Iglesias. Uno de los hechos que ilustra esa situación es la profunda crisis existente en la Acción Católica. (http://hispanismo.org/crisis-de-la-iglesia/28790-crisis-posconciliar-y-autodemolicion-de-la-accion-catolica-espanola.html).
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ELEMENTOS IDEOLÓGICOS DEL MOVIMIENTO CATÓLICO PROGRESISTA
¿Cuáles son, en el contexto de todo lo ya descrito, los elementos ideológicos más característicos que afloran en la posición de ese movimiento católico progresista? Dejemos, ante todo, que hablen algunos de sus testimonios.
El primero de mayo de 1966, el teólogo José María González Ruiz hizo pública, en una iglesia de Barcelona, una homilía, en la que no sólo se propone una autocrítica en cuanto a la conducta pasada de los católicos, sino que se indica la necesidad de luchar por “una sociedad más justa” y se alerta a los católicos contra el enorme peligro de “intentar llevar la batuta en los movimientos de lucha y reivindicación obrera”, el “mundo del trabajo -dice- es indudablemente el primero en esta lucha por la libertad y la promoción humana”. Como puede apreciarse en esa justa concepción, la dirección de la lucha corresponde a la clase obrera.
En septiembre de 1966, numerosos católicos, eclesiásticos y seglares, habían convocado una reunión que el arzobispo de Madrid y la policía prohibieron. Mas si la junta no tuvo lugar, los organizadores de la “Operación Moisés” discutieron con millares de religiosos el documento que les serviría de base, al cual dieron su apoyo más de un millar de sacerdotes. En él se somete a crítica a la jerarquía de la Iglesia española por su colaboración y complicidad con el franquismo, se opina que la Iglesia no debe tener privilegios y que las altas jerarquías que tienen cargos políticos deben renunciar a ellos, se hace un pronunciamiento a favor de la libertad religiosa, de la separación de la Iglesia y del Estado y porque éste sea laico, en pro de una sociedad pluralista en la que sean reales todas la libertades, se clama por la justicia social, por la superación del nacionalismo, el militarismo y el integrismo.
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En una declaración que veinticinco religiosos de Cataluña elevaron al arzobispo de Barcelona, al lado de afirmaciones en el sentido de que “los protagonistas de la promoción obrera no pueden ser otros que los mismos obreros” se hace una justa crítica del neocapitalismo y se defiende el socialismo: “Ante una sociedad de consumo -dicen- que nos presenta como valores supremos el máximo confort o el capital (poco cuenta el hombre), los comunistas nos presentan unos valores mucho más humanos”.
En un documento de la llamada Comunidad de Nuestra Señora de la Montaña (Madrid), que fue leído en varias parroquias madrileñas en vísperas de las jornadas del 30 de abril y 1 de mayo, se condena la explotación capitalista y se rechaza el “Dios mito” construido por los explotadores.
Sacerdotes de dieciséis diócesis (Coloquio sobre “Evangelio y praxis”) se rebelan contra “el efecto alienante de que el mundo está dividido entre creyentes y no creyentes, siendo así que la división más profunda es entre explotados y explotadores”, y se pronuncian por entablar un diálogo y comprometerse en una praxis con todos los que intenten con justicia superar la discriminación clasista. “Nuestra fe clasista -agregan- nos predispone en pro de la lucha que hoy sostienen todos los oprimidos del mundo”.
En este orden, la actitud juvenil católica es también concluyente. En un reciente “Juicio ético sobre la Situación Económico-Social Española”, la Federación de Congregaciones Universitarias Marianas (Fecum), orientada por los jesuitas, denuncia a la Iglesia oficial por ser “consciente o inconscientemente un factor para el mantenimiento del sistema capitalista imperante, pareciendo afirmar… un orden social injusto”. Por su parte, la JEC plantea los mismos problemas y se halla empeñada en la elaboración de una posición que fundamenta la necesidad de la más radical transformación social.
Y la XVII Semana Social que acaba de celebrarse en Valladolid, dedicada este año a la juventud, fue convertida por los jóvenes “en el marco de una protesta colectiva”, pronunciándose por las libertades democráticas y “afirmando su compromiso de llegar a una verdadera democracia económica”.
Estas actitudes no hacen sino confirmar cuán profundas son las corrientes que reflejaba un editorial de la revista “Signo” (órgano nacional de la Juventud de Acción Católica) que, en respuesta a declaraciones del camarada Santiago Carrillo, y dirigiéndose fraternalmente a “nuestros hermanos comunistas” escribía: “Estamos de acuerdo en que los católicos no tienen por qué tener ningún freno en su inserción en movimientos auténticamente liberadores e, incluso, en una marcha directa hacia el socialismo”.
Condena del sistema dictatorial existente en España, crítica de las jerarquías eclesiásticas que le apoyan, condena del neocapitalismo como sistema social, pronunciamientos favorables a la democracia y al socialismo, revisión incluso de ciertos fundamentos teológicos de la ideología católica: he aquí lo que se desprende de estos testimonios, que de la práctica confirma. Mas respecto a la actitud sobre el socialismo quizá es oportuno aun ofrecer otros.
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La condena de la propiedad capitalista y las aspiraciones al socialismo son claras y precisas, por ejemplo, en organizaciones obreras de inspiración católica como la Asociación Sindical de Trabajadores (AST), que proclama que “la plena promoción humana del trabajador es incompatible con el concepto de propiedad capitalista”.
El ya mencionado P. González Ruiz escribe:
“Los católicos pueden ya correr a campo traviesa y cogerse del brazo de todos los demás hombres para construir sin prejuicios renueva sociedad”.
Y en su artículo “¿Neocapitalismo? ¿Socialismo? ¿Tercera vía?”, junto a opiniones discutibles y otras compartibles, afirma: “Hoy no podemos negar que muchos cristianos han asumido plenamente la problemática marxista, sin que por ello se hayan visto obligados a renunciar a su orientación hacia el fin último ni a la dignidad y libertad humanas”.
El publicista católico Enrique Miret Magdalena afirma: “Debemos aceptar… el sentido profundo de la palabra revolución, no como un simple cambio de gobernantes, sea por la violencia física, sea sin ella, sino como transformación radical de las estructuras y de las instituciones de la sociedad de Occidente… para obtener una… nueva justicia social en el futuro”.
Y a una pregunta responde: “La Iglesia… ha tenido desde hace 150 años… una especial alergia al socialismo… si el Evangelio sintoniza con algo es con el sentido comunitario del socialismo, y no con el egoísmo del capitalismo”.
Por su parte, el padre José María Díez Alegría plantea la necesidad de denunciar con toda claridad “el sincretismo sacrílego de nuestro tiempo, el culto simultáneo a Dios y a un capital idolatrado que, en lugar de estar radicalmente al servicio del hombre, es objeto de un culto que, como en el antiguo Israel, llega hasta a ofrecerle sacrificios humanos”.
En las fórmulas elaboradas por el catedrático don Joaquín Ruiz Giménez, figura prominente del catolicismo, y reunidos en el llamado “Manifiesto de Palamós”, existen muchos puntos de coincidencia o de aproximación a los propuestos por nuestro Partido para la transformación económico-social, política y cultural de España, que habrá de desembocar en el socialismo. Y recientemente, con motivo de una conferencia, en respuesta a una pregunta, Ruiz Giménez afirmó: “En mi intervención en el Concilio… dije que la Iglesia había sido liberal con 200 años de retraso, y que había que impedir que fuese socialista con otros 200 de retraso”. Afirmación que tiene una relación directa con otra de sus manifestaciones de que “nuestro mundo camina indefectiblemente hacia un socialismo”. ¿Puede objetivamente ser este socialismo otro que el marxista?
Compromiso cada vez más neto de lucha por conquistas parciales y por libertades democráticas, pero también a favor de transformaciones sociales, incluida la transformación socialista de la sociedad; existencia de dos “Iglesias”: una, comprometida con las estructuras oficiales, y otra, que no sólo no vive al margen de esas estructuras, sino que incluso se enfrenta a ellas”: he ahí la que nos parece una lógica conclusión.
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En el rumbo que sigue nuestro catolicismo progresista, en el surgimiento de esa “nueva Iglesia”, influye el mundo circundante en el que, a pesar de los problemas existentes en el campo socialista y en el movimiento comunista, crecen y se fortalecen las fuerzas revolucionarias y triunfa la ideología del marxismo-leninismo, mientras el sistema social imperialista ve agravada su crisis general. La profundidad y las nuevas manifestaciones de esta crisis, cuyo exponente más elevado está siendo la derrota del imperialismo norteamericano en el Vietnam, se pone más de relieve con la explosión político-social que, en los meses de mayo-junio, se ha producido en Francia.
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Los factores objetivos acabados de mencionar condicionan la actitud del movimiento católico progresista español. Este posee su propio dialéctica interna, su dinámica. En ella influyen (factor subjetivo) el núcleo de dirigentes católicos, sacerdotes o seglares que, interpretando el sentimiento de millones de trabajadores creyentes y apoyándose en los antecedentes de rebeldía democrático-revolucionarios del cristianismo primitivo, orientan “teológicamente” la senda de dicho catolicismo. Pero en la posición de éste no puede dejar de repercutir, aunque indirectamente, la posición del Partido Comunista.
Hace ya varios años que nuestro Partido formuló la idea de que si, junto a la bandera roja, con la hoz y el martillo como enseña el comunismo, los católicos avanzaban con nosotros hacia dicho sistema social con la cruz en alto, nosotros les dábamos la bienvenida. En todo este tiempo, partiendo de la defensa de nuestros principios filosóficos materialistas, pero aplicándolos con criterio dialéctico, hemos realizado esfuerzos para que esa posibilidad tienda a convertirse en realidad. Y el criterio de que ese pronunciamiento no obedece a un instrumentalismo, a una “táctica” de circunstancias, ha hecho su camino.
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Cuando como consecuencia del cambio de estructuras de la sociedad moderna, lo que llamamos las fuerzas de la cultura se convierten en una fuerza matriz de la revolución, la alianza de éstas con las del trabajo es fundamental para llevar adelante la lucha por los objetivos acabados de indicar. Componente de esa Alianza de las Fuerzas del Trabajo y de la Cultura es el movimiento católico progresista, una de cuyas concreciones y realizaciones más tangibles y eficaces es la que los propios católicos denominan el Sindicato de Sacerdotes.
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¿Esa tendencia profética de la nueva Iglesia no es la continuadora, a un nivel nuevo, del cristianismo primitivo al que se refirieron Marx y, especialmente, Engels, y del cual Lenin también destacó “su espíritu democrático y revolucionario”?
No es el momento de examinar aquí hasta qué punto el movimiento católico progresista, apoyándose en los antecedentes de la doctrina religiosa profética de los primitivos cristianos, coincide en en gran medida con nuestra concepción histórico-materialista del desarrollo social. Pero lo importante es, ante todo, esa coincidencia.
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Lo importante estriba en que un sector obrero, popular y democrático del catolicismo no se refiere ya al socialismo cristiano o clerical que, justamente, criticaba Marx, ni a un sucedáneo del socialismo al estilo de la pretendida “Revolución en la Libertad” de la democracia cristiana chilena, por ejemplo, sino a un socialismo cualitativamente nuevo: el socialismo científico, el socialismo marxista. Ello aunque los católicos no se identifiquen en el orden filosófico con el marxismo leninismo.
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Y ¿qué nos está demostrando la situación concreta?
Que la protesta contra el sufrimiento real expresada en la religión, a la que se refirió Marx, tiende, en millones de católicos, a sobreponerse cada vez con más fuerza a lo que la religión significa como “opio del pueblo”.
Actualmente, si bien las “organizaciones religiosas”, en tanto que entidades oficiales y por la postura de sus jerarquías en general pueden ser consideradas aún como órganos de la reacción burguesa, en el seno de éstas surge la oposición, la rebelión y la lucha contra el carácter tradicional de esas organizaciones. Son millones de católicos los que después de arrojar al rincón de los trastos viejos las anacrónica tesis conciliatorias, no sólo aceptan la lucha de clases, sino que contribuyen a ésta y hasta desean llevarla a su último límite, con la supresión de las clases en una sociedad socialista.
El P. González Ruiz expresó hace algún tiempo la idea de elaborar una “teología del trabajo”. En el reciente Congreso Mundial del Apostolado Seglar, celebrado en Roma, se habló de elaborar una “teología de la revolución”. Y esta idea ya ha sido expresada también por otros teólogos.
La vuelta al recuerdo, a las tradiciones, a las bases, aunque a otro nivel, del cristianismo primitivo, a la llamada Iglesia “profética”, es, evidentemente una consecuencia de la etapa de transición del capitalismo al socialismo que vive la humanidad, pero reviste suma importancia el comprender la aportación que puede ofrecer la nueva realidad de ese cristianismo para acelerar tal proceso.
“Únicamente la lucha de clases de las masas obreras, al atraer en forma amplia a las vastas capas proletarias a la práctica social, consciente y revolucionaria, será capaz de librar a las masas oprimidas del yugo de la religión”.
La realidad confirma, en general, esa previsión de Lenin. Pero esta liberación abarca un largo proceso histórico social en que la evidente tendencia objetiva hacia la extinción de la religión, reconocida ya hoy por algunos teólogos lúcidos, se prolonga a través de la sociedad socialista hasta que existan para los seres humanos “relaciones claras y racionales entre sí y respecto a la naturaleza”, que señalaba Marx. Esos factores, que son esenciales, no pueden sino ser tenidos en cuenta, tanto por lo que respecta a nuestra alianza como a nuestra lucha con el catolicismo en la esfera de la ideología.
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